martes, 7 de abril de 2020

QUE ES "MU" FACILITO, TAL QUE COSER Y CANTAR. EL DÍA QUE EL TRABAJADOR DEJE LA SOMNOLENCIA DE VIVA LA PEPA, OYE, A MI QUE ME RESUELVAN MIS PROBLEMAS (EL INSTINTO NO CUENTA. INSTINTO TAMBIÉN TIENEN LOS ANIMALES) EN LA QUE SE COLÚMPIA EL TRABAJADOR, Y CAIGA EN LA CUENTA DE QUE ES ÉL EL QUE CREA LA RIQUEZA Y QUE SIN ÉL NO EXISTIRÍA NI LA SOCIEDAD, EMPEZAREMOS A ENDEREZAR EL ASUNTO



Las nacionalizaciones vuelven (una vez más) para salvar al capitalismo…


Rebelion
 07/04/2020 



Fuentes: Público 

La pandemia del coronavirus ha vuelto a poner en jaque al libre mercado. Como en 2008, cuando mandatarios como Nicolas Sarkozy pidieron una refundación del capitalismo o líderes patronales como Gerardo Díaz Ferrán clamaban por un paréntesis que regenerara la confianza perdida en las bolsas. Casi doce años después, el líder del PP vuelve a agitar el supuesto fantasma de las nacionalizaciones. Pero el mercado responde a Pablo Casado -son necesarias para salvar balances de empresas y contener la recesión más profunda- y, de paso, entierra a dos de sus referentes ideológicos: es el final del consenso neoliberal de Reagan y Thatcher. 

Cuando el 15 de septiembre de 2008 el gobierno estadounidense, cuna del libre mercado, dio orden de nacionalizar Lehman Brothers, mientras el Kremlin, arquetipo del modelo estatalista de los regímenes comunistas, decretaba la suspensión de la cotización de la Bolsa de Moscú -el gran emblema del libre mercado-, los analistas se preguntaron a qué se debía este movimiento telúrico registrado en los cimientos mismos de la arquitectura financiera internacional. En pocos días, el ambiente se aclaró.

La teoría de que la economía mundial se adentraba en un crash sin parangón desde 1929 cobró rango de mandamiento. En medio de voces de autoridades políticas y de dirigentes empresariales que reclamaban casi al unísono la urgente movilización de recetas keynesianas que sacaran al capitalismo de su paradoja, de su duda existencial. 

El mercado ofrece el primer signo de «rebote técnico» tras su caída vertical de marzo, que refleja el «impacto de los gobiernos y bancos centrales por proteger sectores enteros en tiempo récord» y poder gestionar la economía real de forma efectiva

La pandemia del covid-19, su súbita e incontenible propagación, las excepcionales medidas de confinamiento en todo el mundo y las obligadas hibernaciones económicas para detener su expansión, limitar el catastrofismo sanitario y, sobre todo, frenar el número de fallecimientos, ha vuelto a sacar a la palestra la contrariedad que crea entre los defensores del neoliberalismo a ultranza del mercado los episodios de grandes rescates públicos provocados por debacles bursátiles, deterioros de los balances financieros por altas concentraciones de activos tóxicos y recesiones económicas. 

Uno de los últimos exponentes de esta recurrente crítica al intervencionismo estatal ha sido el presidente del PP, Pablo Casado, quien, en una entrevista en Telecinco, aseguró que Podemos, socio de Gobierno de los socialistas, quiere convertir España en Grecia: «Pablo Iglesias empieza a decir que la propiedad privada está supeditada al interés general. Ya vemos dónde conduce eso. A Venezuela o a Grecia. ¿Se va a nacionalizar un medio de comunicación o una empresa privada y tenemos que apoyarlo?», espetó.

La pregunta, cargada de ironía, de Casado ha tenido cumplida respuesta desde el mercado. Yves Bonzon, CIO de Julius Bär, explica en un análisis de la coyuntura global del banco suizo que el primer signo de «rebote técnico» en los mercados tras la caída vertical de cotizaciones entre el 5 y el 23 de marzo, reflejan el «impacto de los gobiernos por proteger sectores enteros de la economía en tiempo récord» y evitar «ventas masivas [en las plazas financieras] forzadas por inversores en busca de márgenes provechosos y beneficios inmediatos».

