La derrota de Corbyn ha acabado con la última ilusión de la izquierda
La BBC se despoja de su careta de imparcialidad
Rebelión
19.12.2019
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
Estas elecciones han puesto de manifiesto el poder de dos grandes ilusiones.
La
primera contribuyó a persuadir a gran parte del público británico a
votar la semana pasada por alguien que es la personificación absoluta de
un ricachón de Eton*, alguien que no solo ha mostrado un
completo desdén por la mayoría de quienes le votaron, sino que se ha
pasado toda la vida sin molestarse en ocultar dicho desdén. Para este
individuo, la política es un regodeo ególatra, un juego en el que
siempre son los otros quienes pagan el precio y sufren, un empleo que le
corresponde por derecho de nacimiento y por su superior educación.
El
increíble comentario realizado por un operario del mercado de pescado
de Grimsby dos días antes de las elecciones pone de manifiesto el grado
en que dichas ilusiones dominan actualmente nuestra vida política. Este
pescadero declaró que por primera vez en su vida iba a votar a los
conservadores porque “Boris parece un tipo normal de clase trabajadora”.
Precisamente, Johnson es tan de clase trabajadora y tan “normal” como el multimillonario dueño del Sun o el multimillonario dueño del Daily Mail. El Sun no lo escriben un puñado de tipos de clase obrera en el pub de la esquina mientras se echan unas risas, ni el Mail
es producto de unos ejecutivos concienzudos de nivel intermedio
deseosos de mantener los “valores británicos”, el juego limpio y la
decencia. Como el resto de los medios de comunicación británicos, estos
periódicos son una maquinaria propiedad de corporaciones globales que
venden –cuidadosamente empaquetadas y comercializadas según nuestros
intereses sectoriales– las ilusiones imprescindibles para asegurar que
nada se interponga en la capacidad de estas corporaciones mundiales para
obtener enormes beneficios a costa nuestra y del planeta.
El Sun, el Daily Mail, The Guardian
y la BBC han trabajado a conciencia para forjarse “personalidades”. Se
presentan como diferentes (como amigos que nosotros, el público,
invitaría o no a nuestra casa) para poder acceder a la mayor cuota
posible de la audiencia británica, captando a cada facción del público
de nuevos consumidores, mientras nos suministran una versión
distorsionada y de cuento de la realidad, que resulta óptima para sus
negocios. En ese aspecto, no se diferencian en nada de otras
corporaciones.
Han ganado los medios de comunicación
De
la misma manera, los supermercados británicos, como Tesco, Sainsbury,
Lidl y Waitrose se publicitan como diferentes con el fin de atraer a
diferentes sectores del público. Pero todos ellos se mueven por la
patológica necesidad de obtener beneficios a toda costa. Si Sainsbury
vende té de comercio justo junto a otro de producción y comercialización
convencional no es porque le preocupe más que a Lidl el trato a los
productores o los daños al medio ambiente, sino porque sabe que una
sección de sus consumidores se preocupa por esos temas. Y, mientras
obtenga beneficios del té bueno y del malo, ¿por qué no proveer a esa
cuota de mercado en nombre de la libertad de elección?
No obstante, los medios de comunicación se diferencia de los supermercados en una cosa: no les mueve solo
el beneficio. En realidad, muchos tienen que esforzarse para ganar
dinero. Los medios serían algo así como los artículos de oferta de los
supermercados o como una inversión empresarial deducible de impuestos.
La función de los medios es servir de brazo propagandísticos de las grandes empresas. Aunque el Sun
tenga pérdidas económicas, cumple su función si consigue que salga
elegido el candidato de las empresas, el candidato que mantenga el
impuesto sobre sociedades, el impuesto sobre ganancias de capital y
todos los otros impuestos que afectan a los beneficios empresariales tan
bajos como sea posible sin provocar una insurrección popular.
