Es cierto que
la juventud «lo tiene todo»: más paro, más pobreza y un boom de problemas
mentales
Por Ángel
Munárriz
Rebelion/ España
| 07/11/2022 |
Fuentes: Info Libre [Foto: Varios estudiantes se manifiestan en defensa de la salud mental de los estudiantes el 27 de ctubre de 2022 en Madrid (EP)]
«Quizás
tengas 30 años y estés agotado. Es probable que, además, te sientas culpable
por encontrarte así».
Quien
así escribe es la –joven– periodista Sara Montero en el
prólogo de Vidas low cost. Ser joven entre dos crisis (Catarata,
2021), un ensayo colectivo que apabulla con su colección de datos sobre
la avería del ascensor social,
el retroceso de la movilidad
intergeneracional y las dificultades para encontrar condiciones
dignas en el mercado laboral. Se trata de un libro que, leído por un joven en
su sentido amplio, digamos entre 16 y 35 años, debe de dejar
un poso de zozobra y preocupación por el futuro. Cuando no de reafirmación en
el hartazgo. Y algo de todo ello había en el caso de Montero, de poco más de 30
cuando se publicó el libro, que decidió prologarlo ofreciendo pinceladas de su
experiencia como miembro de una generación sometida a un bombardeo
ideológico-cultural que se podría condensar en un doble
mensaje. De un lado, el motivador: «Sí, vale, las cosas van mal. Pero si
quieres, tú puedes». Del otro, su envés reprobatorio: «Si no puedes, es
que no quieres, no lo intentas lo suficiente».
De
ahí sale esa idea suya con la que arranca este texto: puede que siendo aún
joven ya hayas perdido las fuerzas y es posible que además creas que es culpa
tuya. Al fin y al cabo, siguiendo a Montero, es lo que cabe concluir de lo que
se oye a todas horas. La periodista desgrana cómo en la televisión se
suceden «superheroínas que se atrevieron a emprender y ahora
son mamás y empresarias que sacan tiempo para autocuidarse»; talent
shows en los que un donnadie cumple de golpe un sueño espectacular y
reafirma que todo es posible; coaches e influencers que
brindan «trucos» para tornar el fracaso en éxito sólo con evitar ese par de
errores en los que no dejas de caer; tutoriales para mantener en perfecto
estado de revista tu «marca personal» en las redes… «Es un
mensaje que nos llega todo el rato», explica ahora Montero a infoLibre. «Si
no consigues lo que quieres, si no logras evitar el fracaso, es porque no lo
das todo. Si hay problemas para acceder a la vivienda, no es por un fallo del
mercado, sino porque te lo gastas en cañas. ¿Qué tienes que
hacer para conseguirlo? Esforzarte más para merecer el éxito. Y eso se traduce
en aceptar lo que otro no aceptaría, en convertir toda tu vida en trabajo».
Hay,
afirma Montero, toneladas de ideología individualista tras ese omnipresente «tú
puedes», que invita a una carrera que uno sólo abandonará si no tiene
suficiente «cultura del esfuerzo». Y aquí llegamos a un sintagma, «cultura del
esfuerzo», que ha asomado esta semana en el debate público, lanzado a la arena
por Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid (PP), quizás la voz
ideológicamente más influyente de la derecha española. Los jóvenes, proclamó en
un acto de su partido, «lo tienen todo» en «un país de oportunidades»,
pero les falta «cultura del esfuerzo».
Es
un mensaje que rima con otros. Citemos dos recientes, los dos polémicos y en
máxima audiencia, los dos representativos de un discurso de profundo calado
social. 1) El economista Gonzalo Bernardos responde así en La
Sexta a una joven que gasta «casi la mitad» de su sueldo en «una habitación» en
Madrid: «No puedes aspirar a todo […]. En Móstoles se vive muy bien.
