viernes, 21 de abril de 2023

El capitalismo, ese triturador de vidas

 


El capitalismo, ese triturador de vidas

 

Por Grazia Tanta

KAOSENLARED

21 de abril de 2023 

 

Señalar y acusar al capitalismo es la forma más integrada de plantear cuestiones ambientales, políticas, económicas y de sociabilidad entre los seres humanos; considerar sólo análisis parciales, pocos ángulos de análisis del capitalismo, esto corresponde a la(s) forma(s) de los pactos con él, con su desempeño o, de mínima a un alto grado de miopía.

El capitalismo es una estructura económica y social, compuesta, integral, invasiva y jerárquica. En este contexto, no habrá solución para la realización de las cinco necesidades sociales esenciales descritas por Spinoza: paz, alimentación, vivienda, salud y educación. A estos cinco solemos agregar otros dos, más genéricos: las necesidades típicamente humanas de amar y ser amado.

Se vislumbra el agotamiento de las capacidades del planeta para alimentar dignamente a 8000 millones de personas, sin olvidar que la necesaria armonía de la relación entre los humanos y el planeta está lejana; por otra parte, no nos parece central ni interesante el envío al espacio y, en particular, a la Luna, de los artefactos y escombros arrojados allí por la competencia entre las naciones más ricas.

Más importante y peligrosa es la salpicadura del planeta con bases militares, flotillas de buques de guerra y conflictos, cuyo desenlace podría ser desastroso para la continuidad de la especie humana.

La racionalidad del sistema capitalista generalmente incorpora la infraestructura productiva (en forma de uso de bienes y servicios), con enormes efectos sobre el medio natural y, generando una competencia constante y multifacética entre los estratos poseedores, cuya ideología contagia al resto del la población, a la humanidad.

Estar en medio de enormes colas de autos, en hora punta, impermeabilizar el suelo con brea o, lidiar con el brutal impacto del tráfico aéreo, no es ni inteligente ni saludable; pero incorpora rentas de actividades típicamente inútiles o nocivas, reflejadas en el PIB “consagrado”.

El sistema financiero disfruta de algo muy especial, que es la producción infinita de “riqueza”; y esta infinidad lo coloca cada vez más en una situación de presión sobre los bienes naturales o transformados, sobre el capitalista común, más allá del rebaño humano, segmentado y marcado por inmensas desigualdades. Sobre todo, los derivados de sesgos nacionalistas o patrióticos.

Las pirámides de Ponzi son los instrumentos para la creación infinita del dinero, su aplicación en la explotación de los recursos de la Tierra, generando una cadena entre la infraestructura, por naturaleza finita, y la presión financiera tendiendo a ser infinita.

La macrogestión de este sistema global le corresponde al sistema financiero que tiene como instrumento de gestión política de la Humanidad a las clases políticas, claramente situadas por encima de los pueblos, globalmente jerarquizadas o, en el ámbito de las plutocracias nacionales. Estas jerarquías replican las cortes y señores del mundo euroasiático de antaño pero con un grado mucho mayor de integración en los sistemas político y financiero.

Formalmente, hay que contar con los cráneos empobrecidos de bidens y vonleydens; y, sobre todo, con las capacidades de mandarines ilustrados como Putin o Xi, como gestores de clases políticas nacionales, insertos en jerarquías flexibles, en cada momento y, en las dificultades de explorar y mantener el (des)orden social, económico y social ambiental.

Un caos manejado por la des(articulación) entre lo social, lo económico, las disputas entre grupos económicos/financieros o políticos; de este caos, traducido en la racionalidad proveniente de las élites de Davos, así como de los ejecutores de las clases políticas que allí se postran, lo que queda es la desorganización de los pueblos, más capaces de generar antagonismos entre ellos que de enfrentarse a los enemigos polifacéticos.

Los juegos de participación en eventos dirigidos a la clase política y empresarial no son más que formas de convencer y enmarcar a la plebe, en la aceptación de que los gobiernos enfrentarán y resolverán los evidentes y crecientes desmanes sociales y ambientales; con más o menos elecciones, con clases políticas más o menos ineptas y corruptas que muchas veces etiquetan a sus miembros como gerentes o empresarios.

Las clases políticas, entrelazadas con el poder financiero dominante, manejan las estructuras políticas (partidos, sindicatos, empresas públicas, en particular); así como las estructuras mediáticas, dominadas por grupos empresariales que organizan los flujos de “información”, volcada en todo momento sobre la masa de los desposeídos del poder.

Se pretende que estos desposeídos/as -sobre todo asalariados/as, precarios/as, deudores/as- asuman y se dignifiquen en el ejercicio de cualquier trabajo de mierda, para usar las palabras de David Graeber. Esta masa de desposeídos, en gran parte, está compuesta por electores de rutina en las vernissages electorales, mientras no sean inhabilitados como pensionistas o desempleados sin futuro, con derecho a la limosna; aunque para esto último, en la actualidad, se utiliza la denominación de subsidio.

