Para Verstrynge, los
economistas que explican la crisis desde una óptica neoliberal o bien son
rematadamente tontos; o erróneamente creen que el mercado lo arregla todo por
si mismo, o actúan en favor de determinadas clases sociales. Artículo publicado
en El Viejo Topo nº 97, 1996
Defensa del proteccionismo
El Viejo Topo
9 diciembre, 2022
Según Francis
Marmande («La dure loi du marché», Revista «Ligues», París 1993), «el ideal del
mercado es el mercado negro. (Este último) no es ni la desviación, ni la
versión paralela del mercado a cielo abierto, sino la verdad, la purificación,
la exaltación de la ley de la oferta y la demanda… La violación es la versión
acelerada del mercado. La pólvora su símbolo, por excelencia, de rentabilidad».
En base a esta
idea nació el capitalismo; hoy, doscientos cincuenta años después, sigue
prosperando como sistema. Es, como ha dicho Ernest Mandel, la era del
«Triunfal-capitalismo».
Pero el «Dios
Mercado» ha sido en todo momento el eje de una historia que mezcla tragedia y
progreso. Asi, Max Gallo, en su magnífico libro Manifiesto sobre
un oscuro fin de siglo, expone las consecuencias sociales de ese
capitalismo liberal de la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del
presente:
«Miseria
obrera, fisiológica y moral; degradación de las condiciones de vida en los
primeros decenios de la vida industrial; trabajo de los niños; enfermedades
profesionales y accidentes de trabajo; hombres tratados como objetos
desechables después de su uso; mujeres reducidas a la prostitución y al
alcoholismo; ¿quién hará el recuento de las decenas de millones de vidas
humilladas, saqueadas, destruidas, que el capitalismo -antes de que se
organizase la resistencia obrera- arrojó a los altos hornos de su
crecimiento y enterró en los pozos mineros de sus crisis.»
Luego vinieron
las luchas obreras, las Internacionales, los luchadores sindicalistas,
socialistas y comunistas; y las reivindicaciones básicas: jornadas más cortas,
vacaciones, salarios más dignos, desempleo, seguridad social, educación y
sanidad, jubilación, conseguidas al precio de infinitas luchas sindicales, de
la Revolución de Octubre, y del miedo al comunista “con el cuchillo entre los
dientes.” Y también, para ser ecuánimes, gracias a un progreso tecnológico que,
al llevar a la producción en masa de bienes, obligaba, necesariamente, a
repartir medios de compra para absorber esa producción. Luego llegaron las
guerras mundiales y de nuevo los infinitos sacrificios y, a cambio, el informe
«Beveridge» y, en consecuencia, el «Estado de Bienestar», como compensación
amén de como sostenedor del Estado Capitalista.
La propia
ciencia económica progresó por la necesidad de superar las crisis cíclicas,
rebasando la vieja teoría liberal de los ciclos «naturales», de la «mano
invisible», y de las diversas «leyes de hierro», para sustituirla por la lucha
contra el sub-consumo y por el papel del crédito, de los impuestos y de las
obras públicas, bautizado todo ello unas veces con el nombre de Keynesianismo,
otras con el de Planismo. Comenzó así, a partir de la década de los 30, una era
de expansión y de progreso social. Luego, perdieron la guerra quienes la
perdieron: el Fascismo y la Reacción, y como señala Samir Amin (en La
Gestión Capitaliste de la Crise, París, 1995): «el capitalista tuvo que
ajustar sus estrategias a las condiciones sociales que las fuerzas populares y
democráticas, reforzadas por la victoria antifascista, le impusieron. Lo
contrario exactamente de las llamadas políticas de ajuste de nuestra época».
Vinieron pues los tiempos en los que Samuelson pudo definir la economía como la
«ciencia alegre del crecimiento», y los economistas hablar de la Edad de Oro,
de los «gloriosos treinta años» y de los «milagros económicos» de la posguerra.
Porque el
espacio generacional posterior a 1945 se caracterizó por un crecimiento
extraordinario, de carácter fundamentalmente industrial, pero que arrastró
consigo también a los demás sectores: una expansión industrial basada en las
ramas química, electromecánica y siderúrgica, pujantes en la innovación
tecnológica y esenciales a la hora de reconstruir una asolada Europa en un
mundo entonces financieramente estabilizado por el predominio monetario y ban
cario-empresarial norteamericano.
Sin embargo, a
partir del inicio de la década de los 70, el panorama cambia. Y las curvas de
crecimiento se tornan mis oscilantes, con dientes de sierra cada vez más profundos,
a la vez que el crecimiento se ralentiza. Y hoy, el mundo desarrollado y
maduro se enfrenta a una doble crisis económica: de ciclo y de mutación
estructural. A su vez, en el resto del mundo, surge el contragolpe de la crisis
de los «desarrollados».
