Publicada en el número
110 de El Viejo Topo, en septiembre de 1997, en esta entrevista Julio Anguita
no tiene pelos en la lengua. La traición del partido de la Nueva Izquierda y la
manipulación mediática conocida entonces como La Pinza son abordadas sin tapujos.
Publicada en el número 110 de El Viejo Topo, en septiembre de 1997, en esta
entrevista Julio Anguita no tiene pelos en la lengua. La traición del partido
de la Nueva Izquierda y la manipulación mediática conocida entonces como La
Pinza son abordadas sin tapujos.
Entrevista a Julio Anguita
Miguel
Riera
El Viejo Topo
25 marzo, 2024
—Usted ha declarado que IU ha entrado en un proceso de clarificación
¿Podría señalar qué es lo que está en el origen de la crisis que desencadena
ese proceso?
—Es verdad que
en IU se han producido enfrentamientos, pero nunca han obedecido a
personalismos. Su causa es mucho más profunda, y de naturaleza política.
Nuestras coincidencias y diferencias con los sindicatos, con Nueva Izquierda o
con Iniciativa per Catalunya, incluso con el PSOE, no se han producido en
función de que exista más o menos química entre dirigentes. Pensar eso es una frivolidad.
Lo que se está discutiendo en IU, yo diría que casi desde su nacimiento,
poniendo sobre el tapete un debate que ya estaba larvado en el PCE, es, ni más
ni menos, si es posible construir un proyecto alternativo desde la izquierda no
socialdemócrata. En el documento fundacional de IU, ese que firman Cristina
Almeida, Jaime Sartorius, Nicolás Sartorius, Enrique Curiel, Gerardo Iglesias,
Alonso Puerta, etc, se parte de que el proyecto del PSOE, como proyecto de
izquierda, ha fracasado. Desde esa constatación, que se hace en el 86 –cuando
todavía no ha pasado nada; ni ha aparecido la corrupción, ni el GAL, ni los
Fondos Reservados; sólo chirría el tema de la OTAN–, surge la idea de que hay
que construir un proyecto alternativo que recoja las tradiciones clásicas de la
izquierda, renovadas, pero también los nuevos proyectos de liberación: el
feminismo, el ecologismo… Pues bien, en el momento en que ese documento se
firma comienza ya a pergeñarse el discurso que lo niega.
—¿Quiere decir que ya en ese momento hay sectores de IU que no apuestan
por un proyecto alternativo a la socialdemocracia?
—Sobre el papel
todo el mundo está de acuerdo. Pero una cosa es redactar un documento y otra
ser consecuente con su contenido. Muchos de los que lo firmaron venían de la
tradición del PCE, el cual le dio a IU lo mejor que tenía, pero también le ha
pasado algunas de sus lacras. Ya en la última época de Carrillo se habla de que
hay que soldar la fractura de 1920, lo que viene a ser la antesala de la «casa
común». Eso se visualiza en términos electorales con el eslogan Juntos
Podemos. Recuerdo lo que Enrique Curiel dijo en el Comité Central del PCE,
cuando yo ya era secretario general: «Hay que reequilibrar la izquierda». Es
decir: IU es buena para ganar votos, pero a continuación se los damos al PSOE
para reequilibrar a la izquierda. Ese es el origen de un discurso que se
concreta en una frase de Juan Berga: “IU nació para corregir la desviación
derechista del PSOE”. Después del Juntos Podemos y del
reequilibrio de la izquierda aparece el discurso de la «casa común», que ahora
se ha transformado en la «causa común».
—¿Significa eso que a su juicio IU debe mantener una política de
permanente confrontación con el PSOE?
—IU es un tajo
que corta el cordón umbilical con el PSOE. Y al cortarlo reclama un discurso
independiente, autónomo, un espacio diferente en el que construir la
alternativa. Pero eso no niega el diálogo con el PSOE. Lo que sucede es que ese
diálogo no se acepta desde la subalternidad, sino desde la igualdad. Este es el
auténtico debate en IU, y la verdadera causa de los problemas y las crisis que
padece. Claro, mantener esta posición de independencia cuesta trabajo, porque
entre otras cosas incide en el campo organizativo, en el que se perpetúan
prácticas viejas que a veces se manifiestan desde la inercia, o se dan movimientos
pendulares hacia lo nuevo pero sin llegar a alcanzarse una síntesis… Pero la
política de defender la autonomía del proyecto cuaja en un número de votos que
para el PSOE son fundamentales de cara a conquistar el gobierno. Esta es la
esencia de la cuestión.
—La situación que usted describe revela la existencia, en el seno de IU,
de dos proyectos…
—Más bien de un
proyecto y una inercia, porque «lo otro» no es un proyecto…
—Me pregunto hasta qué punto esos dos proyectos, desde su punto de
vista, se corresponden con la dicotomía alternativa-alternancia a la que
usted se ha referido en otras ocasiones. Si su proyecto representa la
alternativa y lo que califica de «inercia» representaría la alternancia, ¿qué
sería de IU si se impusiera el proyecto de la alternancia?
