Personas ancianas en tiempos de COVID
DIARIO OCTUBRE/ 16.06.2020
Ana Muñoz.— El lenguaje es una expresión acabada de la ideología. Y la ideología
dominante nos ha ido cambiando las palabras para envolver y ocultar lo que el
sistema de dominación ha hecho con las personas ancianas. Desecharlas
socialmente, aparcarlas y amontonarlas mientras aún respiran para poder hacer
negocio. El proceso empezó hace años, cuando el capitalismo descubrió que
incluso de las personas que ya no podía explotar en el mercado laboral, podía
obtener un beneficio. Carne humana como nicho de mercado.
Así, los
centros ya no se denominan geriátricos, que es un lugar destinado al cuidado de
las personas ancianas que se alojan en él, desde el reconocimiento de que
dichas personas tienen necesidades específicas de cuidados y atención. Esa
denominación viene cargada de imágenes negativas y mejor se oculta la vejez,
ahora son residencias. Una acepción mucho más anodina, que se nos presentan
como una idílica casa donde residen personas de edades y condición similares.
De pacientes se pasa a usuarios, y de ahí a clientes y en última instancia a
ser “el o la” de la número tal o cual. Absoluta despersonalización y
deshumanización. Las idílicas residencias son un lucrativo negocio
que además va subiendo las tarifas conforme el “cliente” va teniendo cada vez más
necesidades de “paciente”. Hasta pagar exorbitadas sumas para que te dejen en
una silla de ruedas absolutamente dopado. El producto se mantiene con unos
mínimos vitales, aseadito o aseadita, para las visitas familiares y haciendo
caja mientras se pueda. Tampoco importa mucho pues la clientela está
garantizada, una población mayor de 65 años de 9.055.580. La demanda supera a
la oferta pues hay unas 372.985 camas y hasta se puede trampear excediendo la
ocupación permitida.
El negocio es
de lo más rentable, desde 2008 hasta 2018 creció un 10 % en sus beneficios y la
previsión para el 2020 era alcanzar los 4.850 millones. Pese a las huelgas y
reivindicaciones de algunas plantillas, denunciando sus condiciones
laborales precarias y la situación que vivían las personas residentes,
era preferible mirar para otro lado. No ver las deficiencias y la escasez de
personal ni los tiempos de atención insuficientes. Un servicio público en manos
privadas, exactamente de fondos buitre, lo que viene a ser una dolorosa ironía.
En esas condiciones
no extrañan las estadísticas aterradoras de muertes por covid en estos centros.
Más del 60 % de las personas fallecidas en este país estaban en un centro para
mayores. En Bélgica representan más de la mitad, en Italia el 40 % de los
casos, y en Suecia más del 90 % de los fallecidos por coronavirus tenían más de
70 años y aproximadamente la mitad vivía en geriátricos. En este último país no
hemos visto imágenes del horror y abandono de cadáveres, sino que optaron por
la inmunidad de rebaño. Parece muy civilizado, sin embargo esa opción ha
supuesto la eliminación deliberada de las personas ancianas, un cheque en
blanco para eliminar a la población más vulnerable. Es el sacrificio de las
personas vulnerables que ya defendió algún gobernador de EEUU y lo mismo que
defiende la patronal castellano-leonesa: que se mueran las personas mayores y
las vulnerables pero que se salve la tasa de ganancia.
La muerte
masiva de personas no ha sido la única realidad dura, tal vez la expresión más
violenta y atroz del capitalismo del descarte humano ha sido dejar morir a esas
personas en soledad y sin ningún tipo de asistencia. En una angustiosa agonía y
abandono. La documentación hecha pública acredita que ante las deficiencias del
sistema sanitario público, castigado por décadas de recortes y falta de
inversión, se practicó la selección y el triaje humano. Las órdenes fueron no
trasladar ancianos con síntomas de coronavirus de las residencias de mayores a
los centros sanitarios. Sacrifiquemos la carne humana que nos sobra, hay
suficiente alimento para continuar manteniendo la trituradora del capitalismo…,
o eso se creen.
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