sábado, 24 de abril de 2021

CaixaBank; un ERE a lo bestia con aval del Estado. [Oh, Señor, Dios nuestro Dinero que estás en los cielos por mares y tierras, paraísos fiscales, sindicatos y tal. O sea, que más o menos eres como el jueves que siempre estás en la mitad del camino dando más “polculo” que un palo de punta, para que me entiendas, porque a ver si vamos a empezar mal por no saber Tú ni donde estas. Tú a estos que forman el corral de ovejas/ovejos de tu pueblo ni caso, que como les hagas caso te van a marear. Tú dejáme a mí con que yo a estos me los manejo. En aquél tiempo, los ciegos que no tenían pies para ver, veían; los cojos que no tenían orejas para andar, veían; los más tontos, pero tontos, tontos, tontos, de cuyos todos los tontos el más tonto de entre todos los tontos en un visto y no visto, y con los ojos cerrados, que ahí está el milagro de nuestro Señor, te hacia un reloj de un cacho de palo seco con una exactitud que te dejaba lelo de la exactitud que tenía, macho, también veía (¡para que os vayáis jodiendo!). A ver como os lo puedo explicar para que me entendáis… O sea, que veían todos, menos, los trabajadores que eran los que verdaderamente tenían que ver, hosanna en el cielo. Oye, que esto cansa, que no sigo más. Poneos de pie para recibir la bendición, que si no va a parecer que no hemos hecho nada: En el nombre de Esto, lo Otro y lo demás Allá –que no son ganas de enredar que la cosa es seria: lo de Esto por el Padre; lo de lo Otro por el Hijo y los de más Allá por el Espíritu Santo, que como las hijas de Elena la cosa va de tres en tres, que para menos no vale la pena ponerse, que no estamos tampoco para ir perdiendo el tiempo así como así- la bendición de Nuestro Señor Dios el Dinero caiga sobre vuestros bolsillos. Id en paz. No se me os apelotonéis al salir y el último que cierre la puerta, que no me fío de vosotros ni un pelo. ¡Venga, ligerito!, que hay cosas que hacer]

 

CaixaBank; un ERE a lo bestia con aval del Estado


Por Rafael Cid Publicado el 23 Abr, 2021

Es lo que tiene sembrar el precedente. Lo que mal empieza suele seguir de aquella manera. Hace unos días, con ocasión del noventa aniversario del 14 de abril de 1931, hemos visto reivindicar el legado de la Segunda República a la misma izquierda de la revolución pendiente que en la transición abrazó la monarquía franquista y vetó que los partidos republicanos pudieran participar en las primeras elecciones democráticas. Braguetazo político que los implicados excusan amparándose en el <<ceteris paribus>> (si lo demás no varía) con que se solventan los continuos vaivenes de la economía realmente existente.

Y sin embargo, se mueve. Ahora en el terreno del empleo y las grandes corporaciones financieras, la misma rúbrica que está en el origen de la crisis del 2008, aquella que trajo el austericidio de arriba-abajo. Entonces la consigna era que los grandes no podían caer porque nos aplastarían a los que estábamos a su reclamo. De tal guisa el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, siguiendo el dictum de Bruselas, salvó a los grandes de la banca privada y liquidó las semipúblicas cajas de ahorro, dejando ese mercado excedente a sus privilegiados competidores. El rescate fue especialmente oneroso para las arcas públicas en lo referente al caso de Bankia. Estaban en peligro muchos empleos y el dinero de los ahorradores, fue el argumento diana utilizado por las autoridades para justificar la operación Arca de Noé, que sacrificaba a los más (las cajas en general) en provecho de los menos (la antigua CajaMadrid y demás ases de la baraja).

Pero no hay mal que por bien no venga. La inversión realizada para mantener a flote la entidad significaba en la práctica su nacionalización. El multimillonario manguerazo de dinero de todos se traducía en control accionarial de Bankia por el Estado, con lo que tanto usuarios como trabajadores quedaban protegidos. Hasta que llegó la opa de La Caixa, con la consiguiente dilución de esa participación en el conjunto de la corporación nacida de la fusión. El 60% del Estado en la antigua Bankia se reducía al 16% en CaixaBank. Así y todo, una cifra determinante en cualquier negocio cuando queda en manos de un solo propietario (la familia Botín controla el Santander con un paquete del entorno del 5%). Pero verdes las han segado.

