La
revista Tricontinental ha publicado cuatro textos de interés excepcional. Hoy
presentamos el tercer texto, escrito por Deborah Veneziale.
EEUU está librando una nueva
guerra fría: una perspectiva socialista (3)
Deborah Veneziale
El Viejo Topo
19 septiembre,
2022
©CGTN First Voice
¿Quién está llevando a Estados Unidos a la guerra?
El mundo está
percibiendo la creciente y rapaz intención bélica de Estados Unidos.[1] En
medio del desarrollo de la crisis de Ucrania, EE. UU. y la OTAN han estado
tratando de escalar su guerra por delegación con Rusia, al mismo tiempo que
intensifican su asedio y provocaciones contra China. La intención de ir a la
guerra quedó ya en evidencia durante un segmento del 15 de mayo de 2022 del
programa Meet The Press de la NBC, que
simuló una guerra de Estados Unidos contra China. Cabe señalar que este juego
bélico fue organizado por el Center for a New American Security (CNAS), un
prominente think tank de Washington D.C. financiado por los gobiernos de EE.
UU. y sus aliados, incluida la Oficina de Representación Económica y Cultural
de Taipei, las Open Society Foundations de George Soros y una serie de empresas
militares y tecnológicas estadounidenses tales como Raytheon, Lockheed Martin,
Northrop Grumman, General Dynamics, Boeing, Facebook, Google y Microsoft (CNAS,
2022).
Esta simulación
está en línea con otras señales alarmantes, tanto del Congreso como del
Pentágono. El 5 de abril, Charles Richard, comandante del Mando Estratégico de
Estados Unidos, argumentó ante el Congreso que Rusia y China significan amenazas
nucleares para su país, afirmando que es probable que China use coerción
nuclear en su propio beneficio (Tiron, 2022). Poco después, el 14 de abril, una
delegación bipartidista de legisladores estadounidenses visitó Taiwán. El 5 de
mayo, Corea del Sur anunció que se había unido a una organización de
ciberdefensa en el marco de la OTAN. En junio, en su cumbre anual, la OTAN
nombró a Rusia su “amenaza más significativa y directa” y señaló a China como
un “desafío a nuestros intereses”. Además, Corea del Sur, Japón, Australia y
Nueva Zelanda participaron por primera vez en la cumbre, lo que sugiere la
posibilidad de que se cree una rama asiática en el futuro. Finalmente, el 2 de
agosto, en una flagrante provocación a Beijing, la presidenta de la Cámara de Representantes
de Estados Unidos, Nancy Pelosi, la tercera funcionaria de más alto rango del
gobierno de Biden, visitó Taiwán escoltada por la Fuerza Aérea de Estados
Unidos (OTAN, junio de 2022).
Ante la
agresiva política exterior del gobierno de Biden, no se puede evitar la
pregunta: entre la élite que gobierna Estados Unidos, ¿quién aboga por la
guerra? ¿Hay algún mecanismo para frenar esa beligerancia en el país?
Este artículo
llega a tres conclusiones. En primer lugar, en el gobierno de Biden dos grupos
de la élite de política exterior que solían competir entre sí —los halcones
liberales y los neoconservadores— se han fusionado estratégicamente, formando
el consenso más importante en materia de política exterior desde 1948 y
llevando la política de guerra estadounidense a un nuevo nivel. En segundo
lugar, tomando en consideración sus intereses a largo plazo, la gran burguesía
en Estados Unidos ha llegado al consenso de que China es un rival estratégico,
y ha establecido un sólido apoyo a esta política exterior. En tercer lugar, las
llamadas instituciones democráticas de control y equilibrio son completamente
incapaces de frenar la expansión de esta política beligerante debido al diseño
de la Constitución de Estados Unidos, la expansión de las fuerzas de extrema
derecha, y la clara monetización de las elecciones.
La fusión de las élites beligerantes de la política
exterior
Los primeros
representantes del intervencionismo liberal estadounidense incluían presidentes
demócratas como Harry Truman, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, cuyas raíces
ideológicas se remontan a la idea de Woodrow Wilson de que Estados Unidos debe
actuar en el escenario mundial luchando por la democracia. La invasión de
Vietnam se guió por esa ideología.
Después de la
derrota de Estados Unidos en Vietnam, el Partido Demócrata redujo temporalmente
los llamados a la intervención como parte de su política exterior. Sin embargo,
el senador demócrata Henry “Scoop” Jackson (también conocido en ese tiempo como
el “senador de Boeing”), un halcón liberal, se unió a otros anticomunistas e
intervencionistas acérrimos, ayudando a inspirar el movimiento neoconservador.
Los neoconservadores, entre los que se encontraban varios partidarios y
antiguos colaboradores de Jackson, apoyaron al republicano Ronald Reagan a
finales de los años 70 por su compromiso de enfrentar el supuesto expansionismo
soviético.
Con la
disolución de la Unión Soviética en 1991 y el auge del unilateralismo
estadounidense, los neoconservadores entraron en la corriente principal de la
política exterior estadounidense con su líder de pensamiento, Paúl Wolfowitz,
que había sido ayudante de Henry Jackson. En 1992, solo unos pocos meses
después de la desintegración de la Unión Soviética, Wolfowitz, entonces
subsecretario de Defensa para la Política, presentó su Defense Policy
Guidance [Guía de política de defensa], que abogaba explícitamente por
que Estados Unidos mantuviera una posición unipolar permanente. Esto se
lograría, explicó, mediante la expansión del poder militar estadounidense en la
antigua esfera de influencia de la Unión Soviética y a lo largo de todos su
perímetro, con el objetivo de impedir el resurgimiento de Rusia como una gran
potencia. Esta estrategia de unipolaridad liderada por Estados Unidos,
implementada a través de la proyección de fuerza militar, guió las políticas de
exteriores de George H.W. Bush y su hijo George W. Bush, así como las de Bill
Clinton y Barack Obama. Estados Unidos pudo lanzar la primera Guerra del Golfo
en gran medida debido a la debilidad soviética. A esto le siguió el
desmembramiento militar de Yugoslavia por parte de Estados Unidos y la OTAN.
Después del 11 de septiembre, la administración de Bush Jr. estuvo totalmente
dominada por los neoconservadores, incluidos el vicepresidente Dick Cheney y el
secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
Aunque tanto
los halcones liberales como los neoconservadores han defendido ardientemente
las intervenciones militares en el extranjero, históricamente ha habido dos
diferencias importantes entre ellos. Primero, los halcones liberales tendían a
creer que EE. UU. debía influir en las Naciones Unidas y otras instituciones
internacionales para llevar a cabo una intervención militar, mientras que los
neoconservadores tendían a ignorar las instituciones multilaterales. Segundo,
los halcones liberales trataban de dirigir intervenciones militares junto a los
aliados occidentales, mientras que los neoconservadores estaban más dispuestos
a conducir operaciones militares unilaterales y a violar flagrantemente el
derecho internacional. Como dijo Niall Ferguson, historiador de la Universidad
de Harvard, los neoconservadores estaban encantados de aceptar el título de
Imperio Americano y decidir unilateralmente atacar cualquier país en tanto
potencia hegemónica mundial (Fergusson, 2005).
