lunes, 19 de abril de 2021
Comprender el fascismo y la fascistización, y hacerles frente (SAID BOUAMAMA)
SAID BOUAMAMA. Comprender el
fascismo y la fascistización, y hacerles frente
Insurgente.org / 19 abril 2021
Traducido
del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
El 24
de octubre de 2009 di una conferencia sobre el fascismo en el Centre
International de Culture Populaire de París en el marco de un ciclo de
formación marxista. Más de diez años después el medio antifascista on
line ACTA me pidió que actualizara esta conferencia para su página
web, que la publicó el 27 de marzo de 2021 con la siguiente introducción: “Nos
parece de tan candente actualidad en un contexto en el que el fascismo define
una parte cada vez más importante de la política francesa que hemos querido
transcribir su contenido. Esta formación nos parece esencial para las nuevas
generaciones antifascistas que se comprometen en una secuencia en la que el
fascismo va a ser un sujeto y un objeto de lucha fundamental (sobre todo en la
perspectiva de las próximas elecciones presidenciales). El fascismo puede
adoptar distintas formas y la teoría marxista proporciona unas herramientas
indispensables para desenmascararlo, comprender su objetivo y luchar contra él
de forma eficaz. Esta versión, actualizada y corregida por el propio autor, no
incluye las muy interesantes digresiones que jalonaron la conferencia y que
pueden encontrar en este enlace”.
Desde la década de 1930
se han realizado muchos análisis del fascismo y se han ofrecido multitud de
definiciones de este régimen político. Aquí no se trata de exponerlas
exhaustivamente, sino de destacar algunos debates clave esenciales en el
contexto de la actual fascistización que acompaña a la ofensiva capitalista
ultraliberal que caracteriza nuestro planeta desde hace varias décadas. En
efecto, no habrá una práctica antifascista eficaz sin una teoría antifascista
que clarifique las causas, retos y objetivos. Sin teoría antifascista no hay ni
puede haber prácticas antifascistas eficaces.
Los enfoques fragmentados del fascismo
Existen muchas
definiciones “espontáneas” de fascismo. Son en apariencia “espontáneas” en el
sentido de que las personas que hablan de ellas no las refieren a un corpus
teórico preciso o a un análisis del fascismo identificado. Sin embargo, más
allá de la apariencia estas definiciones son un reflejo de las luchas
ideológicas entre clases sociales. En particular el discurso dominante sobre el
fascismo transmitido por muchos canales que constituyen los “aparatos
ideológicos del Estado” (discurso mediático, contenidos de las enseñanzas de
las clases de historia, contenidos y formas de las conmemoraciones, etc.)
contribuye a imponer “espontáneamente” ciertas definiciones y a eliminar otras.
Así, por ejemplo, la ocultación de la relación entre capitalismo y fascismo
resumida en la consigna de la burguesía de la década de 1930 “antes Hitler que
el Frente Popular” contribuye a acostumbrarnos a separar el fascismo de su
dimensión de clase. Por consiguiente, es fundamental volver a entroncar con un
análisis sistémico del fascismo. Este último nunca es simplemente obra de un
hombre y de su locura o de una organización fascista que accede sola al poder y
pisotea la “democracia”, sino que es un resultado lógico de un sistema en un
contexto preciso de relaciones de fuerza entre clases sociales. Es un modo de
gestión de la relación de clases en un contexto de crisis económica y de crisis
política que amenazan a las clases dominantes
Veamos las definiciones
“espontáneas” del fascismo. La primera de estas definiciones consiste en
reducirlo a su forma dictatorial o violenta y a oponerlo así a la “democracia”.
Es una evidencia que el fascismo es dictatorial y violento, pero lo es mucho
menos que sean estas dimensiones lo que le distinguen de otras formas de
gobierno. ¿Hay que recordar que son los buenos “republicanos” quienes
masacraron a gran escala y ferozmente a los “comuneros”? ¿Hay que recordar que
la “República” es quien instauró durante décadas una violencia sistémica en las
colonias? Así, reducir el fascismo a la violencia o a la dictadura es impedir
comprender las relaciones que tiene con el sistema capitalista, es cercenar el
fascismo como ideología y como modo de ejercicio del poder de su base material,
es decir, de los intereses de clase.
Una segunda idea
“espontánea” es definir el fascismo por medio de su dimensión racista. Se
insiste entonces en la racialización que opera, en la división que mantiene en
el seno de las clases populares, en su creación de “chivos expiatorios”.
También es una evidencia que el fascismo es racista, pero lo es mucho menos que
el racismo sea lo que le distingue de otras formas de gobierno. Testimonio de
ello son las múltiples secuencias históricas de racismo de Estado antes y
después de las victorias fascistas de la década de 1930. Desde el trato dado a
los “gitanos” al dado a los indígenas coloniales, pasando por el antisemitismo,
el racismo estuvo presente en los llamados periodos “democráticos” desde el
nacimiento del capitalismo. De nuevo este enfoque del fascismo lleva a
cercenarlo de su base material o de clase.
