martes, 22 de junio de 2021

El feminismo de las jornaleras de Huelva. [Esto del feminismo ya verán como al final resulta que es cosa seria, o sea, cosa de seres humanos que tienen problemas específicos (no los que a mí se me ocurran) que le impiden el pleno desarrollo de todas las facultades y potencialidades que poseen por ser sujetos tanto físicas como espirituales y que por tanto, necesitan ser liberados de esas trabas (lo mismo que yo necesito ser liberado de las mías), lo cual ya no es una palabra ni unos las, les, lis, los, lus sino un hecho concreto que hay que tratar como tal, para lo que quizás haya que empezar por des-semantizar la cuestión, o sea, mirando qué subyace bajo la superficie del problema que se expresa lógicamente con palabras para actuar sobre el origen de ese problema y no sobre la hojarasca de la fonía que produce la dicción de las mismas, que para abrir boca, a mi juicio, se encuentra en las relaciones de explotación que están en la base del sistema al que los que no nos andamos con remilgos palabreros llamamos modo de producción capitalista porque ese es su nombre Capitalismo salvaje, capitalismo humanizado, capitalismo verde, capitalismo con cantos redondeados, neoliberalismo…, ¡no! Llamamos modo de producción capitalista, pero solamente para saber de qué estamos hablando.]

 

La organización de las jornaleras, su lucha y resistencia, su feminismo sindicalista interpela la capacidad del movimiento feminista para ser inclusivo y articular la lucha por las condiciones materiales de vida de mujeres víctimas de las violencias.

El feminismo de las jornaleras de Huelva

Justa Montero Corominas

El Viejo Topo

22 junio, 2021 

Cada año, y durante tres meses, en los campos de Huelva, alrededor de 13.000 mujeres recogen esas fresas que tanto nos gustan cuando llegan a nuestras mesas: son “fresas sin derechos”. Así nos lo dijeron las jornaleras a la brigada feminista de observación que, de la mano de la Asociación de jornaleras de Huelva en lucha, recorrió durante tres días los campos de la agroindustria fresera.

Ana Pinto, de familia jornalera, trabajadora en el campo desde los 16 años “hasta que en 2018, tras denunciar las condiciones de trabajo de las temporeras y reclamar derechos, se me empezaron a cerrar las puertas”. Y así, explica Ana, en condiciones adversas donde las haya, luchando por derechos frente a una patronal que emplea todos los mecanismos legales y no legales imaginables de explotación y control, se fue formando Jornaleras de Huelva en Lucha, y tomó cuerpo un sindicalismo feminista basado en la autoorganización de las trabajadoras.

Escucharlas supone adentrarse en un feminismo que lucha por mejorar las condiciones materiales de vida de mujeres sometidas al abuso sistemático y en un contexto patriarcal, racista, capitalista y ecocida. Pastora Filigrana, de la cooperativa de abogadas de Sevilla lo aclara: “Alguna vez ya dije que la comarca fresera de Huelva es un laboratorio donde podemos ver cómo funciona este sistema que entrecruza la violencia del capitalismo, el patriarcado, el racismo y la explotación de la tierra y los recursos naturales. Todas las vertientes del sistema neoliberal en una sola comarca”.

Las tramas de la explotación

Las jornaleras contratadas en Huelva tienen salarios míseros, jornadas de siete horas con un descanso de veinte minutos y, en ocasiones, sin posibilidad de consolidar derechos, incluso llevando dieciséis años en la fresa con contratos continuados de obra y servicio. Muchas veces, teniendo que compatibilizarlo con otros trabajos porque el salario no llega, no ya para un mínimo ahorro, sino para la supervivencia diaria. Trabajan bajo una normativa laboral, la del Convenio del campo de Huelva, cuyos incumplimientos resultan difíciles de denunciar por el temor, fundado, a duras represalias y por la inacción de la Inspección de Trabajo. Sus condiciones de trabajo incluyen la vigilancia para controlar su producción (para lo que les ponen un chip), el control de sus movimientos, de la vestimenta, de lo que hablan, incluso del momento para ir al baño (para lo que tienen que apuntarse en una lista).

