jueves, 18 de marzo de 2021

Emilio Lledó: “El miedo invisible que provoca el coronavirus es feroz por la amenaza de lo irreal”


 Emilio Lledó: “El miedo invisible que provoca el coronavirus es feroz por la amenaza de lo irreal”

El filósofo Emilio Lledó, en 2014. — Kiko Huesca / Efe

 Henrique Mariño.

Sociología Crítica

Diario Público

 12/03/20121

Entrevista en Público

Emilio Lledó (Sevilla, 1927) en principio no quería hablar del «miedo invisible», pero termina haciéndolo porque resulta inevitable sustraerse de esta «amenaza de lo irreal». No obstante, en este paseo literal y por momentos literario, el catedrático emérito de Historia de la Filosofía hace frecuentes altos en el camino para conversar con Aristóteles, Homero, Cervantes, Kant o Walter Benjamin, con quienes lleva dialogando durante buena parte de sus 93 años de vida.

No extrañan, pues, los títulos de sus libros, como Imágenes y palabras o Fidelidad a Grecia (Taurus), reflejo de su pasión por el verbo, sobre todo clásico. Su currículo es apabullante —Premio Nacional de Ensayo, Premio Nacional de las Letras Españolas, Premio Princesa de Asturias—, aunque su humildad lo lleva a describirse como alguien que tiene curiosidad por aprender y por entender. Un filósofo, miembro de la Real Academia Española, que bucea en el origen etimológico de la pandemia mientras rumia qué significa el coronavirus.

Durante esta odisea, usted ha vuelto a Homero. Nos hemos quedado en casa, pero ¿regresaremos a ella?

Siempre hay que regresar a casa, a lo que uno es. La casa propia es el ser que nos constituye, una mezcla de libertad y de enfrentamiento ante el mundo, que no te lo dan hecho, sino que se presenta como posibilidad. Puedes estar en él e ir construyendo tu propio ser en ese estar. Debemos descubrir una nueva perspectiva del bienestar de los individuos —una frase hecha magnífica: bien y estar— más profundo y más radical, al que yo llamaría bienser, aunque la palabra todavía no esté admitida por la RAE.

Como otras que suele emplear, caso de mentirizarinexperimentado o retrasador —aplicado al uso de las nuevas tecnologías—, pese a que usted es miembro de la Real Academia Española.

El lenguaje es algo vivo. Ya que en el castellano existe el bienestar —por el que seguimos luchando—, por qué no utilizar ese término aun más profundo: el bienser, que tiene que ver con la educación, con la libertad y con la reflexión sobre el lenguaje. Tratemos de que la mente no se nos paralice en una serie de conceptos claves que nos encierran y nos impiden fluir, lo que yo llamo grumos mentales. Eso tiene que ver con esa estructura esencial de la vida humana que es la educación.

Creo en la frase de Kant: «El ser humano es lo que la educación hace de él». Es una tesis esencial que no debemos olvidar, porque la educación consiste precisamente en sacar de nosotros esa posibilidad de pensar. Esto debería ser asimilado profundamente por quienes organizan nuestro sistema educativo, porque no se trata solo de impartir determinadas materias, sino también de ir descubriendo lentamente los contenidos de la vida, de la cultura, de la justicia, de la verdad y del bien. Y eso se logra a través de la libertad con que la educación nos alimenta.

Ya que tira por ahí, vamos a…

Está muy bien eso de «tirar por ahí» [risas]. ¡Déme ideas o perspectivas nuevas!

¿Prefiere ofrecer respuestas o seguir haciéndose preguntas?

Siempre prefiero seguir haciéndome preguntas, por si cuajo o coagulo las respuestas —como muchas veces se hace en la educación o en la política— esa coagulación significa la muerte, que es el gran final coagulado de una vida. A quienes tenemos ya cierta edad —o ciertísima edad— nos interesa estar siempre más en las preguntas que en las respuestas.

«La educación consiste en sacar de nosotros la posibilidad de pensar. No se trata solo de impartir materias, sino también de descubrir los contenidos de la vida, de la cultura, de la justicia y del bien»

Preguntas, por supuesto, que no estén obnubiladas, oscurecidas y distorsionadas, sino que broten de uno mismo. Porque a veces las preguntas que nos hacemos pueden ser el resultado de nuestra ideología o de nuestra ideologización. Y también de la paralización, que a veces puede provocar unas respuestas que nos hemos o nos han metido en la cabeza. Entonces, ya no se ve el mundo más que a través de ese espejo resquebrajado que son las respuestas de la pseudopolítica, la pseudoeducación y la pseudocultura.

Es curioso que en griego la palabra cultura (paideia) no solo significaba «enseñar a los niños», sino que también tenía que ver con la propia cultura. Es decir, con lo que constituye ese prodigio al que realmente tiene que tender el ser humano: un horizonte de justicia, de verdad, de belleza, etcétera. Suenan a música celestial, pero son las palabras esenciales que han constituido la vida del hombre. Al igual que los presocráticos descubrieron el agua, el fuego, la tierra o la luz como elementos de la materia, los elementos de la cultura son el bien, la justicia… Lo que no sea ir hacia eso es una falsificación y un deterioro de la vida.

Al principio mencionaba la muerte, tan presente en nuestros días. ¿La palabra escrita es la criogenización del pensamiento? O sea, que gracias a su obra usted será inmortal, aunque su voz suene ahora cálida y no congelada.

