Yolanda
y los Podemoides
Publicado el 21 de junio de 2023 / Por Alejandro
Floría Cortés / KAOSENLARED
La “izquierda” se lleva
muriendo un par de semanas, quizás esta vez con un poco más de empeño que el de
costumbre, a tenor de los titulares de múltiples artículos en forma de
obituarios, epitafios e impugnaciones testamentarias. No faltan tampoco los evangelistas
que, sobre la marcha, fundan ya la Nueva y Verdadera Iglesia de la Próxima
Venida antes del previsible calvario y la improbable resurrección. Este
grotesco espectáculo de personalismos, bien atizado y promocionado, debería de
servir de estímulo, más que nunca, para ir más allá de lo que creemos conocer.
Y es que aquí no se muere nada: tan solo sucede que una caterva de
falsarios hace lo imposible por conservar sus posiciones acomodadas mientras
culpan a la base social de la que carecen de ser idiotas políticos y de no
querer o no saber votar.
No, no desaparece la
“izquierda”, porque nunca la ha habido, sino aquellos que, tan
imaginativamente, dicen representarla en algún lugar de un eje de abscisas,
elemento cartesiano que, por sí mismo, ya introduce límites en lo políticamente
posible. Atendamos un momento a este extracto del libro de Emmánuel
Lizcano “Metáforas que nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras
poderosas ficciones”
“… aquí
consideraremos ideológico a cualquier conjunto de ideas y valores – y a los
discursos y prácticas que los sostienen- orientado a:
1) presentar como universal y necesario un
estado de cosas particular y arbitrario, haciendo
pasar así cierta perspectiva y cierta construcción
de la realidad – la que favorece una relación de dominio – por la realidad
misma, y
2) borrar las huellas que
permitan rastrear ese carácter construido de la realidad, de modo que tal presentación llegue
a percibirse como mera y rotunda representación de ‘las cosas tal y como son’
de ‘los hechos mismos’.”
No entraremos en
(sub)categorías que son, al fin y al cabo, meras variantes mercantiles, las
“ideologías dominantes” y la polarización que propician definen dos zonas en el
referido eje en torno a un presunto origen o punto de equilibrio… izquierda
(¿negativo?) y derecha (¿positivo?) ¿Es posible trascender este constructo?
Quizás tan sólo con observarlo podemos encontrarlo bien absurdo. Desde un punto
de vista más práctico, nos centraremos en aquello de “los discursos y
prácticas que los sostienen”.
En estos tiempos de
pandemia de Dunning Kruger, de hiperinformación y de narrativas falaces y
torticeras, ¿qué papel juega el discurso? Lo cierto
es que vivimos unos días en los que cualquier pico de oro con
carnet puede mentir, navegar en contradicciones, decir Diego donde
dijo digo, mingitar sobre sus electores y que no suceda absolutamente nada
salvo copiosas e improductivas emisiones de bilis en alguna red social que no
llevan a ninguna parte.
Ahí tenemos, por poner un
ejemplo, a una Yolanda Díaz que ha llamado a votar a Macron para ensanchar la
democracia, que ha mostrado su admiración por las políticas sociales de Biden
en Estados Unidos o ha aplaudidoagradecido a Zelensky su “gesto con
la memoria democrática de nuestro pueblo” al “comparar la invasión rusa a
Ucrania con el bombardeo fascista y nazi sobre Gernika” en la guerra civil. Así
viene, y sólo de boquilla, la autoproclamada “izquierda transformadora” a la
izquierda del PSOE: provocando un embotellamiento en la derecha del eje
de abscisas y bloqueando lo poco que deja por detrás.
Así las cosas, podemos
pensar que podrían ser las acciones, las prácticas, las políticas, las que nos
permitan establecer algún distingo en la cosa ideológica y más ilustrativo que
lo que se hace es, en muchas ocasiones, aquello que no se hace. Y es que el
gobierno más progresista de la historia no va a pasar a la idem por haber
derogado la ley mordaza, por haber abordado con rigor el problema de la
vivienda, por haber combatido la inflación de forma eficaz, por tomarse en
serio las advertencias de los científicos, por anteponer la sanidad y la
educación públicas al envío de armas a Ucrania,… por no hablar de
aquellos quiméricos papeles mojados de auditorías de deuda, des-privatizaciones
o reformas fiscales, que tanto sedujeron, en su momento, desde el ínclito
núcleo irradiador.