Hay que hablar de esta nueva esclavitud del siglo XXI (que a veces raya con la trata), tramada con la migración y el sistema de fronteras. Las jornaleras que llegan a Huelva con contrato en origen, en Marruecos (a donde tienen que regresar al finalizar la campaña), lo hacen bajo una oferta específica de trabajo que ni tan siquiera alcanza las condiciones del convenio colectivo, y que incumple derechos humanos básicos. Y ya se sabe, cuando no hay derechos hay impunidad y los abusos no tienen límite.

Llegan para trabajar durante tres meses con un salario algo superior a 40 euros/día más horas extras (que no siempre pueden hacer), pero sin garantías de volver con lo acordado, que es lo que les permitiría mantener a su familia en su país. Las cuentas no salen, porque si un día el empresario dice que no hay producción, no trabajan y no cobran; si decide contratar a otras jornaleras directamente y sustituirlas, no cobran; si se ponen enfermas y no pueden trabajar, no cobran.

Echemos cuentas: el empresario solo paga el billete del ferry de vuelta, pero el billete del traslado desde su pueblo lo pagan ellas; el ferry de ida, lo pagan ellas, igual que el visado. Pagan también un seguro con la Caixa, que están obligadas a contratar, y que firman sin que nadie les aclare su contenido y sin poderse fiar de los intérpretes contratados por la empresa, cuando los hay. La cobertura del seguro es un misterio y su coste puede llegar a los 150 euros. Suma y sigue: la comida la pagan ellas, también los cincuenta euros por el barracón que comparten entres seis u ocho mujeres, cuando la vivienda debería estar garantizada por convenio. Las cuentas no les salen. Antes, explican, les abrían una libreta y podían comprobar los movimientos, pero ahora no tienen una forma accesible de comprobar los movimientos de sus cuentas bancarias. Los mecanismos de control se van refinando.

Las y los capataces de las fincas también controlan su movilidad. Hablar con nosotras fue un acto de generosidad y valentía porque se arriesgaban a represalias y les podía costar hasta la rescisión del contrato. Por eso no pueden dar su nombre ni pueden salir en ninguna foto, y nuestro encuentro tuvo que ser “clandestino”, transitando por carreteras secundarias y alejado de cualquier espacio público.

Los asentamientos

En los asentamientos, las mujeres y hombres, la mayoría subsaharianos, malviven, como en el de Palos de la Frontera (uno de los 11 que hay en Andalucía). Con papeles o sin ellos, viven en chabolas construidas a base de palés por los que también pagan un euro y medio cada uno, que recubren con cartones y plásticos (por los que también les cobran). Sin acometida de agua ni saneamiento ni luz. Sin nada. Con el miedo y la angustia metida en el cuerpo por la situación en la que se les fuerza a vivir en aplicación de la ley de extranjería, que les deja en una situación de ilegalidad, lo que da a los empresarios tres años de margen (tiempo que necesitan para solicitar el permiso de residencia) para convertirlas en fuerza de trabajo esclava y someterles a condiciones de vida insoportables.

Esto sucede en un pueblo como el de Palos de la Frontera, un pueblo rico, gobernado por el PP y donde el voto a Vox experimentó una fuerte subida en las últimas elecciones, con un gran presupuesto municipal, gracias a los impuestos que recaba de las empresas y refinerías del puerto exterior de Huelva. Pocos días antes de visitarlo, un incendio había acabado con parte de las infraviviendas y con lo poco que tenían, porque los bidones con los que acarrean el agua no podían sofocarlo y esperar a los bomberos supuso acabar con sus pocas pertenencias calcinadas. Este drama solo es posible por la connivencia social de las entidades, de todas las administraciones públicas, desde las locales, las autonómicas y las estatales, y la ineficacia de los sindicatos.

El coste de ser mujer y racializada

Existe porque interesa, como señala Pastora Filigrana: “Mientras haya bolsas de pobreza de gente sin papeles, ninguna lucha sindical va a llegar a buen puerto, porque siempre habrá una mano de obra con miedo, barata y explotable con la que intercambiarnos si protestamos”. Y a las más pobres son a las que se les puede desposeer de derechos más impunemente: esas son las mujeres racializadas con estatus migratorios, que las hace vulnerables.

