Rosa
Luxemburgo. Obras Escogidas. 11 de 17
Izquierda
Revolucionaria
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Rosa Luxemburgo
[En
febrero de 1917 comenzó la Revolución Rusa con el derrocamiento del zarismo y
la instauración de una democracia burguesa. Pero las contradicciones sociales
eran tan agudas en Rusia que ningún gobierno capitalista tenía la menor
posibilidad de resolverlas. Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, el Partido
Bolchevique denunció ante las masas, incansablemente, las contradicciones y
errores del gobierno liberal burgués, y señaló que la única solución era la
revolución socialista.
[En
octubre los bolcheviques tomaron el poder y procedieron a satisfacer las
exigencias de tierra, paz y pan elevadas por los campesinos, soldados y
obreros. Pronto se vieron embarcados en una lucha amarga y devastadora por la
supervivencia de la revolución.
Tuvieron
que combatir al Ejército Blanco180 contrarrevolucionario apoyado por las tropas
invasores de catorce naciones. [Rosa Luxemburgo, todavía encerrada en su celda
de Alemania, seguía con tremendo entusiasmo el desarrollo de la Revolución, y
también con mucho temor de que no pudiera resistir a la furiosa embestida de
sus enemigos si no acudía pronto en su ayuda la revolución en Europa
Occidental, especialmente en Alemania. Todo lo que escribió sobre Rusia desde
febrero de 1917 hasta noviembre de 1918 tenía el objetivo de extraer enseñanzas
de la Revolución Rusa y movilizar a los obreros alemanes; los instaba a
emprender la acción, en beneficio de ellos mismos y de la vanguardia
combatiente de la revolución mundial, el proletariado ruso.
[No
mezquinó palabras en su condena a los “Kautskys rusos” (los mencheviques), que
declaraban que Rusia no era capaz de llegar al socialismo y en consecuencia
saboteaban todo esfuerzo por avanzar. Elogiaba sin reservas a los bolcheviques
y reconocía la importancia mundial de la tarea histórica que habían encarado. A
eso se refiere exactamente cuando termina su folleto diciendo: “el futuro
pertenece en todas partes al ‘bolchevismo’.”
[Rosa
Luxemburgo percibió claramente la grandeza esencial de la Revolución Rusa, y
reconocía que su curso podría haber sido muy distinto si los obreros alemanes
hubieran acudido en auxilio de sus camaradas rusos. Al mismo tiempo, mantenía
una posición muy crítica sobre algunos aspectos de la política bolchevique de
gobierno, como lo expresa en el borrador inconcluso de “La Revolución Rusa”.
180
Ejército Blanco se
llamaba a las fuerzas contrarrevolucionarias en Rusia después de la Revolución
de Octubre. 370
[En
nuestra introducción a esta obra exponemos en extenso los temas de que trata y
las circunstancias en que se escribió el folleto; aquí señalaremos sólo algunas
cuestiones. [Como ya dijimos, el folleto fue escrito en la cárcel, donde era
muy restringido el acceso a la información sobre los acontecimientos que se
sucedían en ese momento. Incluso fuera de los muros de la prisión, el gobierno
alemán no tenía ningún interés en proporcionar a los obreros de su país, cada
vez más rebeldes, un informe diario de cómo hacer una revolución. Los
dirigentes de la Liga Espartaco que estaban en libertad adoptaron una política
extremadamente cautelosa hacia cualquier crítica a los bolcheviques, a causa de
la dificultad para obtener información desprejuiciada y exacta, y porque su
responsabilidad fundamental era defender la Revolución Rusa y explicar su
significación a los obreros alemanes. Eso era lo esencial, y no querían que
hubiera ninguna ambigüedad respecto a quién apoyaba en Alemania a la Revolución
Rusa.
[En
las publicaciones de Espartaco aparecieron algunos artículos criticando
aspectos de la política bolchevique, pero un artículo escrito por Rosa
Luxemburgo en prisión fue rechazado por los editores. Paul Levi viajó
especialmente a Breslau para disuadirla de publicarlo. Estuvo de acuerdo,
porque Levi la convenció de que daba armas a los enemigos de la Revolución Rusa
aportando su autoridad moral a los ataques a la política de los bolcheviques,
especialmente en lo referente a la conclusión del Tratado de Brest-Litovsk.