Pero «esta fase parece superada», explica Bonzon, «gracias a la decisiva intervención de los bancos centrales, que se aprovecharon de la experiencia labrada en la crisis de 2008» y que han logrado estabilizar la esfera financiera y, sobre todo, mantener sus funciones activas y al día. Un compás de espera necesario para «poder gestionar efectivamente la economía real». 

El Chief Information Officer de Julius Bär, en su diagnóstico de la última semana, va más allá de esta descripción de la coyuntura, que anticipa un primer dique de contención estatal -de bancos centrales y de gobiernos-, para amortiguar la meteórica y profunda contracción de la actividad, que apunta a tasas de dobles dígitos, con históricas destrucciones de empleo.
Bonzon habla de la necesidad de acometer nacionalizaciones «para salvar los balances de las empresas», de otra tregua -o paréntesis en la economía de mercado, como reclamó en 2009 el entonces presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán- y del final del consenso neoliberal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Dos de los referentes ideológicos en el PP.

O, al menos, entre los grandes arquitectos del mal llamado milagro económico español y de FAES, dos fuentes del pensamiento popular de los que nunca ha renegado precisamente Casado. Una vez más -dice Bonzon- el shock provocado [por la crisis del coronavirus] «en el sector privado ha condenado a las economías»  a pedir auxilio a modo de «respuestas monetarias y fiscales» en nombre de su propia supervivencia. «Empresas y autónomos deben recibir al menos una compensación parcial de sus ingresos perdidos» desde el ámbito gubernamental. 

Como si percibieran una indemnización por daños derivados de un desastre natural por parte de una aseguradora, aclara. «En ausencia de tales transferencias», del Estado al sector privado, sus balances engordarían con «deudas adicionales» que retrasarían de forma «considerable» la recuperación posterior al confinamiento.

Saneamiento estatal de empresas

«En otras palabras» -suscribe el directivo de Julius Bär-, el sector privado no puede ser saneado con recursos voluntarios -o forzosos- que procedan del ámbito empresarial. Porque, «reducir o cancelar los alquileres, por ejemplo, de manera temporal, puede aliviar casos individuales» pero, «colectivamente, dentro de un ámbito nacional, alimentaría la espiral deflacionista».

De ahí que -asegura- en nombre del interés general, medidas de apoyo como las garantías de pago de los alquileres deban «proceder de las cuentas estatales»; lo cual revela dos lecturas claves: que el riesgo de que se instauren políticas intervencionistas bien intencionadas, aunque puedan llegar a ser contraproducentes, «es elevado en los próximos meses» y que, sin el salvavidas financiero de los gobiernos, las empresas «no tendrían salvación» posible.

Para, acto seguido, señalar que el «consenso neoliberal nacido en los años ochenta» del siglo pasado, «con Reagan y Thatcher [como estandartes], ha muerto definitivamente» (is dead for good this time). En estos tiempos, aclara Bonzon, «nos dirigimos hacia un capitalismo de estado, similar al que una vez se practicó en la década de los cuarenta, durante la guerra». Es una inexorable pérdida de la libertad de mercado. Pero «estamos ante el peligro de que el control de la curva de rendimiento, como hace Japón, se extienda por Europa y EEUU».

«Nos dirigimos hacia un capitalismo de estado, similar al que una vez se practicó en la década de los cuarenta, durante la guerra»; es una inexorable pérdida de la libertad de mercado hasta que se restaure la curva de rendimiento en Europa y EEUU

Las valoraciones oficiales del banco de inversión suizo también son un torrente de realidad sobre las interpretaciones político-mediáticas que tildan de «ideológicas» las medidas del Gobierno de coalición y sobre discursos como los del Círculo de Empresarios, que se autodefine como un centro de pensamiento del sector privado, y que arremeten contra el carácter confiscatorio del gobierno o que, en boca de su presidente, John de Zulueta (1947, Massachusetts), que dirigió las riendas de Sanitas durante casi dos décadas, hasta 2009, y que considera a la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, como una «ultraizquierdista que trata a los empresarios como criminales», tal y como refleja en una entrevista reciente en El Mundo.

De Europa, asegura que la crisis del coronavirus la someterá a «un nuevo examen de cohesión«. Después de que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, al que define como el criterio surgido en Maastricht para evitar presiones inflacionistas en la zona monetaria surgidas por déficits fiscales excesivos, «haya muerto en combate».