En plena segunda crisis pandémica, económica y social, la noticia bomba es que CaixaBank va a poner en marcha el mayor despido colectivo de la historia. Alrededor de 8.500 trabajadores comprometidos y 1.534 sucursales cerradas con el aval del Estado y para mayor obsolescencia de la España vaciada. Todo ello con la aquiescencia del Gobierno de coalición de izquierda progresista que tutela la parte del león accionarial, y unas cifras de paro que duplican la media de la Unión Europea (UE) y nos sitúan como líderes absolutos en desocupación juvenil con un 41% en la cohorte de edad comprendida entre 18 y 25 años. Hemos pasado de la cruzada de los ERTE como escudo social (3 de cada 4 euros son dinero público) a la magnificencia de una masiva destrucción de empleo a manos de los promotores de aquella Gran Depresión de hace una década que aún colea. Porque vista la atonía general, ya son varias las entidades financieras (Santander, BBVA, etc.) que se han apuntado en la ventanilla de los ERE sobrevenidos.

Este panorama, vista la valoración que se ha hecho desde el Ejecutivo y la patronal bancaria, nos devuelve al viejo esquema de <<socializar las pérdidas y privatizar las ganancias>> de triste recuerdo. Por un lado, la ministra de Economía, Nadia Calviño, que el pasado nueve de octubre afirmaba su fidelidad a la tesis de la <<destrucción creadora>> de Schumpeter, exponía: <<el gobierno maximizará el valor de la participación estatal de Bankia en la fusión con CaixaBank>>. Y de otro, lo dicho por el presidente de la AEB (Asociación Española de Banca), José María Roldán, quien tras justificar los <<ajustes de plantilla>> en curso por la necesidad de adaptarse a la nuevas tecnologías, decía que se trataba de <<adaptar los cambios a las demandas de los clientes>>. Y por encima de todo está la base legal que permite el tremendo descalabro laboral. La contrarreforma laboral de 2010 (Real Decreto-Ley de 16 de junio), de la que nadie ahora quiere hablar porque lleva la firma del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. La que permite despidos a mansalva por <<cuestiones productivas y organizativas>> aunque las empresas tengan abultados beneficios en sus últimos ejercicios. Por cierto, la actual ministra de Trabajo y flamante vicepresidenta tercera del Gobierno, Yolanda Díaz, no sabe ni contesta al respecto. Y nadie en los mítines a que asiste en Madrid para apoyar a Pablo Iglesias ha osado preguntarle cómo casa el que <<nadie se queda atrás>> con la sarracina que preparan los junkers de la banca.

Pero si faltara algo para completar la monumental pifia, ahí están los <<sindicatos representativos>> del régimen del 78. Más atentos a la oportunidad de negocio que se les ofrece como gestores de los ERE (remember Andalucía) en marcha que al estropicio social que causan. Porque los despidos, dicen sus mentores, se harán de forma pactada. Ergo, la paz social está asegurada. Aunque nadie en CCOO y UGT, siguiendo el <<nihil obstat>> de la ministra Díaz, haya exigido al menos la contrapartida de una alta cuota de trabajadores reemplazados (compensar salidas con parados) en ese descomunal ERE con aval del Estado.

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España e Italia. La ofensiva de las oligarquías


Carlo Formenti escribe sobre el último libro de Manolo Monereo, ‘Oligarquía o democracia. España, nuestro futuro’ y señala los paralelismos existentes, aunque con desfases temporales, entre la situación italiana y la española.

España e Italia. La ofensiva de las oligarquías


 

Carlo Formenti

El Viejo Topo

24 abril, 2021 

La conversación y el debate con Manolo Monereo, exdirigente del Partido Comunista Español e Izquierda Unida, exdiputado de Podemos y una de las mentes más lúcidas de la izquierda ibérica, y más allá, han sido factores de enriquecimiento cultural y humano para mí en estos años de crisis global. Por ello, con mucho gusto voy a escribir sobre su último libro Oligarquía o democracia. España, nuestro futuro[1], la editorial es El Viejo Topo, a quién les agradezco haber publicado las ediciones españolas de dos de mis obras recientes.[2] Se trata de una antología de cuerpo entero –más de 400 páginas–, que recoge unos cincuenta artículos –a en los que colaboraron Javier Aguilera, Julio Anguita, Héctor Illueca y Stuart Medina, así como Miguel Riera que firma el prólogo–, publicados entre la primavera de 2017 y finales de 2020 en las revistas El Viejo Topo y Cuartopoder.  

En esta reseña me centraré en los escritos publicados en los dos periodos que van, respectivamente, desde otoño de 2018 hasta el de 2019 y desde principios hasta finales de 2020, eligiendo, entre los diversos temas tratados, los que más se prestan a destacar la rápida evolución del marco político español y sus analogías con el italiano.  A continuación, me inspiraré en las reflexiones de Monereo para volver a plantear algunos de los juicios que formulé en mi anterior post, dedicado al libro de Francesco Campolongo y Loris Caruso sobre Podemos y el populismo de izquierdas[3] juicios que a algunos amigos españoles pueden haberles parecido demasiado duros, en la medida en que reflejan mi convicción de que la situación italiana –en la que acaba de cumplirse el proceso de liquidación de los últimos restos del sistema democrático– anticipa el resultado de la española, ya que también hay una falta de proyecto político que pueda imponer una solución alternativa).