Una tercera idea
“espontánea” del fascismo consiste en definirlo por medio de una o varias de
sus formas históricas, generalmente sus formas nazi o mussoliniana. Este
enfoque oculta que el fascismo como forma de poder está dotado de una dinámica
histórica, es decir, que adapta sus formas a las necesidades del contexto. Es
el caso tanto del fascismo como del racismo, cuya forma histórica puede variar
para preservar el fondo. Así, el racismo adoptó históricamente una forma
biológica, más tarde, tras la derrota del nazismo y las luchas anticoloniales,
una forma “culturalista”, antes de adoptar hoy una forma “civilizacional” en
sus versiones que son la islamofobia, la negrofobia, el racismo antigitano o
antiasiático. Quienes adoptan este enfoque esperan los desfiles de camisas
pardas. Olvidan que el fascismo contemporáneo puede muy bien amoldarse al traje
y corbata o a los vaqueros.
Estas
ideas “espontáneas”, lejos de ser neutras, llevan todas ellas
a cercenar el fascismo de su base material. El enfoque fragmentado
del fascismo impide percibir las relaciones
entre estas diferentes dimensiones, es decir, oculta la dimensión sistémica
del fascismo.
Un fondo de clase y unas formas nacionales e
históricas
El fascismo, como todas
las formas políticas, es un concepto que pone de relieve lo que tienen en común
muchas realidades materiales. Así, el concepto de árbol describe lo que tienen
en común un roble, un pino o un baobab. Aunque el roble es diferente del
baobab, sin embargo ambos pertenecen a la categoría de árbol. El fascismo es,
pues, un “fondo” que se puede traducir en una multitud de “formas”. Esta
precisión es muy importante. Sin ella las formas contemporáneas del fascismo se
vuelven imperceptibles. La mayoría de los fascistas contemporáneos procuran
diferenciarse de las formas históricas anteriores deslegitimadas por la
experiencia histórica de fascismo y los horrores que le acompañaron.
La variabilidad
histórica del fascismo va acompañada de una variabilidad geográfica o nacional.
Ni ayer ni hoy el fascismo puede ser indiferente a las herencias e historias.
Había varios aspectos que distinguían el nazismo del mussolinismo o del
pétainismo. Los argumentarios antisemitas, por ejemplo, no ocupaban el mismo
lugar en estos diferentes regímenes fascistas. Lo mismo ocurre hoy en que el
discurso fascista se adapta a los diferentes contextos nacionales. Así, el tema
de una pseudo “defensa del laicismo” no tiene el mismo peso en los diferentes
discursos fascistas nacionales. Conviene deshacerse de la idea de que existe
una forma única y pura de fascismo. El fascismo nunca tiene una forma pura,
siempre está situado histórica y nacionalmente.
Igualmente, no se puede
diagnosticar el fascismo a partir del discurso que mantiene sobre sí mismo. Muy
pocas personas fascistas se definen hoy en día pública y explícitamente como
fascistas. Este es, además, uno de los rasgos que diferencian el periodo
anterior a 1945 y el actual. Muchos militantes antifascistas subestiman la
victoria popular que fue la derrota del nazismo o no calibran todas sus
consecuencias. El movimiento obrero, el movimiento antifascista y el movimiento
anticolonial impusieron de forma duradera una frontera de legitimidad que hace
imposible o difícil reivindicarse partidario del fascismo hoy en día. De este
modo el fascismo está obligado a presentarse de manera diferentes, a pasar su
mercancía de contrabando, por así decirlo. La lucha esencial hoy no es cazar al
fascista explícito, sino descubrir la ideología fascista en unos movimientos
que no se declaran fascistas y que pueden adoptar muchas caras para neutralizar
la frontera de legitimidad que plantean nuestras luchas: defensa de la
República, defensa de la nación, defensa del laicismo e incluso del
nacional-comunismo, nacionalismo socialista, etc.
Así
pues, el fascismo contemporáneo se adapta al contexto actual y adopta
una forma dominante diferente de los rostros que haya podido tener en el
pasado. Por consiguiente, la lucha antifascista no se puede limitar a los
grupos explícitamente fascistas.
Los enfoques idealistas del fascismo
El idealismo es una
corriente filosófica que explica el mundo por medio de las ideas y sus
evoluciones. Se opone a otra corriente, el materialismo, que explica la
realidad por medio de los factores materiales y sus evoluciones. El primero
explica la realidad social a partir de las ideas y el segundo explica las ideas
y teorías a partir de sus bases materiales. En el enfoque idealista del
fascismo este se explica por medio de la obra de un hombre (Hitler, Mussolini,
Pétain, Jean-Marie Le Pen). Según esta idea, en el advenimiento del fascismo no
hay ningún interés material en juego sino, simplemente, la acción nefasta de un
hombre y sus ideas. Se comprende, por tanto, el interés que tiene la clase
dominante en difundir los enfoques idealistas del fascismo.
