lunes, 5 de abril de 2021

La significación del sexo en el desarrollo del individuo

 

La significación del sexo en el desarrollo del individuo 



Por Manuel Sogas

     La idea del sexo como característica intrínseca e inherente a la naturaleza humana no parece que pudiera ser discutida por nadie desde un punto de vista racional…

… y lógicamente válido, dada su absoluta necesidad para la reproducción de la especie humana que es llevada a cabo por la relación sexual entre una mujer y  un hombre. Pero sin embargo, su percepción tanto personal como social ha tenido diferentes significados a lo largo del tiempo, sin que ello naturalmente haya podido afectar a su naturaleza ni a la importancia biológica como sistema de reproducción hasta alcanzar la nueva dimensión social y política con que hoy se presenta en prácticamente todos los estamentos sociales, si bien esta consideración en sus diferentes y a veces contradictorias percepciones resulta más aceptada en el plano teórico y legal que en  la práctica.

     El desarrollo de los medios de telecomunicaciones ha contribuido de una forma  singular a la divulgación de la noción de sexo. No obstante, y a pesar de esta gran divulgación no se ha visto acompañado su tratamiento en igual proporción ni con la rigurosidad ni con la profundidad que le correspondería, dada la relevancia social y política adquirida, sino que más bien y por el contrario, ha contribuido a extender su superficialidad y banalización no exentas de fetichismo consumista. A la palabra sexualidad se le relaciona con los genitales y a estos a su vez con el sexo [[i]], lo que contribuye a empañar y oscurecer su significado más que a esclarecerlo.

    En este sentido afirma Cardinal: “Al sexo se le trata dentro de una confusión entre la ignorancia y la sofisticación, la negación y la indulgencia, la represión y el estímulo, el castigo y la explotación, el secreto –sucio secretito-, como decía Henry Miller; la exhibición y la comercialización. Se le asocia a una duplicidad e indecencia que no conduce ni a la honestidad intelectual ni a la dignidad humana.” (P. A. Serna Carmona), lo que le hace aparecer con un carácter punitivo y receloso en los diferentes ámbitos sociales como el familiar o religioso, que lo delimitan entre lo normal y lo anormal, entre lo permitido y lo prohibido y entre lo que se puede hablar y lo que se debe ocultar.

    Foucault señala (1991) que el sexo no siempre tuvo un carácter restringido y sancionador. En la Europa del siglo XVII “las prácticas no buscaban el secreto; las palabras se decían sin excesivas reticencia, y las cosas sin demasiado disfraz; se tenía una tolerante familiaridad con lo ilícito. Los códigos de grosero de lo obsceno y de lo indecente si se los compara con los del siglo XIX, eran laxos. Gestos directos, discursos sin vergüenza, trasgresiones visibles, anatomías exhibidas y fácilmente entremezcladas, niños desvergonzados vagabundos sin molestia ni escándalo entre las risas de los adultos: los cuerpos se pavoneaban.”

    De igual manera que Foucault se expresa Calame en su obra “Eros en la Antigua Grecia”, en la que expone la noción que tenían los griegos acerca del sexo como origen de un placer infinito de un profundo carácter divino. Los griegos adoraban la belleza, y por ello no estaba mal visto quedar anonadado ente un hombre o mujer hermosa, con independencia del género que tuviera el observador.

    Asimismo señala que la antigua sociedad romana fue muy permisiva respecto del sexo, dado que este junto a la moral estaban mediados por el control. Así, un ciudadano romano podía tener relaciones sexuales con su esposa, con una prostituta en un burdel o con otro hombre en los baños públicos, con la condición para librarse de toda crítica que mantuviera cada cosa en su sitio, sin que nadie ocupara el lugar de otro.

    En la época victoriana cambió radicalmente la percepción del sexo con el discurso del pecado y lo prohibido que desemboca en un proceso de represión en torno al mismo, y de esta manera “la sexualidad es cuidadosamente encerrada. Se muda, la familia conyugal la confisca y absorbe  por entero en la seriedad de la función reproductora. En torno al sexo, silencio. Dicta la ley, la pareja legítima y procreadora” (P. A. Serna Carmona: 2013), apareciendo junto a este proceso otro en sentido inverso: su práctica de forma oculta, lo que suponía la trasgresión a la ley con lo que apareció una nueva forma de placer, dejando en evidencia que: “Tal vez hay otra razón que torna tan gratificante para nosotros el formular, en términos de represión, las relaciones del sexo y del poder lo que podría llamarse el beneficio del locutor. Si el sexo está reprimido, es decir, destinado a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el solo hecho de hablar de él, y de hablar de su  represión, posee como un aire de trasgresión deliberada. Quien usa ese lenguaje hasta cierto punto se coloca fuera del poder; hace tambalearse la ley; anticipa, aunque sea poco, la libertad futura.” (P. A. Serna Carmona: 2013).

    La idea de trasgresión deliberada incita al debate sobre el sexo que se convierte en una cuestión social, política y económica que sobrepasa lo privado y despierta el interés político, adquiriendo en los siglos XX y XXI unos valores muy diferentes a los que tenía en la época victoriana, llegándose a plantear en los escenarios académico, político y social, hasta que en 1997 la sexualidad queda reconocida como un derecho en la Declaración del XII Congreso Mundial de Sexología celebrado en España, Valencia, donde queda establecido como “Una parte integral de la personalidad de todo ser humano. Su desarrollo pleno depende de la satisfacción de las necesidades humanas básicas como el deseo de contacto, intimidad emocional, placer, ternura y amor que se construye a través de la interacción entre el individuo y las estructuras sociales. El desarrollo pleno de la sexualidad es esencial para el bienestar individual, interpersonal y social. Los derechos sexuales deben ser derechos humanos universales basados en la libertad, dignidad e igualdad para todos los seres humanos. Los derechos sexuales deben ser reconocidos, promovidos, respetados y defendidos por todas las sociedades con todos sus medios.” (P. A. Serna Carmona: 2013). En esta declaración se promulgan once derechos sexuales: el derecho a la libertad sexual, a la autonomía sexual, a la integración sexual y seguridad del cuerpo sexual, a la privacidad sexual, a la equidad sexual, al placer sexual, a la expresión sexual emocional, a la libre asociación sexual, a tomar decisiones reproductivas libres y responsables, a la información basada en el conocimiento científico, a la educación sexual comprensiva y el derecho a la atención clínica de la salud sexual, configurándose de esta manera como categoría de derecho con lo que la sexualidad adquiere una nueva dimensión que le plantea al Estado la necesidad de tener que procurarse los medios necesarios que garanticen el cumplimiento de ese nuevo derecho, pero la práctica viene a demostrar que si ni siquiera la comprensión de los derechos sexuales mencionados están bien interpretada en todas partes y mucho menos su aplicación a la realidad.

