viernes, 20 de marzo de 2020

EL CORONAVIRUS Y LA GESTIÓN DEL MIEDO A FAVOR DE QUIENES NOS EXPLOTAN (ESTA INFORMACIÓN Y OTRAS LA DEBERÍAN ESTAR PASANDO LOS POLÍTICOS QUE DIGAN ESTAR DEFENDIENDO AL PUEBLO)


La política del miedo



miguel catalán | profesor de pensamiento político de la universidad cardenal herrera-ceu
levante-EMV.com
10.07.2016  

A lo largo de la historia, el miedo ha sido la emoción primaria más utilizada por los gobernantes para mantener sojuzgado al pueblo. La falacia más comúnmente empleada por las elites dominantes es la del miedo y sus emociones contiguas, la angustia y el desamparo, así como su emoción subsecuente, el odio. Al explotar el miedo al otro (al extranjero, a la nación periférica, al inmigrante, al insurgente), el poderoso mantiene con impunidad las desigualdades internas de la sociedad que domina. En vez de reprimir la ira del estado llano asfixiado por la injusticia, la redirige contra un objetivo adecuado a sus intereses. En el decimoctavo de sus principios propagandísticos, el Secretario de Propaganda del III Reich Joseph Goebbels expuso este método con claridad lapidaria: "La propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión concretando los objetivos del odio". 

La explotación política del miedo en el mundo contemporáneo tiene dos funciones principales: la primera, hacer olvidar la injustificable desigualdad derivada del neocapitalismo financiero dirigiendo la fuente de la angustia y el resentimiento popular hacia un objeto distinto del causante del problema; y la segunda, mantener al pueblo unido y dócil ("cohesionado") bajo la figura del líder protector ("firme", "sensato", "estabilizador") que la minoría dominante propone como salvador de la mayoría que en realidad está explotando. 

Un estudio comparativo sobre la presencia de Venezuela en portadas de cinco periódicos españoles arroja los siguientes resultados: en el periodo previo a las elecciones, entre el 1 de mayo y el 26 de junio, la mala situación política de Venezuela y la presunta financiación irregular de Podemos aparecieron en una de cada cinco portadas (20,30%) de esas cabeceras españolas. Después de las elecciones y hasta el 4 de julio, el porcentaje se ha desplomado bruscamente al 4,4% de las portadas. Venezuela ha dejado de interesar a la prensa más leída en España.

