El
centenario de la muerte de Vladimir Illich Ulyanov, Lenin, es una ocasión
propicia para invitar a las generaciones más jóvenes a recuperar el formidable
legado teórico del gran revolucionario ruso, fallecido el 21 de enero de 1924,
cuando aún no tenía 54 años.
Al rescate de Lenin
El Viejo Topo
23 febrero, 2024
Lenin fue víctima de un grave ataque perpetrado menos de un año después del triunfo de la revolución —más precisamente el 30 de agosto de 1918— por Fanya Kaplan, una activista del anarquismo ruso que lo acusó de haber “traicionado a la revolución”.
Tiempo después,
una de las balas alojadas en su pulmón, que no pudo ser extirpada por sus
médicos, comenzó a generarle dificultades de todo tipo que escalaron hasta una
serie de infartos cerebrales que le provocaron primero una parálisis y
finalmente su muerte prematura y, para la causa del socialismo, muerte
lamentable.
Advertencias
necesarias
No hace falta
decir que una empresa de este tipo: volver a Lenin, tropieza con no pocos
obstáculos. Uno de carácter puramente cuantitativo deriva de que la monumental
producción escrita por el líder bolchevique a lo largo de tres décadas
comprende –en la segunda edición de sus Obras Completas publicada en Buenos
Aires por Editorial Cartago– nada menos que 51 volúmenes, incluidos los cuatro
dedicados a índices temáticos, títulos, onomástica y notas complementarias.
Lenin no sólo fue un político y estadista excepcional, sino también un escritor
prolífico como pocos.
Como relatan
sus diversos biógrafos y estudiosos, de joven ya destacó como un estudiante muy
talentoso y su carrera política e intelectual posterior ratificó plenamente las
prometedoras predicciones hechas sobre él por sus maestros, entre ellos, el
padre del hombre que posteriormente sería durante un tiempo jefe del Gobierno
Provisional surgido de la Revolución de Febrero, Alexandr Fyodorovich Kerensky.[1]
Una segunda
advertencia se refiere entonces al carácter inevitablemente parcial e
incompleto de una empresa político-intelectual como la que proponemos. En este
caso y teniendo en cuenta el momento especial que vive América Latina y el
Caribe –una región cada vez más acosada por un imperio que busca revertir su
inexorable decadencia reafirmando su dominio en esta parte del mundo– la tarea
de recuperar el análisis de Lenin sobre la coyuntura política y la
estrategia y táctica de las fuerzas populares en momentos de inflexión histórica
como este es más importante que nunca.
Pero hay muchas
otras corrientes del pensamiento leninista que también podrían abordarse, como
sus penetrantes análisis sobre el imperialismo en muchos escritos, pero sobre
todo en Imperialismo, fase superior del capitalismo; sobre filosofía y
epistemología en Materialismo y empiriocriticismo, principal obra
filosófica de Lenin; o sus diversos escritos económicos juveniles, entre los
que hay que mencionar Contenido económico del populismo ; ¿Quiénes
son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas? y
su gran obra de síntesis de este período: El desarrollo del capitalismo
en Rusia.[2]
Por tanto, esta
invitación no pretende convertir a los nuevos actores sociales y políticos en
“leninólogos” eruditos sino motivarlos a acercarse al estudio de su pensamiento
político, imbricado con las urgencias que plantea en su Rusia natal la
inminencia de la revolución y, bajo una perspectiva más amplia, la necesidad de
una revolución mundial para poner fin a la dictadura del capital y las
atrocidades del imperialismo.
Al formular
esta invitación lo hacemos con la convicción de que Lenin es un “autor vivo”;
es decir, alguien que es nuestro contemporáneo y cuyas reflexiones son
relevantes y esclarecedoras para las luchas emancipadoras que se desarrollan en
América Latina y el Caribe.
La recuperación
del legado de Lenin es de suma importancia para el momento actual en la región,
donde diagnósticos precisos y pronósticos esclarecedores son componentes
esenciales del éxito de las luchas populares. Y, en este sentido, podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que sus valoraciones de las más diversas
situaciones fueron notablemente acertadas.
Fue, sin duda,
un protagonista y al mismo tiempo un analista que “vio” mucho más lejos y más
profundamente que cualquiera de sus contemporáneos; estuvo dotado de una
inusitada capacidad para descifrar toda la complejidad y contradicciones
contenidas en un momento histórico donde política, economía e ideología se
anudaban bajo las fórmulas más impredecibles que desafiaban el pensamiento
convencional de la izquierda. Una prueba más que elocuente la proporciona su
convicción inmediata, poco después de llegar a la Estación Finlandia en
Petrogrado, poniendo fin a su largo exilio en Suiza, de que lo que los
bolcheviques debían hacer era limitar al mínimo indispensable su apoyo al
gobierno provisional, gobierno que surgió de la Revolución de Febrero y
organizar a las masas para consumar lo antes posible la transición a la
revolución socialista.