      Sin la intención ahora entrar en las causas originarias y profundas que pudieran explicar esa no correspondencia entre la teoría y la práctica de los derechos sexuales, sí se menciona una de las  más próximas e inmediatas que ha sido señalada por P. A. Serna Carmona (2013) atribuida al hecho de que la noción de los derechos sexuales no aparecen como derechos en sí mismos, sino como derechos de segundo orden ligados siempre a otras categoría del derecho que sí tienen reconocida tal categoría en sí mismo, como puede ser el derecho a la salud o la educación, lo que a nuestro juicio partiría de la carencia efectiva de la definición del concepto de naturaleza humana de una manera profunda que es sustituida por una definición formal cargada de elementos ideológicos en función de los intereses de las clases sociales dominantes, obviando interesadamente o no, el poder indiscutible para la deformación de la realidad que contiene cualquier planteamiento en el que dominen los elementos ideológicos, sean de “izquierdas” o de “derechas”,  y de esta manera se llegan a considerar características naturales del individuo que en realidad no las son, pero que a pesar de no serlas son tomadas como si lo fueran porque el uso de la costumbre ha llegado a naturalizarlas.

     Es tarea prioritaria y urgente, a nuestro juicio, la de la denominada comunidad científica que tiene a su cargo el establecimiento del saber oficial en la sociedad, el que proceda a la definición rigurosa de todos aquellos conceptos sobre los que luego son tratados en la sociedad  y que tienen trascendencia real en la vida practica, de  manera que esté exenta de prejuicios ideológicos y sin tener en cuenta previamente a qué intereses sociales podrían o no servir, tarea esta última que le corresponde resolver y determinar democráticamente a los diferentes grupos sociales de los que está compuesta toda sociedad, y dentro del ámbito político que es al que le corresponde. El mismo problema de falta de definición rigurosa de conceptos nos lo encontraremos líneas más abajo cuando se llegue a la noción de desarrollo humano.

     Citando ahora de forma sumarísima algunas ideas del pensamiento marxista con carácter indicativo del camino que necesariamente habrá de seguirse en las ciencias sociales si es que se pretende resolver los problemas y no justificarlos y relacionadas con la noción de naturaleza humana, según nuestro juicio, se mencionan las siguientes:

     “En contraste con Kierkegaard y otros Marx contempla al hombre en toda su extensión, como miembro de una sociedad y de una clase dadas, y, al mismo tiempo, como cautivo de estas. La plena realización de la humanidad del hombre y su emancipación de las fuerzas sociales que le aprisionan está ligada, para Marx, al reconocimiento de estas fuerzas y al cambio social basado en este reconocimiento.” [[ii]].

    Marx diferencia entre “la naturaleza humana en general” y “la naturaleza humana condicionada”, distinguiendo a su vez “dos tipos de impulsos y apetitos humanos”: los constantes e invariables, como el hambre y el instinto sexual, que sin modificar su esencia pueden variar sus formas de realización y tendencias en función de las culturas de las que se trate, y de los apetitos relativos, los que no siendo integrantes de la naturaleza humana “deben su origen a ciertas estructuras sociales y a ciertas condiciones de producción y comunicación (…), la necesidad de dinero es, pues, la necesidad real creada por la economía moderna y la única necesidad que esta crea (…), se convierte así (esta necesidad) en una servidumbre ingeniosa y siempre calculadora a los instintos humanos, depravados, antinaturales e imaginarios  que en el transcurso del tiempo y por falta de reflexión, el individuo las llega a tomar, efectivamente, como elementos natrales de su propia naturaleza.” [[iii]].

    Así, por ejemplo, en la organización social en la que predominan las relaciones de producción capitalistas, se producen impulsos relativos como incentivos humanos principales “el deseo de dinero y propiedad; otras condiciones económicas pueden producir exactamente los deseos opuestos, como el ascetismo y el desprecio por los bienes terrenales, como sucede en muchas culturas orientales.” [[iv]].

    La Organización de las Naciones Unidas (ONU) concibe la sexualidad desde diferentes perspectivas. Una de ellas es la consideración como problemas de salud para combatir el VIH/Sida, la malaria y otras enfermedades; otra, su abordaje en conexión con el Informe de Desarrollo Humano de 1995, denominada la revolución hacia la igualdad en la condición de los sexos, en donde es considerada desde la categoría de géneros y desde la aceptación de la igualdad entre los mismos. (P. A. Serna Carmona: 2013) e igualmente se habla de un reconocimiento a las comunidades de LGTB.

