Nos acostumbramos al
ruido de fondo, de modo que llegamos a ni siquiera oírlo. Como los nazis en
Auschwitz con la barbarie, tal como se nos narra en el premiado film La zona de
interés. Como hacen tantos ahora, ante el genocidio que se está cometiendo en Gaza.
El genocidio como ruido de fondo
El Viejo Topo
9 abril, 2024
Es una tradición de los Oscar: un discurso político atraviesa el velo de la mundanalidad y la autocelebración. Se producen reacciones antagónicas. Algunos elogian al orador, otros lo consideran el usurpador egoísta de una noche de fiesta. Luego todos pasan página.
Sin embargo,
sospecho que el impacto de las palabras del director Jonathan Glazer, que
detuvieron el tiempo en la ceremonia de entrega de premios de Los Ángeles el 10
de marzo, durará mucho más y su significado será analizado durante años.
Glazer recogía
el premio a la mejor película internacional por La zona de interés,
inspirada en la historia de Rudolf Höss, el comandante del campo de
concentración de Auschwitz. La película sigue la idílica vida familiar de Höss
con su esposa e hijos, que se desarrolla en una casa señorial con jardín
adyacente al campo de concentración.
Glazer
describió a sus personajes no como monstruos, sino como “horrores irreflexivos,
burgueses y ambiciosos”, personas capaces de convertir el mal en ruido de
fondo.
Antes de la
ceremonia del 10 de marzo, La zona de interés ya había sido
aclamada por numerosas estrellas del mundo del cine. Alfonso Cuarón, el director
ganador del Oscar por Roma, la llamó “probablemente la película más
importante de este siglo”.
Steven
Spielberg la describió como “la mejor película sobre el Holocausto que he visto
desde la mía”, en referencia a La lista de Schindler, que ganó el Oscar
hace treinta años. Pero si bien el triunfo de La Lista de Schindler representó
un momento de unidad para la mayoría de la comunidad judía, La zona de
interés llega en un momento diferente.
Hoy en día
existe un intenso debate sobre cómo deben recordarse las atrocidades nazis:
¿debe considerarse el Holocausto sólo un drama de los judíos o como algo más
universal? ¿Fue una laceración única de la historia europea, o un regreso a
casa de los genocidios coloniales, junto con la lógica y las teorías raciales
que estaban en su base? ¿Ese “nunca más” significa nunca más para todos o nunca
más para los judíos, una promesa que hace que Israel sea intocable?
Estos
conflictos sobre el universalismo, el excepcionalismo y la comparación del
trauma están en el centro de la acusación de genocidio de Sudáfrica contra
Israel ante la Corte Internacional de Justicia y están desgarrando a las
comunidades judías de todo el mundo.
En un minuto,
Glazer tomó partido con valentía en cada una de estas disputas. “Todas nuestras
decisiones fueron tomadas para reflexionar y confrontar el presente, no para
decir ‘mira lo que hicieron entonces’, sino ‘mira lo que hacemos ahora’”, dijo,
descartando la idea de que comparar los horrores de hoy con los crímenes nazis
significa en sí mismo minimizar y no dejar dudas de que era su intención trazar
una continuidad entre el monstruoso pasado y nuestro monstruoso presente.
Y fue más allá:
“Estamos aquí como hombres que se niegan a permitir que sus identidades judías
y el Holocausto sean manipulados por una ocupación que ha arrastrado al
conflicto a tantas personas inocentes, tanto las víctimas del 7 de octubre en
Israel como las del ataque en marcha en Gaza.»
Para el
director, Israel no puede salirse con la suya y no es ético utilizar el trauma
del Holocausto como justificación o cobertura de las atrocidades cometidas hoy
por el Estado israelí.
Otros han
esgrimido estos argumentos en el pasado, y muchos han pagado un alto precio,
especialmente si son palestinos, árabes o musulmanes.
Glazer lanzó su
bomba retórica protegido por una armadura de identidad: se presentó ante el
público como un judío blanco de éxito –con otros dos judíos blancos de éxito a
su lado– que, juntos, habían hecho una película sobre el “Holocausto”. Y este
privilegio no lo protegió de la ola de calumnias que distorsionaron sus
palabras al afirmar que repudiaba su identidad judía, acusación que fortalece
la tesis del director.
Igualmente
significativo es lo que ocurrió después de su discurso. Tan pronto como Glazer
lo terminó –dedicando el premio a Aleksandra Bystroń Kołodziejczyk, una mujer
polaca que llevaba comida en secreto a los prisioneros de Auschwitz y que luchó
contra los nazis en las filas del ejército polaco–, aparecieron en escena los
actores Ryan Gosling y Emily Blunt.
Sin siquiera
una pausa comercial, fuimos catapultados a una broma sobre el fenómeno
«Barbenheimer», con Gosling diciéndole a Blunt que Oppenheimer, la
película sobre la invención de un arma de destrucción masiva que ella
protagonizó, había tenido tanto éxito como Barbie en la taquilla, y Blunt
acusando a Gosling de pintarse abdominales falsos.
Al principio
temí que esta improbable yuxtaposición debilitara la intervención de Glazer:
¿cómo podrían coexistir las desgarradoras realidades que acabo de invocar con
esta energía más propia del baile de una escuela secundaria de California?
