viernes, 30 de abril de 2021

Covid-19. Quiénes son los dueños de las vacunas privadas y cómo se están enriqueciendo

 

Quiénes son los dueños de las vacunas privadas y cómo se están enriqueciendo

 



Por Pascual Serrano 

Rebelión

30/04/2021

Fuentes: Sputnik News

Esta es la historia de cómo los mismos accionistas son dueños de las diferentes vacunas compradas por la UE y EEUU, de cómo los gobiernos europeos pasaron de pagar 2,9 euros a 19,5 la dosis y cómo fueron esos mismos gobiernos los que financiaron con dinero público las investigaciones. Son los dueños del dinero del mundo y ahora también de la salud.

Las denominaciones de las vacunas que se están distribuyendo en Europa y Estados Unidos ya nos resultan familiares por el nombre de sus empresas fabricantes: AstraZeneca, Pfizer/Biotech, Moderna, Janssen (Johnson & Johnson). Sin embargo, no se habla tanto de cuáles son sus accionistas, o dicho de otra forma, quiénes son los dueños de las vacunas. Como era de suponer básicamente se trata de fondos de inversión. Lo curioso es que si los analizamos encontramos dos fondos comunes a todas ellas (incluso en otras vacunas que están pendiente de aprobarse, como la de Novavax): The Vanguard Group y BlackRock. Estos dos fondos de inversión administran 16 billones de dólares. Si fueran un bloque de naciones, serían la tercera potencia mundial, solo por debajo de Estados Unidos y China, de acuerdo con datos del Banco Mundial en 2019.

Su poder es tal que han presionado para que las principales farmacéuticas occidentales se coordinen y negocien conjuntamente. Según la revista financiera Expansión, «Pfizer y Moderna trabajan, cada una por su cuenta, con otras biofarmacéuticas como Rentscheler Polymun, Rovi, Recipharm, mientras que AstraZeneca y Novavax colaboran con el Serum Institute of India, el mayor fabricante de vacunas del mundo, que está elaborando en paralelo productos similares a los de Oxford-AstraZeneca». Incluso esta última empresa anunció una alianza similar con Novavax (que, por supuesto, también tiene a BlackRock y Vanguard son sus mayores accionistas).

Conozcamos algo más de estos fondos. BlackRock es uno de los grupos financieros más influyentes en Wall Street y Washington, así como en Europa. En abril de 2020, la división de consultoría de BlackRock ganó un contrato de la Reserva Federal de Estados Unidos para gestionar su programa de estímulo financiero. Este fondo de inversión mueve más de 6,65 billones de euros, es decir, supera en cuatro veces y media el Producto Interior Bruto de España.

En España, según los registros de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), BlackRock participa en 21 grandes empresas cotizadas españolas. 18 pertenecen al Ibex, lo que supone más de la mitad del selectivo que agrupa a las principales compañías del país. En el peor momento de la pandemia y de la Bolsa española eso eran 13.000 millones de euros. Controla nada menos que el 15,9% del mercado español de inversiones.

Dueños de la banca española

De ese dinero, cerca de 9000 millones de euros están invertidos en la banca española BlackRock es el primer accionista de los dos grandes bancos españoles, Santander y BBVA, el tercero de Banco Sabadell y Bankinter y tiene cerca del 3% del Banco Popular. Cuenta también con capital de CaixaBank y Bankia, ahora fusionados. También posee participaciones en grandes empresas multinacionales españolas, como por ejemplo: Iberdrola, Telefónica, Repsol, Red Eléctrica, ACS, OHL, Gamesa, IAG, Amadeus o Aena.

BlackRock también es el mayor casero de España puesto que es el accionista de referencia de las dos mayores Socimi (sociedad de inversión inmobiliaria) españolas, que están cotizadas en el Ibex 35: Merlin Properties Socimi, S.A. e Inmobiliaria Colonial Socimi, S.A.

Los de BlackRock están en todo lo que pueda dar dinero. Hace unos años se anunció que sería el principal accionista de una empresa creada para comprar plantas fotovoltaicas en España, como el Gobierno suspendió las subvenciones a las energías renovables, el fondo demandó al Gobierno español y le exigió una indemnización de 124 millones de euros. Perdió entonces la subvención, pero seguro le llegará ahora con los fondos de recuperación europeos que se destinarán al desarrollo de las energías renovables.

Puertas giratorias

Una de las estrategias de BlackRock es lograr influencia política mediante la contratación de altos cargos de gobiernos y bancos centrales. Todos unos especialistas en puertas giratorias para políticos que se portaron bien. Llevan contratados al menos a 84 exfuncionarios del gobierno de EE. UU. Además del exdirector del banco central de Suiza, el exministro de Hacienda del Reino Unido, el exvicepresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, el exportavoz parlamentario del partido alemán CDU, el exjefe de gabinete de Hillary Clinton o el exconsejero de Jacques Chirac.

En cuanto a The Vanguard Group, es uno de los mayores inversores del mundo, solo superado por el BlackRock. A comienzos de 2020 contaba con 6,2 billones de euros en activos repartidos en algo más de 400 fondos en EEUU, Europa y el resto del mundo. Cuenta entre sus principales inversiones con compañías como Apple, Microsoft, Amazon, Facebook o Alphabet (Google). Suma importantes participaciones en otras como The Coca-Cola Company, Walmart o Disney.

Estimar la presencia de Vanguard en España, según Eldiario.es es algo más complicado, ya que está dividida en decenas de fondos que operan en Europa. La CNMV obliga a todos los accionistas que superan el 3% de una empresa a hacer públicas sus posiciones y la gestora estadounidense no aparece en ninguna de ellas como inversor relevante. Es en los registros de la institución homóloga estadounidense, la SEC, donde se comprueba que Vanguard está presente en todas las compañías del selectivo bursátil español, aunque sea con participaciones minoritarias. El diario La Información estimó, en base a distintos registros, que el dinero de este fondo alcanza unos 12.000 millones de euros en el Ibex a finales de 2019.

Pero tampoco creamos que entre estas empresas se pelean. Basta saber que Vanguard es el primer accionista de Blackrock.