   El concepto de Desarrollo Humano que aquí se considera es el dado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que anualmente se elabora para más de 177 países y que se interpreta como el proceso por el que pasa una sociedad cuando en ésta hay mejoras en las condiciones de vida de sus ciudadanos y estas mejoras no implican necesariamente un incremento de los bienes de los que disponen, los cuales indudablemente, les van a ayudar a satisfacer sus necesidades básicas como pueden ser la alimentación, vivienda y transporte. Implicando también la creación de un entono en el que se respeten los derechos humanos de todos y cada uno de los ciudadanos residentes en el país, su derecho a la educación y a tener una vida digna, de modo que un mayor desarrollo humano que puede entenderse como sinónimo de un alto grado de libertad y cantidad de opciones que se dispongan para ser o hacer lo que desee. [[v]]

     El origen del concepto de Desarrollo Humano data del año 1990 cuando “Mahbub ul Haq lanzó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este programa no únicamente pretendía tener en cuenta factores puramente económicos correspondientes a la riqueza de un país, sino que, también, qué políticas aplica el Estado que estén centradas en las personas, especialmente en cuanto a calidad de vida y educación se refiere.” (N. Montagud Rubio. Obra citada).

    Con “el Índice de Desarrollo Humano (IDH) se tiene en cuenta diferentes factores que se consideran necesarios (Esperanza de vida; educación y riqueza) para que las personas vivan plenamente en el país que es ha tocado vivir (…), es un indicador nacido de la mano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que sirve para evaluar cómo se desarrolla una sociedad. Consiste en una medida aritmética que sintetiza los avances e hitos de cada país que le llevan a disponer de una mejor sociedad, analizados en base a tres dimensiones principales: esperanza de vida, educación y riqueza económica.” (N. Montagud Rubio. O.C.).

    El (IDH) se elabora anualmente para cada país en función del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en base a los datos anuales que recoge la ONU de cada país y para cada programa de cada país relacionado con la esperanza de vida; años de escolarización y renta, cuyas fuentes respectivas de información son las siguientes: UNDESA; UNESCO, ICF Macro Demographic and Health Surveys, UNICEF y encuestas de la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE) y, el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la United Nations Statistics División. (N. Montagud Rubio. O.C.).

    El principal objetivo de este indicador es el de obtener datos objetivos sobre el nivel de vida que hay en cada país del mundo para, de esta forma, detectar posibles carencias y dirigir futuros programas de ayudas internacional en la resolución de las mismas. Entre estas ayudas puede contar el ofrecer recursos monetarios para activar la economía, además de ayudar al país en la dotación de estructuras educativas y sanitarias para mejorar el nivel cultural y sanitario de la población.

     Esta noción de desarrollo humano tiene diferentes interpretaciones por parte de distintos autores, y en función de la interpretación que cada uno de ellos hace se inscribe la cuestión de la sexualidad que también es considerada de formas variadas. Así, Sen por su parte considera el desarrollo humano desde la perspectiva de las capacidades que cada persona tiene para satisfacer sus necesidades, intereses y deseos, para cuyos fines utiliza los recursos y medios disponibles en el contexto en el que vive para alcanzar de ese modo una mejor calidad de vida.

    Martha Ussbaun se manifiesta en el mismo sentido que Sen, la que en su trabajo sobre las mujeres y el desarrollo humano: El enfoque de las capacidades, propone que las capacidades son dimensiones importantes y específicas de la vida humana, las cuales constituyen los instrumentos con los que cada persona puede conseguir su propia concepción de lo valioso.

     Otra óptica para definir el desarrollo humano es la de Manfred Max Neef que propone una matriz de necesidades y satisfactores en las que identifica las necesidades humanas que divide según categorías existenciales como: ser, tener, hacer, estar, sexualidad, hacer el amor y sensualidad, y según categorías axiológicas como: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad.

    Con este planteamiento se establece una manera diferente de  tratar la cuestión sexual, puesto que parte del principio de las necesidades, con lo que elude los reduccionismos biológicos o etiológicos, y de esta manera pone en primer plano que la calidad de vida dependerá de las posibilidades que tenga la persona de satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas.

    Según entiende el propio Max Neef (1986) “cualquier necesidad humana fundamental que no es adecuadamente satisfecha revela pobreza humana. La pobreza de subsistencia (debido a la alimentación y abrigo insuficiente); de protección (debido a sistemas de salud ineficientes, a la violencia, la carrera armamentista, etc.); de afecto (debido al autoritarismo, la opresión, las relaciones de explotación con el medio natural, etc.); de entendimiento (debido a la imposición de valores extraños a culturas locales y regionales, emigración forzada, exilio político, etc.) y así sucesivamente.” (P. A. Serna Carmona: 2013. Obra citada).

    Al quedar planteada la cuestión sexual como necesidad para el desarrollo humano (desde la perspectiva que aquí se viene considerando) implica necesariamente el planteamiento de la necesidad de su correspondiente satisfacción como requisito imprescindible para que ese desarrollo no se estanque y menos todavía quede interrumpido, y esta noción del sexo es la que lleva a Krmpotic a su teoría de las necesidades mínimas (1999) que divide en dos grupos: “las necesidades individuales y las necesidades sociales: Las primeras hacen referencia al estado de un individuo con respecto a los medios necesarios o útiles para su existencia y desarrollo; la utilidad está dada por la función de preferencia la cual es subjetiva: prima entonces la soberanía privada del consumidor y las segundas se refieren no al individualismo, sino al estado de la sociedad en relación con tales medios útiles para la existencia; estos medios no solo son bienes de consumo sino también de producción”. (P. A.  Serna Carmona: 2013. O. C.).

     Thorstein Veblen (1857-1929), sociólogo norteamericano realizó acertadas críticas sobe al sociedad y la economía de su época, y tras un profundo análisis de la sociedad de consumo llegó a la conclusión de que “el consumo de bienes no satisface  las verdaderas necesidades humanas, ni logra una plenitud de la vida, sino que sirve para mantener el prestigio social, el status…” [[vi]]

     El concepto de lo sexual como necesidad a satisfacer Krmpotic lo equipara a un bien a conseguir dotándolo de carácter destinado al consumo como si se tratara de una mercancía normal que hace su recorrido habitual a través del tráfico del mercado hasta llegar a su punto final en el que es consumido, y por ello, lógicamente, lo liga a la producción capitalista cuyo fin primordial es la de producir bienes con valor de cambio para el mercado como procedimiento para lograr el acrecentamiento de los capitales invertidos. No aparecen diferencias entre un bien de uso y un bien de cambio, si bien es cierto que todo valor de cambio tiene que poseer una parte de bien de uso, puesto que tiene que ser útil para satisfacer una necesidad, sea esta natural o creada artificialmente, puesto que si el bien con valor de cambio no satisficiera ninguna necesidad (único propósito objeto bien de uso) nadie lo querría comprar, dado que no tendría utilidad para nadie, y el consecuencia el capitalista tampoco lo querría producir.

