jueves, 7 de enero de 2021

Tran, tren, trin, tron o trump y el éxtasis teresiano a galope tendido del caballo de Santiago Abascal levitando en el Capitolio al son del chirrido de las ruedas del carro que le robaron a Manolo Escobar un día mientras votaba

 

Esto puede pasar aquí

Aunque el golpe o mascarada haya fracasado, la última provocación trumpiana ha sumido de lleno a toda la institucionalidad estadounidense en un dilema radical y traumático: o bien dejar pasar esto y esperar que la llegada de Biden calme las aguas, o hacer caer con ánimo ejemplarizante todo su peso sobre el todavía inquilino de la Casa Blanca. 

(Trumpines razonando a cabezazos contra los muros del templo de al democracia) 

Vicente Rubio-Pueyo

Profesor adjunto en Fordham University (Nueva York).

elsaltodiario

7 ENE 2021

El miércoles 6 enero, Estados Unidos asistió estupefacto a un espectáculo inédito, si no en su historia (su imperio ha estado detrás de muchos momentos similares en numerosos países en el pasado), sí en su territorio. Masas de manifestantes, convocados por el presidente Trump, irrumpieron en el Capitolio ─la policía prácticamente les abrió las puertas─ obligando a evacuar el edificio e interrumpiendo la sesión en la que se iba a certificar la validez de los resultados electorales de noviembre (a los que se sumaban los de Georgia, celebrados el martes). 

¿Un intento de golpe? Seguramente algo más simple y menos peligroso (de momento) pero igualmente confuso. En cierto modo, lo ocurrido en el Capitolio no es sino el cierre más perfecto y adecuado a estos cuatro años, a todo lo que ha hecho y representado Trump y su gobierno.

Creo que nos vienen a la cabeza todos esos famosos fragmentos del 18 de Brumario de Marx. El gobierno de Trump empezó como una farsa, con su descenso de las escaleras mecánicas de su Trump Tower. Siguió como tragedia, mediante la represión y asesinato de ciudadanos afroamericanos, la persecución de migrantes, el enjaulamiento de niños, la criminalizacion de manifestantes, el cotidiano toque de un tambor de angustia. Trump termina ahora en un tercer acto, que vuelve a la farsa (espero que no nos aguarde un ultimo giro trágico).

Se habla de que este asalto pueda haber sido tan solo un ensayo, que podría proseguir en los próximos días, hasta llegar al 20, cuando se celebre la inauguración de Biden

Las imágenes de la entrada trumpista en el Capitolio son un testimonio de paranoia, estupidez, de puro miedo, sin máscaras ni barbijos, pero ataviados con confusos tatuajes, parafernalia militar, camisetas nazis, simbología vikinga. E incluso pieles de lobo, como la que portaba un manifestante subido al estrado del Senado, en una foto que quedará para la historia (bufa). Banderas confederadas se paseaban por los pasillos del Capitolio. Horcas y cruces, al mas puro estilo Ku Klux Klan, se levantaban en las calles. Disfraces ─de nuevo Marx─ prestados del pasado. El inconsciente, el 'ello' brutal de un país, que aflora y se pasea, entre todo el ruido y furia de cabezas de idiotas corriendo por pasillos desiertos, vociferando ¿Dónde están?

Quizás esas imágenes entre ridículas y dramáticas han servido para revelarnos algo del trumpismo: su carácter de fondo del caldero del neoliberalismo, las heces ideológicas acumuladas tras décadas de una hegemonía solitaria que, cansada de monologar consigo misma, ha acabado atrapada en sus propios fantasmas. Y que a la vez convoca los propios fantasmas de la historia del país. A un nivel simbólico, esta jornada ha sido una humillación a la institucionalidad estadounidense.

El mazazo (¿final?) de la era Trump o, como apuntaba en twitter Keeanga-Yamahtta Taylor, el final absoluto del excepcionalismo americano. “It can’t happen here” (Eso no puede ocurrir aquí) era el título de la famosa novela de Sinclair Lewis que advertía, mediante una narración distópica, de la posibilidad del ascenso de un líder fascista en los Estados Unidos de los años cuarenta. Esta jornada ha desmentido esa incredulidad que el título de Lewis criticaba: eso puede ocurrir aquí, eso ha ocurrido aquí, y de hecho, eso ha venido ocurriendo y larvándose aquí, desde mucho antes de Trump. 