[Después
que partió Levi hizo un borrador de su folleto sobre la Revolución Rusa y se lo
envió con una nota que decía: “Escribo esto para tí, y si logro convencerte a
tí el esfuerzo no estará perdido”. Nunca lo publicó
ni intentó hacerlo; fue recién después que a Levi se lo expulsó del Partido
Comunista Alemán que éste lo publicó por su cuenta en 1922. Respecto a algunas
cuestiones, aunque no todas, Rosa Luxemburgo cambió definitivamente su posición
durante los últimos meses de su vida.
[El
capítulo sobre “La cuestión de las nacionalidades” constituye uno de sus
ataques más claros y enconados al apoyo bolchevique al derecho de las naciones
a su autodeterminación. [La traducción al inglés es de Bertram D. Wolfe. Fue
publicada por primera vez por Workers Age Publishers en 1940. En 1961 apareció
una nueva edición de Ann Arbor Paperbacks (Imprenta de la Universidad de
Michigan). En muchas partes el original consiste en notas en borrador que nunca
fueron muy elaboradas, pero en la mayor parte de estos casos queda claro qué
quiso decir la autora.]
1. Importancia fundamental de la Revolución Rusa
La Revolución Rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la
Guerra Mundial. Su estallido, su radicalismo sin precedentes, sus consecuencias
perdurables, son la condena más evidente a las mentiras que con tanto celo
propagó la socialdemocracia oficial a comienzos de la guerra como cobertura ideológica
de la campaña de conquista del imperialismo alemán. Me refiero a lo que se dijo
respecto a la misión de las bayonetas alemanas, que iban a derrocar al zarismo
ruso y liberar a sus pueblos oprimidos.
El poderoso golpe de la Revolución Rusa, sus profundas
consecuencias que transformaron todas las relaciones de clase, elevaron a un
nuevo nivel todos los problemas económicos y sociales, y, con la fatalidad de
su propia lógica interna, se desarrollaron consecuentemente desde la primera
fase de la república burguesa hasta etapas más avanzadas, reduciendo finalmente
la caída del zarismo a un simple episodio menor. Todo esto deja claro como el
día que la liberación de Rusia no fue una consecuencia de la guerra y de la
derrota militar del zarismo ni un servicio prestado por “las bayonetas alemanas
en los puños alemanes”, como lo prometió una vez, en uno de sus editoriales, el
Neue Zeit dirigido por Kautsky. Demuestran, por el contrario, que la
liberación de Rusia hundía profundamente sus raíces en la tierra de su propio
país y su maduración completa fue un asunto interno. La aventura militar del
imperialismo alemán, emprendida con la bendición ideológica de la
socialdemocracia alemana, no produjo la revolución en Rusia. Sólo sirvió para
interrumpirla al principio, para postergarla por un tiempo luego de su primera
alza tempestuosa de los años 1911-1913 y luego, después de su estallido, para
crearle las condiciones más difíciles y anormales.
Más aun; para cualquier observador reflexivo estos hechos refutan
de manera decisiva la teoría que Kautsky compartía con los socialdemócratas del
gobierno, que suponía que Rusia, por ser un país económicamente atrasado y
predominantemente agrario, no estaba maduro para la revolución social y la
dictadura del proletariado. Esta teoría, que considera que la única revolución
posible en Rusia es la burguesa,
es también la del ala oportunista
del movimiento obrero ruso, los llamados mencheviques, que están bajo la
experta dirección de Axelrod y Dan. En esta concepción basan los socialistas
rusos su táctica de alianza con el liberalismo burgués. En esta concepción de
la Revolución Rusa, de la que se deriva automáticamente su posición sobre las
más mínimas cuestiones tácticas, los oportunistas rusos y los alemanes están en
un todo de acuerdo con los socialistas 372
gubernamentales de Alemania. Según estos tres grupos, la
Revolución Rusa tendría que haberse detenido en la etapa que, según la
mitología de la socialdemocracia alemana, constituía el noble objetivo por el
que bregaba el imperialismo alemán al entrar en la guerra; es decir, tendría
que haberse detenido con el derrocamiento del zarismo. Según ellos, si la
revolución ha ido más allá, planteándose como tarea la dictadura del
proletariado, eso se debe a un error del ala extrema del movimiento obrero
ruso, los bolcheviques. Y presentan todas las dificultades con las que tropezó
la revolución en su desarrollo ulterior, todos los desórdenes que sufrió,
simplemente como un resultado de este error fatídico.