    A nuestro juicio el planteamiento de Krmpotic es completamente erróneo, cuyo error desde nuestra óptica, parte del mismo momento en que sitúa en un plano de igualdad a la necesidad vital del sexo (que él denomina necesidad mínima) con la mercancía que circula con normalidad por el mercado capitalista, que es precisamente lo que le lleva de forma “natural” a tenerla que relacionar con la producción como consecuencia lógica, y ello induce a pensar como acertadamente afirma P.A. Serna Carmona (2013) que “… se abre una puerta a todo discurso capitalista, donde se le da al consumo un papel protagónico, no sólo en la economía sino también en las esferas sociales y políticas”, a lo que parece oportuno añadir por nuestra parte, que queriéndolo o no, de forma voluntaria o involuntaria, en Krmpotic existe cuando menos una intencionalidad implícita por naturalizar el modo de producción capitalista desde el siguiente punto de vista: si el ser humano es algo natural y una de sus necesidades también natural se la aporta el capitalismo, este puede ser considerado tan natural como el ser humano, lo que supone ni más ni menos, que una aberración científica y un disparate histórico.

   Cualquier intento de establecer un mínimo de necesidades humanas sin haber establecido previamente en qué consiste la naturaleza humana no pasa de ser un sin sentido lógico, porque cualquiera podría establecer arbitrariamente numerosas “necesidades mínimas” para cualquier individuo sin necesidad de atribuir necesariamente a tal pretensión malevolencia alguna. Para ello bastará con que no sepa diferenciar lo que es una necesidad natural de una necesidad no natural que por la costumbre él ha naturalizado. Por ejemplo, un individuo habituado a la lectura considerará perfecta y lógicamente como necesidad mínima necesaria para él el hecho de la lectura, al tiempo que otro individuo a la lectura la puede considerar también lógica y perfectamente como una absoluta e inútil pérdida de tiempo. Tampoco parece muy acertada la atribución a las preferencias o gustos personales del individuo para satisfacer sus necesidades mínimas como hace Krmpotic. Quien pase hambre involuntariamente parece evidente que no ha dejado de comer por gusto o preferencia personal.

     Krmpotic confunde o no distingue entre “necesidades mínimas” que son difíciles de determinar y absolutamente variables respecto de unos individuos a otros, de unos lugares a otros y de unos tiempos a otros, y necesidades vitales o naturales que son absolutamente determinables e invariables para cada elemento de la especie humana en cualquier circunstancia de lugar y tiempo por ser consustanciales, inseparables, del ser humano.

   Trasladar las necesidades vitales y no las “necesidades mínimas” según Krmpotic al campo de la naturaleza humana que es al que corresponde, como la alimentación y el sexo, supone inmediatamente negar radicalmente al individuo la subjetividad, gusto o preferencia personal como procedimiento para satisfacción de las mismas como afirma Krmpotic, dado que las leyes de la naturaleza que son las mismas que actúan sobre el ser humano se cumplen de manera imperativa, objetivamente, quiéralo así el individuo o no. Las únicas posibilidades que pudieran caer dentro del libre albedrio, gusto o preferencia personal del individuo respecto a sus necesidades vitales para satisfacerlas y, dentro siempre de determinados límites, es la forma de realizar el modo de su satisfacción. Por ejemplo, un individuo puede elegir entre comer carne cruda o cocinada utilizando las manos y el desgarramiento con los dientes o bien utilizando cuchillo y tenedor, pero lo que no puede hacer por mucho que lo desee o sea su gusto personal es comer noventa y cinco veces al día o, por el contario, dejar de comer más allá del tiempo que le permita su organismo seguir con vida sin comer. Respecto del sexo con algunos matices se podría decir lo mismo: puede elegir libre y voluntariamente la abstención de la realización del acto sexual de forma absoluta, en cuyo caso sus facultades y potencialidades sexuales quedarían sin desarrollar por la falta de ejercicio, y en consecuencia, su desarrollo personal quedaría menguado. Pero lo que tampoco podría hacer por mucho que fuera su deseo y gusto personal, sería realizar el acto sexual doscientas veces al día.

   Por desarrollo humano debería entenderse, a nuestro juicio, la plena realización del hombre de todas las facultades y potencialidades tanto materiales como espirituales que posee, lo que le llevaría a convertirse en el agente principal e insustituible de todo tipo de actividad económica, política e ideológica, es decir, autor de su propio destino, lo que exige la desaparición de todas sus ataduras que limiten o impidan su desarrollo integral, lo que directamente implica la extinción previa del modo de producción capitalista que impide el pleno desarrollo integral humano, puesto que este es considerado por el capitalismo como un objeto más, una mercancía, con la que tiene que traficar de manera indefectible para poder incrementar los capitales invertidos. La noción de desarrollo humano en un mundo humanizado por el trabajo consciente, libre y voluntario, que posibilite de forma real el desarrollo de todas las facultades y potencialidades que como tal tiene el sujeto, según la teoría marxista.

    Desde la óptica marxista consideramos que podría darse por refutada radical y categóricamente la postura de Krmpotic que se viene comentando, al tiempo que sirven como señal del camino a recorrer para resolver las aparentes paradojas que muy bien señala P. A. Serna Carmona (2013) entre el reconocimiento teórico prácticamente reconocido en todas partes en la cuestión del sexo como derecho, y su no aplicación en la práctica en un gran número de países.