Entonces lo
entendí: el brillante artificio que enmarcaba ese discurso en realidad ayudó a
reiterar el concepto. “El genocidio se convierte en el trasfondo de sus vidas”:
así describió Glazer la atmósfera de su película, donde los personajes afrontan
sus problemas cotidianos (niños que no duermen, una madre insaciable,
infidelidad) a la sombra de las chimeneas que arrojan restos humanos.
Estas personas
no ignoran que más allá de su patio trasero está funcionando una máquina de
muerte a escala industrial. Simplemente aprendieron a vivir una vida plena en
el contexto del genocidio.
Éste es el
aspecto de la película de Glazer que parece más contemporáneo. Después de más de
cinco meses de masacres diarias en Gaza, con Israel ignorando las órdenes de la
Corte Internacional de Justicia y gobiernos occidentales reprendiéndolo de buen
humor y continuando enviándole armas, el genocidio vuelve a convertirse en
ruido de fondo.
Glazer enfatizó
que el tema de su película no es el Holocausto, sino algo más duradero y
omnipresente: la capacidad humana de vivir con atrocidades, de hacer las paces
con ellas, de beneficiarse de ellas.
En su estreno
en mayo, antes del ataque de Hamas el 7 de octubre y antes de la agresión de
Israel en Gaza, se podría considerar la película como una obra intelectual que
debe contemplarse con distanciamiento. Las personas que saludaron a La
zona de interés con seis minutos de aplausos entre el público del Festival
de Cine de Cannes probablemente se sintieron seguras al aceptar el desafío de
Glazer.
Quizás algunos
hayan reflexionado sobre lo mucho que nos hemos acostumbrado a ver nuevos
barcos llenos de personas abandonadas a ahogarse en el Mediterráneo. O tal vez
habrán pensado en los jets privados que los llevaron a Francia y en cómo sus
emisiones están relacionadas con la desaparición de fuentes de sustento para
los pobres en lugares lejanos.
Glazer quería
que su película provocara este tipo de pensamientos incómodos. Sin embargo,
desde que llegó a los cines en diciembre, nos ha conmovido mucho más el desafío
con el que el director invitaba a los espectadores a contemplar el Höss que
llevamos dentro.
La mayoría de
los artistas intentan interceptar el espíritu de la época, pero La zona
de interés puede haber adolecido de algo raro: un exceso de relevancia
y actualidad.
En una de las
escenas más memorables de la película, llega a la casa de los Höss un paquete
con ropa y ropa interior de mujer robadas a los internos del campo. La esposa
del comandante, Hedwig (interpretada por Sandra Hüller), estipula que todos,
incluidas las criadas, pueden elegir una prenda. Se guarda un abrigo de piel e
incluso prueba el lápiz labial que encuentra en un bolsillo.
Es esta
intimidad con los muertos lo que resulta escalofriante. Y no tengo idea de cómo
alguien puede ver esta escena y no pensar en los soldados israelíes que se
filmaron revisando la ropa interior de los palestinos en Gaza o alardeando de
robar zapatos y joyas para sus novias o tomándose selfies grupales con los
escombros de Gaza de fondo.
Hay tantos ecos
que la obra maestra de Glazer parece un documental. Es como si, filmando La
zona de interés al estilo de un reality show, con cámaras ocultas en
la casa y el jardín (el director habló de “Gran Hermano en la casa nazi”), la
película hubiera anticipado el primer genocidio transmitido en directo.
Todos los que
conozco que vieron la película no pudieron pensar en otra cosa que no fuera
Gaza. No se trata de establecer una comparación con Auschwitz. No hay dos
genocidios idénticos. Pero la verdadera razón por la que se construyó el
edificio del derecho internacional humanitario fue precisamente para darnos las
herramientas para reconocer ciertos elementos distintivos.
Y algunos de
ellos –el muro, el gueto, las matanzas en masa, la intención de exterminio
declarada reiteradamente, el hambre, el saqueo, la deshumanización y la humillación–
se están repitiendo. Y de la misma manera, así es como el genocidio se
convierte en un trasfondo, así es como aquellos de nosotros que estamos un poco
más lejos de esos muros podemos bloquear las imágenes, apagar los gritos y
simplemente seguir adelante.
Y es por eso
que la Academia reforzó el mensaje de Glazer con ese cambio abrupto a
“Barbenheimer”. La atrocidad vuelve a ser ruido de fondo.
¿Qué podemos
hacer para detener la normalización? Muchos están ofreciendo sus respuestas con
protestas, desobediencia civil, enviando convoyes de ayuda a Gaza o recaudando
fondos. Pero no es suficiente.
Al ver los
Oscar, donde Glazer fue el único en la pasarela de los ricos que habló sobre
Gaza, recordé que habían pasado dos semanas desde que Aaron Bushnell, un
soldado de 25 años de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, se prendió fuego
frente a la embajada de Israel en Washington.
No quiero que
nadie más lleve a cabo esa atroz forma de protesta. Pero conviene meditar sobre
la afirmación que dejó Bushnell, palabras que considero un final contemporáneo
de la película de Glazer: “Muchos de nosotros nos preguntamos: ‘¿Qué haría si
viviera durante la esclavitud? ¿O durante el apartheid? ¿Qué haría yo si mi
país estuviera cometiendo genocidio? La respuesta es: lo está haciendo. Ahora
mismo.»
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