El resultado de las elecciones generales del 26 de junio de 2016, con un incremento sustancial de 14 escaños del partido en el poder y la pérdida correlativa de escaños y opciones de los otros tres partidos que optaban a formar gobierno, ha vuelto a mostrar la enorme eficacia política del miedo. Dirigida a conciencia por el partido gubernamental, esta estrategia falaz ha desplazado el escenario de la campaña electoral de España a Venezuela como si lo hubiera colocado sobre una alfombra voladora de Las mil y una noches. Se dice fácil, pero este viaje transoceánico que dejaría sin aliento al emir de los creyentes ha hecho desaparecer del mapa a España, un país materialmente hundido con la coartada de la Recesión de 2008, machacado por una brutal política de recortes sociales y sometido a la voladura controlada del Estado del bienestar por las grandes fuerzas financieras y políticas, para hacer aparecer en su lugar una pequeña república ciertamente mal gobernada que pocos sabrían situar en el mapa de Latinoamérica, donde tantas otras repúblicas mal gobernados se concitan. Venezuela, que cometió el pecado original de enfrentarse a los intereses económicos de Estados Unidos con el arma de su riqueza petrolífera, ha sido la vía de escape del Partido Popular. Para arrasar en las elecciones sólo ha tenido que recordar una y otra vez, con machaqueo de martillo, los contactos del régimen de Chávez y Maduro con algunos dirigentes de Podemos. No importa que no sea Podemos, sino el Gobierno de España, el mayor vendedor de armas a Venezuela (más de 13 millones de euros en el primer semestre de 2015): ese es un detalle sin importancia. Los estrategas del Partido en el poder han desviado con éxito a los problemas políticos de Venezuela la atención que todos debieran haber prestado a su corrupción abismal y endémica en España, a su asalto vandálico a la hucha de las pensiones en España, a su control político de los medios de comunicación en España y, por último, a las medidas antisociales contra la sanidad, educación y cultura que tanto sufrimiento e ignorancia están causando en España. Ahora el gobierno podrá volver a aplicar todas ellas con mayor desahogo y legitimidad, como demuestra la carta de sumisión (5-5-2016) de Rajoy al presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker ("Querido Jean-Claude...") aceptando en caso de ganar las elecciones cuantos nuevos recortes de servicios sociales se juzguen pertinentes. De ninguna de estas cuestiones se ha hablado en profundidad en la campaña. No ha hecho falta hablar de programas, sino sólo azuzar el miedo irracional a la joven generación de españoles que ya no cree sus mentiras. Para que los votantes previos de otras fuerzas se hayan abstenido o hayan trasvasado su papeleta al partido gobernante, ha bastado con asociar hasta la extenuación a Unidos Podemos con Venezuela, del mismo modo que antes se había asociado a cualquier partido de izquierdas o nacionalista con ETA (por cierto, tampoco se ha olvidado atribuir a Pablo Iglesias convicciones proetarras; las mentiras más grandes siempre fueron las más creíbles). En ambos casos, la estratagema ha obtenido un éxito sonrojante. El brexit del Reino Unido, el probable nuevo referéndum para la independencia de Escocia y la amenaza del referéndum en Cataluña propuesto por Podemos han ayudado al triunfo de una impostura estratégica insultantemente tosca para las personas formadas, o siquiera sólo informadas, pero enormemente eficaz para una mayoría social entrada en años, empobrecida, ignorante y temerosa. Los otros dos partidos en liza, PSOE y Ciudadanos, no quisieron ser menos que el PP y participaron de la farsa antibolivariana con la esperanza de extraer los mismos réditos. En vez de centrarse en atacar al partido gobernante a fin de apartarlo del poder, que es para lo que se suponía estaban compitiendo, enfocaron sus cañones dialécticos contra Unidos Podemos. Rodríguez Zapatero viajó a Venezuela al otro lado del Atlántico por motivos humanitarios mientras los refugiados morían a decenas en el más vecino Mediterráneo, el joven conservador Albert Rivera se apuntó a la romería laica de la confusión, y también Felipe González dejó un momento de prestar sus consejos cualificados a Gas Natural para hacer lo propio. Aparte la frenada de Unidos Podemos repitiendo número de escaños, el resultado de la campaña del miedo es que Ciudadanos ha perdido 8 escaños y el PSOE, 5. Este último ha sacado el peor resultado de su historia, pero su secretario general se ufanaba la noche electoral de seguir pilotando "el primer partido de la izquierda"; en el ínterin, el PP había desaparecido del mapa de Ferraz, aunque en realidad se había encaramado allá en lo alto donde antaño solía poner Norte. 

Ciudadanos y PSOE han cosechado tal éxito apuntándose a la política gubernamental del pánico inducido que sus votantes han migrado al único beneficiario, el propio gobierno. Este tiene ahora carta blanca para seguir aplicando sus políticas antisociales y antiecológicas, protegiendo los oligopolios de la energía y perjudicando a sus usuarios, desmantelando el Estado del bienestar, vaciando el fondo de pensiones, borrando los discos duros de sus cuentas trucadas para que el juez no pueda juzgarlas y aforando a toda prisa a las autoridades en peligro de imputación por delitos derivados del cargo. El pueblo ha autorizado con su voto esta ética y esta estética. Las profundas reformas educativas y políticas que precisa como el aire este país deberán, pues esperar; quizá menos de lo que se cree, pues el relevo generacional resulta inevitable, pero todavía un tiempo. Como sabía John Dewey, la democracia no hace mejores a los ciudadanos, sino que son los ciudadanos los que hacen mejor la democracia.

