sábado, 1 de marzo de 2025
¡Ya salió el Topo de marzo! Entrevista a Andrés Piqueras (artículo en abierto)
Además, en la revista de
este mes, artículos de Higinio Polo, Alejandra Trejo Nieto; Carlos Formenti,
entrevista de Miguel Riera a Manolo Monereo; Miguel Candel nos habla del
Elefante en la cacharrería. Y en CINE, Javier Enríquez Román nos presenta The Brutalist,
Una (colosal) epopeya estadounidense.
¡Ya salió el Topo de marzo! Entrevista a Andrés
Piqueras (artículo en abierto)
El Viejo Topo
1 marzo, 2025
Artículo en abierto de la Revista El Viejo Topo, nº446, de marzo de 2025
Además, India y los graznidos de Washington por Higinio Polo; Nueva era,
viejas tensiones entre México y Estados Unidos por Alejandra Trejo Nieto;
Carlos Formenti continúa su recorrido sobre las luchas africanas contra el
Imperialismo; repensamos la izquierda con la entrevista de Miguel Riera a
Manolo Monereo; Miguel Candel nos habla del Elefante en la cacharrería. Y en
CINE, Javier Enríquez Román nos presenta The Brutalist, Una (colosal) epopeya
estadounidense.
por Genís
Plana
Andrés Piqueras es profesor sénior de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón, y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC). Autor de numerosos libros en los que, además de esclarecer el funcionamiento del capitalismo, examina sus implicaciones políticas, sociales y medioambientales, sus análisis son bien acogidos en las páginas de El Viejo Topo. En esta ocasión le preguntamos al respecto de una cuestión que recientemente ha centrado su interés: el vínculo con el sionismo de quienes, por su poder económico, podrían considerarse los dueños de la mayor parte del mundo.
—Si queremos
saber cómo se configura el poder mundial, debemos comprender un proceso
fundamental: la “centralización extrema del capital”. ¿Podrías resumir en qué
consiste?
—Es el proceso
imparable que arrastra la dinámica de acumulación del capital y su ley del
valor, por la que ese capital va quedando cada vez en menos manos (a través de
la unión de varios capitales en uno solo o por la absorción de uno de varios de
ellos por otro). Este proceso significa que entre los capitalistas se
redistribuyen capitales ya acumulados, sin que necesariamente se cree nueva
riqueza social ni se agrande el ciclo de acumulación, aunque, sobre todo en los
momentos de auge, ambas dinámicas tienden a ir de la mano.
—Solemos
pensar que la pregonada libertad de mercado acababa por reducirse a la
posibilidad de optar por los productos que ofrecen algunas de las grandes
empresas: Coca Cola o Pepsi, pongamos por caso. Sin embargo, incluso esa
paupérrima libertad de elección oculta una falsa alternativa. Has descubierto
que las tres mayores empresas de inversión del planeta (Vanguard, Blackrock y
State Street) son accionistas tanto de Coca-Cola como de Pepsi Co.
—Efectivamente,
el proceso de centralización capitalista ha ido conllevando que sean unas
pocas empresas matrices gigantescas las que posean empresas (marcas) grandes,
que a su vez son dueñas de otras medianas, las cuales por su parte detentan la
propiedad de muchas pequeñas, como en un perverso juego de muñecas rusas. Así,
por ejemplo, todas las marcas de alimentos envasados son propiedad de una
docena de empresas matrices: Pepsi Co., Coca-Cola, Nestlé, General Mills,
Kellogg’s, Unilever, Mars, Kraft, Heinz, Mondelez, Danone y Associated British
Foods. Estas empresas matrices monopolizan la industria de los alimentos
envasados, ya que prácticamente todas las marcas de alimentos disponibles
pertenecen a una de ellas.
Las 12 empresas
cotizan en Bolsa y están dirigidas por consejos de administración en los que
los mayores accionistas tienen poder sobre la toma de decisiones. Cuando se
busca quiénes son esos mayores accionistas se encuentra otro oligopolio mayor
por encima del oligopolio anterior (en este caso nada menos que un duopolio),
pues hay dos empresas que figuran sistemáticamente entre los principales
accionistas institucionales de estas empresas matrices: Vanguard Group Inc. y
Blackrock Inc.
A veces estas
megaempresas comparten control empresarial con una tercera. Por ejemplo, aunque
hay más de 3.000 accionistas en Pepsi Co., las participaciones de Vanguard y
Blackrock representan casi un tercio de todas las acciones. De los 10
principales accionistas de Pepsi Co., los tres primeros, Vanguard, Blackrock y
State Street Corporation, poseen más acciones que los siete restantes.
Algo muy similar pasa con la Coca Cola, pues sus cuatro principales accionistas
institucionales son idénticos a los de Pepsi.