—A medio plazo
desaparecería IU, absorbida por el PSOE, Nada menos que eso. En una primera
fase se establecería alguna clase de acuerdo, luego listas comunes, y el
siguiente paso consistiría en la inclusión orgánica en el PSOE. La consecuencia
del Pensamiento Único es un proyecto político que se asienta en la idea de que
la economía está fuera de la voluntad de los hombres, y que los mercados son
deidades menores que manifiestan esa voluntad. El proyecto político único se
basa en la aceptación de todo eso. ¿Y dónde se ubica? En el centro:
centro-derecha, centro-izquierda. Entonces, todas las formaciones políticas
concurren a ese agujero negro que es el centro y que devora toda la
creatividad, todo lo que sea alternativo. Naturalmente, eso conduce al bipartidismo.
Pero para alcanzarlo plenamente necesitan que no existan zonas políticas
molestas. Hacen leyes que favorecen el bipartidismo, hacen de la política una
simple técnica electoral, impiden que se discutan los criterios económicos, que
se dan como absolutos… El Pensamiento Único se dirige al proyecto
político único. Estamos ante el mundo orwelliano. Vamos caminando hacia él a
través de estos dos mecanismos. Por eso sobramos… IU sobra. Somos una especie
de hijo no querido, un accidente. Pero un accidente que de pronto tiene el 10 y
pico por ciento de los votos, 2 millones y medio, y no parece que vayamos a
bajar de ahí. Incluso, a poco que arreglemos ciertas cosas, podemos subir algo…
Por tanto, estamos incordiando. En cierta medida representamos la opción «es
posible»; somos un poco la antorcha encendida para cuando vengan tiempos
mejores –no la antorcha «faro único», no quiero que se me malinterprete–, la
posibilidad de mantener un grupo de votantes importante que puede crecer
conforme el Pacto de Estabilidad muestre su cara auténtica y comiencen a
aparecer los problemas. Y llegará un momento en que los dos grandes partidos,
PSOE y PP, vendrán a por nosotros. Si PSOE y PP pudiesen llegar a establecer
una gran coalición –cosa por ahora difícil, porque los sindicatos facilitan que
el PSOE pueda aparentar que hace una cierta oposición–, si se reanudase la
lucha social, o por cualquier otra razón, los dos partidos enarbolarían la
bandera de la defensa de los intereses patrios –léase Pacto de Estabilidad– y vendrían
ambos por nosotros.
—Un proyecto alternativo, en las condiciones actuales, es algo más a
largo plazo que a medio.
—En cualquier
caso, a corto plazo lo más importante es proceder a una consolidación que nos
permita seguir avanzando. Y avanzaremos si corregimos algunos hábitos, si nos
organizamos mejor, si asumimos plenamente la idea de que somos un movimiento
político-social –y aquí debo entonar un mea culpa–, si enmendamos algunos
errores. Y también hay factores que no dependen de nosotros.
—¿A qué tipo de factores se refiere?
—Por ejemplo a
los efectos que va a tener el Plan de Estabilidad. Serán tremendos y empezarán
a notarse ya en los próximos Presupuestos. Tarde o temprano los sindicatos
«caerán en la cuenta» de lo que han firmado, y se producirá de una parte el
rechazo, y de otra una reconsideración de la situación. Incluso puede que en el
PSOE se produzca una reconsideración de la política que está defendiendo… En
esa situación es posible que IU experimente un avance importante. Hoy por hoy,
manteniéndonos donde estamos ya somos un problema, de manera que si crecemos
seremos aún más incómodos. Aunque, pasar del 10,5 % al 15 o al 16%, si no hay
una base articulada, organizada, francamente, no me seduce mucho.
—El desarrollo de un proyecto alternativo requiere la coincidencia de
muchos factores. Entre ellos, estos tres: la superación de la dinámica interna
de IU, pues es evidente que una crisis prolongada conduce inevitablemente a la
esterilidad; una conexión más directa con la sociedad, sobre todo con actores
sociales no integrados en organizaciones políticas; y neutralizar la hostilidad
militante de determinados medios de comunicación, empeñados en una especie de
guerra santa. ¿Cómo alcanzar esos objetivos?
—En cuanto al
problema interno, en diciembre celebraremos nuestra V Asamblea. Y en ella
queremos debatir sobre política. Y tengo que decir –y subrayo que esta es una
opinión muy personal– que esto ya no tiene vuelta atrás. En el caso del PDNI yo
constato que estamos ante otro proyecto político; no ante matices del mismo
proyecto político, sino ante otro proyecto que, francamente, no tiene lugar en
IU. El proyecto del PDNI no tiene nada que ver con el proyecto de IU, ni en sus
fuentes originales, ni en sus prácticas ni en sus discursos… Y esa diferencia,
que se ha ido consolidando, ha sido dirigida desde el PSOE (Almunia
dtxit), aunque muchos de los compañeros del PDNI –al menos yo quiero creerlo
así– no han sido conscientes de eso. Por lógica todo ello desembocará en una
Asamblea que colocará a cada uno en su sitio, si antes ha habido, como espero,
un proceso de clarificación.