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EL MIEDO ES UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS DEL SER HUMANO, PERO ES UNA, NO LA CONVIRTAMOS EN LA CARACTERÍSTICA ÚNICA, QUE ES POSIBLE POR EL CAMINO QUE SE LLEVA, NO NOS CONVIRTAMOS EN PURO MIEDO, QUE ES POSIBLE POR EL CAMINO QUE SE LLEVA. EL ANTÍDOTO PARA EL MIEDO ES EL SABER. LA ESPERANZA ES OTRA DE LAS CARTERÍSTICAS DEL SER HUMANO. LA ESPERANZA NO ES UNA GILIPOLLEZ PARA SER CREÍDA A TONTAS Y LOCAS PARA EVADIRSE DE LA REALIDAD, SINO ASENTADA EN UNA BASE LÓGICA Y RACIONAL LA BASE DE LA ESPERANZA ES EL SABER OBJETIVO, RACIONAL Y CONSCIENTE. Y ESTE TIPO DE SABER NO TIENE QUE COINCIDIR NECESARIAMENTE CON EL SABER OFICIAL UNIVERSITARIO




Escrito por: Javier Martínez Cortés
Enero - Febrero 2012
 


¿El miedo se aprende en la sociedad?

“El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza” –sospechó Pascal-– “pero es una caña que piensa”. Esta combinación de debilidad y pensamiento está en la base del desarrollo de las culturas humanas. El ser humano se sintió animal amenazado y su cerebro –aún en proceso de desarrollo– le dijo que podría tratar de protegerse fabricando algo con lo que defenderse de sus amenazas. Había nacido el homo faber.

La cultura surgió como necesidad de proteger de sus peligros a la débil caña humana. Porque, consciente de su debilidad, el ser humano había sentido miedo. Y había encontrado en la cultura –esto es, en la construcción de artificios mediante su inteligencia– la defensa para sus miedos. La cultura surgió para proteger al ser humano.

Pero, probablemente muy pronto, los seres humanos, producto de la evolución, pudieron comprobar que otras “cañas débiles” semejantes a ellos, eran sin embargo, aún más débiles. Y los instrumentos, que les servían para defenderse de los depredadores de otras especies, podían también ser usados contra la propia especie.

Y el ser humano se convirtió en depredador de sus semejantes. La cultura sufría así, vista desde nuestra altura temporal, una perversión. “Homo homini lupus” sentenció Hobbes, ya a millones de años, para justificar el nacimiento del Estado.

¿Hay un miedo “natural”?

El miedo está por tanto implícito en la conciencia del ser humano, ante los peligros que le amenazan. La vida es esencialmente afirmativa y la sostiene el instinto de conservación. Una de las necesidades básicas en toda existencia es la de seguridad. Toda amenaza a esta seguridad provoca la reacción espontánea del miedo. En este sentido, el experimentar miedo es un fenómeno que podría considerarse natural.

Ahora bien, el motivo por el que se experimenta el miedo es aprendido en el interior de la propia cultura. Por ello, nuestros miedos son tan diferentes. (No son los mismos los miedos ante el cáncer que ante la práctica del vudú.)

Así, el miedo se produce siempre en circunstancias sociales. Posee un contenido social e histórico que evoluciona con el desarrollo de las culturas. El miedo participa de la función protectora de la vida, aunque a veces no sea real sino imaginario. Un miedo prudente –que solemos denominar “precaución”– constituye una salvaguardia de la existencia. (“Vivir” supone siempre la prueba existencial de superar no sólo incertidumbres sino miedos).

El hombre como productor de miedo. Los miedos hoy

Desde la perspectiva de las modernas sociedades ya desarrolladas, nos costó mucho aceptar la necesidad del miedo. En la sociedad de la abundancia, la seguridad tenía que ser abundante. Ello promocionó el sustancioso filón económico de las Sociedades de Seguros e hizo patente la idea de que sugerir algún tipo de miedo (una epidemia vírica) era rentable puesto que promocionaba la compra de la medicación previa.