La simpatía con los cuerpos policiales enmascara una identificación profunda con el racismo estructural, que se identifica con la “americanidad” misma

Porque conviene no enfocarse únicamente en la apariencia bufonesca del espectáculo. De momento, este asalto ha costado cuatro vidas (una mujer por un disparo de la policía en el interior del capitolio; otras tres personas fallecidas en hospitales por circunstancias todavía por conocerse). Y podríamos haber presenciado una jornada todavía más sangrienta: se han encontrado dos artefactos explosivos, dirigidos contra las respectivas sedes de los partidos Demócrata y Republicano. Por otra parte, se habla de que este asalto pueda haber sido tan solo un ensayo, que podría proseguir en los próximos días, hasta llegar al 20, cuando se celebre la inauguración de Biden.

Como apuntaba la politóloga Laleh Khalili, el asalto, a pesar de su apariencia caótica y chusca, no debe entenderse como una acción espontánea, sino como parte de un intento coordinado: el ataque se ha replicado, con menores y variados efectos, en los capitolios de diez Estados que, como explica Khalili, podría tener un efecto reclutador y ─observando la notable presencia de banderas de muchos otros países─ contiene asimismo una dimensión internacional. 

A esto hay que sumar la actuación de la policía que, como demuestran numerosos vídeos, ha dejado pasar a los manifestantes. Un impulso biempensante podría explicarnos que se trata de una cuestión de mera actitud individual de los agentes. Sin embargo, es un gesto amable con los manifestantes trumpistas que 1) no es ni mucho menos aislado, como se ha demostrado ya en numerosas ocasiones, y 2) esta en línea con una tendencia emergente en el trumpismo, lo que el escritor Jeff Sharlet ha denominado “nacionalismo policial”, acentuado sobre todo este verano con las protestas de Black Lives Matter: la simpatía con los cuerpos policiales enmascara una identificación profunda con el racismo estructural, que se identifica con la “americanidad” misma.

Este proto- o pseudo-golpe puede tener una dramaturgia grotesca e incompetente. Pero esa incompetencia no lo hace menos fascista

Hay que estar atentos ─con óptica poulantziana─ a qué seguimiento y posiciones se adoptan desde los aparatos represivos. Como recordaba el politólogo ─y, precisamente, experto en Poulantzas─ Rafael Khachaturian, el llamado “estado profundo” que tantas teorías de la conspiración ha animado durante estos años dista de ser una entidad unificada, y de hecho se han revelado numerosas divisiones entre diferentes aparatos: muchos departamentos de policía, las patrullas fronterizas y ICE han expresado repetidamente su apoyo a Trump. Las agencias de seguridad nacional, FBI y CIA se han mostrado en general hostiles a sus acciones. 

En definitiva, este proto- o pseudo-golpe puede tener una dramaturgia grotesca e incompetente. Pero como señala Richard Seymour, esa incompetencia no lo hace menos fascista, y la jornada del miércoles puede entenderse como uno más de una larga serie de progresivos experimentos, pruebas de vestuario y procesos de radicalización mutua entre calle y aparatos del Estado que sectores de la extrema derecha han venido desarrollando, y que podrían conducir a la emergencia, ya totalmente desplegada, de una extrema derecha extraparlamentaria, sí, pero ya abiertamente golpista y, sobre todo, de una consistencia organizativa más sólida. Como apuntábamos en un artículo anterior, la paulatina cristalización de corrientes, sensibilidades y actitudes individuales, en una forma más coherente y, por eso mismo, mucho más peligrosa.

El último escenario es el político. Despejado el asalto ─los manifestantes salieron tranquilamente, algunos gritando “vamos a por una cerveza” y hubo tan solo 52 detenciones─ se reanudaba la deliberación para certificar los votos del Electoral College. Los apoyos a Trump se reducían, y solo siete senadores mantenían su oposición a los resultados, entre ellos Ted Cruz. Pero en la Casa de Representantes, hasta 121 congresistas republicanos rechazaban todavía los resultados de Arizona. En otros Estados, el voto llegaba a números entre 70 y 80. Los resultados quedaban aceptados y certificados. Pero aún en minoría, ese rechazo es sin duda políticamente muy significativo.

