No
basta decir no a la guerra: la izquierda debe proponer un plan de seguridad,
paz y defensa para Europa, como está haciendo Mélenchon en Francia. Los
intereses europeos siempre han estado subordinados a los objetivos geopolíticos
de EE.UU.
Ucrania es solo el inicio: El objetivo es China
EL Viejo Topo
11 marzo, 2022
Para Pedro
Baños, maestro y hombre de honor.
“…porque yo
creo que ese sería el verdadero modo de ir al Paraíso: aprender el camino del
Infierno para evitarlo”
Carta de
Nicolás Maquiavelo a Francisco Guicciardini. 17/Mayo/1521
Desde hace más
de una década alguno de nosotros veníamos advirtiendo que el mundo estaba
cambiando de base y que eso nos acercaba peligrosamente a la guerra. Sabíamos
que no venía el Paraíso y que había que hacer todo lo posible para alejarnos
del Infierno de la guerra. La palabra catastrofista se repitió
muchas veces. La crisis del 2008 ponía fin a una etapa, la de la globalización
neoliberal e iniciaba otra en cuyo centro estaba la cuestión del poder en el
sistema mundial. No he sido el único y siempre caminé a lomos de gigantes.
La actual
guerra en Ucrania hay que interpretarla en este contexto
internacional nuevo y distinto. Tres son sus rasgos básicos. El primero, la
crisis de hegemonía norteamericana en el mundo, su incapacidad para gobernarlo
y sus derrotas militares permanentes. Es una crisis a la vez interna y externa.
No es casual que sea la administración demócrata la más agresiva e
intervencionista frente al conservadurismo de Donald Trump.
El segundo, la
razón última de este momento histórico es la emergencia de nuevas potencias que
objetiva y subjetivamente impugnan la Pax americana y sus
instituciones internacionales. China es muy diferente a lo que
fue la URSS porque cuestiona su primacía económica, sus
fundamentos de control tecnológico y compite con éxito en las relaciones
comerciales internacionales. Rusia se ha reconstruido mejorando sus capacidades
económicas, reestructurando eficazmente su complejo militar e industrial y
consolidando un núcleo dirigente más homogéneo. La nueva etapa es mucho más que
todo eso, es un Oriente el que se despliega con la India, con
Indonesia, con Pakistán.
El tercer rasgo
es que donde EEUU siguen manteniendo su supremacía es en el poder militar y
técnico militar. Dicho de otro modo, el peligro en el que nos adentrábamos en
esta etapa de transición es que EEUU usara este poder para reequilibrar unas
relaciones internacionales que les eran desfavorables.
Lo central, lo
decisivo era entender que se iniciaba una gran transición geopolítica desde un
mundo unipolar organizado a imagen y semejanza de EEUU a otro
multipolar representativo del cambio de correlación de fuerzas económicas,
tecnológicas, demográficas y, en último término, militares. La pregunta es si
EEUU negociaría esta transición o se opondría radicalmente a ella. La Trampa
de Tucídides tiene que ver con esto, con la posibilidad de que en
algún momento esta pudiera implicar el recurso a la guerra o a conflictos
militares más o menos generalizados. Todos los actores se han ido preparando
para esta fase, para el enfrentamiento modelando a las opiniones públicas,
incrementando sustancialmente los presupuestos militares, renovando las
tecnologías y las armas de guerra y, más allá, desarrollando una confrontación
económica y comercial de grandes dimensiones.
Siempre supe
que Hillary Clinton era una intervencionista militar decidida
y que Donald Trump, más allá de sus declaraciones altisonantes y su evidente
falta de pericia, significaba un repliegue y una salida de los conflictos que
empantanaban a EEUU. Es más, se propuso redefinir el tablero político
internacional aproximándose a Rusia e intentando aislar a China. La reacción
contra él fue brutal. Una gran parte del establecimiento norteamericano y,
sobre todo, la UE se opusieron con firmeza. Biden fue la señal de esa reacción.
Desde el primer momento enseñó las cartas, definió con mucha precisión los
enemigos y organizó dos teatros de operaciones o de decisión geopolítica con su
correspondiente estrategia de alianzas, con su estructura militar de
intervención y con sus dispositivos comunicacionales. Ambas áreas de decisión
están interconectadas por medio de los EEUU. El primer escenario tiene que ver
con el Mar de China Meridional, con Taiwan como
fractura político militar. El segundo está centrado en Europa, con Ucrania como
línea de frente.