Teóricamente, esta
doctrina (recomendada como fruto del “pensamiento marxista” por el Vorwaerts de
Stampfer181 y también por Kautsky) deriva del original descubrimiento
“marxista” de que la revolución socialista es nacional y un asunto, por así
decirlo, doméstico, que cada país moderno encara por su cuenta. Por supuesto,
en medio de la confusa neblina de la teoría, un Kautsky sabe muy bien cómo
delinear las relaciones económicas mundiales del capital que hacen de todos los
países modernos un organismo único e integrado. Además, los problemas de la
Revolución Rusa, por ser éste un producto de los acontecimientos
internacionales con el agregado de la cuestión agraria, no pueden resolverse
dentro de los límites de la sociedad burguesa.
Prácticamente, esta
teoría refleja el intento de sacarse de encima toda responsabilidad por el
proceso de la Revolución Rusa, en la medida en que esa responsabilidad afecta
al proletariado internacional, y especialmente al alemán; y también de negar
las conexiones internacionales de esta revolución. Los acontecimientos de la
guerra y la Revolución Rusa no probaron la inmadurez de Rusia sino la inmadurez
del proletariado alemán para la realización de sus tareas históricas. Una
examen crítico de la Revolución Rusa debe tener como primer objetivo dejar esto
perfectamente aclarado.
El destino de la revolución en Rusia dependía totalmente de los
acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los
bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan
basado toda su política en la revolución proletaria mundial. Esto revela el
poderoso avance del desarrollo capitalista durante la última década. La
revolución de 1905-1907 despertó apenas un débil eco en Europa. Por lo tanto,
tenía que quedar como un mero capítulo inicial. La continuación y la conclusión
estaban estrechamente ligadas al desarrollo ulterior de Europa.
181 Friedrich
Stampfer (1874-1917): uno de los principales
dirigentes del PSD alemán y director de su diario, Vorwaerts.
Concretamente, lo que podrá sacar a luz los tesoros de las
experiencias y las enseñanzas no será la apología acrítica sino la crítica
penetrante y reflexiva. Nos vemos enfrentados al primer experimento de
dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las
condiciones más difíciles que se pueda concebir, en medio de la conflagración
mundial y la masacre imperialista, atrapado en las redes del poder militar más
reaccionario de Europa, acompañado por la más completa deserción de la clase
obrera internacional). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se
dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en
condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el
contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la
comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que,
bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido
revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino
solamente distorsionados intentos de una y otro.
Hacer entender esto claramente, en todos sus aspectos y con todas
las consecuencias que implica, constituye el deber elemental de los socialistas
de todos los países. Pues sólo sobre la base de la comprensión de esta amarga
situación podemos medir la enorme magnitud de la responsabilidad del
proletariado internacional por el destino de la Revolución Rusa. Más aun; sólo
sobre esta base puede ser efectiva y de decisiva importancia la resuelta acción
internacional de la revolución proletaria, acción sin la cual hasta los mayores
esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país inevitablemente se
confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales.
No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin
y Trotsky, han dado más de un paso decisivo en su espinoso camino sembrado de
toda clase de trampas con grandes vacilaciones interiores y haciéndose una gran
violencia. Están actuando en condiciones de amarga compulsión y necesidad, en
un torbellino rugiente de acontecimientos. Por lo tanto, nada debe estar más
lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de
hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de
política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso
afán de imitación.
