(O la
historia no contada de la lucha por la democracia
desde las
entrañas del Estado)
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Rodrigo M.
Rico Ríos
Asociación
Unificada de Militares Españoles (AUME)
Rebelión
Organizar el silencio
Y declararlo en huelga...
Antonio Gamoneda
Para la
década del cuarenta, el objetivo de construir una fuerza del orden vertebradora del aparato político no estaba,
ni mucho menos, alcanzado. España estuvo
atravesada, en algunas etapas de la primera mitad del siglo XIX, por varios « grupos armados » en competencia o en
conflicto abierto: Ejército, Milicia Nacional,
carlistas, Cuerpo de Voluntarios Realistas, migueletes forales, bandoleros, etc. Y esto resultaba un escollo fundamental
para la creación del Estado, de hecho, era
el escollo por resolver.
Habiendo
abandonado la enclenque burguesía española la vía francesa y la participación de las
grandes mayorías y, a falta de una sólida sociedad civil organizada, la jerarquía
militar ocupaba el espacio político y la vanguardia.
El Ejército
actuaba como partido, es más, como múltiples partidos políticos, asestando golpes según las
corrientes que lo circulaban (pronunciamientos),
interviniendo constantemente en la vida pública durante todo el siglo. ¿Cómo crear un Estado sin una fuerza
del orden subordinada al poder civil y
con la sombra del Ejército irrumpiendo constantemente en el Parlamento? El poder del Ejército en comparación al Estado,
aún en pañales, era majestuoso. Éste absorbe
alrededor del 60% del presupuesto nacional y aglutina al 90% de los servidores públicos del país (3 López Garrido, Diego. « La Guardia
Civil y los orígenes del Estado centralista », Editorial Crítica, Barcelona
1982, p.181. 4 Ibídem, p.89).
El Estado es el Ejército, pero sin estar
sometido a su gobierno civil. La dura lucha de los políticos
liberales será someter el poder armado al poder civil y edificar una
verdadera administración civil entorno a este nuevo esqueleto. Y ante esta
situación opta por la creación de un nuevo cuerpo, con funciones policiales, sometido al poder civil,
disciplinado, centralizado y diseminado por toda la geografía nacional. Su nombre:
La Guardia Civil. El apellido « civil » del término era consustancial al proyecto. El
diseñador fue Luis González Bravo siendo Presidente del Gobierno, quien también
disolvió la Milicia Nacional.
Para edificar
la nueva fuerza pública contaba con los cuadros militares del Ejército. López Garrido lo sintetiza:
Ese gran
trozo de poder es lo que el Gobierno quiere arrancar a la administración militar, no ciertamente para
devolverlo al pueblo, sino para trasladarlo
a la hasta el momento débil
administración civil. La Guardia Civil es la fuerza pensada para ser depositaria de ese
poder dirigido desde Madrid (Ibídem, p.89.).
El proyecto
inicial era netamente civil: un instituto armado, pero dirigido únicamente por el poder civil, el entonces
Ministerio de Gobernación. Esta era la idea dibujada en la cabeza de González Bravo.
Pero el Ejército era demasiado poderoso
e influyente como para no desfigurar este modelo. Narváez y sobre todo el Duque de Ahumada (Ministro de la Guerra)
terminaron por modificar la idea original
y el resultado fue un cuerpo mixto: dependiente a la vez del Ministerio de Gobernación y del Ministerio de la Guerra, que
surgió oficialmente el 28 de marzo de
1844.
Desde
entonces ha mantenido esa personalidad bipolar civil/militar, con dependencia del Ministerio de la Guerra
(Defensa) y del Ministerio de Gobernación (Interior), con reglamento militar y
reglamento civil, bajo jurisdicción del jefe militar y bajo las instrucciones del jefe
político. Una seña que arrastra y que llega hasta nuestros días, y que ha generado no
pocos problemas tanto a la población civil
como a sus propios integrantes, tema que tratamos en este trabajo.
La
consiguiente expansión del Estado decimonónico irá acompañada de la extensión
de la presencia de la Guardia Civil por todo el país. De ahí el crecimiento de sus tercios, compañías y puestos que, de
forma progresiva y atendiendo primero a
las zonas más conflictivas y de interés estratégico (como las vías ferroviarias
o las rutas de viajeros y mercancías hostigadas por el bandolerismo), se
diseminaron por toda la geografía nacional.
Ello
permitió la concentración cuartelera del Ejército regular, antes absolutamente
disperso. Tema este último clave para alcanzar el objetivo de subordinar el
poder militar al poder civil. Así quedaba claro en la exposición que hicieron
los defensores del Real Decreto fundador de la Guardia Civil: Al propio tiempo
sirve la fuerza civil para evitar la intervención frecuente del Ejército en los actos populares: intervención
que puede menguar al cabo el prestigio de las tropas permanentes, que puede
también ejercer una influencia perniciosa en el principio de subordinación, que imposibilita o
entorpece la instrucción del soldado, y que
robusteciendo con exceso la importancia del brazo militar en el orden político,
no favorece [el desarrollo] del sistema constitucional (5 Real Decreto de 28 de marzo de
1844, creando un cuerpo especial de fuerza armada de infantería y caballería con la denominación de
Guardias Civiles. Exposición).
Un cuerpo
para construir el Estado, para hacerlo llegar a todos los espacios de la Nación y para evitar la constante interrupción
de la normalidad democrática
por parte del Ejército. Un esqueleto fiel al
Gobierno, sea cual sea el color político de éste. Esta fidelidad profesional es una de las
principales improntas, muchas veces destacada,
que definieron durante décadas a la Guardia Civil.
De hecho,
son muy pocas (y siempre en segundo plano) las participaciones de la Guardia
Civil en los abundantes pronunciamientos
o conspiraciones acaecidas durante la segunda mitad del siglo XIX
y principios del XX. A pesar de prevalecer entre sus mandos un fuerte peso conservador, podemos afirmar que este rol de origen liberal
- democrático de subordinación al poder civil se mantuvo firme y tuvo su
reflejo en el acontecimiento político - social
más importante de nuestro pasado siglo: la Guerra Civil.
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