sábado, 8 de diciembre de 2012

ANDALUCIA: ISLA MAYOR, SEVILLA, RINCON DE ESPAÑA QUE HAY QUE CONOCER



(Arrozales de Isla Mayor)


Por Manuel Sogas 

A cuarenta kilómetros al Sur de Sevilla, siguiendo la margen derecha del Río Guadalquivir, lindando con el Parque de Doña en plena marisma sevillana, se halla Isla Mayor, con una población que ronda los seis mil habitantes, sobre un suelo llano como la palma de la mano en el que descansa un tupido entramado de canales por los que discurre la savia de su principal producto que es el arroz, a lo que dedica más de ocho mil hectáreas.

 Manuel Sogas Cotano 
 Corresponsal del Pollo Urbano en Andalucía (Sevilla) 

 La mayor parte de su término municipal, algo más de cien kilómetros cuadrados, están cubiertos por sus inmensos arrozales de Junio a Noviembre, salpicado por múltiples edificios propios de las labores de los campos. 

 Junto al cultivo del arroz y desde los años setenta del siglo pasado, la pesca del cangrejo rojo y su comercialización constituyen el segundo gran polo de atracción económico y fuente de creación de empleo, junto a los talleres mecánicos de todo tipo para dar servicio al gran parque de maquinaria agrícola que posee, sin olvidar los establecimientos hosteleros de la localidad, atendidos fundamentalmente como negocios familiares, basados muy especialmente en los productos y fauna del contorno. 

La historia reciente de Isla Mayor como asentamiento poblacional no va mucho más allá de los ochenta años, por lo que sólo cuenta con dos generaciones de naturales (Padre – Hijo) y la tercera de nietos que ahora empieza a despuntar. 

Por esta razón Isla Mayor posee el privilegio de que todavía tiene los agentes directos de su historia reciente que la pueden contar de viva voz, o con imágenes dichas con palabras, según se mire. Como sucede al escuchar a Benito cuando relata sus tiempos como uno de los primeros pobladores de Isla Mayor, que uno no acierta a distinguir muy bien si le está contando cuando los camiones del ejército cargados con guardias civiles y sus fusiles pararon frente a la choza de García para sofocar la huelga general de plantadores de arroz mediados los 50 del siglo pasado, o está viendo esas mismas imágenes.

Pero esta es una noción reciente de la historia de Isla Mayor pintada a brocha gorda, y si nos atuviéramos a lo formal, vendría a resultar que en realidad, la historia de Isla Mayor empieza tan sólo hace “cuatro días”, en 1.994, cuando tras un largo forcejeo socio-político con el municipio de Puebla del Río y con los poderes públicos establecidos en ese momento, logra su independencia municipal del municipio matriz de Puebla del río a unos 20 kilómetros, al que pertenecía, tomando el nombre actual: Isla Mayor (antes Villafranco del Guadalquivir y antes El Puntal). 

Tiene Isla Mayor también otra historia que para ser pintada requiere de pincel fino y pulso firme y propio del artista que pinta historias. 

Tales son los casos de los “pintores de historias” isleñas de Juan Grau Galve y Matías Rodríguez Cárdenas, los cuales en sus respectivos lienzos en forma de libro: “La Ermita, notas para la historia de la Isla Mayor” del primero, e “Historia de la Isla Mayor del Río Guadalquivir, desde su formación hasta nuestros días” del segundo, nos llevan de la mano a la parte de atrás de lo que se ve, de lo primero con que se topa uno en el mirar ordinario, para enseñárnoslo, para que podamos ver lo que tapa y queda cubierto por la realidad inmediata. Es creo yo, lo que hacen estos dos autores, enseñarnos a la toma de conciencia de nuestro pueblo, que no es otra cosa que un conocimiento profundo del mismo. 

Y así, traspasando el inmediatismo histórico, gracias a Juan Grau Galve y Matías Rodríguez Cárdenas, podemos ver como la mitología griega se acerca a Isla Mayor con el legendario Hércules desembarcando en las riveras de los caños y brazos que entonces formaba el Guadalquivir, para robarle los ganados al Rey de los Tartessos, cuyo reino lo teníamos a un tiro de piedra desde la Isla Mayor actual. Y ya con datos históricos contrastados, podemos ver también como ocho siglos y medio antes de Cristo, las naves normandas se nos acercaban para robar y arrasar cuanto encontraban a su paso por las poblaciones ribereñas, hasta que por fin los descalabramos y decidieron que mejor seria no acercarse más por aquí. 

Tras los fenicios, griegos, cartagineses, otros pueblos del norte de Europa y romanos, llegan los árabes, los cuales después de la mal llamada Reconquista por parte de los reyes cristianos, resultan expulsados en gran parte y son, precisamente los árabes que se quedan después de la Reconquista, los que introducen el cultivo del arroz en las marismas del Guadalquivir, llevándoselo consigo al Levante cuando deciden instalase allí.

 Vuelven a aparecer los arrozales en la marisma sevillana en la segunda década del siglo XX con inversiones capitalistas de ingleses, suizos, alemanes y españoles, entre otros. La política de altura está presente, y con ella los negocios sucios y la especulación financiera en la bolsa, todo lo cual, junto a la miseria material y la inestabilidad política del momento, todos los proyectos que se tenían para la producción arrocera en la Isla Mayor terminan siendo un fracaso, hasta que en plena guerra incivil española de 1936, se vuelven a retomar aquellos proyectos iniciales para el cultivo del arroz, que con algunas variantes con respecto de los mismos, es lo que llega a nuestros días, lo que a mi juicio, da lugar a otra historia que se hace y que en rarísimas ocasiones se refiere: la intrahistoria, la historia que hacen los que nunca aparecen en la historia y sin los cuales, ninguna historia es posible, ni la que se esboza con brocha gorda ni la que cuidadosamente ha de ser pintada con pincel fino. 

Tales agentes “intrahistóricos”, son todos y cada uno de los trabajadores que por falta de techo, sencillamente, porque no lo había, murieron asfixiados en el montón de la cascarilla del molino de arroz San Rafael, donde dormían por la noche para guarecerse de los fríos y del relente; o Pepe, el joven que se corto los tres dedos centrales de la mano derecha en la cortadora de la fábrica de papel quedando inválido, cuya fábrica de papel puede ser vista hoy como centro cultural; o Manuel, el joven que aquella tarde murió descuartizado entre las correas y poleas del molino de arroz; o aquel otro joven trabajador venido de fuera que murió ahogado en el canal de desagüe de detrás de la casilla del Toro, hoy desaparecida, al igual que otros muchísimos trabajadores que corrieron la misma suerte; o las decenas de personas muertas, caso de no ser centenas, por las fiebres del paludismo; o los presos políticos de la guerra incivil del 36 que para redimir penas mediante el trabajo abrieron canales o construyeron los grupos de las casas “nuevas”, en uno de los cuales se halla todavía el Cuartel de la Guardia Civil.

Esta historia, esta “intrahistoria” no se cuenta o rara vez se cuenta, pero hay que contarla, porque no sólo es también historia de la Isla Mayor, sino que sin ella la historia de Isla Mayor no podría existir. 

Isla Mayor 3 Diciembre 2012 
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