No menos erróneo sería suponer que un examen crítico del camino
seguido hasta ahora por la Revolución Rusa debilitaría el respeto hacia ella o
la fuerza de atracción que ejerce su ejemplo, que son lo único que puede
despertar a las masas alemanas de su inercia fatal. Nada más lejos de la
verdad. El despertar de la energía revolucionaria de la clase obrera alemana ya
nunca más podrá ser canalizado por los métodos carceleros de la socialdemocracia
de este país, de tan triste memoria. Nunca más podrá conjurarla alguna
autoridad inmaculada, ya sea la de nuestros “comités superiores” o la del
“ejemplo ruso”. La genuina capacidad para la acción histórica no renacerá en el
proletariado alemán en un clima de aplaudir indiscriminadamente todo. Sólo
puede resultar de la comprensión de la tremenda seriedad y complejidad de las
tareas a encarar; de la madurez política y la independencia de espíritu; de la
capacidad coartada, con distintos pretextos, por la socialdemocracia en el
transcurso de las últimas décadas. El análisis crítico de la Revolución Rusa
con todas sus consecuencias históricas constituye el mejor entrenamiento para
la clase obrera alemana e internacional, teniendo en cuenta las tareas que le
aguardan como resultado de la situación actual.
El primer periodo de la Revolución Rusa, desde su comienzo en
marzo hasta la Revolución de Octubre, corresponde exactamente, en líneas
generales, al proceso seguido tanto por la gran Revolución Inglesa como por la
gran Revolución Francesa. Es el proceso típico de todo primer ensayo general
que realizan las fuerzas revolucionarias que alberga la sociedad burguesa en
sus entrañas.
Su desarrollo avanza siempre en línea ascendente: desde un
comienzo moderado a una creciente radicalización de los objetivos y,
paralelamente, desde la coalición de clases y partidos hasta el partido radical
como único protagonista.
En el estallido de marzo de 1917, los “cadetes”182, es decir la
burguesía liberal, estaban a la cabeza de la revolución. La primera oleada ascendente
de la marea revolucionaria arrasó con todos y con todo. La Cuarta Duma,
producto ultrarreccionario del ultrarreaccionario derecho al sufragio de las
cuatro clases, que fue una consecuencia del golpe de Estado, se convirtió
súbitamente en un organismo revolucionario. Todos los partidos burgueses,
incluyendo los de la derecha nacionalista, de pronto formaron un frente contra
el absolutismo. Este calló al primer golpe, casi sin lucha, como un organismo
muerto que sólo necesita que se lo toque para caerse. También se liquidó en
pocas horas el breve intento de la burguesía liberal de salvar al menos el
trono y la dinastía. La arrolladora marcha de los acontecimientos saltó en días
y horas distancias que anteriormente, en Francia, llevó décadas atravesar. En
este aspecto, resulta claro que Rusia aprovechó los resultados de un siglo de
desarrollo europeo, y sobre todo que la revolución de 1917 fue la continuación
directa de la de 1905-1907, no un regalo del “liberador” alemán. El movimiento
de marzo de 1917 comenzó exactamente en el punto en que fue interrumpido
[[Cadetes (Partido
Constitucional Demócrata): partido liberal burgués que postulaba en Rusia una
monarquía constitucional.]] diez años antes. La república democrática fue el
producto completo, internamente maduro, del primer asalto revolucionario.
Pero luego comenzó la segunda tarea, la más difícil. Desde el
primer momento la fuerza motriz de la revolución fue la masa del proletariado
urbano. Sin embargo, sus reivindicaciones no se limitaban a la democracia
política; atacaban esa cuestión tan candente que era la política internacional
al exigir la paz inmediata. Al mismo tiempo, la revolución abarcó a la masa del
ejército, que elevó la misma exigencia de paz inmediata, y a la gran masa
campesina, que puso sobre el tapete la cuestión agraria, que desde 1905
constituía el eje de la revolución. Paz inmediata y tierra: estos dos objetivos
provocarían inevitablemente la ruptura del frente revolucionario. La
reivindicación de paz inmediata se oponía irreconciliablemente a las tendencias
imperialistas de la burguesía liberal, cuyo vocero era Miliukov.183 Y el
problema de la tierra se erguía como un espectro terrorífico ante la otra ala
de la burguesía, los propietarios rurales. Además significaba un ataque al
sagrado principio general de la propiedad privada, punto sensible de toda clase
propietaria.