Al agotamiento
de las potencialidades de crecimiento económico de posguerra por el lado de la
oferta, tanto del factor de materias primas (excepto la energía) como del
tecnológico (se está ralentizando notoriamente la innovación excepto en algunos
sectores de las comunicaciones), se suma un fenómeno de agotamiento del
crecimiento por el lado de la demanda en la CE y en USA. Por otra parte, en
cuanto a los precios, nos hallamos en fase descendiente del ciclo Kondratiev y,
además, en una fase negativa de endeudamiento empresarial (ciclo
Haberle-Sicogne).
No contribuyen
a reanimar la demanda los descensos continuados de la natalidad, la debilidad
estructuralmente congénita del sector exterior, la deslocalización industrial
que crea paro y deprime aún más la demanda, la crisis de la inversión (también
por la caída de las tasas de acumulación y de beneficio del capital), la caída
del crecimiento de la productividad, los errores de la política monetarista y
el flotamiento de los keynesianos ante una estanflación persistente, así como
un descenso de la capacidad adquisitiva del Tercer Mundo.
Todo ello ha
configurado una crisis económica de carácter pre-depresivo o, cuando mínimo,
recesivo de caídas múltiples que, para colmo, coincide con un cambio
estructural profundo como es, a través de la mecanización, el orillamiento del
trabajo humano del proceso productivo, y por ende la llegada de la era del
trabajo sobrante. Mas, como dice el proverbio, «si los imbéciles volasen
taparían el sol», (o quizá tratarían de gestionar la crisis de «forma
capitalista»).
De esta guisa,
al inicio de esta década de los 90 el panorama de la reacción frente a la
crisis es el siguiente: Triunfo del monetarismo, del equilibrio presupuestario
(aún a costa de la reducción de gastos sociales esenciales no solo para los
trabajadores sino incluso para la supervivencia de la actividad económica), del
dinero caro, de la productividad a toda costa, y del absoluto y total
predominio de la economía sobre la política (sobre el destino social común, el
gobierno de los hombres, la solidaridad entre las personas). Todo esto se ha
agravado porque las medidas adoptadas sólo tienen en cuenta soluciones
favorables al capital.
Como primer
ejemplo: la inflación perjudica el rendimiento del capital. Se luchará pues
prioritariamente contra ella aun cuando jamás se ha conocido, en la historia
económica, crecimiento sin algo de inflación; así son sacrificados el consumo,
el empleo…
Segundo
ejemplo: se luchará tanto más contra la inflación en lugar de contra el paro
cuanto que, a menor paro, mayor precio del trabajo, con lo que no sólo puede
reactivarse la inflación sino que caerán los beneficios empresariales; descenso
del paro implicará pues, ante la pasividad del Estado, partidos y sindicatos,
descenso de la bolsa. A su vez, se reducirá el consumo interno, pues éste será
visto como una causa de aumento de la inflación; por ello, no se hará nada o
poco, o con poca convicción para remediar la caida del consumo…
Tercer ejemplo:
mantener tasas altas de rendimiento en épocas de tendencia a la caída de
beneficios sólo se puede obtener:
–Por saltos
tecnológicos fuertes
–Dopando el
consumo (pero eso podría provocar inflación)
–Consiguiendo
dinero barato: hay que crear abundancia de medios monetarios a disposición de
la inversión (dado que abundancia implica abaratamiento!
Entonces, sobre
la base de un postulado no sólo injusto sino falso (a saber, que las pensiones
sólo son financiadas a través de las previas cotizaciones de los trabajadores,
pero que dadas las actuales pirámides de edad y el paro, disminuye la cifra de
cotizantes), se incita a la población a recurrir a los fondos privados de
pensiones, es decir, se obliga a un sobre-ahorro forzoso y se cancela una parte
del ahorro previo de los trabajadores cuando se reducen sus pensiones públicas.
Paralelamente se reducirá la presión fiscal sobre los ricos para financiar de
nuevo más ahorro excedentario. Igualmente, se generalizarán los impuestos
indirectos sobre el consumo para de nuevo gravar el consumo, y otra vez descargar
impositivamente las rentas altas.
Cuarto ejemplo:
libertad de circulación de capitales, alias «Mundialización», para compensar la
tendencia a la baja de los beneficios del capital, y así poder moverse
libremente hacia donde quieran sus dueños, hacia donde consigan más
rentabilidad.