Eso de la inmortalidad suena a algo importante [carcajadas]. Es un tema que saldrá solo si tiene que salir [¿solo con o sin tilde?: la importancia de la tilde en solo…]. Durante estos días extraños, yo… Por cierto, ¿no tienes la sensación de que nos han quitado un año de nuestras vidas? ¿O de que ha desaparecido?

«Siempre hay que confiar en el futuro, pero no en un futuro cuajado, hilado o entregado por los poderes de la política»

Durante la pandemia, he releído algunos cantos de la Odisea y es prodigioso que a día de hoy yo pueda dialogar con ellos. Eso quiere decir que la palabra —que ha llegado a mí escrita— es un diálogo continuo. También ocurre con la obra de escritores contemporáneos, pero sobre todo me refiero a los autores clásicos, quienes están vivos. Y eso sí que es una forma de inmortalidad, de la misma manera que me siguen iluminando las conversaciones entre Quijote y Sancho, con quienes establezco un diálogo.

Es posible porque son palabras verdaderas, porque hay otras que se escurren o —mejor dicho— que resbalan sobre nuestra personalidad y nuestra conciencia. Sin embargo, en el fondo de ese resbalar la palabra verdadera es como un río que nunca se seca, que nunca se paraliza, que nunca se coagula, que nunca se congela… En ese sentido, es maravilloso que exista la palabra escrita, porque si no se habría esfumado el gran diálogo que podemos mantener con la cultura y con la vida. Solo existiría el latir inmediato del presente, una palabra que en el fondo no es más que un eco de ese lenguaje en el que nos hemos encontrado, que constituye la cuna en la que hemos nacido.

¿Qué le dice hoy la palabra futuro?

Siempre hay que confiar en el futuro, pero ese futuro tiene que figurar dentro de la posibilidad. No un futuro cuajado, hilado o entregado por los poderes que conforman la estructura de la política. Por eso es tan importante la educación: no vale solo con tener estas ideas, sino también que haya instituciones que nos den alimento y permitan que esa libertad que buscamos sea realmente posible. No basta con decirlo, hay que realizar… Y, en el caso de la educación, son los colegios, los institutos y las universidades.

Públicos, como siempre ha defendido.

Claro, por eso es tan importante la prensa de la libertad, que ayuda y colabora a abrir esa conciencia para que no se paralice en los grumos mentales que nos impiden vivir, en el sentido intelectual, racional y verdadero de la vida humana. Es maravilloso que Aristóteles diga en Política que el ser humano es zoon lógon échon [o zoon politikón]. Un animal que mueve la lengua, no solo para saborear manjares, sino también para emitir un aire semántico que nos crea y que nos da lo que constituye la vida humana: el logos, o sea, el lenguaje. De ahí el peligro de la educación, de la cultura o del imperialismo paralizantes o paralizadores.

Ha mencionado el papel crucial de la prensa. Sin embargo, ¿cree que la sobreinformación en los medios y la algarabía en las redes sociales nos hacen más ignorantes? O sea, cuanto más nos parece que sabemos, ¿menos entendemos?

Sin la menor duda. Nunca ha habido tantas posibilidades de informarse como ahora: periódicos, radios, televisiones, libros… No sé lo que son las redes sociales, porque no me he metido nunca en ellas —aunque lo intuyo—, pero ese exceso de información puede provocar una deformación radical de la mente humana. Corremos el peligro de estar más solos y vacíos que nunca, porque esa información debe ser viva.

En ese sentido, la educación tendría que fomentar el sentido crítico, ese cemento que asienta los ladrillos del inexpugnable muro que debería ser la libertad de expresión.

Por supuesto. La libertad de expresión es fundamental, aunque ya no entiendo muy bien en qué consiste si solo sirve para decir majaderías.

¿La libertad de expresión, sin libertad de pensamiento, a qué se reduce?

La libertad de expresión debe contener la libertad de pensamiento. ¿Para qué me sirve la libertad de expresar lo que sea si no es una libertad fluida, libre, humana o sencilla? No se trata de saber mucho o poco, porque hay gente que posee una gran erudición, pero tiene cuajado el pensamiento. No podemos negar la libertad de expresión, aunque, por favor, ¡expresad de verdad! Tiene que ser expresadora de la libertad de pensamiento y de cultura, así como de la fluidez, como el río de Heráclito en el que no podemos bañarnos dos veces [«porque ni el hombre ni el agua serán los mismos»]. En cambio, hay personas que lo hacen continuamente, porque el río fluye, si bien permanecen en el pocito que les han construido… tal vez para paralizarlo.

Adéntrese en el bosque legal: ¿el insulto, la ofensa y el odio deberían ser libres?

No, porque son inhumanos. No estoy de acuerdo con la locución «el hombre es un lobo para el hombre». Lo será para quien sea un hombre lobo… El problema es que en la vida hay una cierta defensa del yo y del ego. Uno no debe poner su propia vida por delante, sino por dentro. Por delante hay que poner la convivencia con los demás, pese a la incultura, la violencia y la ferocidad de las guerras, que a veces te quitan la alegría.