—Unas pocas
manos son las que controlan el cotarro…
—Lo mismo
ocurre en casi cualquier otro campo. Así, verbigracia, entre las 10 mayores
empresas tecnológicas encontramos: Apple, Samsung, Alphabet (empresa matriz de
Google), Microsoft, Huawei, Dell, IBM y Sony. Con ellas tenemos la misma
configuración de muñeca rusa. Por ejemplo, Facebook es dueña de Whatsapp e
Instagram. Alphabet es dueña de Google y de todos los negocios relacionados con
Google, incluyendo YouTube y Gmail. También es el mayor desarrollador de
Android, el principal competidor de Apple. Microsoft es dueña de Windows y
Xbox. En total, cuatro empresas matrices producen el software que utilizan
prácticamente todos los ordenadores, tabletas y eso que llaman “teléfonos
inteligentes” del mundo.
Tendemos a
pensar que los dueños de estas empresas son los más ricos del mundo, y solemos
identificar este tipo de “riqueza” con poder. Y no es que no sea así, de una u
otra manera, pero habría que saber discernir entre diferentes tipos de poder y,
además, ¿quiénes son los dueños de esas macroempresas?
Más del 80% de
las acciones de Facebook están en manos de inversores corporativos, y (a
finales de 2021) los principales poseedores institucionales son los mismos que
se encuentran en la industria alimentaria: Vanguard y Blackrock. Mientras que
State Street Corporation es el quinto mayor
accionista.
Los cuatro
principales inversores institucionales de Apple son Vanguard, Blackrock,
Berkshire Hathaway y State Street Corporation. Los tres principales accionistas
institucionales de Microsoft son Vanguard, Blackrock y State Street
Corporation.
Si se sigue
repasando la lista de marcas tecnológicas –empresas que fabrican ordenadores,
teléfonos inteligentes, aparatos electrónicos y electrodomésticos– cualquiera
se topa repetidamente con Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State
Street Corporation entre los principales accionistas.
Esto no tiene
nada que ver, por una parte, con la cacareada “libertad de mercado” ni con la
“libre competencia” de la que nos hablan, sino que traduce la citada tendencia
intrínseca del capitalismo a acumular capital, medios de producción y riqueza
en menos manos, a costa de la desposesión y miseria de más y más población. Por
otro lado, se habla mucho del capitalismo de plataformas y que ahí están al
frente los hombres más ricos del mundo (Gates, Zuckerberg, Bezos, Buffet, Musk,
Ellison, Page…), ¿pero son realmente los más poderosos cuando hablamos en
términos geopolíticos? Obviamente, son sólo parte de un engranaje que les
supera y que tiene formas más ocultas de poder.
—Así pues,
Vanguard, Blackrock, Berkshire Hathaway y State Street Corporation se
encuentran detrás de la industria de alimentos envasados y de las grandes
empresas tecnológicas. ¿Ocurre lo mismo con los medios de comunicación?
—En cuanto a la
“pluralidad” de los medios de comunicación en general, la centralización del
capital no deja muchas dudas al respecto: es inexistente. 6 grandes
conglomerados transnacionales –aunque todos tienen sede en Estados Unidos–
controlan el 70% del “negocio global de la comunicación”. Son Time Warner,
Disney, NewsCorp (recientemente fusionada con 21st Century Fox), NBC Universal,
Viacom y CBS (estas dos últimas se podrían volver a fusionar pronto).
Lo que no deja
de ser aún más inquietante es que detrás de estos conglomerados encontramos
también a los anteriores megagrupos de inversión, como importantes accionistas
suyos.
—¿Y lo mismo
ocurre en otros sectores y ramas productivas?
—Las empresas
de este selecto club, que incluye Bancos y Fondos de Inversión, son también las
mayores accionistas de las industrias extractivas y de provisión de materias
primas en general. Lo mismo ocurre con la agroindustria de la que depende la
“industria alimentaria” mundial. Estos inversores institucionales son dueños de
Bayer, el mayor productor de semillas del mundo; también lo son de los mayores
fabricantes de textiles y de muchas de las mayores empresas de ropa. Son dueños
de las refinerías de petróleo, de los mayores productores de paneles solares
(de manera que controlan tanto la “economía fósil” como la que nos quieren
hacer creer que será “sostenible”) y de las industrias automovilística,
aeronáutica y armamentística. Poseen todas las grandes compañías de tabaco, y
también todas las grandes compañías farmacéuticas e institutos
científicos. Igualmente son dueños de los grandes almacenes y de los
mercados en línea como eBay, Amazon y AliExpress. Podemos resumir diciendo que
3 megaempresas que actúan como “Fondos de Inversión” tienen acciones
mayoritarias en el 60% de todas las empresas del mundo: Blackrock,
Vanguard y State Street.