Prueba de ello
es que sus famosas Tesis de Abril no fueron publicadas
inmediatamente por el órgano del partido, Pravda, sino tres días
después de su discurso, porque Kamenev, Stalin y Bogdanov, los jefes del
partido, las consideraron “el delirio de un loco”. E incluso su esposa,
Nadezhda Krupskaya, confesó en voz baja a sus amigos sus temores de que “Lenin
se hubiera vuelto loco”.[3]
En el mismo
sentido, uno de los biógrafos más autorizados de Lenin, el historiador francés
Gérard Walter, explica que cuando Lenin fue invitado por los delegados
bolcheviques a presentar sus tesis en la sede del Sóviet en el Palacio de
Tauride, tras su intervención tuvo que afrontar “un desfile ininterrumpido de
oradores que abrumaban a Lenin, uno con sus invectivas y otros con sarcasmo o
hipócritas condolencias. Ninguno de sus seguidores se atrevió a salir en
su defensa. Ni un solo líder de la organización bolchevique, ni un solo miembro
de la redacción de Pravda alzó la voz en defensa del exiliado
recientemente regresado a Rusia”.
Evidentemente,
Lenin tenía ese ojo de águila que tanto admiraba en Rosa Luxemburg y que casi
nadie poseía entre sus compañeros, y a la hora de descifrar los laberintos de
la coyuntura la distancia que existía entre él y ellos era inconmensurable.
Como en el caso de Fidel, la historia también absolvió a Lenin y demostró que
la razón estaba de su lado.[4]
Vicisitudes
Dicho lo
anterior, confío en que el propósito de estas líneas sea claro: hacer justicia
a uno de los más grandes teóricos y practicantes de la revolución de todos los
tiempos. Su nombre ha sido objeto de burlas por traidores y renegados de todo
tipo, que han hecho del antileninismo un culto lucrativo celebrado con
sofisticados argumentos pseudofilosóficos con la inútil pretensión de
descalificar tanto al personaje como a sus ideas. Tal como dice Slavoj
Žižek, “si hay un consenso entre (lo que puede quedar de) la izquierda radical
de nuestro tiempo es que para resucitar un proyecto político radical debemos
olvidar la herencia leninista”.[5] Abandonado
por amplios sectores de la izquierda contemporánea, Lenin es odiado sin fisuras
por la burguesía y sus aliados, conscientes de su inquebrantable lealtad al
proyecto socialista y al ideal comunista de autogobierno de los productores.
Se podría decir
sin temor a ser falso que Lenin es uno de los “desaparecidos” más ilustres de
los últimos tiempos. Ignorados y cuestionados sin ser comprendidos ni
estudiados, algunos sectores de una izquierda bien intencionada pero inmadura y
arrogante creen que nada se puede aprender del líder indiscutible de una
revolución que, como la rusa, abrió una nueva etapa en la historia de
humanidad.
El desprecio
por algunos de los temas clásicos del pensamiento leninista: la cuestión de la
organización, del partido revolucionario y la necesidad de tomar el poder
estatal y desarrollar la conciencia política de las masas, es más que evidente
en nuestros días en algunas de las expresiones de una cierta “izquierda
posmoderna” que, por su funcionalidad con los intereses del imperio, tiene
demasiado de lo primero y muy poco de lo segundo.
Se trata de
corrientes políticas que aborrecen todo lo que tenga que ver con la
organización de los sujetos de las luchas revolucionarias o incluso reformistas
para postrarse a los pies de una supuesta rebelión espontánea de masas y
multitudes que no requieren ni organización ni concientización; que, a pesar de
sus declaraciones en contrario, caen en una especie de anarquismo romántico
respecto del Estado y de la superfluidad de considerar la toma del poder
estatal, ya que el mundo puede cambiarse sin esta molesta exigencia; y que, en
un alarde de confusión, muestran su desdén por los debates sobre las cuestiones
cruciales de estrategia y táctica de la lucha popular.[6]
Es fácil
comprender la centralidad que adquiere el legado teórico de Lenin para
desmantelar una razón política trastornada disfrazada de “progresismo” amorfo y
desdentado, incapaz de desafiar seriamente la dominación del capital.