Goldman Sachs

Conocidas ya las dos grandes empresas propietarias de nuestras vacunas, vale la pena fijarse en otra que está presente en el accionariado de varias de ellas, desde AstraZeneca hasta Novavax, que se fabricará en España, se trata de Goldman Sachs. Como se recordará, esta entidad, con su bancarrota, tuvo un papel importante en la crisis financiera de 2008 y estuvo involucrada en el origen de la crisis de la deuda soberana en Grecia, ya que ayudó a esconder el déficit de las cuentas griegas del Gobierno conservador.

El negocio de las vacunas no para de dispararse para estos fondos de inversión. El primer gran pelotazo lo pega Pfizer cuando descubre que de cada vial en lugar de salir cinco dosis se pueden sacar seis, como el precio firmado por los gobiernos eran por dosis, se encuentra con una subida del 20% de su producto, una ganancia anual adicional de 3.120 millones de euros en su facturación global, por el mismo producto. Como no les pareció suficiente, durante su intervención en la conferencia virtual Barclays Global Healthcare, dos directivos de Pfizer —el director financiero Frank D’Amelio y Chuck Triano, vicepresidente senior de relaciones con inversores— anunciaron que habría una oportunidad para que Pfizer subiera los precios de la vacuna. Aunque el precio que negocia la UE es secreto, el primer ministro búlgaro, Boyko Borissov, ha revelado hace unos días que Pfizer empezó costando 12 euros la dosis, luego 15,50 y ahora la Comisión Europea está firmando contrato por 19,50 euros. La caída en desgracia de AstraZeneca puede ser una gran noticia, los gobiernos europeos pasarán de comprar una vacuna que valía 2,9 euros a los 19,50 que ya vale la de Pfizer y, como hemos visto, los accionistas son los mismos.

La nueva remesa de compra firmada entre la UE y la farmacéutica contempla 300 millones de dosis para la segunda mitad de 2021. Esto sumaría un total de 600 millones para todo el año. El Ejecutivo comunitario desveló también hace unos días que ha iniciado negociaciones para adquirir otros 1.800 millones de dosis en su estrategia de vacunación para 2022 y 2023. Esto se produce al mismo tiempo que se está planteando no renovar el contrato de compra con AstraZeneca por su incumplimiento en la entrega de las vacunas. Es lógico si los inversores pueden vender un producto por 19 euros por qué van a seguir entregando otro con la misma función para el mismo cliente por menos de tres. Incumples el compromiso de entrega del segundo y les colocas el primero.

Investigación con dinero público

Y, mientras tanto, no dejan de salir a luz informaciones que muestran que los principales recursos para la investigación de las vacunas fueron públicos. Un estudio elaborado por prestigiosos científico a partir de toda la documentación ofrecida por los investigadores revela que, en el caso de la vacuna de AstraZeneca, la industria farmacéutica soportó menos del 3% de los costes de investigación que la han hecho posible. La mayor parte de los 120 millones de euros invertidos llegaron desde el Gobierno del Reino Unido (45 millones) y la Comisión Europea (30 millones), mientras el resto procedía de entidades también financiadas con fondos públicos (centros de investigación) y fundaciones que apoyan la investigación científica.

El dinero público le vino muy bien al consejero delegado, Pascal Soriot, que vio cómo la empresa le premió el desarrollo de la vacuna contra el coronavirus con una subida salarial que llegó a los 18 millones en 2020 y que se aproximará en los próximos años a los 20 millones.

En cuanto a Pfizer, el presidente de la empresa, Albert Bourla, declaraba desde Nueva York al periódico español El Mundo que su empresa no dispuso de subvenciones ni dinero público para investigar la vacuna, sin embargo, el eurodiputado español Ernest Urtasun le recordaba que la tecnología RNA usada por Pfizer fue desarrollada por Biontech con el apoyo de casi 445 millones de dólares del gobierno alemán.

Es por todo ello que el eurodiputado belga Marc Botenga denuncia que los europeos hemos pagado cuatro veces el valor de la vacuna. «Los fondos públicos han financiado la investigación, el desarrollo, la capacidad productiva…, pero la propiedad final de la vacuna sigue siendo de la empresa. Esto se traduce, a fin de cuentas, en que es la empresa la que decide la cantidad de vacunas que se puede producir y el precio de venta», afirma.

Lobby contra la liberalización de la patente

Una investigación de Corporate Europe Observatory muestra las maniobras del gran lobby farmacéutico EFPIA (Federación Europea de Industrias y Asociaciones Farmacéuticas) para presionar a la Comisión Europea para que no ceda ante quienes piden la liberalización de las patentes para poder vacunar a toda la humanidad. EFPIA es el principal grupo de presión de las grandes farmacéuticas en Europa, con un gasto en lobby de hasta 5,5 millones en 2020 con la participación de 25 lobistas (4,6 millones en 2019) y ha dejado clara su oposición a «cualquier flexibilización de los derechos de propiedad intelectual».

Algunos números pueden ayudar a comprender la negativa de las farmacéuticas. El informe del Corporate Europe Observatory señala que «según una estimación conservadora, los ingresos de 15.000 millones de dólares de las ventas de la vacuna por parte de Pfizer este año lo convertirán en el segundo fármaco que más ingresos genera en cualquier momento y en cualquier lugar, con un beneficio estimado de 4.000 millones de euros (sólo superado por un fármaco contra la artritis). Otros analistas alcanzan una cifra mucho más alta al tomar en cuenta una decisión reciente de aumentar la producción a 2.500 millones de dosis, y un beneficio de 3-5 dólares por dosis: entre 7.500 y 12.500 millones de dólares beneficios (es decir, 10.500 millones de euros)».

Esos fondos de inversión con los que empezamos nuestro texto ya no son solamente los dueños del dinero que se invierte en el mundo, ahora son los dueños de nuestra salud, o sea, de nuestra vida.

Fuente: https://mundo.sputniknews.com/20210423/quienes-son-los-duenos-de-las-vacunas-privadas-y-como-se-estan-enriqueciendo-1111506444.html

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jueves, 29 de abril de 2021

Hemos hecho de la ciencia una nueva religión

 

En nuestra urgencia por conquistar la naturaleza y la muerte

Hemos hecho de la ciencia una nueva religión

 

Por Jonathan Cook 

Rebelión

 29/04/2021 

 


Fuentes: Counterpunch [Foto: Joël Kuiper – CC BY 2.0]

Traducido Para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Allá por la década de 1880 el matemático y teólogo Edwin Abbott se propuso ayudarnos a entender mejor nuestro mundo describiendo uno muy diferente, al que llamó Flatland (Planilandia).

