sábado, 7 de marzo de 2020

SOBRE FEMINISMO

 

La masculinidad de las élites y la ceguera de la izquierda


Fuentes: elsaltodiario.com 
20.08.202
 
El concepto de masculinidad se encuentra directamente relacionado con ser élite o aspirar a serlo. La falta de visión de conjunto de la izquierda es un obstáculo para elaborar estrategias globales.

Vivimos una etapa de crisis de la masculinidad que se ha visto acentuada por la crisis económica. El hombre de la sociedad neoliberal está asistiendo con ansiedad a la ruptura de todas las promesas que se le hicieron. Le prometieron ser el primero, sin embargo, ser el primero no suponía tener buenos derechos sino que los que estén por detrás los tengan peores. 
 
En el pack de la hombría iba incluida la necesidad de tener como plan de vida subir en la escala social pero el ascensor social que iba a llevar a muchos trabajadores a la clase media-alta a base de su esfuerzo está averiado. La escala social no es solo una serie de compartimentos separados en función de su renta sino que también entiende de género. Subes para obtener más poder y obtienes más poder aumentando tu renta o aumentando tu virilidad. Dicho de otro modo, para trepar por la escala social tienes que ser más rico y/o más hombre.

WINNER-LOSERS, COMPETICIÓN ENTRE HOMBRES COMO FORMA DE VIDA 
 
En este momento que nos ha tocado vivir el hombre tiene que ser un winner y, cuando no lo es, está frustrado o se siente fracasado en algún aspecto de su vida laboral y económica, le surge la necesidad de reafirmar su masculinidad por medio de cualquier otra característica de las que identifica como propias del hombre. 
 
¿Cuántos hombres habrán tenido hijos solo para sentirse completos como hombres, porque sentían que era algo que estaban obligados a hacer? De entre esos hombres, ¿cuántos quieren realmente tener hijos? El hombre es el que lleva dinero y comida a casa, el que provee, y para cumplir con ese rol tiene que ser padre. Sería bien difícil calcular la cantidad de paternidades forzadas que irremediablemente pueden dañar a los hijos. 
 
¿Alguien que ha sido padre por obligación va a ser un buen padre? Tal vez sí, pero tiene muchas papeletas para que no se dé el caso. El primer referente (para bien o para mal) de un hijo siempre es su padre, esta figura es la que proporciona al niño las primeras nociones de lo que se espera de un hombre en nuestra sociedad. Si el padre forma los cimientos de la masculinidad del hijo, ¿como iban a ser buenos esos cimientos si en muchos casos se fuerza la paternidad?
La competitividad extrema entre hombres puede llevar a que uno se considere un triunfador siendo un currante de clase baja y humille a un compañero que está en las mismas circunstancias
De entre los valores más representativos del género masculino destaca la competitividad. Cuando el hombre siente su virilidad atacada necesita dejar claro que es más hombre que los demás y, si no puede serlo, humillar al que sea menos hombre que él. La competitividad extrema entre hombres puede llevar a que uno se considere un triunfador siendo un currante de clase baja y humille a un compañero que está en las mismas circunstancias pero que encaja peor en el modelo de masculinidad hegemónica. Porque un hombre no puede ser un nadie, tiene que ser más que los que le rodean.

LA MASCULINIDAD FRENTE A LA POLÍTICA DE LAS EMOCIONES
 
La política tiene que dar salida a los sentimientos del pueblo para lograr seguir viéndose legitimada ante él. El hombre está frustrado y cuando una emoción es compartida se puede decir que es una frustración política. 
 