La sucesión de
derrotas experimentadas en los capitalismos metropolitanos por las fuerzas
populares a finales del siglo XX afectó no sólo la validez sino también la
visibilidad del pensamiento leninista. Aparte de los efectos devastadores de la
“revolución” neoconservadora y neoliberal, mencionemos primero la deformación
(y el ignominioso colapso después) de lo que, en cierto sentido, podría
considerarse como la “gran creación práctica” de Lenin: la Revolución Rusa.
Ambas cosas: la
degeneración de la revolución y su colapso tragicómico –resumido en el vídeo de
Mijaíl Gorbachev filmado en una tienda Pizza Hut– dañaron seriamente la
consideración que merecía el trabajo teórico y práctico de Lenin. Como nos
recuerda Gyorg Lukács, Lenin fue “el gran teórico de la práctica revolucionaria
y el gran practicante de la teoría revolucionaria”.
Desafortunadamente,
el colapso de la Unión Soviética arrastró consigo la herencia teórica de Lenin.
Lamentablemente, el inicio del ciclo ascendente de luchas de los movimientos
populares latinoamericanos que se inició con la llegada de Hugo Chávez a la
presidencia de Venezuela a principios de 1999, no tuvo la fuerza necesaria para
contrarrestar el abandono del leninismo —y del marxismo— por las menguantes
fuerzas de contestación en los países capitalistas metropolitanos.[7]
Si los viejos y
nuevos adversarios de Lenin se esforzaron por ocultar u oscurecer su legado,
sus partidarios a menudo incurrieron en un vicio que esterilizó inexorablemente
sus mejores intenciones. De hecho, la canonización de su obra a manos del
estalinismo –en el que jugaron un papel decisivo los Fundamentos del
leninismo de Stalin– la desfiguró tanto como la demonización que
sufrió a manos de teóricos burgueses o viejos izquierdistas arrepentidos de sus
pecados de juventud.
La
“codificación” del leninismo y la transformación de un marxismo vivo y “guía de
acción” en un manual de autoayuda para revolucionarios ingenuos dañó gravemente
el trabajo de los movimientos sociales y partidos radicales de Nuestra América.
Si la vulgata soviética tuvo consecuencias muy graves a nivel teórico, la
práctica política del estalinismo magnificó aún más estos efectos al abortar
los estallidos de una auténtica reflexión marxista.
Esto fue
sofocado allí donde el marxismo de los “manuales soviéticos” –completamente
descalificados por el Che Guevara– prevalecía sin contrapesos, como en la Unión
Soviética y los países de Europa del Este.[8]
Y en los
territorios del capitalismo avanzado, la combinación de la derrota del impulso
revolucionario de la primera posguerra y la imposición de la ortodoxia de los
manuales o manuales soviéticos precipitaron la conformación de lo que Perry
Anderson llamó “marxismo occidental”, es decir, un marxismo encerrado en una
burbuja teórica y completamente alejado de los imperativos de la vida práctica
y de las luchas anticapitalistas y antiimperialistas de la época.
Un marxismo
enteramente volcado en la problemática filosófica y epistemológica, importante
sin duda, pero al precio de renunciar al análisis histórico, económico y
político y que convertía al marxismo, por eso mismo, en un saber esotérico
encerrado en escritos herméticos irremediablemente distanciados de las
urgencias. y necesidades de las masas.[9]
Un marxismo
concebido como “un dogma y no como una guía de acción”, revirtiendo el
recordado aforismo de Lenin, que de poco o nada sirvió para comprender la
complejidad del capitalismo contemporáneo y, mucho menos, para la construcción
de un instrumento político capaz de cambiarlo.
En su magnífico
mensaje a los jóvenes comunistas soviéticos, Lenin cuestionó lo que significaba
“aprender el comunismo”. Su respuesta fue esclarecedora: “Si el estudio del
comunismo consistiera únicamente en saber lo que dicen las obras, libros y
folletos comunistas, esto fácilmente nos daría exégetas o fanfarrones
comunistas, que muchas veces nos causarían daño y perjuicio, porque estos
hombres, después de haber leído si hubieran aprendido mucho y hubieran
aprendido lo que se explica en los libros y folletos comunistas, serían
incapaces de coordinar todos estos conocimientos y actuar como el comunismo
realmente exige”.
Y un poco más
tarde añadió que “Sin trabajo, sin lucha, el conocimiento libresco del
comunismo, adquirido en folletos y obras comunistas, no tiene absolutamente
ningún valor, porque sólo continuaría el viejo divorcio entre teoría y
práctica, que era el rasgo más nocivo de la vieja sociedad burguesa.