Mientras tanto, el aun vicepresidente Mike Pence operaba un enfático distanciamiento de Trump. Parece que durante la noche y la madrugada altos funcionarios y miembros del gabinete de Trump han estado discutiendo la posibilidad de invocar la vigésimo quinta enmienda, el único mecanismo previsto en la constitución para forzar la salida de un presidente. ¿Se atreverán esos miembros de la administración Trump? ¿Y que hará el Partido Demócrata? El mensaje de Biden en la tarde del miércoles denunciaba sin duda los hechos, pero concluía apenas con una vaga interpelación a Trump a reaccionar, ejercer liderazgo y llamar a los asaltantes a retirarse, algo hasta cierto punto comprensible como último gesto para no cargar mas la situación y dejar una vía de intervención a Trump, sin amenazar con posibles consecuencias.

Trump efectivamente llamó a la retirada en un mensaje grabado, pero ─en su característico y falsamente espontáneo fraseo, siempre calculadoramente vago e irresponsable─ manteniendo su acusación de fraude electoral.

El ala progresista de los demócratas, con Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar o Jamaal Bowman, entre muchas otras voces, llamaba al impeachment inmediato. Aunque el golpe o mascarada haya fracasado, la última provocación trumpiana ha sumido de lleno a toda la institucionalidad estadounidense en un dilema radical y traumático: dejar pasar esto y esperar que la llegada de Biden calme las aguas o bien hacer caer con ánimo ejemplarizante todo su peso sobre el inquilino de la Casa Blanca.

Hasta esta confusa jornada, era de los que no esperaba ninguna represalia del sistema político estadounidense hacia Trump. Pero esta última sangrienta jugarreta ─farsa y tragedia inextricablemente unidas─ supone una verdadera humillación para todo ese sistema, una imperdonable mancha en el ensueño de su inmaculada autopercepción.

No creo en ninguna bondad o justicia intrínsecas a esa institucionalidad, es simplemente que la más férrea razón de estado ─y de imperio─ obliga a los Estados Unidos a derribar a Trump. Ningún “estado serio” ─como podría decir un informe de la CIA escrito desde una embajada en cualquier otro país─ puede permitirse dejar pasar algo así. En cualquier caso, la más importante razón para terminar de una vez con este payaso trágico, más allá y más acá del estado, del Capitolio, de las columnas y escalinatas en que una vez este país quiso soñarse a sí mismo como democracia fundadora de la modernidad, es la supervivencia de la democracia misma, y de una sociedad que la ejerza, practique y transforme. ¿Puede eso ocurrir aquí? 

Archivado en: Donald Trump ‧ Joseph Biden ‧ Extrema derecha ‧ Partido Demócrata (EE UU) ‧ Estados Unidos ‧ Opinión

 

Las páginas “inmaduras”, o contra Maduro, que viene ser lo mismo, de Facebook que apoyan al guarimbo presidente apegado a USA, Guaidó, desplazado a Venezuela como presidente por un ratito de la Comunidad de vecinos (la comunidad de vecinos venezolanos que forman parte de la Asamblea Nacional) son administradas desde USA, menos una que se administra desde Irak. Miren que yo creía que Facebook no colaboraba con el terrorismo internacional de mucha monta, qué cosas, Señor.

 

Páginas de Facebook que apoyan a Guaidó están administradas desde EEUU

 

Juan Guaidó Márquez, el ridículo muñeco del ventrílocuo de Washington, comienza a evaporarse en el olvido. Foto: AP.

Diario octubre/ 07.01.2021

Final del formulario

Juan Guaidó Márquez fue el mayor ridículo político del 2019. El apoyo digital de los Estados Unidos es pornográfico y todas las páginas de Facebook que le apoyan están administradas desde EE.UU.:

·         Guaidó y los 20 principales políticos opositores

·         Los principales medios digitales

·         La Asamblea Nacional y más

Es muy llamativo que todos estos opositores tengan sus páginas administradas desde Estados Unidos. Hicimos el mismo análisis mirando las páginas con más de 100 000 seguidores críticas con el Gobierno de Maduro, y ¡Bingo! El 100% están administradas desde los EE.UU.

El colmo es que la página oficial de la Asamblea de Venezuela, y la del Centro de Comunicación de la “Presidencia” de Guaidó también están administradas desde EE.UU., también otras plataformas que apoyan a Guaidó o atacan a el Gobierno de Maduro.