Aunque
históricamente los republicanos y los demócratas han desarrollado sus propias
políticas e instituciones de abogacía, es un error pensar que tienen enfoques
distintos en cuanto a la estrategia de política exterior. Es verdad que think
tanks como Heritage Foundation son importantes bastiones
neoconservadores que se han inclinado hacia la política republicana, mientras
otros como la Brookings Institution y la posteriormente creada CNAS han sido
sede de halcones liberales más prodemócratas. Sin embargo, miembros de ambos
partidos han trabajado en cada una de estas organizaciones; sus diferencias se
centran en propuestas de políticas específicas, no en la afiliación partidaria.
En realidad, detrás de la Casa Blanca y el Congreso, una red bipartidista de
planificación de políticas formada por ONG, universidades, think tanks,
grupos de investigación y otras instituciones dan forma colectivamente a las
agendas de las empresas y los capitalistas a través de propuestas de políticas
e informes.
Otra concepción
equivocada es pensar que el llamado lado progresista del liberalismo promoverá
el desarrollo social, proporcionará ayuda internacional y limitará el gasto
militar. Sin embargo, el periodo neoliberal, que comenzó a mediados de la
década de 1970, ha sido caracterizado por la subordinación del Estado a las
fuerzas del mercado y la austeridad en el gasto social en áreas como la
atención de salud, la asistencia alimentaria y la educación, todo ello mientras
se fomenta el gasto militar ilimitado, perjudicando gravemente la calidad de
vida de la gran mayoría de la población. Tanto los republicanos como los
demócratas siguen los principios del neoliberalismo, como lo ejemplifica el
presupuesto anual de Biden para 2022, que incluye un aumento del 4% en el gasto
militar y el hecho de que, durante la pandemia de COVID 19, 1,7 billones de los
5 billones que el gobierno estadounidense proporcionó en fondos de estímulo
fueron directamente a los bolsillos de las corporaciones (Greve, 2022;
Parlapiano et. Al., 2022). El neoliberalismo ha tenido un impacto especialmente
devastador en el Sur Global, donde ha arrastrado a los países en desarrollo a
trampas de deuda y los ha coaccionado a realizar interminables pagos de deuda
al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.
En el campo de
la política exterior, el think tank más influyente desde la Segunda Guerra
Mundial ha sido el Council on Foreign Relations (CFR), financiado por una serie
de fuentes de la clase dominante. Entre los miembros corporativos fundadores
del consejo están líderes en el sector energético (Chevron, ExxonMobil, Hess,
Tellurian), financiero (Bank of America, BlackRock, Citi, Goldman Sachs,
JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Moody’s, Nasdaq), tecnológico (Accenture,
Apple, AT&T, Cisco) y de Internet (Google, Meta), entre otros sectores, y
el consejo actual del CFR incluye a Richard Haass, el principal asesor de Bush
padre sobre Medio Oriente y a Ashton Carter, secretario de Defensa de Obama. La
revista alemana Der Spiegel describe al CFR como “la institución
privada más influyente de Estados Unidos y del mundo occidental” y “el
politburó del capitalismo”, mientras que Richard Harwood, ex editor en jefe y
defensor del pueblo en The Washington Post, llamó al consejo y a
sus miembros “lo más cercano que tenemos a un establishment gobernante en los
Estados Unidos” (Swiss Policy Research, 2022; Shoup, 2019; harwood, 1993). Las
propuestas de política del CFR reflejan el pensamiento estratégico a largo
plazo de la burguesía estadounidense, como se ve en su propuesta de “fortalecer
la coordinación entre EE. UU. y Japón en respuesta a la cuestión de Taiwán” en
enero de 2022, antes de la visita de Pelosi a Taiwán en agosto del mismo año.
Independientemente
del partido de los candidatos que apoyen los funcionarios de estas diversas
instituciones en las elecciones, esta red bipartidista de colaboración de larga
data ha mantenido una política exterior consistente en Washington. Esta red
promueve una visión del mundo en la que Estados Unidos tiene la supremacía, que
niega el derecho de otros países a participar en los asuntos internacionales,
una ideología que se remonta a la Doctrina Monroe de 1823 que proclamaba el
dominio de Estados Unidos sobre todo el hemisferio occidental. La actual élite
de política exterior estadounidense ha ampliado la aplicación de la doctrina de
las Américas a todo el mundo. La sinergia entre los dos partidos y el cambio de
partido son habituales para este grupo de responsables de la política exterior,
que está estrechamente vinculado a la clase capitalista dominante y a sus
sustitutos dentro de la élite del poder que controla la política exterior de
Estados Unidos así como al Estado profundo (los servicios de inteligencia y los
militares).
Proceso de elaboración de políticas públicas, tomado de: ¿Quién manda en
América?, de William Domhoff.
A principios de
siglo, los neoconservadores, reunidos en el Partido Republicano, estaban más
preocupados por la desintegración y desnuclearización de Rusia que por China.
Alrededor de 2008, sin embargo, las fuerzas de la élite política estadounidense
comenzaron a darse cuenta de que la economía china continuaría su fuerte
ascenso y que sus futuros líderes no cederían a la influencia de Estados
Unidos: no habría un equivalente chino de Gorbachov o Yeltsin. A partir de este
período, los neoconservadores empezaron a adoptar un enfoque de total
confrontación con China y a buscar la contención. Al mismo tiempo, algunos
halcones liberales prodemócratas fundaron el CNAS, y Hillary Clinton, entonces
secretaria de Estado, lideró el desarrollo e implementación del Pivote
a Asia, un cambio estratégico en la política exterior estadounidense que
fue aplaudido por los neoconservadores, que en ese momento todavía estaban en
el campo republicano. Clinton fue aclamada como una “voz fuerte” por Max Boot,
comentarista político y miembro sénior del CFR, quien en 2003 escribió que
“dado el bagaje histórico que conlleva el ‘imperialismo’ no hay necesidad de
que el gobierno de Estados Unidos adopte el término. Pero sí debería abrazar la
práctica” (Daalder y Lindsay, 2003). Actualmente, ampliar la OTAN a Ucrania y
enfrentarse a Rusia sigue siendo una prioridad para los neoconservadores y los
halcones liberales por igual. Ambos grupos están en desacuerdo con los
realistas que proponen una distensión con Rusia para reforzer la confrontación
con China.
Sin embargo, la
elección de Trump en 2016 creo turbulencias por un corto tiempo en el consenso
del CFR. Como escribió John Bellamy Foster en Trump in the White House:
Tragedy and Farce [Trump en la Casa Blanca: tragedia y farsa], el
expresidente subió al poder parcialmente a través de la movilización de un
movimiento neofascista basado en la clase media baja blanca (2017).
Inicialmente lo apoyó solo un pequeño número de personas de la élite del gran
capital. Entre ellos estaban Dick Uihlein, el dueño del gigante naviero Uline;
Bernie Marcus, fundador de la minorista de materiales de construcción Home
Depot; Robert Mercer, un inversionista del medio de comunicación de extrema
derecha Breitbart News Network; y Timothy Mellon, nieto del magnate bancario
Andrew Mellon. La tendencia de Trump a reducir el compromiso en los asuntos
globales —como se vio con el retiro de las tropas de Siria y el comienzo de la
retirada de Afganistán, así como el contacto diplomático con Corea del Norte— favoreció
los intereses a corto plazo de la pequeña y mediana burguesía y le ganó el
apoyo de los realistas de política exterior, incluyendo a Henry Kissinger, pero
molestó a los neoconservadores. Un grupo de neoconservadores de élite desempeñó
un papel importante en la campaña contra Trump, con unos 300 funcionarios que
habían apoyado a la administración de Bush, respaldando al Partido Demócrata en
las elecciones de 2020. Entre ellos se encontraba el ya mencionado Boot, que se
había convertido en un líder de pensamiento en política exterior y ha tenido un
fuerte impacto en el gobierno de Biden.