La respuesta a este sentimiento hasta ahora se ha visto monopolizada con bastante éxito por opciones políticas que van desde la derecha anti-establishment y populista, como Trump o Le Pen, a una derecha ultraconservadora renovada -Vox en España- que prometen una visión de país en la que ‘el hombre vuelva a ser hombre’, devuelto a sus esencias después de haber sido desnaturalizado por las denominadas «ideologías de género» o el «lobby LGTB».
El feminismo es la pelea de un colectivo oprimido, el de las mujeres, contra la estructura del género como autoridad, como poder. No hay lucha más antisistema que el feminismo
Desde la izquierda ha faltado analizar toda esta situación desde la nueva ola de activismo feminista que barre el país cada 8M. Se ha contentado con decir a las feministas un simple ‘vale’, ‘adelante’, ‘seguid por ahí que nosotros, los hombres, nos encargamos del resto’ demostrando una enorme ceguera.
La estructura del género y la estructura de clases son dos pilares de un mismo sistema. Las luchas LGTB y feministas no son políticas sectoriales por mucho que desde algunos altares de la izquierda las miren casi como si de un hobby se tratara. Desde esos enfoques unos se encargan de sus luchas personales, de sus ‘cosas de maricas’ o sus ‘cosas de mujeres’, mientras que otros, aquellos que se llenan la boca de clases sociales, se dedican a cambiar el mundo, a derrumbar el sistema. 
 
La mala costumbre de separar en compartimentos estancos diferentes luchas provoca que se obvien las relaciones entre ellas. El error está en pensar que género y clases sociales son cosas diferenciadas cuando se trata de dos conceptos entremezclados difíciles de separar y para acabar con la opresión que ejercen es necesario tener visión de conjunto. No se trata de mujeres contra hombres, no es la «guerra de los sexos» sino que es una lucha por el poder. 
 
El feminismo es la pelea de un colectivo oprimido, el de las mujeres, contra la estructura del género como autoridad, como poder. No hay lucha más antisistema que el feminismo.

EL FEMINISMO Y LAS ÉLITES 
 
A menudo se presenta el debate en el feminismo sobre los ‘techos de cristal’. Se acusa a quienes centran sus reivindicaciones en este concepto de estar utilizando el feminismo como mera herramienta para que un pequeño porcentaje de mujeres se incorpore a la élite. Si bien la crítica es legítima y cargada de verdad, este discurso liberal puede ser útil para los discursos más radicales. Del mismo modo que unas pocas mujeres privilegiadas malvenden la lucha feminista por aumentar su cuota de poder, también la masa feminista puede aprovecharse de esta élite. 
 
Si una mujer privilegiada, en nombre del feminismo, rompe el techo de cristal adquiere una cuota de poder que el sistema tenía reservada para los hombres. Con esto abre la posibilidad de cuestionar la lógica hombre=poder. Si el poder ya no es una característica propia y exclusiva del hombre, de aquel que cumple todos los requisitos de la masculinidad hegemónica, entonces se puede cuestionar por qué tenía ese poder previamente y por qué debería seguir teniéndolo. Se cuestiona el derecho a existir de la élite.
Independientemente de que exista la posibilidad real de hacerlo, subir por la escala social es una necesidad inculcada en los hombres que condiciona todos sus posicionamientos políticos
La masculinidad hegemónica es la mayor representación del poder porque el que lo ostenta no solo tiene que tener la capacidad de aplicarlo, sino que necesita ser percibido como poderoso. Los roles de género en el caso del hombre pueden servir para ser identificado como superior a los demás, te da tu lugar en la jerarquía de clases sociales. La masculinidad encuentra su utilidad como performatividad de las élites y el mejor instrumento de legitimación del sistema de clases. 
 
Ese objetivo recurrente de la izquierda que es la unidad popular, apelar a las luchas colectivas… se vuelve complicado de articular cuando la mitad de la población tiene metido en la cabeza desde niño el principio imperativo de luchar para ser superior que tu hermano, tu vecino o tu compañero de trabajo. Las prácticas de género asientan las clases sociales. 
 
¿Cómo pretendemos tener una clase trabajadora organizada contra las élites si la masculinidad dice a los hombres que deben aspirar a ser élites? La falta de empatía, la competitividad, el individualismo, el egoísmo… Todas características que definen por igual a la masculinidad hegemónica que a las élites poderosas. 
 
Independientemente de que exista la posibilidad real de hacerlo, subir por la escala social es una necesidad inculcada en los hombres que condiciona todos sus posicionamientos políticos. 
 
