¿Quién dijo que el
sentido común era el menos común de los sentidos? Eso a veces se ve en ensayos
pseudo académicos en los que su autor/a quiere ser vanguardia de un pensamiento
que no por ser absurdo es menos dañino, pues acaba por seducir a algunos/as
¿Sexismo en los cuentos de hadas?
Roberto Luigi Pagani
El Viejo Topo
22 marzo, 2024
No es ningún
secreto, pero desde hace un año trabajo en una publicación sobre el
folclore islandés. Leyendas, cuentos de hadas e historias que,
bajo una apariencia más o menos fantástica, transmitidas en el lenguaje
sencillo de generaciones de campesinos y pescadores, encierran grandes valores
universales. No soy folclorista de formación, pero digamos que para este trabajo
he tenido que estudiar mucho sobre el tema, y he adquirido cierta familiaridad
con la simbología y las convenciones típicas del género. Por eso me gustaría
hacer algunas observaciones sobre algunos fragmentos publicados de un monólogo
de Paola Cortellesi sobre el sexismo en los cuentos de hadas,
pronunciado en la inauguración del curso académico en la Luiss (Libera
Università internazionale di studi sociali). Me gustaría señalar que no
tuve la oportunidad de escucharlo todo, y reconozco que es posible que estas
frases hayan sido descontextualizadas y tergiversadas o distorsionadas. No
obstante, las comento tal como han sido relatadas, porque creo que ofrecen
pistas útiles para transmitir información y consideraciones importantes en el
clima cultural actual.
Desgraciadamente,
no puedo analizar exhaustivamente cada elemento, por razones de espacio, y me
limitaré a comentar algunas frases citadas en artículos periodísticos,
tratándolas de forma sumaria pero, espero, lo suficiente para mostrar cómo (en
mi humilde opinión) esas frases tergiversan y distorsionan los elementos de los
cuentos de hadas que critican, de una forma, en mi opinión, muy sesgada e
ideológica. Para abreviar, parafraseo las afirmaciones en
cuestión, poniéndolas en cursiva. No son citas textuales, y si las he
malinterpretado pido disculpas de antemano, pero repito que el objetivo aquí no
es atacar a la persona a la que supuestamente se atribuyen, sino su contenido
literal, tal como aparece.
El poder salvífico se confía a los hombres
La lectura de
la intervención salvífica de las princesas como una afirmación del poder
masculino es ingenua y reductora (quién sabe por qué, entonces, siempre se
olvida al hada madrina de Cenicienta, o a la abuela de la sirenita en el cuento
original de Andersen, o a las hadas en La Bella Durmiente de Disney. Y qué
decir de Gretel que también salva a su hermano Hansel matando a la bruja, de la
Bella que salva a la Bestia…). Ciertamente, la tradición ha personificado en
algunos casos a ciertos príncipes en figuras masculinas, pero personificación no
significa identificación. El príncipe de Blancanieves de
Disney no es un hombre concreto, y de hecho no tiene una personalidad,
como la protagonista, sino que sirve como encarnación de un principio, el
principio (recurrente en la literatura) de que el amor vence a la
muerte. Quejarse de que, en un cuento de hadas decimonónico o en su
transposición Disney de 1937, hayan elegido a un hombre, sería como quejarse de
que, en el cuento del Gato con Botas, cuando murió el pobre molinero, su hijo
pequeño no fue atendido por los servicios sociales, o algo así. En la sociedad
reflejada en este cuento, el amor considerado estándar era de ese tipo, una
unión de hombre y mujer. Esto no quiere decir que deba seguir siendo así hoy en
día, o que ver Blancanieves signifique que también deba aplicarse hoy en día.
Blancanieves
representa la historia de una joven con un potencial innato (representado
simbólicamente por su condición de princesa), que se ve sofocado por
una naturaleza y un destino adversos (representados por su madrastra).
La madrastra teme el crecimiento y la emancipación de Blancanieves, que debe
abandonar su hogar y huir a un mundo peligroso para crecer y ser autónoma. Lo
hará a través de una serie de errores, de los que
aprenderá. Por supuesto, también tendrá la suerte de conocer a amigos que la
ayudarán, otra cosa fundamental para crecer, porque de ciertos tropiezos uno no
puede levantarse realmente solo, ¡y es importante poder contar con
amigos!