Esta última es
la medida más importante en defensa del capital, pomposamente llamada
«Mundialización de la economía» o «Globalización». Pero esta «Mundialización»
sólo existe para:
–Favorecer las
exportaciones, es decir, frenar el consumo interno (con los corolarios ya
vistos: menos consumo, más ahorro, menos inflación, etc.); es el mismo «rollo»
que antaño el mito del libre comercio.
–Favorecer la
acumulación de capitales: la competitividad económica requiere concentración…
–Para hallar
oportunidades (productos, países, etc..) nuevas donde invertir con la seguridad
de poder repatriar beneficios y capital, pero, sobre todo, poder hallar
inversiones más rentables…
Este punto de
la libertad absoluta de acumulación de capitales es esencial para todos
aquellos que han descrito el llamado «proceso de Mundialización»: Ignacio
Ramonet, Noam Chomsky, Ricardo Petrella, Samir Amin, J.F. Kahn, José Mª Vidal
Villa, etc.. Este último afirma (en su libro Mundialización, 1995):
«La Mundialización requiere la libre movilidad de capital a escala mundial.
Este es uno de los aspectos en los cuales el proceso está más avanzado». Pero
las consecuencias son terribles:
- Economías desestabilizadas (véase México y el impacto de su crisis
sobre la lira, la libra, la corona sueca, la peseta…).
- Quiebra de las soberanías nacionales (intervenciones cada vez más
frecuentes y duras del FMI, préstamos a cambio de garantías abusivas).
Y quien se
desvía es literalmente atracado; véase el caso ruso: el atraco a este país está
siendo llevado a cabo mediante el llamado «método de la deuda» o de la «puesta
al paso» o «sincronización económica».
El «Método de
la deuda» nació en el siglo XIX y fue aplicado entonces, con éxito, en América
Latina y Oriente Medio, y en África y América Latina durante el actual siglo.
Ahora, ese «método» le está siendo aplicado a Rusia; consiste en hacer que:
- El deudor se endeude imprudentemente e invierta mal o gaste lo
prestado.
- Para devolver el préstamo, el deudor tiene que aumentar (como le
señala el FMI) sus exportaciones, para lo cual aplica programas de ajuste
que son, esencialmente, programas de generación artificial de excedentes
económicos que poder exportar (por ejemplo, mediante la política de los
llamados «precios reales»).
- Ahora bien, el endeudado exportador ni está seguro de poder mantener
los precios de venta de sus productos, ni tampoco que el mercado
internacional adquiera ese excedente de bienes, apareciendo el riesgo de
paro y de ralentización de la actividad económica… Si el deudor consigue
pagar sus deudas, sale del atolladero; si no, tendrá que volver a pedir
prestado para pagar los plazos de aquéllas… lo cual sólo obtendrá si
aplica aún con más rigor la política de ajuste estructural propuesta por
el FMI, o sea, desregulación de los mercados, austeridad fiscal,
devaluaciones monetarias, descenso de los salarios, alza de los tipos de
interés, privatizaciones, etc.
- Y ello con consecuencias reales tales como que el país endeudado (en
este caso Rusia) tenderá a vender cada vez más sus materias primas para
obtener ingresos inmediatos, aunque sea rompiendo precios (es decir,
malvendiendo).
- Lo cual beneficiará sobre todo al extranjero (que compra esas materias
primas baratas y esos bienes vendidos a bajo precio) y no a la industria
rusa (la cual no podrá disponer ni de esas materias primas baratas ni de
esos bienes a bajo precio).
- Lo que el país deudor ingresará por esas ventas tomará inmediatamente
camino de los bancos de los países acreedores (el famoso «servicio de
deuda»).
- No sólo no se impedirá la huida de capitales {llamada «libre
circulación de capitales») sino que ésta será alentada. La inquietud que
genera la aparición de dificultades económicas cada vez mayores en el
deudor expulsará los capitales hacia los acreedores…
- Paralelamente, se producirá una «dolarización» de facto de la
economía: con cada devaluación (exigida por la política de ajuste del
FMI), mayor será la tendencia a huir de la moneda nacional (el rublo),
para refugiarse en la moneda acreedora (dólar y otras).
- Aparición del «narco-capitalismo». En el país deudor, ante la
desaparición de los ingresos clásicos la crisis económica incitará a
comportamientos individuales y grupales que permitan ingresos
alternativos: droga, corrupción, ilegalidades varias… Además, el sector
«narco-capitalista» tiene como principal función permitir que una parte de
los dólares pagados en concepto de servicio de la deuda vuelva al país
deudor…
- Mientras los acreedores recuperan su dinero, (y ello les hace la
espera más interesante) pueden participar en la invasión de! País deudor
por productos de los países acreedores (pues el FMI y el G7exigen siempre
la liberalización de intercambios) y en la compra de las privatizaciones,
adquiriendo las más interesantes y a buen precio. Habitualmente, ello
acentúa el deterioro económico, pues las privatizaciones suelen acarrear
más despidos.