El analista de Julius Bär cree que la UE dejará atrás las políticas de austeridad, por efecto de las coberturas sociales de emergencia indiscutible que deja la crisis del coronavirus, aunque concede el poder en la batalla entre contribuyentes netos y los socios en dificultades financieras a los países del norte.

Los englobados en la rebautizada como Liga Hanseática, que «no dejarán opción» a las naciones meridionales. Aunque no descarta que esa futura cohesión pase por un proyecto compartido como los eurobonos, al que los vecinos septentrionales dejarán entrar a los sureños capaces de gestionar convenientemente sus niveles de endeudamiento.

Nacionalizaciones por doquier

Los procesos de intervencionismo, de nacionalización de empresas, en países como EEUU es una recurrente tradición cultural. Tan americana como el Apple Pie, dice Thomas M. Hanna, director de investigación en Democracy Collaborative y autor de Nuestra riqueza Común: el Retorno a la Propiedad Pública en EEUU, en un artículo publicado en la revista Jacobin, donde hace un repaso de esta práctica habitual; sobre todo, en tiempos de crisis.

A pesar de «las largas décadas de narrativa neoliberal» que construyó un mensaje de «ineficiencia y debilidad» alrededor de todo lo que sea considerada economía gubernamental, incluida su manifiesta incapacidad para genera un clima idóneo para los negocios.

Y aunque la Administración Obama, tras la crisis de 2008, cuando aún estaba en la Casa Blanca George W. Bush, tomó acciones decisivas para la restauración de las estructuras económicas estadounidenses, a través de casi un billón de dólares de un programa de estímulo fiscal y otro similar en cuantía que sirvió de rescate a entidades financieras -bancos y aseguradoras y grandes corporaciones- e incluían el control federal de su gestión.

Pese a los apelativos neoliberales de «ineficiencia y debilidad» a toda gestión económica pública, EEUU tiene un extenso currículum confiscatorio, desde los ferrocarriles al inicio del siglo XIX hasta la banca en la crisis de 2008

El tsunami financiero demostró que la administración económica de los estados, no sólo en EEUU, también en Europa y otras latitudes industrializadas o emergentes, están lejos de ser débiles o de estar subordinadas a los designios del mercado.

Como ha ocurrido a lo largo de la historia. Porque la tradición nacionalizadora de EEUU es rica y extensa. Desde los ferrocarriles, los teléfonos o la fabricación de armas en los años de la Primera Guerra Mundial, hasta la Tennessee Electric Power Company (Tepco) y las extracciones de oro y planta bajo el New Deal o, literalmente, cientos de compañías de múltiples sectores industriales durante y tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero también las firmas productoras de acero en la Guerra de Corea, los peajes de pasajeros y mercancías en los años setenta, el Banco Continental Illinois y varias entidades de ahorro y de préstamo en los ochenta y bancos y marcas automovilísticas en la primera década de este siglo. Un prolongado recorrido que comenzó con el presidente Woodrow Wilson en diciembre de 1917, cuando nacionalizó los ferrocarriles en una compañía federal que dio trabajo a más de 2 millones de personas y que, entonces, suponía el 12% del PIB americano.

Hasta el credit-crunch de 2008, propiciado por los activos tóxicos de la banca, que llevó a Rodrigo Rato, director gerente entonces del FMI a criticar la actitud de los mercados de individualizar las ganancias y socializar las pérdidas -considerado desde antes de su nombramiento como máximo responsable del Fondo Monetario el arquitecto del milagro económico español- que confiscó los activos y la gestión de entidades bancarias como Lehman Brothers o Merrill Lynch -que luego se integró en Bank of America- y de aseguradoras como AIG.

Además de las dos hipotecarias que engordaron la crisis subprime en el mercado inmobiliario estadounidense -Freddie Mac y Fannie Mae- o General Motors, entre otros grandes emporios que pasaron a manos del Tesoro. Momentáneamente o para su posterior liquidación o puesta en venta en los mercados. Al igual que ocurrió en Reino Unido, en Irlanda, Alemania, Bélgica, Holanda, Francia o Luxemburgo, donde se tomaron el control de sus sistemas financieros y se dijo adiós al liberalismo por un tiempo.