Rechazar estos enfoques
idealistas no significa que las ideas no tengan ningún papel y que sea inútil
librar la batalla de las ideas. Simplemente, las ideas por sí solas no pueden
explicar el advenimiento del fascismo. Estas explicaciones silencian preguntas
tan importantes como “¿por qué estas ideas arraigan en algunas circunstancias
históricas y no en otras?” o “¿a quién interesa que surjan teorizaciones
fascistas en algunos contextos históricos precisos?”. En efecto, plantear estas
preguntas lleva a preguntarse por el papel de la clase dominante en la
emergencia de fuerzas fascistas y en el advenimiento de un régimen fascista.
Todas
las explicaciones en términos de “manipuladores”, “gurús”, “carisma de un
líder”, “estrategia de una organización política”, etc, llevan a una lucha
inconsecuente contra el fascismo al centrarla en la eliminación o
neutralización de los “perturbadores” (por medio de la prohibición de una
organización, la condena de un líder, la priorización de un “Frente
Republicano” para establecer una barrera, etc.) y dejar de lado el sistema
económico y social que les hace nacer, que les anima en determinados momentos y
que les llama al poder cuando está en grave peligro. Por lo tanto, para
eliminar definitivamente el fascismo no bastará con erradicar a los fascistas o
neutralizarlos (aunque haya que hacerlo, por supuesto). Un antifascista
consecuente es únicamente quien no se contenta con luchar contra los fascistas
explícitos, sino que amplía la lucha hasta el sistema social que lo engendra.
Un antifascismo consecuente no puede no ser un anticapitalismo.
Por lo tanto, esta
explicación idealista que niega la relación entre capitalismo y fascismo
presenta el fascismo como un accidente de la historia vinculado a las
circunstancias particulares de la Primera Guerra Mundial y al trauma que
supuso. Según esta idea, unos “manipuladores” encontraron en este contexto de
confusión social y de crisis moral el camino de acceso al poder apoyándose en
la necesidad de un marco y de estabilidad que tenían las masas populares, a las
que la pauperzación había afectado duramente. Así, según esta idea, tanto el
fascismo como el bolchevismo son unos accidentes de la historia liberal. Ya en
la década de 1920 se encuentra esta tesis en los escritos del dirigente radical
italiano Francesco Nitti y también, después de la Segunda Guerra Mundial, en
los análisis del líder del partido liberal italiano Benedetto Croce para quien
tanto el fascismo como el comunismo son simples paréntesis históricos
vinculados a unas circunstancias particulares. Por supuesto, estos análisis no
se preguntan en ningún momento por las relaciones entre las clases sociales y
el fascismo. El interés que tiene este enfoque para la clase dominante es que
presenta el fascismo como un fenómeno del pasado que no se puede reproducir hoy
en día.
Una
segunda explicación idealista del fascismo consiste en analizarlo como una
excepcionalidad nacional de algunos países. Según esta idea, el fascismo es el
resultado lógico de la historia alemana y de la italiana, es obra de aquellos
países que conocieron una unificación tardía y una industrialización rápida que
se produjeron bajo la dirección de una clase feudal transformada en clase
capitalista. Así, según esta idea, su herencia histórica diferente preservó a
los demás países capitalistas del fascismo. Los investigadores ingleses Brian
Jenkins y Chris Millington han documentado abundantemente el predominio de esta
tesis “excepcionalista” en los análisis franceses del fascismo (el fascismo
como característica específica y excepcional de determinadas historias
nacionales) en su obra publicada en 2020 Le fascisme français : Le 6
février 1934 et le déclin de la République.
Un tercer análisis
idealista del fascismo consiste precisamente en presentarlo como un
anticapitalismo. Los propios grupos fascistas no dudan en presentarse como
revolucionarios o anticapitalistas (o antiglobalización, anti-Europa del
capital, etc.). El término “totalitarismo” se ha fomentado ideológicamente para
meter en el mismo saco las teorías anticapitalistas y el fascismo. Así, en
clase de historia el alumnado aprende que nazismo y comunismo pertenece a la
misma categoría de régimen. Los grandes medios de comunicación también retoman
regularmente esta amalgama y al hacerlo se deslegitiman todos los intentos de
emancipación social y política. Se presentarán todos ellos como fascismos por
ser precisamente, anticapitalistas.