—¿Significa eso que la ruptura con el PDNI es inevitable?
—Significa que
no hay solución posible, que no hay entendimiento posible. No lo ha habido en
estos años, pese a la buena voluntad –incluida la mía– mostrada en temas como,
por ejemplo, la confección de listas. Pero no hay solución; somos proyectos
incompatibles. Incluso opuestos. En la V Asamblea habrá un debate político
intenso, y tras él ha de levantarse una fuerza política con proyectos, con
propuestas, con pluralidad.
—¿En cuanto al problema mediático?
—Pues lo que no
tiene solución, no es problema. Con PRISA no hay nada que hacer. Así que mi
postura va a ser, allí donde esté, la de denunciar a este grupo y al que sea.
Frente a la política de intentar sojuzgar, mi respuesta siempre será la
denuncia. Sé que decir esto es una declaración de guerra, pero ya sufrimos una
guerra total y yo la asumo. Y no hay pactos ni componendas. No lo hago por
voluntad propia, sino porqueno me dejan más remedio. Pactar con El País significaría
hacer dejación de lo que estamos defendiendo. Acepto el reto hasta el final, y
ya veremos… Claro que lo acepto –estoy hablando a niveles muy personales– en la
medida en que creo que se puede combatir. Los medios de comunicación tienen los
pies de barro. El País se ha pasado con sus artículos,
la bilis ha desbordado sus páginas y, con ella, la irracionalidad. Y eso a la
gente le empieza a molestar; de hecho ya está ocasionando un rechazo. El
País es dominante en el mundo de los políticos, de los periodistas y
de determinadas capas ilustradas, pero a partir de ahí hay otro mundo que ya no
domina. Yo acepto esa lucha porque ya he dicho que no tengo otro remedio, pero
no la acepto con resignación, sino con todas las consecuencias, dispuesto a
pelear. Y creo que con ello le estoy haciendo un favor a todas las fuerzas
políticas, porque es la manera de conseguir que los políticos no nos tengamos
que inclinar ante los medios de comunicación. No podemos explicarnos
desde El País, pero hay otros medios menos sectarios. Ahora bien,
sea como sea, IU tiene que estar más en la calle, explicarse más y mejor.
—¿Esa hostilidad que denuncia la atribuye a razones políticas o inciden
ahí cuestiones de tipo personal?
—En un noventa
y pico por ciento es una cuestión vinculada a los intereses
económicos. El País es un ferviente partidario del
bipartidismo. Es un periódico «moderno», en el sentido de que participa del
Pensamiento Único. Admite la discusión, pero siempre dentro de ese modelo. Por
tanto, El País pertenece al Sistema. Y cuando digo Sistema no
digo sistema democrático, porque esto no es en puridad un sistema democrático.
Desde luego es mejor que la dictadura, pero yo lo llamaría un sistema de
hibernación de la democracia. Y El País es el periódico de esa
hibernación, un periódico para defender el orden existente. Después de eso,
quizá haya algún componente personal con respecto a algún redactor o a algún
columnista. Al margen de que es verdad que a veces cometo errores, al parecer
hay algunos a los que no les gusta cómo digo las cosas. También puede que les
disguste que yo no haya asumido el ir de tiralevitas de los grandes rotativos,
de los grandes directores, que no he aceptado hacer la carrera –y digo la
carrera en el sentido de prostitución política– en cenas y saraos.
—Dada esa guerra a la que ha hecho referencia, ¿en qué medida esa
situación puede haber condicionado las votaciones de IU en relación a la ley
del fútbol y a la cuestión de la TV digital?
—Tengo que
decir que el doctor Goebbels –el nazi Goebbels– ha tenido en este país un buen
número de alumnos aventajados. Han puesto en marcha con éxito una operación que
ha tenido éxito: la de atribuirnos formar parte de la famosa pinza. ¿Cómo puede
desmentirse eso? Desde la racionalidad, haciendo ejercicio de la razón,
comprobando la documentación, observando las evidencias. Pero claro, Goebbels
se instalaba en la irracionalidad del impulso, utilizaba la técnica que Pavlov
había experimentado con perros: impulso-reacción. En 26 votaciones de temas
importantísimos, IU y el PP han votado conjuntamente sólo en dos, y esos dos
son la TV digital y la ley del fútbol. El PSOE y el PP han votado juntos doce
veces, y PSOE e IU han votado lo mismo en diez ocasiones. Además, bastó ver el
debate de investidura para saber dónde está la oposición de izquierda. Pero bueno,
han lanzado la consigna de la pinza y les ha funcionado. Unos siguen con ese
estribillo porque están a sueldo y tienen que comer. Otros porque se lo creen.
