domingo, 22 de noviembre de 2020

El problema de España como nación unitaria que jamás existió en la práctica. Propuestas de solución republicana, civilizada y democrática (1869), mucho antes del nacimiento físico de muchos de los “nacionalistas” españoles actuales (algunos cuarteleros por tener más de estos que de militares) que están más cerca del Código Penal que de métodos democráticos para defender sus propias ideas que nadie les prohíbe ni les niega.

 

UN ACUERDO DE ABAJO A ARRIBA EL PACTO FEDERAL DE EIBAR

 

Jon Henche (Deia)

Sociología Crítica

10.11.2017

El federalismo pactista de Francisco Pi y Margall tuvo su reflejo en los pactos federales firmados en 1869

EN estos tiempos de tensión entre Catalunya y España merece la pena echar la vista atrás para revisar las propuestas que en el pasado se formularon sobre la organización territorial del Estado español. Uno de los políticos que, desde las filas del republicanismo histórico, elaboraron una idea más acabada de una España en la que se compatibilizasen las características propias de cada territorio con la existencia de un poder central fue Francisco Pi y Margall (Barcelona, 1824; Madrid, 1901).

Pi, además de catalán, era buen conocedor de Euskadi, puesto que pasó varios meses estudiando los fueros y las costumbres vascas en la época del Bienio Progresista en la zona de Bergara, de donde era oriunda su esposa, Petra Arsuaga Goikoetxea. El estudio del foralismo vasco a buen seguro le influiría para formular su idea de federación, la cual dejaría plasmada en el libro Las nacionalidades, publicado en 1877.

Pi y Margall desarrolló el ideal federativo que profesaba, y que proponía para España, en torno a dos conceptos que iban unidos en su pensamiento: el Pacto y la Federación. Este modelo de Estado debía de ser construido de abajo hacía arriba, es decir, partiendo de los municipios y pasando por las regiones históricas hasta el poder central, el cual nacía del contrato entre las diversas provincias y tenía por este limitadas sus atribuciones y facultades. Según Pi, la base de cualquier régimen federal descansaba en pactos sinalagmáticos, es decir, en acuerdos logrados entre todas las partes firmantes.

Tras la consecución de la revolución democrática de septiembre de 1868, el Partido Republicano Democrático Federal, del que Pi era su líder más destacado, procedió a organizarse de acuerdo a una estructura a imagen y semejanza de la concepción pimargaliana del Estado federal. Se trató de los denominados pactos federales, en los que varias provincias se unían en torno a un acuerdo para posteriormente federarse todos ellos y crear un poder central republicano.

El primero de los pactos se firmó en Tortosa, el 18 de marzo de 1869, entre los territorios de la antigua Corona de Aragón, al que le siguieron el de Córdoba, entre las provincias de Andalucía, Extremadura y Murcia; el de Valladolid, entre las provincias castellanas; el de Eibar, entre las provincias vasconavarras, y el de La Coruña, entre las provincias gallegas y Asturias.

EIBAR, 1869 El Pacto de Eibar se celebró el 23 de junio de 1869, vísperas del día de San Juan, las fiestas patronales eibarresas. Reunió a 28 representantes de los comités de republicanos de Bilbao, Tolosa, Gasteiz, Iruñea, Eibar y Tutera. Así, por Araba firmaron el pacto Pedro de la Hidalga, Juan Bautista de la Cuesta, Daniel Ramón de Arrese, Ricardo Becerro de Bengoa, Juan Roca, Hilario Martínez, Cayetano Letamendi y Abelardo de Sagarminaga; por Gipuzkoa lo hicieron Justo María Zavala, Blas Irazueta, Felipe Ariotegui, Manuel Ezcurdia, Vicenta Aguirre, Celestino Echevarria, Inocencio Ortiz de Zárate y José Cruz Echevarria; por Nafarroa participaron Ignacio Aztarain, Antonio Velasco, José Lorente, Félix Utray, Baldomero Navascués, Pedro Fraizu y Julián Garay; mientras que por Bizkaia tomaron parte Cosme Echevarrieta, Horacio Oleaga, Antolín Gogeascoa, Joaquín Mayor, Julián Arzadun y José Ramón de Ibaceta.