En el primer período examinado por Monereo, las situaciones de los dos países presentan un claro paralelismo, aunque asociado a una especie de desfase temporal. Si en España el «momento populista”[4] encontró en Podemos una expresión política de la izquierda, pero fallando en «el asalto a los cielos», en Italia hubo dos expresiones, una de la derecha, La Lega[5], y la otra moderadamente progresista, el Movimento 5 Stelle (M5S)[6], que, tras las elecciones de 2018, se aliaron inesperadamente dando vida al primer gobierno de Conte[7]. Al mismo tiempo, también en Italia, aunque con dificultad y contradictoriamente, nació una heterogénea área de «soberanista de izquierdas»,  que, aunque no apoyaba al gobierno, apreciaba alguna de sus tímidas aperturas a las necesidades de las clases subalternas, pero sobre todo trataba de aprovechar su proclamada –aunque nunca se tradujo en acción política– desconfianza hacia la Unión Europea liderada por Alemania, para alimentar la conciencia popular sobre su papel como baluarte de los intereses del capitalismo financiero global, diseñado para destruir los resultados de décadas de luchas proletarias y neutralizar los principios constitucionales que los hicieron posibles.

En este periodo Monereo mira con simpatía, primero la puesta en marcha del Manifiesto por la Soberanía Constitucional[8] y luego, tras el fracaso del proceso de formación de una nueva fuerza política que debía inspirar, a las otras iniciativas de ese ámbito político cultural, entre ellas la puesta en marcha de la asociación Nueva Dirección y las tesis[9] que acompañaron su nacimiento. Ante las reacciones negativas que estos acontecimientos suscitan tanto en Italia como en España, con las acusaciones de «rojipardismo» dirigidas a los protagonistas, Monereo responde en algunos artículos denunciando «la dictadura de la corrección política», en la que no se limita a criticar el dogmatismo ideológico de una izquierda sorda a los intereses concretos de las masas populares, golpeados por las políticas económicas impuestas por la UE, sino que señala con el dedo la propuesta de construir un «frente antifascista europeo» que circula en los círculos de la vieja y nueva izquierda: luchar contra el populismo de derechas sin remediar las circunstancias que lo generaron, escribe, significa romper las ya débiles relaciones con las clases trabajadoras. Defender a la UE contra la «barbarie populista» significa aceptar plenamente la regresión del constitucionalismo social, desde las democracias avanzadas resultantes de décadas de conflictos de clases, hasta una democracia liberal que es funcional para el mercado. Este proyecto se alimenta de un miedo que, tanto el PSOE de Pedro Sánchez en España, como el Partito Democratico (PD)[10] en Italia, logran alimentar y explotar, contando con el apoyo de la presión de Bruselas y de una formidable campaña mediática, hasta que determinan, en Italia, la caída del primer gobierno de Conte y el nacimiento del segundo basado en la alianza entre el PD y el M5S  y,  en España, la formación del gobierno de Sánchez en coalición con Podemos que acepta un papel subordinado, que Sánchez ve facilitada por la presencia de una derecha radical abiertamente neofranquista.

Monereo entiende que Podemos está a punto de caer en la trampa, explica por qué existe tal riesgo y trata en vano de plantear argumentos para intentar evitarlo. El verdadero problema, escribe, es que el impulso del cambio del 15M se ha agotado y con él, la posibilidad de llegar, como se imaginaba en la fase ascendente de los movimientos, a un nuevo proceso constituyente capaz de reintegrar los derechos sociales destruidos por la revolución liberal y, al mismo tiempo, ofrecer una solución a la cuestión catalana. El punto es entender “cómo ser revolucionario en condiciones histórico-sociales no revolucionarias”. La respuesta es de Gramsci: “pasar de la guerra del movimiento a la guerra de posiciones” ¿Qué significa eso? Construyendo identidad, raíces sociales, alianzas, formando cuadros, trabajando en la definición de un proyecto alternativo de país. En una palabra: tiempo, esfuerzo y sacrificio. No será el camino elegido por Podemos y Monereo se pregunta con amargura si no fue precisamente para evitar tomarlo la razón por la que se decidió perseguir la opción de ir al gobierno con el PSOE.