Y concluye su
planteamiento encaminado a estimular la formación intelectual y política de una
juventud comunista culta, capaz de asimilar críticamente lo que Lenin llama
patrimonio histórico de la humanidad con esta frase lapidaria: “El comunista
que se enorgullece de serlo, simplemente por haber recibido conclusiones ya establecidas,
sin haber realizado un trabajo muy serio, difícil y grandioso, sin analizar los
hechos ante los cuales se ve obligado a adoptar una actitud crítica, sería un
comunista lamentable. Nada podría ser tan desastroso como una actitud tan
superficial”.[10]
Lamentablemente,
la dogmatización del marxismo, tan combatida por Lenin, relegó al olvido la
undécima tesis de Marx sobre Feuerbach y su llamado a transformar el mundo y no
sólo a reflexionar sobre las diferentes formas de interpretarlo. Y, por
supuesto, desplazó la formidable obra teórica de Lenin a los estantes más
polvorientos de las bibliotecas despobladas.
Por otro lado,
cuando los principales movimientos de izquierda y fundamentalmente los partidos
comunistas adoptaron el canon “marxista-leninista”, la tradición teórica
comunista, un movimiento de “reflexión permanente” dialécticamente integrado
con las vicisitudes de su época, quedó congelada en tiempo.[11]
Contrariamente
a las recomendaciones de Lenin, el marxismo así concebido degeneró en una
doctrina ya “cerrada” y terminada, completamente elaborada, flotando impávida
por encima del movimiento histórico. En una palabra: en su rigidez sin vida no
lo reflejaba y, si fracasaba en este esfuerzo, difícilmente podría cambiarlo.[12]
Pocas cosas
podrían ser más antimarxistas y antileninistas que esta parálisis real de una
teoría que, desde sus primeras formulaciones por los jóvenes Marx y Engels en
los años cuarenta del siglo XIX, no había hecho más que desarrollarse en
estrecho contacto con el mundo cambiante. Realidades de su época, que
intentaron “reflejar” con la mayor precisión posible.
Aire de
renovación
En el campo de
la praxis política, la férrea imposición de la ortodoxia estalinista retrasó
durante décadas la apropiación colectiva de algunas contribuciones importantes
del marxismo del siglo XX. Baste recordar el retraso en dar a conocer la
indispensable contribución de Antonio Gramsci al marxismo, cuyos Cuadernos
de la cárcel no estuvieron disponibles, en italiano, en su totalidad,
hasta mediados de los años setenta, es decir, cuarenta años después de la
muerte de su autor.
Gramsci era
visto con gran desconfianza en los partidos comunistas europeos y
latinoamericanos a pesar de que más allá de su innegable originalidad su
pensamiento reflejaba, al menos en parte, la maduración de ciertas tesis
leninistas a la luz de las nuevas condiciones creadas por la reconstrucción
reaccionaria de el capitalismo en los años 30.[13]
Por eso cabe
resaltar los méritos del intelectual argentino Héctor Agosti, director de los
Cuadernos de Cultura publicados por el Partido Comunista Argentino, por haber
sido el primero en América Latina en tomar nota de la trascendental importancia
de la renovación teórica que encarnaba en la obra de Gramsci y esforzarse por
instalar las contribuciones italianas no sólo en los debates dentro de los
partidos hermanos de la región sino también entre otras fuerzas de izquierda,
igualmente refractarias a las reformulaciones del gran pensador italiano.
La fructífera
predicación de Agosti hizo posible la incorporación del rico legado de Gramsci
a las discusiones que empezaban a gestarse en los convulsos años sesenta.[14] A
mediados de la década siguiente, la obra de Gramsci ya era ampliamente citada y
se convirtió en fuente de duras polémicas interpretativas. Esto se debió a que
una corriente teórica, arraigada en Europa pero con algunas terminales en
América Latina, lo reconstruyó como un tibio socialdemócrata y lejano antecesor
del ilusorio eurocomunismo que en pocos años liquidaría a los principales
partidos comunistas de Europa, empezando por el de Italia.
En nuestros
países, en cambio, la recuperación del legado gramsciano fue en no pocos casos
más fiel a la impronta leninista del original. Finalmente, las versiones
socialdemócratas no tardaron en desvanecerse al calor de la lucha de clases y
las ofensivas del imperialismo, a ambos lados del Atlántico. La deformación
europeísta del pensamiento gramsciano exigió un esfuerzo notable para recuperar
la sólida herencia teórica del pensador italiano, tarea que ahora debe
realizarse, sin más demora, con Lenin.