Lo que no podemos hacer es que la hija viva al lado de la mamá». 2) Arturo
Pérez-Reverte en Antena 3: «Estamos criando generaciones de jóvenes que no
están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic». Están
«hiperprotegidos», pensando que «el mundo se soluciona haciendo así», dice
mientras emula el gesto de pulsar el móvil. Pablo Motos asiente embelesado
cuando el escritor habla de esos «chicos confortablemente instalados en un
mundo irreal».
Pero
no está nada claro que vivan en un «confortable mundo irreal». Es regla en los
miembros de estos grupos de edad que toda la vida adulta, o incluso toda la
vida consciente, la hayan pasado en crisis. Aunque todo puede variar
dependiendo del corte de edad que se escoja –no es lo mismo 35 que 16, claro
está–, el dibujo global que ofrecen las estadísticas es el de sucesivos cortes
generacionales que sufren en porcentajes superiores al resto la
privación y/o la incertidumbre. Al mismo tiempo, sus miembros oyen sin
descanso cómo se pone en entredicho la capacidad de la educación pública para
garantizar ascenso social, de la sanidad pública para asegurar atención
adecuada, del trabajo para garantizar vida digna y de las pensiones para
garantizar jubilación tranquila. Afrontan –o eso parece hoy– las perspectivas
más oscuras en todos los terrenos clave: empleo, servicios públicos, pensiones,
relaciones internacionales, clima…
infoLibre busca
respuestas en cinco voces –de los campos de la sociología, la salud mental, el
periodismo y el sindicalismo– a esta pregunta: ¿Como es posible que el
sambenito de las generaciones caprichosas, mimadas e indolentes recaiga sobre
las generaciones que objetivamente son más castigadas, postergadas e inestables
que el resto? Los puntos de vista recabados son diversos, pero es posible
identificar una conclusión dominante: el estereotipo –de fuerte tirón popular–
constituye una herramienta perfecta para despolitizar los problemas
estructurales de la juventud mediante la inoculación del sentimiento
de culpa individual. Y una segunda conclusión: esta culpabilización añade una
presión extra a unas generaciones que ya están dando muestras de un alarmante
malestar psicológico.
Un discurso «injusto»
El
sociólogo Mariano Urraco, especializado en juventud, cree que el discurso de la
«generación de cristal» dada al capricho y a la queja es «injusto». En primer
lugar, por su imprecisión: suele lanzarse contra «los jóvenes», ignorando su
diversidad generacional y socioeconómica. En segundo lugar, porque es cuestionable que se quejen mucho. Incluso tomando como ejemplo el arquetipo
del joven quejoso –pongamos un veinte o treintañero precario que empieza a
transformar su impaciencia en cabreo–, la experiencia investigadora de Urraco
indica que suele ser tan dado al pataleo en las redes sociales como «dócil ante a las imposiciones del
sistema y el mercado«. En tercer lugar, es «injusto» porque la situación de los jóvenes es
«objetivamente» complicada.
Urraco,
profesor de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) y autor de numerosos
trabajos sobre sociología de la juventud [ver aquí y aquí], cree que las generaciones mayores a
menudo confunden el acceso a una mayor oferta de ocio, sobre
todo digital, con una vida mejor y más cómoda. Y añade que existe cierta
incapacidad para entender «el fondo» del problema de esas generaciones jóvenes
a las que se reprocha políticamente que no tuvieron que luchar por la
democracia y culturalmente que no tuvieron que vivir con sólo dos canales de
televisión. Ese «fondo» del problema, datos en mano, se sintetiza en una afirmación: ser
joven es un factor de riesgo de desempleo y de pobreza, por mucho que
el joven parado y pobre gaste smartphone.
La
última Encuesta de Población Activa (EPA) conocida hace unos días muestra
que la tasa de paro juvenil, es decir, de menores de 25 años
que buscan trabajo y no lo logran, está en el 31% tras subir casi 2,5 puntos
desde la anterior, mientras para el conjunto de la población ha pasado del
12,48% al 12,67%. El dato era peor para los jóvenes y su empeoramiento es más
grave.
