¿Cuál orden internacional?
DIARIO OCTUBRE / noviembre 7, 2023
Hoy ofrecemos a nuestros lectores el texto de la intervención de Thierry
Meyssan en la conferencia realizada el 4 de noviembre de 2023, en Magdeburgo
(Alemania), por la publicación Compact sobre el tema “Amistad con Rusia”.
Meyssan explicó allí la diferencia fundamental entre las dos concepciones del
orden del mundo que hoy se enfrentan, desde el Donbass hasta Gaza –la del
bloque occidental y la concepción del orden internacional a la que se refiere
“el resto del mundo”. No se trata de saber si ese orden debe ser regentado por
una potencia (orden unipolar) o por un grupo de potencias (orden multipolar).
Lo importante es saber si el orden debe respetar, o no, la soberanía de cada
Estado. En su intervención, Meyssan se apoya en la historia del Derecho
Internacional, según la visión del zar Nicolás II y del premio Nobel de la Paz
León Bourgeois.
Thierry Meyssan (Red Voltaire).— Hemos visto los crímenes de la OTAN pero ¿por qué
proclamar nuestra amistad con Rusia? ¿No existe también un peligro de que ese
país se comporte mañana como la OTAN lo hace hoy? ¿No estaríamos sustituyendo
un yugo por otro yugo?
Para responder
a esa pregunta me basaré en mi experiencia como consejero de 5 jefes
de Estado. En todas partes, los diplomáticos rusos me han dicho: «Ustedes
se equivocan. Se comprometen a apagar un incendio aquí mientras hay
otro comenzando en otro lugar. El problema es más profundo y amplio.»
Quisiera, por
lo tanto, describir a ustedes la diferencia entre un orden mundial «basado
en reglas» y otro basado en el Derecho Internacional. No es una
historia lineal sino la historia de un combate entre dos concepciones del
mundo, un combate que tenemos el deber de continuar.
En el siglo
XVII, los Tratados de Westfalia [también denominados como “Paz de Westfalia”.
Nota del Traductor.] sentaron el principio de soberanía de los Estados.
Cada Estado es igual a los demás y ninguno de ellos puede inmiscuirse
en los asunto internos de los otros Estados. Esos Tratados rigieron
durante siglos tanto las relaciones entre los Landers actuales
como las relaciones entre los Estados europeos. En 1815, en el momento de
la derrota de Napoleón I, esos Tratados fueron reafirmados por el Congreso
de Viena.
Antes de la
Primera Guerra Mundial, el zar Nicolás II convocó dos conferencias
internacionales de paz en La Haya –en 1899 y 1907–para «buscar
los medios más eficaces para garantizar a todos los pueblos los
beneficios de una paz real y duradera». El zar Nicolás II preparó
aquellas dos conferencias internacionales con el papa Benedicto XV,
basándose no en el derecho del más fuerte sino en el derecho canónico.
Veintisiete Estados firmaron los trabajos finales de aquellas conferencias,
al cabo de 2 meses de deliberaciones. El presidente del Partido
[republicano] Radical francés, León Bourgeois, presentó en La Haya su
reflexión [1] sobre la dependencia recíproca entre
los Estados y sobre el interés que tendría para ellos la decisión de
unirse a pesar de sus rivalidades.
Bajo el impulso
de León Bourgeois, la Conferencia creó una Corte Internacional de Arbitraje
encargada de resolver los conflictos por la vía jurídica, para evitar que los
Estados recurriesen a la guerra. Bourgeois estimaba que los Estados
no aceptarían desarmarse mientras no tuviesen otras garantías de
seguridad. El texto final instituye la noción del «deber de los Estados de
evitar la guerra»… recurriendo precisamente al arbitraje.
Por iniciativa
de un ministro del zar, Frederic Fromhold de Martens, la Conferencia
concluyó que, durante un conflicto armado, las poblaciones y los
beligerantes deben quedar bajo la protección de los principios resultantes «de
los usos establecidos entre naciones civilizadas, de las leyes de la humanidad
y de las exigencias de la conciencia pública». En pocas palabras,
los firmantes se comprometían a no volver a comportarse como
bárbaros.
Ese sistema
funciona únicamente entre Estados civilizados que respetan su propia firma y
que rinden cuentas ante su propia opinión pública. Y fracasó en 1914
porque los Estados habían perdido su soberanía al concluir acuerdos
de defensa que los obligaban a entrar en guerra automáticamente en
circunstancias que ellos mismos no podían evaluar.