Dijo el economista Thomas
Sowell en cierta ocasión que “es difícil imaginar una forma más estúpida y más
peligrosa de tomar decisiones que poner esas decisiones en manos de personas
que no pagan ningún precio por equivocarse”. Y en esta relación tóxica que es
la democracia representativa tan grave es el error que emana de la
incompetencia, o aquella disfunción inducida por la corrupción inherente al
clientelismo, como la inacción más cobarde. Y de esto último tienen
muchas explicaciones que dar los gerifaltes de la izquierda institucional.
En esta legislatura, que
duda cabe, lo más cómodo es acudir alblame it on the Covid; no
obstante, si en este país cotizase como corresponde el pensamiento libre y el
espíritu crítico quizás se estarían reclamando las explicaciones oportunas
sobre los fundamentos y las responsabilidades de esa gestión como ya está ocurriendo,
especialmente, en los Estados Unidos y en el Reino Unido. Pero eso da para otro
largo rato delante del teclado.
A estas alturas es evidente
que no se han dado discursos y prácticas que sostengan un conjunto determinado
de ideas y valores de “izquierdas” lo que ha tenido como consecuencia, primero,
que en no pocas ocasiones sea indistinguible de aquella “derecha” y, segundo, y
muchísimo más grave, que determinadas demandas
imprescindibles como vivienda, alimentación, educación, sanidad,
energía ¡o dignidad! se nos muestren como conflictivas.
Y es que, precisamente,
apuntaba Holloway que “dignidad y capital son incompatibles. Mientras más
avanza el caminar de la dignidad, más huye el capital. Cuando se levantan los
indígenas, el capital huye. Cuando los obreros ocupan las fábricas, el capital
huye. Cuando los estudiantes se rebelan contra la reestructuración de la
educación, el capital huye. Cuando parece que un gobierno de izquierda
podría introducir medidas que afecten las ganancias, el capital huye (y el
gobierno cambia de opinión)”
Encontramos en el espíritu
libertario un cuestionamiento permanente que tanto se ha esforzado en
ridiculizar y en criminalizar esta perversa modelización en torno a dos polos
ficticios. Por algo será. Los que fían a la reforma de la leyes el mejoramiento
de la vida y pretenden por ese medio un aumento de libertad, carecen de lógica
o mienten lo que no creen, escribía Ricardo Mella Cea. Nada va a
cambiar por añadir en los discursos palabras vacías que no llevan aparejadas acción
o por arrogarse un potencial transformador para el que no tienen ni capacidad
ni voluntad. Yolanda y los Podemoides sólo son los dedos
acusadores que surgen de las cáscaras vacías de la invasión de los
ultracuerpos.
Que necesitamos otra cosa
es evidente y esta chupi-pandi neoprogre ya ha tenido el cuajo de
enunciar que hace falta otro 15M. Quizás sí, uno en el que hubieran pasado
las cosas de otra forma, que no faltaron signos premonitorios. No me resisto a
imaginar, así, un feliz punto Jonbar en cada plaza, de pura
justicia poética que, lejos de llevarnos a repetir todo indefinidamente, nos
pudiese llevar por nuevos caminos por explorar: un Podemoide cogiendo
el micrófono y llevándose un buen y oportuno zapatazo en la boca.
Me quedo aquí con estas
palabras, también de Mella Cea (Solidaridad Obrera nº 4, Gijón, 25 XII 1909),
que son un auténtico llamamiento a la responsabilidad politica personal que
tanta falta hace: “¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues
ve y conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que tú no
tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña parte de ti mismo.
Ese milagro de la política no se ha realizado nunca, no se realizará jamás. Tu
emancipación será tu obra misma, o no te emanciparás en todos los siglos de los
siglos”.
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