En consecuencia, al día siguiente de los primeros triunfos
revolucionarios comenzó una lucha interna sobre las dos cuestiones candentes:
paz y tierra. En la burguesía liberal se dio la táctica de arrastrar los
problemas y evadirlos. Las masas trabajadoras, el ejército, el campesinado,
presionaban cada vez con más fuerza. No cabe duda que la cuestión de la paz y
la de la tierra signaron el destino de la democracia política en la república.
Las clases burguesas, arrastradas por la primera oleada de la tormenta
revolucionaria, se dejaron llevar hasta el gobierno republicano. Luego
comenzaron a buscarse una base de apoyo en la retaguardia y a organizar
silenciosamente la contrarrevolución. La campaña del cosaco Kaledin184 contra
Petersburgo expresó claramente esta tendencia. De haber tenido éxito el ataque,
no sólo hubiera quedado sellado el destino de la cuestión de la paz y de la
tierra, sino también el de la república. El resultado inevitable hubiera sido
la dictadura militar, el reinado del terror contra el proletariado y luego el
retorno a la monarquía.
De todo esto deducimos el carácter utópico y fundamentalmente
reaccionario de las tácticas por las cuales los “kautskianos” rusos o
mencheviques se permitían guiarse.
183 Pavel
Nikolaievich Miliukov (1859-1943):
dirigente del partido Cadete. Ministro de relaciones exteriores del gobierno
provisional, marzo-mayo de 1917. Enemigo de la Revolución de Octubre, inició
muchos intentos contrarrevolucionarios.
Alexei Maximovich Kaledin (1861-1918): general zarista, comandante de los Cosacos del Don en
1917. Después de octubre inició la guerra civil contra los soviets. Derrotado
por el Ejército Rojo y por las deserciones de su propio campo se suicidó.
Petrificados por el mito del carácter burgués de la Revolución
Rusa -¡todavía hoy sostienen que Rusia no está madura para la revolución
social!- se aferraron desesperadamente a la coalición con los liberales
burgueses. Pero ésta implica la unión de elementos a los que el desarrollo
interno natural de la revolución ha separado y ha hecho entrar en el más agudo
de los conflictos. Los Axelrod y los Dan185 querían, a toda costa, colaborar
con las clases y los partidos que significaban el mayor peligro y la mayor
amenaza para la revolución y la primera de sus conquistas, la democracia.
Resulta especialmente asombroso observar cómo este industrioso
trabajador (Kautsky), con su incansable labor de escritor metódico y pacífico,
durante los cuatro años de la guerra mundial horadó una brecha tras otra en la
estructura del socialismo. De esa obra el socialismo emerge agujereado como un
colador, sin un punto sano. La indiferencia acrítica con la que sus seguidores
consideran la ardua tarea de su teórico oficial y se tragan cada uno de sus
nuevos descubrimientos sin mover una pestaña, solamente encuentra parangón en
la indiferencia con que los secuaces de Scheidemann186 y Cía. contemplan cómo
este último llena de agujeros al socialismo en la práctica. Ambos trabajos se
complementan totalmente. Desde el estallido de la guerra, Kautsky, el guardián
oficial del templo del marxismo, en realidad ha estado haciendo en la teoría
las mismas cosas que los Scheidemann en la práctica, es decir: 1) la Internacional
como instrumento de la paz; 2) el desarme, la liga de naciones y el
nacionalismo; 3) democracia, no
socialismo.
En esta situación, la tendencia bolchevique cumplió la misión
histórica de proclamar desde el comienzo y seguir con férrea consecuencia las
únicas tácticas que podían salvar la democracia e impulsar la revolución. Todo
el poder a las masas obreras y campesinas, a los soviets: éste era, por cierto,
el único camino que tenía la revolución para superar las dificultades; ésta fue
la espada con la que cortó el nudo gordiano, sacó a la revolución de su
estrecho callejón sin salida y le abrió un ancho cauce hacia los campos libres
y abiertos.
El partido de Lenin, en consecuencia, fue el único, en esta
primera etapa, que comprendió cuál era el objetivo real de la revolución. Fue
el elemento que impulsó la revolución, y por lo tanto el único partido que
aplicó una verdadera política socialista.