Imaginemos un mundo que no es una esfera que se mueve por el espacio como nuestro planeta, sino algo más parecido a una enorme hoja de papel habitada por formas geométricas planas y conscientes. Estas personas-formas pueden moverse hacia delante o hacia atrás y pueden girar a la derecha y a la izquierda, pero carecen del sentido de arriba o abajo. La mera idea de un árbol, un pozo o una montaña no tiene sentido para ellos porque carecen de los conceptos y la experiencia de altura o profundidad. Son incapaces de imaginar, y mucho menos de describir, objetos conocidos por nosotros.

En este mundo bidimensional lo más que pueden aproximarse los científicos a comprender una tercera dimensión son los desconcertantes espacios que registran sus máquinas más sofisticadas, que captan las sombras proyectadas por un universo mayor exterior a Flatland. Los mejores cerebros deducen que el universo debe ser algo más que lo que pueden observar pero no tienen forma de saber qué es lo que desconocen.

Esta sensación de lo incognoscible, de lo indescriptible, ha acompañado a los seres humanos desde que nuestros primeros ancestros fueron conscientes. Ellos habitaban un mundo de sucesos inmediatos y de cataclismos (tormentas, sequías, volcanes y terremotos) causados por fuerzas que no podían explicar. Pero también vivían maravillados por los grandes misterios permanentes de la naturaleza: el paso del día a la noche y el ciclo de las estaciones; los puntos de luz en el firmamento nocturno y su movimiento continuo; la subida y bajada de los mares; y la inevitabilidad de la vida y de la muerte.

Por eso no es raro que nuestros ancestros tendieran a atribuir una causa común a estos acontecimientos misteriosos, tanto a los catastróficos como a los cíclicos, a los caóticos como a los ordenados. Los atribuyeron a otro mundo o dimensión, al ámbito de lo espiritual, de lo divino.

Paradoja y misterio

La ciencia ha intentado reducir el ámbito de lo inexplicable. Ahora entendemos (aunque sea aproximadamente) las leyes de la naturaleza que gobiernan el tiempo atmosférico y sucesos catastróficos como los terremotos. Los telescopios y las naves espaciales nos han permitido, asimismo, explorar más a fondo los cielos para comprender algo mejor el universo que se extiende más allá de nuestro pequeño rincón del mismo.

Pero cuanto más investigamos el universo, más rígidos parecen ser los límites de nuestro conocimiento. Al igual que las personas-formas de Flatland, nuestra capacidad para comprender se ve limitada por las dimensiones que observamos y experimentamos: en nuestro caso, las tres dimensiones del espacio y la adicional del tiempo. La influyente “teoría de cuerdas” plantea otras seis dimensiones, aunque es poco probable que lleguemos a intuirlas con más detalle que las sombras que casi detectaban los científicos de Flatland.

Cuanto más escudriñamos el inmenso universo del cielo nocturno y nuestro pasado cósmico y cuanto más escudriñamos el pequeño universo del interior del átomo y nuestro pasado personal, mayor es nuestra sensación de misterio y asombro.

En el nivel subatómico las leyes normales de la física se desbaratan. La mecánica cuántica es la mejor hipótesis que hemos desarrollado para explicar los misterios de las partículas más diminutas que podemos observar, las cuales parecen actuar, al menos en parte, en una dimensión que no podemos observar directamente.

Y la mayoría de los cosmólogos, que observan el exterior en lugar del interior, hace tiempo que saben que hay preguntas que probablemente nunca seremos capaces de responder, entre otras, qué hay fuera de nuestro universo; o, dicho de otra manera, qué había antes del Big Bang. Durante algún tiempo la materia oscura y los agujeros negros han desconcertado a las mentes más brillantes. Este mes los científicos admitieron al New York Times que existen formas de materia y de energía desconocidas para la ciencia, pero que pueden deducirse porque alteran las leyes conocidas de la física.

Dentro y fuera del átomo, nuestro mundo está repleto de paradojas y misterios.

Arrogancia y humildad

A pesar de la veneración por la ciencia que tiene nuestra cultura, hemos llegado a un momento similar al de nuestros antepasados, que miraban llenos de asombro el cielo nocturno. Hemos sido forzados a reconocer los límites de nuestro conocimiento.

No obstante, existe una diferencia. Nuestros ancestros temían lo desconocido y, por tanto, preferían mostrar precaución y humildad frente a lo que no podían entender. Trataban con respeto y reverencia lo inefable. Nuestra cultura estimula precisamente el enfoque opuesto. Solo mostramos soberbia y arrogancia. Intentamos derrotar, ignorar o trivializar aquello que no podemos explicar o entender.

Los mejores científicos no cometen ese error. Como espectador entusiasta de programas científicos como la serie documental de la BBC, Horizon, me impresiona la cantidad de cosmólogos que hablan abiertamente de sus creencias religiosas. Carl Sagan, el más famoso de ellos, nunca perdió la capacidad de asombro que le producía estudiar el universo. Fuera del laboratorio, su lenguaje no era el lenguaje duro, frío y calculador de la ciencia. Él describía el universo con el lenguaje de la poesía. Comprendía los necesarios límites de la ciencia. En lugar de sentirse amenazado por los misterios y paradojas del universo, los celebraba.

Cuando, por ejemplo, en 1990 la sonda espacial Voyager 1 nos mostró por primera vez la imagen de nuestro planeta desde 6.000 millones de kilómetros de distancia, Sagan no pensó que él mismo o sus colegas de la NASA fueran dioses. Él observó extasiado un “punto azul pálido” y se maravilló de ver el planeta reducido a “una mota de polvo suspendida en un rayo de sol”. La humildad fue su reacción ante la vasta escala del universo, nuestro fugaz lugar dentro del mismo y nuestro esfuerzo por luchar contra “la inmensa oscuridad cósmica que nos envuelve”.

Mente y materia

Desgraciadamente la forma de entender la ciencia de Sagan no es la que predomina en la tradición occidental. Demasiado a menudo nos comportamos como si fuéramos dioses. Estúpidamente hemos hecho de la ciencia una religión. Hemos olvidado que, en un mundo de misterios, la aplicación de la ciencia es necesariamente provisional e ideológica. Es una herramienta, una de las muchas que podemos usar para entender nuestro lugar en el universo, de la que pueden apropiarse fácilmente los corruptos, los vanidosos, quienes buscan el poder sobre los demás y quienes adoran el dinero.

