López
Arnal ha rescatado estas palabras de Fernández Buey en unas Jornadas
organizadas por la extinta Plataforma Cívica de Derechos Sociales el 11/6/95.
Tras la convocatoria de actos y manifestaciones contra la reforma laboral, la
Plataforma fue desautorizada por la dirección de CCOO.
Hacernos personas a pesar del capital
Francisco
Fernández Buey
El Viejo Topo
19 julio, 2023
Agradezco la
invitación de la Plataforma Cívica para clausurar estas Jornadas. Y lo
agradezco de corazón, porque pienso que una iniciativa en favor de la defensa
de los derechos sociales como ésta que tomasteis, aquí en Madrid, ahora hace
poco más de un año (el 20 de mayo del 94), estaba haciendo falta, era ya una
necesidad.
Y como era una
necesidad social estoy convencido de que acabará cuajando en todo el país. A
pesar de las rutinas, a pesar de las desinformaciones y a pesar de los
obstáculos con los que todavía está topando la iniciativa.
Al hablar de
desinformación me refiero al hecho de que hasta ahora, por lo que yo sé, la
mayoría de los medios de comunicación, en vez de informar de la iniciativa sólo
la han mencionado para deslizar sospechas. Y al referirme a rutinas y
obstáculos quiero aclarar desde el principio, como viejo afiliado a CCOO, que
comparto punto por punto la argumentación de Agustín Moreno en su propuesta de
resolución para la Comisión Ejecutiva Confederal del 10 de enero del 95.
En la polémica
con el Consejo Federal de CCOO Agustín Moreno llevaba más razón que un santo
cuando dijo que ante el negativo panorama creado por la contrarreforma laboral
de estos últimos años hay que moverse en todos los frentes posibles: empezando por
el sindical, desde luego, pero también en el social, en el jurídico y en el
político. La pretensión de que nuestro sindicato, o cualquier otro de los
sindicatos de clase, ya hacen eso, ya están haciendo lo que hay que hacer al
respecto, o es una respuesta meramente administrativa o desconoce la realidad
sociolaboral y sociopolítica del país.
Me parece,
pues, que lo primero que hay que decir al concluir estas Jornadas es que el
Consejo Confederal de CCOO debería rectificar su decisión en este punto. Lo que
la Plataforma Cívica plantea es justo y es necesario. La trayectoria de las
personas que asumieron la iniciativa en un principio, aquí, en Madrid
–Gimbernat, Martín Seco, Frutos, Ladislao Martínez, Víctor Ríos y Agustín
Moreno– es, en mi opinión, una garantía moral. Y no hay duda de que su objetivo
rebasa la actividad sindical actual de todos los sindicatos existentes.
Nadie debería
ver, pues, competencias ni fantasmas donde no los hay. Nadie pretende sustituir
a los sindicatos de clase. Pero hay, sí, un punto conflictivo que conviene
abordar aquí porque es una cuestión objetivamente importante y porque varias de
las personas que han intervenido en estas Jornadas han aludido a la
responsabilidad de los sindicatos en el mal momento por el que se está pasando.
Yo prefiero
plantear la cosa centrando la atención en la existencia, cada vez más evidente,
de zonas de intersección en la actuación de los sindicatos, de los partidos
políticos de la izquierda y de las organizaciones sociopolíticas preocupadas
por los derechos sociales. Hay un montón de temas sociopolíticos,
socioeconómicos y socioculturales que hoy en día interesan y preocupan por
igual a sindicalistas y personas comprometidas en organizaciones de muy amplio
espectro y de las que aquí mismo, en estas Jornadas sobre protección social,
tenemos una muestra representativa.
La ampliación del área de actuación de los sindicatos en el mundo contemporáneo
vino dada inicialmente por la dimensión de las políticas sociales de los
Estados desde hace algún tiempo. En la última década esta ampliación del área
de actuación sindical se ha hecho aún más pertinente por las restricciones a la
protección social que han supuesto las distintas variantes de las políticas
neoliberales. Acerca de la dimensión y la dirección de estas restricciones se
ha concretado ya lo suficiente en estas Jornadas, de modo que no voy a
detenerme en ello. Es obvio que, en tales condiciones, los sindicatos no se
pueden limitar a la defensa de los intereses de sus afiliados. Ni siquiera a la
defensa de los intereses de los trabajadores asalariados en general.
