La Navidad ha
inspirado a múltiples autores. Ambiente de felicidad, melancolía y alegría del
reencuentro familiar son temas habituales de los cuentos navideños cortos.
Cuentos que pueden ir cargados de ilusión, magia, nieve… ¡Feliz Navidad para
tod@s!
Cuento de Navidad
El Viejo Topo
25 diciembre, 2021
El día
siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves
espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el
niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera
lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo
porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus
hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para
celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos
llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué
podemos hacer?
-¡Al niño le
hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena
aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre
fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me
ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué…?
-preguntó el niño.
El cohete
despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y
dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar
donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros
durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, hora
terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar
por el ojo de buey.
-Todavía no
-dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver
dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco
-dijo el padre.
El padre había
estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de
Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido
que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba
resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío
-dijo-, dentro de medía hora será Navidad.
-Oh -dijo la
madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El
rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé.
¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo
eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero… -empezó
a decir la madre.
-Sí -dijo el
padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo
pronto.
Los dejó solos
unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la
hora.
-¿Me prestas tu
reloj? -preguntó el niño.
El padre le
prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la
hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del
cohete.
-¡Navidad! ¡Ya
es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a
verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la
cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo
entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se detuvieron
frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y
luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina,
y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas
miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el
cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos
se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio
de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó
sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo,
y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad,
hijo -dijo el padre.
Resonaron los
viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz
contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente
mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien
mil millones de maravillosas velas blancas.
FIN
Fuente: Blog Ciudad
Seva.
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