El mundo avanza
inexorablemente hacia la guerra. Cualquier encuesta entre la población mundial
mostraría que nadie la quiere. Pero la guerra estallará probablemente antes del
final de la década
Tecnofascismo, tecnoterrorismo y guerra global
Boaventura de Sousa Santostica
El Viejo Topo
4 octubre, 2024
La mayoría de
los países del mundo pretenden tener regímenes democráticos, pero ningún
partido con relevancia electoral, desde la izquierda a la derecha, considera la
guerra un peligro inminente y asume la lucha por la paz como su principal
bandera. La paz no gana votos. La guerra trae muertos y los muertos no votan.
Ningún partido se imagina haciendo propaganda electoral en cementerios o fosas
comunes. Tampoco se imagina que sin vivos no hay partidos. Todo esto parece
absurdo, pero el absurdo ocurre cuando la razón duerme, como nos advirtió
Francisco de Goya hace 225 años en su cuadro El sueño de la razón
produce monstruos. No necesitamos remontarnos tan atrás.
Las lecciones
(o ilusiones) de la historia
Volvamos a
1900. Inglaterra era entonces el país más poderoso del mundo. Pero como todo
apogeo significa el comienzo del declive, la competencia pacífica de EEUU
empezaba a ser temida. El crecimiento económico de EEUU era vertiginoso, los
últimos inventos de la revolución industrial se estaban produciendo allí y,
entre las muchas ventajas sobre Europa, una era especialmente valiosa: EEUU
gastaba muy poco dinero en armamento. Según los informes de la época, un país
de 75 millones de habitantes tenía un ejército de 25.000 hombres y un
presupuesto de defensa ridículo para un país de ese tamaño. Por otra parte, los
países europeos más desarrollados (Inglaterra, Alemania y Francia) competían
cada vez más entre sí por el reparto colonial y la superioridad industrial
(Alemania estaba cada vez más en el punto de mira) y entraban en la carrera de
armamentos. Además, entre 1899 y 1902, Inglaterra libraba en Sudáfrica una
sórdida guerra colonial contra los bóers. Estaba en juego el control de la
producción de oro y el sueño imperial de Cecil Rhodes: desde el ferrocarril
entre Ciudad del Cabo y El Cairo hasta el control total del mundo para que «las
guerras fueran imposibles por el bien de la humanidad». La dominación imperial
capitalista exigía la guerra y la carrera armamentística, supuestamente para
hacer imposible la guerra en el futuro. ¿Hay similitudes con los actuales
discursos bélicos de EEUU y la Unión Europea para derrotar a Rusia y China? Las
hay, pero también hay diferencias.
En la primera
década del siglo XX se observaron dos movimientos: uno en la opinión pública y
otro en el mundo empresarial. En la opinión pública predominaba una apología de
la paz frente a los peligros de una guerra que sería fatalmente mortal. El
siglo XX iba a ser el siglo de la paz, sin la cual no sería posible la
prosperidad que se anunciaba. En 1899 se celebró en La Haya la primera
Conferencia Internacional de la Paz y, al año siguiente, el Congreso Mundial de
la Paz. A partir de entonces, hubo muchos congresos y reuniones internacionales
sobre la paz. Se deploró que la cooperación internacional se profundizara en
todos los ámbitos (correos, ferrocarriles, etc.) excepto en el político. Entre
1893 y 1912 se publicaron 25 libros contra la carrera armamentística. Se
publicó Quién es Quién en el Movimiento por la Paz. Se decía que
los recientes inventos en material bélico (pólvora sin humo, fusiles de tiro
rápido, sustancias explosivas como la lidita, la melinita y la nitroglicerina,
etc.) hacían que la guerra no sólo fuera muy mortífera, sino imposible de ganar
para cualquiera de los bandos en conflicto. La guerra siempre acababa en tablas
y tras muchas muertes y devastación. Un periodista del Echo inglés
dimitió del periódico para no tener que defender la guerra contra los bóers, y
200 intelectuales ingleses de alto nivel organizaron una cena en su honor.
Entre 1900 y 1910 se celebraron más de mil congresos pacifistas: obreros,
anarquistas, socialistas, librepensadores, esperantistas, mujeres. Se decía que
el crecimiento de la democracia en Europa y Estados Unidos era incompatible con
la guerra y que el gran número de acuerdos de arbitraje era la mejor
demostración de ello. El sociólogo ruso Jakov Novikov demostró que el bienestar
de las masas nunca había mejorado con las guerras, sino todo lo contrario. Se
escribía sobre «la ilusión de la guerra» y las publicaciones vendían muchos
miles de ejemplares.
