PIERRE RIMBERT/SERGE HALIMI.
El tabú mediático se desmorona en Ucrania
Le Monde Diplomatique,
octubre 2023
INSURGENTE.ORG / 17.10.2023
Según
el diario The New York Times, Google ha
desarrollado un robot capaz de redactar artículos de prensa. No obstante, el
tratamiento mediático de la guerra de Ucrania demuestra que los editorialistas
son imbatibles en lo que a escritura automática se refiere. En Francia, por
ejemplo, una tríada belicosa formada por Le Monde, Le Figaro y Libération marca
la pauta y reproduce, a veces palabra por palabra, los mismos eslóganes: “Ceder
ante Putin supondría una derrota estratégica catastrófica para Occidente. […]
Los aliados de Kiev tendrán que acelerar el ritmo y la calidad del suministro
de armas”, proclama Le Figaro (10
de agosto de 2023). “Sí, es probable que esta guerra sea larga. La única manera
de acortarla es intensificando la asistencia militar a Ucrania”, confirma el
editorialista de Le Monde (18 de agosto de
2023). Hay que tener presente, insistía Serge July en Libération (14 de agosto de 2023), que “se trata
de una guerra en el corazón de Europa contra los regímenes autoritarios y
antidemocráticos que privilegian la fuerza y la tiranía”. France
Inter, LCI, BFM TV y la mayoría de los demás medios de
comunicación siguen el mismo guion.
Decididos
a plantar cara –pero a buena distancia de los combates–, los mariscales de la
información movilizan a expertos para respaldar sus análisis. Siempre son los
mismos, patrullando de una cadena a otra: Thomas Gomart, François Heisbourg,
Bruno Tertrais, Michel Duclos, etc. Pero Pierre Servent acapara el
protagonismo. “Editorialista político de TF1-LCI”, “asesor de defensa
de Le Parisien”, se merecería tener un catre para dormir
en los estudios de France Inter, dada la frecuencia con que lo llaman. Su
enfoque científico recuerda a veces a Tintín en el país de los
soviets. Acusó repetidamente a los rusos de haber saboteado su
propio oleoducto Nord Stream 2, pese a que tuvo que precisar: “Reconozco que no
tengo pruebas de ello” (LCI, 30 de octubre de 2022). Sin embargo, no hay
peligro de que pase por “conspiranoico”; la etiqueta está reservada para las
críticas al discurso dominante.
La
farándula pluralista estaría incompleta sin Isabelle Lasserre, periodista
de Le Figaro, también neoconservadora, muy apreciada en
France Inter y LCI. Y, sobre todo, sin Raphaël Glucksmann, eurodiputado
socialista cuyo último trabajo, La grande confrontation (entre
Rusia y las democracias liberales), fue elogiado por el conjunto de la prensa,
incluida por supuesto la tríada Le Figaro-Le Monde-Libération.
“No cedamos a la tentación de la capitulación”, arengó también en L’Express (24 de agosto de 2023). La portada del
semanario, elaborado “en colaboración con LCI”, ordenaba entonces:
“¡Resistir!”. El 16 de febrero se había confeccionado otro número especial
de L’Express “en colaboración con France Info”
titulado “Ucrania debe ganar”.
Pero ¿cómo “resistir” y
aún más “vencer” cuando los principales periódicos estadounidenses, incluso el
propio presidente Volodímir Zelensky, reconocen el estancamiento de la
contraofensiva ucraniana y la incapacidad de las sanciones occidentales para
destruir la economía y el Ejército rusos? Un público preparado desde el verano
de 2022 para los éxitos militares de Kiev gracias a los tanques y misiles
estadounidenses podría encontrarse desorientado. Para tranquilizarlo, existen
varias soluciones.