Gobernar o no, dice, nunca es una cuestión de principios, depende de los programas, del equilibrio de poder y de la interpretación de la situación histórica. El programa de Podemos ciertamente no es revolucionario, es similar al de la socialdemocracia radical[11], pero lamentablemente ningún reformismo, débil o fuerte, es posible en los países de la UE; de ello se deduce que para ser coherente con su programa, Podemos debería comprometerse a cambiar las relaciones entre España y la UE. Sin embargo, en las campañas electorales se guarda silencio sobre la UE o sólo se habla para tranquilizar a los votantes sobre su, aunque crítico, europeísmo. Por otra parte, Podemos no es capaz de asumir tareas tan exigentes porque, habiendo perdido la base social y las raíces en el territorio, ha dejado de ser un actor principal, un protagonista capaz de organizar a su alrededor el cambio político de España y, además, está viviendo una crisis organizativa, dado que la vida interna del partido se ha reducido “a la aprobación online de programas y listas electorales”, lo que confirma su homología «estructural» con el M5S, pero de esto trataremos más tarde. Además, se enfrenta a un PSOE que sólo puede lograr la hegemonía en el sistema político reduciendo el peso electoral y social de Podemos. Entonces Iglesias, ¿qué se inventa? Realiza una campaña electoral para gobernar con un socio que se resiste y que lo hace todo –hasta el punto de hacer un guiño a la derecha de Ciudadanos– para que se achicharre. Así describe Monereo, irónicamente, esta actitud: “como no confiamos en el PSOE, gobernamos con él”.

En este punto, hay que hacer un par puntualizaciones. La primera se refiere a la admiración de Monereo por la “brillantez”, juicio que repite varias veces, de la campaña electoral de Iglesias, que logra convencer a los aliados y parte de su electorado de que la propuesta de ir al Gobierno con Sánchez es “una reivindicación democrática y anti oligárquica”. No sé si la admiración es el resultado de la amistad que une a Monereo con Iglesias, a pesar de las diferencias políticas, o si se deriva del hecho de que ese invento comunicativo realmente logró frenar la sangría de votos, lo que finalmente obligó a Sánchez a aceptar la alianza. Personalmente sigo pensando –como escribí en la revisión de la obra de Campolongo y Caruso–, que el talento comunicativo de Iglesias ha afectado negativamente, más que positivamente, a la evolución de su partido.

En cualquier caso, para lograr el objetivo de ir al gobierno, el programa se reduce a modestas garantías sobre políticas laborales, renunciando a cualquier veleidad sobre reivindicaciones frente la UE, la posición internacional de España o la cuestión nacional –independencia catalana—, que se delega a la gestión del PSOE. El segundo punto tiene que ver con lo que podríamos llamar una especie de quiasma o especularidad al revés, entre las relaciones PSOE-Podemos y PD-M5S: mientras Podemos ha hecho todo lo posible para arrebatarle al PSOE una alianza en la que ocupa una posición subordinada, el PD, aunque partiendo de una coherencia electoral mucho menor que la del M5S, ha tenido éxito, aprovechando la crisis del primer gobierno de Conte, anulando realmente –si no numéricamente– el equilibrio de poder, “reseteando” el programa de los “grillinos” en base a sus propios objetivos.

Concluiré esta revisión de los escritos del primer período citando un artículo sobre temas geopolíticos.  Comentando la guerra comercial entre Huawei y Google, Monereo destaca su significado puramente político: las empresas multinacionales, escribe, siempre tienen detrás de ellos un Estado Nación al que se someten cuando sea necesario y, es por eso, que la disputa en cuestión debe interpretarse como un episodio en la lucha por la hegemonía entre Estados Unidos y China, que tiene como apuesta la redefinición de la distribución del poder en el sistema mundial. Estados Unidos, añade, debe organizar una coalición de Estados con el objetivo de evitar que China se convierta en la principal potencia económica, política y militar en un mundo en transición. En esta guerra, Estados Unidos no distingue entre el comercio mundial, la innovación tecnológica y el poder bélico. Y es precisamente por esta razón, añado, que delegar la gestión de la política exterior española al atlantismo del PSOE es responsabilidad muy grave de Podemos, con efectos comparables al viraje de la política exterior italiana asociado a la transición del primer al segundo gobierno de Conte: las tímidas aperturas hacia China y Rusia se archivan para reagruparse en las filas de la Santa Alianza occidental, junto a una UE sin autonomía real frente a los Estados Unidos.