Hasta hace relativamente poco, la filosofía, la ciencia y la teología intentaban investigar los mismos misterios y responder las mismas preguntas existenciales. A lo largo de la mayor parte de la historia se les consideró disciplinas complementarias, no competidoras. Recordemos que Abbott era matemático y teólogo y que Flatland fue su intento de explicar la naturaleza de la fe. De modo similar, el hombre que probablemente ha configurado más el paradigma con el que todavía funciona gran parte de la ciencia occidental fue un filósofo francés que utilizó los métodos científicos de la época para demostrar la existencia de Dios.

Actualmente se recuerda a Rene Descartes sobre todo por su famosa –aunque pocas veces comprendida– máxima: “Pienso, luego existo”. Hace 400 años Descartes creía que podía demostrar la existencia de Dios gracias a su argumento de que mente y cuerpo son entidades separadas. Al igual que el cuerpo humano era diferente del alma, Dios era algo separado y distinto de los seres humanos. Descartes creía que el conocimiento era innato y, por tanto, nuestra idea de un ser prefecto, de Dios, solo podía proceder de algo perfecto y con una existencia objetiva fuera de nosotros.

Aunque muchos de sus argumentos resulten débiles e interesados hoy en día, la perdurable influencia ideológica de Descartes en la ciencia occidental fue penetrante. En particular el llamado dualismo cartesiano –la consideración de que mente y cuerpo son entidades separadas– ha estimulado y perpetuado una visión mecanicista del mundo que nos rodea.

Podemos hacernos una idea de la continuada influencia de su pensamiento cuando nos vemos confrontados con culturas más antiguas que han opuesto resistencia al discurso extremadamente racionalista de Occidente –en parte, es preciso señalar, porque se les ha tratado de imponer de maneras hostiles y opresivas que solo han servido para distanciarles del canon occidental.

Cuando escuchamos a un nativo norteamericano o a un aborigen australiano hablar del significado sagrado de un río o de una roca (o sobre sus ancestros) somos inmediatamente conscientes de lo lejano que suena su pensamiento para nuestros oídos “modernos”. En ese momento probablemente reaccionaremos de una de dos maneras: bien sonriendo por dentro ante su ignorancia pueril, o bien engullendo una sabiduría que parece llenar un vacío profundo en nuestras vidas.

Ciencia y poder

El legado de Descartes –un dualismo que asume la separación entre cuerpo y alma, mente y materia– ha resultado ser un legado envenenado para las sociedades occidentales. Una cosmovisión empobrecida y mecanicista que trata al planeta y a nuestro cuerpo como si fueran básicamente objetos materiales: el primero, un juguete para colmar nuestra codicia; el segundo, una coraza para nuestras inseguridades.

El científico británico James Lovelock, que contribuyó a modelar las condiciones en Marte para que la NASA pudiera tener una idea de cómo construir las primeras sondas que habrían de aterrizar allí, sigue siendo objeto de burla por su hipótesis Gaia, que desarrolló en la década de los 70. Lovelock comprendió que no era buena idea considerar nuestro planeta como una enorme masa de roca con formas vivas habitando su superficie, aunque distintas de ella. Él pensaba que la Tierra era una entidad viva completa, de enorme complejidad y que mantenía un delicado equilibrio. Durante miles de millones de años la vida fue haciéndose más sofisticada, pero cada una de las especies que la habitan, desde la más primitiva a la más avanzada, era vital para el conjunto y mantenía una armonía que sustentaba la diversidad.

Pocas personas le hicieron caso y se impuso nuestro complejo de dioses. Ahora, cuando las abejas y otros insectos están desapareciendo, todo aquello de lo que él advirtió hace décadas parece mucho más urgente. Con nuestra arrogancia estamos destruyendo las condiciones para la vida avanzada. Si no paramos pronto, el planeta se deshará de nosotros y retornará a una etapa anterior de su evolución. Empezará de nuevo, sin nosotros, mientras la flora y los microbios vuelven a recrear gradualmente –a lo largo de eones– las condiciones favorables para formas de vida superiores.

Pero la relación mecánica y abusiva que tenemos con nuestro planeta reproduce la que tenemos con nuestros cuerpos y nuestra salud. El dualismo nos ha animado a pensar que el cuerpo es un vehículo carnoso que, al igual que los de metal, necesita intervenciones regulares desde el exterior, un servicio de mantenimiento, un repintado o una renovación. La pandemia solo ha servido para subrayar estas tendencias malsanas.

Por una parte la institución médica, como todas las instituciones, está corrompida por el deseo de poder y enriquecimiento. La ciencia no es una disciplina inmaculada, libre de las presiones del mundo real. Los científicos necesitan financiar sus investigaciones, pagar sus hipotecas y anhelan mejorar su estatus y sus carreras, como todos los demás.

Kamran Abbasi, director ejecutivo de la [revista de la asociación médica británica] British Medical Journal, escribió un editorial el pasado noviembre advirtiendo de la corrupción del Estado británico, desencadenada a gran escala por la pandemia del covid-19. Pero los políticos no eran los únicos responsables. Los científicos y expertos de salud también estaban implicados: “La pandemia ha puesto de manifiesto cómo se puede manipular al complejo médico-político durante una emergencia”.

Añadía: “La respuesta ante la pandemia en Reino Unido se ha basado en exceso en las opiniones de científicos y otras personas nombradas por el gobierno que pueden actuar movidos por intereses preocupantes, como puede ser su participación accionarial en empresas que fabrican test diagnósticos, tratamientos y vacunas para el covid-19”.

Doctores y clérigos

Pero en cierto modo Abbasi es demasiado generoso. Los científicos no solo han corrompido la ciencia al priorizar sus intereses personales, políticos y comerciales. La propia ciencia está moldeada e influida por las suposiciones de los científicos y de las sociedades a las que pertenecen. A lo largo de los siglos el dualismo cartesiano ha proporcionado la lente a través de la cual los científicos han desarrollado y justificado muchas veces los tratamientos y procedimientos médicos. La medicina también tiene sus modas, aunque están sean, por lo general, más duraderas –y más peligrosas– que las de la industria textil.