Las tablas del INE por franja de edad arrojan una conclusión: la pobreza es un mal que se va curando con el tiempo. Veamos. Tasa de riesgo de pobreza en menores de 16 años: 28,7%; de 16 a 29: 24,6%; de 30 a 44: 21,1%; de 45 a 64: 19,7%; de 65 en adelante: 17,5%. La Red Europea de Lucha contra la Pobreza, en su informe de este mismo mes, señala que los jóvenes de entre 16 y 29 años son el grupo con peor evolución comparada desde 2008. Cáritas apunta en la misma dirección. A principios de años alertó de tasas de exclusión disparadas, con los mayores porcentajes de todas las franjas.
Tasas
de exclusión social y exclusión social severa por generaciones en 2018 y 2021.
¿Y
los ingresos? Entre 2011 y 2020 el salario medio entre quienes tienen menos de
30 años pasó de 1.025 a 973 euros netos, según un informe del
Consejo de la Juventud de España. El golpe de la Gran Recesión sigue caliente.
Pero no todo empezó en 2008. La Fundación de Estudios de Economía Aplicada
(Fedea), al analizar la evolución de los ingresos por edad a lo largo de todo
el periodo democrático, observó que en 2019 la mediana del salario mensual real
–descontando la inflación– de los jóvenes entre 18 y 35 años era menor
que en 1980, con caídas que van desde el 26% para aquellos con edades
entre 30 y 34 años hasta el 50% para los de 18 a 20 años. Como es lógico, es
difícil irse de casa. La tasa de emancipación de 16 a 29 años
en 2021 se situó en el 16,75%, el peor dato desde hace más de 20 años, según el
Observatorio de Provivienda.
Evitar la responsabilidad política
Dos
características de los jóvenes ayudan a entender el trato que les da la
política. La primera es que son menos. Cada una de las franjas
de cinco años por debajo de 35 tienen menos de 3 millones de individuos. Cada
franja de 35 a 65 tiene más de 3 millones. Así que hay mayor incentivo para
prometer políticas a los que tienen entre 50 y 54 años (3,73 millones) que a
los que tienen entre 20 y 24 (2,42 millones). La segunda característica es
que votan menos. Según el último barómetro del CIS, los dos
grupos con mayor inclinación a la abstención son los de 18-24 y 25-34.
El
sociólogo Mariano Urraco cree que el discurso de la «cultura del esfuerzo» se
invoca para eludir responsabilidades políticas ante unas generaciones que están
más desatendidas que otras. Así lo explica: los mensajes «si quieres,
puedes», «sálvese quien pueda», «búscate tu nicho» o «sólo puede quedar uno», todos
ellos conectados con mitos neoliberales como
«el triunfador hecho a sí mismo», desplazan los problemas a la esfera
«individual», descargando de responsabilidad a lo público. «No me
sorprende que una dirigente política diga que los jóvenes no se esfuerzan,
porque eso la desresponsabiliza«, señala Urrraco, que
afirma que a la postre se trata de un discurso «funcional al statu quo»
porque llega incluso a disuadir de la manifestación: «Al que protesta se lo
llama llorón y blandito. Así que los jóvenes desarrollan
estrategias mentales y discursivas para negar la propia frustración, porque
frustrarse equivale a fracasar y fracasar es tabú». El que puede por apoyo
familiar, desarrolla Urraco, sigue una incierta estrategia de «acumulación de
titulaciones» para «distraer la frustración», aunque el problema de fondo
permanece.
Adrià
Junyent, que a sus 28 años es secretario de Juventud de CCOO, también emplea la
palabra «distracción». El cuestionamiento del «esfuerzo» de los jóvenes y la
promoción del «individualismo más rancio» son estrategias para «distraer y
ocultar problemas» como la «falta estructural de oportunidades» y que «el
ascensor social se ha roto», señala Junyent, que recalca que quienes usan el
tópico del joven indolente ignoran el descenso de eso que se dio en llamar
«ninis», jóvenes que ni estudian ni trabajan, cuya tasa entre 2014 y 20121 cayó
del 20,7% al 14,1%, según datos del Ministerio de Educación.