En una sociedad
cuyas tasas de desempleo oscilan entre el 15% y el 24% es evidente que los
sindicatos tienen que preocuparse también por el origen, las causas y el futuro
del paro. Salce Elvira, Andrés Bilbao y Jesús Albarracín se han referido al
cambio de mentalidad que supone el que hace unas décadas los economistas
consideraran por lo general que con un 15% de desempleados las sociedades
capitalistas estaban abocadas a una fase de revolución social cuando
últimamente se toleran tasas muy superiores y encima se dice que son “naturales”, “lógicas”. Hay que dar una
explicación a ese cambio de talante. Hay que decir que no es lo mismo un 15% de
parados en el marco de un sistema productivo nacional-estatal que ese mismo 15%
de desempleados nacionales en el marco de la economía-mundo, en un Imperio
único en el que millones de personas son tratadas diariamente por el capital
(en Asia, parte de África y parte de América) como mercancías en el sentido más
literal de la palabra, como esclavos, como siervos sin ningún tipo de derechos.
En una sociedad
en la que el industrialismo capitalista depreda la naturaleza con efectos muy
negativos para el conjunto de las poblaciones es evidente que los sindicatos
tienen que preocuparse por el origen del problema medioambiental y sus
consecuencias. Y así sucesivamente.
Siendo esto
así, lo cierto es que hay en los sindicatos una tendencia a limitarse a la
defensa tradicional del puesto de trabajo y de los intereses de los
trabajadores con trabajo, y a ver luego como una injerencia la preocupación de
otros por la situación de los desempleados y de los que no han llegado a tener
un puesto de trabajo, de los marginados y excluidos, o más en general, la
preocupación por la reducción o el recorte de los derechos sociales del
conjunto de la población que se derivan de la nueva legislación.
Pero es que,
además, los sindicatos no pueden moralmente estar callados ni pueden limitarse
a hacer una declaración de vez en cuando en una sociedad, como la nuestra, en
la que se observa el envilecimiento de la vida política, el avance de la
corrupción de los poderes públicos, el uso de fondos reservados para financiar
el crimen y la corrupción y los intentos de un gobierno autodenominado
socialista de ocultar el crimen de estado tapando la boca a los jueces que se
atreven a decir lo que hay.
También en esto han de intervenir los sindicatos con claridad.
El problema es
cómo, cómo intervenir: si en la línea tacticista y subalterna de los primeros
pactos de la Moncloa, en la vieja línea carrillista, o buscando nuevas formas
de hacer política también en esto.
No pretendo
reducir las cosas a un esquema maniqueo para que de ello salga la conclusión
que tiene que salir. Ojo. No estoy diciendo que en las condiciones actuales
toda negociación sindical con el actual gobierno debe prohibirse con el
argumento de que cualquier negociación apuntalaría políticas económicas
desfavorables servidas, además, por colaboradores de corruptos. No es eso. Hay
negociaciones necesarias que están por encima de la circunstancia política, sin
duda. No estoy pensando en eso, sino más bien en la tentación, que parece estar en el ambiente y que
está siendo ya sugerida por algunos medios de comunicación, de establecer
pactos globales bajo la hipótesis, una vez más, de la excepcionalidad de la
situación política actual.
En este sentido quiero advertir de una cosa. Si con los pactos de la Moncloa
salió reforzado el empresariado y el sector pseudosocialista de los sindicatos
y de las organizaciones políticas, lo más probable es que un pacto social de
esas características ahora, con un 24% de desempleados y un porcentaje tan alto
de personas al borde la pobreza, favorezca (además de al empresariado
nuevamente) una reacción neofascista por abajo. Este es un peligro que se tiene
muy poco en cuenta al hacer cálculos de futuro porque, en general, todavía se
sigue creyendo erróneamente que la reacción neofascista es sólo cosa de los de
arriba o de los de en medio. Como estas son unas jornadas para la reflexión
propongo también a reflexión esta hipótesis sin ánimo de provocar a nadie.
Pero volvamos
al hilo principal.