—Veamos qué
pasa con la Banca. Se piensa que la Reserva Federal (FED) como si fuera el
Banco Central estadounidense, pero comentas que no es exactamente así… ¿Quiénes
mueven la manivela en la fábrica de dólares?
—La Reserva
Federal (FED), el Banco de Bancos de EE.UU., es una entidad privada que
funciona como pública (a diferencia de los Bancos centrales europeos, que son
“públicos” pero funcionan como entidades privadas). La FED presta dinero a
otros Bancos, controla las tasas de interés, la acuñación de moneda y detenta
el derecho exclusivo de la emisión de billetes. En 2018 el Citibank era la
institución número 1 de la lista, con 87,9 millones de acciones del Banco de la
Reserva Federal de Nueva York, es decir, el 42,8% del total. El accionista
número 2 era JP Morgan Chase Bank, con 60,6 millones de acciones, lo que
equivale al 29,5% del total. Los dos Bancos juntos controlaban casi tres
cuartas partes del capital social del Banco regional más importante del Sistema
de la Reserva Federal.
Estas empresas
de inversión son, por supuesto, propiedad de su propio grupo de accionistas,
los cuales, y esto es lo sustancioso, también se poseen entre sí. Todos son
accionistas de las empresas de los demás. Juntos forman una reducidísima
cúspide de propietarios.
Los inversores
institucionales más pequeños, como Citibank, ING y T. Rowe Price, son propiedad
de empresas de inversión más grandes, como Northern Trust, Capital Group, 3G
Capital y KKR. Estos inversores, a su vez, son propiedad de empresas de
inversión aún más grandes, como Goldman Sachs y Wellington Market, que a su vez
son propiedad de empresas todavía mayores, como Berkshire Hathaway y State
Street. En la cúspide de la pirámide –la mayor muñeca rusa de todas– se
encuentran Vanguard y Blackrock.
El poder de
estas dos empresas es difícil de imaginar. No sólo son los mayores inversores
institucionales de todas las empresas importantes del planeta, sino que también
son dueños de los otros inversores institucionales de esas empresas, lo que les
da un duopolio total. Según Bloomberg, para 2028 se espera que Vanguard y
BlackRock gestionen colectivamente 20 billones de dólares en inversiones.
En el proceso, poseerán buena parte del planeta Tierra. Todo esto, a la postre,
es incompatible con la democracia, la justicia social o cualquier otro tópico
que nos vende la sociedad capitalista.
Por otra parte,
si se sondea un poco en su interior, aunque esto ya no es tan fácil, se
descubre que algunos de sus principales accionistas y Ceos son claros
promotores del sionismo.
—Tratemos,
entonces, de poner nombre y apellidos. ¿Qué personas son las que poseen estas
entidades monstruosas que son los fondos de inversión, accionistas mayoritarios
de las mayores empresas del mundo?
— Las
familias consuetudinariamente más ricas del planeta. Sí, efectivamente, entre
ellas los Rothschild, la familia DuPont, los Rockefeller, los Walton, los
Murdoch, la familia Oppenheimer y la familia Morgan. Algunas de ellas vienen
siendo las más poderosas, empotradas en el Imperio Occidental en su conjunto,
desde al menos los dos últimos siglos y medio. Claro que no están ahí todas las
más poderosas, pero sí ciertas de ellas (aunque algunas hayan visto mermado su
poder-riqueza en las últimas décadas). Buena parte tienen de una u otra manera
vinculación con la creación y promoción del sionismo global.
—Algunas de
las familias que acabas de mencionar proceden de la burguesía judía que
inicialmente le debe su poder económico al capital usurario. Ahora bien,
necesitaron un poder político territorializado para poder tejer sus redes
financieras y comerciales…
—Desde hace
siglos, el protagonismo de la burguesía judía en el naciente capitalismo,
especialmente por lo que toca al capital a interés usurario, le proporcionó una
situación de relevancia estructural. En sus primeros momentos, el sionismo fue
cogiendo peso en Europa gracias a las poderosas familias judías que desde el
principio estaban detrás del movimiento, para después dar un salto hacia una
mayor vinculación con los poderes mundiales territoriales. Lo intentó con el
imperio otomano y con el ruso, con el naciente poder alemán, para finalmente
vincularse al imperio británico por razones de beneficio mutuo.