Al
igual que Junyent y Urraco, el profesor de Sociología de la Universidad de
Barcelona Xavier Martínez Celorrio cree que la retórica individualista tiene un
fin político. «Se trata –dice– de borrar del análisis la influencia de las desigualdades
sociales«. Martínez Celorrio está especializado en el campo
educativo, precisamente en el que puso énfasis Ayuso en su alusión a esa falta
de «cultura del esfuerzo» causada –dijo– por sucesivas leyes educativas para
«regalar los aprobados» e «igualar a la baja». A juicio de Martínez Celorrio,
autor de una amplia producción académica sobre educación e igualdad, el
discurso según el cual las nuevas generaciones están ablandadas por un sistema
educativo que ha bajado el listón «carece de cualquier base empírica».
Las
palabras de Ayuso se insertan en un discurso de fuerte tirón popular que apela
a la nostalgia de la etapa escolar de los adultos para enaltecer la repetición
de curso, soslayando que se trata de una medida demostradamente cara e injusta de
la que España, en términos comparados, abusa sin más resultado que agravar
desigualdades. «Es una retórica neocón ya vieja, que
viene de Margaret Thatcher y sus black papers, con los que
pretendía desacreditar la educación para la igualdad. Siempre es la misma
lógica: culpar al individuo. Lo decía Thatcher: ‘La sociedad no existe. Hay
individuos, hombres y mujeres, y hay familias‘».
Malestar psicológico
A
los problemas materiales se suman los mentales. El cóctel de decepción por las
metas incumplidas e incertidumbre ante un mundo tan volátil, agitado por la
pandemia y ahora por la guerra, ha detonado ya un claro deterioro psíquico no
sólo entre adultos jóvenes, sino también entre adolescentes y menores, cuyos
trastornos mentales se han triplicado, según Save the Children. Un 24%
de los jóvenes de 16 a 29 años dicen tener problemas de salud mental con cierta
o mucha frecuencia, lo que supone un marcado incremento con respecto a
2021 (8,6%) y 2
Precisamente en calidad de subdirectora de este centro, Ana Sanmartín dispone de un excepcional mirador: los barómetros anuales Salud y bienestar. Y lo que ve le causa inquietud. La percepción en la juventud de tener un buen estado propio de salud ha pasado entre 2019 y 2021 del 77,5% al 54,6%, un caída que Sanmartín vincula con el malestar psicológico. La «ideación suicida» de «alta frecuencia» ha pasado en dos años del 5,8% al 8,9%.
Percepción de tener un buen estado de salud entre los 15 y los 29 años.
Ideación suicida de alta frecuencia entre los 15 y los
29 años.
Sanmartín
cree que los datos tienen dos causas. En primer lugar, hay más trastornos por
la pandemia y otras razones objetivas de sufrimiento, sobre todo por
dificultades laborales. «Son generaciones a las que les damos una
nefasta incorporación al trabajo. Muchos viven en crisis desde que tienen uso
de razón», afirma. Además, «ahora se verbaliza más» el problema. Aquí
coincide con la periodista Sara Montero, que de hecho observa cómo se ha roto
lo que era un tabú y ahora las redes se llenan de llamamientos a admitir en
público los problemas mentales y de invitaciones a ir al psicólogo.
A
Montero, para quien esta apertura de compuertas es una buena noticia, le
preocupa eso sí que ese aluvión de mensajes –que a ojos de la población no
joven vendría a ser una muestra de debilidad de las «generaciones de cristal»–
no vaya suficienemente acompañado del cuestionamiento de los problemas
estructurales. Dicho de otro modo, Montero cree que se empieza a exteriorizar
el síntoma, pero no tanto el problema. Y cuando habla de «problema» se refiere,
por ejemplo, a un mercado inmobiliario prohibitivo para millones de jóvenes sin
respaldo familiar. Y que seguramente seguirá siendo prohibitivo por mucho que
se esfuercen.