Primer
truco: cualquier mala noticia se acompaña de la promesa de una mejoría en el
futuro. El pasado 2 de agosto, The Wall Street Journal admitió
sombríamente que “la incapacidad de Occidente para quebrantar la economía rusa
se acompaña de un fracaso en el campo de batalla pese a una serie de entregas
de armas letales a Kiev y el apoyo económico a Ucrania”. El Fondo Monetario
Internacional (FMI) acababa de elevar sus previsiones de crecimiento para Rusia
al +1,5% en 2023, muy lejos del -50% prometido por la Casa Blanca en la
primavera de 2022. Sin embargo, gracias a una experta, el artículo podía
concluir con una nota tranquilizadora: “La economía rusa no es sostenible a
largo plazo. Recuerda a la era soviética y sabemos cómo terminó aquello”.
Setenta y dos horas antes, The New York Times recurría
a la misma economista: “Un día, podría derrumbarse como un castillo de naipes”
(31 de julio de 2023).
Mientras llega ese
nirvana, bastará con exigir un nuevo “paquete de sanciones” así como una
aceleración del suministro de armas, y con hacer pasar a los escépticos por
agentes del enemigo. Hace un año, en France Inter, Pierre Haski todavía podía
atrincherarse en la negación: “Los amigos de Moscú tratan de abrir un debate
sobre la eficacia de las sanciones contra Rusia” (6 de septiembre de 2022).
Pero, desde el mes de agosto, los grandes diarios franceses tienen que
reconocer el estancamiento de la contraofensiva del Ejército ucraniano, la
amplitud de sus pérdidas, el desmoronamiento del apoyo occidental, la falta de
perspectivas militares, ya que ahora la prensa estadounidense detalla todas
esas cuestiones diariamente.
El relato mediático de
una resistencia entusiasta, avisada, arrolladora, audaz, destinada al éxito, se
ha ensombrecido. Días después de la invasión rusa, la periodista de France 2
Maryse Burgot insistía en el informativo en el caso de “ese padre de familia
[que] nos propone oír a sus hijas cantar el himno ucraniano” (27 de febrero de
2022). El pasado 19 de septiembre, dedicaba más de cinco minutos a los miles de
ucranianos que tratan de “librarse del frente” cruzando ilegalmente la frontera
con Rumanía, y a los problemas de Kiev para movilizar tropas de refresco –un
ángulo hasta entonces reservado a los desertores rusos–. ¿Bastará el anuncio de
Zelensky de algunas victorias por venir para enderezar el rumbo?
Segundo
método para superar las frustraciones: maximizar lo que está en juego
insistiendo en que esa guerra es la nuestra. Sin embargo, la narrativa de “los
ucranianos que luchan por nuestros valores” adolece de un equívoco: ¿qué
valores? ¿Los del liberalismo-libertario de los Verdes alemanes o los del
conservadurismo autoritario de los dirigentes polacos? Periodista de Le Figaro y turiferaria de la campaña de Éric
Zemmour en 2022, Laure Mandeville respondió a su manera. Poco después de los
disturbios del pasado verano en los suburbios, comparó a los jóvenes franceses
en rebeldía, presentados como extranjeros, con los invasores rusos: “Estas dos
amenazas existenciales están estrechamente entrelazadas. Ya que en ambos casos
Europa se enfrenta a nuevos bárbaros que odian nuestra civilización y que están
dispuestos a pisotear todo principio para imponerse. […] En el pasado, la
negación del peligro condujo de igual modo a la catástrofe” (Le Figaro, 7 de julio de 2023). Mandeville admitió que
esa asociación insólita entre dos figuras sin otro punto en común que el de
encarnar (en su opinión) el mal le fue sugerida por el diplomático ucraniano
Olexander Scherba. No hay duda de que cuando Scherba se ha reunido con
periodistas socialistas o ecologistas ha preferido hacer hincapié en el sueño
europeo y la homofobia de los dirigentes rusos.