En el que el jefe del Estado galo, Nicolas Sarkozy, llegó a reclamar sin tapujos y en el seno del G-20, el foro llamado a ejercer de gobierno económico global, una refundación del capitalismo.

En España, la intervención de la banca, aquejada de activos tóxicos procedentes de años de alta permisividad hipotecaria para abastecer el fervor comprado de vivienda de un largo decenio de inmensas liberalizaciones de suelo con licencias inmediatas para edificar y bajos tipos de interés, decretados desde el BCE para ayudar a salir a Alemania de su recesión punto.com, en contra del criterio que dictaminaba la coyuntura inflacionista del conjunto del área monetaria, motivó una petición de rescate a Europa.

Edulcorado como un préstamo en condiciones ventajosas, sin los controles de la troika comunitaria -y la supervisión del FMI, como exigía el salvavidas irlandés o portugués- y con la promesa, nunca cumplida, que el sector devolvería al Estado, depositario de la ayuda europea, «hasta el último euro», según palabras del entonces ministro de Economía y ahora vicepresidente del BCE, Luis de Guindos.

De los más de 65.000 millones a los que ascendió la factura definitiva del saneamiento de las cuentas del sistema bancario español, las arcas del Estado español han tenido que sufragar algo más 54.000 millones, tal y como admitía el Banco de España a finales de 2019. Año y medio después de la salida de Mariano Rajoy de Moncloa, una de cuyas primeras medidas fue acudir a Europa a pedir el aval europeo. Banco de Valencia, Bankia, Catalunya Banc y NovaCaixaGalicia fueron las grandes beneficiarias de esta inyección.


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CORONACRISISSOCIAL. COMO NO ESTAMOS EN UNA BROMA, SIN PERDER UN SEGUNDO EL GOBIERNO QUE DISPONE DE TODOS LOS MEDIOS DEBE DISPONER DE TODOS LOS RECURSOS DE LA NACIÓN, PÚBLICOS Y PRIVADOS SI SON NECESARIOS, PARA PODER SOLUCIONAR EL PEOR DE LOS SUPUESTOS POSIBLES Y TENER DISPUESTA LA PROVISION DE ALIMENTOS Y MEDIOS SANITARIOS PARA PODER ATENDER A TODA LA POBLACIÓN, Y QUIEN SE OPONGA DEBE METERLO EN LA CÁRCEL PARA SER JUZGADO CUANDO PASE ESTA CRISIS DEL CORANOVIRUS. Y SI YA LO ESTÁ HACIENDO DEBE INFORMAR A LA OPINIÓN PÚBLICA, CON LA SEGURIDAD QUE LA IMNENSA MAYORA LE APOYARÁ


Coronavirus

Italia: hacia la crisis social


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Franco Turigliatto
Vientosur
02.04.2020 

La crisis sanitaria italiana, después de tres semanas de encierro, adquiere aspectos aún más dramáticos y, hasta ahora, no hay signos convincentes de limitación de la epidemia: ahora [a 29 de marzo] ha afectado a 80.000 personas y han fallecido más de 10.000 personas.

Al menos, estas son las cifras oficiales. Por todas partes, incluyendo comunidades científicas internacionales, como Nextstrain, se aventuran cifras mucho más altas. En cualquier caso, es todo el sistema nacional de salud el que ya no puede garantizar una atención adecuada para toda la gente enferma y menos aún para mantener activos los demás servicios: se han pospuesto un millón de intervenciones "normales".

"Problema de hambre"

No solo es evidente que una serie de medidas, como detener la producción innecesaria, se tomaron tarde, sino que incluso hoy en día muchas empresas no esenciales continúan produciendo, poniendo en peligro la vida de trabajadoras y trabajadores además de promover la propagación de la epidemia.

Solo en Lombardía, 12.300 empresas, que deberían estar cerradas, pidieron al Prefecto (esta es una disposición prevista por el decreto en el proceso de aplicación) que puedan continuar la producción; esto es posible, a menos que este último dé la orden de detenerse.

La condición de las y los sanitarios, obligados a enfrentar el desastre sin el equipo apropiado o equipos de protección individual (EPI), sigue siendo dramática y pagan un alto precio: más de 6.000 infectados y decenas de muertos.