Existía la
corriente de opinión de que la verdadera ilusión sería la «ilusión de la paz»
si no se reorientaba la lucha contra el capitalismo. Si esto no ocurría, la
guerra sería inevitable. Esta era la posición de socialistas, anarquistas y del
movimiento obrero, que socialistas y anarquistas trataban de controlar. La
guerra era el gran obstáculo para la revolución social. La huelga general y el
rechazo del servicio militar eran dos de las formas de lucha más mencionadas.
Pero una cosa
es el mundo de la opinión pública y otra el de los negocios. En el mundo de los
negocios, desde 1899 la carrera de armamentos avanzaba a un ritmo rápido pero
discreto. En el Congreso Internacional de los Trabajadores celebrado en
Stuttgart en 1907, Karl Liebknecht reveló el extraordinario crecimiento del
gasto en armamento, lo que significaba que los países se estaban preparando de
hecho para la guerra. Los beneficios de las grandes empresas armamentísticas
así lo reflejaban: Krupp en Alemania, Vickers-Armstrong en Inglaterra,
Schneider-Creusot en Francia, Cockerill en Bélgica, Skoda en Bohemia y Putilov
en Rusia. Estaba claro que la acumulación de armas conduciría a la guerra. De
hecho, las grandes empresas empezaban a utilizar una nueva arma
propagandística: pagar a periodistas y propietarios de periódicos para que
publicaran noticias falsas sobre el creciente armamento de sus probables
adversarios en la guerra que se avecinaba, con el fin de justificar un mayor
gasto en armamento. ¿Suena familiar a los oídos de hoy? Sí, pero hay
diferencias y para peor, mucho peor.
Los socialistas
tenían razón: la lucha es contra el capitalismo
El apogeo del
capitalismo global dirigido por Estados Unidos llegó en 1991 con el fin del
bloque soviético. Al igual que cien años antes, el apogeo de la potencia más
poderosa significó el comienzo de su declive. Y al igual que antes, la
industria más rentable en periodos de declive es la que produce bienes cuyo uso
consiste en destruir y ser destruido. Tales bienes tienen que ser sustituidos
incesantemente por otros mientras dure la guerra. Cuanto más dura la guerra,
mayores son los beneficios. La guerra eterna es, por tanto, la más rentable.
Ahora las grandes empresas armamentísticas ya no son europeas, son
estadounidenses, y EEUU, a diferencia de hace cien años, es con diferencia el
país que más gasta en armamento y, por tanto, el que más necesidad tiene de
utilizarlo (es decir, de utilizar destruyendo y sustituyendo). Estados Unidos
gasta un billón de dólares en armamento, pero sin duda no es suficiente porque
los empresarios de la guerra inventan desventajas para Estados Unidos en
relación con sus enemigos que hay que superar rápidamente.
La lucha por la
paz es ahora más que nunca una lucha contra el capitalismo. ¿Por qué más que
nunca? Si, siguiendo la estela de Immanuel Wallerstein, tomamos el mundo como
unidad de análisis, podemos decir que entre 1917 y 1991 el mundo vivió un
periodo de intensa guerra civil transnacional. Fue una guerra civil porque tuvo
lugar dentro de un único sistema: el sistema mundial moderno. Aunque dominante
a escala mundial, el capitalismo tuvo que enfrentarse a otro sistema económico
fuertemente competidor, el socialismo de Estado, cuya influencia se extendía mucho
más allá de la Unión Soviética. Esta guerra civil se libró por múltiples
medios, entre ellos la contrainsurgencia, la ayuda al desarrollo de los países
dependientes y las guerras por poderes (guerra de Corea, guerra de Vietnam,
etc.).
La Segunda
Guerra Mundial fue un periodo de calma en esta guerra civil, ya que Estados
Unidos y la URSS eran aliados contra el nazismo alemán. Con el fin de la Unión
Soviética y las transformaciones que se habían producido entretanto en China,
que integrarían la economía china en la economía capitalista mundial, aunque
con algunas especificidades (mantenimiento del control nacional del capital
financiero), terminó la guerra civil transnacional entre capitalismo y
socialismo. Hubo un interregno, que duró algo más de diez años, en el que Rusia
era un país capitalista de desarrollo intermedio como cualquier otro y China un
socio económico, también de desarrollo intermedio, pero con valor estratégico
para las multinacionales estadounidenses empeñadas en la conquista monopolística
del mundo.
