en Destacado,
España
/ por Armando B. Ginés
/
23/03/2014
El éxito masivo de las Marchas de la Dignidad abre un
espacio de reflexión interesante en el nuevo mapa político de España. Desde la
aparición súbita del movimiento 15M, las aguas sociales e ideológicas de la
izquierda en su conjunto bajaban agitadas y nerviosas, observándose una pugna,
no siempre manifiesta, entre la vieja escuela institucionalizada y una amalgama
heterogénea de impulsos críticos y sensibilidades rebeldes contrarios a las
prácticas parlamentarias y sindicales de los actores principales surgidos en la
transición posfranquista y consolidados en el proceso constituyente alrededor
del bipartidismo PP-PSOE mediante el consenso social a ultranza inaugurado con
los Pactos de la Moncloa en 1977.
Algo se está moviendo políticamente aunque todavía es
pronto para extraer consecuencias concluyentes de los acontecimientos sociales
de los últimos años. Desde el PP a IU, pasando por el PSOE, todas las fuerzas
políticas tradicionales están en la picota. También CC.OO. y UGT, avalistas de
hecho del deterioro actual con sus tímidas reacciones de miras cortas.
El PP representa a la derecha clásica y es el símbolo
máximo del régimen capitalista vigente. Sus dirigentes son los hijos y los
nietos de los padres y abuelos que sostuvieron y colaboraron activamente con la
dictadura de Franco. El consenso de la transición permitió enterrar las
secuelas de la guerra civil y que los autores del golpe militar fascista
salieran indemnes de sus responsabilidades políticas y penales. La memoria
histórica se empezó a desvanecer desde la transición con la anuencia expresa
del PSOE y el sí a regañadientes y con reticencias entre sus bases del PCE.
Actualmente, el mito de la transición modélica es
objeto de múltiples andanadas, al igual que la monarquía impuesta sin
referéndum y el parlamentarismo de toma y daca escénico de PP y PSOE.
El 22M no perjudica o daña en exceso las expectativas
electorales de la derecha. En todo momento presentarán la iniciativa plural
como cosa de extremistas irredentos portadores genéticos de suma violencia, en
resumen, comunistas y anarquistas viajando a lomos de antiguas proclamas
revolucionarias. Es en la izquierda donde las consecuencias pueden ser de mayor
incidencia.
El PSOE sabe que en el bipartidismo imperante precisa
de esos votos izquierdistas para conquistar una mayoría suficiente con la que
acceder a la alternancia con las huestes del PP. Como es obvio, tiene que
cuidar su lenguaje público con palabras ambivalentes que no comprometan su
imagen ni su programa moderado de apoyo al orden capitalista. Su discurso debe
mantenerse en una apariencia de izquierdas sin asustar a los poderes fácticos
que dan y quitan financiación y espacio publicitario en los mass media.
Radicalizará a buen seguro sus declaraciones cuando convenga con un ojo avizor
permanente en las clases medias vilipendiadas por la crisis. Nada novedoso en
su proceder.
Por lo que se refiere a IU, su posición es más
delicada. En la coalición conviven como pueden el PCE, la nueva izquierda y
algunos brotes ecosocialistas o rojiverdes alimentados al calor del 15M, tres
alientos en discordia más o menos amistosa de orígenes muy dispares. El PCE
pone el trabajo diario; la nueva izquierda las viejas palabras posmodernas y la
amenaza constante de desembarcar en el PSOE, y las nuevas tendencias de
estética quincemayista aportan y ofrecen un colorido actual, joven y díscolo de
difícil integración en el proceder cotidiano de IU. Tres almas y un solo
destino: comunista, socialdemócrata y altermundista en pos de desbancar al PSOE
como referente principal de toda la izquierda. Da la sensación de ser una
empresa casi imposible, máxime con los numerosos grupos, postulantes y
candidaturas que pululan en sus cercanías y que restan posibilidades reales a
sus expectativas electorales. Estamos hablando de Podemos, el Partido X, Equo y
otras fuerzas de factura similar que pretenden representar una radicalidad en
las formas sin raíces históricas en el movimiento obrero. Son iniciativas todas
ellas basadas en gurús mediáticos o profesionales bien asentados en sus
empleos, con iniciativas radicales de dimensión conceptual impecable pero muy
ancladas en discursos intelectualistas y burgueses alejados del sentir popular.