En realidad, había razones egoístas que explican por qué la comunidad científica recibió con los brazos abiertos el dualismo cartesiano hace cuatro siglos. Su división entre mente y materia creaba un espacio para la ciencia fuera de la interferencia del clero. Ahora los médicos podían reclamar una autoridad sobre nuestros cuerpos diferente de la que afirmaba tener la Iglesia sobre nuestras almas.

Pero ha sido difícil quitarse de encima la visión mecanicista de la salud, aunque los avances científicos  –y su conocimiento de tradiciones médicas no occidentales– deberían haberla hecho cada vez menos creíble. El dualismo cartesiano sigue reinando en nuestros días, en la supuestamente estricta separación entre salud física y salud mental. Tratar a la mente y al cuerpo como inseparables, como las dos caras de la misma moneda, supone arriesgarse a ser acusado de charlatanismo.  La medicina “holística” todavía lucha para ser tomada en serio.

Enfrentados a una pandemia que suscita miedo, la institución médica ha recuperado la costumbre con más fuerza. Ha mirado al virus a través de una única lente y lo ha visto como un invasor que pretende superar nuestras defensas, y a nosotros como pacientes vulnerables que necesitan desesperadamente un batallón extra de soldados que puedan ayudarnos a combatirlo. Dentro de este marco dominante, han sido las grandes farmacéuticas (las corporaciones médicas con mayor potencia de fuego) las encargadas de venir a rescatarnos.

Es evidente que las vacunas son parte de una solución de emergencia y que ayudarán a salvar las vidas de los más vulnerables. Pero la dependencia de las vacunas, y la exclusión de todo lo demás, es un signo de que hemos vuelto a considerar nuestros cuerpos como máquinas. La institución médica nos ha explicado que podemos aguantar esta guerra con el blindaje que nos proporcionan Pfizer, AstraZeneca y Moderna. Todos podemos ser Robocop en la batalla contra el covid-19.

Pero la salud no tiene por qué considerarse como una batalla tecnológica cara y consumidora de recursos contra los virus-guerreros. ¿Por qué no le damos importancia a la mejora de una alimentación cada vez con menos nutrientes y más procesada, cargada de pesticidas, llena de químicos y de azúcar, como la que la mayor parte de nosotros consumimos? ¿Cómo encaramos la plaga de estrés y ansiedad que todos soportamos en un mundo competitivo y conectado digitalmente, en el que no hay lugar para el descanso, y despojado de todo significado espiritual? ¿Qué hacemos con los estilos de vida mimados que elegimos, en los que el esfuerzo es un complemento opcional al que denominamos ejercicio en lugar de estar integrado en la jornada de trabajo, y en donde la exposición a la luz solar, fuera de las vacaciones en la playa, es casi imposible de encajar en nuestros horarios de oficina?

Miedo y soluciones temporales

Durante gran parte de la historia humana nuestra principal preocupación fue la lucha por la supervivencia, contra los animales y otros seres humanos, contra los elementos y contra los desastres naturales. Los desarrollos tecnológicos han sido de gran ayuda para facilitarnos la vida y hacerla más segura, ya fueran las hachas de sílex y los animales domésticos, las ruedas y los motores de combustión, las medicinas o las comunicaciones de masas. Ahora nuestro cerebro parece programado para echar mano de la innovación tecnológica a la hora de abordar incluso las menores inconveniencias, de calmar nuestros miedos más salvajes.

Por tanto, como es natural, hemos puesto nuestra esperanza, y sacrificado nuestra economía, en encontrar una solución tecnológica para la pandemia. Pero ¿acaso esta fijación exclusiva en la tecnología para solucionar la actual crisis sanitaria no tiene un paralelismo con otros remedios tecnológicos temporales que seguimos buscando para solucionar las múltiples crisis ecológicas que hemos creado?

¿Calentamiento global? Podemos crear una pintura aún más blanca que refleje la luz solar. ¿El plástico inunda cada rincón de los océanos? Podemos construir aspiradoras gigantes que lo absorban por completo. ¿Las poblaciones de abejas desaparecen? Podemos inventar drones polinizadores que las sustituyan. ¿El planeta agoniza? Jeff Bezos y Elon Musk transportarán a millones de personas a colonias espaciales.

Si no estuviéramos tan obsesionados con la tecnología, si no fuéramos tan codiciosos, si no nos aterrorizaran tanto la inseguridad y la muerte, si no viéramos a nuestro cuerpo y a nuestra alma como entidades separadas y a los humanos como algo aparte de todo lo demás, podríamos pararnos a reflexionar si nuestro enfoque no está ligeramente equivocado.

La ciencia y la tecnología pueden ser cosas maravillosas. Pueden permitirnos mejorar el conocimiento de nosotros mismos y del mundo que habitamos. Pero necesitan ser dirigidas con un sentido de humildad que cada vez parecemos más incapaces de tener. No somos conquistadores de nuestro cuerpo, o del planeta, o del universo; y si imaginamos serlo, pronto averiguaremos que no podemos ganar la batalla que estamos librando.

Jonathan Cook es un escritor y periodista free-lance británico residente en Nazaret. Fue merecedor del premio Martha Gellhorn de periodismo por su trabajo en Oriente Próximo. Se le puede seguir en su web: http://www.jonathan-cook.net

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/04/22/in-our-hurry-to-conquer-nature-and-death-we-have-made-a-new-religion-of-science/

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión.org como fuente de la traducción

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Hay reformas y reformas

 

Tal día como hoy de 1960 moría el eminente astrónomo y teórico comunista neerlandés Anton Pannekoek. Destacado portavoz del movimiento de la izquierda consejista, lo recordamos hoy con este sugerente texto escrito en 1908.

Hay reformas y reformas


Anton Pannekoek

El Viejo Topo

28 abril, 2021 

La cuestión de la relación entre reforma y revolución ha jugado un papel preponderante en todos los debates de estos últimos años. Lo vimos en los congresos de Nuremberg y de Toulouse.

La gente busca oponer reforma y revolución. Camaradas intransigentes, siempre preocupados con la revolución, son acusados de menospreciar la reforma. Como opuesto a ellos está la concepción que dice que las reformas realizadas sistemática y metódicamente en la sociedad actual llevan al socialismo sin que sea necesaria una ruptura violenta.