La patronal lo tiene claro, no hay más que ver cómo ha ido cambiando los criterios de contratación. Porque de contratar a hombres se pasó a hacerlo a mujeres de países del Este, y de éstas a mujeres marroquíes con las que ya se establecieron normas: deben tener entre 18 y 45 años, familia en origen con al menos un o una hija menor de edad. Se supone que los mandatos de género y el vínculo familiar garantiza su supuesta “docilidad” y la vuelta asegurada a Marruecos.

Es un racismo de clase que, apoyándose en el discurso de odio a las personas migrantes, busca el máximo beneficio económico sobreexplotando su fuerza de trabajo y tratando de dividir a autóctonas y migrantes. La acción de sindicalismo feminista de la Asociación de Jornaleras de Huelva en lucha anima a las temporeras a organizarse. “Luchamos por cambiar las condiciones de trabajo y de vida de todas las temporeras, para conseguir derechos para todas porque es de justicia y necesario para enfrentar la estrategia patronal del ‘divide y vencerás’”, un viejo mecanismo para que el miedo frene la protesta y para arrastrar a la baja los salarios y precarizar todavía más las condiciones de vida y de trabajo de todas, según explican.

Unas condiciones de vida para las que necesitan tener información, asesoramiento, acceso a los servicios públicos, a la salud, a la vivienda, a la justicia, a la protección en caso de violencia sexual y a tener vidas libres de violencias. “Trabajamos unidas desde los feminismos, el antirracismo y el ecologismo”, señala Ana Pinto.

El coste ecológico de la agroindustria fresera

Ana Pinto mira al futuro, a la necesidad de replantear este modelo de producción intensiva, insostenible social y medioambientalmente, y de avanzar hacia una agricultura ecológica. Pero lejos de plantear otro modelo de producción sostenible con los derechos de las personas y el sostenimiento de la tierra y los recursos, los empresarios están apostando por la expansión a otras zonas con otros cultivos (de arándanos, naranja o aguacate) en las mismas condiciones.

Según Iñaki Olano, responsable de agua de Ecologistas en Acción de Huelva, la agroindustria supone la explotación de las personas, del agua y la tierra de forma intensiva en todos los casos para obtener un beneficio alto. De la tierra, a base de deforestación de pinares y de cambios de usos del suelo; del agua, con extracciones de agua de pozos ilegales, muchos denunciados, localizados, y teóricamente algunos cerrados. “O hay un replanteamiento o hay colapso, y el colapso viene por el agua porque no hay, y le sigue el colapso del empleo. Es un proceso extractivista que deja un desierto de empleo y de tierra”, señala Olano.

Por eso, la apuesta es ir a una agricultura ecológica, que prime la calidad y los mercados de cercanía y el cambio de la concepción del consumo de los productos frescos. Quizá así las fresas vendrían con derechos.

Mensaje a otros feminismos

En 2018, saltó a los medios y las redes sociales la denuncia de varias jornaleras por abuso sexual. Se interpeló a un feminismo que, a diferencia de lo que había sucedido en el caso de la violación “de la manada”, apenas se movilizó. ¿Acaso no valen lo mismo todas las vidas o todos los cuerpos? La organización de las jornaleras, su lucha y resistencia, su feminismo sindicalista interpela la capacidad del movimiento feminista para ser inclusivo, con capacidad para articular la lucha por las condiciones materiales de vida de todas las que están atravesadas por las violencias.

Antes de volver a Madrid, le pregunté a Ana Pinto qué le diría a otros feminismos. Esta fue su respuesta: “Que dejen la violencia de algunos debates, que miren las condiciones de vida de las mujeres, que se sumen a nuestras luchas, feministas, antirracistas y ecologistas, que son también las luchas de las kellys, de las trabajadoras sexuales, de las empleadas de hogar, de las trabajadoras sanitarias, y que deberían ser también las luchas de todas”. Un feminismo de base que no deje a ninguna fuera y ponga la vida digna de todas las mujeres en el centro.

Artículo publicado originalmente en Contexto.

