viernes, 10 de diciembre de 2021

Occidente ha contribuido a crear las condiciones que obligan a iraquíes, iraníes y sirios a cruzar el Canal de la Mancha

 

Occidente ha contribuido a crear las condiciones que obligan a iraquíes, iraníes y sirios a cruzar el Canal de la Mancha

 

Por Patrick Cockburn

Rebelion /  Mundo

10/12/2021 

 

Fuentes: Counterpunch [Foto: Restos de botes cerca de Calais, Francia (Gareth Fuller/PA Wire/dpa)]



Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Más que ningún otro gobierno en la historia de Gran Bretaña, este es un gobierno que piensa en términos de eslóganey titulares, y la última prueba de ello es la insensatez de sus propuestas para impedir que personas desesperadas atraviesen el Canal en botes abarrotados y la imposibilidad de llevarlas a la práctica.

El primer ministro Boris Johnson y la secretaria de Estado de Interior Priti Patel deben sus carreras políticas a explotar la xenofobia, de modo que era de esperar que fracasaran al hacer frente a un problema complejo como es el de las personas migrantes que cruzan el Canal, un problema que requiere la cooperación internacional.

Hasta para los pésimos parámetros de los últimos años sería cómica la forma que tienen Johnson y Patel de huir de la realidad, si el resultado no fuera tan trágico. Las propuestas hechas por Johnson en una carta abierta al presidente francés Macron incluyen fantasías como que empresas de seguridad británicas patrullen junto con gendarmes franceses las 125 millas de las playas francesas. ¿Qué país del mundo permitiría semejante merma de su soberanía? Esta idea está a la altura de la muy criticada sugerencia de Patel de embestir suavemente a las frágiles embarcaciones atestadas de gente, que se desinflan al toque de un alfiler, con el fin hacerlas volver a Francia.

Aquellos gobiernos que carecen de una política práctica con frecuencia echan mano a “declarar la guerra” a algún malvado ente (en este caso, traficantes de personas) al que se puede culpar de todo. Un buen ejemplo de ello es la “guerra contra las drogas” declarada por el presidente Nixon hace medio siglo, que tuvo unas tristemente célebres consecuencias vanas y autodestructivas.

La última fórmula mágica es destruir el “modelo de negocio” de los traficantes de personas, a quienes al mismo tiempo se califica de panda de gánsteres asesinos, pero a los que en cierto modo se puede presionar tan fácilmente como si fueran propietarios de pizzerías con amenazas incumplibles de castigos terribles.

Como ocurre en el caso de la heroína y la cocaína, esa política no va a funcionar porque la demanda de lo que proporcionan los criminales (en un caso drogas, en otro instalarse ilegalmente en otro país) es demasiado alta y la recompensa para quienes lo suministran demasiado grande.

Puede que una concepción grandilocuente de la ley y el orden impresione a la opinión pública, pero de un modo u otro la oferta siempre estará ahí. Hay muchas cosas que afectan al precio de las drogas duras en Gran Bretaña, pero no es una de ellas la muy publicitada acción policial.

A pesar de la exhaustiva cobertura que hacen los medios de comunicación de las personas que atraviesan el Canal en botes, todavía se desconoce qué les hace vender sus últimas posesiones, pagar una enorme cantidad de dinero a unos gánsteres y abandonar sus hogares. A todas luces un motivo fundamental es que no ven futuro en sus propios países, pero las razones por las que es tan alta la demanda de los servicios de traficantes de personas son mucho más complicadas.

La identidad de las 27 personas que se ahogaron al naufragar su pequeña embarcación el miércoles nos da una idea de qué ha fallado. Según otros emigrantes, muchas procedían de la ciudad de Ranya, en la región del Kurdistán al norte de Irak. Entre las otras víctimas que han sido identificadas había un hombre y una mujer kurdos, ambos de Siria, dos hombres yemeníes, uno kurdo de Irán y dos hombres iraquíes, aunque no se sabe si eran kurdos o árabes.

Predominan las personas kurdas iraquíes, sirias e iraníes porque la población kurda ha sido la principal perdedora en las guerras de la franja norte de Oriente Próximo. Se aclamó a la población kurda por haber sido una aliada valiente contra el ISIS hasta que este fue derrotado definitivamente en 2019 y esta población fue abandonada a merced de sus muchos enemigos.

Un informe de la ONU calculaba esta semana que para finales de 2021 habrán muerto 377.000 personas yemeníes en la olvidada guerra de Yemen, organizada por Arabia Saudí y respaldada por Occidente, unas 150.000 en los combates y el resto por el hambre que provoca este conflicto.