Las ideas de
León Bourgeois avanzaron pero encontraron oposición, como la de Georges
Clemenceau, el rival de Bourgeois en el seno de su propio partido. Clemenceau
no creía que la opinión pública pudiese impedir la guerra. Tampoco
lo creían los anglosajones: el presidente de Estados Unidos,
Woodrow Wilson, y el primer ministro británico, Lloyd George.
Así que,
al final de la Primera Guerra Mundial, el francés Georges Clemenceau,
el estadounidense Woodrow Wilson y el británico Lloyd George reemplazaron el
balbuceante Derecho Internacional por la fuerza de los vencedores;
se repartieron el mundo y los despojos del Imperio Austrohúngaro, del
Imperio Alemán y del Imperio Otomano; atribuyeron a Alemania toda la
responsabilidad por las masacres, desconociendo a la vez las responsabilidades
de sus propios países y las masacres que ellos mismos habían impulsado, e
impusieron a Alemania un desarme sin garantías.
Para evitar el
surgimiento de un rival ante el Imperio Británico en Europa,
los anglosajones comenzaron a instigar a Alemania en contra de la
URSS y compraron el silencio de Francia asegurándole que podría saquear
el derrotado II Reich. De cierta manera, como lo dijo en su
momento el primer presidente de la República Federal de Alemania, Theodor
Heuss, los anglosajones crearon las condiciones para el desarrollo del
nazismo.
Conforme a lo
que ya habían decidido entre ellos, el francés Georges Clemenceau, el
estadounidense Woodrow Wilson y el británico Lloyd George remodelaron
el mundo según su propia visión (los 14 puntos de Wilson, los
acuerdos Sykes-Picot y la declaración de Balfour). Crearon el “hogar judío” de
Palestina, dividieron África y Asia y trataron de reducir Turquía a su mínima
expresión. Esos 3 personajes crearon todos los desórdenes actuales en el
Medio Oriente.
Sin embargo,
después de la Primera Guerra Mundial, fueron las ideas del difunto zar
Nicolás II y de León Bourgeois las que dieron lugar al nacimiento de
la Sociedad de Naciones (SDN), sin participación de Estados Unidos, que
así rechazaba oficialmente la concepción del Derecho Internacional. Pero
la SDN también fracasó, no porque Estados Unidos se negara a ser
miembro, como ya dijimos –en definitiva, Estados Unidos estaba en
su derecho de no integrarse a la SDN–, sino porque la misma SDN fue
incapaz de reinstaurar una estricta igualdad entre los Estados –Reino
Unido se negaba a considerar como iguales los pueblos colonizados.
Otra razón del fracaso de la SDN es que esta nunca tuvo un ejército
común. La última razón del fracaso de la SDN es que los nazis masacraron
a sus opositores, destruyeron la opinión pública alemana, violaron
la firma de su propio país y no vacilaron en comportarse como
bárbaros.
A partir de la
Carta Atlántica, en 1942, el nuevo presidente estadounidense, Franklin
Roosevelt, y el nuevo primer ministro británico, Winston Churchill,
se fijaron como objetivo común instaurar un gobierno mundial al final
del conflicto. Creyendo que podrían llegar a gobernar el mundo,
los anglosajones no lograron sin embargo ponerse de acuerdo
sobre cómo hacerlo. Washington no quería que Londres interviniese
en Latinoamérica mientras que Londres no tenía intenciones de
compartir la hegemonía del Imperio donde «nunca se ponía el sol».
Durante la Segunda Guerra Mundial, los anglosajones firmaron numerosos
tratados con los gobiernos aliados, principalmente con los gobiernos en
el exilio, albergados en Londres.
Pero los
anglosajones no lograron derrotar al III Reich. Fueron los soviéticos
quienes lo vencieron y tomaron Berlín. El primer secretario del
Partido Comunista de la Unión Soviética, Josef Stalin, se oponía a la idea
de instaurar un gobierno mundial… y mucho menos anglosajón. Stalin solamente
quería la creación de un organismo capaz de evitar nuevas guerras.
En definitiva, fueron los conceptos rusos los que dieron nacimiento al
sistema, el de la Carta de las Naciones Unidas, que se adoptó en la
Conferencia de San Francisco.
Según el
principio instituido en las conferencias de La Haya, todos
los Estados miembros de la ONU son iguales. La Organización de las
Naciones Unidas incluye un tribunal interno –la Corte Internacional de Justicia
(CIJ), encargado de resolver los conflictos entre los miembros de la ONU.