Los
medios de comunicación están para apoyar al candidato o candidatos
dispuestos a seguir vendiendo los servicios públicos en pro de un
beneficio a corto plazo, y a permitir que las empresas buitre picoteen
hambrientas sus carcasas. La función de los medios de comunicación es
respaldar al candidato que dé prioridad a los intereses de las
corporaciones frente a los del público, a los beneficios inmediatos
sobre el futuro del Sistema Nacional de Salud, a la lógica
autodestructiva del capitalismo frente a la idea –socialista o no– de lo
público, del bien común. Las corporaciones que están detrás del Sun o del Guardian pueden permitirse tener pérdidas siempre que sus otros negocios prosperen.
En esta ocasión, no es el Sun el que ganó**, sino todo el sector de los medios de comunicación al completo.
El rol de la BBC desenmascarado
Sin
embargo, la verdadera revelación de estas elecciones, ha sido la caída
de careta de la BBC, la más escondida de todas esas maquinarias
generadoras de ilusión. La BBC es una cadena estatal que hace tiempo que
utiliza su división de entretenimiento –que produce desde dramas
históricos a documentales de naturaleza– para cautivarnos y conseguir
que la inmensa mayoría del público esté más que encantado de dejarles
entrar en sus casas. La falta de anuncios publicitarios, la aparente
ausencia de un sórdido imperativo comercial fue fundamental a la hora de
convencernos de que a la British Broadcasting Corporation la motiva un
interés superior, de que es un tesoro nacional y que está de nuestro
lado.
Pero la BBC siempre fue el brazo propagandístico del
Estado. Hace mucho y durante un breve periodo, en los tiempos de mayor
división política de mi juventud, los intereses del Estado eran
discutidos. Algunos gobiernos laboristas intentaron de forma
intermitente representar los intereses de los trabajadores y de los
poderosos sindicatos con los que el establishment británico no se
atrevía a enemistarse demasiado. En aquel entonces, los intereses
populares no podían ignorarse por completo. La BBC se esforzó al máximo
por parecer imparcial, aunque no lo fuera realmente. Respetaba las
reglas por miedo a las consecuencias de no hacerlo.
Todo eso ha cambiado, tal y como han revelado, más claramente que nunca, las últimas elecciones.
La
realidad es que la clase empresarial –el 0,001 por ciento– lleva 40
años controlando ininterrumpidamente nuestra vida política. Al igual que
sucede en Estados Unidos, las grandes empresas han atrapado nuestro
sistema político y nuestro sistema económico tan eficazmente que casi
siempre terminamos eligiendo entre los dos partidos del capital: el
Partido Conservador y el Nuevo Laborismo.
Una sociedad hueca
Las
corporaciones utilizaron esa regla nunca quebrada para apuntalar su
poder. Los servicios públicos fueron liquidados, las sociedades de
préstamo inmobiliario se convirtieron en banca corporativa, se
desregularon los sectores financieros hasta que el beneficio fue la
única medida de valor y el Servicio Nacional de Salud fue lentamente
desmantelado. La BBC también sufrió estos cambios. Sucesivos gobiernos
amenazaron abiertamente con recortar sus ingresos procedentes del canon
de licencia. La representación sindical fue socavada, como en todas
partes, y se facilitó los despidos a medida que se introducía nueva
tecnología. Los directivos de la BBC cada vez procedían más del mundo de
los grandes negocios. Y sus nuevos editores cada vez se diferenciaron
menos de los editores de la prensa propiedad de multimillonarios.
Por
poner uno de muchos ejemplos, Sara Sands, editora del importante
programa Today, de Radio 4 (BBC), inició su carrera profesional en los
periódicos propagandísticos de Boris Johnson The Mail y Daily Telegraph.
En
estas elecciones, la BBC se deshizo de su piel de servicio público para
revelar el autómata empresarial modelo Terminator oculto en su
interior. Fue algo impactante, incluso para un veterano crítico de los
medios de comunicación como yo mismo. Esta BBC remodelada,
cuidadosamente edificada durante las pasadas cuatro décadas, muestra
cómo el establishment británico aristocrático de mi juventud –por malo que fuera– ha desaparecido.