Doy paso ahora a la exposición y los comentarios de los artículos de 2020 que quedan sobre el tema de la geopolítica. Razonando sobre la formidable capacidad de respuesta que el régimen chino ha demostrado al tratar la pandemia de la Covi-19, Monereo la atribuye a la fortaleza del Estado y recuerda que, detrás de un Estado fuerte, “hay control sobre la libre circulación de capitales, la socialización de inversiones y un aparato financiero bajo el dominio público”. ¿Estas características no son suficientes para hacer de China un país “verdaderamente socialista”? Rechazando el enfoque doctrinario y abstracto que inspira este dilema, Monereo se refiere a las consideraciones de Samir Amin, en las que el marxista egipcio nos invita a concebir la transición al socialismo como un proceso a largo plazo, lleno de contradicciones, avanzadas y retiradas, victorias y derrotas.[12] Pero sobre todo, se burla de la tesis que asocia la realización del socialismo con la llegada de un fantasmal gobierno mundial, resultado de la vieja idea occidental y cristiana que sueña con una humanidad unificada por un nuevo orden cósmico construido sobre las ruinas de los viejos Estados: ¿a qué cultura le corresponderá el papel de encarnar este mundo pacificado y «universal». La alusión a la democracia y los derechos humanos exportados a golpes de bombas está implícita.

Pero el nudo gordiano que vuelve en la mayoría de estos escritos de 2020, gira en torno a tres temas: por qué la reacción de las élites hacia el gobierno PSOE-Podemos es tan dura; cuál es el verdadero objetivo de esta ofensiva y qué alternativa política a la identidad y crisis organizativa de Podemos se puede imaginar.

¿Por qué tanto rencor contra un gobierno moderadamente socialdemócrata? La respuesta, escribe Monereo, no está en lo que hace este Gobierno, sino en lo que les impide hacer. La “bulla” anticomunista contra Podemos puede sonar extraña para oídos ingenuos, así como aún más extrañas se antoja, aquí en Italia, las acusaciones de comunismo dirigidas a una fuerza mucho más moderada que Podemos como es el M5S. Pero la extrañeza es evidente. Para explicar esto, debe entenderse que el anticomunismo en ausencia de una amenaza comunista real es un síntoma del hecho de que la oligarquía se siente victoriosa, razón por la cual, después del miedo, relanza la ofensiva, persiguiendo objetivos más ambiciosos. Iglesias no ha entendido que la moderación no es suficiente: moderado o radical, su partido será atacado sin piedad hasta que desaparezca, o hasta que hayan logrado que terminen como Tsipras y Syriza, es decir, convertirlos en líderes políticos como los demás, para cortar sus relaciones residuales con las clases subalternas y matar cualquier esperanza de cambio. Tampoco se dio cuenta de que el verdadero objetivo de la ofensiva no es él, sino Pedro Sánchez: para obtener el pasaporte de garante del sistema, Sánchez debe deshacerse de Podemos, debe volver a tener las manos libres para poder aplicar sin dudas ni vacilaciones las políticas dictadas por el bloque de poder interno y la UE.

Para las oligarquías, la crisis es una oportunidad imperdible: partiendo de un análisis despiadado de la realidad –incluso más cínico de lo que sus críticos pueden imaginar– y de la convicción de que las tendencias actuales son irreversibles, quieren “adelantarse”, tomar el control absoluto e indiscutible de los procesos en curso. La sociedad y el gobierno deben enfrentarse a un estado de necesidad tan convincente que aceptan la dirección económica de la UE y los nuevos planes de austeridad y reforma asociados con la “ayuda”. Además, en el espíritu del dicho de Carl Schmitt[13] de que “soberano es quién decide en el estado de excepción”, Monereo identifica el objetivo final de la ofensiva: pasar del estado de necesidad al estado de excepción. Para continuar el ping pong entre España e Italia que estoy sugiriendo mientras sigo su razonamiento, se podría decir que el objetivo ideal del que estamos hablando es lo que se ha logrado aquí con la caída del segundo gobierno del Conte y la creación del gobierno de «unidad nacional», presidido por el proconsul imperial Mario Draghi.

¿Qué puede hacer Podemos para oponerse a este resultado? Me parece que la descripción de Monereo sobre el estado actual del partido de Iglesias no alimenta ilusiones. Pasar en tan poco tiempo del asalto a los cielos a la defensa de la democracia y de la constitución actual no era poca cosa, sin embargo, pasar de la guerra del movimiento a la guerra de posiciones, identificando a esta última con el gobierno junto con el PSOE, ha sido demasiado. Así como es demasiado seguir engañándonos a nosotros mismos, al pensar que las políticas solidarias pueden venir de mano de la UE y fantasear con los programas de reconstrucción, olvidando que España ya no es un país soberano. Más bien, este sería el momento de contrarrestar las políticas neoliberales de la UE y desafiar los Tratados, exigiendo que la deuda se monetarice y mutualice, apostando a que España e Italia no son Grecia y que, sin ellas, Europa no está en pie.