Tercera
artimaña: cuando el silencio sobre un error mediático se torna demasiado
pesado, la prensa francesa rectifica de tapadillo y en condicional las fake
news anunciadas con grandes titulares y en indicativo. El 6 de septiembre, las
redacciones imputan la explosión de un misil en el mercado de Kostiantynivka en
Ucrania (15 muertos) a “un ataque ruso” (1), en
conformidad con la explicación que enseguida da el presidente Zelensky. Pero,
esta vez, The New York Times (18 de
septiembre) se esfuerza en verificar la información. Su investigación “sugiere
en gran medida que la detonación catastrófica proviene de un misil de defensa
antiaérea ucraniano errante”. Sin entusiasmo, France Culture, que denunciaba
doce días antes “un ataque ruso”, admite que “en realidad podría tratarse de un
error del Ejército ucraniano” (19 de septiembre).
A
medida que entretejen el telón de fondo mediático del conflicto, estas
triquiñuelas dibujan un punto ciego cada vez más palmario: el del propio
tratamiento periodístico. En otro tiempo, a los directores editoriales les
bastaban unas semanas para analizar su propio trabajo. Había una pauta
establecida. Llevados por
una lucidez exclusivamente retrospectiva, estos deploraban los “deslices”
informativos detectados durante conflictos anteriores para declararse, en
cambio, muy satisfechos con la cobertura del conflicto en curso. En 1999,
mientras la OTAN bombardea Serbia para favorecer la independencia de
Kosovo, la prensa retransmite las afirmaciones, a menudo manipuladoras, del
portavoz de la Alianza Atlántica. Y los responsables editoriales se felicitan:
“Ahora sabemos tomar distancia. En relación con el portavoz de la OTAN,
vemos las cosas con perspectiva. Ponemos todo en duda, puesto que no se puede
probar nada” (LCI); “Escaldados por la guerra del Golfo, los medios de
comunicación franceses pueden citarse como ejemplo: se mantienen –respecto a
ambos bandos– al acecho de la desinformación” (Le Journal du dimanche);
“Los periodistas tienen mucho cuidado de no hacer ‘propaganda’ para un bando u
otro” (Charlie Hebdo); “Kosovo es un buen ejemplo de la
capacidad de los periodistas para aprender de los errores del pasado” (Télérama), etc. Sin embargo, seis meses después del fin
del conflicto, Le Monde admitirá que “para
defender su operación los dirigentes occidentales han comunicado cifras
aproximativas de víctimas, falsedades y barbaridades”. Lo que es
“barbaridades”, el diario vespertino había publicado unas cuantas, incluida una
monumental patraña de guerra, el “plan Potkova”, pseudoproyecto serbio de
limpieza étnica de Kosovo (2).
Con
el conflicto ucraniano, que dura desde hace más de 18 meses, la cuestión del
tratamiento mediático ya ni siquiera se plantea, salvo para “descubrir” la
realidad de la propaganda rusa. En 1999, el corresponsal de France Inter para
la OTAN en Bruselas confesaba con candor: “Creo que nunca fui
manipulado, o quizás me manipulaban tan bien que no me daba cuenta”. Esta vez,
los activistas confesos de la causa ucraniana, como Léa Salamé en los medios públicos
o Darius Rochebin en LCI, tienen como objetivo principal no informar, sino
movilizar a su audiencia al servicio de Kiev. El presidente Zelensky no ocultó
el hecho de que estaba tratando de “convencer” a los Gobiernos occidentales de
que incrementasen la ayuda a su país “presionándolos a través de los medios de
comunicación” (The Economist, 16 de septiembre).
Al menos, esa guerra ya la ha ganado.
Notas:
(1) Véase
Mathias Reymond, “Guerre en Ukraine: un missile et deux journalismes”, Acrimed,
20 de septiembre de 2023.
(2) Véase L’Opinion
ça se travaille…, Agone, Marsella, 2014
Pierre
Rimbert y Serge Halimi. Le Monde Diplomatique, octubre 2023
Serge Halimi es Consejero editorial del director de la
publicación. Director de Le Monde diplomatique entre
2008 y 2023.