Una estrategia para construir un pueblo
fuerte, Más allá del colapso o del ecofascismo
José Luis Carretero Miramar
KAOSENLARED
17 de agosto de 2022
El pasado fin de semana desarrollé un
taller sobre los mecanismos de control empresarial en los centros de trabajo en
La Garma, un espacio ubicado en Los Llanos, en medio del campo cántabro. Se
trata de un lugar de resistencia y creatividad desde el mundo rural más
dinámico y abierto. En La Garma se trabaja el campo, se cosecha, se experimenta
con la bioconstrucción, se despliega una fértil comunidad de convivencia y se
realizan actividades de formación, campamentos infantiles y juveniles, se
dinamiza una escuela alternativa infantil y se desarrollan jornadas de
profundización en los más variados temas sociales y culturales.
La comunidad de La Garma se centra en la
convivencia y el equilibrio con el ecosistema, en la democracia directa y en la
iniciativa individual y colectiva. Es uno de esos espacios rurales donde se
demuestra en la práctica que es posible una alternativa ecosocial y creativa a
un mundo que se está degradando en recurrentes jirones de violencia, miseria y
desesperación.
Hay otros espacios como este en nuestro
país. Espacios que, en ocasiones, enfrentan una fuerte represión estatal, como
el pueblo autogestionado de Fraguas, en Guadalajara, que en estos momentos
solicita la solidaridad de todos nosotros y nosotras para hacer frente a los
gastos que su defensa judicial impone. Lugares como el pueblo de Marinaleda, en
Andalucía, que, impulsado por el sindicalismo jornalero, ha desarrollado una
trayectoria de décadas de autogestión.
También hay espacios urbanos animados por
la iniciativa popular y la gestión comunitaria de las necesidades y deseos de
las clases subalternas, como los Centros Sociales Autogestionados y ateneos
populares de los barrios. Podemos citar, sólo como ejemplos entre muchos otros,
el EKO de Carabanchel, el afamado Can Batlló de Barcelona, La Xisqueta de Santa
Coloma, o la Escuela Popular de Prosperidad, más conocida por “La Prospe”.
También podríamos hablar de los supermercados cooperativos, las redes de
economía social y solidaria, las organizaciones del sindicalismo combativo, los
movimientos por la vivienda y sus derivas autogestionarias (como la campaña de
“La Obra Social de la PAH”), las plataformas de defensa de la Sanidad o la
Educación, las asociaciones de migrantes, las organizaciones vecinales, los
organismos internacionalistas de solidaridad con Palestina, Rojava o América
Latina, etc., etc., etc.
Este tejido de iniciativas de base
desmiente la recurrente letanía pesimista y disolvente de muchos grandes
nombres de la izquierda alternativa y la ecología política (muy respetables en
muchos otros sentidos) que nos intentan, una y otra vez, moralizar actuando
como Casandras de un colapso inevitable y una absoluta impotencia de las clases
populares.
También desmiente la absurda cabalgada en
retirada ideológica de los actores del “asalto institucional” que dicen haber
descubierto que la “izquierda no existe” y que lo mejor que podríamos hacer es
una especie de traducción de las tesis de Laclau explicado a Bambi en el
lenguaje de “Barrio Sésamo”, mientras nos entregamos, “rendido el Ejército
Rojo”, a una muda admiración de “nuestros” representantes parlamentarios.
Sin embargo, no negaremos que esta trama
ubicua de iniciativas no muestra también sus limitaciones a la hora de la
acción social y política, como, por ejemplo, la fragmentación de las
propuestas, la falta de un objetivo más amplio, la colonización por parte de la
socialdemocracia de los cuadros y los anhelos personales. Pero también, y,
sobre todo, la ausencia de una estrategia de conjunto.
Decía John William Cooke (un peronista de
izquierda que le gustaría poco a nuestros insomnes mezcladores de Laclau con el
nazi Carl Schmidt) que uno de los principales problemas de los movimientos
populares es la burocracia. Pero, nos indicaba Cooke, lo que caracteriza a la
burocracia no es, como se suele creer, el reformismo, la ocupación de los
cargos en las estructuras partidarias, sindicales o estatales, o la cobardía,
sino la absoluta falta de una estrategia para transformar la coyuntura.
Lo que caracteriza a la burocracia, por tanto,
es que se limita a hostigar al poder según lo acostumbrado, actuando
rutinariamente, pensando que este caerá por si sólo en un colapso que nunca
llega (y cuando llega no es como se esperaba) o que, ante la proximidad de la
debacle, el poder negociará con ella un acuerdo que salve a la sociedad (lo que
no ocurre nunca, por el simple hecho de que el poder no tiene ninguna necesidad
de negociar con quien no amenaza sus negocios esenciales).
