sábado, 1 de marzo de 2025

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¡Ya salió el Topo de marzo! Entrevista a Andrés Piqueras (artículo en abierto)

 

Además, en la revista de este mes, artículos de Higinio Polo, Alejandra Trejo Nieto; Carlos Formenti, entrevista de Miguel Riera a Manolo Monereo; Miguel Candel nos habla del Elefante en la cacharrería. Y en CINE, Javier Enríquez Román nos presenta The Brutalist, Una (colosal) epopeya estadounidense.


¡Ya salió el Topo de marzo! Entrevista a Andrés Piqueras (artículo en abierto)


Entrevistas 

 

Genís Plana

El Viejo Topo

1 marzo, 2025 



Artículo en abierto de la Revista El Viejo Topo, nº446, de marzo de 2025

Además, India y los graznidos de Washington por Higinio Polo; Nueva era, viejas tensiones entre México y Estados Unidos por Alejandra Trejo Nieto; Carlos Formenti continúa su recorrido sobre las luchas africanas contra el Imperialismo; repensamos la izquierda con la entrevista de Miguel Riera a Manolo Monereo; Miguel Candel nos habla del Elefante en la cacharrería. Y en CINE, Javier Enríquez Román nos presenta The Brutalist, Una (colosal) epopeya estadounidense.


por Genís Plana

 

Andrés Piqueras es profesor sénior de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón, y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC). Autor de numerosos libros en los que, además de esclarecer el funcionamiento del capitalismo, examina sus implicaciones políticas, sociales y medioambientales, sus análisis son bien acogidos en las páginas de El Viejo Topo. En esta ocasión le preguntamos al respecto de una cuestión que recientemente ha centrado su interés: el vínculo con el sionismo de quienes, por su poder económico, podrían considerarse los dueños de la mayor parte del mundo.

Si queremos saber cómo se configura el poder mundial, debemos comprender un proceso fundamental: la “centralización extrema del capital”. ¿Podrías resumir en qué consiste?

—Es el proceso imparable que arrastra la dinámica de acumulación del capital y su ley del valor, por la que ese capital va quedando cada vez en menos manos (a través de la unión de varios capitales en uno solo o por la absorción de uno de varios de ellos por otro). Este proceso significa que entre los capitalistas se redistribuyen capitales ya acumulados, sin que necesariamente se cree nueva riqueza social ni se agrande el ciclo de acumulación, aunque, sobre todo en los momentos de auge, ambas dinámicas tienden a ir de la mano. 

Solemos pensar que la pregonada libertad de mercado acababa por reducirse a la posibilidad de optar por los productos que ofrecen algunas de las grandes empresas: Coca Cola o Pepsi, pongamos por caso. Sin embargo, incluso esa paupérrima libertad de elección oculta una falsa alternativa. Has descubierto que las tres mayores empresas de inversión del planeta (Vanguard, Blackrock y State Street) son accionistas tanto de Coca-Cola como de Pepsi Co.

—Efectivamente, el proceso de centralización capitalista ha ido conllevando que sean unas pocas empresas matrices gigantescas las que posean empresas (marcas) grandes, que a su vez son dueñas de otras medianas, las cuales por su parte detentan la propiedad de muchas pequeñas, como en un perverso juego de muñecas rusas. Así, por ejemplo, todas las marcas de alimentos envasados son propiedad de una docena de empresas matrices: Pepsi Co., Coca-Cola, Nestlé, General Mills, Kellogg’s, Unilever, Mars, Kraft, Heinz, Mondelez, Danone y Associated British Foods. Estas empresas matrices monopolizan la industria de los alimentos envasados, ya que prácticamente todas las marcas de alimentos disponibles pertenecen a una de ellas.

Las 12 empresas cotizan en Bolsa y están dirigidas por consejos de administración en los que los mayores accionistas tienen poder sobre la toma de decisiones. Cuando se busca quiénes son esos mayores accionistas se encuentra otro oligopolio mayor por encima del oligopolio anterior (en este caso nada menos que un duopolio), pues hay dos empresas que figuran sistemáticamente entre los principales accionistas institucionales de estas empresas matrices: Vanguard Group Inc. y Blackrock Inc. 

A veces estas megaempresas comparten control empresarial con una tercera. Por ejemplo, aunque hay más de 3.000 accionistas en Pepsi Co., las participaciones de Vanguard y Blackrock representan casi un tercio de todas las acciones. De los 10 principales accionistas de Pepsi Co., los tres primeros, Vanguard, Blackrock y State Street Corporation, poseen más acciones que los siete restantes.  Algo muy similar pasa con la Coca Cola, pues sus cuatro principales accionistas institucionales son idénticos a los de Pepsi.

