lunes, 3 de junio de 2019
PARA LA CRITICA DE UNIDAS PODEMOS. PUBLICADO EN LA REVISTA EL POLLO URBANO DE ZARAGOZA (ESPAÑA)
Notas para la crítica y debate de Unida Podemos
Por Manuel Sogas
Coresponsal del Pollo Urbano en República Dominicana
El fantasma que hoy recorre todo el mundo capitalista es el del
simplismo mental y la unilateralidad, cuyos elementos constituyen, según
Ortega y Gasset, la esencia del fascismo.
Así, pues, el fascismo no consiste en una simple palabra o un
exabrupto. Tampoco un individuo envuelto e una bandera, que hasta es
posible que ni siquiera haya jurado defenderla, lanzando disparates como
un energúmeno contra el comunismo, que no sabe ni lo que significa, y
contra los separatismos nacionales.
De esta simpleza mental y unilateralidad, de la no quedan exentos
algunos que se autoproclaman pertenecientes a la izquierda por tan solo
apelar a ella, se podrían extraer elementos que contribuirían a
explicar la indigencia mental y chabacanería social que imperan en
muchos órdenes de la vida incluida la política.
En base a ello las políticas favorables a los intereses del
capital avanzan y se consolidan, mientras que las políticas de
izquierdas, favorables a los intereses de los trabajadores y contrarios a
los intereses del capital, pierden terreno a marchas forzadas,
incluidos gran número de trabajadores a los que les suena música
celestial.
¿Qué otros elementos de fondo, además de la alienación personal y
social que produce el modo de producción capitalista, podrían explicar
mejor el avance de los partidos de derechas en toda Europa que han
evidenciado las últimas elecciones europeas? ¿Cómo explicar que millones
de trabajadores que han perdido derechos y ven como paulatinamente van
empeorando sus condiciones de vida, voten masivamente a partidos de
derechas en todas sus variantes que defienden abiertamente (si bien
escondidos en palabrería bien sonante) el modo de producción
capitalista que es el causante del empeoramientos de sus vidas, y que
paradójicamente, en el colmo del cinismo, proponen para mejorar las
condiciones de vida las mismas políticas causantes del empeoramiento?
Estos dos datos delimitan suficientemente el marco socio-económico
general amplio en el que se han producido las elecciones del 28-M con
los resultados conocidos y claramente desfavorables para los partidos
de izquierdas, y más en concreto en lo que respecta a Unidas Podemos.
Estos datos deberían (que no acaban e aparecer súbitamente con las
elecciones referidas, sino que se han venido gestando durante las
últimas décadas) constituir por sí solos razones suficientes como para
replantear teóricamente el papel práctico que debe ejercer el Partido,
tanto interiormente, orgánicamente, como exteriormente, dado que siendo
justos los planteamientos hechos a la sociedad, no han resultado votados
mayoritariamente por la misma, lo que por lo menos indica que no han
sido entendidos, y si no han sido entendidos por la sociedad quiere
decir que no se ha tenido ni siquiera la capacidad política de explicar
lo que se pretendía hacer porque resultaría inverosímil que la sociedad
no quiera votar aquello que le interesa prefiriendo lo que no le
interesa.
Afirma Alberto Garzón que “Los resultados son malos para nuestro espacio político”,
lo que es más que evidente, pero sin embargo convendría matizar esta
afirmación, porque, efectivamente, han sido malos, excepto en las
municipales de Cádiz y Zamora, por lo que habría que plantearse y
preguntar a los compañeros de estas dos ciudades qué han hecho o, que no
han hecho, para poder representar la excepción positiva en el resultado
electoral general de Unidas Podemos en el resto del Estado español. Y,
muy especialmente, a los compañeros de Cádiz, dado que en Andalucía fue
donde en las pasadas elecciones autonómicas tomó cuerpo formal
institucional el neofascismo de VOX.
Afirma Alberto Garzón que esta situación no “es la consecuencia de las habilidades y prácticas de seres individuales dotados de gran o escasa inteligencia.”
Siendo cierto que las consecuencias del mal resultado electoral no
puede ser atribuido exclusivamente al comportamiento personal de nadie
en particular, no deja de ser menos cierto que determinados
comportamientos de los responsables políticos, aun cuando sean de tipo
personal y absolutamente al margen de los presupuestos políticos del
partido, sí se pueden transformar en elementos políticos que puestos en
manos de la reacción política sirven para levantar campañas de
desprestigio social y político contra el partido. Varios dirigentes del
partido han protagonizados casos personales como los que acaban de ser
mencionados, que sin que se puedan calificar expresamente como los
causantes del mal resultado electoral, si cabe decir que, cuando menos
no lo han favorecido.
Excluido pues los comportamientos personales como razones
explicativas delº retroceso electoral sufrido, las causas, como afirma
Alberto Garzón hay que buscarlas, “sin restar importancia a lo anterior, por factores de fondo más vinculados a trayectorias de medio plazo”. Factores
de fondo que urge descubrir para determinar sus causas y el proceso que
los han desarrollado a fin de poderlos erradicar.
“Necesitamos un debate sereno para preguntarnos el «porqué» de estas dinámicas aquí descritas.” Afirmación de Alberto Garzón que a todas luces resulta incuestionable, que sigue diciendo: “En
mi opinión, es posible que en este momento no se den las condiciones
económicas que «permitan» la existencia de una izquierda transformadora
tan potente como la que hemos visto en los últimos años, lo que obliga a
reconfigurar el espacio político a partir de una nueva y mejor
articulación entre los diversos actores que conformamos el mismo.”