Pero para pinza, la que hicieron González y Pujol, o la que hacen el PSOE y el
PP en política económica y laboral, y pinza mediática la que practican los
grandes medios de comunicación. Pero me resulta difícil desmontar esa idea
porque, por ejemplo, para poder dar los pocos datos que he dado aquí necesito
al menos un par de minutos, y en los medios sólo se me da normalmente tiempo
para soltar una o dos frases, es decir, tiempo para pronunciar otra consigna. A
una consigna raras veces se la puede desmontar con otra consigna; para
explicarse, hace falta espacio y tiempo.
—Para usted, entonces, su postura en aquellas dos votaciones en que
coincidieron con el PP respondía a criterios objetivos.
—Totalmente. En
la primera votación apoyamos el tema de los descodificadores porque, ¿para qué
va a comprar la gente más de un aparato? Además incluimos también los eventos
culturales; somos los únicos que lo hicimos. Y bajamos el máximo de
participación accionarial de un 85 a un 25%. Es decir, lo que hicimos fue
actuar en defensa de la mayoría. Y en la segunda ley, simplemente estábamos
luchando contra un monopolio; en este caso el monopolio del grupo PRISA, y
apoyamos otra plataforma para que ese monopolio que se pretendía no pudiera
llevarse a término. Eso ha sido recurrido por la Comisión Europea, y vamos a
ver en qué acaba. Pero nosotros siempre hemos votado en función de los
contenidos de lo que se votaba. Es más, IU votará de nuevo con el PP o con el
PSOE en función de esos contenidos, y lo normal sería que, como hasta ahora ha
sucedido, hubiera más coincidencias con el PSOE que con el PP. Pero consignas
del tipo de «la causa de la izquierda» o «todos contra la derecha» me dejan
indiferente si se limitan a eso, a manifestar una intencionalidad que
luego no se corresponde con los contenidos. El propio Almunia, cuando plantea
el combate, lo hace desde el «quítate tú, que me pongo yo». Yo creo que al
gobierno hay que quitarlo, esa es una condición sine qua non, pero no para
quedarse ahí, sino para poner en marcha un proyecto, para ir más allá, no
cambiar sólo por cambiar. Esa es la gran diferencia que parece que existe entre
el PSOE y nosotros.
—La idea de la pinza no sólo se ha lanzado desde medios próximos al
PSOE, también ha habido una contestación interna.
—Sí, así es. Y
por eso afirmo que los compañeros y compañeras de Nueva Izquierda están en otro
proyecto. Pero además, al defender la tesis de la pinza están cometiendo una
deslealtad. Más aún, he de calificar esa defensa de auténtica felonía política,
porque ellos, siendo como eran dirigentes de IU, conocían perfectamente la
estadística de las votaciones y estaban al tanto de nuestras posiciones…
Adherirse a una operación publicitaria de otros es, simplemente, traicionar a
IU. Cuando se dice, dentro de IU, que hemos votado contra los sindicatos, se
está cometiendo una deslealtad, porque se podrá decir: «no estamos de acuerdo
con la decisión que ha tomado IU», «no la compartimos», «la votamos en contra»…
Pero decir que votamos contra los sindicatos… eso es una auténtica traición
política. Para empezar es mentira, pero es que además no se puede actuar en el
seno de una fuerza política empleando un discurso que sólo se justifica cuando
el que lo dice es un adversario. Si hemos tomado medidas políticas contra estos
compañeros del PDNI no es por su disidencia, ni mucho menos. Son pequeños
pícaros, que no tienen siquiera la grandeza del Lazarillo de Tormes…
tunantillos, diríamos en mi tierra, tunantillos del navajeo político, pero que
son incapaces de hacer una oposición. O sea, que de luchadores por la libertad
nada de nada. Y si digo esto aquí es porque se lo he dicho primero a ellos, no
acostumbro a contestar a nadie a través de los medios si antes no lo he hecho
en persona.
—Cuando habla de que no son luchadores por la libertad… ¿No olvida el papel
que jugaron algunos –por poner un ejemplo, Cristina Almeida– contra el
franquismo, durante la transición, hasta hoy mismo?
—No lo digo por
Cristina, pero la alusión a la historia no me sirve. Estamos en el presente, y
lo que ahora me preocupa es el presente. La heroicidad no imprime carácter para
siempre.
—Sus criticas hacia el PDNI supongo que pueden hacerse extensivas al
sector mayoritario de Iniciativa per Catalunya. Ribó también le ha imputado
haber votado contra los sindicatos.