El agotamiento de los suelos agrícolas, cargados de productos químicos o deteriorados por la presencia de animales de faena, es generado por el productivismo propio del capitalismo, por la presión del “mercado”. Y sin embargo, por presión humana, durante décadas, creando y reproduciendo la “modernidad”, en la loca forma de situaciones propias de las conurbaciones urbanas, llenas de suelos impermeables al alquitrán, por la presión inmobiliaria o, por la densificación de las vías de circulación y aparcamientos. .

La laxitud política del ambientalismo se desliza, por regla general, hacia una inserción en las estructuras de poder político y económico; y menos, por una organización autónoma y contestación radical al modelo extractivista, depredador, economicista, oligárquico y represivo. El llamado ecosocialismo, en todo caso, será una farsa, digna de tolerancia o aplausos del poder político y económico. La guerra de Ucrania es un ejemplo notorio de la incapacidad del ambientalismo tradicional y del compromiso de las clases políticas con las estructuras más altas del capitalismo; aun cuando la primera se disfraza de democracia edulcorada, con elecciones, partidos y… corrupción, obviamente.

La idea de crecimiento infinito del PIB encarna el esfuerzo por continuar este camino insano de inserción imposible en la producción de bienes y servicios, más o menos ligados a las necesidades humanas y al empresariado común. Este crecimiento infinito se ve amplificado por el desempeño del sistema financiero que absorbe capital estatal, trabajadores y empresas, garantizando su disponibilidad futura. Sin embargo, como estos fondos se colocarán, en gran parte, en el “mercado”, solo una pequeña parte estará disponible en el banco de origen, suponiendo, a la ligera, que todo pueda devolverse a los depositantes originales, lo que obviamente es imposible siempre que hay desconfianza en el “mercado” financiero, con la cadena de bancos[1] involucrada, teniendo dificultades para devolver el dinero depositado.

La farsa de los modelos electorales basados ​​en oligarquías partidistas excluye en realidad hipótesis de una real intervención y decisión del pueblo en general, porque en ese modelo intervienen las bandas partidarias que organizan situaciones institucionales[2], haciéndose superiores, con miras a acceder a lo real. poder de decisión y, en particular, en cuanto al acceso al “bote“.

Estas oligarquías son insaciables. Son los cuidadores de la explotación del trabajo por parte de unos, demostrando que el salario es una aberración que sólo los cambios copernicanos pueden obviar; para ello, es necesario deshacer estas oligarquías, su imposición de la lógica de la ganancia y la apropiación privada, cuya existencia es una puerta abierta de par en par a la perenneidad de las desigualdades, a su constante rejerarquización, a la preponderancia de lo privado, con desacato a la salvaguarda de los bienes puestos a disposición por la naturaleza. La destrucción, los desplazamientos masivos de seres humanos, la guerra, son parte de la rutina diseñada por los poderes fácticos.

El capitalismo desarrolla técnicas sofisticadas para la producción de bienes o servicios, pero considera los recursos existentes en el planeta como algo infinito y eternamente cambiante, como si fueran marcas indelebles de su existencia; así como hace del propio planeta un artefacto generado por un arquitecto contratado por el capitalismo para diseñar todos los cambios que aumentan el crecimiento del PIB.

El decrecimiento supone un llamamiento a la renuncia o a la reducción del consumo, cuya configuración es esencialmente demente; pasa por una adaptación, una integración a la lógica del capitalismo y no una forma efectiva de hostigarlo. En 110 países la gente vive con menos de $10 000 al año y solo 28 tienen un ingreso de más de $40 000. La gran mayoría de los seres humanos tienen enormes necesidades en cuanto a alimentación, salud, vivienda, acceso a la educación, tranquilidad; en este contexto, proponer una renuncia o reducción, en el ámbito de esas necesidades humanas, implica considerar un plan generativo, de apropiación y redistribución de bienes, totalmente ajeno a la lógica propia del capitalismo. Esto sólo se puede compaginar  en una postura clara y decididamente anticapitalista y, jamás en el seno de posturas complacientes con el capitalismo y la “democracia de mercado” como se verificó, hace pocos años en Glasgow.

Ligado al sacrosanto crecimiento está la producción de armamento y la existencia misma de fuerzas armadas que oscilan, dentro de su inutilidad social, en la aplicación en intervenciones musculares, destructivas, como en la guerra y campañas militares en general. En este contexto, el desafío al modelo global de capitalismo debe enmarcar el rechazo al militarismo, la extinción de las fuerzas armadas y la producción de material bélico… tema en el que las clases políticas no se atreven.

Por el contrario, en el desarrollo del colapso fascista de Ucrania, la OTAN se expandió, dejando en Europa, fuera de la sombra de su sombra, Austria, Irlanda, Suiza y los microestados europeos (Andorra, Liechtenstein, S. . Marino y Mónaco)… sin olvidar el Vaticano cuya desastrosa actuación fue evidente en tiempos del Papa Wojtyla.

A raíz de lo anterior, ¿es necesaria, compatible y democrática la vida de los pueblos con oligarquías y clases políticas, ávidas de prebendas, corruptas y protegidas por cohortes policiales y militares? ¿Se puede decir lo mismo de una redistribución de la renta y del poder que beneficie a unos pocos ricos, que se sentirán elevados a situaciones de poder sobre el resto de la población?