Llevar la
guerra a Europa, organizarse en torno a ella fue saludado gozosamente por las
clases dirigentes europeas bajo la consigna “EEUU vuelve”. Es importante tener
en cuenta que el control real del conflicto ucraniano fue siempre de EEUU y los
aliados europeos aparecían solo como componentes de la OTAN. Nunca hubo una
definición europea de la crisis, nunca hubo una evaluación de los peligros que
comportaba y de sus enormes costes. Dicho de otro modo, los intereses europeos
siempre estuvieron subordinados a los objetivos geopolíticos de EEUU donde el
teatro de operaciones europeo era el secundario y preparatorio para el
enfrentamiento con China.
La guerra ya
llegó y la niebla del conflicto no deja ver bien ni el proceso, ni las
consecuencias. Lo más sorprendente, a mi juicio, es que EEUU siempre ha ido por
delante marcando los ritmos y anticipándose a los movimientos de Rusia. En
paralelo se ha ido creando un clima contrario a una intervención que se
consideraba inminente; todo esto pregonado a los cuatro vientos en la sociedad
de la comunicación y las redes. Nunca se conoce toda la información, pero
sorprende y mucho la intervención militar rusa y su violación del Derecho
Internacional. La guerra está en el territorio que EEUU quiso desde el
primer momento.
Hay que
insistir en que esta guerra era evitable. Hubiese bastado con el cumplimiento
de los Acuerdos de Minsk. Tanto el actual gobierno de Ucrania
como el de EEUU estaban en contra. Se trabajó activamente por radicalizar las
posiciones y cuando apareció la UE lo hizo para amenazar al gobierno ruso. Lo
que viene ahora es la guerra con sufrimiento y muerte. La intervención militar
era la peor de las salidas y para nada ayuda a modificar la correlación de
fuerzas, subordina más todavía a la UE y fortalece a la OTAN.
El ejército
ucraniano ha sido preparado política, ideológica y militarmente en estos años.
Si bien es cierto que la superioridad técnico militar de Rusia es muy grande,
el tipo de estrategia a seguir implica amplios costes humanos, tecnológicos y
comunicacionales. Rusia podía, como han hecho los EEUU en sus guerras, machacar
las defensas ucranianas rápidamente pero políticamente no está dispuesto a
hacerlo. No puede hacerlo. Esta contradicción ya se ve en el campo de batalla
porque implica bajas, guerra de posiciones y tiempo, mucho tiempo.
Biden ha dicho
que la alternativa a las sanciones son la IIIª guerra mundial. Lleva razón,
pero olvidó decir que había antes y después otra más clara: sentarse a negociar
en serio. Siempre hay posibilidades de negociar si se quiere. La escalada es
cada vez más fuerte. Se juega a una guerra larga con grandes costes humanos y
económicos para Rusia. Los ucranianos pagarán los costes humanos, económicos y
psíquicos de una guerra evitable. La guerra es el mal mayor y se justifica
pocas veces.
Las paradojas
se suceden. Rusia sigue suministrando gas a través de Ucrania y el banco que lo
cobra no ha sido desconectado del sistema financiero organizado por los EEUU.
Estos se pueden estar equivocando y acelerando la etapa final de la
globalización capitalista. La gran victoria de Biden ha sido empujar aún más a
Rusia hacia China, difuminando su autonomía estratégica. Es la peor de las
noticias para Europa, las posibilidades de organizar un sistema común de
garantías y de seguridad se alejan y el control de la OTAN será mucho mayor.
Las sanciones significarán una crisis económica seria y tendrán consecuencias
duras para Rusia, pero también para Europa. Parece inevitable la creación de un
polo económico potente en torno a China -al que se incorporarán Rusia, Irán y
los países del Asia Central- y la ruptura del mercado mundial empezando por el
financiero. ¿La economía del dólar en cuestión? Veremos.
No basta decir
no a la guerra. La izquierda europea, si quiere reivindicarse como sujeto
autónomo político debe proponer un plan de seguridad, paz y defensa para Europa
como lo está haciendo Jean-Luc Mélenchon. Lo primero es parar la
guerra ya. Eso significa situar los acuerdos de Minsk y su cumplimiento en el
centro. Lo segundo es un tratado de paz y cooperación con Rusia que reconozca
la soberanía de Ucrania, su neutralidad y un programa de recuperación económica
y social. Lo tercero, la desnuclearización y desmilitarización de Europa.
Cuarto, la salida de la OTAN y la organización de una defensa autónoma y
comprometida con la seguridad colectiva.
Fuente: Nortes.
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