185 Pavel Axelrod (1850-1928): uno de los primeros dirigentes del Partido
Socialdemócrata Ruso. Apoyó a los mencheviques. Feodor Dan (1871-1947)
dirigente menchevique. Pacifista durante la guerra. Miembro del Soviet de
Petrogrado en 1917. Adversario de la Revolución de Octubre.
186 Philip
Scheideman (1865-1937): dirigente
socialdemócrata alemán del ala derecha. Apoyó la guerra. El kaiser lo nombró
secretario de estado en 1918, pero no logró salvar a la monarquía. Ministro del
gabinete de Ebert, aplastó la insurrección espartaquista. 377
Esto explica, también, cómo fue que los bolcheviques, que al
comienzo de la revolución eran una minoría perseguida, calumniada y atacada por
todos lados, llegaron en un breve lapso a estar a la cabeza de la revolución y
a nuclear bajo su estandarte a las genuinas masas populares: el proletariado
urbano, el ejército, los campesinos, y también a los elementos revolucionarios
dentro de la democracia, el ala izquierda de los socialrevolucionarios. Trascrito por Célula 2 para Izquierda Revolucionaria.
La situación real en que se encontró la Revolución Rusa se redujo
en pocos meses a la alternativa: victoria de la contrarrevolución o dictadura
del proletariado, Kaledin o Lenin. Esa era la situación objetiva, tal como se
presenta en toda revolución después que pasa el primer momento de embriaguez,
tal como se presentó en Rusia como consecuencia de las cuestiones concretas y
candentes de la paz y la tierra, para las que no había solución dentro de los
marcos de la revolución burguesa.
La Revolución Rusa no hizo más que confirmar lo que constituye la
lección básica de toda gran revolución, la ley de su existencia: o la
revolución avanza a un ritmo rápido, tempestuoso y decidido, derriba todos los
obstáculos con mano de hierro y se da objetivos cada vez más avanzados, o
pronto retrocede de su débil punto de partida y resulta liquidada por la
contrarrevolución. Nunca es posible que la revolución se quede estancada, que
se contente con el primer objetivo que alcance. Y el que trata de aplicar a la
táctica revolucionaria la sabiduría doméstica extraída de las disputas
parlamentarias entre sapos y ratones lo único que demuestra es que le son
ajenas la sicología y las leyes de existencia de la revolución, y que toda la
experiencia histórica es para él un libro cerrado con siete sellos.
Veamos el proceso de la Revolución Inglesa desde su comienzo en
1642. Allí la lógica de los acontecimientos determinó que los presbiterianos,
al vacilar, porque sus dirigentes eludían deliberadamente la batalla decisiva
con Carlos I y el triunfo sobre éste, fueran reemplazados por los
independientes, que los echaron del Parlamento y se adueñaron del poder. Del
mismo modo, dentro del ejército de los independientes, la masa de soldados
pequeño-burguesa más plebeya, los “niveladores” de Lilburn, constituían la
fuerza motriz de todo el movimiento independiente; así como, por último, los
elementos proletarios dentro de la masa de soldados, los que más lejos iban en
sus aspiraciones de revolución social, y que estaban expresados por el
movimiento de los “Diggers”, constituían a su vez la levadura del partido democrático de los “Levelers”.187
187 Diggers y Levelers (respectivamente “cavadores” y “niveladores”): los grupos más
extremos en la guerra civil inglesa (1641-1649).
Sin la influencia moral de los elementos proletarios
revolucionarios sobre la masa de soldados, sin la presión de la masa
democrática de soldados sobre las capas superiores burguesas del Partido de los
Independientes, no se hubiera “purgado” el Parlamento de presbiterianos; no
hubiera terminado en un triunfo la guerra con el ejército de los cavaliers188 y los
escoceses; no se hubiera juzgado y ejecutado a Carlos I; no se hubiera abolido
la Cámara de los Lores ni proclamado la República.
¿Y qué sucedió en la gran Revolución Francesa? Después de cuatro
años de lucha, la toma del poder por los jacobinos demostró ser el único medio
de salvar las conquistas de la revolución, de alcanzar la República, de
liquidar el feudalismo, de organizar la defensa revolucionaria contra los
enemigos internos y externos, de terminar con las conspiraciones de la
contrarrevolución y de expandir la ola revolucionaria de Francia a toda Europa.