En América
Latina, pero no en Europa, nos hemos reencontrado con el Gramsci legítimo. En
una situación mundial tan plagada de peligros como la actual, es urgente hacer
lo mismo con la herencia teórica de Lenin.[15]
El peso de la
ortodoxia soviética también fue responsable del retraso en la incorporación de
la sugerente recreación del marxismo producida a partir de la experiencia china
en las obras de Mao Zedong. O el ostracismo en el que cayó la recreación del
materialismo histórico surgida de la pluma del gran marxista peruano José
Carlos Mariátegui, quien con razón dijo que “entre nosotros el socialismo no
puede ser calco ni copia sino creación heroica”.
O la absurda
condena de la refinada producción de Gyorg Lukács en Hungría. Más cerca en el
tiempo, esa codificación antileninista de las enseñanzas de Lenin (y de Marx)
hizo aparecer a Fidel y al Che como si fueran dos aventureros irresponsables,
hasta que la realidad y la historia aplastaron con su peso las monumentales
estupideces ideadas por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores
aquí y ahí. En resumen: es difícil calcular el daño causado con tal
tergiversación del marxismo. ¿Cuántos errores prácticos cometieron los
vigorosos movimientos populares ofuscados por las recetas políticas del
“marxismo-leninismo”?[16]
De lo anterior
se puede inferir que un “regreso a Lenin” no sólo es conveniente sino urgente y
necesario. Un Lenin que por supuesto no está exento de errores, algunos de los
cuales él mismo se encargó de reconocer, pero cuya relevancia para las luchas
emancipadoras de América Latina está fuera de discusión, lo que hace aún más
imperdonable ignorar su obra.
Lenin yace bajo
los escombros de la Unión Soviética; también bajo la avalancha propagandística
de la contrarrevolución neoliberal desde los años ochenta del siglo pasado y
los reveses y frustraciones de los movimientos populares en los países
capitalistas avanzados. Pero, afortunadamente, su obra sobrevivió a ambas
catástrofes y está ahí, como un faro que sigue arrojando luces esclarecedoras.
Con la
desaparición de la Unión Soviética, acontecimiento fundamental que dividió en
dos la historia de la humanidad al culminar la primera revolución exitosa de
las clases subalternas después del primer y más limitado ensayo general de la
Comuna de París, debemos retomar un diálogo con el gran revolucionario ruso.
No para imitar
o recibir acríticamente sus teorías, como sabiamente aconsejaron Mariátegui,
Mella, Che y Fidel, sino para aprender de una conversación. Maquiavelo dijo, en
una memorable carta a su amigo Francesco Vettori, fechada el 10 de diciembre de
1513, que una biblioteca es un lugar donde los grandes hombres de la historia
—los fundadores de estados y los revolucionarios— acuerdan conversar con
quienes buscan en ellos sabiduría y lecciones que surgen de sus experiencias
prácticas. Por eso es necesario ir humildemente a la biblioteca y leer la obra
de Lenin, un legado precioso al que no debemos renunciar.
Este oportuno y
necesario “regreso a Lenin” nos obliga a una nueva relectura del brillante
político, intelectual y estadista que fundó la república soviética. Pero el
regreso a Lenin no significa releer una colección de “textos sagrados”,
momificados y pergaminos, sino regresar a un manantial inagotable del que
fluyen enseñanzas, sugerencias y preguntas que conservan su vigencia e
importancia en el momento actual.
No sería
temerario sino una manifestación de fidelidad al espíritu genuinamente
leninista afirmar que las respuestas concretas y específicas ofrecidas por el
revolucionario ruso en su obra –casi todas ellas inevitablemente remitidas,
como él mismo señaló, a las peculiaridades del momento histórico soviético—
tienen menos interés que las preguntas, perspectivas y audaces aperturas
mentales contenidas en él, siempre encaminadas a avanzar por el camino de la
revolución.
Más que un
retorno
Por otro lado,
no se trata simplemente de volver a una piedra filosofal porque quienes
volvemos a las fuentes ya no somos los mismos de antes. Si la historia barrió
los restos del estalinismo que nos habían impedido captar adecuadamente el
mensaje de Lenin, hizo lo mismo con otros dogmas que nos aprisionaron durante
décadas.
Por supuesto,
esto no implica tirar por la borda la certeza fundamental de la superioridad
ética, política, social y económica del comunismo como forma superior de
civilización, la misma abandonada por los fugitivos que se autodenominan
“postmarxistas”, que ahora pretenden conferir el regalo de la eternidad al
capitalismo y la democracia liberal, y cuestionar algunas certezas
“colaterales”, en palabras del epistemólogo Imre Lakatos, de la tradición
leninista.