Sin embargo, teniendo en cuenta las experiencias anteriores,
las cinco potencias victoriosas disponen cada una de un escaño
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho de veto. Al
no existir ningún grado de confianza entre los miembros permanentes del
Consejo de Seguridad –los anglosajones se plantearon incluso continuar
la guerra utilizando los restos de las tropas alemanas contra
la URSS– y como no se sabía cuál sería el comportamiento de la
Asamblea General, los vencedores querían garantizar que la ONU
no se volviese contra ellos –Estados Unidos había cometido espantosos
crímenes de guerra al utilizar dos bombas atómicas contra la población
civil japonesa… cuando Japón se preparaba para rendirse ante los
soviéticos.
Pero las
grandes potencias tenían concepciones muy diferentes del derecho de veto. Para
algunas de esas potencias, el derecho de veto era un derecho de censura sobre
las opiniones de los demás. Otras lo veían como la obligación, para los
vencedores, de adoptar decisiones por unanimidad.
Pero los
anglosajones nunca siguieron las reglas del juego.
El 14 de
mayo de 1948, un Estado israelí se autoproclamó antes de que existiesen
acuerdos sobre el trazado de sus fronteras. Después, el enviado especial
del secretario general de la ONU, a quien se le había confiado la
misión de velar por la creación de un Estado palestino, el conde Folke Bernadotte,
fue asesinado por los supremacistas judíos, encabezados por Yitzhak Shamir.
Además, el escaño destinado a China en el Consejo de Seguridad de
la ONU, en el contexto de la guerra civil china a punto de terminar,
no fue entregado al gobierno de Pekín sino que terminó en manos del
Kuomintang de Chiang Kai-chek. El 15 de agosto de 1948,
los anglosajones proclamaron una “República de Corea” en su zona de
ocupación de la península de Corea. El 4 de abril de 1949,
los anglosajones crearon la OTAN y después, el 23 de mayo del mismo
año, proclamaron la independencia de sus sectores de ocupación
en Alemania, bajo la denominación de “República Federal de Alemania”.
Considerándose
engañada, la URSS optó por la «política del escaño vacío» en el Consejo
de Seguridad. El soviético Josef Stalin, nacido en Georgia, creía,
erróneamente, que el veto no era un medio de censura sino un
instrumento para garantizar la unanimidad entre los vencedores y creyó que la
ausencia de la URSS impediría que el Consejo adoptara decisiones. Pero
los anglosajones dieron otra interpretación al texto de la Carta que
ellos mismos habían redactado y, el 25 de junio de 1950,
aprovecharon la ausencia de los soviéticos para poner cascos azules sobre
las cabezas de sus soldados y enviarlos a la guerra contra
los coreanos del norte «en nombre de la comunidad internacional»
(sic). El 1º de agosto de 1950, los soviéticos regresaron a
la ONU, después de 6 meses y medio de ausencia.
Si bien el
Tratado del Atlántico Norte es legal, su reglamento interno viola la Carta
de la ONU ya que pone los ejércitos de los países miembros de la
alianza atlántica bajo las órdenes de los anglosajones. El comandante
supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa (SACEUR, siglas en inglés)
es obligatoriamente un general estadounidense [designado por el presidente
de Estados Unidos. Nota de Red Voltaire.]. Según el
primer secretario general de la OTAN, Hastings Ismay, el verdadero
objetivo de la OTAN no es preservar la paz ni luchar contra
los soviéticos sino «Mantener a los americanos dentro, a los rusos
fuera y a los alemanes bajo tutela» [2]. En resumen,
la OTAN es el brazo armado del gobierno mundial que Roosevelt
y Churchill querían crear. Es en aplicación de ese objetivo [enunciado por
Ismay], que el presidente Joe Biden ordenó la voladura de los gasoductos
Nord Stream y Nord Stream 2, que conectaban a Rusia y Alemania.
Con el fin de
la Segunda Guerra Mundial, el MI6 [británico] y la OPC (o sea, la futura
CIA) instauraron secretamente una red stay-behind en Alemania.
Introdujeron en esa red miles de responsables nazis que habían ayudado a
escapar de la justicia. Klaus Barbie [el jefe de la GESTAPO en la ciudad
francesa de Lyon], quien había torturado al Coordinador Nacional de la
Resistencia francesa, Jean Moulin, se convirtió en el primer comandante de
aquel ejército secreto. Aquella red fue incorporada después a la OTAN y
los anglosajones la utilizaron para intervenir en la vida política de
sus supuestos aliados, en realidad sus vasallos.
