sábado, 19 de septiembre de 2020

Ángel Petisme - El tranvía verde

Labordeta, Joaquín Carbonell y La Bullonera

Dice el fundamentalista católico Carlos Colón y fascista por añadidura del Diario de Sevilla (obsérvese que nada de ha dicho del cristianismo), que “la mezcla de carácter, circunstancia (familiares, sociales o históricas) pueden hacer de alguien un torturador, un maltratador o un racista” (Se le ha olvidado decir presidente del consejo de administración de un banco). Pero a esta afirmación de Carlos Colón se le podía añadir que esas misma circunstancias también pueden dar lugar a un pintor, agricultor, arquitecto, etc., o fascista como él, a pesar de que, como buen fascista, simplifica (No resume no. Simplifica) los hechos hasta tal punto que llega a provocar el vómito intelectual, y así, a pesar de reconocer que el mal tiene un origen determinado, que no se produce espontáneamente por que sí, a continuación se los atribuye a la maldad intrínseca del ser humano (Carlos Colón es un ser humano. Pero es más, Carlos Colón está hecho a imagen y semejanza de Dios, por tanto, tiene que tener algo de maldad, y como se sabe Dios es un ser infinito, y por ello, infinito es todo lo que posee, luego su maldad no puede ser sino infinita, y para sostener esta afirmación a las matemáticas me remito). La segunda característica del fascismo es la unilateralidad, o sea, el que no opine ni quiera lo que yo opino y quiero, dese aviso, por favor, al Cardenal Cisneros para que mechero en mano baje y le meta candela a fin de purificar su alma en las llamas. Y en este punto nos encontramos con Carlos Colón echándole las culpas al nazismo y comunismo como propagadores del mal. Nazismo y comunismo para él son conceptos idénticos, cuando en realidad se parecen tanto el uno al otro como parecido en común pudieran tener un barril de buen vino, que según y cómo puede llegar a matar, a un chícharo, que según y cómo también puede matar. En lo que respecta al nazismo, seguramente por considerarlo fuego amigo, Carlos Colón no entra nunca en su desmenuzamientos ni en su origen ni en el papel a favor del capitalismo que desempeña cuando este no obtiene la tasa de ganancia que necesita para los capitales invertidos ni en las distintas formas que puede presentar, como hoy representa VOX (También Hitler como capataz de los grandes capitales alcanzó el poder democráticamente, no se olvide este aspecto, por favor), en cambio con lo que para él significa comunista tabla rasa, no hay tasa, y tanto le da Stalin, Lenin, Marx, Pablo Iglesias, Alberto Garzón o el chico de la Portera, y como para él no existe el rigor histórico o intelectual y ni siquiera la honradez personal para cuantas mentiras o calumnias se puedan utilizar contra el “comunismo”, nos da carta blanca para apandillarlo como queramos, siempre y cuando sirva para engañar y envenenar a la opinión pública, por lo que yo si hay que apellidar todo lo que sirva para el engaño, envenenamiento social y enfrentamiento personal en la sociedad, lo apellido con el nombre de Carlos Colón, del Diario de Sevilla, que le sirve de soporte.

 

Los rostros del mal entre nosotros

Racismo, crueldad y abuso de los más débiles viven entre nosotros, al acecho, buscando su ocasión

 


Carlos Colón

Diario de Sevilla

19 Septiembre, 2020


Las imágenes de la residencia de ancianos DomusVi de Liria recuerdan las de un campo de concentración. Delgados hasta lo esquelético, tirados en el suelo, comiendo en la mesa el alimento derramado, abandonados a sí mismos, sucios, atados y desnudos… Un infierno. Lo desvelado por los informativos de Tele 5 demuestra -si hiciera falta- hasta dónde puede llegar la maldad humana. ¿Un caso aislado? Hace tres semanas se divulgó un vídeo en el que dos jóvenes trabajadoras en prácticas de un centro de mayores de Tarrasa maltrataban a una anciana al darle de comer ("Abre la puta boca, vieja cascarrabias").

Las imágenes de las tres menores de edad insultando en el Metro de Madrid a una pareja de sudamericanos recuerdan las de los camisas pardas agrediendo a los judíos en el Berlín de 1933 y 1934. Les escupieron e insultaron ("Panchito de mierda", "eres producto de un condón roto", "como en la selva no tienen condones"). Pese a tener sólo 15 y 16 años sabían lo que hacían. Una de ellas colgó después en Instagram: "Lo que dije en el Metro es mi puta opinión y no me la vais a quitar porque lo sigo opinando y este es mi país… estoy en mi país". A quienes la acusaron de racista respondió: "Lo soy, mucho".

La mezcla de carácter y circunstancias (familiares, sociales o históricas) puede hacer de alguien un torturador, un maltratador o un racista. Pero la fuente es sólo una: la maldad inherente a la condición humana. Los totalitarismos le permiten multiplicarse y actuar con la impunidad y los medios que el Estado les garantiza y ofrece. Fascismo, nazismo y comunismo (pónganle el apellido que sea más de su gusto: leninista, estalinista, maoísta, jemer) permitieron en el siglo XX que este mal se desplegara causando millones de víctimas. Pero no debe olvidarse que preexiste, como parte de la naturaleza humana, a los regímenes y las circunstancias que lo alientan como programa, lo practican como política de estado y lo inculcan a las nuevas generaciones. Ni debe olvidarse que vive en nuestras democracias, entre nosotros, buscando su ocasión. Hay aspirantes a Ilse Koch -la perra de Buchenwald-, Franz Murer -el carnicero de Vilnius- o Laurenti Beria -el perro y carnicero de Stalin- que no hacen más daño porque no han encontrado el marco político que les permita desplegar su capacidad para el mal. Y lo hacen dónde y en la medida que pueden: en una residencia de ancianos o en el Metro de Madrid.