Pero otra gente trabajadora, empleada en servicios esenciales, también vive en una situación muy difícil: las y los que trabajan en supermercados, por ejemplo, y también quienes no tienen un EPI adecuado y sin que haya cierres que permitan la desinfección de su lugar de trabajo.

Si las y los trabajadores de las empresas cerradas sufren una fuerte caída en los salarios, ya que solo pueden beneficiarse de los beneficios de desempleo técnico, la condición de quienes trabajan, o trabajaban, en la economía informal, y que ahora están privados de cualquier ingreso, es totalmente desastrosa. En el sur, donde el 13% de la población vive en familias sin personas asalariadas, estamos hablando de 4 millones de personas que corren el riesgo de padecer hambre en este momento. Tanto es así que las solicitudes de ayuda del Banco de Alimentos se han disparado. Sin mencionar los cientos de miles de personas migrantes, esenciales para la ganadería y la recogida de frutas y verduras de temporada, amontonadas en barrios marginales, que ganan unos pocos euros al día por 12 a 14 horas de trabajo, y para quienes pedimos, en vano hasta ahora, la regularización.

El gobierno está implementando una serie de medidas para abordar el "problema del hambre"; se nos habla de una renta de emergencia para 10 millones de personas pero, por el momento, las medidas en preparación son irrisorias y se refieren principalmente al despliegue de la policía y el ejército, para evitar revueltas.

Europa: ¿quién pagará?

Luego están las y los de arriba. Está la guerra de Confindustria y la patronal para hacer que la gente trabajadora pague toda la crisis y está la guerra entre los diferentes capitalismos dentro de la UE, una guerra que, a través de su representación política, ha desencadenado conflictos verbales hasta ahora impensables.

Italia propone una acción conjunta de todos los países de la UE: sostiene que la crisis no es de carácter nacional, sino que proviene de un elemento exógeno, la epidemia, que requiere una respuesta unificada dejando dejando de lado los viejos instrumentos financieros inutilizables y definiendo los nuevos. Propone una emisión de bonos ("Corona bonos" europeos), es decir, una mutualización de esta nueva deuda que todos los estados deberían asumir.

Holanda y Alemania rechazan firmemente esta propuesta considerando, por el contrario el uso de la herramienta que constituye el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), es decir, el suministro de los famosos créditos financieros a países en dificultades, sujeto a la aceptación de los no menos famosos memorandos de sangre y lágrimas (ver Grecia).

Lo que es obvio es la forma en que cada uno de estos bandidos piensa en aprovechar las desgracias de los demás. Por otra parte, incluso la solución propuesta por el gobierno italiano permanece dentro de las lógicas financieras de la deuda del sistema capitalista, y esto es tan cierto que un líder del Partido Demócrata ha propuesto dar como garantía a quienes suscriban las nuevas obligaciones, por supuesto capitalistas, ¡el Palacio del Parlamento y el del Gobierno (y por qué no Pompeya o Venecia)!

Por el contrario, seguimos repitiendo que, para enfrentar la emergencia, se necesita una financiación monetaria excepcional para las políticas fiscales deficitarias, pero al margen de las condiciones impuestas por los mercados financieros y por las instituciones monetarias y bancarias, y que es necesario conseguir todos los recursos necesarios a través de un impuesto sobre el patrimonio y un nuevo sistema impositivo que haga pagar a quienes nunca pagaron y que aún hoy quieren hacer soportar el peso de la crisis a las clases trabajadoras.

30/03/2020


Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

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EL MIEDO Y LA FALTA DE FE EN NOSOTROS MISMOS POR EL CONFINAMIENTO, NOS IMPIDE VER EL SAN MARTÍN QUE NOS ESTÁN PREPARANDO, Y QUE NOS AGUARDA EN CUANTO SALGAMOS NUEVAMENTE A LA CALLLE, EN LA CREENCIA QUE VOLVEREMOS A LA NORMALIDAD DE ANTES



Entrevista a Enzo Traverso


"El estado de emergencia sanitaria corre el riesgo de ejercer un control total sobre nuestras vidas"





Mathieu Dejean
Vientosur
05.04.2020 

¿Cual es la situación en Nueva York donde habitas?