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El pacto Ribbentrop-Molotov. [Quien dice una mentira corriente y moliente de andar por casa es un embustero corriente y moliente de andar por casa. El historiador que miente a sabiendas de que miente y que por lo general cobra de a riñón cubierto por mentir es un historiador embustero que cobrar de a riñón cubierto por mentir, y quien se cree todo el pienso ideológico que le echan, así por las buenas, sin vaselina y sin nada, es un crédulo credulín. Es decir, que la URSS no fue la responsable de la II Guerra Mundial ni leches en vinagre]

 

El pacto de no agresión entre soviéticos y alemanes se firmó en respuesta a la política anglo-francesa de apaciguamiento y luego de que estos países renunciaran a cualquier intento de frenar el expansionismo alemán. ¿Por qué no debe afirmarse que este tratado desencadenó la guerra?

El pacto Ribbentrop-Molotov

Diario Octubre

15.06.2021

El pacto de no agresión entre soviéticos y alemanes se firmó en respuesta a la política anglo-francesa de apaciguamiento y luego de que estos países renunciaran a cualquier intento de frenar el expansionismo alemán. ¿Por qué no debe afirmarse que este tratado desencadenó la guerra?

Momento de la firma del pacto de no agresión entre nazis y soviéticos el 23 de agosto de 1939

Grupo de Investigación Histórica

Entre 1933 y el 23 de agosto de 1939 la Alemania nazi firmó diversos acuerdos con Gran Bretaña, Francia y Polonia. Así pues, la Unión Soviética, con el pacto Ribbentrop-Molotov, fue el último país en firmar un acuerdo con los alemanes.

La confrontación fue el resultado del proyecto de expansión imperialista del nazismo, fuerza política que a su vez fue apoyada por industriales y financieros alemanes que encontraron funcional la retórica hitleriana. Las potencias occidentales creyeron que el militarismo alemán desataría una guerra contra los bolcheviques, y por ello fueron permisivas con el nazismo.

El Pacto de no Agresión entre soviéticos y alemanes se firmó ante la política anglo-francesa de apaciguamiento, y luego de que estos países renunciaran a cualquier intento de frenar el expansionismo nazi, quienes se habían apoderado ya de Renania, Austria y Checoslovaquia.

La Unión Soviética y la seguridad europea

Desde 1933, cuando la Alemania nazi se retiró de la Liga de Naciones, los soviéticos le habían planteado a las potencias occidentales la necesidad de crear un sistema de seguridad colectiva para enfrentar al régimen de Hitler, al que consideraban una amenaza común.

Los soviéticos mantenían que los países imperialistas se podían agrupar en dos bloques. Uno compuesto por Alemania, Japón e Italia, países con poder económico pero carentes de mercados y por lo tanto dispuestos a una agresiva política expansionista; el otro estaba compuestos por Inglaterra y Francia, que controlaban vastos mercados por lo que estarían más dispuestos a mantener la paz. Por eso se podría lograr un acuerdo con el segundo bloque para contener la agresividad del primero.

En Francia esta idea tuvo eco, y se propuso el Pacto Oriental para alinear a este país con la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia y los países bálticos. Pero varias de estas naciones no mostraron interés y el acuerdo nunca se concluyó.

No obstante, la Unión Soviética logró con Francia y Checoslovaquia acuerdos bilaterales de asistencia mutua, firmados en marzo y mayo de 1935. Ambos pactos planteaban que las naciones firmantes se prestarían apoyo militar en caso de agresión, la cual probablemente provendría de Alemania.

Sin embargo, los acuerdos contenían cláusulas que dificultaban su puesta en práctica. Los franceses, reacios a aliarse con los soviéticos, firmaron el acuerdo ante el anuncio del rearme alemán. Por este motivo, el tratado con la URSS preveía que toda acción militar fuera avalada por Gran Bretaña y la Liga de Naciones. Mientras tanto los checoslovacos restringieron toda acción militar a la aprobación francesa. Si Francia no declaraba su apoyo a la parte agredida, el acuerdo de asistencia con los soviéticos no entraba en vigor.

Checoslovaquia y el aislamiento soviético

Las potencias occidentales no solo presionaron a Checoslovaquia para que cediera los Sudetes. Más aún, afirmaban que Bohemia y Moravia habían sido una posesión histórica del imperio alemán, legitimando así el expansionismo nazi.

Ahora bien, al permitir la violación de la soberanía checoslovaca, las potencias occidentales expresaban su negativa a enfrentar a los nazis en alianza con los soviéticos.