Cualquier movimiento o ideología que aspire a construir un contrapoder y deje al margen el análisis de la masculinidad se encontrará con que será incapaz de crear sujetos políticos mayoritarios que se encuentren cómodos en una lucha de clases.
 
 
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LOS DE PENSAMIENTO CORTITO Y VIOLENCIA DE SOLERA LARGA: LOS FASCISTAS: SIMPLICIDAD MENTAL Y UNILATERALIDAD, PRETENDEN BORRAR, POBRETES MÍOS, LA FECUNDIDAD DEL PENSAMIENTO MARXISTA



«Comunistas» subiéndose al carro de moda: el feminismo; Equipo de Bitácora (M-L), 2020.
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febrero 28, 2020


La obra ya clásica de Friedrich Engels «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado» de 1884 podemos definirla como una obra magna que analiza la evolución del ser humano y sus relaciones sociales incluyendo la relación entre el hombre y la mujer, es un estudio que desmonta todas las teorías de los ideólogos del orden patriarcal pero también de los grupos feministas de la actualidad que pretenden teorizar sobre la supremacía del género femenino. Los marxistas del siglo XIX y XX ya nos advirtieron que muchos y muchas nos querrían arrastrar a una lucha entre sexos, desviándonos del motor de la historia: la lucha de clases. Por ello es tan necesario refutar a estos movimientos unilateralistas que se desvían en teorías absurdas, muchas de ellas influenciadas por la cultura dominante, y fabricadas precisamente para distraer la atención de los problemas reales, su origen y solución. Se concluye, por tanto, sobre los llamados feminismos que:

«Partiendo de esta realidad, se hace evidente que la lucha planteada por los movimiento feministas en general, y en particular los radicalizados, son el resultado de un planteamiento equivocado de las causas de la eterna discriminación de la mujer como sujeto social, y al hacerlo, obvian los elemento coyunturales que han originado y perpetuado esa realidad, pues parten de la idea de que los miembro del sexo opuesto son el enemigo y de hecho el sujeto a batir, y que la exclusión y falta de derechos del gremio se debe exclusivamente a la implicación directa de los hombres en general y que va en su ser tal «naturaleza represora», o al menos eso es lo que se desprende de sus acciones, documentos, eslóganes, etc». (Equipo de Bitácora (M-L); Feminismos, sus errores de planteamiento y otras especies, 2011)

Aquello de que «el feminismo no va contra el hombre» es una frase cierta entre algunos de sus seguidores honestos que aunque seducidos por muchos de sus dogmas, no llegan hasta tal grado de engaño. Pero esto no se aplica a algunas corrientes del feminismo más famosaos que focalizan su «feminismo» en un odio contra el hombre, al cual de forma idealista consideran como un ser naturalmente «perverso» y «violento», «incapaz de reprimir esos impulsos»:

«La agresividad, la tensión sexual y la relación jerárquica son determinantes genéticos del machismo que se encuentra en todos los hombres». (Germaine Greer, Los hombres y la violencia sexual; citado en: Raquel Osborne, Debates en torno al feminismo cultural, El País, 24 de mayo de 1987)

Este tipo de teorías tienen la misma base científica que decir que la mujer es «débil» e «incapaz de realizar labores que supongan tener una gran inteligencia». Teorías, todas ellas reaccionarias que utilizaron y utilizan tanto los ultraconservadores como las feministas para azuzar al bando «enemigo».

Un ejemplo sería el feminismo de Kate Millet, que llegó a declarar:

«P. ¿Qué significa para ti el amor?

R. Significa gran parte de mi vida. Conozco el amor heterosexual y el homosexual, y como lesbiana he conocido la persecución, la maledicencia y el maltrato. El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa.