Estos cuentos
de hadas no son historias de chicas guapas sin personalidad que cometen tonterías
y se salvan porque a un príncipe de paso le gustan físicamente. ¿Cómo se puede
ser tan superficial e ingenuo? El cuento de la Bella Durmiente, por ejemplo, es
la historia de una hija única de padres aprensivos, que por eso fue
sobreprotegida durante su infancia. En su bautizo, los padres intentaron
ingenuamente alejar al hada malvada, que representa el mal del mundo, pero el
mal sigue reclamando su parte en la vida de la niña. Esto le ha impedido
madurar, privándola de oportunidades para enfrentarse al mal y fortalecerse.
Así, llega a los 16 años sin saber nada de la vida, hasta el punto de
enamorarse tonta y ridículamente del primero que se le presenta, y de estar tan
poco preparada para afrontar los retos de la vida que basta que un huso le
pinche en un dedo para matarla. El sueño representa la retirada de una vida que
ha resultado no ser el cuento de hadas que los padres o cuidadores han
intentado recrear. Todos pagan el precio de su error: la familia y también la
sociedad, porque para ellos también es crucial que las niñas maduren y se
vuelvan responsables e independientes, de lo contrario todo se detiene. Si la
mujer crece inerte e indefensa, la sociedad se paraliza. En este cuento de
hadas, el príncipe (que, como es lógico, tiene nombre) tiene que pasar por
pruebas, fracasar, ser encarcelado pero también –¡OÍDO! ¡OÍR! – salvado por la
ayuda de mujeres mayores, maduras y caritativas) es a
su vez un símbolo. No el símbolo del hombre patriarcal, sino el símbolo del
sentido de la responsabilidad de la niña y de la sociedad en su conjunto, que
tiene que arremangarse y enfrentarse a un mal, un hada malvada, que ha crecido
porque no se le hizo frente a su debido tiempo, y que ahora es un terrible
dragón. Para matarlo, hay que atravesar un bosque de zarzas (o llegar hasta la
propia princesa, en el cuento original), lo que puede leerse como la extrema
dificultad de madurar cuando se ha esperado demasiado para hacerlo y los
problemas de la realidad se han amontonado y espesado. El príncipe encarna la
voluntad y la conciencia de sí misma de la niña y de la sociedad en su
conjunto, que debe trabajar sobre sí misma para salir del torpor que se ha
autoinfligido al querer evitar el mal en lugar de afrontarlo. Quejarse de que
se haya elegido a un príncipe y no a una princesa lesbiana o a alguien que se
considera no binario sería tan absurdo como quejarse de que en estos cuentos de
hadas siga existiendo la servidumbre, la caza, las clases sociales del momento
o cualquier otro elemento que choque con nuestros valores actuales. Cuando se
escribieron, la única forma aceptada de relación romántica era la del hombre y
la mujer, que en los cuentos de hadas representa la unión simbólica no de dos
sexos, sino de una constelación de valores, fortalezas y debilidades que se equilibran,
desafían y apoyan mutuamente. El caos representado por el hada malvada, y el
hecho de que el príncipe deba derrotarla, no debe leerse como si el cuento de
hadas enseñara que «la mujer es el caos y el mal, pero el hombre es la
responsabilidad y el orden»: el caos es propio del mundo y de la naturaleza,
mientras que el principio de responsabilidad y madurez es algo que cada uno
debe hacer suyo. La unión final de Felipe y Aurora no debe leerse literalmente
como un mensaje que grita «¡CASAROS!», sino como la unión simbólica de la
persona con el principio intelectual que la salvó, convirtiéndola ya no en una
niña inmadura, sino en una mujer adulta y consciente.
Está claro que
el cuento de la Bella Durmiente es una representación simbólica con
sencillos instrumentos folclóricos de un tiempo pasado, de la necesidad
de enfrentarse a la realidad, madurar y asumir responsabilidades: es
también una advertencia contra los padres sobreprotectores y una invitación a
dejar que los niños se ensucien y se hagan daño mientras crecen, para que estén
preparados cuando tengan que enfrentarse a los grandes males de la vida.