Actualmente,
la BBC es un reflejo del nuevo aspecto de nuestra sociedad hueca. Su
función ya no es mantener unida a la sociedad británica para forjar
valores compartidos, encontrar los intereses comunes de empresarios y
sindicatos, y crear una sensación de mutuo interés (aunque fuera
falsamente) entre los ricos y los trabajadores. No, está ahí para forzar
el establecimiento del capitalismo neoliberal acelerado, está ahí para
desmantelar lo que queda de la sociedad británica y, en último término,
como pronto averiguaremos, está ahí para generar una guerra civil.
El hundimiento de los horizontes morales
La
segunda de las ilusiones era de la izquierda. Nos aferramos a un sueño,
como a un salvavidas, al sueño de que aún contábamos con un espacio
público; de que, por muy terrible que fuera nuestro sistema electoral,
por muy sesgada que fuera la prensa amarilla, vivíamos en una democracia
en la que todavía era posible un cambio real y significativo; el sueño
de que el sistema no estaba amañado para evitar que alguien como Jeremy
Corbyn pudiera siquiera alcanzar el poder.
Esa ilusión se basaba
en un montón de supuestos falsos. Que la BBC seguía siendo la
institución que era en nuestra juventud, que se mantendría
razonablemente imparcial cuando llegara el momento de las elecciones y
permitiría a Corbyn jugar en igualdad de condiciones frente a Johnson
las últimas semanas de campaña. Que las redes sociales –a pesar de los
implacables esfuerzos de esas nuevas corporaciones mediáticas por
distorsionar sus algoritmos y mantenernos atrapados en nuestras pequeñas
cámaras de resonancia– actuarían como un contrapeso a los medios
tradicionales.
Pero lo principal es que hicimos la vista gorda a
los cambios sociales que 40 años de un thatcherismo indiscutido,
patrocinado por las empresas, habían infligido a nuestra imaginación, a
nuestras vidas ideológicas, a nuestra capacidad de compasión.
A
medida que las instituciones públicas eran desmenuzadas y vendidas al
mejor postor, el ámbito público se redujo espectacularmente, al igual
que nuestros horizontes morales. Dejó de importarnos una sociedad que,
según Margaret Thatcher, ni siquiera existía.
Importantes
segmentos de las generaciones más jóvenes nunca han conocido otra
realidad. El ánimo de lucro, la gratificación instantánea y la
indulgencia consumista son las únicas varas de medir que se les han
ofrecido para calibrar el valor. Cada vez son más los que empiezan a
comprender que esta es una ideología enferma, que vivimos en una
sociedad descabellada y profundamente corrupta, pero tienen que
esforzarse para imaginar otro mundo, del que no tienen ninguna
experiencia.
¿Cómo pueden admirar lo que la clase obrera
consiguió hace décadas –que una sociedad mucho más pobre proporcionara
asistencia médica para todos y creara un Sistema Nacional de Salud del
que el actual es una mera sombra– si la historia, esa historia de luchas
apenas se cuenta, y cuando se hace es a través del prisma distorsionado
de medios de comunicación propiedad de multimillonarios?
Un sistema político amañado
Nosotros,
la izquierda, no hemos perdido estas elecciones. Hemos perdido nuestras
últimas ilusiones. El sistema está amañado –como siempre ha estado–
para beneficiar a quienes detentan el poder. Nunca permitirá de buen
grado que un socialista de verdad, o cualquier político profundamente
comprometido con la salud de la sociedad y del planeta, desaloje del
poder a la clase empresarial. Esa es, a fin de cuentas, la propia
definición de poder. Eso es lo que los medios de comunicación
corporativos quieren mantener.
No se trata de no saber perder o de estar celoso.
En
el extraordinario caso de que Corbyn hubiera superado todos estos
obstáculos institucionales, todas las calumnias y hubiera ganado las
elecciones, pensaba escribir un artículo diferente, pero no habría sido
de celebración. No me habría vanagloriado tal y como están haciendo en
estos momentos los seguidores de Johnson y los adversarios de Corbyn del
Partido Conservador, gran parte de los parlamentarios laboristas y los
medios de comunicación liberales y derechistas.