Lamentablemente, Podemos no está en condiciones de hacerlo, aunque quiera. Porque se quedó atascado en un gobierno sin agenda ni estrategia; porque se ha convertido en una fuerza minoritaria que pretende jugar a la política en el ámbito hegemonizado por el PSOE; porque ha perdido la base social y las raíces en el territorio: los círculos se han debilitado o desaparecido, los militantes de base se han retirado a la vida privada, el partido se ha convertido en un “partido manifiesto”, basado en cargos públicos y políticos de profesión financiados por el Estado que se relacionan con el país sólo a través de los medios de comunicación, una fuerza incapaz de generar un imaginario alternativo. Dicho esto, como viejo luchador, Monereo no quiere renunciar a la esperanza y en los últimos artículos recogidos en esta antología, nos invita a trabajar en la construcción de una nueva fuerza política, de una constituyente de la izquierda española.

Concluiré, 1) relanzando algunos de los nodos teóricos que había esbozado en el post referido al libro de Campolongo y Caruso, 2) dirigiendo a Monereo algunas preguntas (a las que espero que pueda y quiera responder) sobre su perspectiva política actual, 3) explicando finalmente por qué la idea desde la que el proyecto Nuova Direzione había comenzado aquí en Italia –no muy alejada de la de Monereo descrita unas pocas líneas arriba— resultó difícil, si no imposible, de aplicar en las condiciones generadas por la crisis pandémica.

Parto de los paralelismos que he destacado entre los pares Podemos/PSOE y M5S/PD. Si se asume una visión ideológica-cultural, está claro que pueden parecer cuestionables, pero yo los interpreto en el plano estructural. Los procesos de “normalización” de Podemos y del M5S –a los que se podrían asociar los de Syriza,  France Insoumise, las izquierdas Dems americanas y los laboristas británicos, en una palabra de los populismos de izquierda occidental—, pusieron en crisis la hipótesis que yo mismo, entre otros, había planteado sobre una posible declinación revolucionaria del populismo. Imprimiendo un giro gramsciano en las teorías de Laclau –de la cadena equivalente al bloque histórico, desde la hegemonía entendida como manipulación lingüística retórica del sentido común, hasta su declinación en términos del equilibrio de poder entre intereses de clase–, me pareció que el “momento populista” (entendido como el “momento Polanyi”, es decir, como una revuelta de la sociedad contra los efectos de su colonización por el mercado) podría ser «cabalgado» por fuerzas sociales comunistas capaces de transformar progresivamente la ira popular hacia objetivos más avanzados.

Lo que hizo que esa hipótesis fuera débil fue la falta de un análisis en profundidad de las transformaciones de composición de clase inducidas por medio siglo de contrarrevolución liberal. Junto con Alessandro Visalli esbocé un primer intento en ese sentido en la sección de la tesis de Nueva Dirección dedicada a este tema. Nuestra propuesta entrecruzaba diferentes parámetros para definir los contornos del proletariado contemporáneo, basado, más que en los niveles salariales, en una serie de oposiciones: capacidad o no para negociar el precio de la fuerza de trabajo (independientemente del tipo de marco legal de la misma); disponibilidad o no disponibilidad de fuentes de ingresos distintas del trabajo (bienes raíces, valores de diversos tipos, seguros, etc.); niveles de educación (“capital cultural”, para utilizar un neologismo en boga); ubicación geográfica (centros metropolitanos gentrificados frente a periferias y ciudades de provincia); niveles de empleo precario, etc. Además de directivos, profesionales, rentistas y pequeños y medianos empresarios, de la lista también quedaban excluidos los mandos medios con funciones de control de la fuerza de trabajo, así como a los estratos de trabajadores intelectuales (nuevas profesiones, trabajadores del conocimiento, «creativos», etc.) que, aunque con salarios relativamente bajos y/o penalizados por capacidades sobredimensionadas en relación con el empleo real y las oportunidades  de carrera, conservan expectativas e identidades de estatus típicas de las clases medias altas.

El problema es que es precisamente esta última capa, es la que ejerce la hegemonía en las formaciones populistas de izquierda. Esto ha significado que estos movimientos , aunque con fuertes diferencias en los diversos países, han asumido esas características que en el post dedicado al libro de Campolongo y Caruso, he definido como neo-jacobinas a nivel ideológico –referencia a los «ciudadanos», a los «pueblos», y no a las clases subordinadas, la corrección política, la reivindicación de un retorno a una democracia imaginaria «original»–, y  neo-burguesas en el plano  estructural o resistencia a los procesos de suplantación por parte de las nuevas oligarquías. Se trata de la «trama» de la que habla Monereo, en la que se refiere a que no pueden ser clasificadas como burguesía en el sentido clásico. Las consecuencias de esta composición de clase son obvias: comunicacionismo, electoralismo, gobiernismo, líderismo mediático, debilidad organizativa y escasas raíces en el territorio. Como demuestran ampliamente los análisis de la composición social tanto del electorado como de la base de estas formaciones, su atractivo para las clases subalternas es pobre o, en el mejor de los casos, episódico (véase el auge electoral del M5S, que rápidamente se desinfló como resultado de los repetidos giros moderados). Esto ha traído como consecuencia que una proporción significativa del consenso de los estratos sociales medio-bajos, menos escolarizados, residentes en los suburbios o en las provincias, se haya ido al populismo de derechas, como certifican los análisis de la composición social de los flujos electorales.