En el ámbito del contenido de la producción social de bienes y servicios, ¿tiene sentido la inherente segmentación de ingresos y niveles de poder, liderados o articulados por un poder político, ávido de apropiación y regresivo de distribución del ingreso?

No existe un plan racional, global o regional, para la distribución de los recursos y sus frutos por la masa humana; también apunta a un funcionamiento del mercado que, por regla general, segmenta y jerarquiza a los seres humanos, en función del poder económico de las organizaciones oligárquicas como los Estados y las empresas, especialmente las de gran poder, como las multinacionales.

¿Qué actividades incorporarán, en el futuro, al bienestar de la masa humana? Volvemos al principio de Spinoza; para eso, es imperativo acabar con el armamento y todas las demás falencias, como la privatización de la salud, la educación, la vivienda, creando un ambiente para compartir lo común y, sin el autoritarismo proveniente de las clases políticas, que tienden a ser excluyentes. y corrupto

El capitalismo, articulando la producción y las relaciones entre los humanos y el planeta, desperdicia las capacidades creativas de millones de personas; mientras los condiciona y los esclaviza. El transporte y la distribución en el capitalismo promueven inmensos costos en términos logísticos, burocráticos, además del ambiente competitivo que pone a los seres humanos en competencia unos contra otros. El productivismo no apunta a soluciones a las necesidades humanas; es sólo un conjunto de acciones encaminadas a apropiarse, por una minoría, de los bienes, servicios y prebendas producidos por una gran mayoría, desvinculada de los objetivos de la propia producción de bienes y servicios. ¿No deberían eliminarse las desigualdades existentes para la construcción de un sistema de redistribución equitativa?

Los elementos de derroche por parte de los trabajadores y trabajadoras son inducidos por la irracionalidad del sistema; debido a la ligereza de la absorción de mentalidades consumistas, de donde salieron las prácticas para el enriquecimiento de los capitalistas, con el consiguiente aumento del PIB. Asimismo, se descuidan los impactos ambientales y sociales generados por la acción negligente del capital, que desprecia los elementos que van más allá de los límites absolutos del propio planeta.

La guerra en Ucrania es el lugar donde, hoy en día, se están produciendo paulatinamente más desastres humanos, sociales, ambientales; y, donde es visible la ligereza de los occidentales de usar uranio empobrecido con más del 90% de isótopos de uranio-238 y menos del 1% de uranio-235. Este uso estadounidense de uranio en Irak hace veinte años llevó al uso de 300 toneladas de uranio empobrecido, según estimaciones de la ONU. La vieja y ridícula monarquía inglesa, desde el fondo de su decadencia, de su subordinación a los EE.UU., decidió enviar a Ucrania, municiones hechas con uranio empobrecido y, una vez más, puso en la agenda, un viejo problema -vulgarizar o no-. material radiactivo, aunque contamine a muchos seres humanos.

En el ámbito de la ligereza de la forma en que las clases políticas manejan las sociedades, se destaca EE.UU., con pretensiones al podio de las naciones, con la adopción de prácticas que pretenden insertar, en el ámbito de la subalternidad, a todos los demás pueblos, cuando sea necesario o conveniente.

Como el planeta es limitado, es fundamental considerar sus espacios y recursos en términos de espacio y uso de los elementos contenidos en él. Es una obviedad y una locura admitir que es posible que el ser humano supere las limitaciones del planeta, evitando, al mismo tiempo, un colapso ecológico. La degradación de la naturaleza, el exterminio de las especies vivas, animales o vegetales constituye una amenaza para la humanidad.

La demanda de litio, por ejemplo, implica costos crecientes y una competencia feroz entre las principales potencias; todo ello para alimentar un aparcamiento desproporcionado, objeto de la tremenda lucha en la que se pretende involucrar a gran parte de la Humanidad; y cuyos efectos implican la atracción de ricos y pobres. ¿Son los costos ambientales, debidamente calculados, superiores a las ganancias de la producción de automóviles? ¿Qué pasa con el consumo de combustible, el tiempo perdido en interminables colas de vehículos? ¿Y la existencia de enormes áreas urbanas donde se aglomeran millones de personas? Estos daños, debidamente calculados, son ciertamente mayores que las ganancias de sus beneficiarios quienes, sin embargo, buscarán gravar a los municipios, en una escalada sin verdaderas formas de resolución.

Las tasas crecientes de contaminación y degradación ambiental ocurren porque los capitalistas y sus gobiernos buscan ganancias a expensas del medio ambiente; y no por el uso de tecnologías libres de daño ambiental y humano. Por regla general, los recursos y medios de producción están destinados a la acumulación de capital; todo lo demás es superfluo, en la lógica de los capitalistas.

La contradicción entre el ser humano y la naturaleza, que hoy se revela dentro del capitalismo dominante, sólo puede ser abolida teniendo en cuenta que la estructura productiva debe basarse en los cinco principios señalados por Spinoza; y no en la producción de armas, lujos y superficialidades que tanto atraen a los ricos y a los idiotas.

Cualquier salida a la situación actual, desde el punto de vista político, económico, social y cultural, para evitar un desastre global, será a través de un plan amplio y detallado, basado en la propiedad común de los recursos, en tecnologías aceptables que sustituyan a las modelo de lucro, de apropiación privada de los recursos del planeta, de egoísmo nacionalista, propio de la ideología inmanente al llamado mercado capitalista.