P. ¿Es preferible el amor homosexual para las mujeres?

R. Yo creo que para mí, como para otras muchas mujeres como yo en el movimiento, que amamos mujeres, fue algo tan natural como inevitable. La camaradería que fuimos forjando nos llevó a cruzar la barrera sexual simplemente. (…) Vivimos una época en que no sólo el patriarcado, sino la heterosexualidad, están en vías de desaparición, por lo menos como los hemos conocido hasta ahora, que son verdaderas monstruosidades». (El País; Kate Millet: «El amor ha sido el opio de las mujeres», 21 de mayo de 1984)


Aquí, a diferencia de Engels que hizo un estudio pormenorizado del rol y la evolución del amor en las relaciones sociales humanas, ella de forma totalmente subjetiva y demostrando un desconocimiento absoluto concluye que no ha habido relaciones sanas entre hombres y mujeres en miles de años de existencia, que simplemente ha sido el «opio de las mujeres». Decreta sin más que la heterosexualidad va hacia su extinción. Anima a las mujeres a ser homosexuales porque, siempre según ella, la camaraderia que se forja en la militancia feminista –bajo el dogma de que las organizaciones feministas solo admiten a mujeres– hace que se entiendan mejor y compartan experiencias que con los hombres es imposible tener.

Otro ejemplo sería el feminismo kurdo de Abdullah Öcalan. Véase nuestro capítulo: «El movimiento nacionalista kurdo, sus desviaciones anarco-feministas, sus vínculos con los imperialismo y el silencio cómplice de los oportunistas» de 2018.

En España se puede ver como de forma sutil o abierta, distintos políticos e ideólogos del feminismo hegemónico abrazan ese relato: políticas como Irene Montero, Carmen Calvo, Clara Serra, Manuela Carmena; ideólogas como Leticia Dolera, Irantzu Valera; medios de comunicación como el Diario.es, El Público, El País; sindicatos como UGT, CCOO, etc.

August Bebel, uno de los mayores expertos de su época en la cuestión de género, ya desmontó varias de las ideas feministas que hoy resuenan como el llamado «techo de cristal» y la «sororidad» entre mujeres de cualquier clase:

«Lo más notable de estas aspiraciones es que no transcienden el marco del orden social actual. No se plantea la cuestión de si se ha realizado en general algo esencial y radical para la situación de las mujeres. Apoyarse en el orden social burgués, es decir, capitalista, se considera la igualdad de derechos burgués entre el hombre y la mujer como solución definitiva de la cuestión. Uno no es consciente o se engaña en el sentido de que, por lo que se refiere a la libre admisión de la mujer a las profesiones industriales y comerciales, este objetivo se ha alcanzado realmente, y por parte de las clases dominantes recibe el más vigoroso impulso en su propio interés. Pero en las circunstancias dadas, la admisión de las mujeres a todas las actividades industriales ha de tener el efecto de que se acentúe cada vez más la lucha competitiva de las fuerzas del trabajo, y el resultado final es: disminución de los ingresos para la fuerza de trabajo femenina y masculina. (…) Es evidente que esta no puede ser la solución correcta. (…) A la gran mayoría de las mujeres les es indiferente que unos cuantos miles de sus compañeras pertenecientes a las capas mejor situadas de la sociedad lleguen a la enseñanza superior, a la práctica de la medicina o a una carrera científica o administrativa cualquiera. Ello no altera en nada la situación general del sexo. (…) El mundo femenino está especialmente interesado en combatir hombro con hombro con el mundo masculino proletario por todas las normas e instituciones que protegen a la mujer de la degeneración física y moral y le garantizan sus facultades de madre y educadora de los hijos. La proletaria tiene también en común con sus compañeros masculinos de clase y destino la lucha por la transformación radical de la sociedad, a fin de establecer una situación que facilite la completa independencia económica y espiritual de los dos sexos mediante las correspondientes instituciones sociales. Así que no solo se trata de realizar la igualdad de derechos de la mujer con el hombre en el terreno del orden social existente, lo cual constituye el objetivo del movimiento femenino burgués, sino, más aún, de eliminar todas las barreras que hacen que el hombre dependa del hombre, y, por tanto, también un sexo del otro. Esta solución de la cuestión femenina va vinculada a la solución de la cuestión social (…) Todos los socialistas debieran estar de acuerdo con las ideas fundamentales expuestas aquí. Pero no podemos decir lo mismo respecto a la manera en que pensamos realizar los objetivos finales, es decir, cómo deben de ser las medidas e instituciones individuales que fundamentan la pretendida independencia e igualdad de derechos». (August Bebel; La mujer y el socialismo, 1879)