Por ejemplo,
los que establecían que la única manera de organizar el partido de la clase
obrera era la que Lenin propuso en 1902 en medio de la represión zarista,
ignorando que en Lenin hay no una sino cuatro teorías del partido, en correspondencia
con el desarrollo de la lucha de clases en Rusia.
La primera,
sintetizada en 1902 en ¿Qué hacer? Se construyó teniendo en
cuenta la situación de clandestinidad en la que debía actuar la
socialdemocracia rusa; una segunda, donde tras la revolución de 1905 propone un
formato similar al del partido socialdemócrata alemán; una tercera, ya en el
vértigo de la historia que va de febrero a octubre de 1917 donde el partido
como agente y vanguardia de la revolución es sustituido por los soviets; y una
cuarta, y última, ya consolidado el triunfo de la revolución, y en el que el
partido reaparece con fuerza como estructura organizativa pero también
educativa e instrumento para la creación de una nueva civilización y una nueva
cultura de masas, anticipándose a lo que haría Gramsci.
Posteriormente
lo desarrollará con más detalle en sus Cuadernos de la cárcel.[17] Dudosas
y efímeras “certezas colaterales”, como dijimos anteriormente, que por ejemplo
conferían un carácter universal y necesario a una determinada táctica política,
como la insurrección; o que, en la apoteosis de la irracionalidad política,
consagrara a la Tercera Internacional como un nuevo Vaticano con centro en
Moscú y dotado de los dones papales de la infalibilidad en todo lo relativo al
curso de la lucha de clases en el resto del mundo.
Dado que todo
eso ha desaparecido y vivimos los inicios de una nueva era, es posible, y
también necesario, como dijimos anteriormente, proceder a una nueva lectura de
la obra de Lenin, en la certeza de que puede constituir un aporte muy valioso
para guiarnos en los desafíos y luchas de nuestro tiempo. Es un retorno
creativo y prometedor: no volvemos a lo mismo, ni somos los mismos, ni tenemos
la misma actitud. Tampoco el contexto histórico que nos rodea es el mismo.
En nuestra
América asistimos, desde finales del siglo pasado, a un despertar de los
pueblos y al avance de las luchas por la construcción de una alternativa al neoliberalismo
asfixiante que nos agobia. La Revolución Cubana ha demostrado su extraordinaria
resiliencia ante los criminales e incesantes embates del imperialismo, y hoy la
acompañan varios gobiernos de la región que han roto definitivamente el
aislamiento con el que el imperio intentó someterla y destruirla.
Venezuela,
Nicaragua y Bolivia lo vienen haciendo desde hace muchos años, mientras México,
Brasil, Colombia y Honduras, así como otros países de la zona, vienen
desafiando dignamente los edictos imperiales y fortaleciendo sus relaciones con
la isla de la esperanza, mientras los demás al menos intentan mantener buenas
relaciones con La Habana.
Dije antes que
quienes proponemos el regreso a Lenin somos diferentes porque como militantes
hemos sido atravesados por la evolución de la historia latinoamericana –tanto
por sus triunfos como por sus derrotas y frustraciones– y, supuestamente, hemos
tomado nota de sus consecuencias y lecciones. Pero lo que persiste y se acentúa
día a día es el compromiso con la creación de una nueva sociabilidad, con la
inaplazable necesidad de superar un tipo histórico de sociedad como es el
capitalismo, incorregible desde el punto de vista de la justicia, la humanidad
y la preservación del bien ambiente.
Comprometidos
con una lucha implacable y cada vez más abierta contra el imperialismo, no
podemos ignorar las lecciones del proceso revolucionario ruso. No sólo los
derivados de él sino también los que emanan de otros, como los chinos, los
vietnamitas y, más cerca de nosotros, los cubanos.
No copiarlas
porque como bien recordaba Julio Antonio Mella en el obituario escrito con
motivo de la muerte de Lenin, “no se trata de implantar en nuestro medio copias
serviles de revoluciones hechas por otros hombres en otros climas; en algunos puntos
no entendemos ciertas transformaciones, en otros nuestro pensamiento es más
avanzado pero estaríamos ciegos si negáramos el paso adelante dado por el
hombre en el camino hacia su liberación”.[18]
En esta misma
línea encontramos la categórica frase de Mariátegui de que el socialismo “no
puede ser copia y copia sino creación heroica de nuestros pueblos”, eco lejano
de aquella brillante intuición de Simón Rodríguez cuando aseguraba que “o
inventamos o nos erramos”. Leer a Lenin, entonces, con la actitud mental
de un Mella, un Mariátegui, un Rodríguez y, por supuesto, más cerca de
nosotros, del Che y Fidel.