Unas pocas manos son las que controlan el cotarro…

—Lo mismo ocurre en casi cualquier otro campo. Así, verbigracia, entre las 10 mayores empresas tecnológicas encontramos: Apple, Samsung, Alphabet (empresa matriz de Google), Microsoft, Huawei, Dell, IBM y Sony. Con ellas tenemos la misma configuración de muñeca rusa. Por ejemplo, Facebook es dueña de Whatsapp e Instagram. Alphabet es dueña de Google y de todos los negocios relacionados con Google, incluyendo YouTube y Gmail. También es el mayor desarrollador de Android, el principal competidor de Apple. Microsoft es dueña de Windows y Xbox. En total, cuatro empresas matrices producen el software que utilizan prácticamente todos los ordenadores, tabletas y eso que llaman “teléfonos inteligentes” del mundo. 

Tendemos a pensar que los dueños de estas empresas son los más ricos del mundo, y solemos identificar este tipo de “riqueza” con poder. Y no es que no sea así, de una u otra manera, pero habría que saber discernir entre diferentes tipos de poder y, además, ¿quiénes son los dueños de esas macroempresas?

Más del 80% de las acciones de Facebook están en manos de inversores corporativos, y (a finales de 2021) los principales poseedores institucionales son los mismos que se encuentran en la industria alimentaria: Vanguard y Blackrock. Mientras que                                                       State Street Corporation es el quinto mayor accionista.

Los cuatro principales inversores institucionales de Apple son Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation. Los tres principales accionistas institucionales de Microsoft son Vanguard, Blackrock y State Street Corporation.

Si se sigue repasando la lista de marcas tecnológicas –empresas que fabrican ordenadores, teléfonos inteligentes, aparatos electrónicos y electrodomésticos– cualquiera se topa repetidamente con Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation entre los principales accionistas. 

Esto no tiene nada que ver, por una parte, con la cacareada “libertad de mercado” ni con la “libre competencia” de la que nos hablan, sino que traduce la citada tendencia intrínseca del capitalismo a acumular capital, medios de producción y riqueza en menos manos, a costa de la desposesión y miseria de más y más población. Por otro lado, se habla mucho del capitalismo de plataformas y que ahí están al frente los hombres más ricos del mundo (Gates, Zuckerberg, Bezos, Buffet, Musk, Ellison, Page…), ¿pero son realmente los más poderosos cuando hablamos en términos geopolíticos? Obviamente, son sólo parte de un engranaje que les supera y que tiene formas más ocultas de poder.

Así pues, Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation se encuentran detrás de la industria de alimentos envasados y de las grandes empresas tecnológicas. ¿Ocurre lo mismo con los medios de comunicación?

—En cuanto a la “pluralidad” de los medios de comunicación en general, la centralización del capital no deja muchas dudas al respecto: es inexistente. 6 grandes conglomerados transnacionales –aunque todos tienen sede en Estados Unidos– controlan el 70% del “negocio global de la comunicación”. Son Time Warner, Disney, NewsCorp (recientemente fusionada con 21st Century Fox), NBC Universal, Viacom y CBS (estas dos últimas se podrían volver a fusionar pronto).

Lo que no deja de ser aún más inquietante es que detrás de estos conglomerados encontramos también a los anteriores megagrupos de inversión, como importantes accionistas suyos.

¿Y lo mismo ocurre en otros sectores y ramas productivas?

—Las empresas de este selecto club, que incluye Bancos y Fondos de Inversión, son también las mayores accionistas de las industrias extractivas y de provisión de materias primas en general. Lo mismo ocurre con la agroindustria de la que depende la “industria alimentaria” mundial. Estos inversores institucionales son dueños de Bayer, el mayor productor de semillas del mundo; también lo son de los mayores fabricantes de textiles y de muchas de las mayores empresas de ropa. Son dueños de las refinerías de petróleo, de los mayores productores de paneles solares (de manera que controlan tanto la “economía fósil” como la que nos quieren hacer creer que será “sostenible”) y de las industrias automovilística, aeronáutica y armamentística. Poseen todas las grandes compañías de tabaco, y también todas las grandes compañías farmacéuticas e institutos científicos.  Igualmente son dueños de los grandes almacenes y de los mercados en línea como eBay, Amazon y AliExpress. Podemos resumir diciendo que 3 megaempresas que actúan como “Fondos de Inversión” tienen acciones mayoritarias en el 60% de todas las empresas del mundo:  Blackrock, Vanguard y State Street.

