En la política española
siguen aflorando los rasgos del fascismo. Es inevitable: lo llevan en la
sangre. Tachar el nombre de Guillem Agulló es una nueva muestra de ello.
Para PP y Vox ser un antifascista es un delito
Alfons Cervera
El Viejo Topo
18 marzo, 2024
Hay días en
que, si puedes, es mejor quedarte en la cama. Si la tienes. Lo de fuera da
miedo. Escuece. Hasta te restriegas los ojos porque a ratos dudas de que lo que
estás viendo sea cierto. Lo mismo pasa con lo que oyes. No son los ruidos de
los autos o los tranvías que atruenan la calle. Ni los que provocan el martillo
neumático o las excavadoras para renovar el alcantarillado que llevaba ahí
desde el tiempo de los romanos. Son los ruidos de la mentira lo
que escuchas. Se meten en tu cerebro y acaban perforando malamente el
entendimiento. Y acabas no sólo prestando atención a esas mentiras sino lo que
es peor: aceptándolas.
Resulta
imposible gestionar tanta doblez, las dimensiones inabarcables del cinismo.
Se inventan lo que dicen aunque sepan que la verdad y lo que dicen viven
permanentemente a puñetazo limpio. La prensa que escribe y habla desde las
alcantarillas es el oráculo donde beben para llenar de mierda la realidad de lo
que nos pasa. Se inventan todo: también lo que nos pasa. Es la estrategia
de los fascismos: la sencillez de su discurso y repetir hasta la extenuación
la falsedad de lo que dicen. Lo que atacan de los otros no sirve para ellos.
El negocio
sucio de las mascarillas que se abre con el caso Koldo no
es el mismo que el del hermano de Díaz Ayuso o los amigos
de Martínez-Almeida. Los voceros de las derechas repiten ese mantra
hasta la saciedad, hasta que ya no puedes más y apagas la luz del mundo, como
cantaban Los Gritos cuando yo era joven. La justicia dijo una
vez que el PP era una banda criminal y ahora resulta que la
banda criminal somos todos menos quienes han convertido ese partido en un
apestoso estercolero.
Cuando veo o
escucho a ese mirlo blanco, que según dicen era Borja Sémper, siento
cómo las tripas me hacen gluglú, como si me hubiera sentado mal la
comida del mediodía o de la cena. Y qué hacemos con Aznar, ese
personaje que todavía hoy sigue siendo el jefe de la banda y, para más
indignidad y desvergüenza, sigue burlándose de las víctimas del 11M repitiendo
como un lorito que algo tuvo que ver ETA en el atentado que
aquella mañana de hace ahora veinte años acabó con la vida de 193 personas y
dejó heridas a otras 1875. Un atentado cuya memoria ha regresado estos días
para que las víctimas no caigan en el saco del olvido.
Porque ya
sabemos lo que es el olvido, lo fácil que tanta circunstancia adversa nos lo pone
para que la memoria se nos convierta en un grumo seco, como se quedan secos los
higos tendidos en los cañizos del verano. Lo que dice Raymond Carver en
un poema: “Pero todo cae en el olvido, casi todo…”. Casi todo. No todo. Por
eso, nada de dormirnos en la placidez tramposa del olvido. Siempre
habrá un agujero por donde se cuelen los recuerdos, por donde la memoria se
haga grande en su recorrido, incluso por los arrabales más escondidos de
nuestras vidas y de la propia historia.
Tampoco las
derechas olvidan. Lo que hacen es acomodar las vidas y la historia a su
antojo y a sus intereses. Retuercen la verdad hasta que de ella no quedan
ni los huesos. Miras lo que escriben en sus mensajes por las redes (yo no me
muevo ahí, pero me llegan) y te entran ganas de convertirte en guerrillero de
las galaxias. La bajeza moral. Esa vileza que no encuentra límites cuando
sueltan por sus bocas tanta insidia contra quienes no pensamos como ellos.
En el lenguaje
bucanero que los caracteriza somos sus enemigos. “Enemigos”, de la
patria o de lo que sea: una de las palabras que más se afanan en repetir como
si vivir tuviera que ser necesariamente un campo de batalla. Si hubieran leído
a Bertolt Brecht: “Quien habla del enemigo / él mismo es enemigo”.
Somos en sus soflamas patrióticas rompedores de España, militantes de una
dictadura atroz y no parte de una ciudadanía democrática. Y lo dicen quienes
siguen llevando a Franco bajo palio. Ya está bien de blanquear
al PP frente a Vox en este y otros asuntos: ninguna diferencia
entre uno y otro.
Miren, si no,
cómo su mayoría parlamentaria en las Corts Valencianes ha
acordado retirar el nombre de Guillem Agulló del galardón que
la institución concede a personas o entidades que se hayan distinguido en la
lucha contra los delitos de odio. Guillem era un joven militante antifascista e
independentista de dieciocho años que, en Montanejos, un pueblo de la provincia
de Castellón, fue asesinado por un nazi en abril de 1993. Y
para más vergüenza: el nazi asesino de Guillem, llamado Pedro Cuevas, se
presentó a las elecciones municipales de 2007 en Chiva -un pueblo cerca de
València- bajo las siglas de la fascista Alianza Nacional. Para los dos
partidos el antifascismo es como un delito que hay que pagar en esta
democracia. Para los dos partidos, digo. Para los dos partidos. No sólo para
Vox.
Será la de
ahora una legislatura difícil, incluso a ratos la veremos a lo mejor en la
cuerda floja. Las intentonas de las derechas, sus apoyos mediáticos y de la
judicatura para tumbar incluso el orden constitucional no van a parar. Lo están
intentando todo. Por eso regreso en esto que escribo a lo que me resulta más
difícil de gestionar: la vocación enfermiza por la mentira que
el PP y Vox alimentan con una frialdad y un cinismo que aterran.
Leo en infoLibre lo
que acaba de decir Núñez Feijóo en Córdoba: Pedro
Sánchez llegó al poder “con la mentira y la corrupción”. Precisamente
lo dice quien está al mando de un partido que es la corrupción misma, que tiene
o ha pasado por la cárcel, condenada por corrupción, una buena
parte de su nómina de responsables institucionales y orgánicos. La maquinaria
mediática a su favor no dará tregua en lo que dure la legislatura. El aliento
facha va a atufar el aire que respiramos.
Por eso, aunque
hay días en que te cuesta levantarte de la cama porque ya no puedes más con
tanta desvergüenza y tanto cinismo, lo haces y te acuerdas de aquella mañana
trágica del 11 de marzo de 2004. Y te vas con la memoria más atrás,
hasta aquel joven Guillem de cuyo asesinato por la cuchillada de un nazi el 11
de abril de 1993 pronto se cumplirán treinta y un años.
Así compruebas,
una vez más, que las soflamas incendiariamente apocalípticas de las derechas te
llevan a los miedos de cuando eras poco más que un crío y no sabías lo que eran
y cómo actuaban los fascismos. Y cuando ves las mentiras convertidas en verdades
universales por el PP y Vox y cómo los dos partidos, en las Corts Valencianes,
han retirado el nombre de Guillem Agulló de un premio destinado a valorar el
trabajo llevado a cabo por personas o entidades contra los delitos de odio, te
entran ganas de escribir que el PP, Vox y una buena parte de la judicatura
consideran un delito ser antifascista. Y lo escribes.
Fuente: Infolibre.