Las principales páginas de políticos, además de la del presidente autoproclamado (como en Bolivia, ¡qué casualidad!) Guaidó, son las de Leopoldo López, con más de 1,5 millones, su esposa Lilian Tintori, con 900 000, y Henry Ramos Allup (Diputado Asamblea, y SG de Acción Democrática) con 430 000.

Las principales plataformas críticas con el Gobierno elegido en las últimas elecciones presidenciales:

·         Maduradas 3,1 millones de seguidores

·         La Patilla 2,1 millones

·         Caraota Digital 430 000

·         El Chiguire bipolar 395 000

El dato curioso es que la única página de un diputado opositor que no está adminsitrada desde los EE.UU., se trata de Joni Rahal. Aunque el dato quizás sea más extraño y llamativo, siendo administrada desde Irak, lo que hace pensar que pueda ser desde una base militar norteamericana.

Quizás el otro dato escandaloso es que una página tan importante como la de la Asamblea Nacional de Venezuela esté administrada desde Estados Unidos, y que un supuesto Gobierno de Venezuela, aunque sea autoproclamado, solo tenga administradores de los EE.UU. Esto habla por sí mismo.


Las principales páginas de políticos, además de la del presidente autoproclamado (como en Bolivia, ¡qué casualidad!) Guaidó, son las de Leopoldo López, con más de 1,5 millones, su esposa Lilian Tintori, con 900 000, y Henry Ramos Allup (Diputado Asamblea, y SG de Acción Democrática) con 430 000.

En fin, saquen sus conclusiones, pero las similitudes con el golpe de estado en Bolivia son muchas.

Añado un par de curiosidades: Una de las páginas administradas desde Estados Unidos es la del diputado de la Asamblea Nacional que aparece en los Panama Papers, que difundió la imagen fake de Evo Morales con Pablo Escobar durante el golpe de estado en Bolivia. El tuit sigue activo.

Son muchas más las páginas administradas desde Estados Unidos y otros países de menor tamaño que hacen la guerra digital contra el Gobierno. Una curiosa es “Hecho en Venezuela” que en sí misma es un oxímoron: ya que la realidad es hecha en Colombia.

Por ultimo, dejo el informe completo de todas las páginas y los enlaces para que puedan comprobarlo por ustedes mismos, antes de que cambien de administradores, saquen sus propias capturas y sus propios vídeos.

Me comentan que DolarToday, con más de 3 millones y medio de seguidores, es de las principales páginas en Venezuela contra el Gobierno, y casualidades de la vida, también está administrada desde EE.UU. Concretamente desde Delaware, conocido paraíso fiscal para eludir impuestos.

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Luego pasa lo que pasa (¡Ea!, niños y niñas. Vamos todos al tumbe en mitad de la calle para gritar panza arriba que viene el fascismo, ¿sabéis? Venga, todos a una, gritad conmigo: !Ea, ea, ea. Estos se cabrean! Comprendedme, que estoy haciendo méritos para ser el Secretario Central del Comité del Centro, que a mi no me baja del cargo ni mi padre)


 El político en la era digital: entre el insulto y la descalificación



Marcos Roitman

El Viejo Topo

07.01.2021

Las formas sobre las cuales se construyó el campo de lo político se reorienta hacia el mercado del mundo digital. La llamada sociedad del espectáculo se extiende y adhiere a nuevas formas de comunicación. Twitter, Instagram, Facebook son el medio para trasmitir mensajes, la mayoría de las veces, insultos y amenazas. Los adjetivos se quedan cortos. En el ámbito político, sus representantes se digitalizan. Se comunican vía plataformas digitales, siendo prisioneros de las redes. Más que votantes, tienen seguidores en tiempo real que esperan los comentarios de su influencer. Presidentes de gobierno, diputados, senadores, alcaldes, no descansan. De día o de noche, la hora no es relevante, envían su Twitter, opinando sobre lo humano y lo divino. Ni límites ni reglas, todo vale. Desde construir falsas noticias hasta la difamación. Unos y otros se ensalzan en rifirrafes sin fronteras. Habituados a estas conductas digitales, los debates en las instituciones siguen el mismo camino. Gritan, gesticulan, abuchean, aplauden, patean, se interrumpen, hacen cortes de mangas, provocan hasta la extenuación.