Este último
dijo más de una vez que “cada vez que copiamos nos equivocamos”; El Che, por su
parte, advirtió que “el marxismo es sólo una guía para la acción. Se han
descubierto grandes verdades fundamentales, y a partir de ellas, utilizando
como arma el materialismo dialéctico, se interpreta la realidad en cada lugar
del mundo. Por eso ninguna construcción será igual; todos ellos tendrán
características peculiares, propias de su formación”.[19]
Este primer
centenario del paso de Lenin a la inmortalidad es un estímulo para que nos
lancemos, sin vacilaciones de ningún tipo, a esta imprescindible recuperación y
difusión de una obra de tan extraordinaria riqueza como la contenida en la
vasta producción teórica del revolucionario ruso.
Sugiero, como
punto de partida, la lectura de los textos contenidos en el volumen titulado
“Entre dos revoluciones”, en los que Lenin analiza la revolución de febrero y
todos sus vaivenes hasta culminar con la toma del Palacio de Invierno y el
triunfo de la Revolución de Octubre. Ni que decir tiene que textos como ¿Qué
hacer?, o “Comunismo “de izquierda”: un trastorno infantil; El
Estado y la Revolución; El marxismo y el Estado; La
revolución proletaria y el renegado Kautsky también son esenciales. A
esto agregaría, para empezar, dos artículos breves pero sumamente
esclarecedores: “Sobre el Estado” y uno especialmente dirigido a la juventud en
la construcción del socialismo, “Las tareas de las Ligas Juveniles”.
Estoy seguro de
que equipados con estas armas de la crítica teórica estaremos en mejores
condiciones para afrontar con éxito los grandes desafíos que plantea la lucha
por la Segunda y Definitiva Independencia de “Nuestra América”, como designó
José Martí a los países de la región.
Fuente: Observatorio de la crisis.
Notas:
[1] Según Edmund Wilson en su clásico Hacia la estación Finlandia (Madrid:
Debate, 2021; edición original de 1940).
[2] Todos ellos son materiales de fácil acceso, por lo que nos abstenemos
de alargar este artículo con citas bibliográficas extensas de cada uno de
ellos. Respecto al Materialismo y empiriocriticismo, vale la pena
recordar la elogiosa observación que sobre este escrito hizo nada menos que
Karl Popper, especialmente en vista de la ligereza con la que algunos
intelectuales de izquierda estigmatizan hoy las reflexiones filosóficas de
Lenin. Cfr. Slavoj Zizek: Revolución a las puertas (Londres: Verso 2002).
[3] Žižek, op. cit., pág. 5.
[4] Cfr. Gérard Walter, Lenin (Barcelona: Grijalbo, 1967), p. 280.
[5] Cfr. Slavoj Žižek, op. cit. pag. 3.
[6] Nos referimos, como es obvio, a la conocida obra de autores como
Antonio Negri y Michael Hardt, por un lado, y John Holloway, por otro. En
relación con el primero, remito al lector a mi Imperio e imperialismo.
Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri (Buenos Aires:
CLACSO, 2002), también disponible en biblioteca repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/15705/1/imperio.pdf.
Sobre la teorización de Holloway ver mi “La selva y la polis. Preguntas sobre
la teoría política del zapatismo*”, en Revista Chiapas (México: No. 12, 2001),
también disponible en clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/buscar_libro_detalle.php
?campo=autor&texto=&id_libro=388 .
[7] Hemos examinado esta cuestión con gran detalle en Atilio A. Boron y
Paula Klachko, Segundo Turno. El resurgimiento del ciclo
progresista en América Latina y el Caribe (Buenos Aires: Ediciones
Luxemburgo y Editorial de la UNDAV, 2023). Un proceso aún en marcha, con
retrocesos y avances, pero que ha abierto una perspectiva esperanzadora para
los países de la región en un contexto global tan complicado y amenazante como
el actual. Otros artículos vinculados al pensamiento de Lenin se pueden
encontrar en la Antología Esencial que recopila artículos y extractos de libros
publicados en los últimos 50 años. El título es Bitácora de un
navegante. Teoría política y dialéctica de la historia latinoamericana (Buenos
Aires, 2020) Descarga gratuita en: biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/15654/1/Atilio-Boron-Antologia-esencial.pdf .
[8] Con su habitual dosis de ironía el Che se refirió a aquellos manuales
o manuales como “ladrillos soviéticos”. Véanse sus duras críticas a las tesis
expuestas en esos manuales en sus Apuntes Críticos de la Economía
Política (La Habana, Cuba: Ocean Press, 2006).