Con Biden, se
reanudó el consenso del CFR y los neoconservadores y los halcones liberales se
han alineado completamente en la orientación estratégica del país. Su conciencia
conjunta del ascenso de China ha promovido una unidad entre estos dos grupos
que no se veía hace décadas. Esta unidad se basa en la teoría sobre las
relaciones internacionales que estipula que Estados Unidos debe intervenir
activamente en la política de otros países, haciendo todos los esfuerzos para
promover “la libertad y la democracia”, tomar medidas enérgicas contra los
Estados que desafían el dominio económico y militar de Occidente, eliminar los
gobiernos no deseados y asegurar la hegemonía global por cualquier medio, con
Rusia y China como sus principales objetivos. En mayo de 2021, el secretario de
Estado, Anthony Blinken (que previamente fue subsecretario de Estado de Obama),
declaró que Estados Unidos defendería un ambiguo “orden internacional basado en
normas”, un término que se refiere a las organizaciones internacionales y de
seguridad dominadas por Estados Unidos en lugar de las instituciones más
amplias basadas en la ONU. La postura de Blinken sugiere que, en el gobierno de
Biden, los halcones liberales han abandonado oficialmente la pretensión de
seguir a la ONU u otras organizaciones multilaterales internacionales a menos
que se sometan a los dictados de EE. UU.
En 2019, el
prominente neoconservador Rober Kagan publicó un artículo con Anthony Blinken
como coautor instando a Estados Unidos a abandonar la política de “América
primero” de Trump. Apelaron a la contención (es decir, asedio y debilitamiento)
de Rusia y China y proponían una política de “diplomacia preventiva y
disuasión”, es decir, tropas y tanques donde se considere necesario (Blinken,
2019). Por cierto, la esposa de Kagan, Victoria Nuland, fue secretaria de
Estado adjunta para Asuntos Europeos y Eurasiáticos en el gobierno de Obama.
Nuland tuvo un papel clave en organizar y apoyar la revolución de colores/golpe
de Estado en Ucrania y se ha jactado de los miles de millones de dólares que
EE. UU. ha gastado para “promover la democracia” en el país (Nuland, 2013).
Actualmente es subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos en el gobierno de
Biden, la tercera posición más alta en el Departamento de Estado, después del
secretario Blinken y la subecretaria Wendy Sherman. También es heredera
espiritual de su mentora, la líder de los halcones liberales Madeleine
Albright.
La orientación
belicista defendida por Kagan y Blinken fue llevada un paso más allá por el
think tank de la OTAN, el Atlantic Council, que ha abogado por la política
nuclear de riesgo. En febrero, Mathew Kroenig, subdirector del Snowcroft Center
for Strategy and Security del Atlantic Council, abogó por la consideración del
uso preventivo de armas nucleares tácticas por parte de Estados Unidos
(Kroenig, 2022).
A partir de
esta pequeña camarilla de belicistas se puede detectar fácilmente la profunda
integración de los dos grupos de élite de la política exterior, que son los
verdaderos impulsores de la crisis en Ucrania. La evolución de esta crisis
revela el siguiente conjunto de tácticas adoptadas por ellos:
- Fortalecer el liderazgo de Estados Unidos en la OTAN, utilizando la
alianza militar (en lugar de la ONU) como el principal mecanismo de
intervención exterior.
- Provocar a un supuesto advesario a la guerra al negarse a reconocer su
reclamación de soberanía y seguridad sobre regiones sensibles.
- Planificar el uso de armas nucleares tácticas y llevar a cabo una
“guerra nuclear limitada” en el territorio del supuesto adversario o en
sus alrededores.
- Imponer guerras híbridas para debilitar y subvertir al adversario
utilizando medidas coercitivas unilaterales y combinando sanciones
económicas con medidas financieras, propagandísticas, de información y
culturales, junto con “revoluciones de colores”, cyberguerra, lawfare y
otras tácticas.
Si se consiguen
los resultados deseados en Ucrania, sin duda se utilizará la misma estrategia
en el Pacífico Occidental.
La alineación
estratégica no significa que las élites políticas no estén divididas en otros
asuntos que consideran de menor importancia, como el cambio climático. Sin
embargo, incluso sobre este asunto, Estados Unidos exige que Europa deje de
importar gas natural de Rusia. John Kerry, el enviado de Biden para el clima,
no se pronuncia sobre las posibles repercusiones negativas para el medio
ambiente de esa medida, porque Estados Unidos quiere sustituir las ventas de
gas ruso en Europa por las suyas propias.
En los últimos
años, las fuerzas progresistas de todo el mundo han lanzado varias campañas
internacionales para expresar sus preocupaciones sobre la agresiva estrategia
global que Estados Unidos despliega, utilizando a menudo el término “Nueva
Guerra Fría”. Sin embargo, las narrativas presentadas a veces subestiman la
depravación de algunos aspectos de la política exterior estadounidense. La
“Vieja Guerra Fría” con la Unión Soviética seguía ciertas reglas y líneas
rojas: Estados Unidos utilizaba una variedad de medios políticos y económicos
para ejercer presión e intentar subvertir el Estado soviético, y las dos partes
reconocían el alcance de sus respectivos intereses y necesidades de seguridad.
No obstante, Estados Unidos no intentaba cambiar las fronteras nacionales de
sus adversarios nucleares. Este no es el caso hoy en día, como se puede leer en
la declaración abierta de The Wall Street Journal de que Estados Unidos debe
demostrar su capacidad de ganar una guerra nuclear, una postura que se sustenta
en la afirmación de la élite de la política exterior de que hay que proteger a
Ucrania y Taiwán, ya que ambos son lugares estratégicos dentro del perímetro
militar occidental (Cropsey, 2022; McCaul, 2022; Abrams, 2022). Incluso el
líder de la Guerra Fría, Henry Kissinger, ha expresado su preocupación y
oposición a la actual política exterior estadounidense, argumentando que la
estrategia correcta es dividir a China y Rusia y advirtiendo que habrá
consecuencias peligrosas si Estados Unidos busca directa y simultáneamente la
guerra contra estos dos Estados con armas nucleares.
La burguesía estadounidense se prepara para la guerra
contra China
Washington ha
buscado desvincular económicamente a Estados Unidos de China mediante guerras
comerciales y tecnológicas, un proceso que comenzó en el gobierno de Trump y ha
continuado bajo el liderazgo de Biden. Sin embargo, esta política ha generado
consecuencias imprevistas. Por un lado, debido a la formación de cadenas de
suministro globales, las industrias manufactureras de Europa y EE. UU. dependen
en gran medida de las importaciones de China y Biden ha enfrentado a la
oposición interna con peticiones de reducir los aranceles de la guerra
comercial para aliviar la enorme presión de la inflación en Estados Unidos. Por
otro lado, aunque China no comenzó la desvinculación económica, la presión de
las guerras comerciales y tecnológicas ha promovido el desarrollo de la “gran
circulación interna” dentro del país (reduciendo la dependencia de
exportaciones y confiando más en el consumo interno). Desde que comenzó la
pandemia, se ha producido un aumento gradual superficial del comercio de mercancías
entre Estados Unidos y China.