Muchas de las personas que integran la actual oleada de migrantes que llegan al Canal de la Mancha proceden de cuatro países (Afganistán, Irán, Irak y Siria) que han sido testigo de feroces conflictos militares y todavía sufren sus consecuencias. Es correcto afirmar que Occidente desempeñó un papel fundamental a la hora de llevar la guerra a estos países y no puede eludir la responsabilidad que tiene de los desastres que son consecuencia de ella. Pero la denuncia de la intervención exterior ignora el hecho de que la naturaleza de la guerra en Oriente Próximo ha cambiado en los últimos 30 años y eso ha provocado un tipo diferente de huida en masa. Por consiguiente, se suele discutir sobre unas premisas falsas el debate en Gran Bretaña acerca de si las personas que solicitan asilo son o no auténticos refugiados que huyen de la violencia y la persecución o bien son emigrantes económicos que buscan un mejor nivel de vida.

Puede que esa actitud tuviera cierta validez hace 30 años, pero hoy no, porque se han entremezclado la guerra militar y la económica. Lo vi por primera vez en la década de 1990, cuando Estados Unidos y sus aliados llevaron a la ONU a imponer a Irak unas duras sanciones, equivalentes a un bloqueo económico, después de que Saddam Hussein invadiera Kuwait. El embargo duró 13 años, no contribuyó nada a quitar a Husséin del poder, pero devastó completamente la economía y la sociedad iraquíes, que hasta el día de hoy nunca se han recuperado del todo.

La situación afectó a los kurdos del norte tanto como al resto de la probación del país, a pesar de que eran enemigos acérrimos de Husséin. En la década de1990 visité un pueblo no muy lejos de Ranya (que, según se informó, es de donde eran originarias muchas de las personas que murieron en el Canal esta semana), cuyos habitantes solo podían ganar dinero desactivando unas minas saltarinas especialmente peligrosas, llamadas Valmara, que infestan la zona y vendiendo los explosivos que había en su interior por una miseria. Muchos habían perdido las manos o los pies en los campos de minas.

Irán ha sido durante mucho tiempo el blanco de la guerra económica, que desencadenó Donald Trump durante su presidencia cuando rescindió el acuerdo nuclear con Irán que había firmado Barack Obama. Las sanciones no lograron en absoluto obligar a los dirigentes iraníes a negociar, pero empobrecieron a la población iraní corriente y en particular a la población kurda iraní.

Siria ha estado sometida a sanciones desde que se produjo el primer levantamiento contra Bashar al-Assad hace 10 años, aunque el año pasado Trump las endureció para romper todas las relaciones comerciales con este país. Lo hizo amparándose en la llamada Caesar Civilian Protection Act [Ley César de Protección de Civiles] que no hizo nada para proteger a la población civil, pero provocó el colapso de la moneda siria y generó desnutrición, no solo en las zonas controladas por el gobierno, sino en la controlada por la oposición en torno a Idlib, en los enclaves controlados por los turcos y en la región kurda al noreste de Siria.

La guerra militar y la económica van ahora unidas, de modo que ya no tienen sentido diferenciar entre personas migrantes por motivos económicos y refugiadas políticas que huyen de las acciones militares. Ambas son personas refugiadas a las que diferentes tipos de guerra han expulsado de sus hogares. Con todo, en Occidente hay poca conciencia de que si se destroza la economía de un país, muchas de las personas que habitan en él pueden acabar a tu puerta o pueden morir tratando de llegar a ella.

A Washington le funciona particularmente bien la guerra económica en Oriente Próximo porque los millones de personas que desplaza se dirigen a Europa y no a Estados Unidos. No parece que los europeos lo hayan asumido.

¿Qué se puede hacer para detener o revertir este éxodo? Hay que reconocer la trascendencia de la relación entre sanciones económicas y migración forzada. Hay que considerar el embargo una de las armas de guerra más crueles, un arma que ataca a la población civil y la convierte en refugiada.

Patrick Cockburn es autor de War in the Age of Trump, Verso.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/12/07/the-west-helped-create-the-conditions-that-force-iraqis-iranians-and-syrians-to-cross-the-channel/

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Mujeres de Frente: resistencia y dignidad

 

Organizaciones sociales comunitarias como la brasileña Tela de los Pueblos o la ecuatoriana Mujeres de Frente, inspiradas en la educación popular y en la investigación y acción participativa, aportan valiosas experiencias de resistencia y dignidad.


Mujeres de Frente: resistencia y dignidad


América LatinaFeminismoMovimientos sociales 

 

Raúl Zibechi

El Viejo Topo

10 diciembre, 2021 



Una de las alegrías profundas que me ha deparado la pandemia, pese a todos los dolores, es haber conocido a nuevas organizaciones, siempre abajo y a la izquierda, en diversos países de nuestra América. Teia dos Povos (Red de Pueblos) es una de ellas, que reúne comunidades indígenas, negras y campesinos sin tierra. Realiza la séptima jornada de agroecología en Bahía (Brasil) a fines de enero (https://teiadospovos.org/).