El gobernador del Estado de Nueva York ha reaccionado de forma bastante fuerte y ahora mismo estamos confinados en casa. Otros Estados tomaron la misma decisión pero hay una gran heterogeneidad de puntos de vista. Un Estado federal puede ser un instrumento extraordinario pero también se puede convertir en una fuente de parálisis. Trump se contradice todos los días y los responsable de la sanidad pública le contradicen punto por punto. Comenzó por definir al coronavirus como virus chino, con una gran connotación xenófoba. Después dijo que Estados Unidos dispone del mejor sistema hospitalario del mundo y que todo iría bien. Ahora dice que las dos próximas semanas serán muy dolorosas. Ahora bien, si hay un país frágil frente a la pandemia, ese es Estados Unidos debido a la ausencia de una estructura sanitaria pública. Es un país muy vulnerable donde existe el riesgo real de una propagación rápida y fuerte del virus. Decenas de millones de personas carecen de seguridad social o disponen de una seguridad social débil e ineficaz. Nueva York, una de las ciudades más ricas del mundo, con los centros de investigación más avanzados en ciencia médica, carece desesperadamente de máscaras y de ventiladores, con hospitales militares improvisados en Central Park.

Tienes vínculos con Italia. ¿Como valoras lo que está ocurriendo en la Península?

Estoy muy preocupado, porque una parte de mi familia vive en el norte de Italia, en un perímetro en el que la propagación es muy fuerte. También tengo muchos amigos en Milán. Espero que el resto de Europa extraerá las lecciones pertinentes de lo que ha pasado en Italia. Evidentemente, el país paga un precio elevado, como Francia, por decenios de recortes en el gasto sanitario y con un número de camas disponible muy por debajo del que había hace veinte años. Pero globalmente, el país ha respondido bien, con un impulso solidario impresionante. Y en medio de la catástrofe, una buena noticia: desde hace tres semanas, Salvini ha desparecido de las pantallas! (risas).

¿Así pues el discurso xenófobo no saca provecho de esta crisis?

El discurso xenófobo que comenzó a despuntar al inicio de la crisis –tanto en Italia como en Estados Unidos- y que pretendía que el virus lo introducía la gente migrante, ha sido barrido. La opinión pública comprendió rápido que estamos frente a una pandemia global y que la respuesta tiene que ser global. También vemos a través de los media que los médicos chinos y cubanos son recibos como héroes. El discurso xenófobo ha sido bloqueado por el momento, aún cuando la tentación de instrumentalizar políticamente esta epidemia es fuere. Pero, sin embargo, no estoy convencido que a la larga eso se mantenga.

¿Políticamente, cuáles pueden ser los efectos de esta crisis?

Mi impresión es que esta pandemia global no ha revelado nada nuevo. Sólo ha llevado a su paroxismo una serie de tendencias que estaban ante nosotros y que ya habían sido descritas a lo largo de estos últimos años. Por ejemplo, el hecho de que las fronteras entre lo biológico y lo político cada vez están más difusas. Es el triunfo del biopoder teorizado por Foucault: es decir, un Estado que asume la gestión de nuestras vidas en el sentido biológico, físico del término. Un Estado pastoral en este momento de emergencia sanitaria en el que todos sentimos su necesidad, pero que después corre el riesgo de ejercer un control total sobre nuestras vidas. Igualmente, todos los trabajos sobre la ecología política nos explican desde hace años que los ecosistemas en cuyo seno se han sucedido nuestras civilizaciones no están ya en condiciones de autorregularse y que se va hacia una multiplicación de crisis y pandemias. Por último, el virus no hace sino amplificar las desigualdades propias de la economía neoliberal. No nos enfrentamos al virus en condiciones de igualdad: hay un segmento de la sociedad que es mucho más vulnerable, tanto debido al débil sistema público de salud como, sobre todo, a causa del paro masivo y de la precariedad que la crisis están en vías de engendrar. Todo ello genera inquietud, aún cuando en paralelo se manifieste la necesidad de comunes, de la solidaridad, de vivir en sociedad, de comunicar con los demás. Sin duda, esta contratendencia es una fuente de esperanza.

En la crisis actual y ante los testimonios del personal sanitario que denuncia el desmantelamiento del hospital público desde hace años, parece que emerge una oposición a las reformas neoliberales. ¿Puede aprovecharse eso para generar un cambio político?

