miércoles, 22 de febrero de 2023

¿Un mundo en el que tu jefe espía tus ondas cerebrales? Ese futuro está cerca

 

¿Un mundo en el que tu jefe espía tus ondas cerebrales? Ese futuro está cerca


Por Hamilton Nolan

Rebelionº

 | 22/02/2023 |



Fuentes: The Guardian


Traducido por Lydia Neri para Rebelión

El reptiliano Foro Económico Mundial anual en Davos, donde los amos del universo se reúnen para felicitarse a sí mismos por su dictadura benevolente, es el hogar de muchas ideas siniestras. Compartir las últimas ideas siniestras con los líderes empresariales es, en esencia, la razón por la que existe el evento. Este año, una de las discusiones más espeluznantes de todas se presentó bajo el pretexto del progreso y la productividad.


Nita Farahany, profesora y futurista de la Universidad de Duke, hizo la presentación en Davos sobre la neurotecnología que está creando la “transparencia del cerebro”, lo que yo antes hubiera asociado más con una bala en la cabeza. Aunque pueden resultar casi igual de destructivas, las nuevas tecnologías, según Farahany, se están implementando en los lugares de trabajo de todo el mundo. Estas tecnologías incluyen una variedad de sensores y se usan de manera portátil, leen los impulsos eléctricos del cerebro, pueden mostrar cuán fatigado estás, o bien si es que estás concentrado en la tarea en cuestión que tienes enfrente, o más bien que tu atención está divagando. Según Farahany, miles de empresas han enganchado a estos dispositivos a trabajadores, que van desde maquinistas de trenes hasta mineros, en el nombre de la seguridad en el lugar de trabajo. Aunque de lo que realmente estamos hablando es que estos trabajadores están siendo espiados en su lugar de trabajo.

Farahany nos pinta la imagen de un futuro cercano en el que cada trabajador de oficina podría estar equipado con un pequeño dispositivo portable que registraría constantemente la actividad de su cerebro, esto es, que crearía un registro omnipotente de tus pensamientos, tu atención, y tu energía, y que tu jefe podría estudiar todo esto a su placer. Ya no sería suficiente aparentar que estás trabajando duro: tus propias ondas cerebrales podrían revelar que estás flojeando.


Farahany reconoce que podría haber inconvenientes aquí: «Si se hace mal, podría convertirse en la tecnología más opresiva que jamás hayamos introducido a gran escala». Sin embargo, ella parece más entusiasmada con la promesa de la tecnología para las corporaciones, y dice bastante santurronamente, que el «Bossware» que existe hoy en día en el lugar de trabajo, tiende a ser más molesto para los empleados «incluso cuando mejora sus vidas».


Ella mostró también unas estadísticas que indican que nueve de cada 10 empleados dicen que diariamente pierden el tiempo en el trabajo, y opinó que, después de todo, tal vez habría una «buena razón» para que los empleadores quisieran controlarlos a todos. Este es el tipo de lógica que tiene sentido para las personas cuyo trabajo consiste en volar a Suiza para asistir a conferencias internacionales, en lugar de, por ejemplo, trabajar en una gasolinera.


Farahany es una persona muy inteligente. Pero su entorno profesional puede haberla llevado a creer falsamente que las corporaciones no cometerán los actos más atroces para obtener un dólar extra de ganancia. Ella argumenta que estas tecnologías ofrecen beneficios prometedores para que las personas mejoren sus propias experiencias en el trabajo, en tanto que nosotros «decidamos usarlas bien» y operemos partiendo desde el principio de: «libertad cognitiva» para proteger la elección individual; el futuro de la vigilancia en el lugar de trabajo puede ser uno en el que, tanto los trabajadores como las empresas se fortalezcan gracias a la lenta evolución de nuestros cerebros hacia mecanismos cibernéticos, conectados y calibrados.