Engels ya ilustró la postura que deberían tomar los marxistas sobre la cuestión salarial en el capitalismo:

«Salarios iguales por un trabajo igual, para ambos sexos, es algo que hasta que quede abolido en general [el trabajo asalariado, se entiende] demandan todos los socialistas, hasta donde sé. Que la mujer trabajadora necesita de una protección especial contra la explotación capitalista debido a sus funciones fisiológicas especiales me parece algo obvio. Las mujeres inglesas que lucharon por el derecho formal de sus congéneres de ser tan explotadas por los capitalistas como los hombres están interesadas, en la mayoría de los casos, directa o indirectamente, en la explotación capitalista de ambos sexos. Admito que me encuentro más interesado en la salud de las generaciones futuras que en la igualdad formal absoluta entre los sexos durante los últimos años del modo capitalista de producción. Estoy convencido de que la igualdad real entre las mujeres y los hombres puede hacerse realidad únicamente cuando la explotación capitalista de ambos haya sido abolida y el trabajo doméstico privado se haya transformado en una industria pública». (Friedrich Engels; Carta a Guillaume-Schack, 5 de julio de 1885)

Efectivamente, los que hoy no se preocupan tanto de «la salud de las generaciones futuras que en la igualdad formal absoluta entre los sexos durante los últimos años del modo capitalista de producción», demuestran de que lado están. Como curiosidad, anotar que cuando Engels habla del trabajo doméstico privado, se refiere al sistema de trabajo en los hogares. Producir en familia para una empresa capitalista, usando tus limitados medios de producción para cumplir con una cuota de producto determinada. En «El Capital», Marx describe estas prácticas como situaciones donde se daban las condiciones de vida más ruines y miserable.

Mientras la mayoría de ramas del feminismo defiende la organización separada entre hombres y mujeres, el marxismo ya condenaba esa absurdo división por sexos como una forma de desviación de la lucha de clases:

«La nueva Unión de Mujeres Cigarreras, que mencioné en mi anterior misiva, se fundó hace tres años. Sus miembros no pertenecen a la Unión masculina de esta profesión, aunque ambas trabajan codo con codo. Para alguien que contemple la situación desde fuera parece deleznable que ambas Uniones no se hayan fusionado pese al trabajo conjunto». (Eleanor Marx; Un nuevo sindicato de mujeres, 1892)

Algunas figuras famosas del feminismo destacaron por luchar por causas progresistas, pero lo importante es valorar a las figuras en su justa medida, cosa que nunca hacen los revisionistas o las feministas –que en muchas ocasiones son lo mismo–, olvidándose de las contradicciones de sus figuras, tapando los aspectos negativos, hasta conservadores y contrarrevolucionarios de sus mitos.

Tenemos a Angela Davis que coqueteó siempre con los movimientos revisionistas y después con las figuras abiertamente neoliberales, pero todavía sigue siendo reivindicada por las feministas y revisionistas como una figura altamente ejemplar. Luego tenemos el caso ya de feministas de la talla de Campoamor que directamente era simpatizante del alzamiento fascista de 1936 y que toda su vida estuvo militando en organizaciones derechistas y antiobreras. Por no remontarnos a figuras del siglo XIX como es el caso del Concepción Arenal, icono del «catolicismo social», reivindicada acríticamente y de forma indiscriminada tanto por feministas como por como por organizaciones derechistas como Partido Popular y Ciudadanos.

Sea como sea, cuando toda figura no es analizada de forma objetiva, cuando simplemente es reivindicada de forma acrítica, para ensalzarla de forma artificial, ocurre lo mismo que cuando se niega subjetivamente todo mérito de una figura sin entender en su contexto, se cae en la caricatura.