A esta última afirmación de Alberto Garzón es preciso señalar una
observación de no poca monta, al considerar “las condiciones
económicas” el único elemento explicativo de la situación de “este
momento”, lo que constituye un error de bulto en el diagnóstico como
veremos a continuación, y siendo ello así, no es difícil intuir y prever
que cualquier política establecida en base a un diagnóstico no puede
constituir más que otro error.
La economía, lo económico, constituye el eje central de la teoría
marxista, y es el elemento esencial explicativo, en última instancia,
de cualquier sociedad o momento histórico. Pero la economía, lo
económico, por s solo no existe, porque siempre se da en unas
condiciones políticas e ideológicas. De modo que lo económicos; lo
político y lo ideológico, son los tres elementos que formando una unidad
inseparable configuran cualquier sociedad o momento histórico de que se
trate. Esto aspectos no los menciona Alberto Garzón, de ahí el error.
Que lo económico sea lo esencial no significa que pueda anular en
ningún caso ni a lo político ni a lo ideológico por la ya dicho: los
tres elementos configuran una unidad inseparable. Lo que de hecho ocurre
es que en cada momento concreto del que se trate, uno de ellos se puede
presentar como prevalente sobre los otros dos, pero sin que pueda
anularlos. Ello se ve tan pronto como se le preste atención a la
realidad social o política.
Así, no es difícil observar como miles, cientos de miles o
millones de votos pasan de unas formaciones políticas a otras con
absoluta normalidad, sin que en ninguna de ellas se hubiera producido un
eventual y previo cambio en sus planteamientos políticos que pudiera
justificar ni el aluvión de votos recibidos ni el aluvión de votos que
se les escapa en momentos determinados.
Por tanto, esta variabilidad en el sentido del voto no se explica
por posturas racionales basadas en la conciencia política del individuo
que vota que le induce al cambio del sentido del voto, sino por
motivaciones subjetivas, es decir, por motivaciones ideológicas,
entendiendo por ideología, la forma particular en la que cada cual se
representa la realidad, en función de su propia experiencia personal,
gustos, deseos, intereses, miedos, esperanzas…
Este subjetivismo o postura ideológica no solo se observa en el
momento del voto, sino también en el comportamiento habitual
generalizado entre los militantes o afiliados de los respectivos
partidos, los cuales atribuyen al dirigente propio todas las virtudes
morales habidas y por haber, aunque no haya demostrado ninguna, mientras
al dirigente del partido contrario le guardan todos los defectos y
vicios, aunque no tenga ninguno de los que le atribuyen. Y por lo que
respecta a la relación política entre los afiliados o simpatizantes de
partidos políticamente opuestos, por lo general, se sustenta mediante el
insulto y la descalificación entre ellos.
Por tanto, estamos en un momento presidido por lo ideológico que
parece sobrepuesto sobre lo económico y lo político, sin que estos dos
últimos elementos queden anulados, como ya se ha indicado.
En consecuencia, la afirmación de Alberto Garzón de que “… no se den las condiciones económicas que «permitan» la existencia de una izquierda transformadora …” debería
ser reformulada para ser dada por cierta en los siguientes términos: NO
SE DAN LAS CONDICIONES IDEOLÓGICAS QUE PERMITAN LA EXISTENCIA DE UNA
IZQUIERDA TRANSFORMADORA, es decir, la percepción social mayoritaria
(incluso dentro de algunos partidos acusados de extrema izquierda por
parte de la derecha) no es precisamente la de la necesidad de realizar
ninguna transformación social, a pesar de que las condiciones económicas
(que niega o no reconoce Alberto Garzón) para dicha transformación
social, como necesidad histórica y no por ocurrencia de nadie están
dadas desde la crisis de 2008, si bien encubiertas bajo los aspectos
ideológicos y políticos, o sea, para la necesaria transformación social
están dadas las condiciones objetivas, las económicas, a pesar y en
contra de lo que afirma Alberto Garzón, pero no las subjetivas, que son
las que precisamente hay que crear con el trabajo político.
La crisis de 2008 produce determinados efectos que se traducen en
el empeoramiento de las condiciones de vida de cada vez mayores sectores
sociales. De esta crisis se culpa a determinados fallos del sistema y
actuaciones inmorales de algunos de sus dirigentes y administradores,
pasando por alto su verdadera causa: la dinámica interna del
funcionamiento del modo de producción capitalista, encubierto con
diferentes eufemismos, uno de ellos el liberalismo o neoliberalismo.
La crisis de 2008 como todas las crisis habidas en el capitalismo
anteriormente se percibe por los efectos que produce, es decir, por los
sentidos, y como todas las crisis capitalistas no se resuelve más que
creando las condiciones de la siguiente crisis, que al manifestarse
abiertamente será más intensa y extensa que la anterior.
Las políticas que se plantean en la izquierda es la lucha contra
los efectos producidos por la crisis, cosa que es perfectamente
entendible y deseable: no se puede dejar a nadie sin comida o sin
vivienda hasta que las izquierdas lleguen al poder y establezcan un
sistema social justo, pero no se cuestiona el modo de producción
capitalista (esencia de todos los reformismos, centrismos,
transversalidades y otras paparruchas, que lo único que hacen es
esconder implícitamente, en el mejor de los casos, su carácter político
de derechas) que es el que la origina, ni siquiera se cuestiona
teóricamente. Es decir, no se plantea la sustitución del modo de
producción capitalista por el nuevo modo de producción socialista que es
el que históricamente le corresponde, y por consiguiente no existen
planteamientos políticos en este sentido.