Los ex
colaboradores de Joseph Goebbels crearon la Volksbund für Frieden und
Freiheit y, con ayuda de Estados Unidos, persiguieron a los
comunistas alemanes. Posteriormente, los agentes stay-behind de
la OTAN lograron manipular a la extrema derecha para convertirla en algo
detestable. Así sucedió con la banda Baader-Meinhof [la Fracción del Ejército
Rojo. NdT.] y cuando los miembros de aquel grupo fueron detenidos,
la red stay-behind los asesinó en la cárcel,
antes de que fuesen juzgados, para que no hablaran. En 1992,
siguiendo instrucciones de la OTAN, Dinamarca espió a la canciller
[alemana] Angela Merkel. Asimismo, en 2022, Noruega, otro país miembro de
la OTAN, ayudó a Estados Unidos en la voladura de los gasoductos Nord
Stream…
Pero, volvamos
al Derecho Internacional. Poco a poco las cosas fueron entrando
nuevamente en orden hasta que el ucraniano Leonid Brezhnev hizo en
Europa central, en 1986, con la «primavera de Praga», lo que
los anglosajones ya hacían en todas partes, prohibir a los Estados aliados de
la URSS optar por un modelo económico diferente al suyo.
Fue con la
disolución de la URSS que las cosas comenzaron a empeorar.
El subsecretario de Defensa de Estados Unidos, Paul Wolfowitz, elaboró una
doctrina según la cual, para seguir siendo dueño del mundo, Estados Unidos
tenía que evitar a toda costa el surgimiento de un nuevo rival… comenzando por
la Unión Europea. En aplicación de esa doctrina, el secretario de
Estado James Baker impuso la ampliación de la Unión Europea a todos los Estados
que habían sido miembros del Pacto de Varsovia o de la URSS. Con esa
ampliación, la Unión Europea se privaba a sí misma de la posibilidad
de convertirse en una entidad política. Fue también en aplicación de esa
doctrina que el Tratado de Maastricht puso la Unión Europea bajo la protección de
la OTAN. Y es igualmente en aplicación de la misma doctrina que
Alemania y Francia pagan y arman a Ucrania.
Llegó entonces
el profesor checo-estadounidense Josef Korbel y propuso a los anglosajones
dominar el mundo reescribiendo los tratados internacionales. Según Korbel,
sólo había que reemplazar la racionalidad del derecho romano por el derecho
anglosajón, basado en la costumbre. De esa manera, todos los tratados
acabarían, a largo plazo, dando la ventaja a las potencias dominantes, Estados
Unidos y Reino Unido, vinculados por una «relación especial», según
palabras de Winston Churchill.
La hija del
profesor Korbel, la demócrata Madeleine Albright, se convirtió en
embajadora de Estados Unidos en la ONU y después en secretaria de Estado.
Cuando la Casa Blanca pasó a manos de los republicanos, la hija adoptiva
del profesor Korbel, Condoleeza Rice, se convirtió en consejera de
seguridad nacional y más tarde en secretaria de Estado. Durante
20 años, las dos “hermanas” [3] reescribieron
pacientemente los principales tratados internacionales, supuestamente para
modernizarlos, en realidad para modificar el espíritu mismo de esos
textos.
Hoy en día, las
instituciones internacionales funcionan según reglas instauradas por los
anglosajones, basadas en las precedentes violaciones del Derecho Internacional.
Ese “derecho” [basado en reglas] no está escrito en ningún código
ya que se trata de la interpretación de la costumbre según la
potencia dominante. Todos los días estamos reemplazando el Derecho
Internacional por reglas injustas y estamos violando nuestra propia firma.
Por ejemplo:
§ Los Estados bálticos se comprometieron por escrito –en el momento de su
creación, en 1990– a conservar los monumentos que conmemoraban los sacrificios
del Ejército Rojo [soviético]. La destrucción de esos monumentos es, por
consiguiente, una violación de aquel compromiso.
§ Finlandia se comprometió por escrito –en 1947– a mantenerse neutral. Su
incorporación a la OTAN es una violación de su propia firma al pie de aquel
compromiso.
§ La ONU adoptó –el 25 de octubre de 1971– la resolución 2758, reconociendo
así que el gobierno de la República Popular China es el único representante
legítimo de la nación china. En aplicación de esa resolución, el gobierno de
Chiang Kai-chek fue expulsado del Consejo de Seguridad y reemplazado por el
gobierno de Mao Tse-Tung. Por consiguiente, las recientes maniobras militares
de la República Popular China en el estrecho de Taiwán no son un acto agresivo
contra otro Estado soberano sino un despliegue militar chino en sus propias
aguas territoriales.