«La libertad de expresión es fundamental, aunque ya no entiendo muy bien en qué consiste si solo sirve para decir majaderías»

En los últimos tiempos me ha llamado la atención cómo se cultiva en los medios de comunicación la tristeza, por ejemplo la que generan los temas relacionados con los migrantes. Eso es verdad, mas hay un exceso de información al respecto y un defecto clarísimo al no informar sobre las causas que producen la miseria. ¿Por qué emigran? ¿Cuáles son los motivos? ¿Qué sabemos de las carencias y negaciones, provocadas muchas veces por los países que los lanzan fuera? Nuestro deber es investigar las causas y procurar la verdad y la justicia. Suena a un ideal lejano, pero no podemos renunciar a él.

El hombre no es un lobo para el hombre, porque el principio del amor y la amistad es muchísimo más poderoso y ha creado más verdad que esa locución errónea, una de las grandes monstruosidades que hay que superar. Comprendo que parece utópico, aunque precisamente lo utópico es la búsqueda de un camino, no solo no tener camino. Hay que serlo cuando lees la prensa y ves la monstruosidad continua con la que nos cerca el mundo de hoy, un mundo que lee, piensa, escribe y cae o se enreda en las redes sociales. No renunciemos a la esperanza, porque la filia y la justicia son mucho más importantes que el concepto de la lobeznez humana.

Ni siquiera la pandemia del coronavirus le ha quitado la esperanza. ¿Nos ha dado algo?

Confío en que sí. En primer lugar, nos ha dado esperanza, porque todos esperamos salir de esto. Recordemos que pandemia significa todo (pan) lo que cae sobre el pueblo (demos). La esperanza es importante, porque quiere decir que el mundo no está coagulado. Imagínate que el mundo fuera una eterna pandemización, algo que puede suceder si no hay libertad de pensar ni de entender. O si ni siquiera hay voluntad de hacerlo, porque esa intención se te puede paralizar y, a continuación, creer solo lo que te interesa a ti o a un grupo determinado de la sociedad.

Recurre constantemente a la metáfora de la coagulación cuando su riego cerebral, con 93 años, es envidiable.

Oye, camino de los 94, ¡eh! Aunque es verdad que los cumplo a finales de año [risas].

Siempre gira la cabeza para mirar hacia a los griegos, hasta el punto de que el año pasado reeditó Fidelidad a Grecia. Infelizmente, hemos vuelto a la máscara: una tragedia.

En Eurípides, Sófocles y Esquilo ya estaba presente lo más duro. Sin embargo, había una luz siempre latiendo. Una luz de esperanza, de salir de eso, a pesar de la dureza con la que se construía esa maravillosa representación, que en el fondo era una parte de la educación de los griegos: abrir y enseñar. Pese a la violencia que desprendían algunos personajes, siempre figuraba la posibilidad de dar un paso adelante. Es decir, el optimismo dentro del terrible pesimismo de los actos que conforman la tragedia humana.

¿Teme un virus que acabe con la cultura y la educación? Si fuera así, ¿vislumbra una segunda y una tercera ola?

Al contrario, porque sería la muerte total. Ahora bien, podría haber un virus coagulado en determinadas instituciones —como una mala educación— que fuese eliminando toda la esperanza que da la cultura de la libertad.

¿Por qué la educación ha sido arma y escudo de los sucesivos Gobiernos?

En principio, porque se apodera de la mente de los niños. En los críos, incluidos mis nietos, he visto la maravillosa frescura de esas mentes de tres o cuatro años. Si te apoderas de esos chavales, en una escuela mal orientada y paralizadora, estás aniquilando la cultura, la esperanza y la vida.

En cambio, las humanidades se ven forzadas a hincar la rodilla, véase la asignatura de Filosofía.

Me parece monstruoso que sean relegadas las humanidades, ese mundo de la literatura y las lenguas, objeto de nuestro diálogo continuo, porque somos descendientes del latín y del griego. Sin ese mundo de humanidad, una cultura absolutamente pragmática ni siquiera podría calificarse como cultura. Como decía Walter Benjamin, convencer a los estudiantes de que no están en la universidad para aprender, sino para ganarse la vida, es la forma más siniestra de perderla. Una idea esencial.

Según usted, lo importante no es el aprendizaje, sino la capacidad de pensar.

Sin la menor duda, porque el aprendizaje puede consistir en aprender algo puramente coagulador y paralizador. Y la cultura es fuente, la cultura es río, la cultura es vida…

Es filósofo y miembro de la Real Academia Española. No extraña si consideramos el lenguaje como cimiento del pensamiento.

Bueno, la palabra filósofo no quiere decir «amante de la sabiduría», sino «curiosidad por entender». El sofós podía ser un hombre que supiera hacer zapatos. Filosofía era curiosidad, tendencia, pasión, interés… Estoy intentando evitar decir amor, aunque también lo es, entendido como deseo de entender.

Le preguntaba si el lenguaje es el cimiento del pensamiento.

Sin ninguna duda. Pero el lenguaje es algo vivo, que debe ser dialogado y repensado, porque las palabras a veces pueden paralizarse de tanto repetirse. Me llama la atención cuando alguien dice: «Hay que poner sobre la mesa». La pobre mesa esa se va a acabar rompiendo… Tiene tal cantidad de cosas encima que se le van a tronchar las patas. No hay que poner nada sobre ella, sino que hablar y dialogar.

Y con tanto «dar un golpe en la mesa» terminará rompiéndose antes.

Claro, claro [risas]. Esta mañana volví a escucharlo en las noticias mientras desayunaba. También se habla mucho de generar: Ya sabes: «Hay que generar cultura»…

Tiempos de lenguaje bélico y productivo, en el sentido económico de la palabra. ¿Se imaginaba que pudiese regresar a nuestras bocas el «toque de queda», un término que remite a ese racimo de conceptos castradores, desde el estado de alarma hasta el de excepción?