Así, pues, y ateniéndonos a los hechos hemos de manifestar
nuestra postura contraria a la de Albero Garzón, afirmando que las
condiciones objetivas (las económicas) para la existencia de una
izquierda transformadora están dadas, y ello por la siguiente razón:
La crisis de 2008 señala el máximo grado de desarrollo al que el
capitalismo puede llegar como elemento de progreso social: el
capitalismo financiero, penúltima etapa histórica, entrando a partir de
esa fecha en su última etapa histórica: el fascismo financiero, antes de
su extinción como modo de producción histórico dominante.
Esta última aseveración que hoy constituye algo cuantitativo (de
cantidad) y que se demuestra perfectamente mediante el desarrollo de la
expresión: D – M … P … M´- D´ descubierta y expuesta por Marx desde hace
más de un siglo, hay que convertirla en algo cualitativo (de cualidad)
para que sea entendido por las amplias mayorías sociales a fin de que se
tome conciencia social y política (la conciencia es simplemente el
conocimiento objetivo y claro de la cuestión de que se trate) de lo que
nos traemos entre manos, de que al política no es simplemente una
palabra, sino una palabra, cuyo contenido expresa la relación de fuerzas
en la lucha entre el grupo social que vive de su trabajo, que lo
constituye la inmensa mayoría de la sociedad, y el grupo minoritario que
vive y se enriquece a costa de los que trabajan.
En esta cuestión debe centrarse la reflexión y el debate sereno
que alude Alberto Garzón, que no por sereno deja de ser radial ni
profundo, y es del resultado de esa reflexión y debate de donde tiene
que surgir el punto de referencia que indique si las actuaciones
políticas concretas realizadas son correctas o no, por lo que dicho
debate no se puede circunscribir de ninguna manera al limitadísimo grupo
de los cuadros dirigentes de Unidas Podemos, sino que se tiene que
extender y ampliar (en el peor de los casos a todos los miembros del
Partido) a la mayoría de capas sociales posibles. El instrumento
material para esta realización ya existe: es el CIRCULO, que es el que
tiene que determinar las políticas del Partido, y los dirigentes lo que
tiene que hacer es proporcionar medios de conocimiento a todos los
miembros del mismo y ceñirse a lo que estos determinen.
*++
EL DIOS NUESTRO DE LA REFORMA: ME REFORMAN, TE REFORMAN, LO REFORMAN. ENTENDIDO. ¡OÍDO COCINA, TRES DE REFORMA QUE ESTEN BIEN HECHAS! ¿PERO QUÉ ES UNA REFORMA? OIGA, NI LO SE NI ME IMPORTA. ¿PERO SI, TRABAJO, TRABAJAS Y TRABAJA: ÉL, ELLOS, SIN, SON, SOBRE, TRÁS, CON Y SUS QUERIDAS Y QUERIDAS SE ENRIQUECEN . CUÁLO QUÉ CLASE DE ROBO DE LUGAR ESPACIO Y TIEMPO ES ESE? Y YO QUE SE ME SE, Y QUE ME DEJE A MI DE ESAS TONTADAS QUE YO NO SOY POLÍTICO
Vacío estratégico: el Gobierno como objetivo
Rebelión
El Viejo Topo
03.06.2019
¿Puede la
izquierda gobernar con un programa de izquierda? Las limitaciones
impuestas por las férreas estructuras de poder –a nivel nacional y
supranacional– son tan enormes que pueden abocarnos a un reformismo sin
reformas sustanciales.
I
Propósito. Hace
unos días que se realizaron las elecciones generales y, cuando se
publique este artículo, se habrán celebrado autonómicas, municipales y
europeas. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, soy consciente de
ello. Lo importante, abrir un debate en Unidas Podemos y, más allá, en
la izquierda española desde la conciencia de que estamos en un fin de
ciclo y que iniciamos una nueva “estabilización” del Régimen del 78;
entrecomillar estabilización tiene mucho de advertencia: la etapa
histórica es, a nivel global, de excepción, de mutación, de cambios
profundos que, de una u otra forma, afectarán a nuestro país.
Para
debatir sobre Podemos tenemos una dificultad: es un partido-movimiento
ágrafo: no tiene programa, no emite resoluciones políticas y sus órganos
de dirección suelen refrendar lo que se discute y se decide en otras
partes. Es el secretario general quien define y deslinda las grandes
decisiones y lo hace en ruedas de prensa, en libros y, sobre todo, en
informes orales de los que no quedan resúmenes escritos ni conclusiones.
Saber lo que piensa Podemos no es nada fácil.
II
La extraña soledad del reformista.
No hace demasiado tiempo Pablo Iglesias, en un programa de Fort Apache,
hizo una reflexión que conviene tener en cuenta: ¿por qué, con nuestro
programa tan moderado, nos atacan tanto? La sinceridad iba unida a la
veracidad. Los ataques contra Podemos han sido especialmente duros,
sistemáticos y planificados. Algunos le hemos llamado trama, una alianza
entre poderes económicos, clase política y las llamadas cloacas del
Estado. Sin este “poder de poderes” no es inteligible lo que pasa en la
política española.
Volvamos a la pregunta de Iglesias. Lo que se
viene a decir es que el reformismo, fuerte o débil, ya no es posible
tampoco en nuestras sociedades europeas. Esto es lo nuevo. Podríamos
caracterizar la fase –lo he hecho alguna vez– del siguiente modo:
reformismo imposible, revolución improbable. Estos son los dilemas
reales de la izquierda europea; mejor dicho, de la izquierda en cada uno
de los países pertenecientes a la Unión Europea. El debate es viejo,
¿cómo se es revolucionario en condiciones histórico-sociales no
revolucionarias? Para decirlo de otro modo, ¿cómo luchar por el
socialismo en sociedades capitalistas avanzadas, enormemente estables y
que han tenido, hasta ahora, la capacidad de usar el conflicto social
como instrumento de desarrollo y estabilización?