El compañero
Víctor Ríos planteó el problema de las zonas de intersección en las actuaciones
de los sindicatos y las organizaciones sociopolíticas en un artículo publicado
hace unos meses en El Mundo, a propósito, precisamente, de la
polémica que estaba suscitando en CCOO la Plataforma Cívica. No he visto que
ese planteamiento se haya discutido luego abiertamente. Al menos en Barcelona
no se ha discutido.
El asunto es
que la progresiva ampliación de las tareas y objetivos del movimiento sindical
a campos que tradicionalmente estuvieron reservados a los partidos políticos de
la izquierda ha creado fricciones aún por resolver y acerca de las cuales ha
habido muchas, demasiadas, oscilaciones, tanto en los sindicatos mayoritarios
como en las organizaciones políticas de la izquierda transformadora.
Algunas de
estas fricciones son, me parece, inevitables por el momento. El que las haya no
es malo. Pues eso significa que algo se mueve: donde hay discusión y polémica
hay vida. Lo malo es que las fricciones sobre estas zonas de intersección de
los problemas sindicales, sociales, culturales y políticos se produzcan
inconscientemente o que se pretenda reducirlas a expresión de meras maniobras
por el control de los sindicatos. Sobre todo en España, donde hay una vieja
tradición de crítica de lo político que coincide con la ampliación de las áreas
de intervención sindicalista. La tradición anarcosindicalista tiene mucho que
ver con eso. La tradición que representa CCOO también.
A partir de la
constitución de la Plataforma Cívica en favor de los derechos sociales se hace
cada vez más importante encontrar vías y lugares para discutir precisamente
acerca de estas zonas de intersección si no se quiere andar oscilando de un
lado a otro, como un péndulo, desde la exaltación eufórica del papel de los
sindicatos en la
resistencia contra las políticas económicas neoliberales (hace unos años) al
desprecio de la orientación pactista de los mismos sindicatos en relación con
la reforma laboral (ahora mismo).
Probablemente
lo primero que hay que hacer para discutir en serio acerca de estas zonas de
intersección sea renunciar a los viejos ticts: de un lado, a la pretensión
política de usar los sindicatos como correas de transmisión de organizaciones
que se supone que están por encima y, de otro lado, a la pretensión sindical de
monopolizar los asuntos de los trabajadores. Tengo que decir que algo se ha
hecho en esa doble dirección, pero que no se ha hecho todo lo que se dice haber
hecho. Por lo menos no se ha hecho lo suficiente como para superar los viejos y
nuevos resabios en esto.
Lo que queremos, lo que nos une a las personas que estamos aquí, pertenecientes
a varios sindicatos, a plataformas sindicales o a organizaciones sociopolíticas
que siempre han estado próximas a los sindicatos, es: 1º mejorar la capacidad
de diagnóstico sobre el momento presente de los trabajadores y en torno a los
derechos sociales, 2º y, en consonancia con ello, generalizar a todo el país
esa reflexión sobre el empleo, sobre los derechos laborales, sobre la
recuperación del valor de la negociación colectiva y sobre el papel de los
sindicatos para 3º propiciar la movilización de los sectores sociales
interesados, de los parados, de los desempleados, de los excluidos, de los
trabajadores en precario, de los trabajadores sindicados y , en general, de las
personas sensibles que en nuestra sociedad se dan cuenta de cómo se están
perdiendo derechos que ha costado mucho sudor y mucho esfuerzo conseguir a
través de la lucha social y democrática.
En relación con
los dos primeros puntos de la propuesta creo que se está haciendo urgente una
reconsideración de la cultura de la izquierda sobre la condición obrera y sus
contradicciones. Tal reconsideración está en la base de estas jornadas y se ha
aludido varias veces a ello con preocupación. Su punto de partida tiene que
ser, me parece, el análisis de los efectos del cambio que se está produciendo
en el concepto de trabajo, y, más en particular, el análisis de las consecuencias
que la crisis del taylorismo está teniendo ya en los países del área geográfica
en que vivimos.
En este punto
sigue habiendo algunos prejuicios e incomprensiones que tenemos que superar.