¡Para nada! Yo viví la guerra civil en Madrid, porque mi padre era militar y estaba destinado en el regimiento de artillería de Vicálvaro. Cuando nos bombardeaban los Junker —que llamábamos pavas—, nos mandaban salir del colegio y nos tumbábamos en el suelo. Vi muertos y heridos, o sea, la realidad de la guerra. Sin embargo, no había visto esta amenaza continua. La pandemia, digo, esta cosa extraña en la que no observamos violencia aparente, porque vamos con las mascarillitas puestas y en la ciudad hay más silencio que nunca.

Su generación escuchó el sonido del combate y palpó el hambre de la posguerra. En cambio, ¡qué torno tan diabólico para modelar este miedo invisible, propio de un alfarero perverso!

Un miedo invisible que puede resultar más feroz porque es más solapado que el ruido de las bombas, que era bestial pero real. En cambio, esta amenaza de lo irreal, paralizante y paralizadora, no la había vivido jamás.

Habíamos escuchado bellas definiciones de patria, como la patria es la lengua o la infancia, hasta que volvimos a la bandera.

Eso es patriotismo de trapo. Lo que tiene que expresar realmente la patria es la libertad que somos capaces de crear.

¿Qué neologismos lo inquietan?

«Frente al patriotismo de trapo, la bandera es algo vivo que debe estar construyéndose continuamente»

Sin ir más lejos, el mal uso de la palabra patria. La usan como una bandera de determinados intereses, cuando es algo siempre abierto a través de la reflexión, de la cultura y de la educación. Frente al patriotismo de trapo, la bandera es algo vivo que debe estar construyéndose continuamente. Esa es la verdadera patria que hacemos y en la que nacemos, por eso siempre hablo de lengua matriz. Haber nacido en un determinado país no depende de ti, porque te han nacido tus padres. Lo importante es la lengua que tú construyes.

Por cierto, ¿sale a pasear?

Una hora todos los días. Es fundamental.

¿Hacia dónde caminamos? 

A veces voy al parque del Retiro, pero prefiero pasear por el barrio, porque me gusta ver las caras de la gente.

Me refería hacia dónde camina la sociedad…

Esa respuesta ya es más difícil [risas]. Podríamos pensarlo, aunque nos llevaría un poco lejos.

Y, además, la hora de este paseo llega a su fin.

Espero, en todo caso, que la sociedad no camine hacia la paralización de la cultura.

Cuando se han difuminado tantas certezas, ¿cuál es ahora la meta?

La meta es el verdadero patriotismo: crear cultura y libertad. Y hacer de este país lo que ha demostrado con sus grandes escritores, desde Cervantes hasta Galdós. Yo he leído el Quijote no sé cuántas veces y dialogo a menudo con su autor, porque ese libro es una riqueza y una pasada. Una expresión bastante buena, por cierto, porque «una pasada» quiere decir que estás superando el cuajamiento del lenguaje paralizante y el Quijote es una continua liberación, liberalización o libertación del lenguaje.

¿Podría revelar alguna confesión inconfesable que le haya hecho Cervantes?

El diálogo y la esperanza. O sea, el diálogo de esperar que la realidad pueda tener una visión cervantina, porque el Quijote es una teoría de la esperanza y de la libertad. Tengo siete u ocho ediciones subrayadas porque me inspira continuamente. E inspirar quiere decir que me abre y que me crea la patria y la esperanza. Y esperar es importante.

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La falsa dicotomía entre mantener la salud o salvar la economía (¿Qué algoritmo utilizará Facebook para no permitir que desde este Blog, El Ojo Atípico, no se pueda compartir ningún artículo, ni siquiera a mi propia cuenta de facebook? ¿Tal flojedad intelectual tiene el sistema que cualquier idea lo puede hacer tambalear?)

 

LA FALSA DICOTOMÍA ENTRE MANTENER LA

 SALUD O SALVAR LA ECONOMÍA 



Viçen Navarro

 Artículo publicado en el diario Público,

16 de abril de 2020

Un argumento que están promoviendo opinadores y políticos de sensibilidad neoliberal próximos a sectores del mundo empresarial de la mayoría de los países a los dos lados del Atlántico Norte es que hay que terminar con las medidas de confinamiento (que algunos, incluso, subrayan que nunca tendrían que haberse iniciado), pues estas medidas están amenazando con colapsar la actividad económica del país. En su mayoría, dichos opinadores son conscientes de que tales medidas son necesarias para controlar la propagación del coronavirus, que está causando un gran número de muertes. Aun así, argumentan que tal número es relativamente bajo, pues la gran mayoría de personas contagiadas con tal virus sobreviven y solo entre los ancianos la mortalidad es elevada. Consideran, pues, que tales muertes significan un coste relativamente menor y asumible (pues la mayoría de la población no queda afectada), coste que, además, es necesario para salvar la economía. Como dijo el vicegobernador del Estado de Texas en EEUU, Dan Patrick, en una entrevista en el canal Fox News, los abuelos de ese país deberían aceptar su muerte a fin de salvar la economía para sus nietos. Y hay algunas de estas voces que incluso piensan (aunque no lo dicen) que esta alta mortalidad entre loa gente mayor facilitaría la salvación del sistema de pensiones público, que hoy consideran insostenible. El ministro de Finanzas japonés, Tarō Asō, así lo insinuó en una ocasión. Para tales voces, lo más importante ahora es salvar la economía y reanimarla para que continúe. De lo contrario, todos tendremos problemas más graves que la pandemia: el paro y la falta de trabajo. Como dijo el presidente de EEUU, Donald Trump, “no podemos permitir que la cura sea peor que el problema”.