No quisiera
entrar en viejas polémicas. Solo constatar que en Europa apenas ha
habido dos o tres coyunturas revolucionarias a lo largo de más de un
siglo; lo que realmente ha existido son durísimos conflictos de clase en
torno a reformas, a conquistas sociales para las clases trabajadoras
que han cambiado profundamente nuestro entorno social. En su centro, una
clase obrera organizada y partidos de masas que han actuado como
agencias que han socializado la política, desarrollado la democracia y
generado eso que se ha llamado el Estado social.
Pero esto es ya
el pasado. Lo nuevo es que el sistema no admite reformas sustanciales,
reformas estructurales o reformas no reformistas como nos planteó hace
muchos años André Gorz. El pensamiento único neoliberal se ha convertido
en política económica única que todos los Estados, de una u otra
manera, están obligados a realizar. Se ha hablado mucho de candados en
la Transición española. El candado más potente ahora lo forman los
Tratados europeos que, como es sabido, constitucionalizan las políticas
neoliberales y que consagra el artículo 135 de la Constitución española.
Sé que hablar de esto es políticamente incorrecto y que de la UE no se
habla, ni siquiera en las elecciones europeas. Algún día alguien dirá
que el “rey está desnudo” y aparecerá el sistema euro como una jaula de
hierro, como una trampa que impide realizar políticas sociales avanzadas
y, sobre todo, afrontar nuestro problema más acuciante, construir un
nuevo modelo de desarrollo social y ecológicamente sostenible
comprometido con la democracia participativa y defensor de la soberanía
popular.
El tema se puede mirar desde otro punto de vista: ¿qué
poder real tienen hoy los gobiernos de los países de la UE? Menos que
antes, mucho menos. El politicismo todo lo confunde y esto mucho más. De
aquí no cabe deducir que gobernar no tenga ninguna importancia. Los
gobiernos, bueno es recordarlo, no tienen soberanía monetaria ni, en
muchos sentidos, fiscal; están estructuralmente limitados por poderes
ajenos que los convierten en periferias económicamente dependientes y
políticamente subalternas de un centro organizado en torno a Alemania.
Lo que intento decir es que gobernar, aquí y ahora, exige plantearse en
serio cambiar las relaciones de España con la UE; es decir, prepararse
para un conflicto especialmente duro, claro está, siempre que se esté
dispuesto a realizar reformas de verdad y no meras correcciones del
modelo.
Si algo ha quedado claro, antes y después de las
elecciones, es que el gobierno de Sánchez considera los “criterios” de
la Comisión Europea punto de partida imprescindible para la
gobernabilidad del país. No nos engañemos ni tampoco engañemos; el
contenido del consenso de los poderes económicos son las reglas que
vienen de Bruselas. La soberanía limitada de España es la condición de
su fuerza y su capacidad para influir en los gobernantes. ¿Alguien cree,
a estas alturas, que se puede nacionalizar el sector eléctrico sin
enfrentarse a la Comisión? ¿Alguien cree realmente que se puede
intervenir el sector financiero y crear una banca pública con la
aprobación de Bruselas? Se ha dicho que un gobierno de izquierdas tiene
que escoger entre traicionar o perecer. Lo que queda claro es que debe
elegir entre resolver los problemas vitales y reales del país y sus
gentes y unos criterios impuestos por los poderes económicos europeos.
Esto
va más allá de la economía y afecta a la democracia y a la soberanía
popular. Gobierne quien gobierne, se acaban haciendo las mismas
políticas o parecidas. Se degradan los derechos laborales y sindicales,
el Estado social entra en una crisis permanente y renace la pobreza en
contextos de desigualdad extrema. El día a día puede dejarnos sin
estrategia, pero, si esto no cambia, es decir, si las políticas
neoliberales no son, de una u otra manera, superadas, los problemas
actuales se agravarán, los populismos de derechas seguirán creciendo y
los nacionalismos se irán imponiendo en nuestras sociedades. Nuestras
democracias solo son viables si se identifican con la justicia social,
si fortalecen el poder contractual y de negociación de las clases
trabajadoras, si son capaces de controlar a los poderes económicos y
ofrecer a las mayorías sociales seguridad, protección y un orden
democrático.
Insisto, gobernar importa, pero hay que subrayar sus
límites, prevenir sus conflictos y, sobre todo, saber que la UE impone
restricciones extremadamente exigentes a todos los gobiernos que
intentan ir más allá del modelo neoliberal vigente. Este es el verdadero
núcleo duro de un proceso de integración que, justo es decirlo, está en
crisis en todas partes.
III
¿Crisis de régimen? ¿restauración vencedora?
Vivimos al día, de acontecimiento en acontecimiento. La línea es
siempre la misma: de la dirección política a los medios y de éstos, a
las instituciones: se cambia de posición política sin decirlo ni
someterlo a debate; es un “decisionismo” permanente. Hablar de
estrategia es no decir ya casi nada. Ahora que se cierra un ciclo
electoral, convendría plantearse en serio lo que, hasta hace no mucho
tiempo, era un debate de fondo: ¿está en crisis el Régimen del 78? Uno
puede recitar la Constitución como elemento de propaganda política para
señalar la contradicción más evidente entre norma y realidad. Lo que no
se puede es eludir el dato de que nuestra Constitución tiene un carácter
cada vez más nominal, menos normativo y que elementos sustanciales de
la misma (destacadamente la llamada cuestión territorial) están en
crisis.