Los parlamentos, sedes reservadas a la producción de leyes, mutan en escenarios circenses. Un habitáculo donde se descalifica y caricaturiza al adversario. Sea cual sea el partido político, sus representantes, cuando hacen uso de la palabra, se alejan de la tarea legislativa. La presencia de los medios de comunicación en el hemiciclo, convierte a los diputados en actores. La transmisión en directo da la puntilla a la labor fiscalizadora de la Cámara. Sus señorías son conscientes de lo importante de su perfil. Saben que sus seguidores los evalúan según el nivel de insultos. De tal forma que no buscan explicar, comprender o justificar las decisiones que afectan a la ciudadanía. Los plenarios se han denominado sesiones broncas. Centran su atención en sacar trapos sucios. Saben que la prensa recogerá esos momentos y los periodistas, de cualquier color, se esmeran en destacar la metedura de pata, el insulto más soez o la insidia mejor construida. Los ejemplos sobran. Las imágenes son transmitidas en directo y posteriormente rescatadas en las tertulias, informativos, etcétera. El resultado acaba siendo un rechazo y una desafección hacia la política. La señal de cansancio y hartazgo de la ciudadanía toma la forma de una frase que se repite: son todos iguales. Y lo que era una actividad noble se convierte en un estercolero donde cohabitan los políticos. Es triste observar sesiones parlamentarias con diputados y senadores leyendo la prensa, jugando en sus tablet o prestando atención a sus teléfonos móviles.

No se trata de idealizar el parlamento ni degradar a sus parlamentarios. No todos los políticos son iguales. Las diferencias ideológicas, la moral, los principios sobre los cuales se ejerce el cargo público es punto de referencia. Pero el papel pedagógico, forjador de ciudadanía política, se ha perdido. Sus señorías están más pendientes de los comentarios en redes que dotar a la militancia de argumentos para el debate. La responsabilidad, el sentido ético, la dignidad, se difuminan ante el voto obligado, la falta de autonomía personal, y la nula relación entre el programa y su acción de gobierno.

Sabemos que mucha de la actividad parlamentaria no es conocida. Desde el trabajo en las comisiones hasta presentar mociones, proyectos no de ley, fiscalizar presupuestos, etcétera. Pero todo ello se obvia hasta desaparecer. Lo único que se observa es la mediocridad que hunde la política y desacredita a quienes la ejercen. Parece ser que se han empeñado en hacer de la actividad política una labor sólo apta para gentes sin escrúpulos, cuyo objetivo es disfrutar del poder y sus mieles. Dan entrevistas a la prensa rosa, muestran sus viviendas, sus gustos culinarios, posan con sus mejores galas o se vanaglorian de sus currículums y ser ministros con treinta y pocos años. Son el símbolo del éxito y el empoderamiento. Sin embargo, para quienes ven en acción política un compromiso social con su tiempo y su sociedad, supone un hándicap, además de concitar rechazo. Luego no se explican la crisis de militancia y la mala prensa. El resultado es la desmovilización, desafección que acaba por legitimar discursos antidemocráticos, donde se imponen iluminados, empresarios, militares y fundamentalistas religiosos que suman cada vez más adeptos que se aprovechan de la infraestructura de los partidos para auparse al poder bajo la necesidad de limpiar el país de políticos.

Escándalos, malversación de fondos, abuso de poder, utilización torticera de la justicia, enriquecimiento indebido, cohecho, violencia de género y un desprecio hacia sus conciudadanos amplificado en la era del capitalismo digital, sacude a los políticos. La crítica personal y la descalificación, sustituye al debate pausado y de ideas. Recuperar el valor educativo y pedagógico es responsabilidad de quienes actúan en la esfera política. Vidas ejemplares, no monásticas. Mandar obedeciendo parece ser la opción democrática para recuperar la dignidad del quehacer político, ¿será posible?

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

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Los dos premios Nobel otorgados a don Francisco Franco Bahamonde, siendo Caudillo de España por la Gracia de Dios. UNO en 1959: de Química, al lograr la transformación de la peseta en una mierda con su Plan de Estabilización Económica. DOS en 1975: de Física, al lograr la estabilización del Movimiento. Ni que decir tiene que Franco no estaba muy puesto ni en Química ni en Física, y hay más que fundadas sospechas de que no haber sido por la intervención de la Gracia de Dios no se le hubieran otorgado ninguno de los dos premios, como demuestra ahora Fernando Buen Abad con su teoría de la guerrilla semiótica, mediante la cual se pone en evidencia que no hay movimiento que pueda estar inmovilizado, quieto, puesto que de estarlo no sería movimiento. Movimiento significa moverse, pasar de una situación dada a otra y así permanentemente. Y qué cosa podemos hacer los trabajadores para cambiar una situación que es perjudicial a nuestros intereses por otra que los favorezca, pues empezar a moverse como principio básico de cualquier otro principio.