¿Cuál es la economía que se quiere salvar?

Tal argumento podría parecer lógico y coherente, pues la actividad económica es imprescindible en cualquier país. Pero tiene un fallo muy grave. Y es que lo que se quiere salvar (y que llaman “la economía”) son las políticas económicas que han sido, en gran parte, la causa de las enormes tragedias que están amenazando la propia supervivencia del ser humano (tanto la crisis climática como la enormemente insuficiente respuesta a la epidemia), consecuencia del enorme debilitamiento de los servicios de protección social como resultado de la aplicación de las políticas públicas neoliberales (que incluyen medidas como las de austeridad, que han mermado sectores como el sanitario y los servicios sociales, y reformas laborales que han incrementado masivamente la precariedad), las cuales caracterizan la economía que quiere salvarse.

En realidad, el sistema económico dominante se basa, hoy, en una producción y distribución de bienes y servicios que se rige por unas leyes del mercado que priorizan sistemáticamente a aquellos individuos y sectores de la población que tienen mayor capacidad adquisitiva, a costa de todos los demás. Y todo ello para el beneficio de minorías propietarias y gestoras de los medios de producción y distribución, cuyos beneficios económicos –sus intereses particulares- se anteponen al bien común de toda la ciudadanía.

¿Quiénes son los ganadores y los perdedores en esta economía?

La pandemia ha mostrado con toda claridad las consecuencias de este sistema económico. Durante los últimos años de la Gran Recesión se optimizaron estos intereses particulares, de manera que los beneficios de las minorías que derivan sus rentas de la propiedad y gestión de tales medios de producción y distribución se conseguían a costa de la reducción de los ingresos de la gran mayoría de la población, que adquiere sus rentas a través del trabajo y ocupación en tales medios, predominantemente mediante salarios. Un ejemplo de ello es España, donde las primeras rentas (las del capital) subieron, pasando de representar un 42,8% de todas las rentas en 2008 a un 46,5% en 2019, mientras 36 que las segundas (las del trabajo) descendían durante el mismo período de un 57,4% a un 53,5%. Y ello se consiguió, primordialmente, a costa de reformas laborales regresivas (que aumentaron la precariedad) y de unos recortes del gasto público, primordialmente social, que debilitaron enormemente el mundo del trabajo. Tales recortes causaron las enormes carencias del sector sanitario, incluyendo la falta de respiradores (que se necesitan para poder salvar vidas) y de equipamiento protector (como son las mascarillas, las batas, los guantes y un largo etcétera) para los profesionales y trabajadores del sector sanitario y de todos los servicios esenciales. Todos estos recortes y reformas laborales se hicieron para “salvar la economía” (es decir, los intereses del mundo del capital), interpretando la economía como un sistema que favorece a una minoría (las clases pudientes) a costa de la gran mayoría de la población. Hoy, los niveles de vida y la protección social de esta mayoría están peor que antes de que se iniciaran tales políticas neoliberales. Y estamos viendo ahora las mismas voces utilizando el mismo argumento, subrayando que hay que permitir que la gente (y muy en especial, los ancianos) se mueran para salvar tal economía (esto es, sus intereses).

El orden económico de España como causa de la elevadísima mortalidad por la pandemia España está entre los países donde las desigualdades entre las minorías financieras y económicas que obtienen sus ingresos de la propiedad del capital, y la mayoría de la población, que los obtiene a partir de su trabajo, son mayores, unas desigualdades que son de las más altas de los países desarrollados. A su vez, el gasto social (incluido el sanitario) público es muy bajo y hay una gran escasez de recursos (ver mi artículo “Las políticas económicas neoliberales matan. Hay que cambiarlas”, Público, 03.04.20). Estos son los resultados de la economía neoliberal que existe en este y otros países. ¿Es esta economía la que se desea recuperar?

La respuesta popular: los aplausos a las 8 de la tarde

Hoy estamos viendo una movilización diaria y masiva en apoyo a los bien definidos como “héroes” en esta guerra contra el virus. Cada día, a las 8 de la tarde, millones de ciudadanos españoles e italianos salen al balcón para aplaudir y agradecer a todos los profesionales y trabajadores que se están jugando la vida para el bien común de salvar la vida de las personas (la gran mayoría perteneciente a las clases populares). Estos aplausos llevan implícita una protesta frente al orden económico (sostenido por el sistema político[1]mediático del país) que, en una guerra contra el virus, ha enviado a estos soldados a las trincheras sin haberles dado las armas suficientes. La muerte de tantos profesionales y trabajadores del sector sanitario no está causada por el virus. Está causada por la falta de protección frente al virus.