Lo que está ocurriendo es que la correlación de fuerzas
está cambiando en favor de los partidos que defienden la continuidad de
este régimen. Se podría decir de otra forma: se está agotando el impulso
transformador del 15M y, con ello, las posibilidades de un proceso
constituyente en sentido estricto y de una revisión a fondo de la
vigente constitución. El proceso electoral ha dado muchas señales del
cambio de esta atmósfera social: desmovilización colectiva y
“movilización” individual, privada; miedo e inseguridad vividos en
familia y, lo fundamental, la desaparición de la actuación colectiva,
solo visible en los actos de Vox.
En el debate electoral, la
cuestión catalana perdió su centralidad, al menos, fuera de Cataluña. La
derecha intentó seguir tirando de ella, pero no tuvo capacidad de
convertirlo en un debate real. En el pasado, en la izquierda, se
distinguió entre “crisis de Régimen” y “crisis de Estado”; hoy parecería
que la crisis de Régimen devino crisis de Estado. Los que pensaron que
el Estado español no existía, que iba a permanecer impasible ante su
posible desmembración, se han dado cuenta que ha salido fortalecido del
envite y, lo que es más grave, ha emergido un nacionalismo español con
vocación de masas. En plena campaña, Pablo Iglesias –citando a Héctor
Illueca– habló de que estas elecciones tendrían un contenido
“materialmente constituyente”, es decir, que de una u otra forma, los
problemas de fondo jurídico políticos que requieren de reformas
sustanciales, seguirán estando presentes y que deberán resolverse,
destacadamente la cuestión territorial.
IV
Pablo y la ballena.
Comentar unos resultados electorales invita a la melancolía. Todo el
mundo gana, o casi, y pocos reconocen las derrotas. El campo político
tiene sus reglas y tiende, sobre todo en etapas de normalidad, a ser
auto referencial. Políticos, periodistas y encuestadores acaban
definiendo posiciones, vencedores y vencidos, que terminan por construir
expectativas que el resultado final confirman o niegan. Con el tercer
peor resultado de su historia, el PSOE aparece como claro vencedor; el
PP sufre una durísima derrota; Ciudadanos se dispone a hegemonizar el
bloque de las derechas y emerge con fuerza Vox. Unidas Podemos “salva lo
muebles” con un duro retroceso en escaños y en votos. La campaña
electoral ha estado marcada por el miedo, por los miedos
transversalizados y la carencia de propuestas políticas claras y
solventes que solo Unidas Podemos ha intentado remediar. Pedro Sánchez e
Iván Redondo –se veía venir desde hace tiempo– convirtieron su gobierno
en una plataforma político-mediática: gobernar para ganar unas
elecciones. Así desde el primer día. Cada iniciativa, cada pacto, cada
ocurrencia, se convertía en instrumento para conseguir réditos
electorales. Convendría recordar que el gobierno del PSOE nunca intentó
dar cohesión y coherencia a lo que se llamó la mayoría de la moción de
censura y que los pactos con Unidos Podemos fueron muy difíciles y bajo
el ritmo que al gobierno le interesaba. Pablo Iglesias ha llamado a
estos acuerdos tomaduras de pelo.
No hace falta ser un genio para
comprender que la estrategia de Pedro Sánchez no ha variado en lo
sustancial: volver a convertir al PSOE en la fuerza central de la
gobernabilidad del país y que para ello era decisivo recuperar una clara
mayoría en la izquierda; es decir, reducir lo más posible a Unidas
Podemos. El PSOE, desde su refundación en Suresnes, siempre ha tenido
claro que compartir la izquierda, reconocer su pluralidad interna y
buscar acuerdos de gobierno era radicalmente contrario a su estrategia
política. Pedro Sánchez ha sido fiel a esta doctrina desde el principio.
La campaña electoral ha sido un fiel reflejo de esto. Polarizarse con
las derechas, sobredimensionar el factor Vox y reclamar el voto útil
para parar la involución que nos amenazaba. Solo le salió mal la jugada
de los debates. Tezanos acertó, de nuevo, poniendo en pie una vieja
tesis suya: la derecha no gana, pierde la izquierda; por eso, la clave
era tensionar, usar el miedo a fondo y movilizar a la izquierda. Se
intentó ir más lejos, ocupar el espacio de Ciudadanos centrándose aún
más y convirtiéndose en la única fuerza de gobernar desde un “talante”
moderado, sensato y racional.
La campaña de Unidos Podemos fue
una audaz y típica estrategia populista: a) aprovechó a fondo las
revelaciones del caso Villarejo para criticar a los poderes económicos y
a los grandes medios de comunicación; b) denunció la injerencia
permanente del capital financiero y de las grandes empresas en la vida
política, en los partidos y en la formación de los gobiernos; c) criticó
moderadamente al PSOE por su tradicional incapacidad para enfrentarse a
los que mandan y no se presentan a las elecciones; d) y, genialidad,
convertir su apuesta de gobernar con Pedro Sánchez en una reivindicación
social, en una conquista democrática contra los poderes fácticos.
