La infame hipocresía de los
“valores” burgueses
DIARIO OCTUBRE / marzo 10, 2024
Por más que se
procure envolver a la clase obrera con la idea de que vivimos de la manera más
lógica posible, la putrefacción del capitalismo nos lleva inevitablemente al
desgaste. Por más que se nos deshumanice no dejamos de ser humanos, y nuestras
necesidades no se cambiarán por otras que se puedan satisfacer en una dinámica
de explotación. Reflejo de esto es el aumento del número de suicidios.
En su afán por
dominar el mercado, la burguesía que nos exprime solo ve en nosotros
productores de usar y tirar que deben salir rentables. Deben obtener ganancia
robando el fruto de nuestro trabajo en detrimento de nuestro propio bienestar,
ya que los capitalistas tienen ese derecho, y de ahí se justifica como un mal
necesario todo lo que de ello emana.
Nuestras vidas
giran en torno al hecho de que somos mano de obra que debe producir todo lo que
hay en la sociedad, pero el producto no nos pertenece ni somos directores de
tales creaciones, sino que van destinadas al beneficio de unos parásitos;
obtenemos en cambio alrededor de lo necesario para cubrir nuestras necesidades
fisiológicas para poder seguir trabajando para una minoría. Y conscientes de
que en cualquier momento se puede prescindir de nosotros, debemos tener cuidado
al gastar la más que injusta retribución. Este hecho, junto con la anarquía de
la producción, hace que cada vez seamos más incapaces de consumir todas esas
mercancías que van acumulándose y que anuncian avalanchas llamadas crisis.
Entonces se profundiza en las medidas que buscan reducción de costes, alguna
ventaja sobre los competidores y saneamiento de las deudas; todo ello
recortando en servicios, transfiriendo dinero público a los grandes
empresarios, despidiendo a trabajadores, ofreciendo trabajo precario,
extendiendo el salario mínimo… Y en esos momentos en que se manifiesta
claramente la fragilidad y la mentira del capitalismo, recibimos ese mensaje
que, en realidad, nos ha llegado siempre: hay que adaptarse, callarse, apretar
el cinturón y sobrevivir como podamos, porque las cosas están mal.
¿En qué se
traduce? No importan las necesidades humanas, sino el mercado; el lucro del
parásito. Siempre se nos presenta, y se nos ha presentado, el sufrimiento como
algo inherente al día a día. El trabajo debe ser un duro sacrificio para poder
sobrevivir, y el miedo al despido nos debe motivar. Si no tenemos suficiente
dinero se nos puede arrebatar la vivienda, negar el acceso al alimento, el
trasporte se vuelve un lujo, la ropa un gasto innecesario y el ocio una locura.
Si nos formamos, debe ir encaminado a introducirnos en un trabajo con el que
nos incorporaremos al gris sacrificio colectivo. Hay que tener cuidado con el
agotamiento y la tristeza; procurar aguantar o disimular, puesto que debemos
estar siempre preparados para nuestra ofrenda diaria al capital. La pura
voluntad debe ser nuestro motor; si no somos “la mejor versión” de nosotros
mismos significa que “no nos estamos esforzando”, y por tanto falla nuestra
voluntad; no nos estamos adaptando bien. Necesitamos relacionarnos con los
demás, pero siendo conscientes de que nuestro tiempo se dedicará, en primer
lugar, al sacrificio asalariado y a las obligaciones que derivan de nuestra
supervivencia. Necesitamos información y cultura, pero a pesar de los
conocimientos y avances científicos, nos llegan mentiras y se fomenta la interpretación
errónea de la realidad. Y así un largo etcétera.
¿Pero no nos
dicen que lo importante es la salud? ¿no nos cuentan que se prioriza el
bienestar de las personas? ¿no son los que se llenan la boca con “los derechos
humanos” los que imponen la dinámica descrita más arriba? De hecho, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que tenemos derecho a un
salario digno, lo cual significa que se defiende el trabajo asalariado; es
decir, se defiende el criminal sistema capitalista y, por tanto, todos los
males que de ahí emanan y que son contrarios al humanismo, priorizando el
derecho a dominar que otorga la propiedad privada de los medios de producción.