El pseudo
“anticapitalismo” de los fascistas nunca es una crítica del capitalismo como
sistema. Generalmente es una crítica del capitalismo de los demás países, es
decir, de los competidores del capitalismo francés. Por eso es frecuente oír a
fascistas criticar el capitalismo estadounidense o alemán, pero nunca se les
oye criticar seriamente (puede ocurrir de manera coyuntural, táctica,
momentánea) el capitalismo de su nación. En efecto, la crítica del capitalismo
como sistema lleva a un análisis de clase, mientras que la crítica del
capitalismo de los competidores lleva a la defensa de los intereses de mi
burguesía contra los intereses de las demás burguesías. De este modo, el
fascismo trata de recuperar por medio del nacionalismo burgués la ira y la
revuelta anticapitalistas tratando de canalizarlas hacia unos objetivos
compatibles con los intereses de la clase dominante nacional. En cada nación
los fascistas se inscriben así en los intereses de su clase dominante enfrentada
a los conflictos de interés con los demás capitalismos, es decir, a las
contradicciones interimperialistas. Por esa razón, los mismos que se dicen
anticapitalistas también se pueden proclamar contra la independencia de las
colonias, porque está en contradicción con los intereses de la clase dominante.
El capitalismo es en
primer lugar un sistema social y económico basado en la explotación, es decir,
en la extorsión de la plusvalía. Ser anticapitalista es actuar para acabar con
este sistema y sustituirlo por otro exento de explotación, es decir, sin
propiedad privada de los medios de producción. Por eso los fascistas no pueden
ser anticapitalistas. Por eso la lucha ideológica antifascista no puede
ahorrarse la crítica del programa económico de los fascistas. Estos últimos
defienden la propiedad privada, se oponen al aumento de los salarios y de las
prestaciones sociales, se niegan a gravar el capital, condenan cualquier
reducción de la jornada laboral, abogan por prolongar la duración de las
cotizaciones para la jubilación o del subsidio de desempleo, etc.
Una cuarta explicación
idealista del fascismo consiste en definirlo en primer lugar por su racismo y
su discurso contra la inmigración. De nuevo, se oculta así la relación entre
capitalismo y fascismo. Es una evidencia que el fascismo es racista, pero
¿todavía hay que plantearse la cuestión de la función social e ideológica de
este racismo (que, por lo demás, está lejos de limitarse a la galaxia
fascista)? Lo que pretenden los fascistas al presentar la inmigración como
causa de las dificultades sociales es impedir que se tome conciencia de las
verdaderas causas que van unidas al capitalismo como sistema que solo puede
generar (debido a sus leyes de funcionamiento) las crisis, pauperizaciones y
precarizaciones que le acompañan.
Como
vemos, no todo es falso en las explicaciones idealistas del fascismo. Es cierto
que el fascismo histórico (tal y como lo conocimos en la década de
1930) se caracteriza por la existencia de líderes carismáticos, que se
desarrolla en las traumáticas circunstancias provocadas por la
Primera Guerra Mundial, que ciertas historias nacionales han
sido terreno fértil para el fascismo, que el racismo es un rasgo común a
todos los fascismos, etc. Sin embargo, estas verdades descriptivas son
cercenadas sistemáticamente de la cuestión de la base material, es
decir, de los intereses de clase que defiende el fascismo
El pseudo “anticapitalismo” de los
fascistas
El primer aspecto del
discurso fascista es su pseudo “anticapitalismo”. Es cierto que en determinados
periodos históricos unos fascistas pueden convertirse en portavoces de
revueltas sociales, pero siempre es para desviarlas, o pervertirlas, de los
verdaderos objetivos de las clases populares. Así, un Alain Soral no duda en
proclamarse de la “izquierda del trabajo” al tiempo que simultáneamente se
proclama a “la derecha de los valores”. Por eso debemos aprender a dirigirnos a
las personas a las que los fascistas atraen con sus discursos sobre la “derecha
de los valores”. Estas personas están en una revuelta que pervierten los
fascistas. Estamos ante una “revuelta pervertida”. Aunque hay que luchar contra
la perversión, la revuelta, por su parte, es sana.
El segundo aspecto del
discurso de los fascistas se refiere a la naturaleza de las críticas que se
hacen al capitalismo (a la globalización, a Europa, etc.). Lo que se le
reprocha al gobierno en el poder es su “debilidad” en comparación con los
países capitalistas competidores, se considera insuficiente la defensa de la
“nación”, se le reprocha la supuesta ausencia de firmeza respecto a los
sindicatos y las reivindicaciones sociales. En ningún momento se pone en tela
de juicio el sistema capitalista como tal. Es posible que se critique tal o
cual aspecto del capitalismo, pero nunca el capitalismo como sistema. Los
aspectos del capitalismo criticados por los fascistas siempre son los que
corresponden a las cóleras sociales más importantes del momento y se sigue la
lógica de criticar una parte para preservar el todo, criticar un aspecto para proteger
el sistema.