Que tenemos que superar juntos, quiero decir. El centro de trabajo está
cambiando aceleradamente. La situación del trabajo también. El trabajador de la
cadena industrial de montaje, que fue durante mucho tiempo el símbolo cultural
de los sindicatos y el héroe de no pocas novelas y películas neorrealistas,
está siendo sustituido por un trabajador transversal y polivalente preocupado
al mismo tiempo por la inseguridad y por la formación permanente. No hay duda
de ello. Pero este trabajador de la época postfordista suele tener al lado,
aunque no siempre lo sabe, al albañil, puteado por el thacherismo, de las
películas de Loach o al inmigrante de provincias sin trabajo, abocado a la
prostitución, que acaba de voluntario en los paracas, como En la boca
no de Techiné. Las diferencias entre el obrero industrial clásico, el
asalariado en situación precaria, el joven con un contrato basura, el
inmigrante que busca trabajo, el trabajador de la sanidad o de la enseñanza
públicas y el nuevo trabajador transversal y polivalente son tantas que no
caben de ninguna manera en un sindicato aún movido por el viejo esquema
reivindicativo.
Al llegar aquí
me imagino la tarea de la Plataforma Cívica como una película en la que
logramos poner de acuerdo al albañil de Loach con el emigrante de Techiné y con
el héroe de Vasco Pratolini y con el fontanero de aquella sátira estupenda
titulada Brasil y a todos ellos con el experto en informática
que hace la competencia a Hacienda desviando los céntimos de las nóminas en la
última versión de Supermán? De momento, todos esos personajes corren por ahí,
entre nosotros, sin vínculos entre ellos y tal vez sin conocerse.
De las
intervenciones escuchadas aquí, más allá de la diferencias y de las polémicas,
se sigue que todos queremos, en los próximos tiempos, poner de manifiesto la
otra cara del actual proyecto empleo en nuestro país. Empleo estable y alojamiento
digno son los dos clamores de los excluidos, de los proletarios y de los de
abajo en nuestro
país y en Europa. Uno de los aspectos más definitorios de la Plataforma Cívica,
por lo que hemos escuchado durante estos tres días, es la preocupación por la situación
de los desempleados y de los excluidos. Creo que éste es un punto clave: cómo
actuar en el territorio en tanto que trabajadores o desempleados que somos al
mismo tiempo ciudadanos.
Se habla ya de nuevas propuestas gubernamentales para la pacificación social y
de inminentes ofertas a los sindicatos. Habrá que estar atentos también en este
punto. No nos ocurra que vuelva a jugarse con los intereses y con los derechos
de los trabajadores y de las personas que buscan trabajo en nombre del miedo
ante el futuro político. Hay quien ha elegido como estrategia dar voces
diciendo que viene el ogro para asustar a los de abajo y pactar con los de
arriba el disfraz que debe ponerse al ogro ya existente. Porque el ogro lo
tenemos ya aquí. Hace tiempo que ha venido.
Pactar con este
gobierno o con otro la aplicación de la actual reforma laboral o de una segunda
reforma laboral que fuera en la misma dirección que la primera es hacerse la
ilusión de que no hay ogro porque nosotros mismos somos parte de él.
Creo que una de
las tareas actuales de la Plataforma Cívica es transmitir esta convicción a los
ciudadanos, sindicados o no, en un momento particularmente complicado por las
especulaciones políticas. De esta complicación (el peligro de un giro más a la
derecha) no se puede prescindir. Y por ello, para no chocar innecesariamente
con las incomprensiones que tienen su origen en el miedo a la vuelta de la
derecha política, con las incomprensiones de personas próximas en muchas cosas,
hay que poner mucha atención, me parece a mí, en esto: en las formas que hemos
de emplear para que el miedo, que se ve venir, no frene las reivindicaciones
sociales, económicas y culturales que las gentes de abajo consideran justas.
Sabemos, además, que el ataque a los derechos sociales de los trabajadores no
es privativo del país en que vivimos. Es uno de los efectos de esto que llaman
“modelo de desarrollo” y que no puede ser “modelo” de nada ni desarrolla otra
cosa que lo que ya estaba desarrollado antes. Por ejemplo, la hegemonía del
capital financiero en el plano nacional, estatal y mundial, como ha dicho
Carlos Alfonso, de la Asamblea Democrática de Vallecas. Ese mismo modelo de
desarrollo es el que potencia la mercantilización y privatización de la Escuela
Pública a través del anteproyecto de Ley de Evaluación, participación y
gobierno de los centros públicos justamente denunciado en mayo de este año por
los Sindicatos de la Enseñanza y por la Plataforma Cívica por abandonar la
concepción del sistema educativa como servicio público y prioritario.