Veamos qué pasa con la Banca. Se piensa que la Reserva Federal (FED) como si fuera el Banco Central estadounidense, pero comentas que no es exactamente así… ¿Quiénes mueven la manivela en la fábrica de dólares?

—La Reserva Federal (FED), el Banco de Bancos de EE.UU., es una entidad privada que funciona como pública (a diferencia de los Bancos centrales europeos, que son “públicos” pero funcionan como entidades privadas). La FED presta dinero a otros Bancos, controla las tasas de interés, la acuñación de moneda y detenta el derecho exclusivo de la emisión de billetes. En 2018 el Citibank era la institución número 1 de la lista, con 87,9 millones de acciones del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, es decir, el 42,8% del total. El accionista número 2 era JP Morgan Chase Bank, con 60,6 millones de acciones, lo que equivale al 29,5% del total. Los dos Bancos juntos controlaban casi tres cuartas partes del capital social del Banco regional más importante del Sistema de la Reserva Federal. 

Estas empresas de inversión son, por supuesto, propiedad de su propio grupo de accionistas, los cuales, y esto es lo sustancioso, también se poseen entre sí. Todos son accionistas de las empresas de los demás. Juntos forman una reducidísima cúspide de propietarios. 

Los inversores institucionales más pequeños, como Citibank, ING y T. Rowe Price, son propiedad de empresas de inversión más grandes, como Northern Trust, Capital Group, 3G Capital y KKR. Estos inversores, a su vez, son propiedad de empresas de inversión aún más grandes, como Goldman Sachs y Wellington Market, que a su vez son propiedad de empresas todavía mayores, como Berkshire Hathaway y State Street. En la cúspide de la pirámide –la mayor muñeca rusa de todas– se encuentran Vanguard y Blackrock.

El poder de estas dos empresas es difícil de imaginar. No sólo son los mayores inversores institucionales de todas las empresas importantes del planeta, sino que también son dueños de los otros inversores institucionales de esas empresas, lo que les da un duopolio total. Según Bloomberg, para 2028 se espera que Vanguard y BlackRock gestionen colectivamente 20 billones de dólares en inversiones. En el proceso, poseerán buena parte del planeta Tierra. Todo esto, a la postre, es incompatible con la democracia, la justicia social o cualquier otro tópico que nos vende la sociedad capitalista.

Por otra parte, si se sondea un poco en su interior, aunque esto ya no es tan fácil, se descubre que algunos de sus principales accionistas y Ceos son claros promotores del sionismo.

Tratemos, entonces, de poner nombre y apellidos. ¿Qué personas son las que poseen estas entidades monstruosas que son los fondos de inversión, accionistas mayoritarios de las mayores empresas del mundo?

— Las familias consuetudinariamente más ricas del planeta. Sí, efectivamente, entre ellas los Rothschild, la familia DuPont, los Rockefeller, los Walton, los Murdoch, la familia Oppenheimer y la familia Morgan. Algunas de ellas vienen siendo las más poderosas, empotradas en el Imperio Occidental en su conjunto, desde al menos los dos últimos siglos y medio. Claro que no están ahí todas las más poderosas, pero sí ciertas de ellas (aunque algunas hayan visto mermado su poder-riqueza en las últimas décadas). Buena parte tienen de una u otra manera vinculación con la creación y promoción del sionismo global.

Algunas de las familias que acabas de mencionar proceden de la burguesía judía que inicialmente le debe su poder económico al capital usurario. Ahora bien, necesitaron un poder político territorializado para poder tejer sus redes financieras y comerciales…

—Desde hace siglos, el protagonismo de la burguesía judía en el naciente capitalismo, especialmente por lo que toca al capital a interés usurario, le proporcionó una situación de relevancia estructural. En sus primeros momentos, el sionismo fue cogiendo peso en Europa gracias a las poderosas familias judías que desde el principio estaban detrás del movimiento, para después dar un salto hacia una mayor vinculación con los poderes mundiales territoriales. Lo intentó con el imperio otomano y con el ruso, con el naciente poder alemán, para finalmente vincularse al imperio británico por razones de beneficio mutuo. 

Siendo Asia Occidental el lugar de convergencia entre Europa, Asia y África, es fácil de entender por qué Inglaterra se decidió por establecer allí la entidad sionista, lo cual nada tenía que ver con razones históricas, étnicas o bíblicas, sino puramente geoestratégicas, para disponer de un enclave de contención de cualquier amenaza procedente de Asia, máxime por si las exitosas revoluciones soviética y china pudieran extenderse al llamado “Mundo Árabe”.  Se trataba de implantar una base militar (todavía hoy sin constitución ni fronteras definidas, por lo que a duras penas puede ser un “Estado-país”) para el control del territorio y de sus recursos, y al tiempo como fortaleza de vigilancia y dique de posibles sublevaciones y/o amenazas contra el Imperio. Un ente político-militar, en suma, de ocupación y apartheid territorial, que poco a poco se convertiría en el bastión o atalaya adelantada del Sistema Capitalista y de su Imperio Occidental en Asia, permitiendo asimismo coadyuvar al control de África y, en el intersticio entre tres continentes y dos mares, de buena parte de los flujos mundiales.