Las Marchas de la Dignidad también obligan a CC.OO.,
UGT y la Cumbre Social a mover ficha táctica con inusitada rapidez. Están
siendo sobrepasadas por la izquierda social más pujante, activa y comprometida
con la realidad de las personas de carne y hueso. El sindicalismo de clase
pactista y a verlas venir no es comprendido por amplias capas de trabajadores y
trabajadoras de España. Las sucesivas reformas laborales, huelgas timoratas
convocadas a la defensiva y la contumacia en una negociación imposible han
ocasionado heridas muy profundas en los sindicatos mencionados. De alguna
manera, CC.OO. y UGT han perdido el norte de sus aspiraciones clásicas,
apostándolo todo a la economía social de mercado simbolizada por el Estado del
bienestar, dejando en el olvido su ideología de clase hacia una sociedad nueva
denominada socialista. El tacticismo ha podido con la estrategia y la praxis
acomodaticia y puntual ha derrotado a los ideales históricos de la clase
trabajadora.
El 22M rescató mensajes que una vez fueron santo y
seña de la izquierda transformadora más beligerante contra el franquismo:
república, pan, trabajo y techo, defensa acérrima de lo público, igualdad y
libertad, y derecho fundamental a la autodeterminación de los pueblos. Poner
hoy con valentía esos preceptos inalienables sobre el tapete político es una
iniciativa coherente y de coraje incuestionable. Dos millones de manifestantes
se sumaron a la iniciativa en la calle, la mayor convocatoria en Madrid en lo
que va de siglo XXI.
Es complicado, sin duda, traducir ese impulso complejo
en proyecto político, pero es lo más audaz que ha sucedido en España en los
últimos años. Se trata de una andadura anticapitalista, de colores y matices
diversos, que ha crecido sin apoyos en los medios de comunicación y sin líderes
o iconos carismáticos que arrastraran a las masas. El hastío a las soluciones
fáciles adaptadas al orden establecido ha sufrido un duro y clamoroso revés.
Resultaría muy atrevido hacer vaticinios sobre lo que
aún solo son tentativas de que germine algo verdaderamente original en el
panorama político español. Ahora mismo, la izquierda social está movilizada, en
tensión creativa y fuera del fantasma de la abstención pasiva. El PSOE
intentará por todos los medios a su alcance que los daños o rasguños
electorales sean los mínimos posibles. IU tendrá que reformular su
táctica y estrategia de modo profundo y participativo. La vida le va en ello.
Las voces que llegan de la calle son toques de atención que debieran percutir
directamente en los debates internos de la coalición. En lo que atañe a CC.OO.,
la situación es si cabe de mayor enjundia: sus tendencias críticas tienen una
oportunidad de oro para sacar al sindicato del marasmo quietista, pasota,
técnico y blandengue en que vive instalado desde hace tiempo.
En definitiva, después del 22M nada será igual. El
debate en la izquierda está servido: una mayoría social nutrida, luchadora y
significativa ha dicho que la crisis capitalista exige medidas que vayan más
allá del retorno a la ortopedia capitalista del Estado del bienestar, que el
horizonte debería ser republicano, comunista, socialista y libertario. Para los
esclavos, conquistar su libertad también era una utopía. Pero lo consiguieron.
Los nuevos esclavos de la globalidad y de la precariedad laboral, al parecer,
han dicho basta de modo rotundo y convincente. ¿Oirán sus voces los líderes de
la izquierda nominal, social y política, que viven en la molicie de la
brillante moqueta del consenso pactista? La unidad auténtica se forja en la
calle y no en las estrategias por arriba alejadas del sentir popular.
Permanezcamos atentos a las brisas, vientos y mareas que se sucederán de
inmediato.
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