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[[i]] Paula Andrea Serna Carmona. La sexualidad y el desarrollo humano: aproximación para una posible articulación. Revista Cultural del Cuidado. Vol. 10, nº. 2, diciembre 2013.

[[ii]] Erich Fromm. Marx y su concepto del hombre. Fondo de Cultura Económica, págs. 7-8, México, 1962.

[[iii]] Erich Fromm. Obra citada, pág. 37.

[[iv]] Erich Fromm. Obra citada, pág. 24.

[[v]] Nahum Montagud Rubio. Índice de Desarrollo Humano (IDH): qué es y cómo se calcula. Psicologíaymente.com

[[vi]] https://diegofirmiano.wordpress.com/2013/01/23/el-ataque-de-thorstein-veblen-a-la-cultura/

[[1]] Paula Andrea Serna Carmona. La sexualidad y el desarrollo humano: aproximación para una posible articulación. Revista Cultural del Cuidado. Vol. 10, nº. 2, diciembre 2013.

[[1]] Erich Fromm. Marx y su concepto del hombre. Fondo de Cultura Económica, págs. 7-8, México, 1962.

[[1]] Erich Fromm. Obra citada, pág. 37.

[[1]] Erich Fromm. Obra citada, pág. 24.

[[1]] Nahum Montagud Rubio. Índice de Desarrollo Humano (IDH): qué es y cómo se calcula. Psicologíaymente.com

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Necesitamos una “vacuna social”

 

Las causas fundamentales que determinan la salud de una población no son, como muchos piensan, la biología y genética, los "estilos de vida" o la atención sociosanitaria sino las causas sociales. Estas son generadoras de las desigualdades en salud.

Necesitamos una “vacuna social”


El Viejo Topo

5 abril, 2021

¿Cuáles son las causas de la salud? ¿Por qué enfermamos y se crean desigualdades?

Las causas fundamentales que determinan la salud de una población no son, como muchos piensan, la biología y genética, los «estilos de vida» o la atención sociosanitaria sino las causas sociales. ¿Por qué? Pues porque los factores biológicos y genéticos casi siempre se «activan» o no según el entorno, porqué las conductas asociadas con la salud, como los hábitos alimentarios o fumar, son condicionadas por la familia y el ámbito social, y porqué la atención sanitaria, a pesar de ser un servicio fundamental cuando enfermamos, contribuye relativamente poco a la salud de la población y también depende de factores socio-políticos. ¿Por qué enfermamos pues? Sobre todo a causa de los «determinantes ecosociales»: la precarización laboral, la vivienda, o la contaminación ambiental por mencionar tres factores solamente. Estos factores inciden desigualmente en los distintos grupos sociales según su clase social, género, etnia, situación migratoria y lugar donde se vive, generando desigualdades en salud. Pongamos un ejemplo. Las mujeres de las clases sociales populares tienen más obesidad debido a que, por razones sociales e históricas, sufren más discriminación y explotación laboral. Con el tiempo, muchas de estas mujeres expresarán la situación de desigualdad social en forma de trastornos metabólicos, diabetes y muerte prematura. Es por eso que decimos que la sociedad entra desigualmente dentro de nuestros cuerpos expresándose biológicamente en forma de enfermedad.

¿Los determinantes sociales de la salud se vinculan de forma intrínseca con el capitalismo?

El factor crucial que origina todo el encadenado causal de porqué estamos sanos, enfermamos o morimos prematuramente es la política. ¿Por qué? Pues porqué las ideologías y las desiguales relaciones de poder político condicionan las políticas públicas que se realizan con respecto a las políticas fiscales, el empleo, la vivienda, el medio ambiente, la sanidad, o los servicios sociales, entre otras. Cada una de estas políticas está interrelacionada y genera cambios en las formas de vivir, trabajar, consumir, relacionarnos y el entorno que, por una u otra vía, aunque no lo vemos o no seamos conscientes, afectarán nuestra vida y finalmente la salud. Además, las decisiones políticas se asocian al sistema económico y cultural que vivimos. Como ha apuntado Lula da Silva: «todo depende de la política». Pongamos un ejemplo para comprender la causalidad sistémica e histórica que va desde el capitalismo a la salud. Los parados tienen más probabilidad de estar deprimidos y abusar del alcohol. Si la situación se prolonga tienen más probabilidad de suicidarse o de sufrir una enfermedad hepática. Ahora bien, como dejaron claro los estudios de Marx o Kalecki, el paro es consustancial al capitalismo, por lo que hay un hilo más o menos directo desde la salud al capitalismo. La salud colectiva es pues un producto social muy ligado a la economía política.

Me parece una visión tan interesante como poco conocida. ¿Podría poner más ejemplos?

Sí claro, hay muchos ejemplos relacionados con la historia y evolución del capitalismo, como el neo-colonialismo, las prácticas mercantiles de los grandes oligopolios o el patriarcado. Un ejemplo es como, en pocos años, el uso masivo de azúcares añadidos a la producción industrial de alimentos «basura» realizado por las grandes corporaciones de la llamada Big Food ha creado una epidemia de sobrepeso y obesidad mundial (tal vez 1.500 millones de personas), a la vez que esto convive con el hambre y la malnutrición (alrededor de 1.000 millones de personas). Otro ejemplo es la epidemia de tabaquismo surgida durante el siglo XX, muy estrechamente relacionada con prácticas comerciales, de relaciones públicas y marketing de las corporaciones de la Big Tobacco, y el impacto criminal que desgraciadamente siguen teniendo: se estima que en el siglo XXI habrá alrededor de 1.000 millones de muertes relacionadas con el tabaco, sobre todo en los países pobres y las clases más empobrecidas del planeta. Un tercer ejemplo son las alteraciones hormonales y los cánceres producidos por la masiva exposición a productos químicos sintéticos generados y comercializados por la industria química. Y más recientemente tenemos la pandemia del coronavirus, que hace que muchas mujeres vivan bajo una crisis de salud permanente, con semanas laborales -dentro y fuera de casa- interminables que, como dice Silvia Federici, es casi equiparable a las obreras de la revolución industrial.

