El 14 de
abril de 1931, con Alfonso XIII camino del exilio, una multitud entusiasmada se
reunía en la Puerta del Sol para celebrar la proclamación de la Segunda
República. La pasión republicana se desbordó también en otras ciudades, como
Barcelona.
El advenimiento de la República
El Viejo Topo
14 abril, 2022
Barcelona,
1930. A causa de la precariedad de mi salud y también por el trabajo de nuestro
padre, reunimos los pocos trastos que nos quedaban y pusimos rumbo a Barcelona.
Nuestra llegada a la capital coincidió con toda una serie de acontecimientos
muy importantes, precursores de otros que aún serían más relevantes y decisivos
para nuestro futuro inmediato; por ejemplo, la dimisión y muerte, dos años más
tarde, del que desde diciembre de 1923 ejercía como dictador en la España
monárquica, el general Miguel Primo de Rivera —padre de José Antonio, fundador
de Falange Española—, y el homenaje que la capital catalana rindió a los
intelectuales castellanos firmantes de una carta en apoyo y defensa de la
lengua catalana.
Debo mencionar
también el mitin multitudinario (con quince mil asistentes) en el que
intervinieron como oradores, entre otros, Manuel Azaña, Marcelino Domingo y
Alcalá Zamora, postulando por una república como alternativa a la monarquía
imperante, en franca descomposición, y la revuelta que estalló en Jaca,
encabezada por los capitanes Fermín Galán y García Hernández.
Pero volvamos a
lo importante: la llegada e instalación de la familia en Barcelona tuvo también
la finalidad de aprovechar la oportunidad que se nos presentó de tener un lugar
donde vivir gratuitamente en pleno centro de Barcelona, en el número 15,
principal, de la calle Gerona. Era una casa, en la zona derecha del Ensanche,
demasiado grande si hubiese sido para nosotros solos. La parte de delante, la
conocida como parte noble que daba a la calle, la ocupaban los despachos de un
notario y de un abogado, además del recibidor; el resto era para nuestra
familia: tres habitaciones, comedor, cocina y baño. El trato consistía en que
nuestra madre se encargaría de tener los despachos en perfectas condiciones de
limpieza y orden, y, hasta que pusieron un «botones», uno de nosotros, muy
arregladito, tenía que estar a cargo de la puerta y el recibidor atendiendo a
las continuas visitas.
La cosa no duró
mucho ya que nuestra madre, de vista delicada, no soportaba estar todo el día
con luz artificial. Solo veía la luz del día mientras adecentaba los despachos
o cuando, más tarde, salía a hacer las compras del día que no había podido
hacer yo, que servía para todo.
Viviendo allí
pude ser testigo de un acontecimiento político, quizás el más importante del
siglo xx: el advenimiento de la República el 14 de abril de 1931. Las
elecciones municipales del día 12 fueron determinantes, con un triunfo claro de
los republicanos y la abdicación del rey, que se exilió voluntariamente. Por la
ubicación de nuestro domicilio, en la calle Gerona casi en la esquina con
Ausiàs Marc, pudimos vivir en primera línea el desbordamiento de la pasión
republicana en torno al monumento a Rafael Casanovas y disfrutar, durante
varios días y también noches, hasta bien entrada la madrugada, de las muchas
manifestaciones espontáneas para celebrar que se hubiera conseguido acabar con
la situación de anacronismo en la que estaba inmerso nuestro país por el solo
hecho de haber acabado con la monarquía de los Borbones y la implantación de la
República.
Por lo que se
refiere a la escuela, también se notó el cambio. No lo he comentado, pero
también en esta ocasión los tres habíamos conseguido asistir gratuitamente a
las clases del Liceo Manjón, situado en el chaflán de la calle Caspe con la de
Bruc. A Rafael le dieron un libro, una enciclopedia de grado medio, y a mí, una
de grado elemental. No eran libros nuevos, pero estaban bien conservados y en condiciones
de ser utilizados. Entre el alumnado abundaba el de clase media, el de la
pequeña y mediana burguesía catalana.
Acabo de decir
que el cambio se había hecho notar, e incluso nuestros juegos habían sido
influidos por los acontecimientos; los de «saltar y parar», «buenos y malos» y
«plantados» ya no nos motivaban. Eso sí, al salir de clase, tanto al mediodía
como por la tarde, los más pequeños lo hacíamos corriendo a toda pastilla,
porque los grandullones, físicamente superiores, siempre nos cerraban el paso,
nos rodeaban y nos hacían la consabida pregunta: «¿Tú que eres, monárquico o
republicano?». Si decías que eras monárquico te dejaban hecho unos zorros,
tortazos aparte, y si decías que republicano, ídem de lo mismo. Solo te valía
huir de aquel cerco y procurar correr más que ellos, ya que no ponían tanto
empeño en otras partes. Uno de los mayores se compadeció de mí y me confesó el
secreto.
«Tonto, has de
decir que eres republicano federal y se acabará lo de correr. Déjate atrapar,
muéstrate muy seguro de ti mismo y suéltales: “Tranquilo, que soy republicano
federal. Abrazos y felicitaciones”.»
Hoy continúo
añorando una federación republicana hispana.
A mis nueve
años ya era capaz de razonar la diferencia existente entre dos repúblicas, y me
siento muy cómodo como federalista.
Fuente Fragmento de la primera parte del libro de Lluís Martí
Bielsa Uno entre tantos. Memorias de un hombre con suerte.