Por tanto no, el feminismo no es sinónimo de marxismo, es un movimiento de origen burgués y con muchas ramificaciones de movimientos aburguesados o pequeño burguesas como se ve en la actualidad. Una corriente contra la cual grandes luchadoras del marxismo siempre quisieron marcar distancia por razones obvias:

«Así como sobre la cuestión bélica, el Congreso puntualizó la diferencia existente entre la típica liga pacifista burguesa, que clama al cielo «¡Paz, paz!» donde no existe tal paz, y el partido de la paz económica, el partido socialista, que quiere acabar con las causas mismas de la guerra. Del mismo modo ocurre en tanto a la cuestión de la mujer, ante la que el Congreso diferenció entre el partido de las «defensoras de los derechos de la mujer», que no reconocían ninguna lucha de clases sino que hablaban de una lucha de sexos, perteneciendo este partido al elenco de partidos de la clase poseedora en tanto que anhelan derechos que constituirían una injusticia contra sus hermanas de clase obrera, y el partido que realmente es el partido de las mujeres; el partido socialista, que cuenta con un conocimiento fundamentado de las causas económicas de la actual situación desventajosa de la mujer trabajadora y que las llama a una lucha común junto a los hombres de su clase contra su enemigo común: los hombres y mujeres de la clase capitalista». (Eleanor Marx; ¿Cómo debemos organizarnos?, 1892)

Esto no es solo común al feminismo o al movimiento pacifista, es común a toda corriente con un monotema, con una visión unilateral, que se piensa más versado que una doctrina holística como el marxismo:

«Algunos de los ecologistas niegan y atacan abiertamente al marxismo bajo la acusación de que «el pensamiento marxista es un modelo productivista que no tienen en cuenta la cuestión medioambiental», a veces incluso ponen de ejemplo manifiesto a los regímenes históricos o presentes capitalistas del revisionismo –lo que demuestra hasta qué puntos ha hecho mella el triunfo del revisionismo en el ideario colectivo–. Pero quién proclama todos estos ataques hacia el marxismo son los mismos «movimientos unilateralistas» como el feminismo, el animalismo, el tercermundismo y otras corrientes alejadas de la lucha de clases, que mienten por desconocimiento o a conciencia alegando que «el marxismo no ha profundizado en la cuestión de la mujer», que «no entiende la idiosincrasia de los animales» o que no se ha preocupado de conocer «las causas del atraso de los países subdesarrollados y ponerles solución». Afirmaciones del todo ridículas ya que el marxismo es la única corriente que ha dado una respuesta científica a las causas de estos problemas y propuesto soluciones a las mismas. (…) Solamente el marxismo tiene en su seno una doctrina científica que puede dar solución a todos estos temas como son la cuestión nacional, la cuestión de género, la cuestión ecológica o la cuestión antifascista. Por ello el marxista considera estúpido insistir a bombo y platillo que él o su partido es «ecologista» o «antifascista», pues su doctrina cubre y da respuesta a todas las contradicciones nacidas de las relaciones de producción capitalistas, y lo hace de una forma mucho más clara y seria que los elementos que «solo» se centran en un tema en específico. El marxista como tal, no satura sus mensajes de eslóganes ecologistas para «cumplir con la causa», sino que da una explicación materialista de las causas del fenómeno y propone soluciones reales, lucha por aplicarlas, y tiene conciencia que el principal obstáculo para hacerlas cumplir son las clases explotadoras y parasitarias, a las cuales sabe que debe eliminar o de otra manera no será posible aplicarlas». (Equipo de Bitácora (M-L); Estudio histórico sobre los bandazos políticos oportunistas del PCE (r) y las prácticas terroristas de los GRAPO, 2017)

Es claro que estas gentes que proclaman la unicidad de feminismo y marxismo:

«Olvidan que feminismo y marxismo son irreconciliables, aunque intenten apellidar al feminismo con los eufemismos de «clase» que quieran. Los intentos de apellidar al ecologismo, al nacionalismo, o al feminismo de «marxista», no es sino un intento de intentar pasar la mercancía revisionista». (Equipo de Bitácora (M-L); Antología sobre Reconstrucción Comunista y su podredumbre oportunista, 2017)

Pero claro es, que para los oportunistas siempre les es más fácil seguir los mitos de moda para intentar pescar en río revuelto». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)

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