El rechazo por la reforma es más anarquista que socialista. Está tan poco justificado como la concepción reformista. Pero la revolución no puede ser opuesta a la reforma porque está compuesta, en última instancia, de reformas, pero de reformas socialistas.

¿Para qué buscamos conquistar el poder sino es para llevar adelante decisivas reformas sociales en dirección al socialismo? Es posible que algún cerebro anarquista o burgués haya concebido la idea de la destrucción de la vieja sociedad y la introducción de un nuevo modo de producción mediante un decreto. Pero los socialistas sabemos que un nuevo modo de producción no puede ser improvisado mágicamente; sólo puede provenir de lo viejo mediante una serie de reformas. Pero nuestras reformas serán de una clase completamente diferente, incluso de aquellas de la burguesía más radicalizada. La declaración de estas reformas pondrá a temblar a los reformistas burgueses que nunca paran de hablar en los congresos acerca de las reformas sociales, quejándose de su dificultad. Por el otro lado, los corazones de los proletarios saltarán de alegría.

Sólo cuando conquistemos el poder podremos llevar a cabo completamente nuestra tarea. Una vez adueñados de este poder, sin tener que tomar en cuenta los intereses capitalistas, el proletariado tendrá que destruir todas las miserias de nuestro régimen desde la raíz. Entonces avanzaremos rápidamente, mientras hoy cada paso debe ser dolorosamente conquistado y defendido, y a veces las posiciones conquistadas son vueltas a perder. Esa será la era de la verdadera reforma, en comparación con la cual las más grandes reformas de la burguesía no serán más que trabajo muy mal hecho.

Después de haber conquistado el poder, el proletariado sólo puede tener una meta: la abolición de su pobreza mediante la abolición de las causas que la originan. Abolirá la explotación de las masas populares mediante la socialización de los monopolios y los trusts. Pondrá fin a la explotación de los niños, y consagrará grandes masas de recursos a la educación física e intelectual de los hijos del pueblo. Suprimirá el desempleo mediante la provisión de trabajo productivo para todos los desempleados. Encontrará los recursos para llevar a cabo este trabajo de reforma en las colosales riquezas acumuladas. Asegurará y desarrollará la finalmente conquistada libertad mediante la realización completa de la democracia y la autonomía.

La revolución social no es más que esta reforma social. En la realización de este programa el proletariado revoluciona el modo de producción, porque el capitalismo sólo puede subsistir mediante la miseria del proletariado. Una vez que el poder político haya sido conquistado por el proletariado y el desempleo haya sido suprimido, será fácil para las organizaciones sindicales subir considerablemente los salarios y mejorar gradualmente las condiciones de trabajo, hasta la desaparición del beneficio. La explotación se volverá tan dificultosa que los capitalistas se verán obligados a abandonarla. Los obreros tomarán su lugar y organizarán la producción eliminando el parasitismo. El trabajo positivo de la revolución tendrá comienzo. La reforma social proletaria lleva directamente a la realización completa del socialismo.

¿Qué distingue a la revolución de lo que hoy en día se llama reforma social? Su profundidad. La revolución es una serie de reformas profundas y decisivas. ¿De dónde viene este carácter decisivo? Viene de la clase que las lleva a cabo. Hoy es la burguesía, o aun la nobleza, la que tiene el poder. Todas estas clases naturalmente hacen lo que hacen por sus propios intereses. Es en su interés que acuerdan con los obreros algunas pocas mejoras. Tan pronto como ven que las reformas no tienen éxito en calmar al pueblo empiezan a promulgar nuevas leyes de carácter opresivo. En Alemania estas leyes son contra la libertad de reunión, contra las cooperativas, contra los fondos de enfermos, etc. Después de la revolución el proletariado actuará en su propio interés haciendo que la máquina estatal trabaje para él. La diferencia entre revolución y reforma social reside consecuentemente en la clase que tiene el poder.

Aquellos que creen que vamos a lograr realizar el socialismo gradualmente mediante reformas sociales dentro del régimen actual no entienden los antagonismos de clase que determinan estas reformas. La actual reforma social, teniendo como meta la preservación del sistema capitalista, se encuentra ella misma en oposición a la reforma proletaria del mañana, que tendrá como meta lo contrario: la abolición del sistema.

La conexión orgánica que existe hoy entre reforma y revolución es completamente diferente. En la lucha por reformas la clase se desarrolla y se fortalece. Termina conquistando el poder político. Esta es la unidad de reforma y revolución. Es sólo en este sentido especial que puede decirse que de hoy en adelante trabajamos cada día por la revolución.

Fuente: Le Socialisme, 7 de Noviembre de 1908; Traducido por Ricardo Fuego del original en inglés de la página marxists.org.

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miércoles, 28 de abril de 2021

Ojos que no ven corazón que no siente: Ecocidio en el Pacífico

 

Ojos que no ven corazón que no siente: Ecocidio en el Pacífico

Por Evaggelos Vallianatos

Rebelión 

28/04/2021 

 

Fuentes: Tlaxcala [Ilustración: Obras escultóricas de estudiantes vietnamitas que representan a niños discapacitados víctimas del defoliante Agente Naranja utilizado por el ejército yanqui durante la guerra de Vietnam]

Traducido por Sinfo Fernández

Recuerdo haber hablado con un ambientalista de Illinois en algún momento de la década de 1980. La conferencia en la que nos encontramos iba de contaminación; me dijo que lo que había venido escuchando sobre el vertido de desechos químicos era solo la punta del iceberg de las cantidades de desechos ya enterrados.

De hecho, nadie va a conocer jamás las montañas de desechos enterrados o arrojados a ríos, lagos, mares y océanos en violación de la ley o con el consentimiento de las autoridades locales y nacionales.

La EPA [siglas en inglés de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU.] sigue aún luchando para aminorar los peligros de la contaminación ilegal y del entierro de desechos tóxicos en lugares de todo el país. La EPA bautiza a estas operaciones, típicas de gánsteres, como sitios “superfund” (1).

David Valentine, un profesor curioso de la Universidad de California en Santa Bárbara, fue quien sacó a la luz esos vertidos con desechos de DDT a finales de 2020. Descubrió algo así como 500.000 barriles de DDT esparcidos por el fondo del océano: un acto criminal de contaminación que resultó ser “el caso más infame de destrucción ambiental frente a la costa de Los Ángeles”. Los vertidos comenzaron en 1947 y continuaron hasta 1982, doce años después de la fundación de la EPA en 1970. Los vertidos de DDT se realizaron cerca de la isla Catalina. Y no podría haberse llevado a cabo sin el acuerdo tácito tanto del gobierno de California como del nacional.