La tercera dimensión
del discurso fascista es la famosa defensa de los valores que hemos mencionado
antes a propósito de Alain Soral. El enfoque común a todas las versiones del
fascismo es el enfoque organicista, es decir, que conciben la sociedad como un
organismo en el que cada elemento tiene un lugar “natural” intangible. Según
este enfoque, la sociedad es un organismo a imagen del cuerpo humano y las
clases sociales se corresponden a los diferentes órganos de este cuerpo. En
esta lógica las clases sociales no se deberían oponer, sino colaborar. Para
esta teoría las relaciones sociales ideales son las que respetan los
equilibrios pseudonaturales que serían la sumisión de la mujer al hombre, del
asalariado a su patrón, de los gobernados a los gobernantes. Se elimina del
análisis el origen de estos “equilibrios naturales” y su función social. Lo que
se oculta al hacerlo es que, lejos de ser naturales, estos “equilibrios
naturales” producen una jerarquía social al servicio del capitalismo. Algunos
discursos fascistas contemporáneos pueden parecer contradictorios con nuestras
palabras. Hoy en día [el partido francés de extrema derecha, que hasta 2018 se
llamaba Frente Nacional,] Rassemblement national [Agrupación nacional] no duda
en declarase a favor de los derechos de las mujeres o del laicismo, aunque toda
la historia de esta corriente de pensamiento atestigua lo contrario. Esta
“conversión” se produce precisamente en el momento en que tanto el laicismo
como los derechos de las mujeres son instrumentalizados por la clase dominante
contra la inmigración, las personas musulmanas o supuestamente musulmanas, las
personas que habitan en los barrios populares, etc. El laicismo y los derechos
de las mujeres se vuelven defendibles a condición de estar integrados en una
lógica islamófoba y/o de “choque de civilizaciones”.
El cuarto rasgo
distintivo del discurso de los fascistas es la negación de la lucha de clases y
la oposición a ella. Se considera que la lucha de clases debilita a la “nación”
frente a los competidores. La famosa unidad nacional que defienden supone la
negación de la existencia de clases sociales con intereses divergentes, es
decir, de clases que entran inevitablemente en lucha unas contra otras. Al
negar este motor de la historia que es la lucha de clases, los fascistas solo
pueden conformarse con una presentación del “orden” como motor de la historia.
Por eso los fascistas consideran que son los grandes hombres y las élites
quienes hacen la historia. Lo que defendían ayer con teorías sobre las razas
inferiores y hoy defienden con discursos sobre el “choque de civilizaciones” es
la idea de una jerarquía natural de los pueblos en el ámbito internacional y la
de una jerarquía también “natural” de las élites en el nacional.
Una quinta
característica del discurso fascista es la explicación que ofrece de las crisis
sociales. Aunque son el resultado del propio funcionamiento del capitalismo,
los fascistas las explican por medio de la “mala gestión”, la “anarquía”, “la
ausencia de firmeza” de los sucesivos gobiernos, por medio de “la sumisión al
mundialismo”, etc. Este análisis lleva a un llamamiento al “orden”, a la
“firmeza”, a la “prioridad nacional”, etc. Dicho de otro modo, las respuestas
que se proponen a las crisis del capitalismo consisten en exigir fortalecer
unas ideologías y unas prácticas vinculadas históricamente al capitalismo. El
sistema que genera las crisis se presenta como la solución a estas crisis.
Por último, entre las
especificidades esenciales del discurso fascista encontramos la crítica del
parlamentarismo en una lógica de “todos corruptos”. Para ello se basan en
escándalos reales del parlamentarismo tal como lo conocemos (falta de
representatividad de los cargos electos, falta de legitimidad ligada al alto índice
de abstención de las clases populares, peso predominante del ejecutivo, etc.).
Por eso el discurso antifascista no puede consistir en una defensa de un
parlamentarismo que no es el nuestro sino el de la clase dominante. Igualmente
conviene hacer visibles las diferencias absolutas entre la crítica del
parlamentarismo que hacen los progresistas y la que hacen los fascistas. Si
ellos critican el parlamentarismo sobre la base de una exigencia de menos
democracia, nuestra crítica se hace sobre la base de una exigencia de más
democracia directa. Ellos piensan que hay demasiada democracia, nosotros
pensamos que no hay suficiente.
El anticapitalismo de los
fascistas siempre es de fachada, parcial, coyuntural. Su crítica del
parlamentarismo dominante va encaminada a una restricción de los
derechos y libertades democráticas, aun cuando el escándalo de este
parlamentarismo se sitúe en una democracia formal y de fachada.
Conocer la herencia teórica antifascista
No somos los primeros
que hemos intentado comprender la naturaleza política del fascismo. Antes que
nosotros ha habido generaciones de militantes que lucharon y trataron de
analizar el fascismo. Disponemos de una herencia que nos permite evitar errores
que fueron dramáticos en el pasado. Por supuesto, esta herencia se debe adaptar
a las realidades contemporáneas y a los nuevos rostro del fascismo. Sin ser
exhaustivo, no es inútil recordar algunas de estas herencias.