—Ese es un caso
diferente, porque hay un problema IC y un problema Ribó. Del problema Ribó no
he hablado nunca. Lo hago, por primera vez, en las páginas de El Viejo
Topo… Ribó es una persona que tiene la rara virtud de no acertar nunca.
Es como el quinielista que no acierta ninguno de los quince resultados. Hay que
reconocer que eso tiene mérito. Ribó no ha acerrado en ninguna de las
operaciones en que se ha embarcado sin contar con IU o, peor aún, en contra de
IU. Hagamos memoria: la Izquierda de los Pueblos, plantarse en el País Vasco
sin permiso de nadie, él que tanto critica las injerencias, y defender la
candidatura de Euskadiko Ezkerra contra Ezker Batua. Eso es intolerable; pues
bien, lo aguantamos. Y más: en Canarias defendió la candidatura contraria a
nuestro proyecto político, ha estado manteniendo desde hace mucho tiempo
reuniones separadas con lo que entonces era Nueva Izquierda,
mucho antes de
que ésta se constituyera en partido político, y podría añadir un largo
etcétera… No hay más que ver su postura en Galicia. Y luego están las continuas
críticas en los periódicos, mientras yo, hasta ahora, he mantenido una gran
discreción. En fin, el caso Ribó es un caso patético. ¿Y por qué lo cuento
ahora? Pues porque ha llegado el momento de proceder a una gran clarificación.
En este momento es evidente que hay una divergencia de proyectos, eso se ve
tanto en el discurso como en las prácticas. Tenemos concepciones distintas en
cuanto a la política de alianzas, a la construcción europea, a los contenidos
de una política alternativa… En fin… No podemos aceptar que se diga que IU vota
«contra los sindicatos», o que «mejor estar con el PSOE que con la derecha»,
porque quien escucha eso cree que realmente estamos votando sistemáticamente
con la derecha, cuando quien lo ha hecho con frecuencia es el PSOE. Nosotros
sólo lo hemos hecho en dos ocasiones, y por las razones ya apuntadas. Ribó nos
está acusando de estar con la derecha, y eso es también una deslealtad… El tema
de IC no sé cómo va a acabar. La técnica instrumental para resolverlo es la
clarificación, y a partir de ahí saldrá lo que salga. Lo que tenga que salir.
IU no puede perder el tiempo en estar constantemente discutiendo con su socio
catalán. De modo que estamos en un proceso de divorcio. ¿Lo podremos arreglar?
Lo ignoro.
—Me dirijo ahora al secretario general del Partido Comunista de España.
Ese divorcio IC-lU ¿no puede llegar a desembocar en la absorción práctica del
PSUC por el PC? De hecho, ya hay quien ha formulado la acusación de que tras la
crisis está la voluntad del PCE de canibalizar a una organización nacional
catalana.
—Hay una
fórmula para ocultar todo tipo de lacras, pústulas y úlceras: en vez de usar
gasas se utiliza la bandera. Es una solución muy socorrida, porque tapa todas
las miserias y encima da realce, parece que así se defiende la independencia y
la patria catalana… De este modo se evita que la gente piense. Es
ridículo. Ojo, que no se me malinterprete: lo ridículo no es Cataluña, ni
su bandera, sino esta manipulación que se dirige al impulso irracional en vez
de a la inteligencia. El PCE ha mantenido desde siempre unas relaciones
extraordinarias con los comunistas de Cataluña encuadrados en el PSUC. Veamos
lo que pasa ahora: el PCE tiene la obligación, al igual que cualquier otra
organización, de difundir su ideario, de estimular que haya comunistas en todo
el territorio del Estado español. Esa obligación el PCE siempre la ha dejado en
suspenso en Cataluña porque constataba que ya había comunistas, que se hallaban
encuadrados en una organización hermana. El PCE no ha desaparecido, sino que ha
apostado por IU, ha cambiado en su estructura y métodos, pero sigue
funcionando. No pasa lo mismo con el PSUC. En Cataluña lo que hay es una
impostura. El PSUC, nuestra organización hermana, llevaba seis o siete años sin
actividad. ¿Cómo se puede venir a los congresos del PCE a votar, y subrayo lo
de votar, la política que hace el PC e irse y no organizarse? Es verdad que es
una organización soberana, pero también lo es el PCE. ¿Y qué hemos dicho? Pues
que si el PSUC se disolvía el PCE, con todo el derecho del mundo, se instalaría
en Cataluña, porque en ella hay cabida para las ideas comunistas que defiende
el PCE. Entonces el PSUC se reúne, hace un congreso que, digámoslo así, es sui
generis, tanto en la elección de sus delegados como en los sistemas de
listas… y no desaparece, pero queda hibernado; se reúne sólo una vez al año, y
una vez al año se admiten las inscripciones en el partido. Una cosa
curiosísima. Pero hay grupos de camaradas que quieren seguir funcionando, y yo
he recibido centenares de cartas en ese sentido. Cartas de gente que dice que
ya están hartos. El PCE es respetuoso con la tradición que representa el PSUC,
no sólo respetuoso sino extraordinariamente paciente. Job, a nuestro lado,
parecería un histérico. Pero estamos contemplando cómo se pretende acabar con
un proyecto que aún tiene sentido: el proyecto comunista que encarnaba el PSUC.