Tras la crisis
financiera mundial de 2008, comenzó una nueva guerra civil transnacional, esta
vez entre el capitalismo de las multinacionales estadounidenses y el
capitalismo de Estado de China. Para neutralizar a China, era necesario
bloquear su acceso a Europa por dos razones: Europa era, junto a Estados
Unidos, el otro gran consumidor rico del mundo; mediante la cooperación con
China, Europa podría tener alguna pretensión de escapar al declive cada vez más
evidente de Estados Unidos en la economía mundial y convertirse en un factor
adicional de competencia y debilidad para Estados Unidos. Para bloquear el
acceso de China a Europa y someter a ésta a Estados Unidos, era necesario
separar política y económicamente a Europa de Rusia (cuyo territorio se
encuentra en su mayor parte en Europa). Rusia, con sus miles de kilómetros de
fronteras con China, no es sólo la vía de acceso de China a Europa, sino
también el territorio estratégico de Eurasia. La idea de que quien controla
Eurasia controla el mundo existe desde hace mucho tiempo. Esto ha dado lugar a
una nueva guerra civil transnacional, cuyas primeras guerras indirectas son la
guerra entre Rusia y Ucrania y la guerra entre Israel y Palestina.
Esta guerra
civil es totalmente diferente de la anterior. En la anterior, la lucha era
entre dos sistemas económicos (capitalismo frente a socialismo), mientras que
ahora es entre dos versiones del mismo sistema económico (capitalismo
multinacional frente a capitalismo de Estado). Nada garantiza que esta guerra
sea menos violenta que la anterior. Al contrario, como hemos visto, a
principios del siglo XX, la disputa tenía lugar entre países con un largo
pasado común situados en un pequeño rincón de Eurasia. Hoy es una lucha por la
dominación global que se extiende más allá del planeta. El capitalismo
monopolista nació en 1900, cuando el capital financiero estadounidense comenzó
a expandirse hacia los ferrocarriles y, de ahí, a muchos otros sectores y,
potencialmente, a todos los países del mundo.
Para el
capitalismo monopolista, la idea de un mundo multipolar es tan amenazadora como
la idea de la competencia con otros sistemas económicos, y el mismo impulso
destructivo está presente en ambos casos. Es más, el potencial y el grado de
destrucción son ahora inmensamente mayores que antes. No me refiero a la
existencia de armas nucleares, una innovación tecnológica destructora de vidas
que hace ridícula la preocupación de los comentaristas de principios del siglo
pasado por los inventos bélicos de su época. Me refiero a la naturaleza del
capitalismo y la (des)gobernanza globales actuales, y a la aparición de dos de
sus consecuencias. Estamos entrando en una era en la que formas de poder
potencialmente destructivas y sin límites son lo suficientemente fuertes como
para neutralizar, eludir o eliminar cualquier proceso democrático que pretenda
ponerles límites.
Tecnofascismo
global: Elon Musk
A principios
del siglo XX vimos que la lucha por la paz y la resolución pacífica de los
conflictos consideraba a los Estados soberanos como las unidades de análisis y
los actores políticos privilegiados. Sabemos que la soberanía era un bien
abstracto del que sólo podían disfrutar realmente los países más desarrollados,
y que gran parte del mundo estaba sometida al colonialismo o a la influencia
tutelar de Europa. Hoy, sin embargo, el desarrollo tecnológico, la
globalización neoliberal y la concentración de la riqueza hacen que el poder de
controlar la vida humana y no humana ya no esté sujeto al escrutinio
democrático. A principios del siglo XX, la ilusión de paz se basaba en el auge
y fortalecimiento de los gobiernos democráticos. Al fin y al cabo, la democracia
se basaba en la sustitución de enemigos a los que derrotar mediante la guerra
por adversarios políticos a los que derrotar mediante el voto. De ahí la
capacidad movilizadora de la lucha por el sufragio. Para muchos, la democracia
tenía la capacidad no sólo de promover la resolución pacífica de los
conflictos, sino también de regular el capitalismo para neutralizar sus
«excesos».
Hoy en día, la
mayoría de los gobiernos nacionales se consideran democráticos, pero la
democracia, si alguna vez fue capaz de regular el capitalismo en algún país,
ahora está estrictamente regulada por él, y sólo se tolera en la medida en que
es funcional para la expansión infinita de la acumulación capitalista. Sin
duda, los Estados nacionales más poderosos siguen ejerciendo el poder formal,
pero el poder real que controla sus decisiones se concentra en un número muy
reducido de plutócratas, algunos con el rostro a la vista, otros, la mayoría,
sin rostro. El poder real se ve reforzado hasta límites difíciles de imaginar
por una fusión tóxica de la capacidad tecnológica de controlar la vida humana
de vastas poblaciones hasta el más mínimo detalle y con independencia de su
nacionalidad, con la capacidad financiera de comprar, cooptar, chantajear u
obliterar cualquier obstáculo a sus propósitos de dominación.
Se trata de un
nuevo tipo de poder fascista, un tecno-fascismo global que no conoce fronteras
nacionales. Elon Musk es la metáfora de este nuevo tipo de poder. A diferencia
de Adolf Hitler o Benito Mussolini, la personalidad específica de Musk, aunque
repugnante, es de poca importancia, ya que lo que importa es la estructura de
poder que él comanda hoy y que mañana puede ser comandada por otro individuo.