Es un movimiento, pues, de protesta frente a los causantes de tanta insuficiencia y escasez, que son los que gobernaron el país durante tantos años en los que se aplicaron esas políticas públicas por parte de los establishments político-mediáticos influenciados por los poderes económicos y financieros que dirigen la economía que se intenta salvar ahora. En este sentido, hay que aplaudir los pasos realizados por el nuevo gobierno de coalición de izquierdas para cambiar las prioridades del Estado y dar mayor importancia al sector social, cuya primera prioridad es defender la calidad de vida y el bienestar de la población. Pero hay que alertar de que, como consecuencia del excesivo poder que grandes sectores del mundo empresarial tienen sobre el ejecutivo y el poder judicial en España, sería un gran error intentar continuar las políticas económicas de austeridad (dictadas por el establishment dirigente de la eurozona) que han hecho tanto daño a nuestro país.

El reto de la futura economía: poner lo social en el centro

 Y es ahí donde se requiere una respuesta a las excelentes e impresionantes manifestaciones diarias y pasar de esta economía neoliberal a otra que ponga en su centro “la economía de los cuidados”. Es urgente y necesario priorizar la producción y 38 distribución de los bienes y servicios que favorezcan el bien común en lugar de intereses minoritarios particulares. No hace falta que se fabriquen tantos automóviles a costa de tan pocos respiradores. O tanta ropa para las clases pudientes cuando hacen falta mascarillas, batas y guantes. El Estado, en sus distintos niveles, como responsable del bien común, tiene la autoridad para incentivar, y si ello falla, ordenar la fabricación de productos y de regular los precios de productos esenciales para garantizar el bienestar de la población, priorizando lo social y común sobre beneficios económicos particulares. No se puede permitir que los productores de tales productos se estén aprovechando de la escasez (que mata a la gente) para incrementar el coste de sus productos.

Hoy hará falta que el Estado cree empleo. Y es ahí donde la necesaria expansión de los servicios del Estado del bienestar (desde los servicios de sanidad y sociales hasta la educación, la vivienda y otros servicios, además de la reconversión industrial y energética para protegernos también del cambio climático) es de una enorme importancia. En España, solo un adulto de cada diez (y en Catalunya, donde las medidas neoliberales se han impuesto incluso con mayor dureza por parte de la derecha neoliberal catalana, hoy secesionista, uno de cada once) trabaja en los servicios públicos (primordialmente, en los servicios del Estado del Bienestar). En Suecia es uno de cada cinco. Y Suecia, así como otros países escandinavos (que durante la mayor parte del periodo 1945-2020 han sido gobernados por partidos socialdemócratas en alianza con partidos a su izquierda), son los países que tienen menos desigualdades sociales (de clase social y género), mayor conciencia ambiental y mejores indicadores de calidad de vida en el mundo. Y mayor eficiencia económica, como incluso el Vaticano del neoliberalismo, Davos, ha tenido que reconocer en su informe The Global Competitiveness Report 2019 (ver mi artículo “Cómo el pensamiento económico dominante, causante de tanto sufrimiento, se reproduce: Davos”, Público, 03.02.20). Concretamente, en dicho informe se reconoce que “Suecia, Dinamarca y Finlandia no sólo se han convertido en unas de las economías del mundo más avanzadas a nivel tecnológico, más innovadoras y dinámicas, sino que también proporcionan mejores condiciones de vida y mejor protección social, están más cohesionadas y son más sostenibles que sus iguales”. No se podía decir más claro.

Es un error (motivado por razones ideológicas) considerar que las medidas neoliberales (neoliberalismo es la ideología del mundo del capital) son las más eficientes 39 para recuperar la economía. Lo que ha ocurrido con la Gran Recesión es un claro ejemplo de ello. Cualquier evaluación hecha prueba que han sido un desastre (y no hay otra manera de definirlo) para la calidad de vida de las clases populares (que son la mayoría de la ciudadanía). Se necesitan políticas que vean la inversión social como algo central en la necesaria redefinición de la economía. Hoy, la salida de la crisis económica tiene que pasar por el aumento de la población empleada en los servicios públicos del Estado del Bienestar (expandiendo los ya existentes y creando nuevos como los del 4º pilar del bienestar –escuelas de infancia y servicios de atención a las personas dependientes–), muy poco desarrollados en nuestro país. Tal inversión, no solo estimularía la economía a través del aumento de la demanda, sino que reforzaría los servicios básicos para mejorar la seguridad, felicidad y bienestar de la población (que debería ser el objetivo principal de cualquier Estado), aumentando con ello la productividad económica, bajando a la vez el tiempo de trabajo semanal y mejorando los salarios, reforzando los instrumentos –como los sindicatos– garantes de la defensa de los derechos de la población trabajadora. En contra de lo que se ha creído, la experiencia muestra que la expansión del Estado del Bienestar (incluyendo la “economía de los cuidados”) es una necesaria inversión en el desarrollo humano, social y económico de un país. Los datos así lo confirman.

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La Comuna de París, 1871

 

BREVÍSIMA  SEMBLANZA Y HOMENAJE A LA COMUNA DE PARÍS: LA EVALUACIÓN DE MARX Y LA DEMOCRACIA ECOMUNITARISTA

Fuentes: Rebelión [Imagen: Barricada. Créditos: litografía de Édouard Manet (1871). Fotos Públicas]

Sirio López Velasco

Rebelión

 17/03/2021 

En este artículo el autor reflexiona sobre la Comuna de París (1871) y las lecciones que todavía nos puede ofrecer para construir una sociedad ecomunitarista.


En marzo de 2021 se conmemoran los 150 años del inicio de la Comuna de París. Esa experiencia de poder popular en París duró sólo desde el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, pero hasta hoy es una referencia obligada para todas las luchas que se proponen construir un nuevo orden socioambiental sostenible, más allá del capitalismo.  

