martes, 9 de abril de 2024

El genocidio como ruido de fondo. [Hay que colgar en la libretilla de asesinatos impulsados por las bestias insensibles del capital domínate (enemigos mortales de la sociedad), solamente en Gaza, 33.205 asesinatos (en los últimos meses) de palestinos y 75.933 personas heridas. Y llamar la atención de los trabajadores, que somos los trabajadores y no Mariquita la Yeyé, los que en definitiva pagamos y financiamos tales asesinatos, aparte de que también somos los trabajadores la carne de cañón que muere y mata a otros trabajadores para engordar los bolsillos y buches de las bestias insensibles del capital. Cuestión de que los trabajadores tomemos conciencia (conocimiento claro y objetivo) de cuáles son nuestros interese y cuales no son nuestros intereses (los del capital). Cuestión de organización social, política y económica de los trabajadores sin representantes de la representación representativa del negocio de la representación, porque sabe usted, yo te consenso lo que quieras que te consense si con ese consenso te robo y te engaño. Es más, porque yo soy un hombre de consenso, te voy a dar otra de consenso a condición de que te tengo que robar más que antes, y así hasta que quieras. Hasta la próxima III Guerra Mundial, para que veas mi buena voluntad.]

 

Nos acostumbramos al ruido de fondo, de modo que llegamos a ni siquiera oírlo. Como los nazis en Auschwitz con la barbarie, tal como se nos narra en el premiado film La zona de interés. Como hacen tantos ahora, ante el genocidio que se está cometiendo en Gaza.


El genocidio como ruido de fondo


Naomi Klein

El Viejo Topo

9 abril, 2024 

 


Es una tradición de los Oscar: un discurso político atraviesa el velo de la mundanalidad y la autocelebración. Se producen reacciones antagónicas. Algunos elogian al orador, otros lo consideran el usurpador egoísta de una noche de fiesta. Luego todos pasan página.

Sin embargo, sospecho que el impacto de las palabras del director Jonathan Glazer, que detuvieron el tiempo en la ceremonia de entrega de premios de Los Ángeles el 10 de marzo, durará mucho más y su significado será analizado durante años.

Glazer recogía el premio a la mejor película internacional por La zona de interés, inspirada en la historia de Rudolf Höss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz. La película sigue la idílica vida familiar de Höss con su esposa e hijos, que se desarrolla en una casa señorial con jardín adyacente al campo de concentración.

Glazer describió a sus personajes no como monstruos, sino como “horrores irreflexivos, burgueses y ambiciosos”, personas capaces de convertir el mal en ruido de fondo.

Antes de la ceremonia del 10 de marzo, La zona de interés ya había sido aclamada por numerosas estrellas del mundo del cine. Alfonso Cuarón, el director ganador del Oscar por Roma, la llamó “probablemente la película más importante de este siglo”.

Steven Spielberg la describió como “la mejor película sobre el Holocausto que he visto desde la mía”, en referencia a La lista de Schindler, que ganó el Oscar hace treinta años. Pero si bien el triunfo de La Lista de Schindler representó un momento de unidad para la mayoría de la comunidad judía, La zona de interés llega en un momento diferente.

Hoy en día existe un intenso debate sobre cómo deben recordarse las atrocidades nazis: ¿debe considerarse el Holocausto sólo un drama de los judíos o como algo más universal? ¿Fue una laceración única de la historia europea, o un regreso a casa de los genocidios coloniales, junto con la lógica y las teorías raciales que estaban en su base? ¿Ese “nunca más” significa nunca más para todos o nunca más para los judíos, una promesa que hace que Israel sea intocable?

Estos conflictos sobre el universalismo, el excepcionalismo y la comparación del trauma están en el centro de la acusación de genocidio de Sudáfrica contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia y están desgarrando a las comunidades judías de todo el mundo.

En un minuto, Glazer tomó partido con valentía en cada una de estas disputas. “Todas nuestras decisiones fueron tomadas para reflexionar y confrontar el presente, no para decir ‘mira lo que hicieron entonces’, sino ‘mira lo que hacemos ahora’”, dijo, descartando la idea de que comparar los horrores de hoy con los crímenes nazis significa en sí mismo minimizar y no dejar dudas de que era su intención trazar una continuidad entre el monstruoso pasado y nuestro monstruoso presente.

Y fue más allá: “Estamos aquí como hombres que se niegan a permitir que sus identidades judías y el Holocausto sean manipulados por una ocupación que ha arrastrado al conflicto a tantas personas inocentes, tanto las víctimas del 7 de octubre en Israel como las del ataque en marcha en Gaza.»

Para el director, Israel no puede salirse con la suya y no es ético utilizar el trauma del Holocausto como justificación o cobertura de las atrocidades cometidas hoy por el Estado israelí.