Empecemos por la
definición del propio fascismo. Uno de los primeros logros de los debates contradictorios
que caracterizaron el antifascismo es su caracterización de clase del fascismo.
Uno de los logros importantes que hemos heredado es la necesidad de distinguir
entre la naturaleza de clases del fascismo por una parte y las clases que
moviliza para acceder al poder por otra. Si el fascismo se dirige a las clases
populares y las clases medias desclasadas, en proceso de desclasarse o con
miedo a caer en ello, los intereses de clase defendidos por los fascistas son
los de la clase dominante e incluso los de una fracción particular de esta
clase, la vinculada al capital financiero.
Esta fracción de la
burguesía que Lenin definía como “la fusión del capital bancario y del capital
industrial” adopta la forma de grandes grupos industriales y financieros o de
fondos especulativos que no se contentan con el beneficio medio de cada mercado
nacional, sino que buscan el máximo beneficio en el mercado mundial. El capital
financiero no duda en desplazar su capital de un sector a otro, de un país a
otro, en busca de una fuerza de trabajo lo más barata posible para maximizar su
beneficio. Lógicamente, la competencia en el seno de este capital financiero
mundial es feroz, por lo que cada capital financiero nacional se apoya en su
Estado nacional para defender sus intereses frente a otros capitales nacionales
y sus Estados. Por eso el capital financiero nacional se caracteriza también
por su carácter chovinista. Aunque las multinacionales reagrupan capitales que
pertenecen a accionistas de varios países, eso no quiere decir que ya no tengan
ningún arraigo nacional. Esta agrupación de capitales de varios países se hace
siempre bajo la dirección o la dominación de un grupo industrial y/o financiero
de un país. Cada multinacional desde el punto de vista de su capital es de
hecho nacional desde el punto de vista del grupo dirigente, que se puede basar
en la política exterior de su Estado para promover sus intereses, es decir,
maximizar sus beneficios. Esta fracción del capital, la más reaccionaria, la
más imperialista y la más chovinista, es la que en determinadas circunstancias
necesita al fascismo para mantener sus beneficios.
En 1935 Georges
Dimitrov formuló una definición de fascismo que, en mi opinión, sigue siendo
plenamente actual. Este comunista búlgaro al que los nazis acusaron del
incendio del Reichstag y que transformó su declaración ante los jueces en un
juicio al fascismo, define el fascismo de la siguiente manera: “Una dictadura
terrorista abierta a los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más
imperialistas del capitalismo financiero”. Por consiguiente, el fascismo se
inscribe dentro de la continuidad con el poder clásico de la burguesía (en
ambos casos se trata de un capitalismo y de una burguesía dominante) al tiempo
que está en ruptura con él (en lo que concierne a los medios terroristas que
moviliza esta clase dominante). Otros análisis antifascistas se han preguntado
por la circunstancias históricas del desarrollo del fascismo. Así, en 1929 el
comunista alemán August Thalheimer definió el fascismo como un régimen de
excepción que adopta una forma bonapartista, es decir, que la clase dominante
confía el poder a un “Bonaparte” para salvaguardar su poder económico.
Estos análisis que
vinculan fascismo y análisis de clase ponen de relieve que el fascismo se
desarrolla cuando la clase dominante se siente amenazada por el desarrollo de
las luchas sociales, que se convierte en una hipótesis creíble para esta clase
cuando se enfrenta a una crisis de legitimidad y a una crisis de
gobernabilidad. Por lo tanto, la clase dominante es la que llama al fascismo
cuando le parece que su poder está amenazado. Por ese motivo a menudo coinciden
simultáneamente los factores que llevan a una revolución y los que llevan al
fascismo. Así, en 1934 el comunista inglés Palme Dutt desarrolló la tesis del
fascismo como resultado de tres circunstancias: una burguesía debilitada por el
desarrollo de las luchas sociales y una crisis de legitimidad; una burguesía
que, aun así, sigue siendo fuerte; unas clases medias desestabilizadas y que
sufren un proceso de desclasamiento. En estas circunstancias lo que está en
juego es la recuperación de la revuelta en ascenso de las clases populares
empobrecidas y aun más de la revuelta cada vez mayor de las clases medias en
vías de desclasamiento. ¿Orientarán estas su ira contra el capitalismo o contra
otro grupo social (las personas extranjeras, las judías, las musulmanas, etc.)?
Esa es la pregunta que en esas circunstancias se hace la clase dominante.
Subrayar que el
fascismo está vinculado a los intereses de la clase dominante en general y a
los del capital financiero en particular no significa que estemos ante una
conspiración. Los fascistas no son solo las herramientas de la clase dominante.