—Pero, ¿qué quiere exactamente el PCE? Es imposible resucitar un partido
cuando las dos terceras partes de su aparato no quieren hacerlo.
—El PCE lo que
quiere es que en Cataluña los comunistas estén organizados y activos.
Necesitamos una referencia organizada. Queremos que las ideas comunistas vayan
desarrollándose, que estén presentes… Y ese es un derecho de los comunistas
catalanes. La situación es chocante: los que no son comunistas mantienen
secuestradas las siglas de un partido comunista. No he visto una cosa más
antidemocrática en mi vida… Ribó y compañía, que no son comunistas, impiden que
se organicen los comunistas.
—Lo que se perfila en Cataluña es lo que, también sui generis, podría
calificarse como una refundación del espacio comunista. Quizá incluso con la
construcción de un único partido. ¿Cómo ve esta perspectiva? Y si se produce
esa refundación, ¿puede ir más allá del ámbito geográfico de Cataluña?
—La palabra
refundación se suele utilizar con un criterio muy peyorativo. Yo soy comunista,
y quiero que, también en Cataluña, haya comunistas organizados como comunistas,
que tengan sus órganos de expresión, que funcionen como comunistas y, si puede
ser, que trabajen como una única organización comunista. Y esa organización
comunista ha de ponerse al servicio de un proyecto superior, llamado hoy por
hoy Iniciativa per Catalunya. ¿Eso se llama refundar? No importa cómo se llame,
lo que quiero es que los comunistas se organicen y funcionen.
—¿Es previsible la instalación de IU como fuerza política electoral en
Cataluña? La reciente implantación de Izquierda Republicana y la mayor
actividad del PASOC parecen señalar esa intención…
—No. Sería
deseable que existiese en Cataluña una fuerza política, genuinamente catalana,
cuya visión estratégica coincidiera con la de IU, pero en ningún caso debería
ser una sucursal de IU. Esa fuerza debe ser generada en Cataluña. Izquierda
Republicana, el PASOC y otros colectivos quieren llegar a una situación en la
que podamos hablar de un proyecto compartido, siempre desde la especificidad de
Cataluña. Existe esta atmósfera, y yo la veo con alegría. Vamos a ver si por
fin podemos ponernos de acuerdo en temas como la construcción europea, si Pacto
de Estabilidad sí o Pacto de Estabilidad no,
sobre qué
entendemos por la relación con los sindicatos. Por cierto, con respecto a estos
últimos algunos han pasado de decir que los sindicatos no han de ser una correa
de transmisión de los partidos, cosa que yo asumo, a decir que debemos
someternos a lo que digan los sindicatos, cosa que no acepto; con los
sindicatos hablaremos siempre de tú a tú, son nuestros hermanos, pero depender
de ellos ni hablar. Y ese discurso de «han votado contra los sindicatos» es un
discurso dependiente. La independencia es de doble dirección, y la fraternidad
también se demuestra en los disensos. Ha habido compañeros en Cataluña que han
llegado a decir: «con los sindicatos, hagan lo que hagan». Pues no. En
absoluto. No debe haber cheques en blanco para nadie.
—¿Cuál es el estado actual de las relaciones con los sindicatos?
—Según lo que
se entienda por relación. Si se entiende verse con ellos, discutir asuntos,
llevar propuestas al parlamento… la relación es buena. Si se entiende como una
coincidencia de contenidos, entonces digamos que hay divergencias. No hemos
coincidido en el desarrollo del pacto de Toledo, ni en la reforma del mercado
laboral, y constatamos que hay apreciaciones de los sindicatos que no
compartimos desde que apostaron por Maastricht. A nivel personal puede haber
habido momentos críticos, como cuando Antonio Gutiérrez tuvo una polémica
conmigo –que yo no la tuve con él–, con aquellas declaraciones… Pero el
problema que hay con los sindicatos no es de relaciones personales, sino que
hace referencia al proyecto de cada uno. Los sindicatos deben tener un proyecto
alternativo para la sociedad. Quizá no tan ultimado como pueda tenerlo un
partido político… pero un sindicato de clase debe tener una referencia
alternativa de sociedad. Y aquí estamos ante un problema que no es sólo
español, sino de toda Europa. Por cierto, en España los sindicatos han pactado
con el gobierno –y no critico que pacten, sólo constato que lo hacen–, y nadie
les ha dicho que se han vendido a la derecha. Es curioso… Desde Rosa Luxemburgo
hasta Gramsci, muchos pensadores, secretarios generales y dirigentes de
izquierda han tenido polémicas con los sindicatos. Pero como ahora se impone el
Pensamiento Único…
—¿Cree que los sindicatos se hallan sumergidos en el Pensamiento Único?
