Ayuda al desarrollo como parte
de la nueva Guerra Fría
Por Anis
Chowdhury, Jomo Kwame Sundaram
Rebelion
| 27/07/2022 | Economía
Fuentes: IPS
[Imagen: Economipedia]
La ayuda al desarrollo se ha convertido en nuevo campo de batalla de la
nueva Guerra Fría que protagonizan China y Estados Unidos. Beijing avanza con
la Iniciativa de la Franja y la Ruta, su nueva ruta de la seda, Washington lo
intenta con la nueva Asociación para la Infraestructura y la Inversión
Globales, a la que ha sumado al resto del Grupo de los Siete.
SÍDNEY / KUALA
LUMPUR – La financiación del desarrollo, que durante mucho tiempo fue un medio
para que las naciones poderosas influyeran en los países en desarrollo, ha
adquirido una importancia renovada en la nueva Guerra Fría. A diferencia de la
anterior Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, ahora
la rivalidad es entre sistemas capitalistas de mercado mixtos.
La rivalidad en la ayuda al desarrollo
Después de
renegar repetidamente de sus promesas de ayuda al desarrollo y financiación del
clima, las grandes naciones ricas del Grupo de los Siete (G7) secundaron y aprobaron
obedientemente la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Globales
(PGII, en inglés) promovida por el presidente estadounidense Joe Biden, durante
su cumbre anual de 2022, realizada en junio en la localidad alemana de Schloss
Elmau.
Con un
compromiso de 200 000 millones de dólares por parte de Estados Unidos, el G7
prometió movilizar 600 000 millones de dólares en fondos públicos y privados
para inversiones en infraestructuras en los países del Sur en desarrollo,
abriendo así la competencia con la multimillonaria Iniciativa de la Franja y la
Ruta (BRI, en inglés) de China, una reedición de la antigua ruta de la seda.
La Casa Blanca
alega que al contrario de la BRI, la PGII ofrece infraestructuras de alta
calidad, sostenibles y basadas en valores. Por lo tanto, es más probable que la
financiación del G7 tenga condiciones, por ejemplo, tomar partido en la nueva
Guerra Fría.
Un portavoz
del Ministerio de
Relaciones Exteriores de China subrayó que Beijing sigue
acogiendo con satisfacción todas las iniciativas que promueven el desarrollo
global de infraestructuras, pero insistió en que la potencia emergente global
se opone a impulsar cálculos geopolíticos con el pretexto de la construcción de
infraestructuras o a desprestigiar la BRI.
La prioridad de seguridad nacional de Estados Unidos
En la Cumbre
del G7 de 2021, Biden había presentado una iniciativa parecida, la Build Back
Better World (construir un mundo mejor, B3W), insistiendo en que definiría la
alternativa del G7 a la BRI china. Basada en su programa nacional Build Back
Better (BBB), la B3W no tardó en fracasar cuando el Senado estadounidense
rechazó el original, el BBB.
La afirmación
de la Casa Blanca de que, con el B3W, Estados Unidos estaba reuniendo a las
democracias del mundo para que den respuesta a los pueblos, afronten los
mayores retos del mundo y demuestren los valores compartidos también se ha
eliminado del aprobado PGII.
Con pocos
detalles sobre la iniciativa B3W, la Unión Europea (UE) lanzó en diciembre de
2021 su propia estrategia, llamada Puerta Global, para los países en
desarrollo, prometiendo 300 000 millones de dólares en inversiones en
infraestructuras hasta 2027.
En la Cumbre
UE-Unión Africana de febrero de 2022, el bloque europeo anunció una
financiación de 150 000 millones de dólares para el Paquete de Inversión
África-Europa, la mitad del presupuesto de la Puerta Global.
Los líderes de
la UE han promocionado su nueva Puerta Global como la mejor respuesta a la
nueva ruta de la seda china, sugiriendo que las iniciativas del G7 no solo
deben ser complementarias, sino también reforzarse mutuamente. Pero la
prioridad africana de la UE no es necesariamente compartida por otros miembros
del G7.