Espero que tras esta crisis global todo el mundo habrá comprendido que un hospital no puede funcionar como una empresa rentable y que para la humanidad es vital disponer de un sistema de salud público. Esta consciencia difusa será una palanca, un punto de apoyo para organizar la actividad política inmediata bajo formas que aún están por ser inventadas, porque no se puede salir a la calle. Ahora bien, hace veinte años, tras el 11 de septiembre de 2011, la reacción de Nueva York fue similar. Murieron numerosos bomberos tratando de salvar la vida de la gente; una categoría de trabajadores pobres, de entre los peor pagados del país. Esta reacción espontánea duró menos de dos semanas; más tarde, una ola chovinista desembocó en la guerra [contra Irak] y se abrió un nuevo ciclo de xenofobia y de racismo. Por ello, creo que no debemos dejarnos arrastrar ni por el pesimismo cósmico ni por un optimismo ingenuo.

Por otra parte, y por lo que leo en la prensa francesa, las medidas de urgencia adoptadas por Macron van en el sentido de acrecentar las desigualdades. Para él, el estado de emergencia no está para que quienes tienen dinero paguen impuestos excepcionales para hacer frente a la crisis, sino para suprimir las vacaciones pagadas en nombre de la unión sagrada y del esfuerzo nacional… Hasta el presente, la dimensión social del plan de emergencia decretado por Trump es bastante más consistente que el adoptado por Macron.

¿Qué opina de la gestión de la crisis por el poder político en Francia?

Creo que la reacción francesa se encuentra trabada por el sistema político centralista y autoritario de la V República. Tenemos necesidad de un New Deal, pero las instituciones políticas francesas son las menos permeables a los cambios sociales y Emmanuel Macron es genéticamente neoliberal. De él no se puede esperar una inflexión hacia una economía solidaria, ni un plan de nacionalización de los servicios públicos antes privatizados, ni un impulso del sistema público de salud, etc. Por tanto, durante los dos próximos año la situación va a permanecer tal como está, aunque resulte muy impopular. Sería necesaria una rebelión social, pero está por reinventar la forma en como se dé. Existen códigos sociales y una antropología política que hacen que una acción colectiva implica un contacto físico entre la gente, un espacio público no totalmente cosificado. Las redes sociales y los media, incluso lo que realiza un buen trabajo informativo y de reflexión en este momento, fueron concebidos como un instrumento para la democracia, no como sustitutos de la sociedad civil. ¿Cómo organizar una rebelión de este tipo sin tener la posibilidad de encontrarse? Todo debe de hacerse a distancia y eso implica transformaciones que no son simples a poner en pie. Puede ser que estemos en vías de cruzar el umbral y que surgirá una nueva forma de practicar la política y la vida pública.

¿En esta "sociedad sin contacto" que está en vías de desarrollarse, será más difícil desarrollar la acción colectiva?

Sí; si nos distanciamos un poco de la contingencia actual para pensar esa crisis desde una perspectiva más amplia, tratando de detectar las tendencias históricas, esta pandemia corre el riesgo de llegar a los límites extremos del liberalismo: la sociedad modelada y transformada por la pandemia hace de nosotros mónadas aislados. El modelo de sociedad que emerge de la misma no se basa en una vida en común, sino en la interacción entre individuos aislados con la idea de que el bien común no será sino el resultado final de esas interacciones; es decir, la culminación final de los egoísmos individuales. Es la idea de libertad que defiende alguien como Hayek. En la post-crisis, se puede anticipar que se desarrollará la enseñanza a distancia, al igual que el trabajo a distancia y esto tendrá considerables implicaciones, tanto sobre nuestra sociabilidad como sobre nuestra percepción del tiempo. La articulación del biopoder y el liberalismo autoritario abre un escenario aterrador.

¿En este nuevo marco que se va configurando, temes el control de los gigantes digitales sobre nuestros comportamientos?

En realidad, no se trata de ningún descubrimiento. Esto me trae a la memoria el libro de Razmig Keucheyan La naturaleza es un campo de batalla. En él mostraba cómo el poder militar, industrial y financiero reflexionan a largo plazo y planifican estrategias para hacer frente a una catástrofe ecológica. ¡El capitalismo sobrevivirá a no importa que crisis y no morirá de muerte natural! No creo en las tesis sobre su hundimiento a causa de sus contradicciones internas. Se puede adaptar, está a la vista, aún cuando ello comporte realizar ajustes.

¿Eso forma parte de lo que denominas el "triunfo de la biopolítica"?