Es ese sentido fundamental de optimismo el que, me temo, es tremendamente ingenuo. Uno no necesita ser un futurista para adivinar cómo irá esto. El «Bossware» es común hoy en día en forma de tecnologías de todo tipo, no tan llamativas, pero igualmente invasivas: ¿qué escriben los trabajadores?, ¿qué están mirando?, ¿cuánto tiempo están «inactivos» en sus teclados?, ¿cómo conducen?, ¿a dónde se detienen?, ¿cuándo aplican los frenos?, ¿qué tan directa es la ruta que toman? Una de estas bases de datos de Bossware es Coworker.org, en la que se encontró que más de 550 productos ya están en uso en los lugares de trabajo. Para cualquier lado donde mires, los trabajadores están siendo rastreados, vigilados, medidos, calificados, analizados y penalizados por un software, por supervisores humanos, y por inteligencia artificial, con el objetivo de exprimir hasta el último centavo de la productividad de estas unidades de carne y hueso, de mano de obra, defectuosas y frágiles, que lamentablemente deben ser utilizadas como empleados, hasta que los robots adquieran un poco más de destreza manual. El insulto supremo de todo esto es que, en la mayoría de los casos, a las personas que padecen la vigilancia se les paga mucho menos que a aquellos quienes la infligen.


Todo esto plantea la pregunta: ¿qué está comprando exactamente tu empleador cuando te da tu cheque de pago? Para los jefes, la respuesta es simple: “Todo”. Es un fundamento base del capitalismo que el empleador es dueño del empleado. Los últimos cientos de años de progreso humano pueden leerse como una muy lenta batalla de la humanidad para liberarse de este preconcebido “derecho” pesadillesco. Durante siglos, por supuesto, los empleadores fueron en realidad dueños de las personas. Incluso después de que se vieron obligados a abandonar la esclavitud, trataron de mantener el mayor grado posible de control sobre las personas. Las empresas de carbón eran las dueñas de las casas en las que vivían sus trabajadores. La Cámara de Comercio es la dueña de los políticos locales que crean la política pública, que rige los pueblos donde viven los trabajadores. Y durante mucho tiempo se consideró rutina despedir, y poner en la lista negra a cualquier trabajador que llevara a cabo situaciones problemáticas en su tiempo libre, como «hablar sobre el comunismo» u «organizar un sindicato». La suma total de las leyes de derechos civiles, las leyes de derechos laborales, y las regulaciones corporativas de todo el siglo pasado, no han sido suficientes para erradicar la firme convicción de los empresarios de que cuando te dan un salario, están comprando toda tu vida.


A la luz de esto, queda claro que otorgar a las empresas la capacidad de monitorear nuestras ondas cerebrales, no es tanto una pendiente resbaladiza como una superautopista de un solo sentido hacia el Panóptico. Incluso si dejamos de lado las obvias oportunidades que esto brinda a las empresas para deprimir, de manera deshonesta, los salarios, y construir pretextos espurios para despedir a los activistas laborales. La normalización de esta tecnología representa una reducción del espacio humano y un crecimiento del espacio para el capital. El tiempo de nuestro día, que nos pertenece a nosotros, más que al comercio, disminuye aún más. El área en la que llega uno a ser una persona, en lugar de una unidad económica, se vuelve más pequeña. Lo que las empresas nunca discuten es el hecho de que, una vez que les permitimos reclamar este tiempo, espacio, y datos como suyos, nunca más querrán devolvérnoslo.


En Davos Farahany dijo que en el lugar de trabajo la neurotecnología “tiene una posibilidad distópica”. Pero eso no es afirmarlo con la fuerza suficiente. La ausencia de una estricta regulación confiere la certeza distópica. Esperar a ver cómo se desenvuelve todo esto es una idea muy peligrosa. El mayor error que puedes cometer con las distopías es asumir que nunca se volverán reales.

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Un siglo y medio de los «Sucesos de Montilla»

 

Un siglo y medio de los «Sucesos de Montilla»

 

 Miguel Santiago

 -Portal de Andalucía. org

21 febrero, 2023

 


Portada de "Agitaciones campesinas andaluzas", de Juan Díaz del Moral.