El mismo modelo
encontramos en Europa. El 13% de los europeos de la Unión se siente excluído de
la sociedad en que viven, el 12% está en paro, el 30% ha sufrido el desempleo
en los últimos cinco años.
Tantos o más
que los que se sienten excluidos en España. En La Unión Europea hay más de 50
millones de pobres y 3 millones de personas no tienen alojamiento. Si el
desempleo es estructural, si “el paro es de larga duración”, como dicen Salce y
Mª Cruz Elvira, también la pobreza, en España y en Europa, es duradera, no
transitoria. Es sintomático el hecho de que el 40% de los europeos, según una
macroencuesta elaborada por la Comisión Europea con una muestra de casi trece
mil personas, considere que el actual proceso de construcción de Europea está
haciendo aumentar la diferencia entre ricos y pobres.
Todas las
encuestas realizadas por la Comunidad Europea en estos últimos años recogen el
mismo clamor mayoritario: “Es necesario que se garanticen los derechos económicos,
sociales y políticos para poder vivir con dignidad”. La gente quiere que los
poderes públicos actúen en ese sentido, pero al mismo tiempo el 70% de los
europeos encuestados considera que los actuales poderes públicos no hacen nada
para erradicar esta situación. En España, por ejemplo, se ha calculado que
haría falta un mínimo de 100.000 millones de pesetas anuales (cinco veces más de lo que se
dedica actualmente) para mitigar las pésimas condiciones de quienes viven al borde la pobreza.
Paro de larga
duración, aumento de las diferencias, consolidación del nuevo tipo de pobreza,
también de larga duración, y especulación por arriba con los fondos destinados
a paliar la exclusión social son los ingredientes de una bomba social de efecto
retardado cuyo “seguro” ha sido, de momento, la compra política de las
consciencias de tanta gente pobre, una compra desleal denunciada en su día con
valentía sin par por nuestro Diamantino García, denuncia que Gordillo y el SOC
han reiterado muchas veces, la última en una entrevista que publica la
estupenda revista Exodo.
El “seguro” de
esa bomba social acabará saltando en los próximos años, de eso no hay duda. Y
sin embargo, de esto apenas hablan la mayoría de los sindicatos grandes. O, por
lo menos, yo no oigo que se hable de ello. He ahí otro tema, central, para al
Plataforma Cívica.
Más allá de las
manipulaciones informativas y de los programas de intoxicación de masas a que
suelen dar lugar las confrontaciones electorales, las previsiones de grupos,
instituciones y personas independientes que se han hecho públicas hace unos
meses, en ocasión de la Cumbre de Copenhague, son inequívocas: hasta el 30-40%
de la población europea podría encontrarse en situación de subempleo o
desempleo en la primera década del siglo XXI (Carlo Pelanda, de la Universidad
de Georgia, USA, “La nueva pobreza”, en El País del 16/III/95) De
ahí que pensemos que uno de los objetivos de la Plataforma Cívica ha de ser la
denuncia de la Europa del capital y la movilización contra esta realidad europea de hoy en nombre de un proyecto
alternativo más igualitario, más libre, en el que se respete al mismo tiempo la
diversidad de géneros y de culturas y se busque de verdad la armonización del
hombre con la naturaleza, no la depredación de la naturaleza y la explotación
de los hombres y de las mujeres. Aspiramos alternativamente a implantar nuevas
políticas económicas y sociales cuya objetivo básico es la ocupación digna, el
reparto equilibrado y equitativo del trabajo desalienado, y la mejora de la
protección social de los trabajadores en el marco de un desarrollo
sociocultural ecológicamente sostenible. Aspiramos al reparto justo de la riqueza para lo cual hay que
prospectar formas alternativas de política fiscal. Aspiramos a la
rehumanización de la fuerza de trabajo. Hay que volver a poner el acento en la
atención a la fuerza de trabajo llamada hombre. Eso es lo que nos permitirá
hacer realidad una sugerencia del compañero Agustín Morán, de CAES, con la que
quiero terminar: hacernos personas a pesar del capital.
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