No
todos los israelíes apoyan el genocidio en Gaza. No todos los judíos son
sionistas; de hecho la mayoría no lo son. Falta, empero, que como hace Ilan
Pappe, alcen su voz. Mientras tanto, prosigue la matanza ante los impasibles
ojos de Occidente.
A los amigos israelíes
El Viejo Topo
5 enero, 2024
QUERIDOS AMIGOS ISRAELÍES, POR ESO APOYO A LOS PALESTINOS
Es difícil mantener la propia brújula moral cuando la sociedad a la que
perteneces –tanto los dirigentes como los medios de comunicación– adopta una
posición de superioridad moral y espera que compartas la misma furiosa ira con
la que reaccionó ante los acontecimientos del pasado sábado 7 de octubre. Sólo
hay una forma de resistir la tentación de unirse a ella: si en algún momento de
tu vida comprendiste –incluso como ciudadano judío de Israel– la naturaleza
colonial del sionismo y te horrorizaron sus políticas contra la población
indígena de Palestina.
Si has
alcanzado esta conciencia, entonces no dudarás, incluso cuando mensajes
venenosos presenten a los palestinos como animales, o “animales humanos”. Estas
mismas personas insisten en describir lo ocurrido aquel sábado como un
«Holocausto», abusando así de la memoria de una gran tragedia. Estos sentimientos
son transmitidos, día y noche, tanto por los medios de comunicación como por
los políticos israelíes.
Es esta brújula
moral la que me llevó, y a otros en nuestra sociedad, a apoyar al pueblo
palestino de todas las formas posibles; y esto nos permite, al mismo tiempo,
admirar el valor de los combatientes palestinos que tomaron el control de una
docena de bases militares, derrotando al ejército más fuerte de Oriente Medio.
Por otra parte, personas como yo no podemos evitar cuestionar el valor moral o
estratégico de algunas de las acciones que acompañaron a esta operación.
Como siempre
hemos apoyado la descolonización de Palestina, sabíamos que cuanto más durara
la opresión israelí, menos probable sería que la lucha de liberación fuera
«estéril», como ha ocurrido en todas las luchas de liberación justas del
pasado, en cualquier parte del mundo.
Esto no
significa que no debamos tener en cuenta el panorama general, ni siquiera por
un minuto. Se trata de un pueblo colonizado que lucha por sobrevivir, en un
momento en que sus opresores han elegido un gobierno decidido a acelerar la
destrucción, de hecho la eliminación, del pueblo palestino, o incluso su propia
reivindicación de ser un pueblo.
Hamás tenía que
actuar, y rápido. Es difícil expresar estos contraargumentos porque los medios
de comunicación y los políticos occidentales aceptaron el discurso y la
narrativa israelíes, por problemáticos que fueran. Me pregunto cuántos de los
que decidieron vestir el Parlamento de Londres y la Torre Eiffel de París con
los colores de la bandera israelí entienden realmente cómo se interpreta en
Israel este gesto aparentemente simbólico.
Incluso los
sionistas liberales, con un mínimo de decencia, leyeron este acto como una
absolución total de todos los crímenes que los israelíes han cometido contra el
pueblo palestino desde 1948; y por tanto, como carta blanca para continuar el
genocidio que Israel está perpetrando ahora contra el pueblo de Gaza.
Afortunadamente,
también ha habido varias reacciones a los acontecimientos de los últimos días.
Como en el
pasado, amplios sectores de la sociedad civil occidental no se dejan engañar
fácilmente por esta hipocresía, ya manifiesta en el caso de Ucrania.
La mayoría de
la gente sabe que, desde junio de 1967, un millón de palestinos han sido
encarcelados al menos una vez en su vida. Y con el encarcelamiento vienen
también los malos tratos, la tortura y la detención permanente sin juicio.
Estas mismas
personas también están familiarizadas con la horrible realidad que Israel creó
en la Franja de Gaza cuando selló la región, imponiendo un asedio hermético, a
partir de 2007, acompañado de la implacable matanza de niños en la Cisjordania
ocupada. Esta violencia no es un fenómeno nuevo, ya que ha sido el rostro
permanente del sionismo desde la fundación de Israel en 1948.
Precisamente
gracias a esta sociedad civil, mis queridos amigos israelíes, su gobierno y sus
medios de comunicación acabarán equivocándose, ya que no podrán arrogarse el
papel de víctimas, recibir apoyo incondicional y salir impunes de sus crímenes.
Al final, a
pesar de la parcialidad inherente a los medios de comunicación occidentales, la
imagen global saldrá a la luz.
La gran
pregunta, sin embargo, es la siguiente: ¿serán ustedes, mis amigos israelíes,
capaces también de ver con claridad este mismo panorama general? ¿A pesar de
años de adoctrinamiento e ingeniería social?
Igualmente
importante, ¿serán capaces de aprender la otra lección importante –que se
desprende de los últimos acontecimientos– de que la fuerza por sí sola no
puede lograr el equilibrio entre un régimen justo, por un lado, y un proyecto
político inmoral, por otro?
Pero hay una alternativa.
De hecho, siempre la ha habido:
Una Palestina
desionizada, liberada y democrática de río a mar; una Palestina que acoja de
nuevo a los refugiados y construya una sociedad que no discrimine por motivos
de cultura, religión o etnia.
Este nuevo Estado
tomaría medidas para corregir, en la medida de lo posible, los males del pasado
en términos de desigualdad económica, robo de propiedades y negación de
derechos. Esto podría anunciar un nuevo amanecer para todo Oriente Medio.
No siempre es
fácil atenerse a la propia brújula moral, pero si apunta al norte –hacia la
descolonización y la liberación–, lo más probable es que nos guíe a través de
la niebla, de la propaganda venenosa, la política hipócrita y la inhumanidad, a
menudo perpetradas en nombre de «nuestros valores occidentales comunes».
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