Hablar de planificación en un contexto capitalista es un error. Los capitalistas se constituyen en competencia entre sí, en una lógica de maximizar los resultados que cada uno persigue; actúan como agentes redistribuidores de salarios limitados y precariedad laboral; y, como manipuladores de los ingresos estatales para apoyar a la comunidad empresarial de más alto perfil.

A la clase política le corresponde el manejo y manipulación del aparato estatal, la selección y jerarquización dentro del mandarinato político, la expedición de leyes y reglamentos, la recaudación y distribución de la carga tributaria. Para la multitud de trabajadores asalariados, pobres, desempleados, precarios, quedan dos opciones esenciales, salidas de la clase política. Uno es la continuidad sumisa del statu quo, definido por las estructuras del capitalismo y lo que podemos llamar “democracia de mercado”, con partidos políticos, conservadores, integrados al modelo político vigente y sindicatos amorfos. La segunda tiende a anclarse en una plácida aceptación de las estructuras fascistas -políticas o gremiales- de una incorporación total de estas estructuras en el aparato estatal; un caso bien conocido fue el vivido durante el régimen fascista en Portugal (finalizando en 1974).

La supresión del capitalismo incluye la planificación en una sociedad no capitalista que evite las consecuencias catastróficas del cambio climático y otros excesos promovidos por el modelo capitalista, enfocados en el crecimiento infinito del PIB. La gran pregunta es si las víctimas del capitalismo logran organizarse en un nuevo modelo político, social y económico; o, si se dejan conducir por el binomio capitalistas-clases políticas, hacia un modelo político represor y fascista. Por otro lado, ¿el modelo de Estado-nación, que implica una competencia exacerbada – cuando no una guerra abierta entre sus miembros – apoya los supuestos de Spinoza? El modelo político, hoy dominante, engloba situaciones de competencia económica, así como de tensión política, cuando no conduce a la guerra.

Autoría: Grazia Tanta para Kaosenlared

Imagen: Grazia Tanta

Traducción: Diana Cordero para Kaosenlared
Texto original en portugués: Capitalismo, esse triturador de vidas

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Plan SAREB: «No, no habrá 50.000 casas de Sareb para el parque público de vivienda» [Los que quieran ensuciar el nombre de la izquierda que lo hagan. Son libres de hacerlo, pero que no se llamen socialistas, sino ensuciadores del nombre de la izquierda. Y los perros del hortelano que van al Congreso de los Diputados a ladrar contra los ensuciadores de izquierdas para que lo ensucien más todavía, se pueden llamar amiguitos de a partir un piñón de dame la manita PP-Luis con los que ensucian el nombre de izquierdas, ¡guau…, guau…!, pero no patriotas.]

 

Plan SAREB: «No, no habrá 50.000 casas de Sareb para el parque público de vivienda»


TERCERAINFORMACION / 21.04.2023

  • La plataforma de familias afectadas por el banco malo, Plan Sareb, emite un comunicado en el que detalla los pormenores del anuncio del presidente del Gobierno del pasado 16 de abril sobre la “movilización” de 50.000 viviendas de la Sareb para ser usadas para “alquiler social asequible”.
  • El 59% del listado de viviendas elaborado por Sareb y aceptado por el Gobierno de coalición supone en el mejor de los casos una bolsa temporal de alquileres a partir de las viviendas y terreno menos rentables para el sector inmobiliario.
  • Sareb y Gobierno mantienen la misión de venta de todos los activos del banco malo, que se prepara para colocar 8.900 viviendas de mayor calidad al mercado privado a través de la venta de Árqura Homes, mientras promueve la ingeniería social y abre la puerta a la subvención a precios de mercado de su parque ya habitado.
  • El 41% restante en el listado supone que la ampliación del parque público de vivienda se produzca mediante la recompra por parte de las Comunidades autónomas del parque más deteriorado.



Comunicado Plan SAREB

La publicación de un listado de viviendas de Sareb disponibles potencialmente como bolsa de alquiler asequible, anunciado en acuerdo de consejo de ministros del 18 de abril, y previamente por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en acto electoral celebrado en Valencia el día 16, ha estado rodeada de titulares con un marcado carácter electoralista y suscita muchas dudas sobre su aplicación y desarrollo. La aceptación del Gobierno de este listado elaborado por el ‘banco malo’ confirma el fracaso de Sareb como supuesto instrumento de recuperación de parte del rescate bancario, y subraya el auténtico papel ejercido por el Estado en el mantenimiento artificial del precio de la vivienda a través de Sareb en medio de una grave crisis de la valorización capitalista.

Podemos afirmar que los titulares y las propias declaraciones del Gobierno sobre una futura ampliación en hasta 50.000 viviendas de los parques públicos de vivienda a partir de parte del parque inmobiliario de Sareb no es coherente con la naturaleza de las propias intervenciones anunciadas, ni con la misión societaria de Sareb o la sostenibilidad de un proyecto social a largo plazo.