 

Juan Díaz del Moral en su obra Historia de las agitaciones campesinas andaluzas recoge los “Sucesos de Montilla”. Una ciudad de la Campiña cordobesa conocida por sus generosos vinos, dominada y controlada por la oligarquía rica y monárquica de aquella época. Estos terratenientes disponían de un grupo organizado de hombres, denominados “La Partida de la Porra”, para el control de sus propios intereses. Esta banda se dedicaba a impartir su “particular justicia” similar a una fuerza paramilitar. Su peculiar castigo consistía en dar cuarenta garrotazos al que infringiese alguna norma impuesta por las familias adineradas de la localidad. Llegaron al extremo de apalear a un niño por llevar una carga de aceitunas sin la licencia correspondiente, se ensañaron con él de tal manera que falleció a los pocos días. Otro singular caso fue el de una mujer cuyos gritos desconsolados se escucharon en la lejanía para impedir el apaleamiento. Llegarían a asaltar continuamente el casino republicano, sacando a personas por la fuerza para ajusticiarlos con el consentimiento de las autoridades locales.

Cuando abdicó Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873, proclamándose la Primera República, la noticia llegó a Montilla al día siguiente causando un gran revuelo. Los republicanos intentaron organizar una Junta Local para la administración del municipio, pero las masas populares agredidas por la fuerza bruta de la “Partida de la Porra” no aceptaron ningún tipo de autoridad, tomándose la justicia por su mano. Publicaron un bando en el que se recogía que todas las armas de la ciudad se depositasen en el Ayuntamiento, además de cercar las entradas y salidas del pueblo. A las pocas horas hicieron un recorrido por las casas de los ricos y de los representantes políticos, sustrayendo previamente petróleo de los comercios con la intención de provocar incendios. Asaltaron la casa del alcalde y la del Administrador del Impuesto de Consumos causando varios muertos durante el tumulto, entre ellos el terrateniente más rico de la localidad, Francisco Solano Rioboó, y prendieron fuego al Registro de la Propiedad. Todos estos sucesos fueron narrados y presenciados por Rafael Requena Salas en su obra Diario de mi vida pública.

La guardia civil se acuartelaría al no tener efectivos suficientes, y por temor a las represalias al no haber intervenido contra los abusos de la “Partida de la Porra”. Esperarían al ejército que llegase desde Córdoba para sofocar la rebelión. Tras aquellos acontecimientos, fueron detenidos obreros y sindicalistas montillanos, lo que provocó que algunas personas contactaran con la Primera Internacional para su defensa, aunque según el transcurso de los hechos no da pie a pensar que estuviesen organizados. El motín o sucesos de Montilla parece ser más causa de la indignación del pueblo ante los abusos de poder que de un planteamiento ideológico socialista, que reivindicase una serie de derechos. Posiblemente la única excepción fuese la quema del Registro de la Propiedad como sucedió en el pueblo sevillano del Arahal en 1857, acto simbólico que implicaba un borrón y cuenta nueva para el reparto de la propiedad.

Algunos detenidos fueron a presidio hasta la celebración del juicio, que tuvo lugar en 1888. Mientras buscaban apoyo en la sección española de la Primera Internacional el partido republicano se desentendió de ellos. Algunos acusados fueron proclamados inocentes por el tribunal.

Estos sucesos demostraron el hartazgo considerable que había padecido la población empobrecida, maltratada por el poder de una oligarquía terrateniente que abusaba del pueblo humilde e indefenso, considerándolo esclavo sin ningún tipo de derechos.

Estos tumultos tuvieron su reflejo en otros pueblos de la Campiña cordobesa como Aguilar de la Frontera, donde también hubo desórdenes y levantamientos durante esa semana de febrero de 1873.  Un reguero de acontecimientos se sucedería por toda Andalucía dando lugar a un proceso revolucionario que terminaría con la proclamación de los Cantones Independientes meses más tarde.

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