No, habría
advertido de que la verdadera batalla por el poder acababa de empezar.
Que, por malos que hubieran sido los cuatro años anteriores, aún no
habíamos visto nada. Que esos generales que amenazaron con amotinarse
tan pronto como Corbyn fue elegido líder laborista permanecían en las
sombras. Que los medios de comunicación no iban a rendirse y
continuarían con la desinformación y la intensificarían. Que los
servicios de seguridad que han estado intentando retratar a Corbyn como
un espía ruso pasarían de la insinuación a acciones más explícitas.
El futuro está de nuestra parte
No
obstante, por oscuro que sea, el futuro está de nuestra parte,. El
planeta no va sanar con Johnson, Donald Trump y Bolsonaro al mando. Va a
enfermar mucho más y mucho más deprisa. Nuestra economía no va a ganar
en productividad o en estabilidad con el brexit. El destino
económico de Gran Bretaña va a estar aún más ligado al de Estados
Unidos, a medida que se acaben los recursos y aumenten las catástrofes
medioambientales y climáticas (tormentas, elevación de nivel del mar,
inundaciones, sequías, cosechas fallidas, desabastecimiento de energía).
Las contradicciones entre el crecimiento infinito y un planeta con
recursos finitos se acentuarán todavía más, las crisis económicas como
la del 2008 se harán más habituales.
El júbilo empresarial
desatado por la victoria de Johnson va a provocarnos, más temprano o más
tarde, una resaca verdaderamente terrible.
Lo más probable es
que los partidarios de Blair exploten esta derrota para arrastrar al
laborismo de vuelta a los brazos del capitalismo neoliberal. Se nos
volverá a pedir que “escojamos” entre el partido conservador azul y el
partido conservador rojo. Si lo consiguen, la mayoría de afiliados
abandonará el partido, que volverá a ser irrelevante, el cascarón hueco
de un partido de los trabajadores, tan vacío ideológica y
espiritualmente como lo estaba hasta que Corbyn procuró reinventarlo.
Sería
bueno que este golpe de gracia llegara pronto en vez de prolongarse
durante años, manteniéndonos atrapados en la ilusión de que podemos
arreglar el sistema con las herramientas que la clase empresarial nos
ofrece.
Tenemos que salir a la calle –como hicimos con Occupy,
como hemos hecho con Extinction Rebellion o las huelgas escolares– para
reclamar el espacio público, para reinventarlo y redescubrirlo. La
sociedad no dejó de existir; fue Margaret Thatcher la que la apagó. Solo
hemos olvidado cómo era, que somos humanos, no máquinas. Olvidamos que
todos formamos parte de la sociedad, que nosotros somos precisamente lo que ella es.
Ahora es el momento de dejar a un lado los asuntos pueriles y volver a tomar el futuro en nuestras manos.
Notas del traductor:
*
Eton es una de las instituciones privadas de enseñanza más elitistas
del mundo (su matrícula anual está en torno a los 50.000 euros).
Mantiene todo el rancio abolengo y las tradiciones del pasado y fueron
alumnos suyos 19 primeros ministros británicos, además de aristócratas,
académicos, diplomáticos, etc.
** “It’s The Sun Wot Won it” (“Es The Sun
el que ganó”), es el titular que apareció en el diario británico The
Sun el 11 de abril de 1992 tras la victoria de los conservadores en las
elecciones, gracias al fuerte apoyo recibido de este periódico entre
otros. La frase suele ponerse de ejemplo cuando se habla sobre la
influencia de la prensa en los resultados electorales. En este caso el
autor la utiliza para recalcar que fueron todos los medios los que apoyaban a Johnson.
Jonathan
Cook es un periodista británico independiente que obtuvo el premio
especial de periodismo Martha Gellhorn. Reside en Nazaret y escribe
regularmente sobre el conflicto palestino-israelí.
Fuente:
https://www.counterpunch.org/2019/12/17/corbyns-defeat-has-slain-the-lefts-last-illusion/
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