Las necesidades son secundarias y la clase obrera solo tiene el derecho a la
vida si puede pagarlo mientras está sometida al capital.
Marx señalaba
que la relación de las leyes económicas con la moral es arbitraria, ocasional
y, por ello, acientífica: la oposición entre Economía Política y moral es
solo una apariencia y no tal oposición. La Economía Política se limita a
expresar a su manera las leyes morales. La burguesía, de manera
idealista, nos vende unos valores que se derrumban ante la realidad que
vivimos. Delante de lo que nos hace humanos debe ir siempre el interés de la
clase dominante, y alrededor de ello ha de orbitar todo lo que en nuestras
vidas acontece. Somos humanos con “derecho a la vida” hasta que llegamos a la
línea que marcan las relaciones de producción capitalistas; es entonces cuando
tiene lugar eso que llamamos “chocar con la realidad”. Incluso cuando tenemos
un par de días libres, unas vacaciones o sencillamente un buen día de ocio,
decimos, al finalizar, esa famosa frase: ahora de vuelta a “la
realidad”.
España es el
país con mayor consumo legal de benzodiacepinas del mundo,
y es menester entender que no es más que un síntoma que deriva de un sistema
podrido en el que, sin conciencia de clase y sin organización, la clase obrera
cree que solo le queda buscar el alivio, y más si tenemos en cuenta que ni
siquiera contamos con la atención adecuada en los servicios sanitarios. Al no
poder concebir que es posible transformar la realidad, y que los problemas no
se deben a dificultades individuales y aisladas, sino que se deben a la
estructura económica y nacen de la explotación humana, reina la resignación y
las lagunas que se tienen a la hora de explicar la realidad se rellenan con
sesgos; la ideología burguesa está presente en cada momento y hueco de nuestras
vidas. De hecho, está demostrado que pensar de manera irracional afecta a la salud mental. Nuestra
percepción chocará con interpretaciones erróneas de la información que
procesamos, y no seremos conscientes de que no estamos entendiendo el mundo que
nos rodea, aunque creamos que sí, y por tanto será fuente de frustración
constante. No se puede encontrar solución a los problemas que no se comprenden;
he ahí el éxito de la burguesía (que procura que eso sea así) en la batalla
ideológica.
La pobreza va en aumento,
por más que el Gobierno de “izquierdas” diga que se ha conformado para mejorar
la vida de “la gente”, ya que esa gente a la que le mejora la vida es la burguesía.
La carga que supone no poder cubrir las necesidades afecta seriamente a la salud,
y junto con la falacia de que cada uno obtiene lo que consigue con su esfuerzo,
el agotamiento está servido. Emplear las energías en la supervivencia y en
estar alerta preocupados constantemente tampoco deja tiempo para relaciones
sociales, el ocio y un descanso adecuado, y puede llevar al desgaste. Todo ello
fomenta la búsqueda de alivio ante la hostilidad que presenta la vida del
desposeído. En lo que respecta a los jóvenes y destacando sobre todo a los
menores, también víctimas de la situación que se vive en los hogares, se
refugian cada vez más en contenidos de internet que
ofrecen ideología burguesa en su forma más tóxica.
Por otro lado,
el trabajo también es cada vez más inestable y precario.