Kautsky y sus correligionarios rusos, que querían que la
Revolución Rusa conservara su “carácter burgués” de la primera fase, son la
contrapartida exacta de esos liberales alemanes e ingleses del siglo pasado que
distinguían entre los dos consabidos periodos de la gran Revolución Francesa:
la revolución “buena” de la primera etapa girondina y la “mala” de la etapa
posterior al levantamiento jacobino. La superficialidad liberal de esta
concepción de la historia seguramente no se toma el trabajo de comprender que
sin el levantamiento de los jacobinos “inmoderados” hasta las primeras
conquistas de la etapa girondina, tímidas y débiles como fueron, pronto
hubieran sido enterradas bajo las ruinas de la revolución, y que la alternativa
verdadera a la dictadura jacobina, tal como el curso de hierro del desarrollo
histórico planteó la cuestión en 1793, no era la democracia “moderada”,
¡sino... la restauración borbónica! No se puede mantener el “justo medio” en
ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la
locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o
cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará
en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad
de camino, arrojándolos al abismo.
Queda claro entonces que en toda revolución sólo podrá tomar la
dirección y el poder el partido que tenga el coraje de plantear las consignas
adecuadas para impulsar el proceso hacia adelante y de extraer de la situación
todas las conclusiones necesarias para lograrlo. Esto hace evidente, también,
el rol miserable que jugaron los Dan, los Tseretelli,189 etcétera, que al
comienzo ejercían una enorme influencia sobre las masas pero, después de Cavaliers (caballeros):
los partidarios del rey Carlos.
Iraklii Tseretelli (1882-1959):
menchevique ruso. Apoyó la guerra. Fue ministro en marzo-agosto de 1917.
Adversario de los bolcheviques, emigró en 1919. Sus prolongadas oscilaciones y
de que se opusieron con todas sus fuerzas a asumir el poder y la
responsabilidad, fueron despiadadamente arrojados de la escena.
El partido de Lenin fue el único que asumió el mandato y el deber
de un verdadero partido revolucionario garantizando el desarrollo continuado de
la revolución con la consigna “Todo el poder al proletariado y al campesinado”.
De esta manera resolvieron los bolcheviques el famoso problema de
“ganar a la mayoría del pueblo”, problema que siempre atormentó como una
pesadilla a la socialdemocracia alemana. Como discípulos de carne y hueso del
cretinismo parlamentario, estos socialdemócratas alemanes han tratado de
aplicar a las revoluciones la sabiduría doméstica de la nursery parlamentaria:
para largarse a hacer algo primero hay que contar con la mayoría. Lo mismo,
dicen, se aplica a la revolución: primero seamos “mayoría”. La verdadera
dialéctica de las revoluciones, sin embargo, da la espalda a esta sabiduría de
topos parlamentarios. El camino no va de la mayoría a la táctica
revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría.
Sólo un partido que sabe dirigir, es decir, que sabe adelantarse a
los acontecimientos, consigue apoyo en tiempos tempestuosos. La resolución con
que, en el momento decisivo, Lenin y sus camaradas ofrecieron la única solución
que podía hacer avanzar los acontecimientos (“todo el poder al proletariado y
al campesinado”), los transformó de la noche a la mañana en los dueños
absolutos de la situación, luego de haber sido una minoría perseguida,
calumniada, puesta fuera de la ley, cuyo dirigente tenía que vivir, como un
segundo Marat, 190 escondido en los sótanos.
Más aun; los bolcheviques inmediatamente plantearon como objetivo
de la toma del poder un programa revolucionario completo, de largo alcance; no
la salvaguarda de la democracia burguesa sino la dictadura del proletariado
para realizar el socialismo. De esta manera, se ganaron el imperecedero
galardón histórico de haber proclamado por primera vez el objetivo final del
socialismo como programa directo para la práctica política.
Todo lo que podía ofrecer un partido, en un momento histórico
dado, en coraje, visión y coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los
demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques
representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la
social democracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente
la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.
190 Jean
Paul Marat (1743-1793):
revolucionario francés del ala extrema. Murió asesinado. 380
*++