Mas allá del listado y de la categoría de intervenciones designada por Sareb, su aceptación por el Gobierno supone una simple puesta al día de diferentes líneas de actuación de Sareb, el ejecutivo central, las autonomías y las entidades locales, que ni siquiera afecta a la actual composición accionarial de la empresa ni a su misión social, confirmada en el RD 1/2022, y que establece como prioridad de la empresa la venta de todos los activos. Esto condiciona el alcance y la naturaleza de las intervenciones mencionadas, y permite afirmar con rotundidad que estas políticas, de concretarse, NO SUPONEN LA AMPLIACIÓN, NI SIQUIERA POTENCIAL, DEL PARQUE PÚBLICO DE VIVIENDA EN 50.000 UNIDADES, y que Gobierno y Sareb están instaurando un nuevo precedente de subvención pública del parque de vivienda adquirido por el sistema financiero desde la crisis, y en concreto de aquel que no cumple todavía los requisitos de rentabilidad esperada por los inversores: resulta llamativo que el anuncio llegue apenas dos meses después de que Sareb anuncie la futura venta de Árqura Homes, su cartera de vivienda y suelo de mayor calidad, con hasta 8.900 viviendas que claramente quedarán separadas del parque incluido en el listado que ha hecho suyo el Consejo de Ministros.

Lo expuesto no supone una interpretación, sino una constatación a partir de los propios términos empleados por el Gobierno en su acuerdo del Consejo de Ministros del 18 de abril, así como en nuestra experiencia como habitantes en viviendas de Sareb y militantes del movimiento por el derecho a la vivienda:

De las 50.000 viviendas anunciadas:

a.      “Unas 15.000 viviendas adicionales” se han anunciado a través de la cesión de suelo de Sareb para construcción bajo iniciativa pública-privada en régimen de alquiler asequible.

No es por tanto propiamente vivienda pública, sino cesión de suelos y financiación públicos para la construcción y explotación privada (por 75 años) de esos alquileres asequibles. Se trata de una apuesta claramente alineada con las estrategias de valorización del sector inmobiliario, con cada vez mayores dificultades para asegurar- se la rentabilidad deseada a través de la venta de vivienda. La distribución territorial del suelo que Sareb afirma tener disponible (un 60% en Cataluña, País Valenciano y Andalucía: zonas tradicionales de desarrollo inmobiliario para segundas residencias vacacionales) plantea serias dudas sobre la viabilidad urbanística, económica y social de estos supuestos proyectos de futuro, y sitúa la propuesta en el terreno de la ingeniería social.

b.      El listado habla de 14.000 viviendas que ya están habitadas, y de ellas Sareb afirma tener “aprobados” a través de sus gestores privados 2.000 alquileres socia- les desde septiembre.

Por lo tanto, ni son “nuevas viviendas movilizadas” ni formarán parte del parque público de vivienda. Se trata, con toda rotundidad, de una bolsa de potenciales o actuales alquileres repletos de cláusulas abusivas, incluida la cláusula de enajenación del inmueble (venta con finalización anticipada del contrato), diseñadas para subir el alquiler desde el primer año de contrato, y gestionada por empresas privadas en-

cargadas del llamado acompañamiento social. De forma aún más grave, la Ley de Vivienda abre la puerta a que una parte o la totalidad de estos contratos esté condicionada a la obtención de una subvención (a cargo de los fondos del Plan Esta- tal de Vivienda) para el pago del alquiler a precio de mercado, y la obligatoriedad de que los hogares entremos en un proceso llamado de arbitraje que puede condicionar el procedimiento de desahucio y la firma y renovación de los contratos al acceso a las diferentes ayudas autonómicas, a la participación en procesos de formación o a la búsqueda de empleo durante todo el periodo de vida del contrato, vulnerando con ello la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU). Se trata con mucho del elemento más grave de las políticas de vivienda desarrolladas estos días por el Gobierno, que van más allá de Sareb y que de aplicarse de manera general pueden instaurar un modelo inédito hasta ahora (si bien ensayado en algunas disposiciones del llamado escudo social) de subvención pública a las entidades financieras a cambio de alquileres temporales y abusivos. Así lo confirma la negativa recurrente del Gobierno de coalición a incluir en la Ley de Vivienda la obligación del alquiler social para los grandes tenedores.

c.       La venta o cesión temporal en usufructo de hasta 20.768 viviendas a las Comunidades autónomas, entidades locales y entidades sin ánimo de lucro.

Solo este apartado se concretaría potencialmente en un aumento del parque público de vivienda: un 41% del total del listado asumido por el consejo de ministros, frente a un 59% dedicado a iniciativa público-privada y a la bolsa privada de alquileres mediante acompañamiento social. Una vez fracasados los ruinosos intentos de cesión temporal en usufructo a las Comunidades Autónomas, Sareb y Gobierno apuestan claramente por la venta, una operación de autocompra pública de la peor parte del parque de vivienda de Sareb (12.000 viviendas no se encuentran habitables según ha detallado el propio Gobierno). Además de las dudas sobre la localización y viabilidad de este futurible parque público de vivienda expresadas en el apartado a), insistimos en que estas operaciones supondrán -de realizarse- un nuevo repago de un parque inmobiliario ya avalado en su día con una deuda de 40.000 millones de euros, de los cuales 35.000 millones aún están pendientes de ser aportados por el Estado.