El 23 de septiembre de 1938, siete días antes de los acuerdos de Múnich, el gobierno checoslovaco ordenó la movilización general del ejército ante la amenaza alemana, y recibió el apoyo soviético. Pero Praga rechazó el apoyo por la negativa francesa de asistirlos militarmente. Así, la URSS entendió que occidente rechazaba su apuesta por la seguridad colectiva, pretendiendo aislarla en el escenario internacional.

Los checoslovacos finalmente cedieron a las demandas alemanas, perdiendo las formidables defensas allí instaladas, así como las industrias Skoda, que fabricaron buena parte de las municiones alemanas durante los primeros años de la Guerra. Además, Polonia y Hungría también se apropiaron de partes del territorio checoslovaco. Finalmente, el país se acabó de fracturar con la aparición de un gobierno eslovaco autónomo. Por ello, cuando en marzo de 1939 Alemania ocupó el territorio checo restante, no encontró resistencia.

Con todo, los soviéticos siguieron insistiendo a las potencias occidentales en un acuerdo para enfrentar a los nazis. Dos semanas antes de la invasión alemana a Polonia, el cuerpo diplomático soviético ofreció a ingleses y franceses recursos militares para forjar una alianza contra los nazis. Pero las potencias europeas no respondieron. Además, Polonia, país que los soviéticos debían atravesar para poder enfrentar a los alemanes, se negó a permitir el tránsito del Ejército Rojo por su territorio. Para los polacos Rusia representaba una mayor amenaza que los nazis.

El Pacto de no Agresión

Una semana después de su proposición a las potencias occidentales, los soviéticos, presionados por la situación internacional, y ante la inminencia de un conflicto europeo a gran escala -en el XVIII Congreso del PCUS, de marzo de 1939, Stalin afirmaba que tal guerra ya estaba en marcha-, decidieron lograr un acuerdo de no agresión.

Los nazis, que querían evitar una alianza de la URSS con las potencias del oeste, recibieron con beneplácito la diplomacia soviética. Desde abril se dieron negociaciones comerciales entre soviéticos y alemanes, las cuales permitieron llegar al acuerdo que potenció la industria soviética, especialmente la militar.

Finalmente, el 23 de agosto de 1939, los ministros de exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, y soviético, Viacheslav Molotov, firmaron el Pacto de no Agresión. El acuerdo obligaba a ambos países a desistir de acciones agresivas entre ellos y de formar parte de cualquier alianza internacional que amenazara a los firmantes; en general, el Pacto comprometía a los firmantes a solucionar toda diferencia de manera pacífica mediante un contacto diplomático constante.

El Pacto no constituyó de ninguna forma una alianza entre alemanes y soviéticos, ni contemplaba un plan para repartirse Polonia. Por el contrario, los soviéticos lo consideraron como una garantía para que el país no se viera envuelto en una guerra ni del lado alemán ni del lado británico; y con este se dotaban de una herramienta para mantener a los alemanes, en caso de que estos invadieran a la vecina Polonia, lejos de la frontera soviética. Además, el Pacto se firmó en un momento en que los soviéticos luchaban contra los japoneses en Mongolia, conjurando cualquier riesgo de una guerra en dos frentes.

Aunque con el Pacto se abandonó la idea de la seguridad colectiva, este se mantenía en la línea de la política exterior soviética de la década de 1930, que buscaba garantizar la paz manteniendo los equilibrios europeos. Con el Pacto los soviéticos reconocían que las negociaciones militares con Inglaterra y Francia habían llegado a un punto muerto por las evasivas y dilaciones occidentales, por lo que buscaron mantenerse al margen de un conflicto a gran escala por sus propios medios.

Pero la URSS no podía evitar lo que era ya un hecho, la guerra. Para el momento de la invasión alemana a la URSS, las tropas nazis acumulaban ya casi dos años de experiencia. Habían probado, y perfeccionado, con éxito las tácticas de guerra moderna en Francia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, los Balcanes, Grecia, Escandinavia y Polonia. Aunque el Pacto de no Agresión les compró tiempo a los soviéticos, dándoles la oportunidad de potenciar su industria, este no fue suficiente para preparase adecuadamente para enfrentar semejante máquina de guerra.

FUENTE: semanariovoz.com