[9] Cfr. Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo
occidental (Londres: Verso, 1976).
[10] Todas estas citas provienen de “Las tareas de las ligas juveniles”,
texto fechado en octubre de 1920 incluido en el tercer volumen de sus Obras
escogidas en tres volúmenes, ampliamente disponible en Internet.
[11] La adopción del canon “marxista-leninista” fue un proceso muy
complejo que no podemos examinar en detalle aquí. Sólo subrayemos que la brutal
agresión de las fuerzas del capitalismo mundial primero, en los primeros años
de la Revolución Rusa, y del imperialismo estadounidense más tarde, contra la
Unión Soviética, limitó enormemente los grados de libertad que los partidos
comunistas (con sus intelectuales) del resto del mundo podría tener en relación
con las directivas provenientes de Moscú y las orientaciones teóricas que de
allí emanaban.
[12] Reflexión proviene de reflectere , que en latín significa “volver,
volver atrás”. Por extensión, reflejar una luz o una realidad determinada. Un
dogma no tiene la menor capacidad de reflejar la dialéctica cambiante de la
historia, y eso es lo que pasó con el “marxismo-leninismo”.
[13] Hemos planteado en varios trabajos esta inseparable continuidad entre
la reflexión del revolucionario ruso y la obra de Gramsci. Véase, entre otros,
Atilio A. Boron y Oscar Cuéllar, “Apuntes críticos sobre la concepción
idealista de la hegemonía”, en Revista Mexicana de Sociología (México), Año
XLV. vol. XLV. No. 4. (octubre/diciembre de 1983): 1143–77.
[14] Agosti fue un gran intelectual marxista, autor de una vasta obra.
Como director de Cuadernos de Cultura tradujo y publicó numerosas cartas de
Gramsci. Y, en sus libros, aplica creativamente las categorías gramoscianas.
Véase especialmente El Mito Liberal (Buenos Aires: Procyón,
1959) y Nación y Cultura, también publicados por la misma editorial
el mismo año. Un texto precursor es Echeverría (Buenos Aires: Editorial Futuro,
1951). Más detalles sobre este proceso se pueden consultar en la obra de Alexia
Massholder: The Comunist Party and its Intellectuals. Pensamiento
y acción de Héctor P. Agosti (Buenos Aires: Ediciones Luxemburgo,
2014).
[15] Junto a Agosti, es necesario mencionar la obra de Rodney Arizmendi,
líder del Partido Comunista del Uruguay, estudioso de la obra de Lenin pero en
clave más cercana a la del marxismo soviético. A pesar de esto, su libro más
importante, Lenin, la Revolución y América Latina (Buenos
Aires: Pueblos Unidos, 1974) mantiene su importancia para comprender la
política latinoamericana de los años sesenta y setenta.
[16] Un examen del impacto negativo del marxismo-leninismo en el
pensamiento revolucionario cubano, y en el vibrante marxismo de ese país, se
encuentra en El corrimiento hacia el rojo, el excelente texto de
Fernando Martínez Heredia (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2001). Consulte
especialmente su capítulo sobre “La izquierda y el marxismo en Cuba”. Cabe
señalar que este impacto estuvo lejos de limitarse a este país: se verificó en
todos los países de América Latina. La obra antes mencionada del Che abunda en
ejemplos de las repercusiones negativas de la ortodoxia soviética.
[17] Consulte nuestro estudio introductorio a ¿Qué hacer? (Buenos
Aires: Ediciones Luxemburgo, 2004).
[18] Julio Antonio Mella, “Lenin coronado”, (1924), reproducido en Revista
Contracorriente , Año 5, 1999. https://marxismocritico.com/2015/08/31/lenine-coronado-los-nuevos-libertadores/
[19] Ernesto Che Guevara: “Sobre la construcción del partido”, en Obras
Completas , Tomo I (Legasa, Buenos Aires, 1995), págs. 180. Un análisis de las
concepciones políticas del Che y sus enseñanzas se puede encontrar en el
incisivo texto por Néstor Kohan, Ernesto Che Guevara: El sujeto y el
poder (Buenos Aires, Editorial Nuestra América-La Rosa Blindada, 2003.
Segunda edición corregida y aumentada que incluye un nuevo prólogo de Michael
Löwy. Buenos Aires, Editorial Nuestra América, 2005) y del ya citado Fernando
Martínez Heredia: El Che y el socialismo (México: Editorial Nuestro
Tiempo, 1989) y Las ideas y la batalla del Che (Casa Editorial
Ruth 2010).