ALIAGA, NEGRO Y LUTO
Desolación, negro, silencio, olor, ausencia, muerte, incomprensión, desidia, nada, paz.
Desolación de unos ojos que contemplan lo que no desean, de unas retinas impregnadas por el color negro, solo negro. Negro que se opone al azul del cielo, que lo observa y que por la noche se funde con la tierra como si quisiera consolarla.
Silencio donde nunca lo hubo. Silencio por la ausenta total de vida, por la nada, por el negro.
Olor a tragedia, a restos, a escoria de vida, a ausencia repleta de ausencia de colores y al aire que se pasea entre la muerte repartiéndose por todo.
Monumento patético a la muerte ya viuda de sí misma.
Dolor de una naturaleza sacrificada sin su consentimiento, a lo bonzo, en una inmensa pira que tiñó de rojo el cielo azul, para iluminar también el drama de la noche.
Dolor de los pinos que al quemarse retorcían sus ramas hacia el tronco, como queriendo abrazar lo poco de vida que les quedaba, acurrucase para sufrir en silencio.
Dolor de los ojos que lo contemplan.
Nada. Apenas nada es lo que queda, solo el negro de las esculturas inertes que nos recuerdan su agonía.
Pese a todo, se respira paz. Paz resultado del contraste con la guerra que allí se libró, y se perdió. Guerra contra los elementos, contra la incompetencia y la dejadez humana de la que dejaron claras muestras nuestros gobernantes.
Paz que se tatúa en los ojos del que contempla el espectáculo monocromo y siniestro.
Resignación del que solo ve lo que ve, del que se resiga, del que solo ve pasar el tiempo, del guerrero que tras la batalla ha ganado o perdido pero ya ha luchado.
Incomprensión, impotencia y rabia de los lugareños, que vieron cómo en lo más álgido de la contienda contra el fuego, desfilaron por el campo de batalla, (aunque a distancias prudenciales del frente, para no quemarse ni mancharse los zapatitos), gobernantes de todo pelo, que se empujaban entre sí para buscar el hueco en la foto.
Negra, como lo que nos han dejado fue la actuación de estos politiquillos de tres al cuarto. Desviaron a los retenes de la zona a otros incendios en otros terrenos, de los cuales no eran conocedores, tuvieron los “santoscojones” de decir en los medios de comunicación, que como el incendio estaba incontrolado se retiraban hasta mañana, ¡a ver qué pasaba!, impidieron la entrada de civiles a la zona X, y a todas las demás zonas en vez de valerse de ellos como conocedores y guías fieles de aquellos parajes.
Desidia de los gobernantes de medio pelo que nos gobiernan y que dejaron que se quemasen unas cuantas casas de un pueblo, al que accedió el fuego por un ribazo.
Dejadez y falta de profesionalidad de los “manejamapasdedespacho” que no sabían ni dónde estaban.
Abandono de Teruel, en pro de Tarragona, por la repercusión mediática que implicaba este otro siniestro, en el que al drama natural se unió el humano y todos lamentamos profundamente.
En el pueblo sólo queda la desolación, rabia, impotencia, dolor e incomprensión. Ya se han marchado las televisiones y las radios y los políticos de la foto con las llamas al fondo. Sólo quedan ya las gentes del pueblo y el negro. Negro como monumento aún en pie de lo que no hacen nuestros políticos. O al menos, de lo que no hacen por los demás, ya que de lo suyo bien que se cuidan, pues al fin y al cabo, es lo que realmente les importa.
Por ello, no será extraño al paseante toparse con terrenos verdes entre tanto negro para poder descansar la vista.
Cerca de 13000 hectáreas quemadas no es ninguna broma, es el incendio más grande de este verano en España.
Esperemos que dentro de otros quince años no volvamos a revivir esta tragedia que nada tiene que envidiarle a las griegas, aunque si piensas mal…
Desolación, negro, silencio, olor, ausencia, muerte, incomprensión, desidia, nada, paz.
Desolación de unos ojos que contemplan lo que no desean, de unas retinas impregnadas por el color negro, solo negro. Negro que se opone al azul del cielo, que lo observa y que por la noche se funde con la tierra como si quisiera consolarla.
Silencio donde nunca lo hubo. Silencio por la ausenta total de vida, por la nada, por el negro.
Olor a tragedia, a restos, a escoria de vida, a ausencia repleta de ausencia de colores y al aire que se pasea entre la muerte repartiéndose por todo.
Monumento patético a la muerte ya viuda de sí misma.
Dolor de una naturaleza sacrificada sin su consentimiento, a lo bonzo, en una inmensa pira que tiñó de rojo el cielo azul, para iluminar también el drama de la noche.
Dolor de los pinos que al quemarse retorcían sus ramas hacia el tronco, como queriendo abrazar lo poco de vida que les quedaba, acurrucase para sufrir en silencio.
Dolor de los ojos que lo contemplan.
Nada. Apenas nada es lo que queda, solo el negro de las esculturas inertes que nos recuerdan su agonía.
Pese a todo, se respira paz. Paz resultado del contraste con la guerra que allí se libró, y se perdió. Guerra contra los elementos, contra la incompetencia y la dejadez humana de la que dejaron claras muestras nuestros gobernantes.
Paz que se tatúa en los ojos del que contempla el espectáculo monocromo y siniestro.
Resignación del que solo ve lo que ve, del que se resiga, del que solo ve pasar el tiempo, del guerrero que tras la batalla ha ganado o perdido pero ya ha luchado.
Incomprensión, impotencia y rabia de los lugareños, que vieron cómo en lo más álgido de la contienda contra el fuego, desfilaron por el campo de batalla, (aunque a distancias prudenciales del frente, para no quemarse ni mancharse los zapatitos), gobernantes de todo pelo, que se empujaban entre sí para buscar el hueco en la foto.
Negra, como lo que nos han dejado fue la actuación de estos politiquillos de tres al cuarto. Desviaron a los retenes de la zona a otros incendios en otros terrenos, de los cuales no eran conocedores, tuvieron los “santoscojones” de decir en los medios de comunicación, que como el incendio estaba incontrolado se retiraban hasta mañana, ¡a ver qué pasaba!, impidieron la entrada de civiles a la zona X, y a todas las demás zonas en vez de valerse de ellos como conocedores y guías fieles de aquellos parajes.
Desidia de los gobernantes de medio pelo que nos gobiernan y que dejaron que se quemasen unas cuantas casas de un pueblo, al que accedió el fuego por un ribazo.
Dejadez y falta de profesionalidad de los “manejamapasdedespacho” que no sabían ni dónde estaban.
Abandono de Teruel, en pro de Tarragona, por la repercusión mediática que implicaba este otro siniestro, en el que al drama natural se unió el humano y todos lamentamos profundamente.
En el pueblo sólo queda la desolación, rabia, impotencia, dolor e incomprensión. Ya se han marchado las televisiones y las radios y los políticos de la foto con las llamas al fondo. Sólo quedan ya las gentes del pueblo y el negro. Negro como monumento aún en pie de lo que no hacen nuestros políticos. O al menos, de lo que no hacen por los demás, ya que de lo suyo bien que se cuidan, pues al fin y al cabo, es lo que realmente les importa.
Por ello, no será extraño al paseante toparse con terrenos verdes entre tanto negro para poder descansar la vista.
Cerca de 13000 hectáreas quemadas no es ninguna broma, es el incendio más grande de este verano en España.
Esperemos que dentro de otros quince años no volvamos a revivir esta tragedia que nada tiene que envidiarle a las griegas, aunque si piensas mal…