¿Tenía que ser necesariamente así? Para aquellos que no creen en el determinismo histórico rígido, la respuesta sólo puede ser negativa. Lo cierto es que la condición por la que podría haber ido de manera diferente coincide con la existencia de fuerzas políticas capaces de unificar, en primer lugar, los fragmentos de un proletariado desarticulado y privado de identidad cultural por décadas de guerra de clases desde arriba[14]. Sólo a partir de la reconstitución de ese núcleo habría sido posible construir un bloque social capaz de oponerse al proyecto oligárquico. Pero hoy esas fuerzas no existen o si existen son demasiado débiles en cualquier país occidental. Entonces, ¿qué podemos hacer, o, en palabras de Monereo, ¿cómo podemos ser revolucionarios en un tiempo histórico que no es revolucionario?

La respuesta propuesta por Nuova Direzione fue tratar de sumar fuerzas que durante años han estado criticando la aquiescencia de las izquierdas nacionales e internacionales a las consecuencias de los procesos de globalización y financiarización y hacia las normas de gobernanza supranacional impuestas por la UE. Partiendo de la atención suscitada por la puesta en marcha del Manifiesto por la Soberanía Constitucional, queríamos reconstruir un punto de vista socialista sobre la salida de la Gran Crisis que comenzó en 2008, inspirado en los intereses de las clases subordinadas y de las periferias. La ambición hegemónica de este proyecto, dada la escasa consistencia numérica de la Asociación, puede parecer una locura. Pero se justificó por la creencia de que la ola populista, incluso si mostraba los primeros signos de agotamiento, podría abrir una ventana de oportunidad para la explosión ascendente de fuerzas y energías antisistema. La idea no era crecer absorbiendo otras subjetividades político-culturales, sino actuar como catalizador “para ser peces en el mar, en vez de pensar en convertirnos en el mar nosotros mismos”, como escribió Visalli.

Un año después, debemos reconocer que la crisis pandémica ha drenado el mar. Integrando de un solo golpe todo el sistema de partidos, junto con todas las variantes populistas, bajo su propio mando, el golpe blanco jugado por Draghi es un ejemplo perfecto de lo que Monereo llama la transición del estado de necesidad al estado de excepción: el verdadero gobernante ha mostrado su rostro, reclamando en exclusiva el derecho a decidir del que está convencido ser el depositario legítimo. Las reacciones han sido más bien escasas: van desde la disidencia interna en el M5S, melancólicamente arraigada en la reivindicación nostálgica de la “pureza” de los orígenes, hasta la rebeldía de flecos irracionales y puramente reactivos (Antivacunas, negacionistas, conspiranóicos, etc.), hasta la “oposición del rey” encarnada por el derechista Fratelli d’Italia. Tampoco creo que podamos esperar rebeliones masivas espontáneas del tipo de chalecos amarillos franceses: como nos enseñan los acontecimientos griegos, después de derrotas particularmente duras, y después de la traición de las fuerzas políticas que habían despertado esperanzas de cambio, las reacciones predominantes son el desánimo y la resignación.

Además, no debe subestimarse la posibilidad de que Europa aproveche la oportunidad de la crisis pandémica para recuperar el consenso y la credibilidad 1) promoviendo la inversión en infraestructuras, tecnologías avanzadas, servicios y administración pública; 2) amortiguando los efectos más dramáticos de los procesos de empobrecimiento generados por la crisis; 3) volviendo a comprar la fidelidad de las clases medias con educación alta y con capacidades útiles para la reactivación de un ciclo de desarrollo. Me doy cuenta de que mucha gente -y yo hasta hace poco- pensaban y piensan que el actual régimen oligárquico “no puede” tomar tales iniciativas, pero hay que recordar que Lenin argumentó que no hay crisis que el régimen capitalista, si no es derrocado políticamente, no pueda superar tarde o temprano. En cualquier caso, Visalli y yo – en desacuerdo con la mayoría de los compañeros de Nuova Direzione -, creemos que la fase ha cambiado tan radicalmente que el proyecto de las Tesis parece de hecho superado (además, la teoría, para un marxista, no debe producir modelos abstractos sino análisis concretos de situaciones concretas). Es por eso que creemos que pasar de la guerra de movimiento a la guerra de posición significa reanudar las filas de una obra teórica que sólo puede ser colectiva, es decir, que debe implicar un combinado de energías e inteligencia mucho más amplio del que dispone Nuova Direzione, y también significa ayudar a producir recursos y  capacidades en vista de la deseable fase constituyente de una nueva formación socialista que, dada la dispersión actual de las fuerzas, sólo puede tener lugar como  culminación de un trabajo largo, agotador y paciente.