Por todo ello, desde Plan Sareb insistimos en una negociación colectiva para los 300 casos agrupados en la campaña, en el archivo incondicional de todos los procedimientos de desahucio abiertos y la retirada de las cláusulas abusivas de los contratos; en una auditoría popular sobre todos los activos de la empresa, el papel de la banca de inversión en la comercialización de los activos restantes y la presencia de gestoras privadas vinculadas al sector financiero en la gestión de la bolsa de alquileres sociales ilegales de Sareb.

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El combate a la extrema derecha

 

En la última década, la extrema derecha ha estado en ascenso en todo el mundo. También en España. Esta derecha radical tiene sus propias características en cada país y muchas diferencias entre sí, pero es necesaria una hipótesis global sobre su crecimiento.


El combate a la extrema derecha


Michael Löwy

El Viejo Topo

21 abril, 2023 

 



Michael Löwy y Samuel González

En la última década, la extrema derecha reaccionaria, autoritaria o abiertamente fascista ha estado en ascenso en todo el mundo. Actualmente gobierna o repunta social y electoralmente, en la mitad de los países del mundo. Entre los casos más conocidos se cuentan la presidencia de Trump en Estados Unidos (2017-2021), Modi en la India, Orbán en Hungría, Erdoğan en Turquía, Salvini (2018-2019) y Meloni en Italia, Duterte en las Filipinas y Bolsonaro en Brasil (2019-2022).

En otros países existen gobiernos cercanos a esta tendencia, aunque no se definan de forma tan explícita: Rusia bajo Putin, Israel con Netanyahu, Japón con Shinzō Abe (quien fue recientemente asesinado y gobernó entre 2012 y 2020), Austria, Polonia, Birmania, Colombia (hasta la llegada de Petro), etc. De hecho, la distinción entre estos dos grupos es completamente relativa y desplazable. Y, no solo eso, sino que muestra vitales y preocupantes expresiones masivas de movilización y refiguración social.

Neofascismo, no populismo: una respuesta a la derecha

Esta extrema derecha tiene sus propias características en cada país. En muchos casos (Europa, Estados Unidos, India y Birmania), el enemigo —es decir, el chivo expiatorio— es musulmán y/o inmigrante, o incluso disidencias políticas o sociales. En ciertos países musulmanes son las minorías religiosas de cristianos, judíos o yazidis. En algunos casos, el nacionalismo xenófobo y el racismo prevalecen, en otros el fundamentalismo religioso o bien el odio a la izquierda, el feminismo, la diversidad sexual o el consumo de drogas. A pesar de esta pluralidad, existen algunas características comunes a la mayoría —si no a todas— estas experiencias: el autoritarismo, el nacionalismo fundamentalista de Deutschland über alles [primero Alemania] y sus variantes locales, como America FirstO Brasil acima de tudo, acompañado de intolerancia étnica (racista) y violencia policiaca, militar y familiar como la única respuesta a los problemas sociales y el crimen.

La caracterización como fascista —o semifascista— puede aplicarse a algunos pero no a todos. Enzo Traverso utiliza el término posfascismo, que puede ser útil, ya que designa continuidad y diferencia. Pero preferimos utilizar el concepto de neofascismo, que nos parece más adecuado. El prefijo «neo» indica que se trata de algo nuevo, que no es idéntico a los fascismos de los años 30: le faltan el corporativismo, los partidos de masas, el exterminio de los adversarios, etc. Pero existen características comunes: el autoritarismo, el culto del «jefe», el nacionalismo reaccionario, el odio a la izquierda y la persecución de grupos que sirven de «chivos expiatorios».

Al mismo tiempo, el concepto de populismo, utilizado por algunos científicos políticos, los medios de comunicación e incluso una parte de la izquierda, es completamente incapaz de explicar el fenómeno en cuestión y solo sirve para confundir e incluso ocultar el problema. Si en América Latina, desde la década de 1930 a la de 1960 el término correspondió a algo relativamente preciso (varguismo, peronismo, etc.), su uso en Europa y América Latina a partir de la década de 1990 es cada vez más vago e impreciso.

Se trata de una palabra que asimila toda una marea de experiencias y que es conducida a su confinamiento. La tentación de equiparar experiencias disímiles se hace válida mediante un terrible juego conceptual, en donde se colocan en el mismo plano experiencias democráticas y populares de la izquierda y de los movimientos populares, que escenarios en donde se exacerban los nacionalismos, localismos e incluso el colonialismo. De esa manera el combate se diluye y extravía sus horizontes.

El populismo se define como una posición política que apoya al pueblo contra la élite, que se puede aplicar a casi cualquier movimiento o partido político. Cuando este pseudoconcepto es aplicado a los partidos de extrema derecha, conduce —voluntaria o involuntariamente— a su legitimación, a hacerlos más aceptables, evitando los términos problemáticos de racismo, xenofobia, fascismo o extrema derecha.

El populismo también es utilizado de manera deliberadamente desconcertante por los ideólogos neoliberales para lograr una amalgama entre la extrema derecha y la izquierda radical, caracterizada como populismo de derecha y populismo de izquierda que se opone a las políticas neoliberales. En Europa se utiliza la noción de «euroescépticos» para generar esta equiparación. Es justamente la región en donde enfrentamos un muro ideológico que es preciso derribar. En América Latina esa fórmula ha sido utilizada ya al demonizar, en apariencia y equivalentemente, a la extrema derecha golpista y militarista y a la extrema izquierda, que sería, de acuerdo a su lógica, movimientista o guerrillerista.