Siendo Asia
Occidental el lugar de convergencia entre Europa, Asia y África, es fácil de
entender por qué Inglaterra se decidió por establecer allí la entidad sionista,
lo cual nada tenía que ver con razones históricas, étnicas o bíblicas, sino
puramente geoestratégicas, para disponer de un enclave de contención de
cualquier amenaza procedente de Asia, máxime por si las exitosas revoluciones
soviética y china pudieran extenderse al llamado “Mundo Árabe”. Se
trataba de implantar una base militar (todavía hoy sin constitución ni
fronteras definidas, por lo que a duras penas puede ser un “Estado-país”) para
el control del territorio y de sus recursos, y al tiempo como fortaleza de
vigilancia y dique de posibles sublevaciones y/o amenazas contra el Imperio. Un
ente político-militar, en suma, de ocupación y apartheid territorial, que poco
a poco se convertiría en el bastión o atalaya adelantada del Sistema
Capitalista y de su Imperio Occidental en Asia, permitiendo asimismo coadyuvar
al control de África y, en el intersticio entre tres continentes y dos mares,
de buena parte de los flujos mundiales.
—Queda
claro, por consiguiente, que la entidad sionista se estableció en Palestina, no
tanto por razones históricas o religiosas, como sí geopolíticas. Pues bien,
aunque para la mayor parte de lectores sea innecesario, resulta prudente
recordar una vez más la distinción entre “sionismo” y “semitismo”.
—“El sionismo
es una forma de supremacismo y racismo”, como reconociera la resolución
3379 de la Asamblea General de la ONU, el 10 de noviembre de 1975. Aunque desde
prácticamente sus orígenes cuenta con distintas versiones, es la
revisionista-religiosa la que se va imponiendo para el conjunto del ideario
–hoy en su expresión más brutal–, que se basa en supuestos derechos
histórico-bíblicos a ocupar la tierra de otros, a los que se considera
inferiores al “elegido” pueblo judío (en realidad todos los no-judíos irán
adquiriendo esa condición, como se demostrará cuando se construya el Tercer
Templo, que será la prueba del poderío de Yahvé o Yahweh y de “su” pueblo. Los
sueños cada vez más materializados de expandir el Gran Israel por casi toda
Asia occidental y el dominio sionista mundial acompañan esa obsesión).
Esta forma de
fascismo en la que se convierte el sionismo se muestra en numerosos
acontecimientos, además del genocidio del pueblo palestino y la matanza de
civiles allá donde interviene. Apoyó no sólo al régimen de apartheid de
Sudáfrica, sino que ha estado intrínsecamente vinculado con el imperialismo y
los regímenes dictatoriales y represivos de movimientos populares habidos en el
siglo XX y también en el XXI, especialmente vinculados a EE.UU. y sus políticas
“antisubversivas” (con la preparación y abastecimiento de paramilitares y
dictaduras, entrenamiento en torturas y técnicas de represión y vigilancia,
etc.).
En línea con lo
dicho, es proverbial ver cómo en poco tiempo las extremas derechas del mundo
trocaron su “odio” antijudío por un apoyo a ultranza al régimen sionista
israelí.
Por otra parte,
la absoluta mayoría de quienes en el mundo se dicen judíos no son semitas, sino
de origen ashkenazi, propio de las tierras norteñas del Cáucaso, y extendidos
paulatinamente hacia el oeste, Ucrania y Europa oriental y central. Sólo los
pocos judíos que quedaron en Asia Occidental a lo largo de la historia son
semitas (como lo son los palestinos y buena parte de libaneses, sirios y
jordanos). También los falasha, de África Oriental son semitas (y aun así
bastante minusvalorados en Israel). Otra minoría judía importante, no semita,
son los sefardíes.
Muchos de
quienes se reconocen judíos/as por vinculación étnica, no lo son por religión,
y muchos otros/as no son sionistas. En cambio, buena parte del sionismo mundial
está encarnado por cristianos protestantes, muchos evangélicos.
—Pero el
sionismo no sólo se apoyó en el Imperio Británico. Comentas que también hubo
entendimiento con la Alemania nazi. Esto es algo que puede generar mucha
sorpresa, sino incredulidad.
—Sí, pero es
fácil de contrastar si se indaga en la historia. Incluso en Wikipedia se puede
encontrar información sobre ello. Lo explico brevemente. El Movimiento
Sionista, que se iba consolidando como Poder Sionista Internacional (antes de
hacerse mundial), estableció, efectivamente, una alianza con la Alemania nazi
que se concretó en el Acuerdo de Haavara, el 25 de agosto de 1933. Un “Acuerdo
de traslado” entre las autoridades nazis y la Organización Sionista Mundial,
con intermediación de la Federación Sionista de Alemania, el Banco Leumi y la
Agencia Judía para Israel. Merced al mismo, se trasladaron a Palestina unos
60.000 judíos, dotados con unos 100 millones de dólares, mientras que los que
no comulgaban con los principios sionistas de ocupación fueron abandonados al
régimen nazi.