El pacto constaba de seis puntos. En el primer punto se incluía la interpretación en clave democrática que los republicanos hacían de los fueros, afirmándose que las provincias “vascas” gozaban de un “régimen democrático republicano” y que la federación constituida mediante este pacto entre los republicanos de las cuatro provincias vasconavarras, aspiraba, en primer lugar, a “conservar y defender las instituciones a cuya sombra han vivido, y a restaurar las libertades de que han sido privadas, durante la larga dominación monárquica”, y en segundo término a preservar “al mismo tiempo, el más estrecho y perpetuo vínculo de la unidad con la madre patria en el lazo federal republicano”; es decir, venían a identificar República y democracia con el código foral, siendo este un sistema compatible con la unión con el resto de pueblos peninsulares. Era este un punto que ya había enunciado en 1865 Cosme Echevarrieta, sobre el que ya tratamos en esta misma sección hace un tiempo, en un artículo en prensa con el título de Solo la democracia es compatible con los fueros.

En el segundo punto declaraban su ideal de un Estado español republicano y federal, el cual era el único sistema con el que los fueros estarían a salvo, aseverando que podía no ocurrir lo mismo con el régimen monárquico: “El partido republicano de las provincias vascas y Navarra se declara solidario en cuanto hace relación a su conducta política y a la propaganda del principio de que su actual régimen está completamente garantizado constituida España en República federal, y peligrará siempre bajo las monarquías”.

Por su parte, en el tercer punto se invitaba a todas las demás regiones de España a que “asimilaran” el código foral vasco, en otras palabras, que se extendiesen los fueros al resto de regiones españolas: “No moviendo a la Asamblea un interés exclusivista y local, sino el deseo de asimilar las condiciones de España a las nuestras, a fin de que alcance a todas las provincias el tesoro ofrecido por las libertades democráticas”. Será esta una idea sobre la que teorizaron, en este mismo período, destacados republicanos como los alaveses Ricardo Becerro de Bengoa y Julián Arrese o el guipuzcoano Joaquín Jamar, los cuales defendían la idea de desarrollar los fueros vascos más allá del Ebro, de vasconizar España.

FEDERACIÓN VASCONAVARRA: Por lo que respecta al cuarto punto, se defendían las vías legales para la consecución de dicho proyecto mientras se respetasen los derechos consagrados en la constitución de 1869: “Puesto que la forma monárquica de la Constitución promulgada es hija de una Asamblea nacida del sufragio, el partido republicano cree no debe salir de una propaganda pacífica y legal».

En el quinto punto se llamaba a impulsar la creación de comités republicano-federales, locales primero y provinciales después, en las localidades de las cuatro provincias vasconavarras, con el objeto de constituir en un futuro cercano una federación vasconavarra. Esa futura federación estaría dirigida por un Consejo Federal que cambiaría sus miembros cada año, como se recogía en el punto sexto, y los seis acuerdos o puntos firmados en el pacto serían, la base del nuevo Estado vasco-navarro dentro de la República federal española. El proceso de los pactos federales se culminó, a instancias de Pi y Margall, con la reunión en Madrid de una Asamblea General de los pactos federales con el objeto de formalizar un gran pacto nacional. Este pacto se firmó el 30 de julio de 1869, creándose un Consejo Federal compuesto de tres individuos de cada uno de los pactos regionales. Entre los tres representantes del pacto vasconavarro destacaba la figura del propio Pi y Margall, que certificaba su cercanía con la tierra vasca.

Consecuencia directa del pacto federal de Eibar fue la creación del periódico Laurac-Bat: órgano del pacto vasconavarro que, editado en Bilbao, contaba en su plantilla con la plana mayor del comité republicano de Bilbao, mientras que los republicanos del resto de las provincias vasconavarras que habían firmado el texto de Eibar figuraban como colaboradores junto a grandes figuras del republicanismo estatal, como el propio Pi y Margall o tribunos como Emilio Castelar, José María Orense y Estanislao Figueras. En el prospecto de este periódico se desgranaba la ideología republicana federal vasca del período, insistiéndose en los mismos argumentos del fuerismo leído en clave democrática que acabamos de ver: “En nuestros Fueros, usos y costumbres, existen grandes gérmenes de República y federalismo, espontáneas producciones de la primitiva sociedad Euskara”. “Nosotros, somos, pues, fueristas; pero nos distinguimos de los fueristas históricos en que estos lo son precisamente por los elementos de feudalismo e intolerancia que en sí encierran, al paso que nosotros lo somos por sus gérmenes de republicanismo”.