Otros han esgrimido estos argumentos en el pasado, y muchos han pagado un alto precio, especialmente si son palestinos, árabes o musulmanes.

Glazer lanzó su bomba retórica protegido por una armadura de identidad: se presentó ante el público como un judío blanco de éxito –con otros dos judíos blancos de éxito a su lado– que, juntos, habían hecho una película sobre el “Holocausto”. Y este privilegio no lo protegió de la ola de calumnias que distorsionaron sus palabras al afirmar que repudiaba su identidad judía, acusación que fortalece la tesis del director.

Igualmente significativo es lo que ocurrió después de su discurso. Tan pronto como Glazer lo terminó –dedicando el premio a Aleksandra Bystroń Kołodziejczyk, una mujer polaca que llevaba comida en secreto a los prisioneros de Auschwitz y que luchó contra los nazis en las filas del ejército polaco–, aparecieron en escena los actores Ryan Gosling y Emily Blunt.

Sin siquiera una pausa comercial, fuimos catapultados a una broma sobre el fenómeno «Barbenheimer», con Gosling diciéndole a Blunt que Oppenheimer, la película sobre la invención de un arma de destrucción masiva que ella protagonizó, había tenido tanto éxito como Barbie en la taquilla, y Blunt acusando a Gosling de pintarse abdominales falsos.

Al principio temí que esta improbable yuxtaposición debilitara la intervención de Glazer: ¿cómo podrían coexistir las desgarradoras realidades que acabo de invocar con esta energía más propia del baile de una escuela secundaria de California?

Entonces lo entendí: el brillante artificio que enmarcaba ese discurso en realidad ayudó a reiterar el concepto. “El genocidio se convierte en el trasfondo de sus vidas”: así describió Glazer la atmósfera de su película, donde los personajes afrontan sus problemas cotidianos (niños que no duermen, una madre insaciable, infidelidad) a la sombra de las chimeneas que arrojan restos humanos.

Estas personas no ignoran que más allá de su patio trasero está funcionando una máquina de muerte a escala industrial. Simplemente aprendieron a vivir una vida plena en el contexto del genocidio.

Éste es el aspecto de la película de Glazer que parece más contemporáneo. Después de más de cinco meses de masacres diarias en Gaza, con Israel ignorando las órdenes de la Corte Internacional de Justicia y gobiernos occidentales reprendiéndolo de buen humor y continuando enviándole armas, el genocidio vuelve a convertirse en ruido de fondo.

Glazer enfatizó que el tema de su película no es el Holocausto, sino algo más duradero y omnipresente: la capacidad humana de vivir con atrocidades, de hacer las paces con ellas, de beneficiarse de ellas.

En su estreno en mayo, antes del ataque de Hamas el 7 de octubre y antes de la agresión de Israel en Gaza, se podría considerar la película como una obra intelectual que debe contemplarse con distanciamiento. Las personas que saludaron a La zona de interés con seis minutos de aplausos entre el público del Festival de Cine de Cannes probablemente se sintieron seguras al aceptar el desafío de Glazer.

Quizás algunos hayan reflexionado sobre lo mucho que nos hemos acostumbrado a ver nuevos barcos llenos de personas abandonadas a ahogarse en el Mediterráneo. O tal vez habrán pensado en los jets privados que los llevaron a Francia y en cómo sus emisiones están relacionadas con la desaparición de fuentes de sustento para los pobres en lugares lejanos.

Glazer quería que su película provocara este tipo de pensamientos incómodos. Sin embargo, desde que llegó a los cines en diciembre, nos ha conmovido mucho más el desafío con el que el director invitaba a los espectadores a contemplar el Höss que llevamos dentro.

La mayoría de los artistas intentan interceptar el espíritu de la época, pero La zona de interés puede haber adolecido de algo raro: un exceso de relevancia y actualidad.

En una de las escenas más memorables de la película, llega a la casa de los Höss un paquete con ropa y ropa interior de mujer robadas a los internos del campo. La esposa del comandante, Hedwig (interpretada por Sandra Hüller), estipula que todos, incluidas las criadas, pueden elegir una prenda. Se guarda un abrigo de piel e incluso prueba el lápiz labial que encuentra en un bolsillo.

Es esta intimidad con los muertos lo que resulta escalofriante. Y no tengo idea de cómo alguien puede ver esta escena y no pensar en los soldados israelíes que se filmaron revisando la ropa interior de los palestinos en Gaza o alardeando de robar zapatos y joyas para sus novias o tomándose selfies grupales con los escombros de Gaza de fondo.

Hay tantos ecos que la obra maestra de Glazer parece un documental. Es como si, filmando La zona de interés al estilo de un reality show, con cámaras ocultas en la casa y el jardín (el director habló de “Gran Hermano en la casa nazi”), la película hubiera anticipado el primer genocidio transmitido en directo.