En el contexto de la pandemia, ¿dónde hay que situar el discurso tan reiterado por las autoridades desde el inicio de la pandemia sobre la «responsabilidad individual» para evitar el contagio? ¿Es una manera de desplazar el peso de los determinantes sociales de la salud sobre el estilo de vida personal?

El discurso hegemónico, fomentado por el poder político y reproducido por los principales medios de comunicación, habla de virus, atención médica, hospitales, tratamientos, y vacunas. En cambio, se habla menos de la prevención, y cuando se hace casi siempre tiene que ver con la responsabilidad personal. Cuando hablamos de un problema colectivo como la pandemia, con causas estructurales asociadas a la salud pública, hacer hincapié en los factores personales «culpabiliza» y no es suficientemente efectivo. Además, el individualismo nos aísla y no soluciona los problemas. ¿Qué diríamos si para hacer frente a la crisis ecológica y climática estructural que padecemos dijéramos que la solución fundamental es que cada uno recicle y ahorre algo de energía en casa? ¿Qué diríamos si para hacer frente a la epidemia tabáquica existente dijéramos que es un «problema personal» en lugar de poner leyes restrictivas, controlar los precios del tabaco o prohibir su publicidad, entre otras medidas de salud pública? Tener responsabilidad individual ante un riesgo es siempre algo importante, pero cuando hablamos de temas poblacionales como la salud pública, es imprescindible una mirada colectiva que permita comprender y actuar ante las causas sociales de fondo.

Hacía años que muchos expertos avisaban que se produciría una pandemia así. ¿Por qué el sistema de salud no estaba preparado? ¿Era demasiado hospitalocéntrico?

Desde hace al menos cuatro décadas muchos especialistas advertían que los cambios socio-ecológicos globales estaban generando un aumento de enfermedades infecciosas. Los científicos lo dijeron en sus artículos, divulgadores como Bill Gates lo comentaron, muchas instituciones internacionales, incluida la OMS, lo advirtieron. Me parece que hay tres razones principales. Primero, por la dinámica tuerta, de corto plazo, de gobiernos que demasiado a menudo actúan en forma reactiva. Es decir, se preocupan cuando truena santa Bárbara y ya tenemos un desastre encima, pero lo hacen mucho menos en planificar y anticipar problemas que pueden o no pasar. Y es que la prevención es mucho menos visible y agradecida que una actuación inmediata y a menudo se la califica de ser una acción poco o nada eficiente. Segundo, por la progresiva mercantilización y precarización durante décadas de la sanidad pública y los servicios sociales, facilitada por una visión de la salud neoliberal y las presiones del complejo farmacéutico empresarial. Tras la crisis de 2008, las políticas de «austeridad» han ido agravando la situación. Y tercero, porque se nos ha repetido que teníamos uno de los mejores sistemas de sanidad pública del mundo, y es cierto que es bueno si lo comparamos con muchos países, pero es un modelo biomédico y reduccionista, “hospitalocéntrico” y medicalizador, que se fija mucho en las enfermedades, los órganos y la tecnología y demasiado poco en el ser humano, la atención primaria, los servicios sociales, los determinantes sociales, las desigualdades y la salud pública, donde se ubican disciplinas tan esenciales como por ejemplo la salud mental, la salud laboral o la salud ambiental, entre otras muchas. Conviene repetirlo tantas veces como sea necesario: la «sanidad pública» no es igual a la «salud pública», una disciplina que tiene como objetivo vigilar y prevenir la enfermedad, y proteger, promover y restaurar la salud de toda la población pero que cuenta con muy pocos recursos (1,5 a 2% del presupuesto de salud). Paradójicamente, por tanto, la salud pública ha sido la gran ausente de esta pandemia.

Un gran número de países europeos han apostado por hacer confinamientos y restricciones, mientras que en muchos países asiáticos y Oceanía se ha apostado por la estrategia «COVID-0». ¿Cuáles han sido las diferentes estrategias que se han puesto en práctica en el mundo? ¿Por qué se ha actuado de forma tan diferente?

Si lo decimos en forma muy esquemática, podemos decir que ha habido tres modelos principales para hacer frente a la pandemia. Existe el modelo «preventivo-institucional» de muchos países asiáticos y Oceanía, como Taiwán o Nueva Zelanda, previamente alertados por anteriores pandemias. Han actuado radicalmente para eliminar la transmisión comunitaria con la estrategia ‘COVID-0’ y han hecho intervenciones rápidas y contundentes: pruebas y rastreo masivos, aislamiento de contactos, controles fronterizos estrictos y mensajes y un importante refuerzo de la salud pública. Aparte de tener un impacto en salud muy pequeño, la crisis económica debida a la pandemia también ha sido inferior. Señalemos también el éxito de Cuba o la región de Kerala en la India donde la acción colectiva comunitaria ha jugado un papel relevante. El segundo modelo es el «reactivo-empresarial» de los países occidentales y americanos, que se han centrado en un permanente bloqueo/liberación de actividades y confinamientos para minimizar los daños económicos, tratando de reducir el impacto en la salud solamente cuando el sistema sanitario, colapsado para atender a las necesidades de la población, llegaba a una situación límite. Y el último modelo es el que podemos llamar «necrofílico» representado por Trump y Bolsonaro (también Boris Johnson al principio), caracterizado por haber recortado y desmantelado todo lo que tuviera que ver con la salud pública, con una estrategia autoritaria de corte neofascista muy asociada a los intereses del capital financiero y las empresas farmacéuticas, y con un fuerte desprecio por la vida de aquellos que «no son dignos de vivir», si lo queremos decir a la manera como lo decían los nazis.