—Los sindicatos
están en el Pensamiento Único, probablemente sin saberlo, como el personaje de
Molière. En la medida en que se dice «Sí crítico a Maastricht», que se asume la
competitividad con todas sus secuelas, que el mercado no se discute y que se
dice que tenemos que asumir el Pacto de Estabilidad, no es que se esté en el
Pensamiento Único, es que se declara aceptado el modelo. Claro que los
sindicatos podrán argumentar que no tienen capacidad para actuar de otra forma;
depende de cómo ellos lo vean, yo respeto sus decisiones. Pero como dirigente
político debo analizar lo que hacen con sentido crítico, y sabiendo que están en
la izquierda. Desde mi punto de vista los sindicatos, como otras formaciones
políticas de izquierda, reproducen el Pensamiento Único. Y diciendo esto no
pretendo abrir heridas ni crear polémicas. Mi intención es simplemente la de
promover un debate limpio, sereno y fraterno, subrayo lo de fraterno.
—¿Qué posibilidades reales existen de que avance lo que Almunia ha
denominado «la causa común»?
—Haré un poco
de historia. El 4 de abril de 1990, en el debate en el Congreso de los
Diputados, nosotros presentamos un proyecto de colaboración sobre 25 puntos.
Respuesta de aquel presidente del gobierno: «Hombre, cuando usted pasó del
punto 21 respiré tranquilo». Hacía referencia a los 21 puntos de la
Internacional Comunista. Una broma de mal gusto, propia del anticomunismo
barato que adornaba al presidente anterior. Después, les apoyamos
constantemente en el Congreso. En el 93 les faltaban votos para la mayoría
absoluta; se los ofrecimos. Ribó, Rosa Aguilar y Paco Frutos se entrevistaron
con González y éste les anunció que prefería aliarse con Pujol. Aún así
quedaron en que discutiríamos, que habría un diálogo… le escribí
recordándoselo, pero nunca recibí respuesta. Cuando los escándalos estaban en
su apogeo les dijimos a los socialistas que si González dimitía y su nuevo
candidato aparecía con un programa razonable, nosotros lo apoyaríamos. Hace un
año tomamos de nuevo la iniciativa, y de ella surgieron varias mesas de
discusión que duraron tres meses. Hasta aquí el pasado. Ahora, por primera vez,
el PSOE nos llama. Nosotros tenemos con el PSOE tres diferencias fundamentales:
Maastricht, OTAN, y el GAL y sus secuelas. Pero hay campos en los que podemos entendernos:
empleo, precariedad, salud, educación, y todo lo que eso conlleva: reforma
fiscal, el tema de la estructura del estado, etc. Podemos y queremos hablar,
pero de cosas concretas: paro, reparto de empleo, reducción de jornada, horas
extraordinarias, reforma fiscal. No aceptaremos recortes de gastos sociales, y
por eso ponemos énfasis en la reforma fiscal, pues hay que allegar recursos.
Una reforma que tiene dos pilares: lucha contra el fraude y fiscalidad
progresiva.
—Es de suponer que, si el proceso de clarificación del que antes hablaba
finaliza positivamente, IU estará en condiciones de iniciar una etapa de mayor
dinamismo. ¿Habrá, en esa nueva etapa, un mayor contacto con la gente, por
ejemplo con las organizaciones y grupos que están trabajando en un sentido
transformador y que en general desconfían de todo lo que huela a formación
política?
—Es verdad que
hay una desconfianza, y a veces con sobrada razón. También es verdad que
algunas organizaciones han hecho de la desconfianza su esencia. Pero mayormente
hay que imputar la responsabilidad de la desconfianza a las formaciones
políticas. El problema de la proximidad a las iniciativas que surgen en la
sociedad IU lo ha resuelto teóricamente a través de las áreas de elaboración.
Pero digo teóricamente, porque en la práctica las áreas de elaboración han
funcionado como meros apéndices de la dirección. La causa de ello se encuentra
en los propios mecanismos de funcionamiento, en las luchas políticas… porque el
tema del PDNI ha ido arrastrando hacia adentro, se han consagrado a la lucha
interna fuerzas que debían haberse empleado para extenderse hacia afuera. A
partir de la V Asamblea vamos a intentar corregir eso.
—¿Esas áreas de elaboración cómo funcionan?
—Esas áreas
deberían funcionar de la siguiente manera: son lugares de encuentro entre
nuestra gente y otras gentes para, primero, discutir sobre los problemas que
les afectan: vivienda, salud, educación, industria… Gentes de todo tipo, no
sólo especialistas. Estas áreas son, o deberían ser, lugares de debate en
los que se
perfilarían los trazos gruesos de las políticas alternativas. Ha habido ya
experiencias muy positivas, aunque escasas. Recuerdo haber salido impresionado
de una reunión de dos días con pescadores del Puerto de Santa María.