Queda claro, por consiguiente, que la entidad sionista se estableció en Palestina, no tanto por razones históricas o religiosas, como sí geopolíticas. Pues bien, aunque para la mayor parte de lectores sea innecesario, resulta prudente recordar una vez más la distinción entre “sionismo” y “semitismo”.

—“El sionismo es una forma de supremacismo y racismo”, como reconociera la resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU, el 10 de noviembre de 1975. Aunque desde prácticamente sus orígenes cuenta con distintas versiones, es la revisionista-religiosa la que se va imponiendo para el conjunto del ideario –hoy en su expresión más brutal–, que se basa en supuestos derechos histórico-bíblicos a ocupar la tierra de otros, a los que se considera inferiores al “elegido” pueblo judío (en realidad todos los no-judíos irán adquiriendo esa condición, como se demostrará cuando se construya el Tercer Templo, que será la prueba del poderío de Yahvé o Yahweh y de “su” pueblo. Los sueños cada vez más materializados de expandir el Gran Israel por casi toda Asia occidental y el dominio sionista mundial acompañan esa obsesión). 

Esta forma de fascismo en la que se convierte el sionismo se muestra en numerosos acontecimientos, además del genocidio del pueblo palestino y la matanza de civiles allá donde interviene. Apoyó no sólo al régimen de apartheid de Sudáfrica, sino que ha estado intrínsecamente vinculado con el imperialismo y los regímenes dictatoriales y represivos de movimientos populares habidos en el siglo XX y también en el XXI, especialmente vinculados a EE.UU. y sus políticas “antisubversivas” (con la preparación y abastecimiento de paramilitares y dictaduras, entrenamiento en torturas y técnicas de represión y vigilancia, etc.).

En línea con lo dicho, es proverbial ver cómo en poco tiempo las extremas derechas del mundo trocaron su “odio” antijudío por un apoyo a ultranza al régimen sionista israelí. 

Por otra parte, la absoluta mayoría de quienes en el mundo se dicen judíos no son semitas, sino de origen ashkenazi, propio de las tierras norteñas del Cáucaso, y extendidos paulatinamente hacia el oeste, Ucrania y Europa oriental y central. Sólo los pocos judíos que quedaron en Asia Occidental a lo largo de la historia son semitas (como lo son los palestinos y buena parte de libaneses, sirios y jordanos). También los falasha, de África Oriental son semitas (y aun así bastante minusvalorados en Israel). Otra minoría judía importante, no semita, son los sefardíes.

Muchos de quienes se reconocen judíos/as por vinculación étnica, no lo son por religión, y muchos otros/as no son sionistas. En cambio, buena parte del sionismo mundial está encarnado por cristianos protestantes, muchos evangélicos.

Pero el sionismo no sólo se apoyó en el Imperio Británico. Comentas que también hubo entendimiento con la Alemania nazi. Esto es algo que puede generar mucha sorpresa, sino incredulidad.

—Sí, pero es fácil de contrastar si se indaga en la historia. Incluso en Wikipedia se puede encontrar información sobre ello. Lo explico brevemente. El Movimiento Sionista, que se iba consolidando como Poder Sionista Internacional (antes de hacerse mundial), estableció, efectivamente, una alianza con la Alemania nazi que se concretó en el Acuerdo de Haavara, el 25 de agosto de 1933. Un “Acuerdo de traslado” entre las autoridades nazis y la Organización Sionista Mundial, con intermediación de la Federación Sionista de Alemania, el Banco Leumi y la Agencia Judía para Israel. Merced al mismo, se trasladaron a Palestina unos 60.000 judíos, dotados con unos 100 millones de dólares, mientras que los que no comulgaban con los principios sionistas de ocupación fueron abandonados al régimen nazi.

En compensación por su reconocimiento oficial como únicos representantes de la comunidad judía, los dirigentes sionistas se ofrecieron para romper el boicot que habían organizado todas las organizaciones judías del mundo, lideradas por las poderosas asociaciones de EE.UU., y que estaba afectando muy directamente al naciente Reich. También fueron muy activos en los Judenrat, los comités que controlaban los guetos y decidían quién debía ser deportado y quién quedaba en los campos de exterminio. 

