Cuando
muere una persona lo habitual es que se destaquen sus virtudes y se olviden sus
errores. Pero poco a poco virtudes y errores suben a la superficie. Aquí
subraya algunos de los últimos el teólogo de la liberación Leonardo Boff.
Ratzinger fue un representante del antiguo
cristianismo medieval
Leonardo Boff
El Viejo Topo
17 enero, 2023
por Claudia
Fanti
Era el 7 de
septiembre de 1984 y Leonardo Boff se sentaba como acusado ante el prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, en lo que a todos
los efectos parecía un juicio moderno por herejía. Bajo acusación estaba su
libro Iglesia: carisma y poder, del que el ex Santo Oficio
había destacado aspectos «como para poner en peligro la sana doctrina de la
fe».
Pero en la mira
del Vaticano no había un solo libro: había más bien esa Teología de la
Liberación (TdL), que, nacida de la realidad de los pobres (interpretada con la
ayuda de las ciencias sociales y el análisis marxista de la historia) y
dirigida a su liberación, había alarmado inmediatamente a los centros más
sensibles del poder político y religioso.
Hubiera sido,
garantizó Ratzinger, una «conversación entre hermanos»–con los ojos del mundo
puestos en Roma no hacía falta evocar imágenes inquisitoriales–, pero el
desenlace ya estaba escrito. Al año siguiente, Boff sería castigado con un
obsequioso silencio. Y en 1992, ante la amenaza de nuevas medidas
disciplinarias, habría abandonado la Orden de los franciscanos y renunciado al
sacerdocio, mientras continuaba incansablemente su actividad como teólogo de la
liberación. Hoy, ante la muerte de su perseguidor, dice no sentir ningún
resentimiento, destacando sólo la necesidad de una «lectura objetiva» del
pensamiento y la acción de Ratzinger.
Grandes palabras de elogio se han dedicado a Benedicto XVI. Usted que,
junto con muchos otros, pagó personalmente la persecución del Vaticano, ¿cómo
reacciona ante los comentarios realizados en los últimos días?
Es normal
hablar bien de los muertos, sobre todo si se trata de un Papa. Sin embargo, la
teología, al no poder sustraerse a una lectura objetiva y crítica, debe tener
el coraje de mostrar también las sombras de Benedicto XVI. Era un teólogo
progresista y respetado cuando enseñaba en Alemania. Pero luego se dejó
contaminar por el virus conservador de la milenaria institución eclesiástica,
al punto de abrazar, en algunos aspectos, posiciones reaccionarias y
fundamentalistas.
Basta pensar en
la declaración Dominus Iesus del 2000, en la que relanzaba la
vieja tesis medieval, superada por el Concilio Vaticano II, según la cual
«fuera de la Iglesia no hay salvación»: Cristo es el único camino de salvación
y la Iglesia es la única vía de salvación. Nadie caminará por el camino a menos
que primero pague el peaje. En cuanto a las Iglesias no católicas, no serían
«Iglesias en sentido propio», sino sólo «comunidades separadas». Una puerta se
cerró de golpe en la cara del ecumenismo. Su sueño era el de una reevangelización
de Europa bajo la guía de la Iglesia Católica. Un proyecto irrisorio e
impracticable, teniendo que arrasar con todas las conquistas de la modernidad.
Pero Ratzinger fue un representante del antiguo cristianismo medieval.
Luego estaba la condenación de la Teología de la Liberación…
Para nosotros,
teólogos latinoamericanos, fue una gran herida que hubiera prohibido a decenas
de teólogos de todo el continente producir una serie de 53 volúmenes,
titulada Teología de la Liberación, como ayuda para estudiantes,
comunidades de base y operadores de pastoral comprometidos en la perspectiva de
los pobres. Estaba claro que no quería saber de una teología elaborada a partir
de las periferias. Para los pobres fue un escándalo, para nosotros los
teólogos, apoyados por cientos de obispos, una humillación.
Ratzinger ha publicado dos Instrucciones sobre la Teología de la
Liberación. La primera fue muy dura, en 1984. La segunda, dos años después,
con tonos más suaves, escrita bajo la presión de los cardenales brasileños Arns
y Lorscheider. Y fue precisamente en 1984 cuando usted pasó por el juicio ante
la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El proceso
terminó con la imposición de un «silencio obsequioso», eufemismo de la
prohibición de hablar, de enseñar, de realizar cualquier actividad teológica.
Pero no siento resentimiento cuando recuerdo aquellos días turbulentos: el
hecho de haber asumido la causa de los pobres, los amados del Jesús histórico,
me hizo sentir seguro. Además, ese juicio, cubierto por los medios de
comunicación de todo el mundo, había ofrecido una enorme oportunidad para dar a
conocer la TdL. Todos entendieron que estaba en juego no sólo una teología,
sino la posición de la Iglesia frente al drama de los pobres y oprimidos.
Con la censura
y persecución de tantos teólogos, desde Gustavo Gutiérrez hasta Jon Sobrino,
Ratzinger no ha dado buen ejemplo: no ha escuchado el clamor de los pobres, ha
condenado a sus amigos y aliados y ha malinterpretado la Ley. ¡Ay de los que no
se pongan del lado de los pobres, porque ellos serán los que nos juzguen!
¿Qué llevó a este malentendido?
La falta de
apoyo de Ratzinger a la TdL ha hecho vacilar a muchos cristianos. Tanto más
cuanto que a los teólogos de la línea de la liberación se les prohibió ofrecer
asesoramiento pastoral a los obispos e incluso acompañar a las comunidades de
base. Se les ha negado la alegría del trabajo pastoral y de la enseñanza de la
teología. Ratzinger ha sido un factor de división dentro de nuestra Iglesia
latinoamericana.
¿Cómo evalúa su pontificado?
Benedicto XI
dio continuidad al invierno eclesial iniciado por Juan Pablo II con el abandono
de las reformas del Concilio. Con el «retorno a la gran disciplina» que
promovió, incluso acentuó esta tendencia. Basta pensar en la reintroducción de
la misa latina. Concibió a la Iglesia como un castillo fortificado contra los
errores de la modernidad, desde el relativismo al marxismo o la pérdida de la
memoria de Dios en la sociedad. Colocó la Verdad en el centro, con su defensa
de la ortodoxia. Carente de capacidad de gobernar, ha sembrado en la Iglesia
más miedo que alegría, más control que libertad. Era una persona afable y
delicada, pero sin el carisma de su antecesor. Sin embargo, por sus virtudes
personales y por los sufrimientos que padeció, estoy seguro de que será acogido
entre los bienaventurados.
¿Cómo interpretó su renuncia?
Se había dado
cuenta de los escándalos sexuales y financieros en la Iglesia, pero sintió que
le faltaba la fuerza para cambiar la situación. Necesitábamos otro Papa más en
el pulso. No se trataba de problemas de salud, sino del hecho de que se sentía
psicológica, mental y espiritualmente desamparado.
Fuente: religióndigital.org
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