Sin embargo, se
debe señalar que hay un cambio en marcha en la lógica básica de las relaciones
de Estados Unidos con China: la burguesía estadounidense ha ido fortaleciendo
su alianza contra China y apoyando la estrategia belicosa de Washington. Esta
situación se debe a factores tanto económicos como ideológicos. Por un lado,
las cifras del PIB de EE. UU. y otros países occidentales enmascaran las
contribuciones en mano de obra de las fábricas del Sur Global. Por ejemplo, las
ventas altamente rentables de Apple en Estados Unidos aparecen en las cifras
del PIB de ese país, pero la fuente real de sus altos rendimientos es el
excedente creado por la mano de obra productiva avanzada, masivamente eficiente
y de bajo costo de Shenzhen, Chongqing y otras ciudades de China, donde se
encuentran las fábricas de Foxconn (Smith, 2012; Tricontinental, 2019). China
ha avanzado mucho desde la época de las grandes fábricas con trabajadoras y
trabajadores no cualificados mal pagados y ha desarrollado una infraestructura
industrial, logística y social extremadamente sofisticada que, en 2019,
representaba el 28,7% de la manufactura global (Richter, 2021). Trasladar toda
la cadena de suministro de China a India o México sería un proceso de décadas
que no puede basarse solamente en salarios más bajos.
Pocos sectores
de la economía estadounidense dependen en gran medida del mercado chino para
sus ventas, con la excepción de los fabricantes de chips. Grandes empresas como
Boeing, Caterpillar, General Motors, Starbucks, Nike, Ford y Apple (17%)
obtienen menos del 25% de sus ingresos de China (“10 US Companies…”). El
ingreso total de las 500 empresas del S&P[2] es
de 14 billones de dólares, no más del 5% de ese valor corresponde a ventas
dentro de China (Yardeni, 2022; Office of…., 2022). Es poco probable que los
gerentes estadounidenses se opongan a la dirección de la política exterior de
EE. UU. respecto a China, porque no se les presenta un camino claro para
aumentar su acceso de largo plazo al creciente mercado interno de China. Esta
actitud se puso de manifiesto durante la convocatoria de resultados de Disney
de mayo de 2022, cuando su gerente general, Bob Chapek, expresó confianza en el
éxito de la empresa, incluso sin acceso al mercado chino. Esta actitud frente
China es visible en todos los sectores clave de Estados Unidos:
Tecnología /
Internet. Nueve de los diez estadounidenses más ricos están en
la industria de tecnología e internet, el zeitgeist de nuestro
tiempo, con la excepción parcial de Elon Musk, el gerente de la fábrica de
automóviles eléctricos Tesla, cuya primera olla de oro también provino de la
industria del internet. Comparadas con las listas de los estadounidenses más
ricos en décadas pasadas, los procedentes de sectores tradicionales como la
industria manufacturera, la banca y el petróleo han sido superados por una
élite tecnológica en ascenso que está impregnada de actitudes antichinas por
las dificultades que han enfrentado para penetrar en el mercado chino. Los
gigantes tecnológicos estadounidenses como Google, Amazon y Facebook
prácticamente no tienen mercado en China, mientras que empresas como Microsoft
y Apple enfrentan dificultades cada vez mayores. En la última década, la
corporación china de tecnología y telecomunicaciones Huawei superó a Apple en
términos de cuota de mercado dentro de China, solo para que Apple recuperara el
primer puesto debido a las sanciones de Estados Unidos, que prohibió la venta
de chips semiconductores —un componente clave de los teléfonos inteligentes— a
Huawei. Al parecer, el gobierno chino está adoptando sistemas autóctonos de
productividad Linux y Office para sustituir a los programas de Microsoft
Windows y Office. Las empresas tradicionales de TI como IBM, Oracle y EMC
(denominadas colectivamente IOE) llevan mucho tiempo marginadas del mercado
chino por la oleada de IOE impulsada por Alibaba, que busca sustituir los
servidores IBM, las bases de datos de Oracle y los dispositivos de
almacenamiento de EMC por soluciones autóctonas y de código abierto. Los
gigantes tecnológicos estadounidenses anhelan un cambio en el sistema político
de China que les abra las puertas al enorme mercado interno del país, y los
principales actores de este sector trabajan activamente para impulsar la hostil
política exterior de Washington. Eric Schmidt, el exgerente y presidente
ejecutivo de Google, lideró la creación de la Unidad de Innovación de Defensa
del gobierno estadounidense en 2016 y la Comisión de Seguridad Nacional sobre
Inteligencia Artificial en 2018. Su ferviente promoción de la teoría de la
“Amenaza China” refleja la opinión predominante en la comunidad tecnológica
estadounidense, que también moldea el discurso público. Twitter y Facebook se
han asociado con gobiernos occidentales y de Estados Unidos para censurar cada
vez más las críticas a su política exterior e influir en el debate en torno a
cuestiones clave como la pandemia, Hong Kong y Xinjiang en nombre del combate a
campañas de desinformación presuntamente lanzadas por China y otros supuestos
adversarios.
Industria
manufacturera. La fabricación estadounidense sigue dependiendo de
la capacidad de producción china. La inversión consistente y la innovación
tecnológica en el área se abandonaron durante el periodo neoliberal y, a pesar
de los llamados de Obama y Trump para traer la manufactura de vuelta a América
del Norte, se ha logrado poco en ese sentido. No obstante, las inversiones
estadounidenses en manufactura en China han disminuido en los últimos años, con
la notable excepción de la megafábrica de Tesla en Shanghái. Incluso en este
caso, sin embargo, es importante señalar que Elon Musk ha conseguido numerosos
contratos de adquisición para el gobierno y el ejército a través de su empresa
de exploración espacial SpaceX, cuyo sistema de satélites Starlink fue
criticado por China por sus “encuentros cercanos” con la estación espacial
China en dos ocasiones en 2021. El Ejército Popular de Liberación de China
advirtió que Estados Unidos podría intentar militarizar el sistema Starlink. El
despliegue de los servicios de Starlink en Ucrania durante la guerra es una
prueba de esta dinámica. Es poco probabe que la potencial adquisición de
Twitter por parte de Musk cambie la relación de la empresa con los gobiernos de
Estados Unidos y Occidente ni su orientación respecto a China y Rusia.
Finanzas. El sector de los servicios financieros estadounidense lleva mucho tiempo
esperado que los mercados de capital de China se abran más a él, y su última
esperanza es que haya un cambio de régimen en China que lleve al país hacia un
sendero abiertamente neoliberal. La actitud antiChina del influyente magnate
financiero y filántropo estadounidense de orígen húngaro George Soros es bien
conocida. En enero de 2022, Soros tuiteó que “Xi Jinping de China es la mayor amenaza
que enfrentan las sociedades abiertas en la actualidad”. Estos comentarios
llegaron luego de que Jamie Dimon, el gerente general de JPMorgan Chase,
declarara en noviembre de 2021 que la banca multinacional sobreviviría al
Partido Comunista de China (aunque después se disculpó por este comentario y
dijo que estaba bromeando). Dimon también insinuó que China podría sufrir un
fuerte ataque militar si intentaba reunificar Taiwán, una amenaza de la que no
se disculpó (Henry y Daga, 2021). Esta actitud hostil responde al hecho de que
los mercados de capital chinos no avanzan en la dirección que Wall Street
preferiría, como se evidencia en el fortalecimiento de los controles de capital
por parte del gobierno de China y la retirada de una serie de valores chinos de
la bolsa estadounidense. En la reunión anual de accionistas de 2022 del
conglomerado de inversiones Berkshire Hathaway, Charlie Munger, vicepresidente
de la empresa, declaró que la inversión en China “todavía valía la pena”. Sin
embargo, incluso en este caso Munger aceptó la premisa de su entrevistador, que
caracterizó al gobierno chino como un “régimen autoritario” que comete
“violaciones de derechos humanos”. Para Munger, China solo merece el riesgo
adicional porque se puede invertir en mejores negocios a precios más bajos.