El polémico “acuerdo de traslado” incluía que los nazis organizaran los viajes, de modo que los judíos alemanes llegaran a Palestina en barcos que ondeaban la bandera con la esvástica. Las SA organizaron campos de entrenamiento para preparar a las juventudes sionistas en su emigración, además de imprimir su propaganda y contribuir a la difusión del proyecto y a la organización de los actos. Sionismo y nazismo han estado tensionalmente entrelazados desde bien pronto, como dos formas distintas de fascismo, tal como dramáticamente estamos comprobando sin tapujos ni máscaras hoy en Gaza, y en realidad por más de 70 años en toda Palestina.

Todo esto es relativamente fácil de seguir, como digo, simplemente poniendo en un buscador “Acuerdo de Haavara”, a pesar de lo, digamos, cuidadosamente olvidado que ha estado.

Hay quien piensa que Israel logra instrumentalizar a su favor la política exterior de Estados Unidos en Oriente Próximo. Antes bien, pareciera ser que Israel es el pretexto con que cuenta Estados Unidos para, llegado el caso, involucrarse activamente en Oriente Próximo (o Asia Occidental, por usar una designación no eurocéntrica). En ese supuesto, ¿podríamos decir que el proyecto sionista desborda las aspiraciones territoriales israelíes, pues su campo de sentido es el imperialismo angloamericano?

—Efectivamente, el sionismo territorializado es una plasmación del imperialismo anglosajón en Asia occidental, como he querido indicar antes. Por consiguiente, y a diferencia de tantas interpretaciones al uso, son “homocigotos” de un mismo gen imperialista, perfectamente imbricados, aunque puedan tener ocasionalmente ciertas diferencias de prioridades. Sería impensable que una base militar asistida (sin la ayuda económica y militar norteamericana no podría subsistir) que se hace pasar por un Estado (pues como dije no tiene ni constitución ni fronteras definidas de su pretendido territorio, que no es sino territorio ocupado), fuera la que comandara el Estado más poderoso de la Tierra, o mantuviera subordinados sus intereses a sí misma.

Entonces, ¿sería más correcto afirmar, no que el sionismo logró insertarse en los espacios de poder estadounidenses, sino que los espacios de poder estadounidenses se configuraron también por el sionismo?

 —Aquello que pretendo decir resulta más entendible si sabemos que el sionismo se fue haciendo con el poder en Estados Unidos bastante antes de que existiera el régimen de apartheid israelí. Consideremos que, según he indicado antes, controlar la FED proporciona el control de la economía de EE.UU., lo que supone detentar buena parte del auténtico poder del país. Y fueron familias sionistas las que lo hicieron. Repito, además, que una porción importante del sionismo en EE.UU. no es judío, sino protestante o de algunas de las otras divisiones-sectas del cristianismo, como las evangelistas. Sus intereses convergieron con los de otros sionistas para perpetuar las condiciones geoestratégicas que impulsaron al imperio británico a mantener aquel enclave en el corazón de tierras árabes.

Por último, ¿por qué crees que el imperialismo angloamericano, en relación simbiótica con el sionismo, pretende legitimarse atribuyéndose conceptos como “democracia”, “derechos” y “libre mercado”?

—Porque son los propios de la propaganda imperial-capitalista para dominar el mundo. En un primer momento de la expansión colonial europea se utilizaba la evangelización como excusa, en el siglo XIX fue el “progreso” o la “civilización” del resto del mundo (el “libre mercado” lo proclamó Inglaterra una vez había eliminado por las armas la competencia industrial de la India y de Egipto, por ejemplo). Ya en el XX se utilizó el “desarrollo” para esos fines. La “democracia” y los “derechos” son apropiaciones supraestructurales del capitalismo (particularmente del avanzado o primigenio) efectuadas sobre los motivos de las luchas de clase históricas que lograron al menos el reconocimiento o exhibición formal de tales conceptos, y cierto desarrollo de los mismos en la fase keynesiana del capitalismo. Hoy perduran como “supraestructura” encubridora o legitimadora, según se quiera apreciar, pero cada vez con menos sustancia, dado el retroceso de las luchas sociales. Cuando éstas ceden, el modo de producción capitalista vuelve a su connatural autoritarismo, imprimiendo más crudamente su dictadura de clase.

Hemos de tener en cuenta que el capitalismo puede compaginarse con cierta democracia en la esfera de la circulación o venta de mercancías (donde los clientes puedan “elegir” entre las opciones que les marca la competencia –tanto de mercancías físicas como electorales–). En cambio, no se puede permitir ninguna democracia en la esfera de la producción, donde los trabajadores tienen que obedecer lo que les manden quienes se apropiaron de los medios de producción de la sociedad.