- Si se ve que el país deudor puede «quebrar», para paliar que suspenda
el pago de la deuda se le pedirán garantías físicas (caso del petróleo
mexicano), o financieras (caso de las aduanas otomanas), u otras
(compromisos de desarme, o de no rearme), o de realineamiento en política
exterior (caso de Rusia).
La crisis que
atravesamos no es una crisis económica sencilla. Así, no es normal el nulo
impacto económico positivo de la guerra contra Irak, dada la reconocida
eficacia de los conflictos bélicos contra las crisis cíclicas del capitalismo.
Los periodos de retroceso o de estancamiento se alternan con
recuperaciones ficticias o muy cortas. Japón y Alemania están cada vez peor,
Francia no despega, y los casos de USA y UK se basan en la creación de empleos
precarios y son relanzamientos momentáneos causados por la disminución del
endeudamiento y, a veces el aumento del beneficio empresarial, pero con nula
reactivación del consumo.
Esta crisis
está repercutiendo cada vez más negativamente sobre lo que queda del Estado de
Bienestar. ¿Cuáles son los ejes del asalto al que éste está sometido? Amén del
artificial y forzado descenso del nivel de vida (por la creación forzada de
excedentes para las exportaciones, del descenso de los salarios monetarios y de
los reales y del fomento del sobre-ahorro de las clases menos pudientes), están
las privatizaciones masivas en muy sabrosas condiciones para el capital, el
recorte paulatino de los seguros de desempleo y de jubilación, y el de las
prestaciones sanitarias y educativas…
Todo ello con
un trasfondo de retorno a las argumentaciones reaccionarias sobre la inutilidad
del progreso social y el carácter intrínsecamente vago de los trabajadores a
los que el seguro de desempleo o salarios decentes «desmotivan» o vuelven aún
más perezosos…
Como la mayoría
de los economistas no corrigen el tiro, como se obstinan en que la equivocada
es la realidad, sólo cabe pensar:
- Que los economistas creen sinceramente que hay que volver al
monetarismo clásico: una «gestión capitalista de la crisis» intentará
sobrellevarla hasta su término, hasta que las curvas, «naturalmente»,
vuelvan a ascender. Lástima, el economista especialista en econometría,
Timbergen, ha calculado que los dramas sociales de nuestra época quedarán
resueltos, de aplicarse las recetas del Banco Mundial y del FMI, en unos ¡908
años!
- Que entre ellos abunden los tontos.
- Que se dedican a encubrir, con pseudo-cíencia, una actitud de clase o
favorable a determinadas clases sociales.
Porque hay
evidencias de las que, sin embargo, nadie habla. En el interior del sistema, el
obrero, el trabajador, el Estado de Bienestar se enfrentan a tres volantes de
paro:
- el coyuntural, derivado de la incapacidad de los actuales dirigentes
de hallar soluciones imaginativas para combatir la «sequedad» de las
recuperaciones
- el estructural, derivado del orillamiento del trabajo por la
robotizacion
Ambos son
remediables mediante el reconocimiento: 1°) de que la sociedad industrial ha
resuelto el problema de la producción; 2º) pero no el del consumo; 3º) que éste
último ya no se puede resolver vía salarios; 4º) por lo que hay que ir a una
primera desconexión histórica: la de la remuneración exclusivamente por el
trabajo, por una parte, y enfocar la cuestión de la reducción del tiempo de
trabajo, por la otra…
A esos dos
volantes de paro hay que añadir otro, también interior: c) el de la nueva
modalidad de trabajo servil para jóvenes, y el constituido por los esfuerzos
tendentes a aplazar la edad de jubilación (medida absurda, por cuanto a los 60
años, la mitad de los trabajadores llevan ya años sin trabajo).
Pero hay más:
es necesaria una segunda desconexión, porque el mayor y más inmediato peligro
para el mundo del trabajo y para el Estado de Bienestar es que corre el riesgo
de «taiwanización», derivado de la imposición del libre comercio y de la libre
circulación de capitales. Es el cuarto cinturón, exterior. Y agravado por la
deslocalización.