En compensación
por su reconocimiento oficial como únicos representantes de la comunidad judía,
los dirigentes sionistas se ofrecieron para romper el boicot que habían
organizado todas las organizaciones judías del mundo, lideradas por las
poderosas asociaciones de EE.UU., y que estaba afectando muy directamente al
naciente Reich. También fueron muy activos en los Judenrat,
los comités que controlaban los guetos y decidían quién debía ser deportado y
quién quedaba en los campos de exterminio.
El polémico
“acuerdo de traslado” incluía que los nazis organizaran los viajes, de modo que
los judíos alemanes llegaran a Palestina en barcos que ondeaban la bandera con
la esvástica. Las SA organizaron campos
de entrenamiento para preparar a las
juventudes sionistas en su emigración,
además de imprimir su propaganda y contribuir a la difusión
del proyecto y a la organización de los actos. Sionismo y nazismo han estado
tensionalmente entrelazados desde bien pronto, como dos formas distintas de
fascismo, tal como dramáticamente estamos comprobando sin tapujos ni máscaras
hoy en Gaza, y en realidad por más de 70 años en toda Palestina.
Todo esto es
relativamente fácil de seguir, como digo, simplemente poniendo en un buscador
“Acuerdo de Haavara”, a pesar de lo, digamos, cuidadosamente olvidado que ha
estado.
—Hay quien
piensa que Israel logra instrumentalizar a su favor la política exterior de
Estados Unidos en Oriente Próximo. Antes bien, pareciera ser que Israel es el
pretexto con que cuenta Estados Unidos para, llegado el caso, involucrarse
activamente en Oriente Próximo (o Asia Occidental, por usar una designación no
eurocéntrica). En ese supuesto, ¿podríamos decir que el proyecto sionista
desborda las aspiraciones territoriales israelíes, pues su campo de sentido es
el imperialismo angloamericano?
—Efectivamente,
el sionismo territorializado es una plasmación del imperialismo anglosajón en
Asia occidental, como he querido indicar antes. Por consiguiente, y a
diferencia de tantas interpretaciones al uso, son “homocigotos” de un mismo gen
imperialista, perfectamente imbricados, aunque puedan tener ocasionalmente
ciertas diferencias de prioridades. Sería impensable que una base militar
asistida (sin la ayuda económica y militar norteamericana no podría subsistir)
que se hace pasar por un Estado (pues como dije no tiene ni constitución ni
fronteras definidas de su pretendido territorio, que no es sino territorio
ocupado), fuera la que comandara el Estado más poderoso de la Tierra, o
mantuviera subordinados sus intereses a sí misma.
—Entonces,
¿sería más correcto afirmar, no que el sionismo logró insertarse en los
espacios de poder estadounidenses, sino que los espacios de poder
estadounidenses se configuraron también por el sionismo?
—Aquello
que pretendo decir resulta más entendible si sabemos que el sionismo se fue
haciendo con el poder en Estados Unidos bastante antes de que existiera el
régimen de apartheid israelí. Consideremos que, según he indicado antes,
controlar la FED proporciona el control de la economía de EE.UU., lo que supone
detentar buena parte del auténtico poder del país. Y fueron familias sionistas
las que lo hicieron. Repito, además, que una porción importante del sionismo en
EE.UU. no es judío, sino protestante o de algunas de las otras
divisiones-sectas del cristianismo, como las evangelistas. Sus intereses
convergieron con los de otros sionistas para perpetuar las condiciones
geoestratégicas que impulsaron al imperio británico a mantener aquel enclave en
el corazón de tierras árabes.
—Por último,
¿por qué crees que el imperialismo angloamericano, en relación simbiótica con
el sionismo, pretende legitimarse atribuyéndose conceptos como “democracia”,
“derechos” y “libre mercado”?
—Porque son los
propios de la propaganda imperial-capitalista para dominar el mundo. En un
primer momento de la expansión colonial europea se utilizaba la evangelización
como excusa, en el siglo XIX fue el “progreso” o la “civilización” del resto
del mundo (el “libre mercado” lo proclamó Inglaterra una vez había eliminado
por las armas la competencia industrial de la India y de Egipto, por ejemplo).
Ya en el XX se utilizó el “desarrollo” para esos fines. La “democracia” y los
“derechos” son apropiaciones supraestructurales del capitalismo (particularmente
del avanzado o primigenio) efectuadas sobre los motivos de las luchas de clase
históricas que lograron al menos el reconocimiento o exhibición formal de tales
conceptos, y cierto desarrollo de los mismos en la fase keynesiana del
capitalismo. Hoy perduran como “supraestructura” encubridora o legitimadora,
según se quiera apreciar, pero cada vez con menos sustancia, dado el retroceso
de las luchas sociales. Cuando éstas ceden, el modo de producción capitalista
vuelve a su connatural autoritarismo, imprimiendo más crudamente su dictadura
de clase.