Todos los que conozco que vieron la película no pudieron pensar en otra cosa que no fuera Gaza. No se trata de establecer una comparación con Auschwitz. No hay dos genocidios idénticos. Pero la verdadera razón por la que se construyó el edificio del derecho internacional humanitario fue precisamente para darnos las herramientas para reconocer ciertos elementos distintivos.

Y algunos de ellos –el muro, el gueto, las matanzas en masa, la intención de exterminio declarada reiteradamente, el hambre, el saqueo, la deshumanización y la humillación– se están repitiendo. Y de la misma manera, así es como el genocidio se convierte en un trasfondo, así es como aquellos de nosotros que estamos un poco más lejos de esos muros podemos bloquear las imágenes, apagar los gritos y simplemente seguir adelante.

Y es por eso que la Academia reforzó el mensaje de Glazer con ese cambio abrupto a “Barbenheimer”. La atrocidad vuelve a ser ruido de fondo.

¿Qué podemos hacer para detener la normalización? Muchos están ofreciendo sus respuestas con protestas, desobediencia civil, enviando convoyes de ayuda a Gaza o recaudando fondos. Pero no es suficiente.

Al ver los Oscar, donde Glazer fue el único en la pasarela de los ricos que habló sobre Gaza, recordé que habían pasado dos semanas desde que Aaron Bushnell, un soldado de 25 años de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, se prendió fuego frente a la embajada de Israel en Washington.

No quiero que nadie más lleve a cabo esa atroz forma de protesta. Pero conviene meditar sobre la afirmación que dejó Bushnell, palabras que considero un final contemporáneo de la película de Glazer: “Muchos de nosotros nos preguntamos: ‘¿Qué haría si viviera durante la esclavitud? ¿O durante el apartheid? ¿Qué haría yo si mi país estuviera cometiendo genocidio? La respuesta es: lo está haciendo. Ahora mismo.»

                                                                    *++

LLAMAMIENTO CONTRA LA GUERRA DE LA OTAN

 


LLAMAMIENTO CONTRA LA GUERRA DE LA OTAN


 8 de abril de 2024  Coordinación Estatal Contra la OTAN y las BASES (CECOB) 

HOJAS PARA EL DEBATE

 

Como ya está sucediendo en otros países europeos, la reintroducción del servicio militar obligatorio va a suponer que la juventud europea – una vez más – va a actuar como carne de cañón en una guerra que nada tiene que ver con nuestros intereses como pueblos.  

Estimados compañeros y compañeras: 

Cada día que pasa es más evidente que la OTAN y los gobiernos de la UE han decidido preparar una guerra contra Rusia en suelo europeo. La presidenta de la Comisión Europea y el Secretario General de la OTAN así lo están reclamando y el presidente francés ha anunciado su intención de enviar tropas a Ucrania, lo que involucraría al resto de miembros de la Alianza Atlántica. No han explicado quien tomó esas decisiones, pero en ningún caso ha habido una consulta pública sobre un tema de la máxima transcendencia, en el que la población pone en juego sufrimientos inimaginables y la vida y su propia existencia como pueblo, si se llegara a desencadenar un conflicto nuclear, para el que ya se están preparando. 

La justificación para provocar ese desastre descomunal es el riesgo inminente de que Rusia invada Europa, aunque no es la primera vez que una mentira sirva para desencadenar una guerra atroz. No hay nada que lo justifique: Rusia no tiene nada que ganar, pero Europa sí. Rusia tienen todo aquello que Europa necesita; gas, petróleo, minerales estratégicos y un inmenso territorio en Asia, que conecta con China, India y el Sudeste asiático, lo que le ha permitido salir indemne de las  “sanciones” occidentales, mientras Europa sufre sus consecuencias y EE.UU. se enriquece.  En los últimos 100 años, Europa y Estados Unidos han intentado sistemáticamente apoderarse de Rusia; lo hicieron durante la guerra civil tras la revolución de octubre y durante la segunda guerra mundial, y en 1993 apoyaron un golpe de Estado para colocar en la presidencia a Boris Yeltisn, un aliado totalmente sometido a los intereses occidentales: el resultado fue la matanza de numerosos parlamentarios y una presidencia dictatorial que terminó de arruinar a Rusia.  Tras este episodio, EE.UU., con la complicidad de Europa, ha impulsado las “revoluciones de colores” en el entorno de Rusia, especialmente en Ucrania, en donde aupó al poder a las fuerzas nazis. Y desde hace más de 20 años ha impulsado la expansión de la OTAN hacia el este en un claro acoso militar a Rusia. 