Desde siempre, el miedo de los demás supuso una cuota de poder (léase “El Príncipe” de Maquiavelo). Pero ahora, además, proporcionaba un negocio. Dentro de lo que puede caber, se apoyaba en la idea de una mayor seguridad para nuestra salud. Menos inocente, y muy rentable, incluso en época de crisis económica, es la fabricación y venta de armas a otros países. Siempre hay mercado para ellas: todos los países que las adquieren, por pobres que sean, lo hacen para proporcionar una mayor seguridad frente a sus enemigos (a los que tal vez se piensa atacar). Este maridaje entre seguridad y armas agresivas se ha impuesto en nuestra retórica occidental. Los anticuados Ministerios de Guerra se han transmutado en modernos Ministerios de Defensa.

En la práctica real, con distintas palabras, hay una glorificación de la violencia. La producción cultural del miedo (al margen de catástrofes naturales) ha tenido ya un carácter exponencial. “Cultural” aquí quiere decir: con el artificio de una técnica cada vez más sofisticada, añadida al marketing ideológico sobre “el enemigo”. Ya no hay distancias que antes separaban a las personas. Hoy conocemos que nuestro planeta está envuelto en violencia y amenazas –explícitas o no– de violencia. Como si nos poseyera una imagen cainita de lo que es convivir sobre la Tierra.




Ma allá de la esperanza filosófica y de la retórica política, está la historia tan reciente de nuestro convulso siglo XX. Esta historia produjo un fundado miedo a reiterar los problemas. Resultaba indispensable superar con un destino común los enfrentamientos y las muertes.


El miedo en escenarios menores

El miedo se puede producir en escenarios menores. Incluso dentro de la familia y la “polis”, instrumentos que los seres humanos se dieron para protegerse, aunque en la práctica impusieran una violencia social, aceptada por miedo (inferioridad de la mujer, esclavitud). Pero hoy, en sociedades donde se vive bajo el ideograma de la libertad, el miedo adquiere un carácter sangriento. Óiganse las noticias cotidianas sobre “violencia de género” y recuérdese la historia de la ex-Yugoslavia con sus enfrentamientos étnicos y religiosos.

La mirada occidental de Hegel, en el siglo XIX, vio que la Historia universal no se podía considerar un muestrario de la dicha humana. Pero pensó que la cultura (la de Occidente, claro) evolucionaba hacia la libertad como meta última.

Hoy nos cuesta admitir este horizonte último de Hegel. No es que no hayamos formulado como derechos “inalienables” los debidos a la libertad de la persona. Sin infravalorar la necesidad y la exigencia de esta formulación, también en Occidente hemos encontrado fórmulas dotadas de nombres respetables para infringir algunos de esos derechos (no es lícito ejercer la tortura, pero sí “someter a presión” a la persona humana).

Más allá de la esperanza filosófica, y de la retórica política, está la historia –tan reciente– de nuestro convulso siglo XX. Europa con sus guerras y sus ensayos de exterminio étnico, Japón con su experiencia de la bomba atómica… han conocido la difusión de un terror masivo.

Ello produjo un fundado miedo a la reiteración de los problemas (es prudente sentir miedos). Resultaba indispensable superar, con un destino común, los enfrentamientos dramáticos y las muertes masivas (literalmente de millones de personas). Las potencias vencedoras en la guerra del 14 fracasaron en dotar a Europa de una paz duradera (no tuvieron suficiente miedo). La cultura europea –políticos y economistas– de la posguerra de 1914, fue una “cultura fracasada”; no fue capaz de prever los futuros problemas que, recrudecidos, volvieron a reproducirse dos décadas después.