Sectores minorista
y de consumo. Estos sectores llevan mucho tiempo presionados por
sus competidores chinos. En marzo de 2021, Nike y otras empresas boicotearon el
algodón de Xinjiang con la falsa acusación de trabajo forzado. Poco después,
Nike publicó un anuncio que fue criticado por promover estereotipos racistas
sobre el pueblo chino, lo que provocó una nueva pérdida de su cuota de mercado,
que ya había empezado a ser superada por la marca china Anta.
Además, existe
una significativa desconexión entre las industrias culturales y de
entretenimiento de ambos países, las películas de producción nacional ya daban
cuenta del 85% de la taquilla china en 2021. Las películas de superhéroes de
Marvel, antaño populares entre las y los espectadores chinos, no han logrado entrar
al mercado nacional por cuestiones ideológicas, con recaudación nula en China
en 2021. La reciente producción de Marvel Doctor Strange in the
Multiverse of Madness de nuevo presenta escenas antichinas, incluyendo
una referencia al periódico de extrema derecha y antigobierno The Epoch
Times. La obra no se ha proyectado en China. Estos casos reflejan los trade
offs de las empresas estadounidenses entre sus intereses comerciales
—llegar al mercado de consumo chino— y su ideología política —oponerse al sistema
político chino—.
El complejo militar-industrial de Estados Unidos y el
impulso de la guerra
El complejo
militar-industrial de Estados Unidos desempeña un papel especial para
consolidar la cooperación entre los sectores económicos, tecnológicos, políticos
y militares estratégicos en favor de los intereses imperialistas. En 2021, los
seis principales contratistas militares del mundo —Lockheed Martin, Boeing,
Raytheon Technologies, BAE Systems, Northrop Grumman y General Dynamics—
realizaron ventas combinadas de más de 128.000 millones de dólares al gobierno
de Estados Unidos (Bloomberg Goverment, 2021). Las grandes empresas
tecnológicas, como Amazon, Microsoft, Google, Oracle, IBM y Palantir (fundada
por el extremista Peter Thiel), han establecido estrechos vínculos con el
ejército estadounidense, firmando miles de contratos por un valor de decenas de
miles de millones de dólares en las últimas décadas (Big Tech Sells War, 2022;
Glaser, 2020; Nograles, 2021; Konkel, 2021). La industria tecnológica desempeña
el papel estratégico de recopilar datos en el vasto imperio de la inteligencia
estadounidense y está en el centro del poder blando de los medios de
comunicación y la hegemonía de las redes sociales de Estados Unidos, asegurando
el dominio digital sobre la mayoría del Sur Global. Así, este sector se ha
vuelto inmune a una regulación significativa o a las amenazas de
desmonopolización.
El afán de
Estados Unidos por la supremacía militar le lleva a gastar en áreas como
armamento, tecnología informática (chips de silicio, en particular),
comunicaciones avanzadas (incluida la ciberguerra por satélite) y
biotecnología. El gobierno estadounidense ha solicitado oficialmente 813.000
millones de dólares para el ejército como parte de su presupuesto para 2023 (lo
que no tiene en cuenta el gasto militar adicional que se disfraza en otras
secciones del presupuesto general), y el Pentágono afirma que necesitará al
menos 7 billones de dólares en créditos durante los próximos diez años (Stone,
2022; Cohen, 2021).
La privatización
del Estado bajo el neoliberalismo ha llevado al desarrollo de una puerta
giratoria entre el gobierno estadounidense y el sector privado durante las
últimas cuatro décadas. El Estado se ha convertido en un vehículo para que los
funcionarios de alto nivel del gobierno, incluidos congresistas, senadores,
asesores políticos y de seguridad, miembros del gabinete, coroneles, generales
y presidentes de ambos partidos, se hagan multimillonarios aprovechando su
condición de insiders políticos con grupos de interés privados
(Open Secrets, 2022). Dentro de la burocracia gubernamental, la frase
«seguridad nacional» abre aún más la llave a la codicia personal y corporativa
y a la expansión militar radical. En esta forma predominante de corrupción
legalizada del Primer Mundo, las empresas suelen ofrecer sobornos a las y los
funcionarios después de que dejen sus cargos públicos. Estos sobornos legales
son esencialmente pagos atrasados por los servicios prestados durante el
ejercicio del cargo. Por ejemplo, al dejar el cargo, los ex funcionarios
públicos suelen ser contratados como empleados remunerados, miembros de juntas
directivas o asesores de las mismas empresas que antes habían defendido, votado
favorablemente o a las que habían concedido contratos gubernamentales cuando
ejercían sus cargos públicos (Freeman, 2012). Algunos ejemplos destacados de
esta dinámica generalizada son los siguientes:
- Bill Clinton afirma que tenía una deuda de 16 millones de dólares
cuando dejó la Casa Blanca en 2001, pero en 2021 tenía una fortuna
estimada en 80 millones de dólares (DiSalvo, 2021).
- Con una impunidad asombrosa, al menos 85 de las 154 personas de grupos
de interés privados que se reunieron o tuvieron conversaciones telefónicas
programadas con Hillary Clinton mientras dirigía el Departamento de Estado
bajo el presidente Obama donaron un total de 156 millones de dólares a la
Fundación Clinton (CNBC, 2016).
- James “Mad Dog” Mattis, un general retirado de cuatro estrellas, ex
secretario de defensa de Trump y ex miembro de la junta directiva de CNAS,
tenía un patrimonio neto de 7 millones de dólares en 2018, cinco años
después de su «retiro» del ejército. Esto se obtuvo a través de
importantes pagos de una amplia lista de contratistas militares e incluyó
entre 600.000 y 1,25 millones de dólares en acciones y opciones en el
principal contratista de defensa, General Dynamics (Herb y O’Brien, 2017).
- Lloyd Austin, secretario de Defensa del presidente Biden,
anteriormente formó parte del consejo de administración de varias empresas
de la industria militar, como United Technologies y Raytheon Technologies.
Austin obtuvo la mayor parte de su patrimonio neto de 7 millones de
dólares tras «retirarse» como general de cuatro estrellas (Alexander,
2021).
Entre 2009 y
2011, más del 70% de los principales generales de Estados Unidos trabajaron
para contratistas militares después de retirarse de su cargo. Los generales
también se benefician de una doble remuneración al recibir simultáneamente una
compensación del Pentágono y pagos de contratistas militares privados (Johnson,
2012). Solo en 2016, casi 100 oficiales militares estadounidenses pasaron por
la puerta giratoria entre el gobierno y los contratistas militares privados,
entre ellos 25 generales, 9 almirantes, 43 tenientes generales y 23 vicealmirantes
(Vanden Brook, Dilanian y Locker, 2009; Smithberger, 2018).