Generalmente esta clase considera que podrá canalizar, controlar o limitar el
fascismo. Así, el comunista italiano Antonio Gramsci insiste en el hecho de que
los fascistas disponen de una autonomía relativa respecto a la clase dominante.
Se sirven de las luchas de poder entre las diferentes fracciones del capital
para hacer avanzar en su propia agenda al plantearse progresivamente como el
último y único recurso ante la amenaza de una revolución social. Por
consiguiente, hay una oferta de fascismo por parte de las organizaciones
fascistas y una demanda de fascismo primero por parte de algunas fracciones de
la clase dominante y después por parte de fracciones más importantes. Cuando
ambas se encuentra la situación está madura para que se instale una dictadura
terrorista abierta.
Cuando
la oferta no se corresponde a la demanda porque la burguesía no se siente
suficientemente amenazada, el fascismo no encuentra las condiciones de acceso
al poder. No obstante, en circunstancias de fuerte desarrollo y
radicalización de las luchas sociales la clase dominante no dudará en adoptar
los análisis, las propuestas y una parte de los métodos del fascismo. En tal
caso estamos ante un proceso de fascistización del aparato de Estado.
El proceso de fascistización
Los análisis que hemos
expuesto más arriba, que constituyen nuestra herencia antifascista, no son
exhaustivos, hay muchos otros que no podemos exponer aquí por falta de tiempo.
Sin embargo, son suficientes para acabar con algunas ideas equivocadas que
todavía son demasiado frecuentes entre las filas antifascistas. El primer error
consiste en analizar el fascismo como la llegada brusca e instantánea de un
régimen dictatorial. Lo que se subestima en esta tesis es la secuencia que
precede al fascismo, es decir, el proceso de fascistización. Mucho antes de que
la clase dominante necesite un poder fascista se sirve de su Estado para
reaccionar ante el aumento de las luchas sociales. La represión cada vez más
violenta de estas luchas, la restricción de los derechos y libertades
democráticas, la disolución de organizaciones contestatarias, la modificación
de la legislación hacia una lógica autoritaria y de seguridad cada vez mayor,
el convertir a grupos sociales en chivos expiatorios, etc., preceden a la
llegada al poder de los fascistas. Solo cuando estas medidas resultan
ineficaces y el poder es amenazado inmediatamente, la fascistización pasa un
umbral cualitativo al transformarse en fascismo.
Relacionado con este
primer error hay un segundo que consiste en considerar que el fascismo llega al
poder por medio de la violencia. Sin duda pude ocurrir, pero es más frecuente
que los fascistas lleguen al poder con toda legalidad y que después lo
transformen en una dictadura terrorista abierta. El proceso de fascistización
reúne las condiciones del fascismo para hacerlo posible en caso de que lo
necesite la clase dominante. En este sentido se puede decir que la
fascistización es la antesala del fascismo, pero eso no significa que la
fascistización lleve sistemáticamente al fascismo. En ese sentido no hay ningún
determinismo histórico absoluto, todo depende de la relación de fuerzas. Así,
fue el rey Victor Emmanuel III quien confió a Mussolini las riendas del poder
tras la Marcha sobre Roma de los fascistas y también fue el presidente
Hindenburg quien nombró a Hitler canciller.
El tercer error es el
que ya hemos subrayado, esto es, la confusión entre el fascismo y una de sus
formas históricas. El fascismo contemporáneo puede adoptar nuevas formas
históricas. No desfilará necesariamente con camisas pardas. Puede muy bien
surgir del propio seno del aparto de Estado actual y de la actual democracia
parlamentaria. Se puede deber a una mutación cualitativa de miembros de la
clase política “demócratas” y “republicanos”. Tener en cuenta la diversidad de
posibles orígenes del fascismo es volver a la noción de “autonomía relativa” de
los fascistas de la que hablaba Gramsci. Hoy no existe un único bloque
fascista, sino una galaxia fascista caracterizada por la diversidad de sus
análisis.
No
tenemos tiempo para describir toda esta diversidad. Contentémonos con recordar
dos de sus corrientes principales. La primera se basa en una lógica centrada en
la afirmación de la existencia de un peligro que sufre la “civilización
occidental” debido al ascenso del “islamismo” para algunos, del ascenso del
Islam para otros o de la inmigración que, según otros más, se ha vuelto masiva.
El ideólogo de la burguesía Samuel Huntington teorizó este enfoque en sus
libros El choque de civilizaciones y ¿Quiénes somos?
Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. Uno de los principales
rostros del fascismo (desde el discurso sobre el peligro musulmán hasta la
tesis de la “gran sustitución”, pasando por la de una identidad nacional
amenazada por la inmigración) tiene su origen en este postulado de una guerra
de civilizaciones. El aura de esta tesis va mucho más allá de la extrema
derecha y la convierte en una de las bases centrales de justificación de la
fascistización del aparato de Estado. Por ese motivo otro error posible es
limitarse al enfrentamiento con los grupos explícitamente fascistas o de
extrema derecha sin luchar contra la fascistización del aparato de Estado. La
segunda corriente es más clásica y está constituida por el “nacionalismo
revolucionario” que destaca unas tesis cercanas al fascismo que conocimos en la
década de 1930 (crítica del parlamentarismo, llamamiento al orden moral,
racismo explícito, etc).
No
obstante, estas dos corrientes tienen un punto en común esencial: presentar la
lucha de clases como algo que divide la nación, que destruye la unidad
nacional, como complicidad objetiva frente al peligro civilizacional
que nos amenazaría.
Acerca de nuestra secuencia histórica
Actualmente nos
encontramos en una secuencia histórica caracterizada por la llegada al poder
desde hace más de cuatro décadas del neoliberalismo en forma de una
globalización capitalista. Este neoliberalismo no es sino la política económica
que corresponde a los intereses de los monopolios y de los grandes grupos de
capital financiero. Esta fase neoliberal, que se basa en una carrera mundial
por maximizar el beneficio, se concreta en la destrucción de las conquistas
sociales, en una deslocalización generalizada en busca de un coste cada vez más
bajo de la mano de obra, en una flexibilización generalizada del trabajo, en un
retroceso del Estado a únicamente sus funciones de regalía (el mantenimiento
del orden, la justicia y la defensa bélica de los intereses del capitalismo
francés y europeo en el ámbito internacional). La consecuencia de ello es una
pauperización generalizada de las clases populares y un desclasamiento social
de las clases medias.
Otra consecuencia de la
globalización capitalista es la exacerbación de la competencia entre los
diferentes países capitalistas que se concreta en el desarrollo de guerras por
el control de las fuentes de materias primas y en una militarización cada vez
mayor. El desarrollo de los discursos chovinistas sobre la identidad nacional
amenazada no es sino la expresión de esta base material que constituye la lucha
entre las potencias imperialistas por repartirse el mundo.
Nos encontramos también
en un contexto de desarrollo y de radicalización de las luchas sociales que se
concretiza en el movimiento contra las reformas de las pensiones, el de los
ferroviarios contra la privatización, el de los Chalecos Amarillos, el
movimiento contra la violencia policial, etc. Tras una fase de dos décadas de
retroceso frente a la lógica implacable de la globalización capitalista, de
nuevo es el momento de cada vez mayores luchas sociales. Al poner de relieve la
pandemia de coronavirus las consecuencias de las elecciones económicas
neoliberales de las últimas décadas, aumenta aún más la ira social y sume a la
clase dominante en una importante crisis de legitimidad. La toma de conciencia
de una causa sistémica de la pauperización y de la precarización generalizada
conoce un progreso inédito desde el giro neoliberal de las décadas de 1970 y
1980. La posibilidad de unos movimientos sociales de gran magnitud está
presente y los análisis y decisiones del gobierno la anticipan. Por supuesto,
estos movimientos sociales no constituyen un peligro inmediato para la clase
dominante. Sin embargo, esta última tiene una experiencia histórica que le
permite comprender los peligros potenciales de la situación social actual.
Nunca hay que subestimar a nuestro enemigo.
Este contexto de una
burguesía debilitada pero todavía fuerte y de un movimiento social que progresa
de forma importante, pero que todavía no es lo suficientemente poderoso permite
explicar la actual fascistización del aparato de Estado. El hecho de que Macron
y sus ministros hayan recuperado partes enteras de análisis que hasta ahora
eran específicos de la extrema derecha refleja esta fascistización, lo mismo
que las medidas liberticidas contenidas en la entrada del estado de urgencia en
el derecho común, en la ley sobre la “seguridad global” o en la ley contra el
pseudoseparatismo. Aunque la clase dominante todavía no necesita el fascismo,
prepara las condiciones para este en caso de que la evolución de la situación
social lo hiciera necesario. En esta preparación de la hipótesis fascista como
último recurso la clase dominante baraja dos posibilidades: la tolerancia
respecto a grupos más o menos explícitamente fascistas por una parte y la
aceleración de la fascistización del aparato de Estado por otra.
En
este contexto es ilusorio luchar contra el fascismo subestimando la
gravedad de la fascistización del aparato de Estado. También
es ilusorio subestimar la lucha contra los grupos explícitamente
fascistas. Una vez que estos grupos estén en el poder solo se
podrá luchar contra ellos por medio de la lucha armada, como en la época del
nazismo. Desde hoy nos enfrentamos a la doble lucha contra la fascistización
y contra los grupos fascistas.
Fuente: https://bouamamas.wordpress.com/2021/04/11/comprendre-et-combattre-le-fascisme-et-la-fascisation/
Esta traducción se puede reproducir
libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a
la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.