El
pasado 21 de febrero se cumplieron 175 años de la aparición en Londres de El
Manifiesto Comunista, un texto que ha sido –y continúa siendo– una contribución
fundamental para la liberación de la clase obrera y, en conjunto, de la
Humanidad.
¿Por qué leer el Manifiesto hoy?
Alfredo Iglesias Diéguez
El Viejo Topo
24 febrero, 2023
El año 1848 fue
un año de estallidos revolucionarios en Europa: el 25 de febrero se proclamaba
la II República francesa, la misma que tuvo como ministro de Trabajo a Louis
Blanc, quien puso en marcha los Ateliers Nationaux; entre
enero de 1848 y febrero de 1849 se sucedieron los estallidos revolucionarios en
Palermo, Milán, Venecia y Roma; y entre marzo de 1848 y julio de 1849, en las
ciudades alemanas de Múnich, Berlín, Dresde y, entre otras, Fráncfort.
Asimismo, esa ola revolucionaría –el fantasma del que hablaban Marx y Engels–,
se extendió por otras ciudades europeas (Viena, Budapest, Praga, Cracovia,
Bucarest…), donde se produjeron estallidos revolucionarios de más baja
intensidad, y Londres, donde el 10 de abril de 1848 tuvo lugar la última de las
grandes manifestaciones del movimiento cartista. Ahora bien, en todos esos
procesos el pueblo fue el gran protagonista de las barricadas, pero quien se
consolidó en el poder político de esos Estados fue la gran burguesía.
En ese
contexto, el 21 de febrero de 1848 Marx y Engels publicaron en Londres el Manifiesto
comunista, un texto para la lucha de la gente común, para los nadie de la
historia, como decía Eduardo Galeano; ahora bien, en tanto que texto de combate
para el pueblo que siempre pone los muertos en los procesos revolucionarios,
pero inmediatamente es dejado al margen de poder político que contribuye a
conquistar, es un texto de carácter filosófico en el que se dirigen a esa parte
(partido, solemos traducir) comunista de la sociedad: a esa gente explotada
que, excluida de la Historia, tiene que tomar consciencia de que ‘no tiene
nada que perder, como no sean sus cadenas, pero en cambio tiene un mundo entero
por ganar’, para decirlo con las mismas palabras que emplearon Marx y
Engels para poner fin al Manifiesto, al margen de la archiconocida
consigna ¡Proletarios del mundo, uníos!
En este
sentido, hoy, 175 años después de su publicación debemos preguntarnos: ¿tiene
sentido seguir leyendo el Manifiesto? La respuesta siempre será
positiva en la medida en que sea pertinente preguntarse si hay alguna
alternativa al capitalismo (no solo al neoliberalismo, como piensa mucha gente
en la izquierda); si tiene sentido, en el contexto de la exacerbación de las desigualdades
sociales, de la degradación de la democracia representativa, del triunfo del
individualismo libertario y egoísta, del auge de las identidades nacionales
interclasistas y excluyentes, de la destrucción ecológica de la naturaleza…,
preguntarse por el fin de la opresión, que cantamos en la Internacional,
por la emancipación humana.
¡Claro que
tiene sentido!
El Manifiesto es
un clásico del pensamiento político, como lo puede ser el Príncipe de
Maquiavelo. Ahora bien, ¿cómo se lee un clásico? ¿Como exégetas que se limitan
a realizar una lectura cerrada del texto, sin su contexto…, o cómo intérpretes
de la realidad que buscan ‘cambiar el mundo de base’? Obviamente, sin
despreciar la primera lectura, es la segunda forma de leer el Manifiesto la
que más nos tiene que decir y la que se mantiene más fiel al espíritu de los
autores, ya que si bien es un clásico universal, es –preferentemente– un
clásico de la tradición comunista, lo que implica que es preciso leer el Manifiesto desde
la perspectiva de quien nada tiene. Es decir, leer el Manifiesto con
una mirada histórica –porque la lucha de clases existe…, y como dijo Warren
Buffet hace unos años en una entrevista concedida al New York Times,
“la lucha de clases no solo existe, si no que es mi clase la que la va
ganando”–; leer el texto desde el análisis sociológico del mundo actual,
identificando la estructura de clases, el intercambio desigual… y las
estrategias y los mecanismos de opresión que garantizan que los intereses de la
clase dominante sean los intereses dominantes de la sociedad; y, en definitiva,
leer el texto desde una perspectiva política, que nos permita comprender que
mientras el proletariado no tome conciencia de clase, no luche por transformar
el régimen burgués y no conquiste el poder político para construir la
democracia, ninguna conquista social será definitiva y la libertad y la
igualdad seguirán siendo una quimera.
Esa es la
primera tarea: ¡reconstruir el proletariado! Sí, obviamente el proletariado
existe, la clase trabajadora, la clase que no posee los medios de producción,
la clase que solo tiene una mercancía para vender: su fuerza de trabajo…,
existe; existe en todos los centros de trabajo, existe en las relaciones de
producción, existe en su relación con el capital…; sin embargo, está desarmado,
desorganizado y desmovilizado. Esa es nuestra tarea, revertir la situación
tanto en la lucha laboral como en la lucha política y en la batalla de ideas.
Una advertencia
final. ¡Imprescindible! El Manifiesto no es un texto único…,
es un texto que inaugura una forma de interpretar el mundo, es un texto
consecuente con la undécima tesis –“Los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo”–; es un texto que pone la primera piedra para empezar a
transformarlo: nos habla de lucha de clases, de alianzas, de conciencia
política… Pero como texto fundacional, tiene una continuación en textos que nos
muestran cómo interpretar la historia y el momento presente (La lucha de
clases en Francia, 1850; La guerra civil en Francia, 1871…),
como descubrir el mecanismo de producción y reproducción social en la sociedad
capitalista (El Capital, 1867…), cómo analizar la ideología de la clase
dominante y su papel en la dominación de la sociedad (La ideología alemana,
1846…)…, en fin, cómo comprender el mundo en el que vivimos con la intención de
transformarlo.
Por esa razón,
175 años después el Manifiesto mantiene su fuerza, porque nos
llama a la acción, a construir nuestro propio destino, libres de opresiones,
“en una asociación de personas en la que el libre desarrollo de cada uno o cada
una condicione el libre desarrollo de todas y todos”. Y hoy, pasados 175 años,
esa necesidad sigue siendo imperiosa.
Nota:
Este texto es una versión en castellano, ligeramente modificada, de un
texto publicado en el suplemento Faro das Culturas del Faro
de Vigo.
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