Esta
estrategia electoral ha continuado después de las elecciones y ha
ayudado mucho a aliviar los malos resultados. Aquí entra en juego una
compleja relación entre percepción y realidad. Dado que las encuestas
vaticinaban un resultado mucho peor que el obtenido, la percepción de
los mismos no es tan negativa. Esto es verdad, una media verdad que
puede dar rendimientos, pero que no puede ocultar la pérdida de peso
social de una fuerza política que nació con voluntad de mayoría y de
gobierno y que entra en lo que, en otro lugar, he llamado “problemática
IU”. Se tiende a olvidar que las percepciones no son arbitrarias y que
tienen fundamentos sociales. Cuando se dice que la percepción de los
resultados de Unidas Podemos son mejores que los resultados mismos, no
se tiene en cuenta que ésta estaba también marcada por un 21% de votos
obtenidos y por 71 diputados en los anteriores comicios. Los próximos
estarán marcados por los resultados de 2019.
La autocrítica de
Unidas Podemos ha sido débil, centrada fundamentalmente en las crisis
internas y sucesivas de Podemos. Hay un silencio clamoroso que todos
vivimos y de lo que no se habla. Me refiero a la crisis
político-organizativa de Podemos. La cuestión viene de lejos, se puso de
manifiesto en las elecciones de Junio de 2016, en las pasadas andaluzas
y estalla en las de 2019. Podemos ha perdido militancia, activismo,
compromiso. Los círculos han ido languideciendo y la vinculación social
cada vez está más diluida. La articulación organizativa básica lo es a
través de los cargos públicos e institucionales y el trabajo real ha ido
pasando a profesionales asalariados. Las “nuevas formas de hacer
política” se han reducido a la aprobación on line de programas y listas
electorales, la pluralidad interna ha ido desapareciendo y,
paradójicamente, se hace más conflictual. Podemos se ha ido
“cartelizando” y convirtiéndose en la forma usual, hoy dominante, de
hacer y practicar la política.
La “problemática” IU, que ninguna
percepción social puede borrar, es que, si queremos tener más fuerza en
el futuro, mayor capacidad para tener alianzas y gobernar, necesitamos
más organización, mayores vínculos sociales y generar un tipo de
ejercicio de la política que vaya más allá de los cuadros profesionales.
La política es algo más que aparecer en los medios de comunicación,
tener poder institucional y gestionar parcelas gubernamentales.
V
Conclusión:
gobernar como objetivo; gobernar como problema. El “se hace pero no se
dice” nunca ha sido una buena directriz política y suele ocultar
derrotas profundas. El paso siguiente es convertir la ruptura en
reformas y, lo que es nuestra costumbre nacional, restauraciones
permanentes. Cambiar todo para que sigan mandando los grandes poderes;
en el horizonte, pasar del “bibloquismo” al bipartidismo en cómodos
plazos.
Podemos, Unidas Podemos, han construido un programa que
en su centro tenía la voluntad de constituir una mayoría social capaz de
gobernar y dirigir el país. Durante años esto se fue convirtiendo en
una identidad. Lo que hoy se está defendiendo es otra cosa, gobernar con
el PSOE como socio minoritario. Podemos retorcer las palabras hasta
ahogarlas; lo que no podemos es engañarnos a nosotros mismos. Convertir a
Unidas Podemos en una fuerza política que tenga como objetivo gobernar
con Pedro Sánchez supone un cambio de política. Podremos decir que no
hay alternativa, que no tenemos elección y hasta que no hay más cera que
la que arde, pero la realidad es tozuda y se venga de quienes la
desconocen.
Antes he hablado de la genialidad de Pablo Iglesias
al convertir la propuesta de gobernar con el PSOE en una reivindicación
social anti oligárquica. Así mismo, he señalado que el poder de los
gobiernos es hoy menor que antes y que las políticas neoliberales están
sólidamente constitucionalizadas en la UE y, derivadamente, en España.
Hay un dato del que poco o nada se habla: el programa.
La
experiencia de estos últimos meses de aliados preferentes del gobierno
de PSOE nos dice que hay diferencias y que estas son muy importantes.
Gobernar es siempre producto de una determinada correlación de fuerzas
sociales y electorales, de una subjetividad organizada.
Por otro
lado, el Partido Socialista sigue con su guion conocido de gobernar en
solitario y con geometría variable de alianzas. Las próximas elecciones
municipales, autonómicas y europeas serán, a este respecto,
especialmente significativas.
La pregunta sigue siendo
pertinente: ¿Por qué el PSOE va a querer gobernar ahora con Unidas
Podemos cuando casi los triplica en número de diputados? ¿Por qué no
antes, cuando eran fuerzas similares?
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LA IZQUIERDA EUROPEA Y LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA
Diálogos con la izquierda europea
¿Hay una revolución en Venezuela?
03.06.2019
Un par de recientes viajes a España e Italia
me ofrecieron la posibilidad de conversar con muchos intelectuales,
académicos y políticos del menguante arco progresista que aún existe en
esos países. Luego de repasar la inquietante situación europea y el
avance de la derecha radical mis interlocutores me pedían que les
hablase de la actualidad latinoamericana pues, me aseguraban, les
costaba comprender lo que allí estaba ocurriendo. Recogiendo el guante
yo comenzaba por reseñar la brutal ofensiva restauradora del gobierno de
Donald Trump contra Venezuela y Cuba; proseguía pasando revista a la
desgraciada involución política sufrida por Argentina y Brasil a manos
de Macri y Bolsonaro y los alentadores vientos de cambio que provenían
de México; la centralidad de las próximas elecciones presidenciales que
tendrían lugar en Octubre en Argentina, Bolivia y Uruguay y finalizaba
esta primera ojeada panorámica de la política regional denunciando la
perpetuación del terrorismo de estado en Colombia, con cifras
espeluznantes de asesinatos de líderes políticos y sociales que causaban
sorpresa entre mis contertulios por ser casi por completo desconocidas
en Europa, lo cual dice mucho acerca de los medios de comunicación ya
definitivamente convertidos en órganos de propaganda de la derecha y el
imperialismo. Al detenerme para brindar información más pormenorizada
sobre los criminales alcances de la agresión perpetrada en contra de la
República Bolivariana de Venezuela siempre surgía, como si fuera un
cañonazo, la siguiente pregunta: pero, dinos: ¿se puede realmente hablar
de una revolución en Venezuela?
