Los dos fascismos
El Viejo Topo
27 abril, 2021
La crisis del
fascismo, sobre cuyos orígenes y causas tanto se está escribiendo en estos
días, es fácilmente explicable con un serio examen del desarrollo del
movimiento fascista.
Los fasci de
combate nacieron, inmediatamente después de la guerra, con el carácter
pequeñoburgués de las diversas asociaciones de veteranos surgidas en aquel
momento. Por su carácter de decidida oposición al movimiento socialista, en
parte herencia de las luchas entre el partido socialista y las asociaciones
intervencionistas en el periodo de la guerra, los fasci obtuvieron
el apoyo de los capitalistas y las autoridades. Su afirmación, coincidiendo con
la necesidad de los grandes agricultores de establecer una guardia blanca
contra la creciente fuerza de las organizaciones obreras, permitió al sistema
de bandas creadas y armadas por los latifundistas adoptar la misma etiqueta de
los fasci, a la cual confirieron a medida que se desarrollaban su
misma característica de guardia blanca del capitalismo contra los órganos de
clase del proletariado.
El fascismo
conservó siempre este vicio de origen. El fervor de la ofensiva armada impidió
hasta hoy la agravación de la pugna entre los núcleos urbanos,
pequeñoburgueses, predominantemente parlamentarios y colaboracionistas, y los
rurales, formados por los grandes y medianos agricultores e incluso por los
colonos, interesados en la lucha contra los campesinos pobres y sus
organizaciones, marcadamente antisindicales, reaccionarios, más confiados en la
acción armada directa que en la autoridad del Estado y en la eficacia del
parlamentarismo.
En las zonas
agrícolas (Emilia, Toscana, Véneto, Umbría), el fascismo tuvo su mayor
desarrollo, alcanzando, con el apoyo financiero de los capitalistas y la
protección de las autoridades civiles y militares del Estado, un poder sin
condiciones. Si por una parte la despiadada ofensiva contra los organismos de
clase del proletariado sirvió a los capitalistas, que a la vuelta de un año
pudieron ver cómo todo el aparato de lucha de los sindicatos socialistas se
resquebrajaba y perdía toda su eficacia, es innegable sin embargo que la
violencia, degenerando, ha terminado por crear una extendida hostilidad contra
el fascismo en las capas medias y populares.
Los episodios
de Sarzana, Treviso, Viterbo, Roccastrada, sacudieron profundamente a los
núcleos fascistas urbanos, personificados en Mussolini, que empezaron a ver un
peligro en la táctica exclusivamente negativa de los fasci en
las zonas agrícolas. Por otra parte, esta táctica había dado ya óptimos frutos
al arrastrar al partido socialista a un terreno transigente y favorable a la
colaboración en el país y en el Parlamento.
La pugna
latente comienza desde este momento a manifestarse en toda su profundidad.
Mientras los núcleos urbanos, colaboracionistas, ven ya alcanzado el objetivo
que se habían propuesto, el abandono de la intransigencia clasista por parte
del partido socialista, y se apresuran a verbalizar la victoria con el pacto de
pacificación, los capitalistas agrarios no pueden renunciar a la única táctica
que les asegura la “libre” explotación de las clases campesinas, sin molestias
de huelgas y de organizaciones. Toda la polémica que conmueve al campo
fascista, entre partidarios y enemigos de la pacificación, se reduce a esta
pugna, cuyos orígenes no deben buscarse más que en los orígenes mismos del
movimiento fascista.
La pretensión
de los socialistas italianos, esto es, la de haber sido ellos quienes
provocaron la escisión en el movimiento fascista con su hábil política de
compromiso, no es sino una nueva prueba de su demagogia. En realidad la crisis
fascista no es de hoy, sino de siempre. Al desaparecer las razones contingentes
que mantenían unidas a las filas antiproletarias, era fatal que las diferencias
se manifestasen con mayor evidencia. Por lo tanto, la crisis no es más que el
aclararse de una situación de hecho preexistente.
El fascismo
saldrá de la crisis escindiéndose. La parte parlamentaria, encabezada por
Mussolini, apoyándose en las capas medias, empleados y pequeños comerciantes e
industriales, intentará su organización política, orientándose necesariamente
hacia una colaboración con los socialistas y los populares. La parte
intransigente, que representa la necesidad de la defensa directa y armada de
los intereses capitalistas agrarios proseguirá su acción característica
antiproletaria. Para esta parte, la más importante con respecto a la clase
obrera, no tendrá ningún valor el “pacto de tregua” que los socialistas
celebran como una victoria. La “crisis” señalará solamente la salida del
movimiento de los fasci de una fracción de pequeñoburgueses
que en vano han tratado de justificar el fascismo con un programa político
general de “partido”.
Pero el
fascismo, el verdadero, el que conocen los campesinos y obreros emilianos,
venecianos, toscanos, por la dolorosa experiencia de los últimos años de terror
blanco, continuará, aunque sea cambiando de nombre.
La misión que corresponde a los obreros y campesinos revolucionarios consiste en aprovechar el periodo de relativa calma, determinado por las disensiones internas de las bandas fascistas, para infundir en las masas oprimidas e inermes una clara conciencia de la situación real de la lucha de clases y de los medios adecuados para vencer a la prepotente reacción capitalista.
Artículo
publicado en L’Ordine Nuovo, 25 de agosto de 1921.
*++