Gracias por tus respuestas, Andrés. Seguiremos de cerca tu trabajo. 

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Lev Tolstói en pocas palabras

 


Lev Tolstói en pocas palabras

Por Pepe Gutiérrez-Álvarez / KAOSENLARED ///28 de febrero de 2025 

 

Cuando en 1901, le llegó el rumor de que le iban a conceder el Nobel a Tolstói, su reacción fue de indignación y declaró que entregaría el dinero a los viejos creyentes insumisos y perseguidos por el zarismo. Hacía tiempo que el viejo conde ha­bía renunciado a sus derechos de autor para desesperación de su esposa y el resto de la familia, que temía perder sus preben­das. También había escrito al zar pidiéndole que conmutara la sentencia de muerte dictada contra los asesinos de su pa­dre, citando el sermón de la Montaña, donde Cristo, un hombre de carne y hueso, establece un nuevo mandato moral: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian”. Con­se­cuente con su ideario, Tolstói se convirtió en la conciencia moral de Rusia, en un patriarca de las letras que se desdobló en agitador, hereje y anarquista cristiano. Defendió a los cam­pesinos y a los trabajadores, desdeñó la industrialización, y co­mo un campesino más, segaba, cuidaba personalmente sus manzanos y se avergonzaba de su patrimonio, pues opinaba que la riqueza material es de por sí injusta y siempre acarrea po­dredumbre moral.

Aunque ya desde sus primeras letras había mostrado una intensa inquietud y un potente respeto por los campesinos, Tolstói tomó sus ideas de la resistencia pasiva y la desobe­dien­cia civil –que recogió en parte de Thoreau–, y que influyeron en Gandhi y después de éste en toda la tradición pacifista que pasa por el ANC sudafricano de Nelson Mandela, o los mo­vimientos civiles liderados por Martin Luther King, entre otros. Tolstói estuvo influenciado por Proudhom, al que leyó en 1857 y al que visitó en 1862, y con el que mantuvo una relación abierta, no exenta naturalmente de discrepancias (sobre todo en relación a la violencia revolucionaria); con Kropotkin, con cuya biografía no deja de tener paralelismo (así lo han hecho notar autores como Woodcock). A igual que Kropotkin, Tolstói fue un joven aristócrata, adscrito como voluntario en el ejército ruso del Cáucaso. Ulteriormente sufrió, durante la guerra de Crimea, una profunda crisis moral que Ie llevará a escribir: “El Estado moderno no es más que una conspiración para explotar a los ciudadanos, pero sobre todo para desmoralizarlos (…) Comprendo las leyes morales y religiosas, que no son coercitivas para nadie pero que nos llevan adelante y prometen un futuro más armonioso; siento las leyes del arte, que siempre dan felicidad. Pero las leyes políticas me parecen unas mentiras tan prodigiosas que no comprendo cómo una so­l­a de ellas puede ser mejor o peor que cualquiera de las de­más (…) En adelante no serviré jamás a gobierno alguno”.

Este hombre, al que algunos lo calificaron como “el otro Zar” (un Zar que era recibido con flores y guirnaldas por las ca­lles de las ciudades rusas que visitaba), conoció una profun­da depresión después de escribir Ana Karenina (la novela más feminista jamás escrita por un misógino integral), tras la cual le sobrevino una crisis de conciencia que le llevó a volver la mirada hacia el hombre natural que había conocido en el Cáu­caso, a devorar las obras de Rousseau, y a buscar una nueva vida y una nueva alternativa social. Estaba en la cumbre de su fama literaria cuando volvió las espaldas al mundo académico, convirtió sus propiedades en Yasnaia Poliana en una co­muna de trabajo –se avergonzaba de pertenecer a una familia que nun­ca había tenido callos en las ma­­­nos– y de educación, intentando desarrollar un sistema educativo natural y abierto, muy en la lí­nea de William Goodwin. Redes­cubrió de nuevo los Evangelios, a los que despojó de su parte más milagrosa para alcanzar lo que consideraba una ley de oro para la conducta. En torno a sus principios de desobediencia civil y no violencia, se desarrollará un debate dentro del movimiento libertario, en el que Tolstói era profundamente admirado incluso por aquellos que veían en su pacifismo un peligroso obstáculo para una revolución inevitablemente violenta.