La única dote de las protagonistas es que son bellas (si Blancanieves
hubiera sido un mejillón, quizá no se habría salvado).
La belleza es
un motivo literario simbólico, una convención estilística como «érase una vez».
No debe tomarse al pie de la letra, y puede interpretarse metafóricamente.
Siempre estamos repitiendo que la belleza es subjetiva y tiene muchas
declinaciones, así que ¿por qué fijarnos en una supuesta belleza de unos
personajes cuyos rasgos también dependen de nuestra imaginación? Ni siquiera es
cierto que la única dote de las princesas de los cuentos de hadas sea ser
bellas. El hecho de que alguien afirme esto me parece realmente escalofriante y
alarmante. Blancanieves es inocente: una hermosa virtud,
pero que también la hace vulnerable a la maldad del
mundo. Protegerse y mantener la inocencia es un reto que muchas personas
(hombres incluidos) se plantean. Blancanieves también es caritativa:
la caridad es una virtud que debería glorificarse mucho más en nuestra cultura.
El hecho de que no la veamos dice mucho de los valores de quienes comentan el
cuento. Blancanieves es generosa, es desinteresada,
es empática, pero también puede ser firme. Lo que
me lleva al siguiente punto. Mientras tanto, quiero afirmar con firmeza que las
virtudes de Blancanieves son una expresión de valores hermosos y compartibles
que deben celebrarse, no olvidarse. Y aquí pregunto, el hecho de que estas
virtudes obvias de Blancanieves ni siquiera sean consideradas o tenidas en
cuenta por comentaristas como Cortellesi, y mucho menos celebradas, ¿qué dice
sobre nuestro sistema de valores? ¿Sólo se debe celebrar a una mujer (o a un
hombre) cuando hacen carrera, lideran, hacen movimientos de kung-fu y siguen
caminos individualistas y arribistas de obtención de poder individual? ¿La
única forma de tener valor como persona es ser líder y mandar? ¿Ser empático y,
desinteresado e inocente (personas, no
necesariamente «mujeres») es algo reprobable en
la sociedad actual? Si es así, deberíamos hacer un serio autoexamen sobre
nuestra cultura. Me gustaría vivir en una realidad en la que habláramos de
Blancanieves para ensalzar los valores de compasión, empatía, amistad,
abnegación, generosidad y amor que se desprenden de este personaje. En lugar de
fijarnos en el sexo del príncipe o en el hecho de que se la describa como
hermosa.
También me
parece obsesiva la sexualización de los personajes, como si los niños varones
sólo pudieran inspirarse en personajes masculinos, mientras que las niñas
tienen que acabar necesariamente emulando lo que ven hacer a las princesas.
Cuando estaba en primaria, mi dibujo animado favorito de Disney era Mulán: la
historia de una persona que lucha por cumplir las
expectativas de su familia y de la sociedad porque no ha nacido con dones y
aspiraciones que se lo pongan fácil. No sabe realmente para qué es buena ni qué
le gusta. Está perdida y confusa y no encuentra su camino. Entonces llega la
guerra y su padre ya es demasiado mayor para asumir la responsabilidad de
luchar. Ella encuentra la manera de hacerse pasar por otro papel que en teoría
no le pertenece y se disfraza de soldado. Obviamente, esto es un desastre al
principio, pero sólo porque ella lo había contemplado de una manera poco
creativa y trataba de hacer lo que hacían todos los demás, en lugar de
encontrar una manera de conseguir los objetivos que más le convenían. Entonces
demostrará que con su inteligencia puede encontrar estrategias alternativas no
sólo para el éxito personal (qué horrible fijarse siempre sólo en eso),
sino para salvar todo y a todos cuando la sociedad y sus
formas tradicionales ya no funcionan o son inadecuadas para hacer frente a una
nueva dificultad que ha surgido. Mulán nos enseña que personas
aparentemente en desventaja física o de otro tipo pueden resultar ser las
adecuadas para salvar una situación gracias a su inteligencia y a pesar de sus
limitaciones, y también nos enseña que la diversidad es un valor para la
sociedad en su conjunto. A partir de este discurso comprenderán por
qué considero una porquería la transposición en acción
real del dibujo animado original, que comienza con una escena en la que una
Mulán niña vuela por los tejados y da volteretas en el aire y movimientos de
Kung Fu, no tiene nada que aprender de su experiencia en el ejército y es, de
hecho, una especie de criatura superior dotada de dones parecidos a
superpoderes. ¿A qué menos habens se le ocurrió llevar a cabo
semejante operación? ¿Cuántos niños torpes vencidos por las
convenciones sociales han encontrado inspiración en la inicialmente torpe y
desesperanzada Mulán, que sólo gracias a su inteligencia consigue salvar el
día, sin dones innatos ni superpoderes? ¿Y cuántos niños de hoy pueden
esperar identificarse con un personaje inalcanzable, nacida superpoderosa, que
no tiene que hacer ningún esfuerzo para crecer porque ya «nace aprendida»?