Hemos de tener
en cuenta que el capitalismo puede compaginarse con cierta democracia en la
esfera de la circulación o venta de mercancías (donde los clientes puedan
“elegir” entre las opciones que les marca la competencia –tanto de mercancías
físicas como electorales–). En cambio, no se puede permitir ninguna democracia
en la esfera de la producción, donde los trabajadores tienen que obedecer lo
que les manden quienes se apropiaron de los medios de producción de la
sociedad.
—Gracias por
tus respuestas, Andrés. Seguiremos de cerca tu trabajo.
*++
Lev Tolstói en pocas palabras
Lev
Tolstói en pocas palabras
Por Pepe
Gutiérrez-Álvarez / KAOSENLARED ///28 de febrero de 2025
Cuando en 1901, le llegó el
rumor de que le iban a conceder el Nobel a Tolstói, su reacción fue de
indignación y declaró que entregaría el dinero a los viejos creyentes insumisos
y perseguidos por el zarismo. Hacía tiempo que el viejo conde había renunciado
a sus derechos de autor para desesperación de su esposa y el resto de la
familia, que temía perder sus prebendas. También había escrito al zar
pidiéndole que conmutara la sentencia de muerte dictada contra los asesinos de
su padre, citando el sermón de la Montaña, donde Cristo, un hombre de carne y
hueso, establece un nuevo mandato moral: “Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os odian”. Consecuente con su ideario, Tolstói se convirtió en
la conciencia moral de Rusia, en un patriarca de las letras que se desdobló en
agitador, hereje y anarquista cristiano. Defendió a los campesinos y a los
trabajadores, desdeñó la industrialización, y como un campesino más, segaba,
cuidaba personalmente sus manzanos y se avergonzaba de su patrimonio, pues
opinaba que la riqueza material es de por sí injusta y siempre acarrea podredumbre
moral.
Aunque ya desde sus
primeras letras había mostrado una intensa inquietud y un potente respeto por
los campesinos, Tolstói tomó sus ideas de la resistencia pasiva y la desobediencia
civil –que recogió en parte de Thoreau–, y que influyeron en Gandhi y después
de éste en toda la tradición pacifista que pasa por el ANC sudafricano de
Nelson Mandela, o los movimientos civiles liderados por Martin Luther King,
entre otros. Tolstói estuvo influenciado por Proudhom, al que leyó en 1857 y al
que visitó en 1862, y con el que mantuvo una relación abierta, no exenta
naturalmente de discrepancias (sobre todo en relación a la violencia
revolucionaria); con Kropotkin, con cuya biografía no deja de tener paralelismo
(así lo han hecho notar autores como Woodcock). A igual que Kropotkin, Tolstói
fue un joven aristócrata, adscrito como voluntario en el ejército ruso del
Cáucaso. Ulteriormente sufrió, durante la guerra de Crimea, una profunda crisis
moral que Ie llevará a escribir: “El Estado moderno no es más que una
conspiración para explotar a los ciudadanos, pero sobre todo para
desmoralizarlos (…) Comprendo las leyes morales y religiosas, que no son
coercitivas para nadie pero que nos llevan adelante y prometen un futuro más
armonioso; siento las leyes del arte, que siempre dan felicidad. Pero las leyes
políticas me parecen unas mentiras tan prodigiosas que no comprendo cómo una sola
de ellas puede ser mejor o peor que cualquiera de las demás (…) En adelante no
serviré jamás a gobierno alguno”.
Este hombre, al que algunos
lo calificaron como “el otro Zar” (un Zar que era recibido con flores y
guirnaldas por las calles de las ciudades rusas que visitaba), conoció una
profunda depresión después de escribir Ana Karenina (la novela más feminista
jamás escrita por un misógino integral), tras la cual le sobrevino una crisis
de conciencia que le llevó a volver la mirada hacia el hombre natural que había
conocido en el Cáucaso, a devorar las obras de Rousseau, y a buscar una nueva
vida y una nueva alternativa social. Estaba en la cumbre de su fama literaria
cuando volvió las espaldas al mundo académico, convirtió sus propiedades en
Yasnaia Poliana en una comuna de trabajo –se avergonzaba de pertenecer a una
familia que nunca había tenido callos en las manos– y de educación,
intentando desarrollar un sistema educativo natural y abierto, muy en la línea
de William Goodwin. Redescubrió de nuevo los Evangelios, a los que despojó de
su parte más milagrosa para alcanzar lo que consideraba una ley de oro para la
conducta. En torno a sus principios de desobediencia civil y no violencia, se
desarrollará un debate dentro del movimiento libertario, en el que Tolstói era
profundamente admirado incluso por aquellos que veían en su pacifismo un
peligroso obstáculo para una revolución inevitablemente violenta.