§ Los Acuerdos de Minsk tenían como objetivo proteger a los ucranianos
rusoparlantes del acoso de los nacionalistas integristas. Francia y Alemania se
comprometieron, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, a actuar como garantes
de la aplicación de los Acuerdos de Minsk. Pero, como lo reconocieron
públicamente la ex canciller alemana Angela Merkel y el ex presidente francés
Francois Hollande, ellos no tenían intenciones de poner los acuerdos en
aplicación. Sus firmas no valían nada. Si hubiesen valido algo… hoy no habría
guerra en Ucrania.
La adulteración
del Derecho Internacional llegó a un punto culminante con la nominación,
en 2012, del estadounidense Jeffrey Feltman, como responsable de los
asuntos políticos en la ONU. Desde su oficina en la sede de
la ONU, en Nueva York, Jeffrey Feltman supervisó la guerra de
Occidente contra Siria, utilizando para la guerra las instituciones
de la paz [4].
La Federación
Rusa respetó todos los compromisos que firmó, y también los que había
firmado la extinta Unión Soviética… hasta que Estados Unidos
la amenazó almacenando armamento a las puertas del territorio ruso.
El Tratado de No Proliferación nuclear (TNP) obliga las potencias
nucleares a abstenerse de diseminar por el mundo sus arsenales nucleares.
Violando su firma al pie del Tratado de No Proliferación,
Estados Unidos ha venido almacenando, desde hace décadas, bombas atómicas
en 5 países vasallos. Estados Unidos entrena soldados de los
ejércitos aliados en el uso de esas armas en las bases Kleine Brogel (Bélgica),
Buchel (aquí, en Alemania), Aviano y Ghedi (en Italia), Volkel
(Países Bajos) y en Incirlik (en Turquía).
Y ahora nos
dicen que [esas violaciones del TPN] se han convertido en “la costumbre”. Pero,
la Federación Rusa, considerándose asediada luego del vuelo de un bombardero
nuclear sobre el golfo de Finlandia, también ha comenzado a “jugar” con
el TPN, desplegando armas atómicas en Bielorrusia. Claro, Bielorrusia
no es Cuba. Llevar armas nucleares a Bielorrusia no cambia nada. Es
sólo un mensaje dirigido a Washington: “Si ustedes quieren volver al
derecho del más fuerte, nosotros podemos aceptarlo. Pero ahora los más fuertes
somos nosotros.” Es importante señalar que Rusia no viola la letra
del TPN ya que no entrena militares bielorrusos para que usen el
armamento nuclear sino que se toma “libertades” con la interpretación del
Tratado.
Para ser
eficaces y perennes, explicaba León Bourgeois en el siglo pasado,
los tratados deben basarse en garantías jurídicas. Resulta por lo tanto
urgente volver al Derecho Internacional. Si no lo hacemos,
nos veremos empujados a una guerra devastadora.
Restablecer el
Derecho Internacional va en el sentido de nuestro honor y de nuestro interés.
El Derecho Internacional es una construcción frágil. Si queremos
evitar la guerra, tenemos que restaurarlo y estamos seguros de que Rusia piensa
como nosotros y que no lo violará.
También podemos
apoyar a la OTAN, que reunió a sus 31 ministros de Defensa en Bruselas, el 31
de octubre, para escuchar a su homólogo israelí anunciando que iba a arrasar
Gaza. Y ninguno de nuestros ministros, incluyendo al alemán Boris Pistorius,
se atrevió a alzar la voz contra la planificación de ese crimen de
masa que se perpetra contra los civiles. No se dejen ustedes
traicionar nuevamente, ahora por el Partido Socialdemócrata y los Verdes.
La opción no es
escoger entre dos amos sino proteger la paz, desde el Donbass
hasta Gaza, y, en definitiva, defender el Derecho Internacional.
———-
[1] Le
«Solidarisme» est devenu l’idéologie dominante de la III° République
française
[2] Nótese
que sus palabras, «los rusos fuera», no aluden a los
soviéticos.
[3] Condoleeezza
Rice nunca fue adoptada legalmente, pero vivía en la residencia del
profesor Korbel y Madeleine Albright la consideraba como su hermana menor.
[4] «Alemania
y la ONU contra Siria», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire,
28 de enero de 2016.
FUENTE: voltairenet.org
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