Probablemente los autores creyeron que presentar a una Mulán torpe enviaría el
mensaje inaceptable de que una niña puede ser torpe o incapaz en ciertos casos,
¡y Dios nos libre! ¡Qué grave delito es no ser una superheroína con poderes
superiores, y tener que madurar y superar las propias limitaciones antes de
poder aspirar a salir del paso! Por desgracia, hemos perdido completamente de
vista la capacidad de lectura necesaria para hacer tales consideraciones.
Quiero dejar
constancia de que el hecho de que Mulán fuera una niña nunca fue un
problema para mí cuando era niño. No me hizo querer ser niña, ni me
impidió, como niño, admirarla y considerarla un modelo para mí, ni me causó
problema teórico o conceptual alguno. Fue mi modelo durante mucho tiempo, y me
inspiró mucho porque yo también era un niño al que las convenciones de la
sociedad en la que había nacido le resultaban estrechas, y que tuvo que
enfrentarse a juicios y prejuicios, y luego tuvo que salir de ellos para
demostrar cómo podía brillar el tejido de su intelecto, ¡si tan sólo se le daba
la oportunidad de hacerlo! Por eso me cuesta empatizar con quienes sostienen
que es necesario que los personajes con una identidad sexual determinada
encarnen tal o cual valor para servir de modelo a los niños. El género
de Mulan (o que sea china, para el caso) para mí siempre ha sido irrelevante
frente a los valores que encarna. Necesitaría una explicación clara, con
argumentos objetivos (y no subjetivos), de por qué el valor de un modelo de
conducta sólo puede aplicarse a personas del mismo sexo que el modelo.
Blancanieves hace de ama de llaves de los siete enanitos
Recuerdo en voz
baja que mientras Blancanieves «hace las tareas de la casa», los siete enanitos
se parten el lomo picoteando en la mina. No están en el bar jugando a las
cartas. Dicho esto, ¿realmente hemos olvidado la escena en la que
Blancanieves regaña a los siete enanitos por ser unos guarros y les
obliga a lavarse las manos si quieren comer? Aquí ejerce una
autoridad incuestionable, en el interior, junto al hogar, que
refleja una realidad histórica que ya no nos pertenece, pero que es interesante
conocer: la mujer era la reina de la casa y su autoridad se ejercía en el
interior, hasta el punto de que incluso una mujer recién llegada
podía mandar sobre los hombres dentro de la misma casa de la que eran
propietarios, y éstos se doblegaban sin rechistar ante su papel,
¡porque era ella la que sabía cómo debían hacerse las cosas en aquellos
espacios! Esto basta para demostrar lo insensato que es reducir a Blancanieves
a una criada. Cuando Blancanieves llega a la casa, se encuentra con un
desastre: los enanos están trabajando y no tienen tiempo para ocuparse de otros
aspectos de su vida. A falta de una mujer, el hombre solo o la
mujer sola no hacen un trabajo excelente cuando están separados, pero
trabajando juntos producen un todo que vale más que la suma de las partes. Se
necesitan mutuamente porque ambos aportan una contribución igualmente
importante, por diferente que sea. Blancanieves enriquece y salva la
vida de los enanos tanto como ellos salvan la suya. ¿No podía Cortellesi
darse cuenta de ello?
¿Por qué el príncipe reconoce a Cenicienta con el zapato? ¿No podía mirarla
a la cara?