La OTAN siempre ha estado en guerra con Rusia, aunque en este momento lo hace de forma más activa enviando armas y municiones, dando apoyo táctico y de inteligencia, conducción estratégica y enviando mercenarios y fuerzas encubiertas. El fracaso absoluto de la ofensiva contra Rusia requiere ya la intervención directa y abierta de la OTAN porque “no se puede permitir que Rusia gane la guerra”. 

De nuevo EE.UU. promueve un conflicto que está lejos de sus fronteras, aunque esta vez no es en un país de la periferia, sino en el centro. Una vez más, como en la I y II Guerras mundiales, alejados del riesgo, pero como entonces, aumentará exponencialmente las ganancias: el sufrimiento, el dolor, la muerte y la miseria los pondrán otros, pero la industria de la guerra, el complejo militar industrial y otras corporaciones obtendrán enormes beneficios. 

Para ello anuncian la puesta en marcha de una “Economía de guerra”, que significa dar prioridad absoluta a los gastos militares sobre cualquier otra consideración. Esto supone, que en una situación de grave crisis como la actual, con niveles muy altos de paro y de subempleo – en definitiva, de pobreza de amplias capas de la población – la clase trabajadora va a pagar los gastos de preparación para la guerra con un deterioro aún más profundo de sus condiciones de vida. 

Y como ya está sucediendo en otros países europeos, la reintroducción del servicio militar obligatorio va a suponer que la juventud europea – una vez más – va a actuar como carne de cañón en una guerra que nada tiene que ver con nuestros intereses como pueblos.  

Por último, la posición geoestratégica española y la existencia de instalaciones clave en nuestro territorio (las bases de Rota, Morón y Bétera y el CAOC de Torrejón) lo convierten en un escenario bélico preferente, con un enorme riesgo para la población, especialmente para los más vulnerables y los más jóvenes que, según se pide en Europa, deberían incorporarse obligatoriamente a filas. La pertenencia del Estado español a la OTAN, hipotecando todo resquicio de soberanía nacional e incumpliendo flagrantemente las condiciones del Referéndum, nos ata a los intereses del imperialismo anglosajón, que nos son totalmente ajenos, mientras la mayoría de las fuerzas políticas, intelectuales, académicas y todo tipo de medios de comunicación, ignoran esta escalada y los riesgos que asumimos. 

Ante esta grave situación, es preciso que los pueblos del Estado español, cuya experiencia de guerra es especialmente trágica y traumática y que supieron encontrar en la campaña contra la OTAN el camino para expresar conjuntamente nuestro sentimiento anti-imperialista, lo volvamos a hacer cuando el riesgo de una guerra mundial en suelo europeo es cada vez más evidente. En la actualidad, la lucha del pueblo palestino y la gigantesca respuesta de solidaridad que ha despertado en todo el mundo anticipan la posibilidad de un gran avance en la conciencia antiimperialista de los pueblos y en la percepción de las conexiones del imperialismo con el sionismo y con el fascismo. Por otro lado, desde nuestro suelo, desde nuestros mares y cielos, y con nuestro dinero, el gobierno está colaborando y favoreciendo el genocidio sionista contra el pueblo palestino, y lo está haciendo en nuestro nombre. Por ello, la lucha contra la OTAN y por el desmantelamiento de las bases militares extranjeras en el Estado español – desde las que se suministran armas y se perpetran los ataques contra el pueblo palestino y el Eje de la Resistencia – forma parte inseparable de la solidaridad con la lucha del pueblo palestino.  Es preciso hoy recuperar esa conciencia y parar la escalada que hoy está en marcha. Más allá de valoraciones y análisis que expresan otras posiciones políticas diferentes sobre temas internacionales, es preciso encontrar puntos mínimos de acuerdo entre distintas formaciones políticas y sociales que permitan una unidad de acción debidamente coordinada, superando la paralizante atomización existente.  

Será únicamente la movilización popular la que levante la conciencia que logre evitar que la escalada continúe. Creemos que la responsabilidad que tenemos ante nuestros pueblos nos lo exige.  La guerra, una vez que esté en marcha, no se puede parar. 

Por todo ello, desde la Coordinación Estatal Contra la OTAN y las Bases estamos lanzando este llamamiento para establecer cuanto antes mecanismos efectivos lo más amplios posibles para movilizaciones basadas en los siguientes principios mínimos para la unidad de acción:

· Reducción drástica de los gastos militares.  

· Por los derechos laborales y los servicios públicos de calidad. 

· No a la participación de las fuerzas armadas españolas en la guerra con otro país. El ejército debe tener exclusivamente carácter defensivo.  

· Salida inmediata del Estado español de la OTAN y cierre de las bases norteamericanas. Quienes estéis interesados en participar, escribidnos a cecob@contraotanybases.org y en breve nos pondremos en contacto con vosotros para considerar mecanismos de coordinación para la movilización. 

2 de abril de 2024 

 *++

El Día Que Alemania Se Convirtió en Un Infierno en la Tierra