De hecho, ya durante la
guerra de Crimea, en la que Tolstói tomó parte en su calidad de oficial en un
regimiento de artillería, lamenta –en especial durante el sitio de Sebastopol–
los horrores de una violencia que, en última instancia, es desencadenada por
el poder político. Pero lo que le impresiona mucho más aún, demostrándole
hasta qué punto el Estado reposa sobre el empleo de una violencia tanto más
inadmisible cuanto que se manifiesta en frío, es una ejecución pública a la que
asiste en París, en 1857; en adelante, la guillotina le parece ser el símbolo
del Estado. Especialmente durante la segunda parte de su vida, que se inicia en
1874 con una crisis de conciencia cuyas distintas fases él mismo ha descrito
en Mi confesión, Tolstói no deja de acusar al Estado y a todas las formas de
que se reviste el poder estatal. Hacia el fin de su vida declara: “Considero a
todos los gobiernos, y no sólo al gobierno ruso, como unas instituciones
complicadas, santificadas por la tradición y la costumbre para que puedan
cometer por la fuerza y de modo impune los crímenes más indignantes. Y pienso
que los esfuerzos de quienes desean mejorar nuestra vida social deberían
consistir en libertarse ellos mismos de los gobiernos nacionales, cuya
malignidad y en particular su futilidad se vuelve cada vez más visibles en la
hora actual”
Desde su cristianismo
laico, Tolstói condena la violencia, provenga de donde provenga. Sin embargo,
establece una diferencia entre la violencia ejercida por el Estado, a la que
estima enteramente maligna porque es deliberada y porque tiende a pervertir la
razón, y la violencia del furor popular que no es para él sino parcialmente
maligna, porque nace de la ignorancia. La violencia puede ser combatida tan
sólo por el amor, no por el amor egoísta que, efímero y perecedero, desaparece
con nosotros y no podría dar un valor absoluto a la vida, sino por el amor
altruista que es el motor de toda la vida y cuya acción se prolonga hasta la
muerte. Inspirado en un cristianismo renovado, ceñido a la estricta observación
de la ley del amor, Tolstói se atiene a los cinco mandamientos del Sermón de la
montaña, que ordenan a los hombres no dejarse arrebatar por la ira, no
cometer adulterio, no hacer juramentos, no resistir al mal mediante el mal y no
ser enemigo de nadie. La “no resistencia al mal a través de la violencia” es la
que Tolstói considera ley fundamental de la vida humana. Jesús ha dicho: “No
resistas al malvado.” Tolstói comenta: “No resistas al malvado significa no
resistas jamás, es decir, no opongas jamás la violencia o, dicho de otro modo,
no hagas jamás algo que sea contrario al amor.” No es ésta una actitud pasiva
que consistiría en sufrir el mal sin reaccionar; por el contrario, según
Tolstói, es la única manera de poner fin al encadenamiento fatal de la
violencia. El ejercicio de la “no violencia”, por lo demás, es menos
recomendado a los oprimidos que a sus amos, “a cualquier hombre –precisa Tolstói–
y por consecuencia a aquellos que detentan el poder, e incluso a éstos muy en
particular”.
Se puede hablar de un
anarquismo cristiano de León Tolstói. Es decir, de un anarquismo que resulta
de la incompatibilidad profunda entre el amor cristiano y la violencia estatal,
formulado de la manera más luminosa en el ensayo de título significativo El
reino de Dios está en nosotros (1893). Así como el cristianismo se apoderó del
Imperio Romano ignorando su poder político, todo hombre que interroga a su
conciencia y sigue la ley del amor, por este hecho se aparta de los apremios
humillantes y degradantes del Estado; la acción moral y el perfeccionamiento
de sí mismo se revelan, a fin de cuentas, más eficaces contra la amenaza permanente
del poder político que toda contraviolencia, toda revolución política o social.
“Los socialistas, los comunistas y los anarquistas con sus bombas, sus motines
y sus revoluciones no son tan temidos por los gobiernos como esos individuos
dispersos en distintos países que, todos, justifican sus rechazos remitiéndose
a una sola y misma doctrina familiar. Cada gobierno sabe de qué manera y con
qué medios defenderse de los revolucionarios y dispone de lo necesario para
hacerlo; por ende, no teme a esos enemigos exteriores. ¿Pero qué pueden hacer
los gobiernos contra aquellos que muestran la inutilidad, el carácter superfluo
y la nocividad de todos los gobiernos y que, en lugar de entrar en conflicto
con ellos, se contentan con mostrar que no tienen necesidad de ellos, que
pueden prescindir de los gobiernos y que, por este motivo, no están dispuestos
a entrar en su juego?