Al calor de la revuelta colombiana descubrimos Canal 2 de Cali (canal2.co), televisora comprometida con la calle, y Radio Contagio de Bogotá (contagioradio.com), con las que emprendimos el camino de coordinar medios independientes, alianza que esperamos ampliar a todo el continente.

Otra organización que desconocía es el colectivo Mujeres de Frente, que nació en la cárcel de Quito en 2004, conformado por mujeres presas y no presas, embarcadas en un proceso de investigación-acción feminista antipenitenciaria.

En su página se definen como una comunidad de cooperación y cuidado entre comerciantes autónomas de las calles, recicladoras, trabajadoras del hogar, estudiantes universitarias, profesoras, artistas, mujeres excarceladas, familiares de personas en prisión, niños, niñas y adolescentes (https://mujeresdefrente.org/).

Las decenas de compañeras de abajo que integran Mujeres de Frente (como comprobamos en un taller sobre autonomías) se dicen sexualmente diversas y casi todas son del color de la tierra: indígenas, afrodescendientes, mestizas y cholas blanquedas, como se nombran, lo que las diferencia de los feminismos de clases medias, blancas y académicas.

Eligieron trabajar en los espacios donde conviven, a partes iguales, los dolores y las resistencias. Nacieron en la cárcel, pero arraigaron donde el tejido social es cotidianamente desgarrado por las dinámicas de acumulación de capital y del Estado penal, que las condena a la exclusión.

Como son mujeres de abajo, trabajan la autonomía material para no depender ni de políticos ni de patrones. En el centro de Quito crearon la Casa de las Mujeres, espacio de encuentros donde circulan personas y saberes, abierto a diversos colectivos y donde funcionan la Escuela de Formación Política Feminista y Popular, el Espacio de Wawas (para niños y niñas), la cocina y el comedor popular, un ambiente para talleres y reuniones, el Taller de Costura y La Canasta Comunitaria de Alimentos.

Con otros colectivos han creado la Alianza contra las Prisiones, porque consideran que la inmensa mayoría de las mujeres y varones presos en América Latina están en la cárcel por delitos de pobreza, o sea robos de celulares, animales de crianza y el narcomenudeo. Denuncian la creciente criminalización de la migración, delito que afecta siempre a las personas más pobres.

El Taller de Costura es un espacio productivo y de aprendizaje, donde las máquinas y los saberes se comparten, así como el producto de las ventas. La Canasta Comunitaria de Alimentos, que también funciona en la casa, es una solución colectiva al problema del hambre y un emprendimiento productivo de un grupo de mujeres. Hacen compras colectivas al por mayor abaratando precios al negociar directamente con los pequeños campesinos que producen alimentos orgánicos.

Casi todas las integrantes de Mujeres de Frente son jefas y cabezas de hogar que no pudieron trabajar durante los primeros meses de la pandemia, ya que sufren persecución policial y estatal si salen a las calles a reciclar, a vender o a desarrollar cualquier otra actividad. Crearon una red de 70 mujeres para acompañarse y enfrentar juntas los momentos críticos.

Se inspiran en la educación popular y en la investigación-acción participativa, publican un periódico al que titularon Sitiadas, que es como se sienten las mujeres de abajo, con un lema que reza: Reflexiones sobre el Estado punitivo y el sostenimiento de la vida sin Estado.

El tercer número, que puede encontrarse en su página, refleja testimonios de vendedoras ambulantes, trabajadoras domésticas y mujeres que, no teniendo empleo fijo, deben hacer de la calle su espacio primordial para sostener la vida. Todas denuncian el racismo imperante, la represión policial y lo que definen como la guerra de los ricos contra nosotras, en la que la estrategia es despojarnos, herirnos, confundirnos, matar nuestra confianza, debilitar nuestra capacidad de lucha.

Tienen claro que es el Estado el que hace la guerra, que aprovechó la pandemia para intentar una limpieza de nosotras comerciantes, destruyendo sus carpas y productos para erradicarlas de la calle, llevándolas al borde de la sobrevivencia porque comen de lo que venden cada día.

Hasta hoy se mantienen firmes, porque no tienen otra vía que luchar para que coman sus hijos. Pero, sobre todo, porque todas sus vidas han sido dolor y resistencia, porque no conocen otra vida que no sea tejerse con otras como ellas; ese modo de vida de los de abajo que llamamos dignidad.

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

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