Tanto el pacto de Eibar como el resto quedaron en suspenso al poco tiempo, ya que a pesar de que podía ser un buen sistema para organizar el Estado, no lo era así para organizar un partido político, que necesitaba una estructura mucho más eficaz y centralizada. Sin embargo, supusieron la puesta en práctica, siquiera de forma fugaz y restringida, del pensamiento de Pi y Margall, una teoría de organización del Estado que tendía a armonizar la unidad con la variedad.

 *++

Rayito, niño prodigio de la guitarra flamenca, interpreta "Alegrías" | F...

Dominar el lenguaje equivale a dominar la política


Si nos quitan y corrompen las palabras, ¿qué nos queda?


El Viejo Topo

21.11.2020

 

FOTO

Las tiranías se quedan con todo, también con las palabras. Vacían de contenido lo que esas palabras significan. Les dan la vuelta, como a un calcetín de la posguerra. Y esa cultura del vaciamiento, que poco a poco o abruptamente acaba convertida en engañifa, se nos mete en la conciencia como si al cabo fueran lo mismo la verdad y la mentira.

En este país hubo una guerra después de un golpe de Estado, y lo que vino luego no fue la paz sino la victoria. O si hablamos de paz, será para nombrarla como la paz de los cementerios. Una paz falsa, esa de los cementerios, porque los cuerpos de la derrota siguen clamando, como en una película de miedo o los gritos del Guernica, en las inclementes fosas de la vergüenza. En este país trucaron los vencedores las aspiraciones democráticas de la Segunda República y las convirtieron, acusándolas de violentas y de provocar un caos insoportable que requería un salvador, en una de las primeras fake news inventadas por las gramáticas obscenas del franquismo. La siguiente falsedad llegó cuando decidieron, en sus cartillas de racionamiento histórico, que los “rebeldes” eran quienes habían defendido la legitimidad republicana, mientras que los golpistas se erigían en salvadores de la patria, una patria que pronto se convertiría en el cortijo donde implantaron, durante casi cuarenta años, su infinita crueldad los señoritos pijos, los dueños de la hacienda.

Ahora mismo, aún andamos metidos en ese trucaje lingüístico. No hay manera de que nos quitemos de encima la herencia de esos cuarenta años. Decimos que los franquistas “fusilaron” a miles de hombres y mujeres durante la guerra y después de la guerra. Y en eso las derechas son más listas: dicen que a los suyos los “asesinaron” los republicanos. El fusilamiento supone que antes ha habido un juicio y una sentencia. Ya sabemos que esos juicios eran una pantomima, una encerrona en que las condenas ya estaban dictadas antes del mismo juicio. Pero sin darnos cuenta caemos en el lenguaje de los vencedores. El franquismo no fusiló: asesinó. Que quede claro. Cuántas veces escuchamos (incluso lo hemos dicho alguna vez) que a algunos de nuestros familiares los condenaron a cárcel o los fusilaron y “no habían hecho nada”. Eso es como una respuesta inocente a lo que dicen las derechas: “algo habrían hecho”. Y rápidamente, compulsivamente, contestamos que “nada”. En esa respuesta ignoramos que, seguramente, esos familiares eran concejales o alcaldes de izquierdas, o ayudaron a la guerrilla, o fueron de la CNT, de la UGT o de asociaciones culturales republicanas, o habían formado parte de los comités de colectivización… Si esos familiares que sufrieron la represión nos oyeran decir que no habían hecho nada, seguro que se nos aparecerían por las noches para alterarnos el sueño. Porque claro que habían hecho, y bien a gusto que lo hicieron: defender la República frente a los golpistas. ¡Ah, y una muy gorda!: seguimos llamando “nacionales” a los del bando fascista de cuando la guerra. Vaya trucaje fake news, ¿no? Pero claro, a la que nos damos cuenta, estamos utilizando las palabras que durante tanto tiempo impuso la dictadura franquista.

La dictadura. Otra palabra en riesgo de extinción. ¡Qué poco la usamos! Cada dos por tres encontramos la palabra “régimen”. Por arriba, por abajo, por la derecha y por la izquierda. Si al menos se dijera “régimen franquista” … Pero no, sólo “régimen”, como si fuera una pócima de esas que se recomiendan en las dietas de adelgazamiento. Menos mal que, de vez en cuando, lees algo que te reconcilia con las palabras justas: en su último artículo de infoLibre, el historiador Julián Casanova insistía una docena de veces en el término “dictadura” para nombrar al “régimen”: ¡menos mal! Y es que, al final, tanto hablar de la maldad de la República y de la crueldad en ambos bandos de la guerra, que nos olvidamos de que aquí hubo un golpe de Estado y una de las dictaduras más crueles y largas que ha habido en la historia del horror contemporáneo. Por cierto, aquí otra palabra indignamente igualitaria: “bando”. Se usa indiscriminadamente para definir a los golpistas y a quienes defendieron la República. Supone algo delincuencial esa palabra. Y quienes se mantuvieron leales a la legitimidad republicana no eran, precisamente, delincuentes.