La financiación
de la UE, de 135 000 millones, procederá del Fondo Europeo de Desarrollo
Sostenible. La Iniciativa Verde Limpia del Reino Unido, surgida durante
la Cumbre del Clima de Glasgow de 2021, y los 65 000 millones de dólares
de Japón para la conectividad regional tampoco pueden ser adicionales.
Al reconocer el
escepticismo sobre la cantidad de dinero nuevo, el canciller alemán Olaf Scholz
instó a los miembros del G7 a presentar sus compromisos de forma coherente para
disipar las dudas sobre la doble contabilidad y la escasa proporción de
subvenciones respecto a los créditos.
Cuando se
anunció que el PGII lanzado en junio en la cumbre del G7 sustituiría al
fracasado B3W, se creó una gran confusión. Dejando claro su propósito, la Casa
Blanca afirmó inequívocamente que el PGII promoverá la seguridad nacional de
Estados Unidos.
Descabellado, arriesgado y condicionado
El G7 también
insta ahora a utilizar el dinero público para movilizar fondos del sector
privado. Pero este tipo de iniciativas no han conseguido movilizar fondos
privados significativos, lo que no permite esperar que se cubra el déficit de
financiación de un billón (millón de millones) de dólares.
Según la
publicación conservadora británica The Economist, la financiación mixta, que combina dinero público, benéfico
y privado, tiene dificultades para despegar. Incluso el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Mundial advierten que las asociaciones
público-privadas, las llamadas APP, incurren en riesgos fiscales contingentes.
Y lo que es
peor, las APP distorsionan las prioridades nacionales, favorecen a los
inversores privados y agravan las crisis de la deuda. Tampoco han mejorado la
equidad de acceso, ni han reducido la pobreza, ni han mejorado la
sostenibilidad.
Las crisis de
la deuda de los países en desarrollo suelen implicar préstamos comerciales o
dinero del sector privado. Por ejemplo, las crisis de la deuda latinoamericana
de la década de los 80 fueron provocadas por las subidas de los tipos de
interés de la Reserva Federal de Estados Unidos para acabar con la inflación.
Los préstamos
del sector privado suelen implicar tipos de interés más altos y períodos de
reembolso más cortos que los créditos de los gobiernos y los bancos de
desarrollo multilaterales. Como es lógico, carecen de mecanismos equitativos de
reestructuración o refinanciación.
Haciendo caso
omiso de otra resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las
naciones poderosas desatienden los llamamientos de los países en desarrollo a favor
de acuerdos multilaterales de reestructuración de la deuda soberana justos y
ordenados. Del mismo modo, Occidente se niega a arreglar las injustas normas
comerciales, fiscales y de otro tipo que perjudican a los países más pobres.
Déficit de confianza
Hace más de
medio siglo, las naciones ricas prometieron 0,7 % de su renta nacional bruta
como ayuda al desarrollo. Pero el total de la ayuda al desarrollo (AOD)
de los miembros ricos de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación
Económicos (OCDE) apenas ha superado la mitad de la cantidad prometida.
Peor aún, el
porcentaje ha disminuido desde 0,54% de 1961, y solo cinco naciones han
cumplido sistemáticamente su compromiso de 0,7% en muchos años. La organización
internacional Oxfam calculó que 50 años de promesas incumplidas suponían un
déficit de ayuda de 5,7 billones de dólares hasta 2020.
En 2005,
durante la Cumbre de Gleneagles en Escocia, los líderes del G7 se
comprometieron a duplicar su ayuda para 2010, destinando 50 000 millones de
dólares anuales a África. Pero el aporte real ha sido lamentablemente escaso,
sin informes transparentes ni rendición de cuentas.