Con esta memoria se produjo un esfuerzo colectivo de los líderes europeos por superar nacionalismos. Trataron de crear, por etapas, una “Unión Europea”, basada en la unión económica. El proceso aún está por completar con medidas políticas cuya ausencia se deja hoy notar. Pero produjo una conciencia de “guerra imposible” en Europa, y un auge económico sin precedentes hasta entonces.

Hoy, en un contexto político y económico diferente, la crisis financiera y económica (tal vez más compleja que la crisis de 1927), amenaza al euro –una moneda sin Estado– y pone en riesgo la misma Unión Europea.

En esta situación, sería oportuno plantearnos el tema de los miedos “oportunos” y de las “culturas fracasadas”.

¿Qué es una “cultura fracasada?

Una cultura fracasada es aquella en la que el sistema de organización social se problematiza por unas cuestiones que desbordan las soluciones ofrecidas. ¿Podría estarse acercando el Occidente europeo a este límite? Porque se “construye” en Europa hoy un tipo de miedo nuevo para los europeos de los últimos cincuenta años. Miedo para el que las soluciones ofrecidas por la clase política dirigente no parece ofrecer una esperanza tangible. Al menos para las economías periféricas de la zona euro.

Miedo, no a la guerra, sino más difuso y anónimo. Un miedo al futuro económico de muy extensas capas de población. Miedo que se extiende al paro masivo, al deterioro creciente de las condiciones laborales, a la pérdida de la vivienda e incluso a la perspectiva de una pobreza vergonzante.

Y ello en sociedades que guardan el recuerdo reciente de una abundancia, en algunos casos cercana al despilfarro, pero que también permitió a muchos el acceso a un estándar de vida decoroso, propio de la clase media–baja. Todo ello se está viniendo abajo aceleradamente.
Estamos sin signos de bonanza en el horizonte. El euro sigue enfermo, acosado por “los mercados intranquilos” (que se siguen enriqueciendo).

Es duro poner este final al tema del miedo. El pesimismo no es la estrella bajo la cual pueda vivir el individuo sano. Pero tampoco es sano, incluso es perjudicial a la luz de la Historia, esconder los miedos de la población, traducidos a duras realidades, bajo la capa de la retórica política de un mañana venturoso. Y este es el miedo que en Europa estamos ahora aprendiendo. Aunque pensemos que todavía Europa no es una cultura fracasada.

La “caña débil” de Pascal no es hoy tan débil, desde luego. Pero lo que resulta dudoso ante los resultados es que piense acertadamente sobre la posible solución de los problemas que, desde hace varios años, la están desbordando.©


Javier Martínez Cortés
Sociólogo




PARA QUE EL MIEDO NO SE TRANSFORME EN ANGUSTIA (CONOCER EL PROBLEMA, QUE NO ES LO QUE SE CREE DEL PROBLEMA)


El miedo como arma política

José Guillermo Fouce
Doctor en Psicología y profesor de la Universidad Carlos III
Ilustración de Jordi Duró

Público.es
09.01.2012

El escritor alemán Nemeitz publicó en 1718 un libro sobre París con "instrucciones fieles para los viajeros de condición". Uno de sus consejos es el siguiente: "No aconsejo a nadie que ande por la ciudad en medio de la negra noche. Porque, aunque la ronda o la guardia de a caballo patrulle por todo París para impedir los desórdenes, hay muchas cosas que no ve... El Sena, que cruza la ciudad, debe arrastrar multitud de cuerpos muertos, que arroja a la orilla en su curso inferior. Por tanto, vale más no detenerse demasiado tiempo en ninguna parte y retirarse a casa a buena hora". Nuestros temores, nuestras pesadillas, tienen siempre una carga histórica y contextual y han sido siempre un arma política de primer orden.

El miedo y sus usos políticos puede servir para entender muchas de las cosas que pasan en este mundo que habitamos, el miedo tiene poder para cambiar el mundo, como también lo tiene la esperanza. El miedo es un instrumento sumamente poderoso que el neoliberalismo (que es sin duda mucho más que una teoría económica) lleva alentando y manejando desde hace mucho tiempo, como uno de los marcos de interpretación clave para entender la realidad y definirla (Lakoff).

