La esquizofrenia política de China es aún más acusada que la de Rusia, porque se denomina a sí mismo como un país “socialista” y el Partido Comunista sigue en pie a pesar de los achaques propios, que no son los de su edad precisamente.

A ello hay que añadir la esquizofrenia de quienes dicen que este tipo de países han regresado al capitalismo como si dar la vuelta a la historia fuera lo mismo que dar la vuelta a un calcetín. O no saben lo que es la historia o no saben lo que es un calcetín.

Una larga experiencia muestra que la construcción del socialismo es un fenómeno extraordinariamente complejo, mientras que -por el contrario- su destrucción sería “coser y cantar”, según algunos “expertos”.

Algo está fallando aquí y es lo siguiente: el imperialismo es una época de la historia caracterizada por la transición del capitalismo al socialismo, de tal manera que cuando se da el fenómeno contrario -como se ha dado- hay que hilar muy fino porque entonces aparecen muchas paradojas.

Esas paradojas no sólo conciernen a la arena internacional, donde son muy llamativas, sino también en las cuestiones internas.

Por ejemplo, en China a los estudiantes les enseñan marxismo en las escuelas y universidades. Recientemente el Partido Comunista de China ha estrenado una serie de animación de siete capítulos sobre la biografía de Carlos Marx que se difunde a través de Bilibili, el canal más visitado del mundo en películas de animación.

El problema en China es que los estudiantes no sólo aprenden sino que ponen en práctica el marxismo y cuando salen de las aulas se van a las fábricas y a los tajos a conocer las condiciones laborales y vitales de los obreros, van a sus manifestaciones, asisten a sus reuniones, a sus protestas y a sus luchas.



El verano pasado muchos estudiantes viajaron hasta Guangdong para apoyar a los trabajadores de la empresa Jasic Technology, que fabrica de maquinaria de soldadura y tiene su sede en Shenzhen. Los trabajadores intentaban organizarse y unos y otros han encendido las alarmas dentro del Partido Comunista; una cosa es leer “El Capital” y otra tomárselo en serio.

Los estudiantes van a la cafetería de la fábrica, ayudan a los trabajadores a recoger las bandejas sucias y a limpiar las mesas, proyectan de películas para los obreros, arreglan sus móviles, charlan, bailan, imparten cursos, pasan el tiempo con ellos en la cafetería o hacen “taichí” conjuntamente en las plazas públicas.

Los estudiantes se califican a sí mismos como “marxistas” y lo que ven en China es lo mismo que Marx vio en Inglaterra hace 150 años, o muy parecido, o lo que vieron sus abuelos en la vieja China, aquella contra se declararon en guerra.

Se han agrupado en torno a la Asociación para el Desarrollo Popular “Nueva Luz” y a través de una propaganda tanaz están consiguiendo que todos pongan el foco de atención sobre las condiciones laborales de la clase obrera, los despidos, los desahucios de las viviendas o la deficiente atención sanitaria.

En China los marxistas son fuertes en determinados aparatos del Partido Comunista, como la propaganda, y del Estado, y su influencia crece, por lo que se les empiezan a cortar las alas, de tal manera que la teoría no tenga nada que ver con la práctica exponer el marxismo de la misma manera que se expone a Wittgenstein en las aulas.

“Como marxistas, lo más importante es tener un vínculo emocional con los trabajadores, y considerar su sufrimiento como nuestro”, dice un estudiante de la Universidad de Nanjing dando en el clavo de lo que está ocurriendo en China ahora mismo.

En internet las publicaciones de estos estudiantes defienden al Partido Comunista de China al mismo tiempo que lo dejan en evidencia, lo mismo que al Estado, a los gobiernos regionales y a los ayuntamientos.

Cuando se la mira de frente, en una sociedad así todo son paradojas. A los universitarios que viajaron a Shenzhen el verano pasado les obligaron a marcharse y algunos fueron puestos en arresto domiciliario durante varias semanas, e incluso detenidos. La universidad les ha advertido de que no deben participar en las manifestaciones de los trabajadores. La propaganda de los marxistas también empieza a ser censurada por el rectorado de la propia universidad.

Es el duro camino del aprendizaje. “La letra con sangre entra”, decía un viejo refrán reaccionario. Los estudiantes están tan perplejos como el propio país. “Creo que lo que estamos haciendo debe ser apoyado por el gobierno”, dice una estudiante. “Crecimos en un país socialista. La Universidad Popular nos ha enseñado a apoyar a los trabajadores”, añade.
Como dirían los buenos marxistas, China es un país de contradicciones más que de contrastes. En 2015 la Asociación “Nueva Luz” fue muy elogiada por el Diario del Pueblo, el más oficial entre los medios oficiales chinos, por su tarea de apoyo a los trabajadores migrantes. Pero han dado un paso más: tratan de acercarse a esos mismos trabajadores, se reúnen con ellos, los atienden gratuitamente en clínicas, bailan en las plazas conjuntamente…

Ha sido como cruzar otra línea roja. Tanta cercanía con la clase obrera no gusta nada.