Usted ha criticado la gestión de la pandemia por parte de los Gobiernos en relación a que ha llevado a cabo acciones reactivas y deficientes. ¿Cree que se podía haber hecho mejor?

Creo que el gobierno español y el catalán (y otras comunidades autónomas, especialmente Madrid) han hecho frente a la pandemia de manera deficiente. Al principio, se pudo aducir con razón que cogió por sorpresa, y que no había, como ha reconocido el ex secretario de salud catalán Joan Guix, ni la preparación ni los recursos humanos y materiales para actuar ante un riesgo que casi todo el mundo había minimizado. Se ha abusado de eslóganes publicitarios («hay que parar juntos al virus» o «ganar esta guerra»), se ha repetido que se estaba haciendo todo lo posible para controlar la pandemia haciendo hincapié en la responsabilidad individual, improvisando, haciendo políticas reactivas, con poco liderazgo y un ojo siempre puesto en las presiones empresariales. Pero pasados ​​los meses, parece claro que ha faltado humildad y previsión, y que ha habido una incapacidad de actuar con diligencia y efectividad ante una situación de emergencia, sin que haya habido inversiones masivas en sanidad y salud pública (atención primaria, servicios sociales, rastreadores, tests, etc). Siempre es más fácil hablar que hacer, y hay que decir que en algunos lugares se han hecho bastantes acciones, como por ejemplo el Ayuntamiento de Barcelona, ​​que ha hecho un esfuerzo social importante, pero creo que en general, en una situación de grave emergencia y de colapso de los servicios sanitarios y sociales, ha faltado planificación, coraje, y capacidad de decisión para actuar ante una situación de emergencia poblacional. Esto quiere decir que se ha hecho hincapié en la «solución» de hacer confinamientos y restricciones, total o parciales, cuando la pandemia se acelera y crece, en lugar de poner en marcha una estrategia radical, utilizando con rapidez y eficiencia todos los instrumentos de que dispone la salud pública y comunitaria: planificación, vigilancia y análisis epidemiológico, educación sanitaria comunitaria, análisis de los determinantes sociales y equidad, implicación masiva de la comunidad, entre otras herramientas y estrategias. En definitiva, los países occidentales optaron por una visión de «convivir con el virus» con confinamientos y restricciones, en lugar de querer controlarlo y eliminarlo con una estrategia integral de salud pública «COVID-0». Esto ha producido un desastre social y de salud pública, con numerosas consecuencias que sólo empezamos a conocer.

¿Cuáles deberían haber sido a su juicio las acciones más prioritarias? ¿Qué decir del futuro?

Con el paso del tiempo espero que tendremos una evaluación crítica e integral de lo que se ha hecho, pero creo que hay seis puntos prioritarios. Primero, ha faltado una visión más sistémica e integrada de la pandemia, con un conocimiento de salud pública y las ciencias sociales más adecuado y profundo de lo que se ha tenido. Segundo, una mejor gestión con más liderazgo y coordinación, y con una visión más preventiva que reactiva. Tercero, una acción más transparente y democrática, con campañas educativas comunitarias desde el principio, con temas clave como la prevención, el riesgo, la estigmatización, evitar las fake news, etc. Cuarto, haber fortalecido de forma urgente y contundente las residencias, la salud comunitaria, servicios sociales, la atención primaria y la salud pública, con la contratación masiva de rastreadores y pruebas diagnósticas, en lugar de seguir mercantilizando la sanidad con subcontrataciones a empresas privadas. Quinto, había que haber pensado más en las desigualdades, invirtiendo masivamente en la protección social y económica de población “vulnerada” más que vulnerable, sobre todo en las poblaciones y barrios más desfavorecidos y quienes viven sin hogar. Se han hecho cosas, claro, pero ha sido muy insuficiente. Y sexto, había que haber ayudado a generar una participación más activa de la comunidad fomentando acciones solidarias y de apoyo social colectivas, tal y como ha sucedido en algunos países. Cara al futuro, además de una evaluación detallada de los impactos de la pandemia, habrá fortalecer y desarrollar una agencia nacional de salud pública capaz de prevenir y controlar las muchas amenazas a la salud pública existentes y las futuras pandemias que muy probablemente vendrán. En este sentido, habrá que invertir mucho más en recursos materiales y disponer de personal entrenado en salud pública, mejorando y ampliando los programas de formación y los sistemas para vigilar y responder frente nuevas pandemias.

¿Será la vacuna la solución a la crisis sanitaria? ¿A quién favorece el «modelo hegemónico de salud» al que se ha referido? ¿Cómo se podría garantizar un acceso equitativo si, en último término, está en manos de las farmacéuticas?

Las vacunas disponibles son seguras y efectivas a corto plazo, pero hay muchas preguntas que aún debemos hacer sobre la duración de su inmunogenicidad y su efectividad ante las variantes y posibles mutaciones del coronavirus. Ahora bien, la vacunación del mundo no es un tema científico o sanitario sino sobre todo geopolítico. A inicios de marzo, se habían puesto en el mundo unas 4 dosis por cada 100 personas, con una gran desigualdad, ya que en muchos países no había todavía vacunados. El mismo director de la OMS dijo que «el mundo se encuentra al borde de un fracaso moral catastrófico». ¿Por qué? Pues porque las inversiones en la investigación de vacunas han sido sobre todo públicas, pero la producción y comercialización está en manos privadas debido al acuerdo de 1995 sobre los «Derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio» de la OMC (TRIPS), que impone los intereses de las multinacionales farmacéuticas sobre los estados, en especial del sur, que son dependientes de patentes y licencias sobre productos, vacunas y fármacos. Las grandes farmacéuticas gastan mucho en publicidad y no en medicamentos y vacunas que no les son rentables pero que son absolutamente vitales para la sociedad. La geopolítica sanitaria que impone el complejo médico farmacéutico financiero global (el Big Pharma) controla el consumo masivo de fármacos y tecnologías sanitarias, defiende sus intereses con una gran influencia sobre los estados, y genera enormes beneficios. La India, Sudáfrica y 90 países más han tratado de suspender los acuerdos de propiedad durante la pandemia, pero la Unión Europea, EE.UU. y otros países anglosajones se opusieron. De esta dinámica sólo escapan Rusia, China y Cuba, pero algunas de sus vacunas también se encuentran mercantilizadas y asociadas a laboratorios privados nacionales de la India, Brasil, Argentina, entre otros.

