Qué es el colapsismo, el discurso que cuestiona la eficacia de la
transición a las energías renovables
KAOSENLARED / POR OTROS MEDIOS
18 de agosto de 2022
“Si la
industrialización, la contaminación ambiental, la producción de alimentos y el
agotamiento de los recursos mantienen las tendencias actuales de crecimiento de
la población mundial, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en
el curso de los próximos cien años”. La sentencia puede sonar apocalíptica,
pero no es ni mucho menos nueva: está extraída de un informe elaborado
por expertos de primer nivel en 1972, hace —¡Exacto!— justo medio siglo.
Si su
vaticinio es correcto, el escenario que traza se alcanzará antes de que acabe
el siglo XXI.
Quizás suene
demoledor, pero hay quienes, como los colapsistas, opinan que avanzamos con
paso firme hacia ese horizonte y nos resultará muy difícil desviarnos de la
senda, igual que una especie de sino indefectiblemente ligado al capitalismo.
Su postura, al menos la de los teóricos más radicales, ya genera debate incluso
entre los ecologistas en plena crisis
energética y descarbonización.
“Nos vamos al carajo”. Así, sin medias tintas, se expresa
Antonio Turiel, una de las voces más célebres del colapsismo en España,
durante una
entrevista con El País. El nombre de la corriente de
pensamiento la define bastante bien: grosso modo, los colapsistas creen que
nuestro sistema tiene los pies de barro. Si seguimos creciendo —sostienen, en
línea con el
informe del 72— ignorando los límites de nuestros recursos y el
impacto ambiental, nuestra forma de vida sencillamente acabará colapsando.
Igual que una máquina a la que se ha pedido demasiado y acaba fundida.
La premisa
la define con puntería Emilio Santiago, investigador de antropología climática
del CSIC, en un
artículo publicado en Climática: “El colapsismo
considera que ante el choque con los límites planetarios en sus distintas
formas (crisis climática, pero también energética, de biodiversidad…) el
colapso de la civilización industrial es un hecho consumado, una suerte de
destino. El margen de acción ante esta trayectoria se habría reducido a
colapsar mejor o peor”.
Pero tenemos la revolución verde, ¿no? Pues no del todo. Al menos eso
creen los colapsistas, convencidos de que sustituir por completo los
combustibles fósiles por energías renovables resulta inviable. “Nadie ha
conseguido montar un aerogenerador o un panel fotovoltaico sin que en el
proceso de extracción de materiales, fabricación, transporte, instalación o
mantenimiento haya acabado interviniendo energía fósil”, señala
Turiel a El País. Y no es el único problema.
Quienes
defienden la postura deslizan también que las renovables afrontan otro reto de
calado, límites imposibles de ignorar: la disponibilidad de los minerales
necesarios, como el litio, una escasez que ya
está dando dolores de cabeza a la industria. Su arsenal de
argumentos no se acaba ahí. La corriente incide en la complejidad técnica de
pasar de los combustibles fósiles a energías limpias, sobre todo en ciertos
sectores, o el propio impacto ambiental de la extracción de minerales.
Pero nos queda la tecnología… ¿O no? He ahí, señala
Santiago, una de las grandes “encrucijadas” del debate: el choque
entre los tecnoptimistas, convencidos de que la tecnología conseguiría ampliar
las fronteras del crecimiento y actuará como tabla de salvación; y el colapsismo
que considera que la crisis climática o energética nos pondrá contra las
cuerdas.
Los primeros
confían en que gracias al desarrollo seguiremos avanzando igual que lo hacemos
desde los ya lejanos tiempos de la
revolución industrial. Los segundos, que no conforman ni mucho menos
una ideología homogénea y ofrecen múltiples matices, lo ven más difícil.
Curiosamente, para el investigador del CSIC, ambas posturas comparten un punto:
subestiman el factor político.
¿Qué proponen entonces? Básicamente, que pisemos el
freno. Turiel señala que el colapso no es ni mucho menos un sino indefectible y
obligatorio, un destino impepinable; pero esquivarlo, advierte, exige cambios
más profundos: decrecer, reducir la necesidad de energía y también de
materiales. Su planteamiento lo conecta en cierto modo con la propia teoría del decrecimiento,
el movimiento político, social y económico que cuestiona la idea de un
crecimiento infinito.
“No se trata
de hacer las cosas más eficientes, sino de hacer muchas menos”, abunda Turiel,
que plantea, a modo de ejemplo, el fin del modelo de la automoción privada. El
colapsismo no se puede considerar en cualquier caso una doctrina rígida con
propuestas cerradas, sino —desliza
Santiago— “un modo de razonar”, un marco global. Otras voces
insisten en la importancia de reconocer el problema y asumir la necesidad de
aplicar “cambios”, a nivel personal y social.
Una cuestión de marcos. “La economía capitalista es muy
buena cuando tiene recursos abundantes, porque tiene esa capacidad de
explotarlos al máximo; pero cuando se encuentra con límites es incapaz de
adaptarse”, recalca
la investigadora Margarita Mediavilla a El País. El dilema, abunda, vuelve a ser el
mismo: “El mal decrecimiento lo tenemos asegurado”. Nos queda al menos
organizarlo para poder tomar las riendas de ese trance. El escenario que
afronta Europa, con una crisis energética que ya
obliga a tomar medidas, sitúa el debate en el centro del foco
social.
Debate entre los ecologistas. Aunque puedan compartir ciertas
premisas —como alertar sobre los límites del planeta— el discurso del
colapsismo provoca algunas fricciones entren los ecologistas. Hay quien ve en
sus planteamiento una coartada perfecta para los contrarios a las renovables.
Sus
advertencias, apuntan, restan valor a la transición y ofrecen una cómoda
trinchera argumental a quienes rechazan las energías verdes. Al fin y al cabo,
¿para qué encarar el difícil camino hacia las renovables, si no servirá para
gran cosa ni evitará una desaceleración? Otros alertan sobre el riesgo
estratégico de trazar “horizontes apocalípticos” o descargar la responsabilidad
en el ciudadano.
¿Argumentos incontestables? Esa es la gran cuestión de
fondo: ¿Son realmente sólidos los argumentos en los que enraíza el colapsismo?
Hay quien ve fisuras importantes. Un ejemplo claro lo deja el propio litio.
¿Hay escasez? Cierto.
Pero también lo es, recuerdan los expertos, que la cantidad de reservas
disponibles se ha multiplicado en la última década, que en el futuro se pueden encontrar más recursos
minerales y que —sin necesidad de caer en el tecnoptimismo— la
tecnología ha dado sobradas muestras ya de su capacidad: “No hay ningún
predeterminismo tecnológico”.
“El colapso
es el diagnóstico, no la receta —concluye Gaspar Manzanera en
un extenso artículo publicado por la CNT sobre la corriente—. Viendo cómo se
usa la noción de colapso en los discursos públicos, parece haberse invertido la
relación y haber asumido el colapso como receta creando una suerte de
colapsismo. Pero el colapso de un sistema injusto, autoritario y, además,
inestable no lleva por sí mismo a la superación de la injusticia, el autoritarismo
y la inestabilidad”.
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