Marx (en “La Guerra civil en Francia”) dirá que la Comuna demostró que no basta con que la clase obrera asuma el poder del Estado vigente para ponerlo a su servicio (pues deberá destruirlo para crear otro, que luego tendrá que extinguirse), y reconocerá todos los méritos revolucionarios de las medidas adoptadas por la Comuna. Así, destaca: “La Comuna se formó con los concejales elegidos por sufragio universal en los distintos distritos de Paris. Eran responsables y sustituibles en cualquier momento. La mayoría de ellos procedía evidentemente de los obreros y de representantes de la clase obrera. La Comuna no debía ser un cuerpo parlamentario sino un cuerpo ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. La policía, que hasta entonces había sido el instrumento del gobierno estatal, fue despojada inmediatamente de sus peculiaridades políticas y transformada en un instrumento de la Comuna responsable y sustituible en cualquier momento. Lo mismo ocurrió con los funcionarios de todas las ramas de la Administración. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, el servicio público tenía que ser realizado por un salario obrero. Desaparecieron los derechos adquiridos y los dineros de representación de las altas dignidades del Estado a la vez que desaparecieron ellas mismas. Los cargos públicos cesaron de ser propiedad privada de los esbirros del gobierno central. En manos de la Comuna se puso no sólo la administración municipal sino también toda la iniciativa que hasta entonces había sido tomada por el Estado”. 

La Comuna anula los alquileres no pagos entre octubre de 1870 y abril de 1871, suspende la venta de los objetos depositados en préstamo pignoraticio (y autoriza la devolución gratuita de los de valor inferior a 20 Francos), da tres años de mora para el pago de deudas pendientes, paga una pensión a las viudas y huérfanos de guardias nacionales muertos en combate (y crea orfelinatos) y también a los heridos, edita un decreto de requisición de casas vacías para alojar a víctimas de los bombardeos de los prusianos y versalleses,  instala ventas públicas de alimentos con precios solidarios, distribuye comidas gratis y bonos de pan; también readopta el calendario republicano y asume como símbolo la bandera roja.  En el plano social y político destacan sus iniciativas favorables a los trabajadores y a la democracia directa o participativa. Así expropia sin indemnización las propiedades de Thiers, y con indemnización los talleres abandonados por sus propietarios (huidos a Versalles), para ponerlos a disposición de cooperativas obreras, al tiempo en que los encargados serían elegidos por los trabajadores, la jornada laboral sería reducida a 10 horas (pues era entonces de por lo menos 12) y se establece un salario mínimo; los burós de empleo son municipalizados, se prohíbe el trabajo nocturno en las panaderías, se persigue el trabajo clandestino y se prohíben las multas con deducción de salario tanto en el sector público como en el privado. La democracia directa o por lo menos participativa es establecida en las empresas: un consejo de dirección es elegido cada 15 días y un obrero es encargado de transmitirle las reclamaciones. Y desde el 22 de marzo el llamado del Comité Central de la Guardia Nacional enuncia que “los miembros de la asamblea municipal, sin cesar controlados, vigilados, discutidos, son revocables…y responsables” ante los ciudadanos y que su mandato es imperativo. Se organiza un movimiento femenino-feminista que entre otras cosas reclama igualdad de salarios entre hombres y mujeres (hoy todavía por alcanzar en la mayor parte del Planeta); y la Comuna reconoce la unión libre. La educación es laicizada y se abren dos escuelas profesionales, una de muchachos y otra de mujeres; las directrices para la enseñanza femenina quedaban a cargo de una comisión exclusivamente femenina; se establece la igualdad salarial entre hombres y mujeres en el personal de la educación, remunerado por el municipio; algunos distritos decretan la educación laica y gratuita. La Comuna decide que los funcionarios (incluyendo los de la Justicia y la enseñanza) serán elegidos por sufragio universal, y tendrán un salario máximo anual equivalente al de un obrero, prohibiéndose la acumulación de salarios. También reconoce la libertad de prensa, que sirve para que en París los periódicos reaccionarios lancen violentos ataques contra la Comuna, y cuando son prohibidos, reaparecen rápidamente con otro nombre (mientras que en Provincias los periódicos favorables a la Comuna eran completamente prohibidos por el gobierno versallés). La Comuna también decreta la gratuidad de los actos notariales (como el contrato de casamiento) y prohíbe las prisiones sin mandato, al tiempo en que instaura una fiscalización de las cárceles. Y proclama la separación de la Iglesia en relación al Estado (y la supresión del financiamiento de cultos y la nacionalización de las propiedades eclesiásticas y religiosas). 

Y también acoge la Comuna en la ciudadanía a los extranjeros (superando la exclusión a la que estaban condenados desde la democracia ateniense y que aún no ha sido superada en la gran mayoría de los países) a partir de considerar que “la bandera de la Comuna es la de la República universal y que toda ciudad tiene el derecho de dar el título de ciudadano a los extranjeros que la sirven”.  

Ahora bien, Marx dirá también que la Comuna tuvo omisiones y errores capitales para la suerte revolucionaria, como lo fueron no haber atacado Versalles y no haber expropiado el tesoro del Banco de Francia.  