Hay que reconocer que, en este sentido,
los militantes de los movimientos sociales y sindicales de nuestro país somos
mucho más burocráticos de lo que nos gustaría reconocer. Carecemos de
estrategia de conjunto, de sentido de movimiento colectivo y no abundan las
propuestas de ruptura y transformación de la coyuntura, sino más bien las
costumbres pasivas y las loas a un pesimismo paralizante.
¿Podemos aventurar líneas para una
estrategia de ruptura con lo dado, de desvío del futuro al que parecemos estar
condenados? Podemos y debemos. Por supuesto, delinear una estrategia de
movimiento es un trabajo colectivo, pero que debe partir de iniciativas
individuales, de la energía de las y los militantes, de la imaginación, la
experiencia y el deseo de las organizaciones populares, y de las mujeres y
hombres que las conforman y nutren.
Esto no es una homilía, un sermón, ni una
apelación a la bondad desclasada o a una espiritualidad “bonita, pero sin
consecuencias”. Hace ya décadas se contaba que, en la selva de Chiapas, los
indígenas que querían proponer hacer una mesa, en una asamblea, debían hacerlo
con un tablón, un martillo y unos clavos en la mano. En nuestro sindicato lo
tenemos en los estatutos: quien propone una iniciativa se compromete a
participar en su desarrollo. Así que, si uno habla de la necesidad de una
estrategia, debe proponer una, aunque sólo sea a título tentativo, de bosquejo,
de primera aproximación a un debate necesario.
Ahí va, por si a alguien se le ocurre
aceptar un debate sobre algo más sólido y menos evanescente, que, si “debemos
querernos más”, o que, si “en 2080 iremos todos en taparrabos”, una pequeña
colección de propuestas para el día de hoy. No están muy trabajadas, no son la
última palabra sobre nada. Son la iniciativa de un militante “irrelevante” para
muchos, “reformista” para algunos, y probablemente, “ultrarradical” para los
que cuentan cuentos enternecedores a “la gente”.
1.-En primer lugar, la base de la
estrategia es la inserción social, la construcción de un pueblo fuerte. Para
transformar el mundo hay que organizar a las clases populares, articularlas,
empoderarlas. No sirve con una vanguardia esclarecida pero alejada de las
masas, ni con sustituir al pueblo por los departamentos de márketing político o
las élites intelectuales. La transformación implica insertarse en las luchas de
las masas, impulsar su iniciativa, su autoorganización. Moverse entre ellas
“como el pez en el agua”.
2.-En segundo lugar, el objetivo político
fundamental es “ganar población”, como decía Abraham Guillén. Aliarse con los
sectores populares, convencer a los trabajadores. La “guerra de posiciones” es
un absurdo conservador en el tiempo de las “guerras híbridas”. La participación
expandida de los seres humanos es el objetivo y la principal fuente de energía.
No se trata de hacer “personal branding”, se trata de crear redes de
autoorganización de personas reales.
3.-La mejor forma de convencer a alguien
de algo es con las orejas. Escuchar a las masas es iniciar procesos de amplio
diálogo con los trabajadores y trabajadoras, con los habitantes de los barrios,
con los y las cooperativistas y autónomos/as. Impulsar procesos de encuesta
obrera y debates abiertos en los barrios, centros de trabajo e instituciones
culturales y educativas. Investigar cuáles son los problemas inmediatos en los
barrios y pueblos y los obstáculos reales y locales que limitan nuestra
actividad. Desarrollar talleres y dinámicas de grupo para promover la
autoexpresión y clarificación de los deseos de los trabajadores y trabajadoras.
Menos clases magistrales de académicos en pleno proceso de “personal branding”
y más investigación colectiva y participante de lo que está ocurriendo.
4.-La construcción de un pueblo fuerte ha
de impulsarse en los espacios naturales de socialización, es decir, en el
trabajo (asalariado, autónomo o cooperativo), en el barrio o municipio y en la
familia (extensa). Son los espacios de los que todos y todas participamos,
querámoslo o no. Retirarnos de ellos para construir burbujas en torno a ideas
abstractas es una vía directa a la difusión del sectarismo, la fragmentación y
las luchas cainitas. No nos vamos a poner de acuerdo sobre las formas de la
abolición del Estado, sobre las dinámicas de la “subsunción real” o sobre “que
vendrá tras la crisis ecológica terminal”. Pero nos podemos poner de acuerdo
para intervenir en los espacios naturales de socialización impulsando dinámicas
reales y concretas de autogestión, reapropiación de nuestras vidas y adaptación
ecológica.