¿Puede poner más ejemplos del poder corporativo de esas empresas?

El 60% de la financiación de la Alianza para las Vacunas (GAVI) proviene de las corporaciones farmacéuticas y de donantes de países ricos que, al estar presentes en los comités de expertos, defienden los intereses de la industria. La «Coalición para las Innovaciones en la Preparación ante Epidemias» (CEPI) creada en el año 2015 por el Foro Económico de Davos con la ayuda de la Fundación Gates y el Fondo Wellcome Trust (un fondo de la corporación GlaxoSmithKline), anunció un plan de vacunación global. El Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 de la OMS llamado COVAX, junto con la GAVI y la CEPI, hace que los derechos de «patentes» de las vacunas sigan una lógica mercantil, por lo que sólo suministran vacunas en forma limitada en los países pobres, y no como «un derecho», sino como una forma geopolítica caritativa de tipo colonial donde los países compiten por separado para conseguir cuotas de dosis. No es extraño pues, que la inmensa mayoría de vacunas disponibles hayan ido a parar a los países occidentales ricos (y dentro de ellas a menudo los más privilegiados). Cabe decir también que el 80% del presupuesto de la propia OMS depende de donaciones y no de los Estados (la Fundación Gates por ejemplo paga el 90% de su programa de medicamentos), lo que muestra su grado de dependencia de los intereses de la industria y medios privados. Es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad. Y para hacer esto, habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes, creando una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir vacunas para todos.

Esto quiere decir que hacer un cambio social y político, radical y profundo, sería «la vacuna» más eficaz y que es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad. Habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes, y crear una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir vacunas para todos. Algunos casos que pueden ir en esta dirección son la posible distribución de vacunas fabricadas en la India (el país que más fabrica), el desarrollo de la vacuna cubana «soberana 02» para la población, turistas y otros países o que, bajo el ALBA, Cuba y Venezuela quieren crear un banco de vacunas para los países pobres. En definitiva, necesitamos una “vacuna social”.

En su último libro «La salud es política» (Icaria), profundiza en que hay que impulsar un cambio de modelo a gran escala para hacer frente a las crisis que vendrán, derivadas en buena parte del colapso ecológico. ¿Pero cómo empezar a hacer ese cambio dentro de un marco capitalista que prioriza los beneficios por encima de todo?

La pandemia es un baño de humildad que nos debería hacer comprender que somos parte de la naturaleza, y que cuando la dañamos también nos dañamos a nosotros. Somos frágiles, y somos dependientes. Ahora bien, esto no es suficiente para hacer los cambios que necesitamos ya que las inercias económicas, políticas y culturales existentes hacen que sea muy difícil cambiar. El neoliberalismo destruye la vida, pero también «infecta» nuestras mentes dificultando comprender lo que sucede. Esto significa que, si queremos cambiar, la conciencia social sobre las causas y efectos profundos de la pandemia debe aumentar. Con el fin de lograr un cambio profundo, será necesario, como casi siempre en la historia humana, hacerlo con lucha social. La emergencia climática y la crisis ecosocial y energética que padecemos -y padeceremos- serán infinitamente peores que la pandemia. Y es que la constante acumulación, crecimiento ilimitado y despojo de bienes comunes del capitalismo es nuestro peor «virus». Las reformas son cruciales, pero habrá que realizar cambios sistémicos muy profundos. O bien cambiamos radicalmente, o vamos camino de la extinción humana, o en todo caso un genocidio y ecocidio masivos.

En un mundo sometido a múltiples y casi inevitables crisis ecosociales sistémicas, hay que «cambiarlo todo», dicen las feministas. Debemos reinventar -y debemos hacerlo pronto- la organización de la producción y la reproducción social haciendo una revolución económica, política y cultural. ¿Cómo hacer este cambio? Propongo cuatro de los elementos que creo esenciales. Primero, experimentar como vivir de una manera diferente, con cooperativas de producción y consumos, nuevas formas de vida y relaciones donde la libertad de unos no dependa del sufrimiento de los demás. El gran escritor portugués José Saramago dijo: si no cambiamos de vida no cambiaremos la vida. Segundo, aumentar la conciencia de la crisis sistémica que nos rodea y que es posible vivir bien de otra manera, con menos consumo, de forma más saludable, humana y realmente sostenible. Esto significa una reeducación ciudadana política y cultural muy profunda. Tercero, crear grupos de análisis (think tanks) potentes que hagan análisis críticos y propuestas de actuación políticas más adecuadas; Y cuarto, juntarse y movilizarse continuamente con movimientos sociales a la vez descentralizados y coordinados, que conecten todas las luchas, que sean «glo-locales», capaces de crear formas colectivas para presionar y cambiar la política institucional. Hacer estos cambios nos costará mucho pero no hacerlos aún nos costará más.

(Partes de esta entrevista fueron utilizadas en el reportaje de Emma Pons “¿Por qué la covid no nos iguala? La relación entre la salud y el código postal”, publicado en catalán y castellano en el diario Público y en la revista Quinze de Público, n. 73, 19/25-03-2021. Accesible en: https://www.publico.es/public/per-covid-no-ens-iguala-relacio-salut-i-codi-postal.html; y en https://www.publico.es/sociedad/desigualdades-covid-19-covid-no-iguala-relacion-salud-codigo-postal.html?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=publico).

Artículo publicado originalmente en Sin Permiso.

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