Pero ya en 1875 Marx opinó también que la Asociación Internacional de Trabajadores (que él contribuyó a crear en 1864) perdió vigencia tras la Comuna de París de 1871; nótese que entonces ya se había inaugurado la época de los Partidos Obreros laborando al interior de cada Estado europeo (como ocurría, por ejemplo, en Alemania). De ahí que las ricas observaciones de Marx acerca de la democracia obrera se dan en el marco de su crítica al programa que el Partido Obrero alemán había formulado en las bases resumidas en su Congreso realizado en la ciudad de Gotha. Y eso a pesar de que en Francia, por ejemplo, la vieja SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) sobrevivirá hasta 1905 cuando será sustituida por el Partido Socialista (el que, a su vez, se verá dividido en 1920 por la creación del Partido Comunista). Hay que recordar que tras la muerte de Marx se crea en 1889, para conmemorar los 100 años de la Revolución Francesa, la Segunda Internacional, cuyo perfil unionista de los esfuerzos de los Partidos socialdemócratas de Europa naufragó estrepitosamente al declararse la Primera Guerra Mundial en 1914, pues la mayoría de sus afiliados se plegó al gobierno de su país en la guerra inter-imperialista, abandonando el internacionalismo proletario (mantenido  por honrosas excepciones, como la de Lenin,  que rompieron con aquella Internacional). 

Ahora, en su Crítica al programa de Gotha Marx postula que la democracia socialista obrera debe ser caracterizada como la dictadura del proletariado, una vez que el Estado es una máquina de dominación de una clase sobre otras. Esa dictadura deberá apoyarse, según Marx, en la puesta de los medios de producción bajo dirección obrera, como patrimonio común (por lo que la democracia comienza en cada fábrica, como lo quiso el ministro de Mitterrand expulsado de su cargo cuando dijo que la ciudadanía debía transponer hacia adentro los portones de las fábricas).  En el socialismo cada uno deberá recibir según su trabajo (apuntando hacia la sociedad comunista en la que, en base a un derecho desigual, cada uno contribuirá según su capacidad y recibirá según su necesidad); y el trabajo, su duración y la participación femenina e infantil deberán estar regulados (dando potestad a los obreros para denunciar ante tribunales los abusos). Marx opina que en esa nueva democracia la educación debe ser financiada y fiscalizada por el poder público, pero se niega a que la Escuela esté en manos del Estado (y, obviamente, tampoco en manos de Iglesias, pues Marx pregona la liberación de “la conciencia de todo fantasma religioso”; Crítica al programa de Gotha, p. 25); nótese que Marx no es favorable a la simple prohibición del trabajo infantil pues considera que la búsqueda de la superación de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, con la consecuente expansión de un individuo multilateralmente desarrollado, debe incluir la actividad productiva en el proceso de educación de la juventud (ibid., p. 26); igualmente ve al trabajo productivo como componente indispensable en la recuperación de los presidiarios (ibid., p. 27).   

Por nuestra parte, inspirados en la democracia instaurada por la Comuna, proponemos en perspectiva ecomunitarista que el nuevo orden democrático  poscapitalista debe, entre otras cosas:

1) estar basado en la democracia directa (hoy facilitada por los recursos de internet),

2) superar la división en Partidos, a partir de la participación protagónica del conjunto de la ciudadanía,

3) las responsabilidades representativas que sea imprescindible mantener deben ser rotativas y con un número de mandatos consecutivos limitados a dos (para evitar la emergencia de una nomenklatura dominante) y revocables a cualquier momento por los electores,

4) esa democracia debe tener carácter pluri e intercultural, y

a) debe hacer realidad el principio que reza “de cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades, manteniendo los equilibrios ecológicos y la interculturalidad” mediante una economía ecológica y sin patrones, con actividades rotativas y tiempo de  actividad productiva tendiente a cero (cuando todos trabajan, cada uno trabaja menos, lo que se potencia con la tecnología ya disponible y la que vendrá, para sustituir por máquinas el esfuerzo humano, dejando a los humanos más tiempo libre para la cultura, los deportes formativos-cooperativos y el ocio),

b) pone en manos de las comunidades los monopolios y oligopolios mediáticos actuales, para que la comunicación comunitaria se vuelva libre y simétrica (donde no habrá una casta de “formadores de opinión”, pues tod@s lo serán),

c) se apoya en una educación ambiental socialmente generalizada, que atraviesa todos los espacios de la educación formal y no formal  (y que integra una educación sexual promotora de una erótica liberadora que defiende el libre y consensuado placer compartido que no dañe a la salud de l@s amantes, y una educación física promotora del deporte formativo y cooperativo),

d) promueve una estética de la liberación (donde cada un@ será crador/a de arte y cultivad@ disfrutador/a de la misma, en todas sus expresiones), y

e) habrá de abarcar al Planeta entero en una Organización de los Pueblos Unidos, en la que desaparecerá la asimetría hoy reinante en la ONU entre países dominantes y países sometidos, y en la que, mediante un permanente intercambio solidario en todos los órdenes, se irán borrado las fronteras entre países.   

Bibliografia mínima 

López Velasco, Sirio (2017). Contribuição à Teoria da Democracia: uma perspectiva ecomunitarista, disponible gratuitamente en https://www.editorafi.org/196sirio 

Marx, Karl (1871). La guerra civil en Francia, in C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, vol. II, p. 214-256,  Ed. Progreso, Moscú  

. . .  (1875). Crítica al programa de Gotha, in C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, vol. III, p. 9-27,  Ed. Progreso, Moscú .

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