Mi respuesta siempre fue
afirmativa, aunque tenía que ser matizada porque las revoluciones –y no
sólo en Venezuela- siempre son procesos, nunca actos que se consuman de
una vez y para siempre. Impresionado por una visita que hiciera a la
Capilla Sixtina para contemplar, una vez más, la genial obra de Miguel
Angel se me ocurrió pensar que para muchos de mis interlocutores –y no
sólo europeos- la revolución es algo así como el pintor florentino
representaba la creación del hombre o de los astros: Dios, con un gesto,
una mirada ceñuda, un dedo que apunta hacia un lugar y ¡he ahí el
hombre, allí está Júpiter, allá la revolución! Esta suerte de
“creacionismo revolucionario” sostenido con religioso ardor incluso por
contumaces ateos. –¡que en lugar de Dios instalan en su lugar a la
Historia, con hache mayúscula, bien hegeliana ella!- contrasta con el
análisis marxista de las revoluciones que desde Marx, Engels y Lenin en
adelante siempre fueron interpretadas como procesos y jamás como rayos
que caen en un día sereno para dar vuelta, irreversiblemente, una página
de la historia. Siguiendo con la analogía inspirada en la Capilla
Sixtina uno podría decir que contra el “creacionismo revolucionario”,
expresión de un idealismo residual profundamente anti-materialista, se
impone el “darwinismo revolucionario”, es decir, la revolución concebida
como un proceso continuo y evolutivo de cambios y reformas económicas,
sociales, culturales y políticas que culminan con la creación de un
nuevo tipo histórico de sociedad. En otras palabras: la revolución es
una larga construcción a lo largo del tiempo, en donde la lucha de
clases se exaspera hasta lo inimaginable. Un proceso que desafía al
determinismo triunfalista de los "creacionistas" y que siempre se
enfrenta a un final abierto, porque toda revolución lleva en su seno las
semillas de la contrarrevolución, que sólo puede ser neutralizada por
la conciencia y la organización de las fuerzas revolucionarias. Esta
sería la concepción no teológica sino secular y darwinista -es decir,
marxista de la revolución. Y no está demás, anticipándome a mis
habituales críticos, recordar que no por casualidad Marx le dedicó el
primer tomo de El Capital a Charles Darwin.
Las
revoluciones sociales, por consiguiente, son acelerados procesos de
cambio en la estructura y también, no olvidar esto, en la
superestructura cultural y política de las sociedades. Procesos
difíciles, jamás lineales, siempre sometidos a tremendas presiones y
debiendo enfrentar obstáculos inmensos de fuerzas domésticas pero sobre
todo del imperialismo norteamericano, guardián último del orden
capitalista internacional. Esto ocurrió con la Gran Revolución de
Octubre, y lo mismo con las revoluciones en China, en Vietnam, en Cuba,
en Nicaragua, en Sudáfrica, en Indonesia, en Corea. La imagen vulgar,
desgraciadamente dominante en gran parte de la militancia y la
intelectualidad de izquierda, de una revolución como una flecha que sube
a los cielos del socialismo en línea recta es de una gran belleza
poética pero nada tiene que ver con la realidad. Las revoluciones son
procesos en donde las confrontaciones sociales adquieren singular
brutalidad porque las clases instituciones que defienden el viejo orden
apelan a toda clase de recursos con tal de abortar o ahogar en su cuna a
los sujetos sociales portadores de la nueva sociedad. La violencia la
imponen los que defienden un orden social inherentemente injusto y no
los que luchan por liberarse de sus cadenas. Eso lo estamos viendo hoy
en Venezuela, en Cuba y en tantos otros países de Nuestra América.
Dicho lo anterior, ¿cuál fue mi respuesta a mis interlocutores? Sí, hay
una revolución en marcha en Venezuela y la mejor prueba de ello, la más
rotunda, es que las fuerzas de la contrarrevolución se desataron en ese
país con inusitada intensidad. Una verdadera tempestad de agresiones y
ataques de todo tipo, que sólo pueden comprenderse como la respuesta
dialéctica a la presencia de una revolución en vías de construcción, con
sus inevitables contradicciones. Es por eso que un test infalible para
saber si en un país hay un proceso revolucionario en curso lo brinda la
existencia de la contrarrevolución, es decir, de un ataque, abierto o
solapado, más o menos violento según los casos, destinado a destruir un
proceso que algunos “doctores de la revolución” consideran como un
inofensivo reformismo o a veces ni siquiera eso. Pero los sujetos de la
contrarrevolución y el imperialismo, como su gran director de orquesta,
no cometen tan gruesos errores y con certero instinto procuran por todos
los medios poner fin a ese proceso porque saben muy bien que, cruzada
una delgada línea de no retorno, el restablecimiento del viejo orden con
sus exacciones, privilegios y prerrogativas sería imposible.
Aprendieron de lo ocurrido en Cuba y no quieren correr el menor riesgo.
¿Es una revolución aún inconclusa la que hay en Venezuela? Sin dudas.