Hipótesis a cuestas, heridas a contrarreloj

¿Cómo explicamos este espectacular ascenso de la extrema derecha, en forma de gobiernos pero también de partidos políticos que aún no gobiernan y tienen una amplia base electoral e influyen en la vida política de países como Francia, Bélgica, Italia, Holanda, Suiza, Suecia, Dinamarca, Brasil y Estados Unidos y más? Es difícil proponer una explicación general para fenómenos tan diferentes que expresan contradicciones específicas de cada país o región del mundo; pero como se trata de una tendencia planetaria, al menos debemos intentar formular algunas hipótesis.

Una explicación para rechazar sería aquella que atribuye el ascenso de la derecha radical a las olas migratorias, particularmente en Estados Unidos y Europa. Las y los migrantes son el pretexto conveniente, la mercancía en el comercio de fuerzas xenófobas y racistas, pero de ninguna manera la causa de su éxito. Además, la extrema derecha está floreciendo en muchos países: Brasil, India, Filipinas… donde apenas se hace mención a la inmigración.

La explicación más obvia, y sin duda una relevante, es que la globalización capitalista, que también es un proceso de homogeneización y subsunción cultural brutal, produce y reproduce a escala mundial formas de pánico de identidad (el término es de Daniel Bensaïd), lo que lleva a manifestaciones nacionalistas y/o religiosas intolerantes y favorece conflictos étnicos o confesionales. Cuanto más poder económico pierden las naciones, más proclaman la inmensa gloria de su nación por encima de todo.

Otra explicación sería la crisis financiera del capitalismo, que ha causado depresión económica, desempleo y marginación social desde 2008, y se agudizó atrozmente durante la pandemia de estos años. Este factor puede haber sido importante para hacer posible la efervescencia en torno de Trump o Bolsonaro, pues permitió propulsar los intereses económicos de ciertas capas sociales, pero lo es menos para Europa: la extrema derecha es muy poderosa en los países ricos menos afectados por la crisis, como son Austria o Suiza, mientras que en los países más afectados por la crisis —como el Estado español o Portugal—, donde la izquierda y la centroizquierda son hegemónicas, la extrema derecha permanece relativamente marginal. Es importante observar cómo también el pánico a la extrema derecha desplaza al electorado de la izquierda radical hacia la centroizquierda, como ocurrió en las últimas elecciones en Portugal, en donde el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista retrocedieron.

Estos procesos tienen lugar en sociedades capitalistas en las que el neoliberalismo ha dominado desde la década de 1980, destruyendo los vínculos y solidaridades sociales, profundizando las desigualdades sociales, las injusticias y la concentración de la riqueza. También es preciso tener en cuenta el debilitamiento de la izquierda comunista, tras el colapso del llamado «socialismo realmente existente», sin que otras fuerzas de izquierda más radicales logren ocupar este espacio político.

Estas explicaciones son útiles, al menos en algunos casos, pero son insuficientes. Todavía no contamos con un análisis global para un fenómeno de esa dimensión y que tiene lugar en un momento histórico particular.

¿Retorno a los 30?

La historia no se repite: podemos encontrar similitudes o analogías, pero los fenómenos actuales son muy diferentes de los modelos del pasado. Por encima de todo, no tenemos, todavía, Estados totalitarios comparables a los de antes de la guerra. El análisis marxista clásico del fascismo lo definió como una reacción del gran capital, con el apoyo de la pequeña burguesía, ante la amenaza revolucionaria del movimiento obrero.

Uno se pregunta si esta interpretación realmente explica el auge del fascismo en Italia, Alemania o Japón en los años veinte y treinta. En cualquier caso, no es relevante en el mundo de hoy, donde en ninguna parte hay una amenaza masiva y abiertamente revolucionaria. Sin mencionar el hecho obvio de que el gran capital financiero muestra poco entusiasmo por el nacionalismo de la extrema derecha, aunque siempre está listo para adaptarse a él cuando sea necesario. Se trata de un panorama histórico mucho más complejo y defensivo en la relación entre capital y trabajo pues, a pesar de la crisis económica y el ascenso de la extrema derecha, no es posible admirar un movimiento proletario potente y radical.

Brasil: un botón de muestra 

Quizás el fenómeno de Bolsonaro en Brasil parezca ser el más cercano al fascismo clásico, con su culto a la violencia y el odio visceral hacia la izquierda y el movimiento obrero; pero a diferencia de varios partidos europeos, desde la FPO austriaca hasta la FN francesa (ahora Rassemblement national, RN), no tiene raíces en los movimientos fascistas del pasado, representados en el caso brasileño por el AIB liderado por Plinio Salgado en la década de 1930.

Tampoco convierte al racismo en su bandera principal, a diferencia de la extrema derecha europea, o tribales o religiosas como en el caso de algunas tendencias en Asia y África. Ciertamente, hizo algunas declaraciones racistas, pero este no fue en absoluto el enfoque central de su campaña. Desde este punto de vista, se parece más bien al fascismo italiano de la década de 1920, antes de la alianza con Hitler.