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Y mientras más tardemos los trabajadores en empezar a reunirnos para ver cómo se come eso que en una sociedad rica creada por el trabajo sean precisamente los trabajadores los que menos disfrutan de la riqueza creada, más penuria y miserias tendremos que pasar, al tiempo que crecen las grandes fortunas a costa de empeorar las condiciones de vida de los trabajadores, porque la Nueva normalidad, y mis cojones treinta y tres (o treinta y cuatro, que lo digo a ojo), inaugura el empeoramientos generalizado y más profundo de cada vez más gente. Y ahora un acertijo que viene muy a cuento: oro parece plátano es, el que no lo acierte, pues eso, que no lo quiere acertar. Qué quiere usted que le haga yo.

 

Los trabajadores y trabajadoras necesitan la renta básica



Por Fernando Luengo 

KAOS EN LA RED

Publicado el Sep 17, 2020

 El desempleo real, en el Estado español y en el resto de países europeos, ya era muy elevado antes de la irrupción de la pandemia. Están realmente desempleados los que buscan activamente un trabajo y esta registrados en las estadísticas oficiales; pero también los que, desanimados, han desaparecido de esos registros y tratan de sobrevivir en la economía sumergida o directamente ya no buscan un empleo y pasan a depender de las insuficientes redes de protección social; los que quieren trabajar a tiempo completo pero sólo consiguen contratos a tiempo parcial. Sumando estas categorías, las estadísticas oficiales de desempleo, que ya son muy elevadas, se duplican.

No estoy hablando del COVID-19, que supone un agravamiento de esta situación, ni de episodios excepcionales de crisis, sino del capitalismo, de Europa, del crecimiento… me estoy refiriendo, por lo tanto, a la estructura, no a la coyuntura. Dejemos las cosas claras: el sistema no genera suficientes puestos de trabajo para dar ocupación a las personas que quisieran tener uno. Existe un desequilibrio permanente entre oferta y demanda; la dinámica económica, incluso en situaciones de “normalidad”, genera exclusión.

Y con los salarios ocurre lo mismo. Se ha convertido en un mantra del pensamiento conservador y en una práctica habitual de los gobiernos exigir moderación salarial; moderación que, en la práctica, ha llevado a que las retribuciones de la mayoría de los trabajadores se estanquen o retrocedan. Asimismo, no ha dejado de aumentar el número de empleos cuyos salarios se sitúan cerca o por debajo de los umbrales de pobreza. Del mismo modo que, con carácter general, lo ha hecho la explotación de los trabajadores, a través de la exigencia de horas extraordinarias, pagadas y no pagadas, la intensificación de los ritmos laborales o la reconfiguración de los horarios. Tener un empleo no garantiza unas condiciones de vida dignas, ni siquiera salir de la pobreza. Y esto no nace con la pandemia, aunque, la situación empeora notablemente con la misma. De nuevo estamos mirando a la normalidad capitalista, la misma que los poderes económicos y políticos reivindican.

Los comentarios anteriores hacen referencia al denominado “mercado laboral”, donde se compra y se vende la capacidad de trabajo de la población a cambio de una retribución. Esta categoría, muy restrictiva, ignora toda la enorme cantidad de trabajo, más cantidad de horas que el trabajo reglado en los espacios mercantiles, realizado en su mayor parte por mujeres, no retribuido, con excepción del llevado a cabo por trabajadoras, inmigrantes sobre todo, bajo el rubro genérico de servicio doméstico. El capitalismo necesita este inmenso ejército de reserva, porque ofrece servicios imprescindibles para el funcionamiento del sistema y porque contribuye a mantener bajos los salarios. Este trabajo, invisibilizado y gratuito, es una exigencia de la reproducción capitalista.

De modo que, resumiendo, el capitalismo no crea empleo suficiente, empuja los salarios a la baja y precisa que una gran cantidad de trabajo se ofrezca gratuitamente. Por supuesto, estos rasgos están más acentuados en los momentos de recesión, y en la actualidad mucho más, pero también son perfectamente visibles, para quien los quiera ver, en períodos de auge.

Si se da por bueno este diagnóstico y se extraen las conclusiones del mismo, las recetas que se sintetizan en “más crecimiento”, verdadero icono de la mayor parte de los partidos, a izquierda y derecha, no son la solución. Sólo ofrecen alternativas las políticas orientadas a hacer visible y reconocer lo que el sistema hace invisible y desprecia, fortalecer el sector social público, repartir tiempos, ingresos y recursos y empoderar a los trabajadores.

Es en este contexto donde adquiere toda su importancia la aplicación de una Renta Básica Universal e Incondicional (RBUI), entendida como complemento de esas políticas, no como alternativa o sustituto de las mismas. La idea central que da todo su sentido a esta iniciativa es que el mercado abandonado a su lógica, que es la de los poderosos, la de la expropiación de renta de la población y de recursos de la naturaleza, no está en condiciones de crear suficiente empleo decente ni de dignificar y remunerar el trabajo reproductivo.

La RBUI, además de asegurar un ingreso suficiente para vivir a la ciudadanía, que agradecerían muy especialmente los colectivos más vulnerables, generaría derechos para las personas trabajadoras, las que están dentro y fuera del mercado, contribuyendo a cambiar en su beneficio la actual correlación de fuerzas, que ahora es claramente favorable a los intereses del capital.

 La Marea

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