La mayor parte
de la ayuda al desarrollo no es transparente ni predecible. Tras algunos
avances en la desvinculación, la ayuda vuelve a estar cada vez más atada,
obligando a los beneficiarios a ejecutar proyectos de los donantes o a comprar
a los proveedores de los países donantes, lo que compromete su eficacia.
Estados Unidos
ocupa el lugar más bajo entre los países del G7, ya que solo aportó en ayuda
0,18% de la renta en 2021. Para empeorar las cosas, la eficacia de la ayuda
estadounidense es la peor entre las 27 naciones más ricas del mundo. Está claro
que, además de la falta de la cantidad de ayuda, la calidad también es un
problema.
La crisis de
los refugiados sirios y la pandemia de covid-19 han proporcionado algunos
pretextos recientes para recortar la ayuda. Algunos países poderosos han
recurrido a una contabilidad creativa, por ejemplo, contabilizando los costes
de asentamiento de los refugiados y de las operaciones militares de
mantenimiento de la paz como AOD.
No es de
extrañar que la ONU esté muy preocupada por las recientes decisiones y
propuestas de recortar notablemente la AOD para atender los impactos de la
guerra de Ucrania sobre los refugiados.
De hecho, las
controversias sobre qué financiación del clima es nueva y adicional a la AOD no
se han resuelto desde la adopción en 1992 de la Convención Marco de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en la Cumbre de la Tierra de Río de
Janeiro.
Además, los
miembros del G7 no cumplieron con el compromiso de 2009 de los países ricos de
aportar 100 000 millones de dólares anuales en financiación climática hasta
2020 para ayudar a los países en desarrollo a adaptarse y mitigar el
calentamiento global.
Los 79 600
millones de dólares de financiación climática que la OCDE informó en 2019
fueron los más altos de la historia. Pero las estimaciones de la OCDE son muy
discutidas, por ejemplo, por la doble contabilización y por incluir préstamos
comerciales no concesionales, préstamos renovados y financiación privada.
Cooperación, no conflicto
Aunque China es
nueva en la financiación al desarrollo, ahora se encuentra entre los mayores
financiadores del desarrollo del mundo. Tras las promesas incumplidas y la
duplicidad, incluso la traición, la importancia de China ha aumentado a medida
que la financiación de los donantes de la OCDE disminuía relativamente.
China es ahora
un actor global más importante en la financiación del desarrollo internacional
que las seis principales instituciones financieras multilaterales del mundo
juntas. A muchos países en desarrollo no les queda más remedio que
comprometerse con China, si no depender de ella.
No cabe duda de
que existen preocupaciones justificadas sobre la financiación del desarrollo y
las prácticas de China. Entre ellas se encuentran los impactos medioambientales
adversos, la escasa transparencia y una elevada proporción de préstamos
comerciales, aunque sean a tipos de interés favorables.
En 2019, la
entonces directora gerente del FMI y ahora presidenta del Banco Central
Europeo, Christine Lagarde, sugirió que la nueva fase de la BRI se beneficiaría
de una mayor transparencia, una contratación pública con licitaciones
competitivas y una mejor evaluación del riesgo en la selección de proyectos.
Lagarde aprobó
el nuevo marco de sostenibilidad de la deuda de China y los principios de
inversión verde para evaluar los proyectos de la BRI. Esperaba entonces que la
BRI 2.0 se rigiese por un espíritu de colaboración, transparencia y compromiso
con la sostenibilidad que sirva a todos sus miembros, tanto hoy como mañana.
La nueva Guerra
Fría podría estimular una rivalidad más sana y pacífica, mejorando sin querer
la ayuda al desarrollo y las perspectivas de los países del Sur en desarrollo.
Anis Chowdhury fue profesor de economía de la
Universidad Occidental de Sídney y ocupó altos cargos en la ONU. Jomo Kwame
Sundaram fue profesor de economía y secretario general adjunto de la ONU para
el Desarrollo Económico.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
T: MF / ED: EG
Fuente: https://ipsnoticias.net/2022/07/ayuda-al-poder-en-la-nueva-guerra-fria/
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