En su opinión, los
revolucionarios (en general, nunca se interesó por sus diferencias, aunque
también es cierto que los describe con precisión y respeto en Resurrección)
dicen: “La organización gubernamental es mala en lo que se refiere a esto y a
aquello.” Pero el cristiano dice: “Yo ignoro todo acerca de la organización gubernamental,
o en qué medida es buena o mala, y por esta causa no deseo derribarla, pero,
por esa misma razón, no deseo soportarla. Y no sólo no lo deseo, sino que no
puedo, porque lo que ella me pide va en contra de mi conciencia”. Y añade: “…
todas las obligaciones impuestas por el Estado están en contra de la conciencia
de un cristiano: el juramento de fidelidad, los impuestos, los procedimientos
legales y el servicio militar. Y el poder entero del gobierno reposa sobre
esas mismas obligaciones.”
La no violencia predicada
por Tolstói, cuyos distintos rechazos, en especial el de no vestir el uniforme
militar, no constituyen sino el envés negativo de un modo de vida que él cree
conforme a las enseñanzas del cristianismo primitivo, ha dado nacimiento, a comienzos
del siglo XX, a un cierto número de colonias tolstoyanas, dispersadas a través
del mundo. En cuanto a la “secta” de los dujobors, por entero entregados a la
práctica del amor cristiano, y a formas de vida natural conforme a la
interpretación que Tolstói había dado de él, pudo, gracias a la ayuda
financiera de este último, huir de las persecuciones motivadas en particular
por su pacifismo integral e instalarse en Canadá. Los anarquistas objetores de
conciencia, cuyo número era bastante considerable en los países anglosajones,
invocan a Tolstói; durante la segunda guerra mundial, unos pacifistas
ingleses se reagrupan así en las colonias neotolstoianas. La no violencia
recobra por fin una nueva juventud gracias al movimiento ecologista activo,
bajo formas no violentas variadas, con el Estado nuclear cuya violencia
tradicional se encuentra multiplicada hasta el infinito por el inmenso poder de
destrucción de la que dispone en el presente en razón de sus enemigos
exteriores, pero con vistas a emplearlo asimismo contra sus propios ciudadanos.
Aunque se ha tratado de
diferenciar entre el Tolstói novelista y el “predicador”, lo cierto es que
sigue siendo tan admirado desde un ángulo como desde el otro. Aunque con muchos
problemas y contradicciones, se puede decir que el pacifismo que proponía no ha
permanecido como un fenómeno marginal; ha obtenido triunfos brillantes gracias
a la acción emancipadora de Mahatma Gandhi y de Martin Luther King, discípulos
ambos a la vez de Henry David Thoreau y de Lev Tolstói. Sus propias muertes
dan testimonio de la victoria final de la no violencia sobre el terror;
asesinados por unos fanáticos, no han dejado de obrar, merced a la veneración
de que son objeto, en favor de la liberación de sus respectivos pueblos. Con la
no cooperación con los ingleses, Mahatma Gandhi contribuyó poderosamente a
liberar a la India del yugo colonial; mediante el hecho de no respetar las
leyes y costumbres raciales, Martin Luther King condujo a los negros de los Estados
Unidos hacia un reconocimiento de sus derechos cívicos. En lo que concierne muy
particularmente a Tolstói, cuya inmensa autoridad moral fue respetada incluso
por la Rusia zarista, hasta el punto de que jamás fue inquietado aunque su pacifismo
integral y su defensa incondicional de la objeción de conciencia podrían
haberle valido persecuciones judiciales…
Cien años después de su
muerte, la obra “grande” de Tolstói sigue siendo reeditada (además en nuevas
traducciones y en versiones completas, algo que antes raramente se hizo), en
tanto que su obra “pequeña” fue admirada por autores como Maupassant, Chejov y
Hemingway, que sabían de estas cosas. Pero también se está revalidando su
aporte de anarquista cristiano o de cristiano anarquista, ya que en ambos ismos
fue igualmente herético. Como cristiano fue excomulgado por la Iglesia
ortodoxa, y como anarquista fue reconocido por Kropotkin, casi su alma gemela,
pero acabó siendo repudiado por aquellos que creían que los grandes ideales
solamente podrían imponerse por la acción liberadora de las masas. De todo ello
se ha discutido y se discutirá, pero de lo que no hay duda es que la vigencia
del profeta es perceptible en muchas cuestiones presentes: el rechazo del
capitalismo y del militarismo, en el aprecio de la “buena vida” y del amor a
las cosas, en la defensa del trabajo honesto y bien hecho, la defensa de los
animales, y un largo etcétera de cuestiones sobre las que Tolstói dejó una
cascada de escritos que merecen ser recuperados y leídos a la luz de nuestro
tiempo.
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