Observamos varias diferencias significativas comparando a Bolsonaro con la extrema derecha europea: en primer lugar, la importancia del tema de la lucha contra la corrupción, el antiguo caballito de batalla de la derecha conservadora en Brasil, y en diversos países de América Latina, desde la década de 1950. Bolsonaro ha logrado manipular la indignación popular legítima contra los políticos corruptos. Este tema no está ausente en el discurso de la extrema derecha en Europa, pero está lejos de ocupar un lugar central.

Segundo, el odio por la izquierda o la centroizquierda (el PT brasileño, por ejemplo), fue uno de los principales temas de movilización de Bolsonaro. Se encuentra menos en Europa, excepto en las fuerzas fascistas de las antiguas democracias populares. Pero en este caso, es una manipulación (demonización) que se refiere a una experiencia real del pasado. Nada como esto en Brasil: el discurso violentamente anticomunista de Bolsonaro (o de otras tendencia en este continente, como ocurre en Venezuela o incluso en México) no tiene nada que ver con la realidad brasileña presente o pasada. Es aún más sorprendente, ya que la Guerra Fría terminó hace décadas, la Unión Soviética ya no existe, y el PT (O incluso Morena o el PSUV) obviamente no tiene nada que ver con el comunismo (en todas las definiciones posibles de este término).

En tercer lugar, mientras que la extrema derecha europea denuncia la globalización neoliberal, específicamente en contra de la Unión Europea, en nombre del proteccionismo y el nacionalismo económico y se pronuncia contra las finanzas internacionales, Bolsonaro presentó un programa económico ultra neoliberal e incluso neocolonial: más mercado, apertura a la inversión extranjera, privatización y una alineación total con las políticas de Estados Unidos. Esto, sin duda, explica la masiva concentración de las clases dominantes en su candidatura, una vez que se notó la impopularidad obvia del candidato de la derecha tradicional Geraldo Alckmin.

Lo que tienen en común Trump, Bolsonaro y la extrema derecha europea son tres temas de agitación sociocultural reaccionaria: primero, el autoritarismo, la adhesión a un hombre fuerte (un reforzamiento patriarcal), un líder, capaz de restaurar el orden y la justicia. Segundo, una ideología represiva, que incluye el culto a la violencia policial, así como un recrudecimiento del orden jurídico. Por ejemplo, reclamar la restauración de la pena de muerte y la distribución de armas a la población para su defensa contra los delincuentes y las personas designadas como peligrosas. Tercero, intolerancia contra las minorías sexuales, especialmente las personas LGBTI, el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, específicamente en el caso del aborto. Se trata de temas que tienen cierto éxito en convocar a sectores religiosos reaccionarios, ya sea católico en Francia y México o neopentecostalista en Brasil.

Estos tres ámbitos, junto con la guerra contra la corrupción, fueron decisivos para la victoria de Bolsonaro en su momento y continúan siendo la una sólida base para su movimiento gracias a la difusión masiva de noticias falsas en las redes sociales (queda por explicar, en términos éticos y sociales, por qué tanta gente ha creído estas mentiras gigantescas). Pero aún nos falta una explicación convincente del increíble éxito de su candidatura y en general de su movimiento, a pesar de la violencia y brutalidad de sus discursos de la guerra civil, su misoginia, su falta de programas y su descarado amparo a la dictadura militar y la tortura.

Antifascistas, hoy y siempre

¿Cómo luchar contra esto? No existe una fórmula mágica para luchar contra esta nueva ola parda. El llamado realizado por Bernie Sanders para la generación de un Frente Antifascista Mundial es una propuesta excelente, y reclamamos su vigencia. Al mismo tiempo, deben formarse amplias coaliciones en defensa de las libertades democráticas en cada país en cuestión.

De hecho, la izquierda radical de Estados Unidos y de otros países experimentan un florecimiento muy interesante en torno al antifascismo. Pasando por la juventud libertaria, procedente de diversas tendencias, pero propensa a unificarse en torno a la táctica del black bloc y de diversas organizaciones como el crecimiento de Socialistas Democráticos de América (DSA), las juventudes trans que se abren paso en medio de cercos que todavía perviven, Blacks Lives Matter, entre muchas otras experiencias. Es posible anunciar un renovado espíritu que se alimenta de las entrañas de las contradicciones anticapitalistas y renueva las propias posibilidades de una izquierda radical de masas.

Es necesario considerar que el sistema capitalista, especialmente en tiempos de crisis, produce y reproduce constantemente fenómenos como el fascismo, los golpes de Estado y los regímenes autoritarios, incluyendo los denominados golpes «parlamentarios» que atravesó América Latina. La raíz de estas tendencias es sistémica, y la alternativa debe ser radical, es decir, antisistémica. En 1938, Max Horkheimer, uno de los principales pensadores de la Escuela de Frankfurt, escribió: «Si no quieres hablar sobre el capitalismo, no tienes nada que decir sobre el fascismo». En otras palabras, el antifascismo consistente y consecuente es necesariamente anticapitalista.

Fuente: Jacobin.

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