Durante la
administración Trump, muchos funcionarios de la era Obama se trasladaron al
sector privado, consultando y asesorando a las mayores corporaciones del mundo,
para luego volver a la Casa Blanca bajo el mandato de Biden. En una muestra
asombrosa de esta puerta giratoria, la administración Biden ha nombrado a más
de 15 altos funcionarios de la empresa de consultoría corporativa WestExec
Advisors, que fue fundada en 2017 por un equipo de ex funcionarios de la
administración Obama y que afirma proporcionar «análisis de riesgo geopolítico
sin precedentes» a sus clientes, incluyendo «Gestión del riesgo relacionado con
China en una era de competencia estratégica» (Guyer y Grim, 2021; WestExec
Advisors, 2022). La empresa facilita la cooperación entre los gigantes
tecnológicos y el ejército estadounidense, con clientes como Boeing, Palantir,
Google, Facebook, Uber, AT&T, la empresa de vigilancia de drones Shield AI
y la empresa israelí de inteligencia artificial Windward. Entre los ex miembros
de WestExec que trabajan en la administración Biden se encuentran el secretario
de Estado Blinken, la directora de Inteligencia Nacional Avril Haines, el
subdirector de la CIA David Cohen, el subsecretario de Defensa para Asuntos de
Seguridad Indo-Pacífica Ely Ratner y la ex secretaria de prensa de la Casa
Blanca Jen Psaki (Guyer y Grim, 2021; Thompson y Meyer, 2021; Lipton y Vogel,
2020).
Fuente: The WestExec to Biden administration pipeline, part one. Gráfico:
Soohee Cho/The
Intercept.
El debilitamiento de la resistencia interna al
militarismo estadounidense
En 1973,
Estados Unidos abolió la conscripción del servicio militar, o lo que se conocía
como el draft, tras lo cual el ejército estadounidense se refirió a
sí mismo de forma inteligente y engañosa como un ejército totalmente
voluntario. Esto se hizo para reducir la oposición interna a las guerras de
EE.UU. en el extranjero, especialmente de los hijos de familias de sectores
medios y acomodados que se habían hecho oír contra la guerra de agresión en
Vietnam. Aunque la medida se justificaba en nombre de la selección de soldados
más profesionales y dedicados, en realidad, la burguesía buscaba aprovecharse
de la vulnerabilidad económica de las familias de la clase trabajadora más
pobre, a las que reclutaba para el servicio mediante ofertas de formación
técnica y de salarios seguros. Los avances tecnológicos en la guerra
permitieron a Estados Unidos aumentar simultáneamente su capacidad de matar a
civiles y combatientes enemigos en los países invadidos y al mismo tiempo
reducir la tasa de mortalidad de los soldados estadounidenses. Por ejemplo, en
la guerra de 2,2 billones de dólares contra Afganistán entre 2001 y 2021, solo
2.442 (el 1%) de las 241.000 personas muertas (incluidos más de 71.000 civiles)
eran personal militar estadounidense (Crawford y Lutz, 2021). La reducción del
número de muertos de Estados Unidos ha debilitado la conexión emocional interna
con las campañas de guerra de Estados Unidos, que se ha visto aún más
debilitada por el aumento de los contratistas militares privados. A mediados de
la década de 2010, se estimaba que casi la mitad de las fuerzas armadas
estadounidenses en Irak y Afganistán estaban empleadas por contratistas
militares privados (Stinchfield, 2017). En 2016, el mayor contratista militar
privado del mundo, ACADEMI (fundado inicialmente por Erik Prince como
Blackwater) fue adquirido por la mayor empresa de capital privado del mundo,
Apollo, por un importe estimado de 1.000 millones de dólares (Wilkers, 2016).
Lejos de ser un ejército de voluntarios, hoy en día es cada vez más apropiado
describir al ejército estadounidense como un ejército de mercenarios.
Estados Unidos
se envalentona aún más en su belicismo por el hecho de que, si bien ha invadido
o participado en operaciones militares en más de un centenar de países, nunca
ha sido invadido ni ha sufrido bajas civiles a gran escala a manos de gobiernos
extranjeros. La psicología del excepcionalismo estadounidense está moldeada por
el hecho de que la actual generación de la élite política creció en gran medida
tras el final de la Guerra Fría, un periodo denominado como el «fin de la
historia», en el que su país parecía ser invencible. Estados Unidos no había
experimentado un desafío serio ni en el exterior ni en el interior hasta el
ascenso de China. Como resultado, esta élite es particularmente ahistórica en
su visión del mundo, está embargada por delirios de grandeza y, por lo tanto,
se siente sin restricciones, una combinación extremadamente peligrosa.
El complejo
militar-industrial, compuesto por generales, políticos, empresas tecnológicas y
contratistas militares privados, busca una expansión masiva de la capacidad
militar de Estados Unidos. En la actualidad, casi todos en Washington utilizan
a China y a Rusia como pretexto para esta ampliación. Mientras tanto, muchos de
ellos han cometido o apoyado crímenes de guerra en Irak, Afganistán, Siria,
Libia y otros lugares.
Pocos
capitalistas influyentes en Estados Unidos están dispuestos a oponerse
abiertamente al coro que demoniza a China, y quienes lo hacen son disciplinados
o condenados al ostracismo. Rara vez se encuentran opiniones públicamente
discrepantes o llamamientos a la moderación en las secciones de opinión de The
New York Times o The Wall Street Journal. Durante la
campaña presidencial de 2020, Michael Bloomberg fue muy criticado por ser
«blando» con China después de afirmar que el Partido Comunista respondía a la
opinión pública y por negarse a calificar al presidente Xi Jinping de dictador.
Bloomberg parece haber sido disciplinado con éxito; bajo la administración
Biden, se unió a la histeria bélica y fue nombrado presidente del Consejo de
Innovación de Defensa del Pentágono en febrero de 2022. La empresa de
consultoría de gestión global McKinsey & Company, que ha favorecido un
mayor compromiso económico con China, se ha enfrentado a crecientes críticas
por estas opiniones, siendo calumniada por The New York Times por
«ayudar a elevar la estatura de gobiernos autoritarios y corruptos en todo el
mundo» (Bogdanich y Forsythe, 2018). En consecuencia, la influencia de McKinsey
en los círculos empresariales estadounidenses se ha debilitado enormemente.
Aunque un pequeño número de personalidades —como Ray Dalio, inversor
multimillonario y fundador de Bridgewater Associates— sigue expresando su
optimismo sobre las relaciones entre Estados Unidos y China, se trata de
figuras aisladas.
Y lo que es más
importante, los miembros de la actual élite burguesa estadounidense han
diversificado sus inversiones en una serie de sectores, lo que les permite
superar los estrechos intereses económicos a corto plazo de cualquier sector y
alinearse con el «panorama general» de la estrategia estadounidense. A
diferencia de los millonarios de generaciones pasadas, que se centraban en una
sola industria, los de hoy han desarrollado una conciencia más compartida y
pueden prever los grandes beneficios a largo plazo de un mercado chino
totalmente liberalizado que seguiría al derrocamiento del Estado chino. En
consecuencia, estos multimillonarios están motivados para apoyar la contienda
de Estados Unidos con China a pesar de las pérdidas a corto plazo que puedan
sufrir como resultado. Como se ha detallado anteriormente, esta gran burguesía
financia un importante número de think tanks y grupos políticos a través de
fundaciones sin ánimo de lucro, marcando la pauta de los debates y las
propuestas políticas del país.