La fuerza de este nuevo tecnofascismo global se expresa bien en la dramatización
mundial de la lucha de un Estado nacional relativamente poderoso contra un
simple individuo extranjero por el simple hecho de ser tecnofascista global.
Cuando, el 31 de agosto de este año, la red X fue suspendida en Brasil por
decisión del Tribunal Supremo porque su propietario se negaba a eliminar
cuentas en la red que llegaban a millones de personas y cuyo contenido difundía
noticias falsas, violaba gravemente los valores democráticos más básicos e
incitaba al odio, la violencia e incluso el asesinato, fue noticia en todo el
mundo. ¿Era imaginable hace diez años que un individuo solitario, y además
extranjero, pudiera enfrentarse a un Estado soberano?
Tecnoterrorismo
global: del Caballo de Troya a los buscapersonas asesinos
El 18 de
septiembre, miles de buscapersonas y walkie-talkies explotaron en Líbano,
matando a decenas de personas (incluidos niños) e hiriendo a miles. Estos
transmisores habían sido comprados por Hezbolá aparentemente porque son
dispositivos seguros que permiten las comunicaciones sin localizar a los
usuarios. Este acto terrorista se ha atribuido a los servicios secretos de
Israel y su origen fue la implantación de una sustancia explosiva junto a la
batería, codificada para estallar por control remoto.
Los
buscapersonas asesinos no son sólo una nueva edición del Caballo de Troya, el
enorme caballo hueco de madera construido por los griegos para entrar en Troya
durante la guerra de Troya. El caballo fue construido por Epeius, un maestro
carpintero y boxeador. Los griegos, fingiendo abandonar la guerra, navegaron
hasta la cercana isla de Ténedos, dejando atrás al falso desertor Sinón, que
persuadió a los troyanos de que el caballo era una ofrenda a Atenea (diosa de
la guerra) que haría inexpugnable Troya. A pesar de las advertencias de Laocoonte
y Casandra, el caballo fue llevado al interior de las puertas de la ciudad. Esa
noche, los guerreros griegos bajaron del caballo y abrieron las puertas para
dejar entrar al ejército griego. La historia se relata con detalle en el Libro
II de la Eneida.
La similitud
entre el Caballo de Troya y los buscapersonas asesinos radica únicamente en que
el término «Caballo de Troya» ha pasado a designar la subversión introducida
desde el exterior. La visibilidad y transparencia del artefacto, encarnado en
un objeto que no era de uso común, impedía reproducirlo de forma realista (si
es que lo hacía alguna vez) con eficacia en el futuro. Por el contrario, los
localizadores asesinos significan un cambio cualitativo en la tecnología de la
guerra y el control de la población. La misma tecnología y la misma complicidad
asesina que insidiosamente instaló material explosivo en estos aparatos podría
mañana instalar en cualquier otro dispositivo electrónico (teléfono móvil u
ordenador) cualquier sustancia que, en lugar de matar, pudiera dañar la salud,
crear pánico o alterar el comportamiento de su usuario, sin posibilidad alguna
de control por parte de éste. Con el desarrollo y la difusión de la
inteligencia artificial, cualquier aparato cotidiano puede utilizarse con este fin,
ya sea un coche o un microondas.
Las
convenciones internacionales contra el terrorismo, que el genocidio de Gaza
redujo a papel mojado, dejarán de tener sentido en el futuro, cuando cualquier
ciudadano que no luche en ninguna guerra esté condenado a vivir en una sociedad
en la que el acto de consumo más trivial puede traer consigo, además de la
garantía y la fecha de caducidad, su certificado de defunción, su certificado
de demencia mental o su compulsión a delinquir.
La división
internacional del trabajo de guerra y la maldición de Casandra
En un entorno
de tecnofascismo y tecnoterrorismo global, el capitalismo euro-norteamericano
se prepara activamente para pasar de la guerra fría a la guerra caliente. Ante
la mirada inexpresiva o repugnantemente impotente de sus ciudadanos, se prepara
un extraño reparto internacional del trabajo de matar: Europa se ocupará de
vencer a Rusia mientras que Estados Unidos se ocupará de vencer a China. Casi
al mismo tiempo, el primer comisario de Defensa de la Unión Europea, Andrius
Kubilius, ex primer ministro de Lituania, afirma que Europa debe estar
preparada para una guerra con Rusia dentro de
6-8 años, y un oficial de alto rango de la Marina estadounidense declara que
EEUU debe estar preparado para una guerra con China en 2027.
No tiene mucho
sentido predecir que la guerra tendrá lugar, sino que su resultado será muy
diferente del imaginado por estos empresarios de la guerra intoxicados por los
think tanks financiados por los productores de armas. La maldición de Casandra
se cierne sobre los pocos que se atreven a ver lo que es evidente.
Fuente: Znetwork
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