Ya hemos visto
por qué ejes es asaltado el Estado de Bienestar. A lo que se va es a la
destrucción de la mayor parte de lo arrancado. Como apunta Samir Amin,
«el paro es deseado, por el Estado del capital, para romper lo conseguido por
el movimiento obrero». Porque si en economías de predominio de la demanda o de
«crecimiento autocentrado», el mercado interior es el eje y, para absorber los
excedentes, hay que subir el nivel de salarios y, por ello, el de vida, en el
modelo de libre cambio, por el contrario, juega de lleno la rivalidad salarial.
Con claridad, el efecto real, hoy, del libre cambio, de la mundialización, es
el predominio casi absoluto del capital y el derrumbamiento del modelo de
protección social. En el estudio magistral, llevado a cabo por Paul Bairoch,
titulado Myths e t paradoxes de l’histoire económique,
bastan doscientas noventa páginas para destrozar la tesis de que el libre
cambio favoreció históricamente a los pueblos, excepto (y no siempre tampoco) a
la Gran Bretaña y luego al mundo anglosajón. Bairoch demuestra, con cifras
irrefutables, que la imagen de un «siglo XIX paraíso del proteccionismo» es
radicalmente falsa. La consideración de la década de los 20, en este siglo,
como una década proteccionista es, igualmente, falsa, como lo es la acusación
hecha al proteccionismo de haber sido el causante de la gran crisis del 29:
el proteccionismo ni fue la causa del crack, ni una de ellas.
Sencillamente, no existió en el periodo considerado.
Pero, además,
prosigue Bairoch, tampoco es cierto que los periodos considerados más
librecambistas lo fueran realmente; sin embargo, sí que puede ya establecerse
una identidad entre los periodos de mayor crecimiento económico y un mayor
grado de proteccionismo (o, lo que es lo mismo, de menor liberalización legal
de los intercambios). Mas aún; increíble, pero cierto: los años de mayor grado
de protección lo han sido también de un desarrollo más vigoroso de los
intercambios exteriores.
En realidad,
siempre según Bairoch, no ha habido más que dos fases de libre-cambio real en
Europa: entre 1860 y 1879, a consecuencia del Tratado Anglo-francés al
respecto; y, un siglo después, desde mediados de la década de los 60 hasta la
actualidad.
Ahora bien,
además de la crisis del 29, el mundo no ha conocido más que dos crisis de igual
o similar magnitud: la de 1869-1873, con una caída brutal del P B por
habitante; y la actual… «No al proteccionismo», «No al desarrollo
aurocentrado», es pues el primer tabú que debe ser abandonado, sin rubor ni
duda alguna. Ello tanto más cuanto la obligación de centrar el crecimiento
económico en el propio mercado continental (hablamos siempre de mercado
continental, no de mercado nacional) obliga a fomentar el consumo interno y el
alza del nivel de vida de la propia población, y a respetar e incluso a
potenciar el «Welfare State». Proteccionismo, es decir, la protección de
grandes espacios económicos frente a otros, de manera que no se permita la
generación de más del 12-15% del PNB por el sector exterior de la economía
considerada, y que equivale pues, sobre todo hoy, a más nivel de vida y mayor
bienestar social.
Y no se
argumente que ello frenaría el progreso técnico. Los actuales procesos de
concentración de capital sí que son peligrosos; pero bloques de 350-400 ó más
millones de habitantes son el primer seguro contra aquello. Deniro de los
bloques autocentrados, habría una libertad radical de comercio y circulación de
capitales y, por ello, una rivalidad, empresarial y tecnológica, real: no
se permitirá a las empresas cubrir más de una cuota dada de mercado del bloque
geográfico de crecimiento autocentrado. Hacia fuera, complementariedad y
rivalidad limitada.
Además, cerrar
hasta el 15% los Bloques «autocentrados» es lo único que puede obligar a los
demás Bloques a tener que absorber el excedente productivo a través de la
demanda interna; y por ello, esta es la mejor arma contra el subdesarrollo y
contra la dictadura económica y social del capital. Recuérdese, finalmente,
que:
- Hay que rechazar, por falsa, la afirmación según la cual existe una
relación inversa entre mayor «Estado de Bienestar» y competitividad. Lo
cierto es que esta última requiere la existencia de un elevado número de
empresas, lo cual a su vez exige un gran mercado, única garantía de que
exista una demanda amplia y sostenida…
- La economía sólo crece, real y duraderamente, gracias al mercado
interno…
- Al mercado exterior sólo pueden ir los excedentes reales, no los
creados artificialmente.
- Aumentar estos excedentes bajando el nivel de vida de la población, es
decir, disminuyendo la demanda interna, sólo producirá dificultades
mayores para, cuando el tirón del comercio exterior se agote, volver a
requerir una demanda interna -repito, deprimida hoy adrede- para tirar del
carro.
Artículo publicado en El Viejo Topo nº 97, 1996.