Entre la élite
de clase media-alta, hay un pequeño grupo de aislacionistas libertarios de
extrema derecha, compuesto principalmente por intelectuales y representado por
el Instituto Cato. Esta red política se pronuncia contra el Sistema de la
Reserva Federal de Estados Unidos y la intervención extranjera y se opone al
papel de Estados Unidos en Ucrania. Sin embargo, está marginada en el ámbito de
la política exterior y no ejerce mucha influencia.
Como señaló una
vez Karl Marx, los capitalistas siempre han sido una «banda de hermanos
beligerantes». Esta banda mantiene un Estado moderno que cuenta con un cuerpo
masivo y permanente de hombres y mujeres armados, funcionarios de inteligencia
y espías. En 2015, 4,3 millones de individuos en Estados Unidos tenían
autorización de seguridad para acceder a material gubernamental «confidencial»,
«secreto» o «alto secreto» (Congressional Research Service, 2016).
Independientemente de cualquier resultado electoral, este aparato estatal es
capaz, en última instancia, de ejercer su dominio y guiar la política exterior
del país, como se ha puesto de manifiesto con la incapacidad de la
administración Trump para aplicar su propia política exterior.
El ascenso de la extrema derecha y los insuficientes
controles en el sistema político estadounidense
La hostilidad
de la élite burguesa gobernante de Estados Unidos y de las clases medias hacia
China tiene raíces profundas y racistas. Los cuatro años de mandato de Trump
coincidieron con la formación de una coalición de movimientos de derecha
populista y supremacista blanca conocida como Alt-Right. Stephen Bannon, portavoz
de este movimiento, es el antiguo presidente del sitio web de supremacía
blanca Breitbart News Network y, como es lógico, es uno de los
activistas más combativos contra China en Norteamérica. La base de apoyo de la
Alt-Right proviene de la clase media baja: en su mayoría, personas blancas con
ingresos familiares anuales de alrededor de 75.000 dólares. Aunque a Bannon e
incluso al propio Trump les gusta presumir del apoyo que reciben de «la clase
trabajadora blanca», su principal base de apoyo es, de hecho, la clase media
baja, no la clase trabajadora.
El Partido
Republicano se ha beneficiado electoralmente de la creación de este bloque de
votos neofascistas. La Alt-Right tiende a ensalzar a las grandes personalidades
capitalistas y desea ascender para unirse a la élite. Mientras tanto, este
bloque expresa su odio tanto hacia los líderes políticos y culturales elitistas
por bloquear su camino hacia la riqueza como hacia la clase trabajadora. En
1951, el destacado sociólogo estadounidense C. Wright Mills ofreció la
siguiente caracterización de las clases medias estadounidenses:
Son guardianes
de la retaguardia. A corto plazo, seguirán llenos de pánico los caminos del
prestigio; a largo plazo, seguirán los caminos del poder, ya que, al final, el
prestigio lo determina el poder. Mientras tanto, en el mercado político (…) las
nuevas clases medias están en venta; quien parezca lo suficientemente
respetable, lo suficientemente fuerte, probablemente pueda tenerlas. Hasta
ahora, nadie ha hecho una oferta seria (1951: 153).
La
administración Trump dirigió el resentimiento de la clase media baja por el
deterioro de su situación económica hacia China. La economía estadounidense
nunca se ha recuperado del todo de la crisis de las hipotecas subprime de
2008, cuando la política monetaria laxa permitió a los grandes capitalistas
cosechar enormes beneficios mientras la clase trabajadora y la clase media baja
sufrían grandes pérdidas. Este último grupo, enfadado y frustrado con su
situación y con una necesidad imperiosa de un portavoz, fue movilizado por
Trump para convertirse en su banco de votos clave, con la ayuda de la
supremacía blanca, el capitalismo racial y una Nueva Guerra Fría para aplastar
a China como oponente de manera total.
En la
actualidad, la hostilidad hacia China se ha generalizado en la población
estadounidense. La impresión de que China es el archienemigo del mundo libre y
la mayor amenaza para Estados Unidos ha sido reforzada enfáticamente por los
principales medios de comunicación y plataformas de internet, mientras que la
libertad de expresión para quienes se oponen a esta peligrosa tendencia se ha
visto cada vez más restringida. Cualquier reconocimiento de las perspectivas
rusa y china o la crítica a la política exterior de Estados Unidos hacia estos
países se encuentra con una fuerte resistencia pública. La opinión pública de
EE. UU. se asemeja cada vez más al período macartista de la década de 1950 y,
en ciertos aspectos, el clima social guarda inquietantes similitudes con el de
Alemania a principios de la década de 1930.
Quienes son
ajenos a la vida política de Estados Unidos suelen malinterpretar la verdadera
naturaleza de los controles y equilibrios y la separación de poderes en el
sistema político del país. A diferencia de la historia de las reformas
constitucionales europeas que fueron generadas por movimientos sociales
revolucionarios, la Constitución de Estados Unidos, que fue creada
originalmente por un grupo de propietarios (incluidos esclavistas), fue
diseñada desde el principio para proteger los derechos de los propietarios
privados contra lo que temían que pudiera convertirse en un gobierno
mayoritario de la mafia. Hasta la actualidad, la constitución permite el
desmantelamiento de la mayoría de los derechos sociales y legales burgueses tradicionales.
Medidas como el
colegio electoral, que se implementó originalmente para proteger los intereses
de los estados esclavistas del sur y otros estados rurales más pequeños, fueron
diseñadas para impedir el voto directo del pueblo para elegir al presidente
(una persona, un voto). Este sistema antidemocrático, salvaguardado por un
proceso difícil y oneroso para enmendar la constitución, hizo que tanto Bush
Jr. como Trump ganaran la presidencia a pesar de recibir menos votos que sus
respectivos oponentes. A pesar de la eventual ampliación del derecho a voto
para los negros, las mujeres y quienes que no tienen propiedades, la privación
del derecho a votar continúa hasta el día de hoy. En 2021, 19 estados habían
promulgado un total de 34 leyes de supresión del voto que podrían limitar el
derecho al voto de hasta 55 millones de votantes en esos estados (Eskridge y
Gupta Barnes, 2022). Mientras tanto, el Tribunal Supremo, que no ha sido
elegido, tiene el poder de anular la legislación sobre el derecho al voto,
anular las medidas de acción afirmativa y permitir que las organizaciones
religiosas restrinjan los derechos civiles.
Una sentencia
del Tribunal Supremo de 2010, conocida como “Citizens United”, eliminó los
límites de las contribuciones privadas y corporativas a las elecciones,
convirtiéndolas en una contienda de fuerza financiera (Vandewalker, 2020). En
las elecciones de 2020, el gasto global para las elecciones presidenciales, al
Congreso y al Senado fue de 14.000 millones de dólares (Schwartz, 2020). Además
de la competencia financiera, también existe una competencia
psicológica-tecnológica: las herramientas tecnológicas persuasivas basadas en
las redes sociales, la economía del comportamiento y el Big Data desempeñan
un enorme papel en la configuración de los procesos electorales. Al mismo
tiempo, estas herramientas son extremadamente caras, lo que contribuye a
garantizar que la política sea un juego casi exclusivo de los ricos. En 2015,
la riqueza media de los senadores estadounidenses superaba los 3 millones de
dólares (Kopf, 2018). Este es difícilmente un gobierno controlado y equilibrado
por el pueblo.
¿Estamos condenados a la guerra?