El miedo actual es, sin embargo, un miedo líquido, difuso, en expresión de Zygmunt Bauman, y nos trasmite que lo mejor es esconderse sin un plan de respuesta claro porque no tenemos claras las amenazas. Dejadnos llevar las riendas, nos avisan, porque contra temores poco tangibles es difícil combatir.

La táctica ha estado ahí siempre. El miedo, una emoción básica que nos paraliza o nos llama a la acción, es también una construcción socio cultural intencionada. Aprendemos a través de los demás qué debe producirnos terror y cómo responder al mismo. Y por eso los que son capaces de señalar cuáles deben ser nuestros desasosiegos pueden fabricar a su antojo el "antídoto salvador".

Pero en la actualidad vivimos una época de recrudecimiento de esta estrategia. En los últimos años, la crisis económica ha ayudado a los asustadores profesionales a amedrentarnos hasta la parálisis, infundiendo un temor abstracto a los otros, a los extranjeros, al gasto público, al terrorismo y la inseguridad. Naomi Klein nos recuerda en La doctrina del shock que, para los pensadores neoliberales, toda crisis (real o percibida) es una oportunidad para aplicar sus políticas de ajuste. Paralizados por nuestras pesadillas, damos por bueno lo que en otras circunstancias nos resultaría inaceptable. Atemorizados, nos convertimos en personas individualistas, mucho más manipulables porque dividiendo es más fácil convencer. Olvidamos ayudar a los demás y nos quedamos solos convirtiéndonos en individuos mucho más vulnerables.

Al igual que el texto proponía a los ciudadanos no salir de casa, los gobernantes actuales nos aconsejan sumisión. Nos quieren divididos, aplicando la estrategia de "sálvese quien pueda", centrados en lo que nos diferencia y olvidando lo que nos une, dispuestos a renunciar a elementos clave de nuestra libertad en pro de la ansiada seguridad.

Un miedo amplificado por los medios de comunicación que agrandan las narrativas del miedo; la mayor de ellas la del terrorismo internacional, pero también la del miedo al inmigrante o al diferente, el miedo económico, el miedo a la violencia. Un miedo que nos sitúa en una sociedad del riesgo (Beck), un miedo global y globalizado, de sociedades violentas, en el que, todos asustados, tenemos que combatirnos, que salvarnos como podamos, sin fiarnos los unos de los otros, defendiéndonos de amenazas intangibles pero constantes, el mundo está en guerra permanente, las amenazas se relevan entre sí, son difusas, no se someten al discurso de la lógica.

Ya no tratan de ilusionarnos con grandes utopías: sólo se postulan para salvarnos de nuestros temores. En palabras de Eduardo Galeano: "Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida... Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar, miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo a morir, miedo a vivir" Es el tiempo del miedo globalizado.

Pero no van a conseguir meternos miedo porque los efectos paralizadores de esa táctica se diluyen muy rápidamente: en cuanto los ciudadanos nos sacudimos el polvo del miedo, salimos a la calle a airear nuestras ilusiones. Los avisos de Nemeitz no fueron obstáculo para que el París de esa época se convirtiera en el centro del Siglo de las Luces, una de las épocas más revolucionarias y esperanzadoras de la historia de la humanidad.

El miedo se combate con información, se combate enfrentándose al mismo, se enfrenta en primer lugar decidiendo mirarle a los ojos; las advertencias de los traficantes de miedo no impedirán que el impulso de movimientos como el 15-M nos recuerden que, aunque a unos pocos les beneficie el terror, la esperanza es para el ser humano la estrategia conjunta más adaptativa. "Sin trabajo, sin futuro, sin casa, sin miedo" nos recuerdan señalando lo subversivo y movilizador de perder el miedo.


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