Este hecho no hace más que acrecentar la inseguridad en el presente y en el
futuro, lo cual empeora también la salud mental, que se ve continuamente
asediada por las relaciones de producción capitalistas. La psicoterapia, si
bien solo es una ayuda individual para ser funcional en la dinámica enfermiza
de la explotación, siempre es más recomendable que un fármaco, y puede suponer
un apoyo importante para las personas que necesitan aliviar su sufrimiento,
teniendo la posibilidad de generar, al menos, pequeños cambios para gestionarse
mejor. Sin embargo, a pesar de que se promueve la idea de cuidar la salud
mental, su importancia, la necesidad de acudir a un profesional, etc, una vez
más nos encontramos con que esos consejos, que pueden sonar a responsabilidad y
conciencia por parte del sistema, chocan una vez más con la realidad: muchos no
pueden acudir por falta de recursos. No
solo eso, sino que tras esos paréntesis en que lacayos de la burguesía de todos
los colores fingen preocuparse y ofrecen parches, a veces inalcanzables, el
criminal sistema capitalista, causa de nuestros males, sigue arrasando con nuestras
vidas y nuestros consejeros no hacen nada por detenerlo, ni por ayudarnos a
identificar al enemigo.
El único camino
es aquel que nos garantiza la satisfacción de las necesidades humanas en todos
los ámbitos y un desarrollo constante, sin parásitos ni competencia. Un sistema
en el que los trabajadores ven que el fruto de su trabajo se destina a una
sociedad hecha por y para ellos; es decir, donde obtienen lo que les
corresponde.
Para hacernos
una pequeña idea, hay estudios que muestran que dotar de recursos materiales tiene un
impacto positivo en nuestro estado de salud y el ánimo. Tener mayor acceso a
aquello que necesitamos, evidentemente, nos da mayor sensación de seguridad y
por ello se alivian los problemas de ansiedad, pues ésta no es más que un
estado de alerta ante aquello que interpretamos como un peligro (como ocurre al
percibir que carecemos de cosas básicas). Por otro lado, se conoce que con el
apoyo social en todo tipo de situaciones, ya sea en un contexto cotidiano o
ante problemas como enfermedades crónicas,
o durante el tratamiento de las adicciones, tienen lugar mejoras
significativas. Es decir, tener la posibilidad de ser tenidos en cuenta, así
como un espacio en el que importamos, nos aporta vitalidad.
Debemos tener
claro que un sistema plagado de contradicciones, que exprime nuestras vidas y
nos roba el fruto de nuestro trabajo, solo puede ofrecer sufrimiento. Los
suicidios son una consecuencia inevitable de la más completa deshumanización.
No se trata de no querer vivir, sino de sentir que no se es capaz; no son más
que asesinatos, pues prevalece la búsqueda de beneficio sobre la vida humana,
aplaste a quien aplaste. Se conocen las causas, pero la burguesía no se
detiene. A pesar de que la ciencia demuestra continuamente que la forma en que
nos obliga a vivir este sistema es enfermiza y destructiva, observamos que la
barbarie no cesa y, de hecho, es cada vez mayor. La descomposición del
capitalismo va acompañada de mayor manipulación a la clase obrera, para generar
así mayor división, aislamiento e individualismo. También se acompaña de mayor
miseria, y el desgaste que esto genera no solo afecta a la salud, sino que
aumenta la probabilidad de asumir como cierta la mentira de que no hay
solución. Al aumentar también la desesperación somos más vulnerables ante una
explicación engañosa.
La grave
situación que vivimos no cambiará de mano de los políticos, pues son puestos en
los sillones por y para la burguesía. Tampoco surgirá el cambio de
manifestaciones espontáneas que solo alcanzan a exigir modificaciones
superficiales. Solo la clase obrera es capaz de transformar la realidad, pero
para ello debe librarse de los explotadores; de los criminales que han
acumulado enormes cantidades de poder a costa de nuestro trabajo y sufrimiento.
El principio de dicha transformación comienza con la organización de los
trabajadores, cuyo poder nacerá de la unión de todas las luchas apuntando hacia
la raíz común, que no es más que este sistema de explotación humana. No podemos
seguir permitiendo que jueguen con nuestras vidas y nos traten como si éstas no
tuvieran ningún valor, más allá de la ganancia que podamos generar. La criminal
burguesía es la que debería vivir reprimida. Es hora de constituir un Frente
Único del Pueblo que nos permita luchar de verdad por nuestra máxima
aspiración: el socialismo.
Comisión de
propaganda del CC del PCOE
FUENTE: pcoe.net