Una vez más, me
asombra cómo no hacemos lecturas complejas y abstractas de estos cuentos de
hadas, y nos detenemos en un significado literal y superficial. La zapatilla es
el regalo del hada madrina, y puede interpretarse como un símbolo de la
transmisión de enseñanzas (virtudes, conocimientos, valores, educación) de una
generación a otra, de madre a hija, que son el verdadero rasgo distintivo
de una persona: es esto, la transmisión intergeneracional de valores,
conocimientos, educación (simbolizada por la zapatilla) lo que hace reconocible
a Cenicienta. Es el don de la figura cariñosa que tiene que custodiar y guardar
en su interior mucho más que los detalles estéticos momentáneos (representados
por la ropa), que desaparecen y no dejan rastro. ¡Cómo puede Cortellesi
quejarse primero de que las princesas no tienen otra virtud que ser bellas, e
inmediatamente después quejarse de que en un cuento de hadas no es la belleza
la que sirve de factor de identificación!
Volviendo al
príncipe, me parece realmente absurdo que personajes puramente
simbólicos y descaradamente abstractos sean interpretados como
indicadores de un mejor trato a los hombres. A menudo ni siquiera sabemos sus
nombres, no conocemos sus historias y no tenemos ni idea de qué tipo de
personas son. ¿De verdad creen que un príncipe como el de Blancanieves puede
ser un modelo a seguir para alguien? Desde luego, para mí no, ya que carece de
rasgos útiles para identificarlo. Aparte del Felipe de
La Bella Durmiente, que tiene nombre y arco, como hemos visto,
son figuras planas, meros símbolos convencionales que encarnan los sueños y
aspiraciones de los protagonistas, y no un varón ideal. Una vez más, el hecho
de que la aspiración esté representada por un príncipe no significa que el
significado del cuento de hadas sea que las niñas deben aspirar a casarse con
príncipes: se trata de una lectura propia de quienes carecen de herramientas
interpretativas. ¿Realmente creemos que los cuentos de hadas nacidos del
folclore popular pretendían enseñar a las jóvenes que la máxima aspiración era
casarse con príncipes? ¿Y nadie se da cuenta de que las protagonistas, es
decir, las personas que ocupan el centro de la escena y a las que se presta
toda la atención, son mujeres? No es que me importe, como dije con el ejemplo
de Mulán, pero realmente me parece que sólo vamos a la pesca de lo que conviene
a una lectura menospreciadora y reductora de este patrimonio cultural.
Los
protagonistas de estos cuentos de hadas aparecen como criaturas pasivas que
esperan ser rescatadas por los hombres, sólo ante quienes carecen de
herramientas críticas para entenderlos, o por quienes tienen mala fe. Esta segunda opción me parece quizá más probable, ya que los significados
simbólicos debían de ser obvios para los plebeyos analfabetos que los han
contado oralmente durante siglos. Me cuesta creer que personalidades
sofisticadas del mundo de la cultura no fueran capaces de captarlos.
En el caso de
representaciones o valores ininteligibles y claramente identificables que, sin
embargo, están en conflicto con los nuestros (pienso en racistas, abilitistas u
otros por el estilo), desde luego no se puede descartar con alguna laguna interpretativa: a
veces las obras del pasado representan valores en conflicto con los nuestros.
¿Y qué? Como explica magistralmente Alessandro Barbero, demasiada gente en
nuestra cultura pedagógica confunde estudiar o leer algo
con glorificar y aprobar algo. No leemos
Blancanieves porque pensemos que estamos reproduciendo el cuento en la
realidad, o porque nos gustaría que el mundo fuera como en el cuento de hadas.
Lo leemos o lo vemos porque es un pedazo de la historia europea. Querer purgar
los cuentos clásicos de la tradición de elementos que no encajan con nuestros
valores actuales equivale a cincelar los genitales de estatuas de épocas
anteriores o cubrirlos con una hoja de higuera de escayola, como ocurría en los
siglos XVIII o XIX. Hoy consideramos ese acto de pudor como miope y vandálico,
así que ¿por qué hacer lo mismo con los cuentos de hadas, cuando bien podemos
predecir que la posteridad mirará esto como nosotros miramos la vandalización
de las partes íntimas de las estatuas?
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