Además de la industria que entierra o arroja sus desechos, el mayor violador de las leyes ambientales nacionales e internacionales es el Ejército de EE. UU. Su gigantesco arsenal de armas y cantidades monumentales de municiones y desechos constituyen una pesadilla a la hora de eliminarlos, así como múltiples efectos perniciosos en la salud humana y ambiental.

Desprecio del Ejército de EE. UU. por los estadounidenses

En 2017 el juez Mark Toohey de Kingsport, Tennessee, me llamó para hablar sobre la inquietud que sentía al encontrarse en la vecindad cercana a la Planta de Municiones del Ejército de Holston, que quemaba armas en pozos a cielo abierto. Había leído mi libro, “Poison Spring”, y pensó que podría hacerle algunas sugerencias.

El juez Toohey me dijo:

“No tenía ni idea de la cantidad de personas asmáticas, niños y familias, en EE. UU. que han tenido que soportar la exposición potencialmente mortal a las combustiones hechas al aire libre por nuestro propio ejército, con la bendición total de la EPA. Sencillamente, es una situación muy triste que nosotros, como nación, pongamos la reducción de costes por delante de la salud de nuestros ciudadanos”.

Lo que dijo el juez Toohey no me sorprendió. Mi experiencia en la EPA había ampliado mi comprensión respecto al poder de quienes tienen riqueza y poder: corporaciones, industrias, grandes agricultores, multimillonarios y gobiernos. Todos ellos utilizan la coerción o la corrupción descaradas para lograr sus objetivos.

El poder político y la ley

Cuando enseñaba en la Universidad de Nueva Orleans, 1992-1993, el decano de ingeniería no quiso dejarme una camioneta para que llevara a mis estudiantes a explorar las condiciones de contaminación en el “callejón del cáncer”, el corredor de 160 kilómetros entre Baton Rouge y Nueva Orleans.

“Si te doy una camioneta de la Universidad”, dijo, “la industria me acusará a mí y a la universidad de parcialidad”. Pasé de él y los estudiantes y yo nos desplazamos en varios coches nuestros y tuvimos una experiencia de aprendizaje muy interesante en la visita a un par de fábricas en el valle del cáncer.

Las leyes reflejan los ideales de la civilización y, en algunos casos, mejoran la vida tanto de los humanos como de la vida silvestre. Pero el ejército en Tennessee tenía bastante poder e ignoraba la ley. Los funcionarios estatales y federales no creían que fuera importante proteger a la gente de los actos deletéreos del ejército cuando quemaba municiones al aire libre, una práctica llevada a cabo de forma rutinaria en las colonias. Además, la industria química ocupaba un lugar central en los negocios de Kingsport.

¿Está el Ejército por encima de la ley?

Si las fuerzas armadas pueden causar daños a los ciudadanos estadounidenses durante tiempos de paz, y no por razones “estratégicas”, ¿qué serían capaces de hacer en tiempos de guerra?

Solo podemos especular acerca de los cambios que se producen en la mente humana durante la guerra. ¿Pueden los guerreros de EE. UU. respetar a los estadounidenses y al mundo natural en casa cuando, durante décadas, han estado matando a miles y millones de guerreros enemigos y civiles y cometiendo ecocidio a gran escala?

No se trata de una pregunta hipotética. La respuesta es no. No pueden. El caos de la guerra tiene repercusiones internas, la mayoría de ellas desagradables.

El Ejército no respeta a sus vecinos estadounidenses en Tennessee porque se ha educado en la anarquía y la violencia de guerras reales y teóricas. Sabe que las autoridades civiles, aunque superiores a él, no se atreven o no están dispuestas a ejercer su poder.

El Ejército está acostumbrado a verter y contaminar. De eso se trata la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial y, durante varias décadas de la Guerra Fría, el Ejército estadounidense ha estado destrozando el mundo.

Contaminación de guerra

Los soldados estadounidenses se enfrentaron a sus mayores enemigos en el Pacífico cuando lucharon contra los japoneses.

Japón fue el único país, entre los que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial, que violó las convenciones internacionales que prohíben las armas de destrucción masiva. Construyó instalaciones industriales en Manchuria, China, para la fabricación de armas biológicas. Japón luchó contra los chinos tanto con armas convencionales como biológicas. Los japoneses, de hecho, utilizaron prisioneros chinos en sus pruebas con agentes de armas químicas.

Sin embargo, Estados Unidos superó a Japón en su ferocidad militar. Bombardeó Japón hasta reducirlo a la edad de piedra y la sumisión. Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki hicieron comprender a los japoneses lo que iba a pasarles a todos ellos si continuaban resistiendo.

Esas bombas atómicas, además, le dijeron al mundo quién era el nuevo hegemón. Fueron el preludio de décadas de campañas de bombardeos sobre pueblos y personas rebeldes o revolucionarios. Además, las bombas atómicas provocaron el desarrollo de armas de destrucción masiva mucho más poderosas.

Estados Unidos, casi literalmente, rodeó el mundo con más de 800 bases militares ubicadas en más de setenta países. No podía soportar que la comunista Unión Soviética (Rusia), dispusiera de bombas atómicas y de hidrógeno, al igual que sus propias armas de destrucción masiva. China era otro enemigo que los planificadores militares estadounidenses tenían bajo sus radares de bombardeos.

Después, la guerra de Corea aplicó a los estadounidenses un poco de su propia medicina frente a la China comunista.

La guerra de Vietnam, sin embargo, llevó a Estados Unidos a la demencia. No había ninguna razón para esa guerra, salvo la arrogancia y los delirios de grandeza imperial.

Vietnam, Laos y Camboya eran sociedades campesinas del sureste de Asia. Al atacarlas, Estados Unidos se enfrentó a una jungla verde y a enemigos invisibles con pequeñas armas convencionales. Y Estados Unidos inició una guerra inútil pero ecocida contra los campos de arroz y los bosques tropicales. Las armas elegidas incluían herbicidas (Agente Naranja) y bombas.