Lo único que me queda por hacer en este momento es preguntarle a Monereo hasta qué punto cree que esta perspectiva es compatible con el contexto español. Es probable que en España haya condiciones más favorables que las nuestras, para que se inicie un semejante proceso constituyente. Aunque no creo que esto pueda impedir que la transición del estado de necesidad al estado de excepción ocurra también allí en tiempos relativamente breves. Pero si eso es cierto, me pregunto (y le pregunto) si y de qué forma piensa que el objetivo de recuperar la soberanía nacional y popular deba y pueda ser replanteado, junto con el derecho de las clases subordinadas a decidir su propio destino. En particular, me pregunto (y le pregunto) si piensa que la exigencia de restaurar la democracia en las formas codificadas por las constituciones sociales todavía puede tener un sentido no puramente ideológico, o si no es más apropiado volver a proponer el eslogan «seamos realistas, pidamos lo imposible» que, en este caso, significa imaginar formas de participación democrática radicalmente alternativas a las que la «rebelión de las élites» ha relegado definitivamente al pasado. Un último punto: sea cual sea el camino que elijamos para afrontar el cruce del desierto que nos espera, tendremos que armarnos unos a otros con coraje, porque los escenarios bélicos que se están preparando no dejarán mucho espacio para formas de resistencia que puedan calificarse de “connivencia con el enemigo”.

 

Notas:

[1] Algunas de las obras precedentes de Manolo Monereo están disponibles en italiano. Cfr., en particular, España. Un proyecto de liberación (con Héctor Illueca), Meltemi, Milano 2020; ver también “Plutocrazia contro democrazia” en VV.AA. (a cura di C. Formenti), Dopo il neoliberalismo. Indagine collettiva sul futuro, Meltemi, Milano 2021.

[2] La editorial El Viejo Topo ha publicado las ediciones españolas de La variante populista (DeriveApprodi, Roma 2016) y de  ¡El socialismo ha muerto! ¡Viva el socialismo! (Meltemi, Milano 2019).

[3] F. Campolongo, L. Caruso, Podemos e il populismo di sinistra. Dalla protesta al governo, Meltemi, Milano 2021.

[4] He debatido el concepto de momento populista en La variante…cit.

[5] La Liga Norte es una federación de varios partidos y Ligas del norte y centro de Italia, que se sitúa en la derecha del espectro político, fundada por Umberto Bossi en 1991.Su dirigente actual es Matteo Salvini. En sus orígenes regionalista e incluso secesionista frente al poder de Roma (considerada “ladrona”) y profundamente “anti meridionalista”, hasta el punto de reclamar el cese de la financiación pública a las regiones del Sur de Italia, en la actualidad, el programa electoral de la Liga propone el el federalismo fiscal y regional, el rechazo a la inmigración y cierto soberanismo reaccionario. (NdT)

[6] El Movimento 5 Stelle es un movimiento/partido político italiano, ambientalista, centrado en la lucha anticorrupción y que aboga por la democracia directa, cuyo programa es una maraña de ambigüedad e ingenuidad. Fue creado en 2009 por Beppe Grillo y por Gianroberto Casaleggio. En la actualidad, sigue sin una dirección política colectiva formal. (NdT)

[7] El presidente del M5S, Luigi Di Maio, propuso a Giuseppe Conte como presidente del Consejo de Ministros de Italia, tras las elecciones de 2018. (NdT)

[8] El Manifiesto puede encontrarse en este link.

[9] La Tesis se puede consultar en el siguiente link.

[10] El Partido Democrático es un partido italiano de centroizquierda, heredero del PCI y de sectores demócrata cristiano, fundado por Enrico Letta, Pier Luigi Bersani y Dario Franceschini en 2007. (NdT)

[11] Sobre el programa político de Podemos ver F. Campolongo, L. Caruso, op. cit.

[12] Sobre el debate en merito a la naturaleza de la sociedad y del régimen chinos que ha implicado, además que a Samir Amin, a otros autores marxistas, desde Giovanni Arrighi a David Harvey, ver mi último libro, Il capitale vede rosso, Meltemi, Milano 2020.

[13] Cfr. C. Schmitt, Le categorie del politico, il Mulino, Bologna 1972; ver también Il Nomos della Terra, Adelphi, Milano 1991.

[14] Cfr. L. Gallino, La lotta di classe dopo la lotta di classe, Laterza, Roma-Bari 2012.

Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder.

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