—Pacto de Estabilidad: para IU, una auténtica bestia negra…
—Sí. En
Maastricht y Amsterdam se renuncia primero a construir Europa, y después se
acepta el ajuste permanente que significa el Pacto de Estabilidad. Se trata de
un fiasco, cosa que ya dije hace seis años en un Congreso del PCE, y fui
contestado muy duramente precisamente por Ribó. Pues bien, ahora se ve. Es
fiasco y medio. Y ese va a ser el objeto central de nuestra acción política,
sin que signifique que vayamos a descuidar otros. Vamos a enfrentarnos al Pacto
de Estabilidad porque sabemos que obliga a tomar una serie de decisiones
presupuestarias que tendrán efectos tremendos.
—Sin embargo, el propio Tratado incluye una visión de la Europa Social,
aunque hasta ahora no se ha desarrollado…
—Pero eso está
ahí como Poncio Pilatos en el Credo. De pasada. Música celestial. La Europa
Social les trae sin cuidado.
—¿Cree usted que a corto plazo podrá quebrarse la identificación del
proyecto de construcción de Europa con lo que es la unión monetaria?
—Es difícil. Los
poderes mediáticos contribuyen a mantener esa identificación con denuedo.
Además, en estos momentos la intelectualidad europea no se sabe dónde está. Yo
sé que la lucha contra eso va a ser encarnizada, y además la haremos
prácticamente en soledad, sólo con el apoyo de los movimientos alternativos. De
todos modos vamos a ver qué pasa, porque pueden producirse contradicciones
antes de los que creemos.
—¿Coincide con esa idea de que si no se frenan las consecuencias del Pacto
de Estabilidad, Europa puede verse abocada a! fascismo?
—Sí. O a una
guerra de unos contra otros, de unos países contra otros. Cuando los resultados
del Pacto caigan sobre las gentes, estas le echarán la culpa a Europa, no a
Maastricht, y rebrotarán odios y xenofobias. Como no existe una concepción de
proyecto unitario federal, con una cultura alternativa, con solidaridad, sino
que sólo se persiguen intereses monetarios, es fácil que la idea de clan
nacional resurja, y como además la gente tiene banderas, himno, una historia,
la conclusión es inevitable. A partir de ahí, todo favorece el ascenso del
fascismo. Para hablar de patria, de defensa de los intereses nacionales, de
orgullo patrio, el fascismo se pinta solo, y es el camino que seguirá mucha
gente. A mí me da miedo.
—¿Puede señalar, en términos concretos, cuáles serán las consecuencias
más inmediatas del Plan de Estabilidad?
—Inmediatamente
la moderación salarial; a medio plazo una mayor desregulación del mercado
laboral. Y desde luego no va a pasar más de un año, o año y medio, sin que se
toquen de manera tremenda las pensiones y las jubilaciones.
—Cuando eso suceda, ¿que clase de reacción prevé que se producirá en
España?
—Si eso sucede
todavía durante el mandato del gobierno actual, el Sistema intentará vacunarse
facilitando un cambio de gobierno. Una alternancia. Pero para eso hay que
favorecer el bipartidismo. Desde luego no podemos esperar que vayan a haber
modificaciones en la política económica, eso está más planificado que la famosa
planificación soviética. Otra salida sería atemperar la aplicación del Pacto de
Estabilidad, pero eso es prácticamente imposible porque se juega la suerte del
marco, y todo el mundo está atado a esa moneda. Una situación demoníaca, de
difícil remedio.
—¿Qué puede hacer la Nueva Izquierda Europea en ese proceso?
—Seamos
realistas. Las distintas familias de la Nueva Izquierda Europea tienen
diferentes puntos de vista. Hay quien es totalmente antieuropeísta, como los
suecos o los daneses. Otros sitúan de manera preferente la lucha nacional.
Algunos son fervorosamente europeístas… Yo pienso que ya está bien de mirarse
el ombligo de cada país. Pero no lo hago pensando en la construcción de un
Estado federal, sino desde un sentido de internacionalismo proletario, y
aplicado hoy a la solidaridad.
—El espacio se nos acaba, y me temo que hemos dejado decenas de temas en
el tintero. ¿Quiere añadir algo que le parezca especialmente significativo?
—No, nada en
especial. Sólo precisar que mis declaraciones están hechas con la intención de
abrir el debate. Que nadie se sienta ofendido; en la historia de la izquierda
ha habido, y seguirán habiendo, debates polémicos, acres. Ya está bien de paños
calientes y de discursos edulcorados; y quien no esté de acuerdo que me
conteste. Yo estoy dispuesto a profundizar en el debate.
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