¿Enfrenta gravísimos desafíos por las presiones del imperialismo y por
déficits propios, por el cáncer de la corrupción o por algunas políticas
gubernamentales mal concebidas y peor ejecutadas? Indudable. Pero es un
proceso revolucionario que tendencialmente apunta hacia un final que es
inaceptable para la derecha y el imperialismo, y por eso se lo combate
con saña feroz.
En Colombia, en cambio. las fuerzas de la
contrarrevolución actúan de la mano del gobierno para tratar de aplastar
a la revolución en ciernes que se agita del otro lado de la frontera.
¿Están aquellas fuerzas operando para derrocar a los gobiernos de
Honduras, Guatemala, Perú, Chile, Argentina, Brasil? No, porque en estos
países no existen gobiernos revolucionarios y por lo tanto el imperio y
sus peones se desviven por apuntalar esos pésimos gobiernos. ¿Operan en
contra de Venezuela? Sí, y con el máximo rigor posible, aplicando todas
y cada una de las recetas de las Guerras de Quinta Generación, porque
saben que allí sí se está gestando una revolución. ¿Y por qué tanto
encono en contra del gobierno de Nicolás Maduro? Fácil: porque Venezuela
posee la mayor reserva petrolera del planeta y es junto a México uno de
los dos países más importantes del mundo para Estados Unidos, aunque
sus diplomáticos y sus paniaguados de la academia y los medios rechacen
con burlas este argumento. Es ocioso enfadarse con ellos porque esa
gente simplemente está cumpliendo el papel que les fuera asignado y por
el cual son generosamente recompensados. Venezuela tiene más petróleo
que Saudiarabia, y además muchísima más agua, minerales estratégicos y
biodiversidad. Y además, todo a tres o cuatro días de navegación de los
puertos estadounidenses. Y México también tiene petróleo, agua (sobre
todo el acuífero de Chiapas), grandes reservas de minerales estratégicos
y, como si lo anterior fuera poco, es país fronterizo con Estados
Unidos. Un imperio que se cree inexpugnable al estar protegido por dos
grandes océanos pero que se siente vulnerable desde el sur, donde una
extensa frontera de 3169 kilómetros es su irremediable talón de Aquiles
que lo coloca frente a frente con una Latinoamérica en perpetuo estado
de fermentación política en pos de su Segunda y Definitiva
Independencia. De ahí la importancia absolutamente excepcional que
tienen esos dos países, cuestión ésta incomprensiblemente subestimada
aún por gentes de izquierda ¿Y Cuba? ¿Cómo explicar los más de sesenta
años de ensañamiento en contra de esta heroica isla rebelde? Porque ya
desde 1783 John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, reclamaba
en una carta desde Londres (donde había sido enviado para restablecer
los lazos comerciales con el Reino Unido) que dada la gran cantidad de
colonias que la Corona británica poseía en el Caribe había que anexar
sin más demora a Cuba a los efectos de controlar la puerta de entrada a
la cuenca caribeña. Cuba, excepcional enclave geopolítico, es una vieja y
enfermiza obsesión estadounidense que arranca muchísimo antes que el
triunfo de la Revolución Cubana.
Pero la ofensiva
contrarrevolucionaria no se detiene en los tres países arriba nombrados.
También arrecia contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia, que logró
una prodigiosa transformación económica, social, cultural y política
convirtiendo a uno de los tres países más pobres del hemisferio
occidental (junto a Haití y Nicaragua) en uno de los más prósperos y
florecientes de la región, según atestiguan organismos tales como la
CEPAL, el Banco Mundial o la prensa financiera mundial. Recuperó el
control de sus riquezas naturales, sacó a millones de la pobreza extrema
y además lo hizo con Evo Morales, un miembro de una de sus etnias
originarias fungiendo como presidente, un logro histórico sin parangón
en esta parte del mundo. Y Nicaragua también está en la línea de fuego,
porque por más defectos o errores que pueda tener la revolución
sandinista la sola presencia de un gobierno que no esté dispuesto a
ponerse de rodillas frente al Calígula americano (como hacen Macri,
Bolsonaro, Duque y compañía) es más que suficiente para desatar todas
las furias del infierno en contra de su gobierno. Y, además, está la
crucial -en términos geopolíticos- cuestión del nuevo canal bioceánico
que podrían construir los chinos y que constituye un verdadero
escupitajo en el rostro de quienes se reapoderaron del Canal de Panamá y
los saturaron, otra vez, con bases militares prestas a sembrar muerte y
destrucción en nuestros países.
Termino recordando una sabia
frase de Fidel cuando dijo que “el principal error que cometimos en Cuba
fue creer que había alguien que sabía como se hacía una revolución”. No
hay un manual ni un recetario. Son procesos en curso. Hay que fijar la
vista no sólo el momento actual, en los desconcertantes relámpagos de la
coyuntura que hoy agobian a Venezuela, sino también visualizar la
dirección del movimiento histórico y tener en cuenta todas sus
contradicciones. Al hacer esto, no cabe duda que en Venezuela se está en
medio de un convulsionado proceso revolucionario que, ojalá, y "por el
bien de todos", como decía Martí, termine prevaleciendo sobre las
fuerzas del imperio y la reacción. Nuestra América necesita esa
victoria. Todo esfuerzo que se haga para facilitar tan feliz desenlace
será poco.
Dr. Atilio A. Boron:
Coordinador del Ciclo de Complementación Curricular en Historia de
América Latina-Facultad de Historia y Artes, UNDAV Director del PLED ,
Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales
del Centro Cultural de la Cooperación "Floreal Gorini".
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