“El franquismo no sólo se apropió de la historia y de la memoria, sino que también corrompió las palabras”, escribe el historiador Francisco Espinosa Maestre. Ahora mismo, asistimos a esa corrupción cuando escuchamos lo que dicen las derechas. Hablan Casado y Abascal y es como si la libertad y la democracia las hubieran inventado ellos. Precisamente ellos, herederos y defensores de la dictadura, hablan de libertad y de democracia. Y en su jerga confusamente interesada “insultan” llamando socialcomunista al Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Mientras sus padres y abuelos se cargaban la libertad y la democracia en nuestro país, y en la guerra y en su victoria aplicaban sus leyes de exterminio, hombres y mujeres comunistas, socialistas, anarquistas o sencillamente demócratas sin filiación política ni sindical lucharon para que la libertad y la democracia volvieran al lugar que en la historia y en la conciencia de las gentes les correspondía.

Llaman etarra al gobierno de coalición progresista y se quedan tan anchos. Y se suma Arrimadas, cómo no, a ese coro de la ignominia que nunca abandonó, aunque a ratos quiera enredar como siempre hizo su partido y ahora sigue haciendo ese Albert Rivera que tanto echa de menos los focos de la tele: todo vale contra la presencia de Bildu en las lógicas de una investidura parlamentaria y ahora de los Presupuestos Generales del Estado. ¿Pero de verdad hay quien aún piensa que Ciudadanos no es un partido de derechas? El fantasma de ETA es la mascota que sacan a pasear las tres derechas en sus enrevesados intentos de confundir lo que nos pasa. Siempre hay una excusa para seguir diciendo que ETA sigue existiendo. Cuando al PP le interesó pactar en Vitoria importantes proyectos municipales, no tuvo empacho en hacerlo con Bildu, cuando Javier Maroto era alcalde de la ciudad. Y bien claro lo dijo el hoy senador del PP, escaño que alcanzó al empadronarse, con toda la cara del mundo, en un pueblo segoviano cuyo nombre le sonaba a chino: “No me tiemblan las piernas para llegar a acuerdos con nadie. Y creo que eso es bueno”. ¿No acercó Aznar a presos de ETA cuando era presidente del Gobierno y hasta la llamó Movimiento Vasco de Liberación Nacional porque le interesaba negociar con ella? Pero ellos se ríen de esas contradicciones. Son cínicos hasta las cachas. Lo que ya no sorprende a casi nadie es que los presidentes socialistas de Aragón, Castilla-La Mancha y Extremadura, con el acompañamiento de Susana Díaz, se sumen persistentemente al coro insoportable de la infamia. Siguen los cuatro, más el añadido último de Alfonso Guerra y sus gracietas, con su obsesión enfermiza de cargarse a su secretario general.

Las palabras sirven para decir la verdad o para inflarnos a mentiras. “Sembré la libertad con la palabra”, escribió Blas de Otero. Y mucha gente, con él y con sus versos, sigue incansable en esa siembra. Una libertad y una democracia que incluyen, paradójicamente, a quienes están en su contra y hacen todos los días lo imposible para regresar a los tiempos oscuros en que sus padres y abuelos las arrasaron con las armas. Los tiempos oscuros, esos tiempos que directamente Abascal, y con el morro bajo Casado, consideran mejores que los de la democracia: el de Sánchez es el peor gobierno de toda la historia, asegura el fascista de Vox. Y calla —o añade lo suyo— ese Casado que representó un ensayado paripé cuando la moción de censura presentada por Vox hace unas semanas. Para esos tipos, Franco era un aprendiz de dictador al lado de Sánchez y de Iglesias. Y es que las tiranías nos lo roban todo: también las palabras. Y esos dos, cada uno a su manera, vienen de aquella tiranía que durante cuarenta años nos dejó sin libertad y sin democracia. ¡Señor, qué cruz!

Artículo publicado originalmente en Infolibre.

*++