 

Fernando Buen Abad: Guerrilla semiótica contra modos burgueses para manipular conciencias

Nos urge una guerrilla semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias



Diario octubre / 06.01.2021

Fernando Buen Abad.— No se requiere un gran esfuerzo para identificar al autoritarismo ideológico burgués. Basta y sobra con exhibirles sus contradicciones y aparecerá, volcánica, una verborrea pagada de sí y exultante en argumentos de baja estofa, pero escupidos con gran confianza y seguridad. Todo ello con tonito didáctico y cierta benevolencia dulzona, propia de aquellos que se compadecen de los seres inferiores y los conducen con «mano firme», y generosa, por el sendero de sus «razonamientos» univalentes, frecuentemente improbables y siempre autoritarios. Es metástasis de la corrupción, el perfil demagógico de empresarios que, «metidos en política», adoptan vociferaciones mesiánicas. Y las propagan por todos sus «medios».

Operan como «predicadores» dispuestos a dar por verdad categórica los eslóganes que memorizan en cualquier almanaque de ferretería. Y a fuerza de repetir, con aires de grandeza, su colección de palabrerío inflamado, llegan a creerse «inteligentes». Algunos, incluso, secuestran academias y organizaciones donde se hacen acompañar por trotamundos demagogos iguales a ellos. Ostentan títulos académicos y se premian entre sí y con frecuencia. Se creen «autoridades».

Uno reconoce esos soberbios cuando los mira manotear, desesperadamente, cualquier sofisma que sirva para no admitir sus equivocaciones. Encaramados en el reino de las verdades auto-conferidas, no conciben un milímetro de autocrítica y menos aún la posibilidad de pensar cómo piensan «los otros». Dan por válidas sus consignas más escleróticas y tiemblan de terror si hubieren de admitir sus torpezas. Entonces redoblan la «superioridad» de sus «certezas». Como si no conociesen la duda, decía Borges. Derrochan «imperativos categóricos» confiados en vencer al oponente a fuerza de imponerle necedades histriónicas antes que admitir yerros.

También la vida burguesa, cuando se infiltra en la cabeza del proletariado, suele producir engendros ideológicos patéticos. Produce, por ejemplo, víctimas reverenciales cuya líbido se explaya repitiendo frases hechas y consignas prefabricadas para anestesiar la realidad propia en contextos y épocas muy diversos. Las víctimas aprenden las reglas del opresor: Todo antes que interrogar sus premisas y sus conclusiones. Todo antes que reconocer las diferencias y las diversidades. Todo para incensar sus preceptos y sus egos infectados de mediocridad leguleya. De eso viven las palestras burguesas y de eso aprenden mucho (a sabiendas o no) sus discípulos. Son ejércitos de la ideología de la clase dominante en acción cotidiana. Metidos aquí y allá, infiltrados en los medios y en los modos. Todos van armados, y armadas, con espadas lenguaraces convencidos de que deben convencernos. Imponernos su autoritarismo de egos y vendernos su mediocridad maquillada como si fuese un logro civilizatorio.

Son incapaces de razonar con evidencias (de hecho las excluyen o las tergiversan). Son incapaces (literalmente) de pensar de manera «compleja», considerando la integración dinámica de cinco o más variables, cada una de ellas portadora de vectores de clase en pugna, de historia, de matices y de identidades no subordinadas a la estrechez de la ideología mercantil, lineal y rígida como los intereses de la acumulación del capital. Sus razonamientos más humanos son refritos del vocabulario filantrópico más banal, difundido en seminarios de autoayuda o coaching empresarial.

Nos urge una guerrilla semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias. Al pie de la letra, palabra por palabra. Y además de las «vacunas culturales emancipadoras», necesitamos organizar las ideas y los valores producidos en las luchas por liberarnos de la explotación, la pandemia de los antivalores que nos acomplejan, que nos excluyen, estigmatizan… Guerrilla semiótica contra las humillaciones burguesas proferidas, contra la estulticia bajo palabra. No somos lo mismo.

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