En 2014, Xi
Jinping, poco después de convertirse en el líder más importante de China, dijo
al entonces presidente de Estados Unidos, Obama, que «el amplio océano Pacífico
es lo suficientemente vasto como para abarcar tanto a China como a Estados
Unidos» (Embajada de la República Popular China en Estados Unidos, 2014).
Rechazando esta rama de olivo diplomática, la entonces secretaria de Estado
estadounidense, Hillary Clinton, se jactó en un discurso privado de que Estados
Unidos podría llamar al Pacífico «el mar americano» y amenazó con «rodear a
China con una defensa antimisiles» (Gallo, 2016).
En 2020, el
Center for Economics and Business Research (CEBR) del Reino Unido predijo que
China superaría a Estados Unidos para convertirse en la mayor economía del
mundo en 2028, un umbral que atormenta a la élite norteamericana. En los
últimos años, la política exterior y la opinión pública de EE. UU. se han
centrado en los preparativos para librar una guerra con el fin de contener a
China antes de que eso ocurra. La guerra por delegación en Ucrania puede verse
como un preludio de esta guerra. La movilización ideológica para preparar el
terreno ya está en marcha en Estados Unidos. Las ruedas del neofascismo están
girando y ha surgido una nueva era de macartismo. La llamada política
democrática es solo una fachada para el dominio de la élite burguesa, pero no
servirá como mecanismo de freno para la maquinaria de guerra.
En Estados
Unidos hay 140 millones de personas que trabajan y son pobres, y 17 millones de
niños y niñas padecen hambre, seis millones más que antes de la pandemia (Gupta
Barnes, 2019; Save the Children, 2021). Aunque una parte de esta clase expresa
su apoyo ideológico a la política belicista del país, este apoyo se contradice
directamente con sus intereses: el presupuesto militar de casi un billón de
dólares va en detrimento del financiamiento para garantizar la atención de
salud, la educación, la infraestructura y otros derechos humanos, así como la
lucha contra el cambio climático. Históricamente, los grupos progresistas de
Estados Unidos, como los movimientos negros y feministas, han tenido un fuerte
espíritu de lucha antimilitarista, y líderes como el Dr. Martin Luther King,
Jr. y Malcolm X lucharon valientemente para construir una ola de resistencia
interna a la agresión estadounidense en el sudeste asiático. Lamentablemente,
hoy en día algunos líderes progresistas de Estados Unidos (aunque no todos) no
han querido desafiar la campaña contra China de Washington o, peor aún, se han
convertido en partidarios de ella.
Hay importantes
voces morales en Estados Unidos que se manifiestan. Sin embargo, hay que
señalar que los pocos grupos progresistas que se oponen a una Nueva Guerra Fría
han sido vilipendiados por supuestamente justificar el genocidio en Xinjiang.
El sistema político estadounidense se esfuerza despiadadamente por marginar las
voces de este sector de la sociedad.
Aunque Estados
Unidos y sus aliados persiguen agresivamente la expansión militar global a
través de la OTAN, la gran mayoría del mundo no ve con buenos ojos sus acciones
bélicas. El 2 de marzo de 2022, la Asamblea General de la ONU celebró la
Undécima sesión especial de emergencia, y países que en conjunto constituyen
más de la mitad de la población mundial votaron en contra o se abstuvieron de
votar el proyecto de resolución titulado «Agresión contra Ucrania». Mientras
tanto, países que representan el 85% de la población mundial no han respaldado
las sanciones dirigidas por EE. UU. contra Rusia (No Cold War, 2022). Los
intentos de Washington de intensificar y prolongar la guerra y de forzar un
desacoplamiento entre Moscú y Beijing generará una dislocación económica
masiva, que provocará importantes reacciones negativas al gobierno de Estados
Unidos. Incluso países como India y Arabia Saudí están profundamente
preocupados por los excesos de Estados Unidos al congelar las reservas de
divisas rusas y reforzar la hegemonía del dólar. Del mismo modo, los
presidentes de México, Bolivia, Honduras, El Salvador y Guatemala no asistieron
a la Cumbre de las Américas organizada en Los Ángeles en junio de 2022, debido
a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La resistencia al dominio
estadounidense está creciendo en Latinoamérica. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que las plataformas internacionales como la ONU no son realmente capaces
de evitar que Estados Unidos emprenda guerras. Washington se niega a someterse a
nada que no sea su propio “orden internacional basado en normas”.
En Estados
Unidos, la administración Biden está brindando una gigantesca ayuda militar a
Ucrania para crear una guerra prolongada, con el fin de debilitar a Rusia al
máximo y provocar un cambio de régimen. También se está desviando del espíritu
de las tres declaraciones conjuntas chino-estadounidenses, desestabilizando el
estrecho de Taiwán de diversas maneras. Aunque EE. UU. tiene un gran poder
militar, su fuerza económica actual, aunque inmensa, está en un estado perpetuo
de declive y crisis.
Como muestra
John Ross en este estudio, la supremacía económica de Estados Unidos está
menguando y puede terminar ante el gigante económico chino. Además, junto con
sus aliados de la OTAN, se enfrenta a múltiples y profundas dificultades
económicas y ecológicas. La guerra impulsada por Estados Unidos agravará estos
problemas. Puede condenar a Europa a un crecimiento del PIB menor, posiblemente
negativo, junto con la inflación y un gasto militar mayor y socialmente inútil.
Estados Unidos ha abandonado de facto cualquier pretensión de una estrategia
seria para abordar el cambio climático, por no mencionar que su interminable
búsqueda de la guerra ha exacerbado la catástrofe climática. E, irónicamente, a
pesar del consenso político interno para la desvinculación económica, las
empresas estadounidenses siguen aumentando los pedidos a China: la
desvinculación sustancial sigue siendo una quimera.
Sin embargo,
Estados Unidos no solo se derrumbará económicamente; el afán de Washington por
la guerra, las sanciones y el desacoplamiento económico seguirá dañando su
propia economía y poniendo en peligro la cadena mundial de suministro de
alimentos. A su vez, se producirá una inestabilidad social mundial que debilitará
aún más la economía estadounidense y generará más desafíos a su dominio,
incluida una creciente oposición a la hegemonía del dólar.
La gobernanza
social relativamente estable de China, su fuerte defensa nacional, su
estrategia diplomática de paz y su resistencia a sucumbir ante el poder de
Estados Unidos pueden, como dijo el Consejero de Estado chino Yang Jiechi,
permitir que el país proceda «desde una posición de fuerza» y, finalmente,
obligue a Estados Unidos a abandonar la ilusión de que puede entrar en guerra
con China y ganar («China Says…», 19 de marzo de 2021).
Al Sur Global
le interesa que China siga siendo un Estado fuerte, socialista y soberano, y
que continúe promoviendo políticas alternativas para la gobernanza global, como
el concepto de «construir una comunidad con un futuro compartido para la
humanidad» y la Iniciativa de Desarrollo Global. Debe haber un compromiso
inmediato para revitalizar proyectos multilaterales viables del Sur Global,
como los BRICS y el Movimiento de los No Alineados, iniciativas en las que gran
parte del mundo comparte un interés común. La población mundial, cuya gran
mayoría se encuentra en el Sur Global, debe resistirse a la guerra y reclamar
la paz. Estados Unidos no es el primer imperio que se extralimita con su arrogancia
y prepotencia, y también él verá finalmente el fin de su poder.
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Notas:
[1] Este artículo ha sido adaptado. Originalmente
fue escrito para el público chino y publicado en Guancha, un sitio web de
noticias.
[2] Índice bursátil.
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