domingo, 20 de enero de 2013

EL ESPAÑOLISMO UNA TRAMPA MORTAL PARA LA IZQUIERDA





 por Pedro Antonio Honrubia Hurtado 
kaosenlared.net
Sábado, 19 de Enero de 2013 

El españolismo una trampa mortal para la izquierda Harto y cansado acaba uno de los discursos seudoizquierdistas que pretenden revestir de crítica al nacionalismo lo que en esencia no es más que una defensa a ultranza de la única nación que reconocen como válida y con derecho a decidir: España. 

Son dogmáticos, antimarxistas, antidialécticos. Se quedaron en el siglo XIX y de ahí no pasan. Abordan sus análisis de la cuestión nacional con una sobradez y unas ganas de dar lecciones que desafía toda lógica discursiva. Abusan de su concepción preconcebida del nacionalismo y la convierten en una verdad de validez universal. Pero no nos engañan.

De entrada, cometen exactamente el mismo error que dicen criticar. Asumen una visión única de la realidad y canalizan a través de ella todo su discurso. No admiten luchas entre contrarios ni análisis de lo concreto. Simplemente equiparan en un mismo marco de actuación, de pensamiento y de acción a todo aquello cuanto huela a nacionalismo. En su delirio, equiparan el patriotismo del obrero con consciencia nacional y de clase con el patriotismo de la burguesía. A Chávez con Capriles, a Fidel con Gloria Estefan. Al nacionalismo del PNV con el de la Izquierda abertzale, al de CiU con el de las CUP, al del Partido Andalucista con el del SAT. Para ellos, todos son lo mismo.

Dicen no entender que se quieran construir nuevos estados, pero acaban remitiendo al estado español como marco de acción para la lucha revolucionaria, como único ámbito posible para poder entender la lucha del obrero, organizado, como lucha de clases dentro del estado español. Federalistas, se dicen. 

Las luchas de liberación nacional son para ellos válidas en Argelia, Palestina o el Congo, pero se convierten en nacionalismo burgués si se mueven dentro de los ámbitos del estado español. Si Cuba o Venezuela abrazan su bandera nacional para defenderse del imperialismo, para combatir al capitalismo internacional, son ejemplo para la izquierda, pero si se hace desde Catalunya, Euskal Herria, Galiza, Canarias o Andalucía pasa automáticamente a ser todo lo contrario: ejemplo de lo que no debe ser la izquierda. Porque ellos lo valen. 

Tejen complejos discursos sobre la naturaleza humana y remiten al internacionalismo proletario como justificador de todos sus planteamientos. Como si el internacionalismo, aquello de la unidad de todos los proletarios del mundo, anulara el hecho de poder tomar un determinado territorio nacional, aunque no estuviese reconocido como estado, como marco de lucha. Como si por sentirse miembro de una determinada nación le impidiese a uno luchar, dentro de ella, contra las imposiciones de la burguesía, nacional e internacional, en dicho territorio. Como si no se pudiese a una misma vez levantar la bandera nacional y atacar con ella a la burguesía patria.

Sus análisis son genéricos, todo lo contrario de lo que debe ser un correcto análisis marxista, que debe ir, antes que nada, a lo concreto, sin asumir prejuicios previos que puedan condicionar la forma de acercar el materialismo dialéctico a la realidad concreta de una determinado pueblo y su lucha por la liberación nacional, con la consecuente lucha de clases que, también a nivel interno, ello implica. Otorgan, porque sí, el liderazgo de tales procesos a la burguesía y arrebatan a la clases trabajadoras toda capacidad de liderar y hacer suyo el movimiento, sin más justificación que sus propios prejuicios antinacionalistas, su propio españolismo. 

Dicen reconocer el derecho a decidir de los pueblos, pero se oponen a que tales pueblos puedan ejercer, de facto, tal derecho, no solo mediante las urnas, sino en el día a día de la lucha de clases, en las movilizaciones populares y los conflictos sociales y políticos del momento. Abordan la cuestión nacional, en definitiva, sobre sus propios marcos mentales y no sobre la realidad social.

Los obreros del mundo deben caminar todos juntos de la mano, defender un mismo proyecto de sociedad y un mismo modelo de mundo. Pero eso no será posible hasta que cada pueblo, cada nación, tenga capacidad para decidir libremente su futuro. Nunca será posible unir donde lo que se pretende es otorgar a unos pueblos más derechos que a otros. Donde lo que se quiere es anular los movimientos populares que alzan banderas nacionalistas mediante la imposición de una bandera estatal en nombre de una supuesta lucha de clases colectiva que ni es igual ni se da de la misma manera en cada territorio. No por casualidad hoy en día las filas de la izquierda nacionalista en Catalunya o Euskal Herria está repleta de hijos de emigrantes de otras partes del estado, ni la burguesía andaluza es principalmente de ascendencia no andaluza. Pero ellos no lo entienden. 

Si la unidad proletaria es eso: que yo tenga que renunciar a luchar por defender los derechos nacionales de Andalucía, bajo un proyecto socialista y revolucionario, en nombre de una supuesta unidad de la clase trabajadora en el marco global del estado español, conmigo que no cuenten. En lo concreto, España es el rostro que para Andalucía asume el imperialismo y el capitalismo. Nunca renunciaré a levantar mi bandera blanca y verde en contra de esa España. Porque sin salir de ella, Andalucía no tiene futuro y aquí solo gana la burguesía. Si quieren unidad, que respeten nuestros derechos a sentirnos parte de la tierra que nos vio nacer y a defenderla desde lo concreto de la realidad de nuestra tierra. Si no lo aceptan, no son nuestros aliados de clase, son nuestros enemigos. 

Aliados de clase son quienes no miran qué bandera levantas, sino el proyecto de sociedad que defiendes, la ideología que te acompaña y, sobre todo, los enemigos a los que, con tu nacionalismo, combates. Y con la nuestra estamos hartos de darle en la cabeza a la Duquesa de Alba, esa española. Como a la burguesía andaluza y a todo lo que huela a capitalismo en Andalucía, empezando, claro, por las diversas formas de España, monárquicas o republicanas, que nos ha tocado sufrir durante estos últimos cinco siglos de historia. A la de la conquista de Granada y a la de Casas Viejas. A la de los Reyes Católicos y a la de Azaña. Nunca ninguna quiso liberar a Andalucía del capitalismo. Todo lo contrario. Todas ellas nos condenaron, en sus proyectos estatales, a ser colonia del imperialismo.

Nuestros aliados de clase están en la ocupación de Somonte, como lo estaban en las ocupaciones de tierras en la República, se hicieran o no se hicieran con una bandera andaluza. Nuestros aliados de clases marchan por las carreteras reivindicando soberanía y acabar con la explotación del hombre por el hombre, incluso cuando, aceptando que alcemos nuestras banderas, llevan su bandera republicana o su roja y negra anarquista. Esos son nuestros aliados de clase. Los que pretenden decirnos cómo debemos sentirnos, qué banderas debemos o no debemos alzar, los que se atreven a darnos lecciones y nos tratan como si solo ellos conocieran la verdad, esos, por supuesto, no son nuestros aliados de clase, son cómplices del españolismo, son, por ende, nuestros enemigos. 

Dejen ya de revestir su españolismo de marxismo, que ya los tenemos muy calados. 

*++