Sí. Lo que entiendo por ello es que la función biopolítica del Estado va a desarrollarse. Tras superar esta crisis, de cara al futuro, se tratará de poner en pie medidas orientadas a prevenir nuevas crisis. De ese modo, se corre el riesgo de que medidas adoptas como excepcionales se hagan permanentes. El Estado, que a partir de una justificada preocupación por la salud pública, se ha convertido en un estado que regula nuestras vidas, es lo que se puede llamar la confirmación del paradigma biopolítico. El poder se convierte en un biopoder, y si la política se transforma en una política inmunitaria, concebida para que cada persona se proteja de las demás, entonces, sería mucho más difícil producir lo común, nuestras vidas se verán afectadas de arriba abajo.

Hay quienes vuelven a poner de moda el eslogan de Rosa Luxemburg: "Socialismo o barbarie". ¿Tienes la esperanza de que se pueden extraer experiencias positivas de la pandemia actual?

Desde una perspectiva histórica, creo que ese diagnóstico tiene toda la actualidad del mundo. Pero ese eslogan es de 1914 y no podemos contentarnos con repetirlo indefinidamente. Tras Rosa Luxemburg, hemos acumulado la experiencia de un siglo en el que el propio socialismo ¡se transformó en una de las caras de la barbarie! Sin embargo, desde un punto de vista histórico, es la alternativa que tenemos frente a nosotros. ¿En qué se traducirá políticamente? Es difícil de prever. En cuanto a la salida de la pandemia, pienso que a nivel global existen todas las premisas para lo mejor como para lo peor. Podrá darse una inflexión a izquierda capaz de poner radicalmente en cuestión el modelo de sociedad que se ha impuesto a lo largo de los últimos cuarenta años; pero también podría darse, como decía antes, una nueva ola xenófoba y autoritaria: un estado de excepción permanente que se articule con las crecientes desigualdades sociales en la que la desesperación empuje a buscar cabezas de turco.

En tanto que observador de la vida política americana, ¿encarna Bernie Sanders una esperanza para la izquierda?

Sin duda, pero desgraciadamente el coronavirus coindice exactamente con el debilitamiento de la esperanza que nació en torno suyo. Continúa siendo muy popular y ha sido capaz de crear un movimiento tras su candidatura y ese movimiento continuará. Pero ha fracasado frente a una mediocridad absoluta como Joe Biden, ante el que incluso Hilary Clinton emerge como una gigante política. Ha fracaso por diferentes razones sobre las que está abierto el debate; en particular, su incapacidad para atraer el voto afroamericano a pesar del movimiento Black lives matter o del hecho que le hayan apoyado importantes personalidades afroamericanas. ¡Ha movilizado a una juventud que no vota! (risas). Ahora, el debate está en saber si se pueden cambiar las cosas a través de la vía electoral y las primarias del Partido Demócrata. Lo que es verdad es que en Estados Unidos ha nacido una nueva izquierda que puede conocer reveses, pero que va más allá de la campaña de Bernie Sanders. ¡Me imagino el impacto que podrá tener dentro de cuatro años la candidatura de Alexandra Ocasio-Cortés! Desde hace diez años se vive una efervescencia extraordinaria en Estados Unidos. Pero esta izquierda no puede tener éxito si no se articula con los movimientos sociales, políticos y culturales más allá de las instituciones.

¿Cómo imaginas el mundo de después? ¿Qué esperas?

Todo el mundo ha comprendido que los problemas que tenemos enfrente no tienen soluciones nacionales. Es preciso ir hacia una acción global. Por desgracia, la Unión Europea ha demostrado una vez más que no sirve para nada: ni siquiera ha sido capaz de producir y distribuir máscaras a los países que carecían de ellas. Italia y España las compran en China; Macron anuncia que Francia será autosuficiente hacia finales de año. Por otra parte, los ministros de finanzas alemán, holandés y austriaco excluyen cualquier regalo fiscal a los países mediterráneos; nos encaminamos hacia una nueva crisis griega a una escala mucha mayor. El New Deal fue fruto de un shock comparable al que vivimos actualmente, pero por el momento, todo indica que nuestros gobernantes caminan en una dirección totalmente contraria.

3/4/2020
Entrevista a Les Inrocks remitida por Enzo Traverso
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