De hecho, ya durante la guerra de Crimea, en la que Tolstói tomó parte en su calidad de oficial en un regimiento de artillería, lamenta –en especial durante el sitio de Sebastopol– los horrores de una violencia que, en última instancia, es desen­ca­denada por el poder político. Pero lo que le impresiona mu­cho más aún, demostrándole hasta qué punto el Estado reposa sobre el empleo de una violencia tanto más inadmisible cuanto que se manifiesta en frío, es una ejecución pública a la que asiste en París, en 1857; en adelante, la guillotina le parece ser el símbolo del Estado. Especialmente durante la segunda parte de su vida, que se inicia en 1874 con una crisis de conciencia cuyas distintas fases él mis­mo ha descrito en Mi confesión, Tolstói no deja de acusar al Estado y a todas las formas de que se reviste el poder estatal. Hacia el fin de su vida declara: “Considero a todos los gobiernos, y no sólo al gobierno ruso, como unas instituciones complicadas, santificadas por la tradición y la costumbre para que puedan cometer por la fuerza y de modo impune los crímenes más indignantes. Y pienso que los esfuerzos de quienes desean mejorar nuestra vida social deberían consistir en libertarse ellos mismos de los gobiernos nacionales, cuya malignidad y en particular su futilidad se vuelve cada vez más visibles en la hora actual”

Desde su cristianismo laico, Tolstói condena la violencia, provenga de donde provenga. Sin embargo, establece una di­ferencia entre la violencia ejercida por el Estado, a la que estima enteramente maligna porque es deliberada y porque tiende a pervertir la razón, y la violencia del furor popular que no es para él sino parcialmente maligna, porque nace de la ignorancia. La violencia puede ser combatida tan sólo por el amor, no por el amor egoísta que, efímero y perecedero, desaparece con nosotros y no podría dar un valor absoluto a la vida, sino por el amor altruista que es el motor de toda la vida y cuya acción se prolonga hasta la muerte. Inspirado en un cristianismo renovado, ceñido a la estricta ob­servación de la ley del amor, Tolstói se atiene a los cinco mandamientos del Sermón de la montaña, que or­de­nan a los hombres no dejarse arrebatar por la ira, no cometer adulterio, no hacer juramentos, no resistir al mal mediante el mal y no ser enemigo de nadie. La “no resistencia al mal a través de la violencia” es la que Tolstói considera ley fundamental de la vida humana. Jesús ha dicho: “No resistas al malvado.” Tolstói comenta: “No resistas al malvado significa no resistas jamás, es decir, no opongas jamás la violencia o, dicho de otro modo, no hagas jamás algo que sea contrario al amor.” No es ésta una actitud pasiva que consistiría en sufrir el mal sin reaccionar; por el contrario, según Tolstói, es la única manera de poner fin al encadenamiento fatal de la violencia. El ejercicio de la “no violencia”, por lo de­más, es me­nos recomendado a los oprimidos que a sus amos, “a cualquier hombre –pre­cisa Tolst­ói– y por consecuencia a aquellos que detentan el poder, e incluso a éstos muy en particular”.

Se puede hablar de un anarquismo cristiano de León Tolst­ói. Es decir, de un anarquismo que resulta de la incompatibilidad profunda entre el amor cristiano y la violencia estatal, formulado de la manera más luminosa en el ensayo de título significativo El reino de Dios está en noso­tros (1893). Así como el cristianismo se apoderó del Imperio Ro­ma­no ig­norando su poder político, todo hombre que interroga a su con­ciencia y sigue la ley del amor, por este hecho se aparta de los apremios humillantes y degradantes del Es­ta­do; la acción moral y el perfeccionamiento de sí mismo se revelan, a fin de cuentas, más eficaces contra la amenaza permanente del poder político que toda contraviolencia, toda revolución política o social. “Los socialistas, los comunistas y los anarquistas con sus bom­bas, sus motines y sus revoluciones no son tan temidos por los gobiernos como esos in­dividuos dispersos en distintos países que, todos, justifican sus rechazos re­mitiéndose a una sola y misma doctrina fa­miliar. Cada gobierno sabe de qué manera y con qué medios defenderse de los revolucionarios y dispone de lo necesario para hacerlo; por ende, no teme a esos enemigos ex­teriores. ¿Pero qué pueden hacer los go­biernos contra aquellos que muestran la inutilidad, el carácter su­perfluo y la nocividad de todos los gobiernos y que, en lugar de en­trar en conflicto con ellos, se conten­tan con mostrar que no tienen necesidad de ellos, que pueden prescindir de los gobiernos y que, por este motivo, no están dispuestos a entrar en su juego?