5.-El trabajo es el espacio del
sindicalismo combativo y el cooperativismo consciente. El sindicalismo de
combate debe expandir y reforzar sus coordinaciones locales (como el Bloque
Combativo y de Clase, en Madrid, o la Taula Sindical de Catalunya), estructurar
y difundir dinámicas de solidaridad con las luchas de otros centros de trabajo
más allá de las siglas, buscar maneras de reconducir las fracturas (o, más
bien, lejanías muchas veces inconscientes) generadas por la diversidad cultural
del Estado y el “patriotismo de organización”. Multiplicar las cajas obreras de
resistencia en sus distintos modelos. Impulsar medios de comunicación del
conjunto del movimiento obrero y aceptar participar en los debates que se
planteen en otras organizaciones.
Por otra parte, se deben constituir
“Consejos Productivos Locales” en los que estén representados los sindicatos
combativos, las redes de economía social, los centros sociales, las plataformas
en defensa de los servicios públicos y las organizaciones de parados y
migrantes. La función de estos Consejos es investigar la estructura productiva
local, las vías de expansión de la actividad autogestionaria e impulsar la
solidaridad entre los distintos pilares de una nueva, pero real, economía
social, ecológica, feminista y bajo control de los trabajadores y vecinos.
En el campo, habría que construir
organismos comarcales y regionales de coordinación de los sindicatos de
trabajadores agrarios, las iniciativas autogestionarias y las comunidades y
ecoaldeas. Generar bancos comarcales de recursos (semillas, maquinaria, trabajo
voluntario, etc.) para coordinar dinámicas de apoyo mutuo.
6.- En barrios y municipios habría que
impulsar asambleas vecinales recurrentes, articular redes de centros sociales e
iniciativas culturales, experimentar con mecanismos de financiación colectiva
(cooperativas de crédito, banca ética, redes de apoyo mutuo…). Federar y
sostener las plataformas de defensa de los servicios públicos, impulsando la
investigación de alternativas de gestión comunal-comunitaria, con participación
de los trabajadores y usuarios. Defender la remunicipalización de los servicios
privatizados. Impulsar el tejido económico autogestionario y cooperativo local
mediante la creación de Mercados Sociales. Crear medios de comunicación
centrados en el entorno. Ya sabemos que todo esto ya se hace, en una medida u
otra, se trata de impulsar la articulación de las experiencias, conformar redes
aún más amplias, ligarlas al mundo del sindicalismo y de la lucha ambiental,
construir una trama organizada de pueblo en movimiento.
7.-Defender la familia libre y extensa, es
decir, superar la deriva a una vida individual aislada y a la familia nuclear
(egoísmo a dos) que ha promovido el capitalismo. El feminismo tiene mucho que
decir sobre esto. Primos y primas, amigos y amigas, examantes, hijos e hijas,
parejas en todos los modelos, comunidades de convivencia, vecinos y
vecinas…tramas, diálogos, riqueza de relaciones, apoyo mutuo. Rehacer la
familia desde un modelo rizomático en resistencia frente al aislamiento y el
autoritarismo. Debatir sobre esto, multiplicar las iniciativas de apoyo mutuo,
exigir ayudas sociales para los nuevos modelos de familia y de convivencia.
Abrir espacios autogestionados para el bienestar de los menores y dependientes.
8.-Y, sobre todo, contar lo que hacemos.
Hablar de ello. Hacer Congresos y Encuentros de la economía popular, el sindicalismo
combativo y las iniciativas territoriales. Impulsar los medios de
contrainformación. Desbordar el mundo de las organizaciones estructuradas
entorno a ideas abstractas y contaminarnos mutuamente desde la práctica de
masas. Caminar hacia un gran Congreso del Pueblo, como doble poder, productivo,
sindical y territorial, capaz de construir un futuro que convierta al
previsible colapso del capitalismo en el inicio de una sociedad del común y la
libertad.
Casi nada. Quizás me he puesto demasiado
lírico. Pero no basta con “querernos”, con “hacer iniciativas de huertos
locales” o con “abandonar la idea de la izquierda y votar” a alguien difuso y
confuso. Hay que tomar cartas en el asunto. Todas juntas.
Por José Luis Carretero Miramar para
Kaosenlared
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