Esa inútil guerra químico-biológica en Indochina fue el resultado de las estrategias ideológicas y militares de la Guerra Fría de las décadas de 1950, 1960 y 1970. Tanto Estados Unidos como sus aliados occidentales, Francia e Inglaterra, y sus oponentes, la Unión Soviética (Rusia) y China, disponían de armas de destrucción masiva.

Bombas de destrucción masiva

Para el desarrollo de esas armas ecocidas y genocidas, se hicieron ensayos en casa y en las colonias.  Se cometieron errores y se causaron accidentes. Se acumularon enormes cantidades de desechos extremadamente perdurables y letales. Además, se lesionó a quienes fabricaron las armas y a los soldados que las custodiaban. La lluvia radiactiva contaminó el agua, los alimentos y la tierra, tanto en casa como en el Pacífico.

En el fragor de las amenazas existenciales que crearon las “superpotencias” con armas nucleares, se olvidaron de la salud humana y ambiental. Enterraron, quemaron y arrojaron su bomba nuclear y los desechos de la guerra química y biológica en mares y océanos.

Estados Unidos arrojó en el Pacífico sus sustancias tóxicas, como plomo, dioxinas, plutonio y herbicidas.

Ecocidio en el Pacífico

Un periodista de investigación llamado Jon Mitchell reveló el horror de la contaminación perpetrada en el Pacífico por el ejército estadounidense. Su libro: Poisoning the Pacific: The US Military’s Secret Dumping of Plutonium, Chemical Weapons, and Agent Orange (Rowman y Littlefield, 2020) aborda el ecocidio y la irresponsabilidad política consiguiente.

Mitchell pasó diez años escribiendo este libro tan importante. Utilizó la Ley de Libertad de Información y pudo solicitar y recibir diez mil páginas de documentos del gobierno (Departamento de Estado, ejército y CIA). Además, entrevistó a denunciantes, antiguo personal de la base militar, incluidos japoneses y estadounidenses, que fueron víctimas del envenenamiento del Pacífico durante décadas.

El terrible daño causado por la Guerra Fría y las pruebas con bombas nucleares es asombroso. En la década de 1950, Gran Bretaña probó el gas nervioso mostaza en cientos de soldados indios. También probó bombas nucleares en Australia y el Pacífico. Francia recurrió a sus colonias en Argelia y la Polinesia Francesa, donde probó unas 200 armas nucleares. China y la Unión Soviética (Rusia) hicieron lo mismo.

Los científicos, ingenieros y soldados estadounidenses hicieron ensayos con las armas y las almacenaron. Eliminaron los desechos de las armas de destrucción masiva y se convirtieron en las primeras víctimas del nuevo poder radiactivo de sus armas.

Mitchell documenta el ecocidio sistemático a causa del vertido de enormes toneladas de desechos peligrosos procedentes de las bombas en el Pacífico, donde Estados Unidos comenzó a probar su bomba de hidrógeno, extremadamente poderosa, radioactiva y deletérea, en la década de 1950.

Esa era la creencia generalizada durante la Guerra Fría. Así como los monjes cristianos que destruyeron los templos griegos en el siglo IV estaban seguros de que su destrucción era un golpe contra los griegos “idólatras”, los estadounidenses que envenenaron el Pacífico en la década de 1950 pensaban que estaban haciendo el trabajo de Dios y salvándonos del comunismo impío. No importaba en absoluto que tales actividades violaran los derechos humanos de los habitantes de las islas del Pacífico envueltos en lluvia radiactiva.

El epicentro del ecocidio estadounidense en el Pacífico incluyó Japón, Okinawa, Micronesia y las islas Marshall. El Ejército estadounidense probó 67 bombas nucleares solo en las islas Marshall, desplazando a su población y provocando secuelas permanentes. Además, hizo explotar decenas de armas nucleares en el Pacífico occidental. Esas pruebas incluyeron agentes de guerra biológica y química.

Precipitación radioactiva

El resultado de las pruebas de armas de la Guerra Fría era predecible. La lluvia radiactiva cubrió esta región del Pacífico con una huella indeleble de contaminación causada por venenos, radiación, dioxinas y uranio empobrecido.

“Durante los últimos ochenta años, ningún ejército de nación alguna ha dañado el planeta más que el estadounidense. Desde 1941, Estados Unidos ha estado en guerra casi constantemente, provocando una contaminación ambiental extrema”, escribe Mitchell.

De hecho, Mitchell nos recuerda que la palabra ecocidio se acuñó para describir la vasta destrucción de los bosques de Indochina por el Agente Naranja de Estados Unidos.

El libro de Mitchell arroja luz sobre la era oscura del Ejército y la política estadounidenses. ¿Cómo pudieron los políticos estadounidenses ser tan ciegos o arrogantes durante tanto tiempo? ¿No aprendieron nada de la Alemania de Hitler? ¿Dónde estaban los graduados de Harvard, MIT y otras universidades? ¿Dónde estaban los ambientalistas de este país?

Mitchell dice que los actos estadounidenses contra el mundo natural, especialmente en el inmenso Pacífico, vertiendo venenos y contaminación radiactiva, han sido tan destructivos y ecocidas que merecen calificarse de crímenes de guerra contra la humanidad.

Lean este libro tan bien escrito, oportuno y poderoso. Debería hacer que se llenaran de rabia e indignación, una munición que necesitarán para luchar y detener nuestra continua guerra contra la Tierra.

Poisoning the Pacific me ha impactado también a mí. He estado estudiando la contaminación y la política ambiental durante décadas y, sin embargo, me asombró esta historia de destrucción deliberada de las fuentes importantes de vida y belleza en el Pacífico.

Tenemos que aprender de esta historia fascinante e incisiva para controlar a nuestro Ejército e instruir a nuestros soldados para que respeten el mundo natural tanto en casa como en el extranjero.

N. de la T.

(1)  La Ley de Responsabilidad, Compensación y Recuperación Ambiental (Comprehensive Environmental Response Compensation and Liability Act, CERCLA por sus siglas en inglés), mejor conocida como Superfund, fue aprobada por el Congreso de Estados Unidos en 1980 con el fin de identificar, investigar y restaurar los lugares que contienen deshechos peligrosos que provienen o fueron abandonados por plantas manufactureras, maquiladoras, industrias químicas, vertederos o basureros públicos.

Texto original: https://vallianatos.blogspot.com/2021/04/ecocide-in-pacific.html

Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=31334

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