En su opinión, los revolucionarios (en general, nunca se interesó por sus diferencias, aunque también es cierto que los describe con precisión y respeto en Resurrección) dicen: “La organización gubernamental es ma­la en lo que se refiere a es­to y a aquello.” Pero el cristiano dice: “Yo ignoro todo acerca de la organización gu­ber­namental, o en qué me­dida es buena o mala, y por esta causa no deseo derribarla, pero, por esa mis­ma razón, no deseo soportarla. Y no sólo no lo deseo, sino que no puedo, porque lo que ella me pide va en contra de mi conciencia”. Y añade: “… todas las obligaciones impuestas por el Estado están en contra de la conciencia de un cristiano: el juramento de fidelidad, los impuestos, los procedimientos le­gales y el servicio militar. Y el poder entero del gobierno reposa sobre esas mismas obligaciones.”

La no violencia predicada por Tolst­ói, cuyos distintos rechazos, en especial el de no vestir el un­iforme militar, no constituyen sino el envés negativo de un modo de vida que él cree conforme a las enseñanzas del cristianismo primitivo, ha dado nacimiento, a co­mienzos del siglo XX, a un cierto número de colonias tolstoyanas, dispersadas a través del mundo. En cuanto a la “secta” de los dujobors, por entero entregados a la práctica del amor cristiano, y a formas de vida na­tural conforme a la interpretación que Tolstói había dado de él, pudo, gracias a la ayuda financiera de este último, huir de las persecuciones motivadas en particular por su pa­cifismo integral e instalarse en Canadá. Los anarquistas objetores de conciencia, cu­yo número era bastante considerable en los países anglosajones, invocan a Tolst­ói; durante la segunda guerra mundial, unos pa­cifistas ingleses se reagrupan así en las co­lo­­nias neotolstoianas. La no vio­len­­­cia recobra por fin una nueva ju­­ven­tud gracias al movimiento ecologista activo, bajo formas no violentas variadas, con el Estado nu­­clear cuya violencia tradicional se encuentra multiplicada hasta el infinito por el inmenso poder de destrucción de la que dispone en el presente en razón de sus enemigos exteriores, pero con vistas a emplearlo asimismo contra sus propios ciudadanos.

Aunque se ha tratado de diferenciar entre el Tolstói novelista y el “predicador”, lo cierto es que sigue siendo tan admirado desde un ángulo como desde el otro. Aunque con mu­chos problemas y contradicciones, se puede decir que el pacifismo que proponía no ha permanecido como un fenómeno marginal; ha obtenido triunfos brillantes gracias a la acción emancipadora de Mahatma Gandhi y de Martin Luther King, discípulos ambos a la vez de Henry Da­vid Thoreau y de Lev Tolstói. Sus propias muertes dan testimonio de la victoria final de la no violencia sobre el terror; asesinados por unos fanáticos, no han dejado de obrar, merced a la veneración de que son objeto, en favor de la liberación de sus respectivos pueblos. Con la no cooperación con los ingleses, Mahatma Gandhi contribuyó poderosamente a liberar a la India del yugo colonial; mediante el hecho de no respetar las leyes y costumbres raciales, Mar­tin Luther King condujo a los negros de los Es­tados Unidos hacia un reconocimiento de sus derechos cívicos. En lo que concierne muy particularmente a Tolstói, cuya inmensa autoridad mo­ral fue respetada incluso por la Rusia zarista, hasta el punto de que ja­más fue inquietado aunque su pa­cifismo integral y su defensa in­con­dicional de la objeción de conciencia podrían haberle valido persecuciones judiciales…

Cien años después de su muerte, la obra “grande” de Tolstói sigue siendo reeditada (además en nuevas traducciones y en versiones completas, algo que antes raramente se hizo), en tanto que su obra “pequeña” fue admirada por autores como Maupassant, Chejov y Hemingway, que sabían de estas cosas. Pero también se está revalidando su aporte de anarquista cristiano o de cristiano anarquista, ya que en ambos ismos fue igualmente herético. Como cristiano fue excomulgado por la Iglesia ortodoxa, y como anarquista fue reconocido por Kropotkin, casi su alma gemela, pero acabó siendo repudiado por aquellos que creían que los grandes ideales solamente podrían imponerse por la acción liberadora de las masas. De todo ello se ha discutido y se discutirá, pero de lo que no hay duda es que la vigencia del profeta es perceptible en muchas cuestiones presentes: el rechazo del capitalismo y del militarismo, en el aprecio de la “buena vida” y del amor a las cosas, en la defensa del trabajo honesto y bien hecho, la defensa de los animales, y un largo etcétera de cuestiones sobre las que Tolstói dejó una cascada de escritos que merecen ser recuperados y leídos a la luz de nuestro tiempo.

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